21. Libros y nuevas amistades


El acceso a la librería estaba en la esquina de la manzana. Parecía un secreto a voces. El marrón oscuro y terroso de la fachada resaltaba con el azul marino de la puerta de acceso y el rojo del cartel. Un contraste igual al que mostraban algunos otros establecimientos de la misma calle. Podría haber sido cualquier lugar, y tal vez por eso me gustó tanto; porque era como los libros, cualquier cosa.

Un porche daba acceso a un pequeño pasillo con vitrinas en sendos lados, repletas de libros en exposición. La puerta de cristal, tenía un cartel pegado en el que podía leerse: "Club de lectura en español. Todos los jueves a las 4PM". Desde el exterior no parecía concurrida, de hecho, apenas unas pocas personas miraban libros de las estanterías.

Empujé la puerta, sujetándola del mango frío de metal, que resultó más pesada de lo que esperaba. La presencia de personas todavía era escasa desde la entrada. Un hombre blanco de mediana edad ojeaba los libros en alemán, una chica negra, de cabellos largos y trenzados leía contraportadas en francés. Y, al fondo, dos adolescentes reían por lo bajo frente a lo que pensé que sería la sección de romance juvenil. Desde allí, no me fue posible adivinar dónde se celebraba ese club. Tal vez tendrían un espacio de actos en el interior, donde estarían los miembros.

Pensé que podía acercarme mientras paseaba, a curiosear. No iba a unirme. Era algo descabellado que yo pudiera hacer algo así, pero quería saber cuál era el ambiente. ¿Serían españoles? ¿Latinos? ¿Ingleses aprendiendo español? La idea del club de lectura de la librería International Voices, me pareció atractiva, pero tan solo como algo que observar.

La zona principal estaba repleta de mesas con las últimas novedades y los libros más vendidos, mientras que grandes estanterías, que empezaban en la planta superior y se estiraban hasta el techo de la segunda planta abalconada, cubrían las paredes. Una trabajadora estaba subida a una escalera de madera, y reponía los libros de la parte superior. No pude evitar preguntarme si yo también podría subirme.

«¿Estás loca? Te van a mirar si lo haces».

«Cierto. Deseo de subir por la escalera de la librería cancelado».

Silencio. Apenas se oía el pasar de las páginas.

Avancé hasta el recibidor donde la entrada se bifurcaba en dos pasillos, y al final, adiviné un pequeño espacio con sillas: escondido, tan clandestino como la librería. Fue como adentrarme en un secreto.

Una chica rubia y esbelta, caminaba de un lado a otro con aire preocupado. Tenía la piel clara, pero no era ese tono blanquecino que caracterizaba a los ingleses, sino de un tono crema, casi dorado, como el mío. Habló para sí misma y su voz la delató: era argentina o uruguaya. La verdad es que me costaba diferenciar los acentos.

Nadie vino —Echó la cabeza hacia atrás en un gesto exagerado y se pasó la mano por el flequillo recto que caía sobre su frente—. Tengo que hacer más promoción, sí, eso. ¿Pero cómo? Ya puse mil cosas en redes, hablé con mis contactos, planté el cartel en la librería. ¿Qué hago? ¿Qué mierda hago? ¿Dónde están los hispanos de esta ciudad?

«Está sola. Nadie vino al club. Es tu oportunidad para unirte».

No. Yo no quería unirme. Solo venía a mirar. De hecho, ¿cómo iba a unirme? Seguramente que más gente vendría al club en un futuro, ¿qué haría cuando la librería estuviera a rebosar?

—¡Hola! —me sobresalté. ¿Con quién hablaba esa chica? Miré a mi alrededor, pero yo era la única persona cerca de ella. Sus ojos marrones estaban atentos en mí—. ¡Hola! ¿Hablas español? ¿Te gusta leer?

Okay, era intensa.

—S-sí.

Su rostro se iluminó y volvió a hablar, cambiando de idioma.

Tengo un club de lectura. Aquí... bueno, ahora no hay nadie, pero vendrán. —Echó una mirada apurada a al final del pasillo, donde un hombre joven y moreno parecía acercarse a nosotras. Se desvió hacia una de las estanterías. La rubia suspiró—. O no, vaya desastre.

Se dejó caer en una de las sillas.

Yo... bueno..., ¿qué leéis?

Volvió a animarse ante mi pregunta.

