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Letras en cursiva: pasado.

El conocimiento de estar despierto llegó en conjunto con el olor a podredumbre del lugar donde se encontraba.

Gimió levemente ante el inminente entumecimiento de su maltrecho cuerpo.

Aun sin abrir sus ojos, sabía que no tenía salvación alguna.

La desesperanza se había convertido en su mejor amiga durante toda la estancia en ese pútrido recoveco alejado de la gracia de “Dios”.

Una oscura carcajada provino de lo profundo de su interior.

—“Dios…” —Murmuró entre dientes, sintiendo su garganta lo suficientemente pastosa y dolorida como para volver a pronunciar otra palabra.

Justamente su fe y sus creencias eran las que le habían traído a este trágico desenlace.

Abrió sus orbes lo necesario para notar que todavía se encontraba en el medio de la madrugada, a salvo en la oscuridad que las tinieblas le proporcionaban.

No tenía escapatoria.

No tenía esperanza ni salvación alguna para su inminente destino.

Ya había perdido la cuenta de cuantos días habían transcurrido desde su llegada a esa celda, los límites de un comienzo se habían difuminado, dejándole tan sólo con leves recuerdos de su llegada.

En un comienzo se había preocupado, había llorado hasta prácticamente quedarse sin lágrimas, había suplicado a sus captores que le regresaran a su hogar, que no diría una palabra alguna a su familia de todo lo sucedido, a lo que estos simplemente rieron ante su propuesta.

—Niño, ¿Realmente crees que tus padres no saben dónde te encuentras? — Había pronunciado uno de los sujetos.

—Calla, — Intervino otro. — No debes hablar con él, — Ordenó. —Es el demonio quien pone esas palabras en su boca.

Al principio, JiMin no entendía a que se referían exactamente con esas declaraciones. ¿De qué demonio hablaban?

¡Él no estaba poseído por ninguna maldita entidad!

Pero ninguna palabra pudo hacer efecto ni tampoco pudo evitar el sinfín de diversas torturas que había recibido por parte de sus captores.

“Hermanos con la sagrada voluntad del fuego”.

Sujetos que habían sido “bendecidos” con el poder y la obligación de expulsar todo tipo de demonios de los corderos de Dios. Ellos eran los encargados de mantener los jardines del Edén de su señor, libres de cualquier impureza que pudiera amenazar su paraíso.

Su misión era mantener protegido el legado de su señor sobre la tierra.

Palabras, palabras y palabras, con las que JiMin se había cansado de escuchar lo que en verdad eran estúpidas justificaciones para la crueldad de los hechos que llevaban a cabo día tras día.

Todas sus acciones eran en “nombre de Dios”, pero él jamás había pensado que un ser todo poderoso, alguien que durante toda su vida le habían enseñado que sería quien les acobijaría siempre que tuvieran frio, les alimentaría cuando sintieran hambre y les protegería de cualquier abismo, sería el mismo verdugo que dictaría su sentencia.

Al inicio, JiMin se había preocupado de realmente tener un demonio que estuviera acechándole en el interior de su cuerpo.

Se había pasado noches en vela rezando, pidiendo a un ser celestial que lo rescatara del tormento de la oscuridad, rogando para que su alma fuera tomada de las garras de las tinieblas, anhelando que sus “hermanos” en fe pudieran ayudarle a expulsar cualquier indicio de maldad.

Eso creyó los primeros meses de su cautiverio.

O al menos eso había intentado, hasta que un día, el velo con el que sus ojos eran tapados fue quitado de su vista, en donde en el abrazo de la penumbra, todo se volvió claro como su maltrecho reflejo en el agua.

¿Bajo qué criterios una persona podía ser salvada mientras que otros eran condenados en los ardientes fuegos del infierno?

¿Qué era lo que dictaminaba que eras digno o no de la gracia de Dios?

¿Sería tu color de piel?

¿Sería el lugar donde habías nacido?

¿Se trataba de cuantas horas le dedicabas a tus oraciones por día?

¿Dependía sí eras hombre o mujer?

¿Tal vez refería a la composición de tu ADN?

