Solamente te miré y tú sonreíste.

Esa sonrisa debería ser ilegal, lo digo enserio, el impulso que tuve de acercarme a ti y morderte las mejillas fue enorme.

Y me devolviste la mirada y se sintió como un gran torbellino.

Santa madre del señor Jesucristo, sentí mis piernas temblar y tuve que recargarme en uno de los bancos para no caer.

Un gran torbellino emocional.

Me despedí de ti con una leve reverencia, tome mi mochila y salí a tropezones de la habitación.

Durante los siguientes días empezamos a hablar y con cada palabra empecé a enamorarme más y más y más de ti.

Descubrí que eras maestro de uno de mis hermanos, para ser exactos Suni, así que bueno era inevitable hablar contigo de vez en cuando y con eso estoy refiriendome a todos los días.

Eras tan ocurrente y encantador.

La primera vez que salimos a platicar, fuera de las instalaciones del intituto, me llevaste a un Mac Donalds, eras tan gracioso y me restregabas en la cara lo bueno que eras hablando Inglés. Ya que desde que descubriste que no era para nada bueno en ese idioma siempre te burlabas de forma gentil de mi.

Me enamoraste.

Sabía que lo lograrías, ya que desde la primera vez que te vi, caí rendido a tú pies.

Me hiciste reír.

Cada vez que "sin querer" el autocorrector te jugaba una de las suyas y terminabas diciendome millones de tonterias.

Me hiciste sonrojar.

Con cada cumplido que me dabas y con aquellos te quiero que se te escapaban y decías que lo olvidara.

Nadie podía competir.

Nadie era más inteligente que tú, más apuesto, ni siquiera tus hoyuelos se podían comparar con el de ningún otro.

(Nadie podía competir).

Nadie me había hecho sentir de la manera en la que me siento cuando estoy contigo, cuando te tengo cerca y me haces mimos.