Yo adoro el romance, la fantasía y la histórica. Pero me adapto a lo que todos deseen. Leo de todo un poco.

Son géneros interesantes. A mí también me gustan.

¿Deseas unirte? A mi club, digo.

¿Qué demonios me pasaba últimamente con las lecturas en pareja?

Yo es que nunca he estado en un club.

¡Dale, es muy sencillo! ¡Decidimos un libro al mes y quedamos para comentarlo! El club es cada semana para quien quiera comentar un poco, charlar sobre lo que ya leyó aunque no esté terminado... no lo sé. Tal vez lo organicé de pena.

«No. No puedo. Vendrá más gente. Y no voy a poder hablar. Y...»

Yo es que solo venía a mirar.

Intenté esconder el folleto que me había dado Harald, que todavía llevaba doblado en la mano. Ella se fijó, y esbozó una sonrisa antes de juntar las palmas de las manos.

¡Vos escogés! Leemos lo que vos desees. Por favor. —Poco le faltó para arrodillarse.

«Dios mío. No. No pongas esa presión en mí».

No fui capaz de decirle que no.

Está bien. Vale. Yo... no sé qué leer. Prefiero que escojas tú. Me gustan esos géneros que dices.

Sonrió.

¿Leíste Outlander?

Negué. ¿Nueve libros de mil páginas cada uno? Me daba terror.

No sabes lo que te perdiste, amiga.

¿Pero no íbamos a leer en español? Creo que la autora de esos libros es estadounidense.

Ay, sí, es cierto. Pero me emocioné pensando en Jamie Fraser. No puedo evitarlo —permaneció pensativa unos segundos—. ¿Echamos un vistazo a los libros que hay y decidimos...? ¿Cómo te llamas?

Laia.

Yo soy Emilia. ¡Un placer!

La siguiente hora, fue un intercambio de opiniones sobre libros que ambas habíamos leído, o recomendaciones sobre alguno que la otra no había leído. Al principio me sentí incómoda, pero Emilia tenía un don para romper la tensión, con toda esa energía que flotaba de ella e irradiaba a todas partes. Como nadie vino al club, escogimos una comedia romántica sencilla, que ambas consideramos poder leer en una semana. De ese modo, si alguien se presentaba el siguiente día, podríamos empezar una lectura con los nuevos miembros.

Casi sin darme cuenta, salí de la librería con cuatro libros nuevos, planes para el siguiente jueves y una chica sonriente que enredó su brazo con el mío y me arrastró a la cafetería más cercana.

No repliqué, ni intenté irme. Una parte de mí se sentía rarísima y quería esconderse, pero la otra, estaba contenta.

Emilia pidió un Latte Machiatto y yo un té matcha. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana del local.

¿Te puedo preguntar cómo conociste el club? Me gustaría saberlo porque nadie vino y quizás me ayuda con la promoción. Vi que tenías el folleto en la mano —me preguntó.

—Mi psiquiatra me dio el folleto.

Mi respuesta vino casi de inmediato, estaba siendo más fácil de lo que pensaba. También es cierto, que no solía tener problemas con una persona. Podía relacionarme, podía hacerlo, solo me faltaba creer en mí de nuevo.

—¿Tu psiquiatra? —Emilia pareció extrañada y comenzó a murmurar para sí misma—. ¿Quién podría...? ¡Oh, Dios mío! ¡Voy a besarle los pies a ese hombre! ¿Harald te lo dio? —Se llevó una mano al pecho, dramáticamente—. Creí que iba a ignorarme. Qué mujer de poca fe soy.

Así que se conocían. Recordé que Hal me dijo que lo organizaba una amiga suya de la infancia.

Me quedé callada. No sabía qué demonios decirle, así que me limité a asentir.

—Es un encanto, ¿a que sí? —me preguntó.

—No sé... es mi psiquiatra.

«Ya. Y te lo follaste el otro día. ¿Vas a olvidar ese detalle?».

Mi cabeza tenía que aprender a callarse.

—Ya, supongo que no tienes mucha relación con él fuera de lo doctor-paciente —sonrío—. Lo conocí en el colegio, cuando era pequeña. Es raro que trabaje en un hospital y todo eso. Rarísimo. ¿Le queda sexy el aspecto de doctor?

Me eché a reír y ni siquiera sabía bien por qué.

Es posible —contesté. «¿Qué demonios estás diciendo?».