Por más horas que le dedicara al pensamiento, a la persecución de ideas en torno a qué lo habían hecho indigno del reino celestial, poco merecedor de la protección divina de su señor para haber caído en las garras del demonio, del que todavía no era consciente que tuviera arraigado en su interior, ninguna explicación llegó a su mente que justificara los verdugones en su piel, los desgarros de sus músculos, la mugre en la que se veía envuelto, la pérdida de su paz, la incapacidad de soñar con un destino diferente al actual.

Ninguna idea había venido a su mente, salvo un hecho que fue tatuado a fuego lento en su lo profundo de su alma.

Dios no existía.

Dios tal y como toda la vida se lo habían enseñado no era más que una vil mentira que los pobres e ilusos creían para llenar el vacío existencial de sus vidas.

“Dios” no era más que un tonto cuento que las personas utilizaban para justificar los designios de su vida, atribuyéndole el poder a un supuesto ser superior que tenía el dominio sobre las cosas de su vida de los que ellos no eran capaces de poder manejar por sus propios medios.

Dios era una escapatoria que utilizaban los débiles para poder creer en que sus miserables vidas cambiarían, que la esperanza de un día mejor llegaría gracias a un ser divino.

Dios no era más que una mera ilusión, un invento de la humanidad para poder continuar con el vacío existencial de sus vidas, una mera entidad que surgía cuando una incógnita de su vida no tenía respuesta alguna.

Dios existía para ellos cuando no podían poner en palabras la razón del ser del hombre mismo.

Dios para él, había muerto en el instante en el que había dejado que se pudriera entre sobre sus propios desechos.

Le había dado la espalda a su Dios en el momento en que los días de una vida diferente se habían borrado de sus memorias.

Si Park JiMin no era digno de la gracia de Dios, entonces Dios había perdido para siempre uno de sus más fieles seguidores.

Un grito de dolor se escuchó por fuera de su cubículo, erizándole la piel.

JiMin sabía que él no era el único en ese lugar.

Tenía consciencia de que eran demasiados como para mantener varias “granjas” pero no los suficientes como para alertar a los demás habitantes de la tranquila comunidad.

Ya ni siquiera se esforzaba por enunciar palabras, tan solo dejaba que hicieran lo que quisieran consigo.

En su interior no existía ni la sombra de lo que una vez había sido.

Kilómetros a distancia había quedado el risueño joven de cabellos castaños que disfrutaba de la vida en su comunidad, ya casi no quedaban vestigios del dulce hijo que sus padres habían educado, y ni hablar del mejor amigo que había sido alguna vez.

TaeHyung.

El sólo pensamiento hacía que su corazón doliera.

Peor que cualquier paliza que pudieran darle, aún más doloroso que cualquier tortura que pudieran hacerle a su cuerpo, el recuerdo de su amigo y la preocupación por su integridad era lo que más le carcomía por dentro.

—Pss…— El castaño ignoró el murmullo que provenía de la celda contigua. Otro ruido se hizo presente, sin causar ningún tipo de modificación en su porte. —Oye. — Le habló una voz. — Sé que puedes escucharme.

Sí.

Lograba escucharle perfectamente, pero no había nada en este mundo que lo motivara para responderle. Además, ¿Cómo demonios tenía fuerzas para continuar hablando?

El entendimiento llegó demasiado rápido.

Ese sujeto tenía pocos días en ese agujero.

Todavía no se había resignado a que pasaría allí hasta el resto de sus días, ya que no había cura alguna ni un final distinto para ellos.

—Oye. —Insistió. —Vamos, ¡Estoy jugándome el pellejo al hablarte! —Continuó. —¿Será que no quieres salir de aquí? — A pesar de sus intentos, su cuerpo respondió más rápido de lo que Park pudiera razonar — ¡Eso pensé! — Esbozó feliz de haber logrado causar algún tipo de reacción en el joven que se encontraba a pocos metros de distancia. —Tengo un plan, muchacho. —JiMin no pudo evitar resoplar al escuchar aquello. —Si, di lo que quieras pero mis días aquí están contados.

El castaño continuó en silencio, pero esta vez se tomó el esfuerzo de tratar de enfocar la figura en frente suyo.

Allí se encontraba otro joven que debía oscilar su edad, cabellos oscuros, ojos color avellana y una capa de mugre y sangre rodeando su cuerpo.
—Soy Kim MinSung. —Levantó su mano en señal de saludo.