—Harald es guapo, pero, ¿sabes quien es una maldita obra de arte? Su hermano mayor. Oh, dios mío. Estaré soltera toda la vida por culpa de ese hombre.

¿Es el que tiene un hijo? —sentí que debía explicarme, debido a la expresión de sorpresa que ella mostró—. Mencionó que tiene un sobrino.

—Oh...

—No he visto nunca su hermano. Ni sé como se llama. No sé... no sé quién es.

Se llevó las manos al rostro.

—No sé por qué te conté eso, pero por favor. No le digas a Hal nada sobre lo que dije de su hermano. A nadie. No pueden enterarse.

—¿Te gusta de verdad?

Abrió las palmas de las manos y vi sus ojos tras sus dedos. Esa era la mirada de una chica enamorada.

—Jamás estará conmigo.

—¿Por qué? ¿Por la madre de...?

Frunció el ceño.

—¿Natalie? Dudo mucho que en su sano juicio tuviera algo con ella. Lennart es padre soltero. Su amor y atención son exclusivos de su hijo. No quiere ni le interesa nada más... por no contar que hace meses que apenas hablamos.

—No sabía que era padre soltero.

Recordé que Hal le había preguntado a su sobrino expresamente por su padre. En ese momento no le di importancia al hecho de que no mencionara a su madre.

Esos hermanos tienen muchos dramas. El otro día me enteré de que Hal se divorció, pero no me contó por qué. Rarísimo. Harald trataba a Nadia como si fuera Dios sobre la tierra. No entiendo nada. Ta, ta, ya fue. Me siento como una vieja chismosa hablando de esto. —Frunció el ceño—. Vos sabés algo. Esa cara que pusiste fue rara... ¿Sabés qué pasó?

—No, yo no... no sé. Él... bueno, es cosa suya.

Emilia soltó una carcajada.

¿Qué clase de relación tenés vos con tu médico?

—Creo que es mejor que no cuente nada si él no lo hizo. Y tranquila, no le contaré nada sobre Lennart. Soy una tumba de secretos. Lo prometo.

Emilia sonrió.

—Y sobre el club —continué—, creo que es normal que haya poca gente porque es veintinueve de diciembre. Tal vez, muchos están fuera, viajando a su país para estar con la familia.

Frunció los labios, pensativa.

—Es cierto, no había pensado en eso. Ojalá pudiera estar en Uruguay ahora mismo, disfrutando el verano y no de este horrible invierno.

—Debe ser bonito pasar la navidad en verano.

—Es lo mejor. No podés hacerte una idea. Hacemos asado. No sabés. ¡Ay....! No sabés qué tortura es estar aquí pudiendo estar allá.

—¿Hace mucho que no vas?

—Un par de años. Espero poder volver pronto a visitar a mi abuela y a la familia. Mis papás están aquí, pero el resto están allá. Les extraño.

—¿Creciste en Inglaterra?

Ella asintió.

—Sí. Y ¿sabes lo peor de eso? No me malinterpretes, me gusta estar en el Reino Unido, me acostumbré. Pero, en mis vacaciones de verano era cuando podía visitar Uruguay, pero justo allí era invierno. Empalmé inviernos con inviernos durante años. Terrible. Pero visitar en navidad... Ay, es lo mejor.

Estuve un rato más con ella y para cuando volví a casa, ya era hora de cenar. No me arrepentía de haber escogido dejar para mañana el trabajo que tenía acumulado. No sabía si sería capaz de gestionar un espacio con mucha gente si el club se llenaba de miembros, pero sí tenía ganas de volver a ver a Emilia, quien de hecho, me dio su Instagram para que nos siguiéramos. 

¡Hola! 

Este capítulo es un tanto especial para mí, porque os presento de una forma más personal a Emilia. Me gusta mucho la relación de estas dos chicas y está siendo muy divertido hacer las conversaciones en español, pues quiero que sean lo más realistas posibles. Yo no soy Uruguaya, pero mi mejor amiga sí, y ella me ha estado revisando los diálogos de Emilia, para que estén lo mejor posible. En caso de que veiais algo raro en su forma de hablar, podéis escribirme.  En cuanto al dialecto de Laia, me es mucho más sencillo porque es el mío. 

El español es un idioma muy rico, con tantas culturas a compartir que me fascina. 

¡Mil gracias por leer!

Noëlle Stephanie


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