JiMin mantuvo su silueta estoica hasta que desvió la mirada.

Durante unos momentos, MinSung creyó que su compañero continuaría aplicando la ley del hielo, sin embargo terminó por equivocarse.

—Park JiMin. — Respondió en un susurro.

El Kim tuvo que hacer un gran esfuerzo para lograr escucharle, primero por lo bajo que había hablado, y segundo por que uno de los efectos de las golpizas que había recibido en estos últimos días, le habían dejado una gran disminución auditiva.

—Un placer, JiMin-ah— Respondió emocionado de por fin poder compartir unas palabras con alguien que no fuera parte de los malnacidos que le habían retenido en contra de su voluntad. JiMin asintió a sus palabras, mientras continuaba abrazando sus rodillas contra su pecho bajo la atenta mirada de MinSung. —¿Hace mucho que estás por aquí? —Preguntó, buscando poder continuar hablando con el joven.

Una mueca se formó en el rostro de JiMin, demostrando que sus sospechas eran correctas. — El suficiente como para saber que no tienes escapatoria. — Aclaró.

—Entiendo. — Aceptó el joven de cabellos oscuros. Entendía que el castaño había perdido cualquier tipo de esperanza sobre salir de ese asqueroso lugar. Tal vez incluso JiMin llevaba más tiempo del que el podría imaginar, pero no por eso se daría por vencido. Todavía tenía toda una vida por vivir, sueños que cumplir por fuera de esa maldita comunidad que tanto le había dañado. — De todas formas, eso no quita que planeo fugarme de aquí. — El muchacho se aferró a la cruz que llevaba encima, gesto que no pasó desapercibido para el Park.

—¿Aún sigues creyendo? — Preguntó con genuina duda, dejando que la rabia traspasara su voz.
En un principio, MinSung no logró comprender a lo que el castaño se refería hasta que éste le hizo una seña hacía su collar. El Kim no tardó en largar una gran carcajada al respecto.

— ¿En esta mierda? — Preguntó de manera oscura. —¡Como un demonio! —Esbozó con euforia. — Esto. — Señaló su cruz. —¡No es más que un mero recordatorio de que mataré a todos los bastardos que me encerraron aquí, y que prenderé fuego toda esta maldita ciudad! —Un oscuro brillo se presentó en su mirada, y sí JiMin le hubiera conocido un tiempo atrás, habría alegado que ese joven se encontraba poseído por el diablo.

En ese instante en particular, JiMin hasta se ofrecería a llevarle el combustible para incendiar todo el lugar.

— Aún así, no entiendo cómo es que dices que saldré de aquí.

MinSung sonrió de oreja a oreja al oír aquellas palabras. — No es un cómo, es un quién más bien, querido saltamontes. — Anunció. — Esto — señaló su cruz — Es sólo un medio para un fin, — Se la mostró a la distancia— Pronto, su verdadero dueño regresará por esta chuchería.

JiMin negó, pensando que su compañero de celda era demasiado positivo para su bien. Internamente pidió para que el sujeto pudiera comprender en lo que estaban metidos antes de que fuera demasiado tarde para ambos.

El tiempo había transcurrido más rápido de lo que cualquiera habría podido pensar.

Al poco tiempo de compartir tiempo con MinSung, Park había aprendido demasiadas cosas el otro, principalmente sobre la persona que vendría a “rescatarle”.

JiMin sólo asentía, incapaz de poder decirle la verdad sobre que ambos estaban completamente solos y abandonados a su desgracia, sin que nadie pudiera evitarlo.

— JiMin-ah. — Le habló, —¿Cuánto tiempo crees que llevamos aquí?— Preguntó.

—¿Realmente importa? — Respondió a secas.

MinSug asintió, mirando a la lejanía que la poca claridad podía devolverle.

— Quien sabe.

— Eso pensé.

—Pero...— Se apresuró a responder— Hoy será un día diferente, JiMin-ah.— Aspiró el asqueroso olor que los rodeaba.— Lo presiento.

Unas voces lograron escucharse a lo lejos, alertandoles de la llegada de los sujetos encargados de sus torturas personales.

— Aquí vamos de nuevo...Señaló, preparándose para lo que venía.

— Ten.— Se quitó se cruz y se la lanzó prácticamente a sus pies.— A ti te servirá más que a mí.

—MinSung.— Le llamó con terror.

—Descuida, — Murmuró tranquilo.— Todo estará bien, confía en mí. — Park tragó grueso, incapaz de creer en sus palabras, algo que no pasó desapercibido para el contrario.

—No... — JiMin tomo la cruz entre sus manos, apresurandose hacia los barrotes.

—No olvides lo que te dije.— Le recordó. — Puede que a mí no me haya funcionado, pero estoy seguro que tú podrás conseguir lo que estás buscando.

— Para eso tendría que salir de aquí primero...— Murmuró nervioso. MinSung desde el primer momento le había parecido un delirante pero esto ya rozaba la completa locura.

— Tú pide y tendrás, JiMin-ah. —El joven le regaló una sonrisa para luego voltear hacia donde venían sus captores.—  Oigan ustedes, — Les llamó la atención — Justo estaba pensando en quienes serían los más grandes maricas del universo, y ¿Saben qué? —Les mostró el dedo del medio— Sólo me vino a la mente su imágen, chupa vergas.

JiMin no supo que había estado conteniendo la respiración hasta que fue consciente de la gran golpiza que su compañero de celda estaba recibiendo, sin imaginarse que sería la última de todas.

Definitivamente algo había ocurrido, cualquier tipo de límite había sido cruzado y la impunidad con la que se manejaban esas personas, se estaba acabando.

Tanto así, que JiMin jamás se espero encontrarse con el causante de todos sus males en el mismo agujero en el que había estado durante tanto tiempo.

— Park JiMin. — su voz sonaba rasposa al nombrarle, cómo sí su nombre le produciera asco al salir de su boca.— ¿Qué estarías dispuesto a hacer para terminar de expulsar al diablo de tu cuerpo, y volver con tu familia?

En ese preciso instante, el joven comprendió que tenía en frente al mismísimo demonio y que estaba a punto de negociar con él.

—Hermano, — Un sujeto se acercó de entre la multitud. — Agradezco al Señor la salud que me otorgó en este día para haber podido presenciar esas palabras tan hermosas.

JiMin asintió hacía los elogios del recién llegado. —Hermano WooJin, ¿Cómo se encuentra estos días? — Preguntó con una amable sonrisa.

—Ya sabe, joven. — Respondió de manera cansada. —La edad no llega sola, y con ella, este viejo cuerpo no hace más que causarme problemas. —Suspiró. —Pero debo agradecer que la luz del Señor me ilumina para poder levantarme todos los días de la cama.

—Es cierto, WooJin-Nim. — Mencionó de forma respetuosa. —Tiene toda la razón del mundo.

—Me reconforta saber que nuestra iglesia se encuentra en manos de jóvenes tan prodigiosos y devotos de las santas escrituras. — Agregó. — Me deja muy tranquilo saber que alguien como usted, Park JiMin, será quien ayude a guiar a las nuevas generaciones.

El castaño le regaló su mejor sonrisa fingida, aquella en la que había trabajado en armar durante tantos años a lo largo de toda su existencia.

—¡Por supuesto que sí! —Intervino un recién llegado.

—Pastor Kim. — Saludaron ambos con un asentimiento, a lo que este respondió de igual manera.

Las alertas se encendieron en su mente, mientras que un escalofrío subía por todo su cuerpo al sentir como la mano del sujeto se posaba sobre su cintura.

— JiMin-ssi es un modelo ejemplar para todos los adolescentes de la comunidad. —Halagó. —No podría encontrar mejor reemplazo para cuando ya no me encuentre en este plano, sino en el reino de los cielos con nuestro adorado padre.

—Amén. —Respondió WooJin, mientras que el Park asentía, tratando de disimular el asco que ese ser generaba sobre su persona.

—JiMin-ssi. — Le llamó. — ¿Cómo se encuentran tu esposa e hijas?

El castaño pudo notar como la oscuridad pasó durante unos segundos en la mirada del recién llegado. Park hizo todo su esfuerzo para que ni un ápice de su colera se trasluciera.

Una vez, Kim JiHoon, había utilizado lo que más amaba para poder corromperle.

La única solución que JiMin había podido encontrar, fue apartar a la persona que más había adorado lejos de toda la inmundicia de la comunidad, ganándose la ansiada libertad por parte de sus mayores captores.

Lastimosamente, el destino era cruel, y parecía haberse ensañado con su persona.

Otorgándole lo que siempre había deseado, con quien menos lo había esperado.

Nuevamente, parecía ser que su destino estaba sobre las garras del pastor que gobernaba su comunidad.

La mención de su familia, algo que nunca había pedido, sino más bien que le había sido impuesto, según designios divinos producto de "sueños" que el Kim había tenido, en donde Dios le había encomendado la bendición de unir a Park JiMin con su esposa, Wang Lissana.

O al menos, esa había sido la explicación que el líder espiritual les había dado a sus padres y a toda la comunidad, hacía unos años atrás.

El castaño una vez más, había sido obligado por el pastor a contraer matrimonio con alguien a quien no había visto más de dos o tres veces en toda su vida.

Aún recordaba el último día que pasó en su asquerosa celda, momento en el que el pastor se había presentado ofreciéndole la redención ante sus impudicos actos.

JiHoon le había ofrecido la posibilidad de escapar de ese lugar, con la bendicion de conseguir una mujer digna que le ayudara a olvidar los demonios de la homosexualidad.

En ese instante, JiMin comprendió el porqué de su encierro, la causa de todas  las torturas que había recibido.

Kim JiHoon había descubierto que lo que había entre su hijo y él, era mucho más que una simple amistad.

Park podría haberle maldecido una y mil veces, podría haberle mandado al demonio una y otra vez, y sin embargo, tanto tiempo a solas, le había dado la templanza suficiente como para descubrir que la venganza era un plato que se comía frío.

Que su momento llegaría cuando sus enemigos menos lo esperarán.

Que todos los que alguna vez le habían dañado, pagarían con creces todo el daño que había sufrido.

Por su parte, JiHoon continuaba inspeccionando al joven que tenía en frente, buscando cualquier indicio de alarma.

JiMin había sido una oveja rebelde a la que le había llevado demasiado tiempo en amansar y doblegar a su voluntad, pero no hay mal que dure cien años, por lo que JiHoon tuvo la paciencia suficiente para poder poner sus garras encima del joven a quien había prometido destruir.

Años atrás, con la fuga de la escoria de su hijo, el pastor se había quedado sin nada con lo que extorsionar al menor.

Quien nada tenía que perder, nada debería temer.

No era tonto para saber que un desviado cómo Park, jamás podría tener algo con la bella muchacha a la que le había esposado, por eso, tuvo que aconsejar a la joven sobre como cumplir con sus deberes maritales.

Tan solo hizo falta que JiHoon le susurrara ideas como que un “matrimonio no consumido, no era un matrimonio a los ojos de Dios”, para que Lissana tuviera miedo acerca del los castigos de vivir en pecado.

Al poco tiempo, la joven había logrado utilizar sólo el universo sabía que artimañas para lograr meterse bajo su cama y quedar embarazada, asegurandole al Kim, tener otro elemento de amenaza al Park.

— Perfectamente, pastor. — Respondió con una ensayada sonrisa. — Lissana se quedó preparando unos aperitivos para el encuentro de la tarde, — Explicó serenamente — Ambos esperamos verlo más tarde.

Los hilos del destino habían comenzado a moverse desde el momento en que Kim JiHoon le había encerrado para ser usado y abusado, su alma había quedado rota y corrupta, pero aún así, había logrado escarbar su propio túnel de salida.

Esa sucia comunidad llena de hipocresías y mentiras, colmada de falsedades, lavados de dinero y sucios secretos, se quemaría hasta los cimientos.

Y Min YoonGi le ayudaría a destruirlos.

😱😱😱😱
Ahora muchas cosas van a comenzar a cobrar sentido, ¡Perdón sí al comienzo todo era confuso!
Cada vez vamos a ir revelando más y más detalles, y también falta que muchas personas especiales entren en escena 🙈
Perdón la demora, quería subir este capítulo hace mucho!
Gracias por leer chiquis, les adoro completamente!
Y fundamentalmente gracias por apoyarme, ya estamos muy cerquita de llegar a los 5K ayy
Les dejo muchos besos, les amo!

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