↬ Matrimonio
Resumen: John y Alexander deciden casarse.
Palabras: 9026
Advertencias: Fluff / lemon / John nunca se caso con Martha, ni tuvo a Frances.
14 de diciembre de 1778
Estaba emocionado, su Jack regresaba ese día de ver a su padre en Filadelfia. Recordó como le hablo de que por fin Washington le dio permiso y como Henry también estaba impaciente por ver a su hijo mayor, además de que si no mal recordaba ya se cumplía un año desde que fue elegido presidente del Congreso; los cuales estaban pasando por algunos problemas como los de Lee y Silas Deane, quien se atrevió a publicar un artículo contra el Congreso. ¿Qué le pasa? Eso hizo que Henry renunciara hace semanas o eso había escuchado de Meade. Observó el documento que tenía en su escritorio, aún maldecía a la prensa por no publicar su réplica contra Lee que John le pidió amablemente escribir. ¡Le había quedado increíble! Y se la rechazaron por quien qué razones estúpidas.
La cabaña se sentía tan vacía sin su querido Laurens que le hiciera compañía con sus besos cálidos cuando debía escribir, hasta esa tarea le aburría si no tenía una distracción válida para no continuar. Extrañaba acostarse en la cama del mayor entre sus brazos para soportar el invierno en Valley Forge.
Tanto estaba aburrido —y en contra de Charles Lee— que convenció al Baron Von que retará a un duelo a ese hombre, así seguro se callaría la boca contra Washington la próxima vez y dejaría de decir cosas que no eran ciertas.
Coloco su mano izquierda sobre su mejilla jugando con la pluma y tinta pensando en que redactarle a su amante, no sabía cuándo volvería. Le hubiera gustado acompañando y conocer a su suegro, pero por desgracia no se podría presentar de esa manera para decirle: ¡Buenas tardes señor Henry! Soy el amante de su hijo, un gusto, Alexander Hamilton. Y aunque quisiera, Jack seguro lo mataría antes de abrir la boca porque se conocían muy bien.
—¡-milton! ¡Hamilton! ¡Teniente coronel Hamilton!
Dio un pequeño salto al escuchar la voz de Tilghman, no esperaba que alguien entrará. Giro su cabeza hacía el hombre, parpadeando confuso.
—Discúlpame Tilgman, estaba pensando en cosas de la guerra. ¿Qué se te ofrece?
—El teniente coronel Laurens ya llegó.
Sonrió levemente, aunque por dentro estaba desbordando de alegría. Asintió y acompaño hacía la cabaña del general para ver a John, le gustaría correr y saltar hacía él enroscando los brazos en su cuello sin importarle si podía caerse al suelo. Cuando ambos aide-a-camp llegaron a la entrada, ahí estaba su bello hombre con su cabello rubio recogido en una coleta con un poco de polvo blanco que ya no se notaba y sus bellos ojos azules como el cielo que jamás deja de ver. Si tan solo tuviera el talento de su amante, por supuesto que haría miles de retratos de Laurens solo para verlos todo el tiempo.
—Es un gusto volver a verlo, Hamilton —no le gustaba cuando lo llamaba así, pero estaban en público.
—Lo mismo puedo decir, Laurens ¡Es agradable tenerlo devuelta en el campamento!
Volvió a desconcertarse para ver como John hablaba y reía con Meade, mientras tanto él fue a hablar con Mchenry hasta que sea de noche y puedan volver a sus lugares y dormir, porque ya no podía esperar a hablar con Laurens a solas de forma intima, anhelaba tanto el cuerpo de su rubio contra el suyo de forma sexual y no sexual.
Horas más tarde cuando todos cenaron y hablaron lo necesario, cada quien se retiró a dormir a su cabaña respectiva con su compañero. Tanto él como Laurens fueron a la suya, al entrar y cerrar la puerta; no pudo esperar a tirarse a los brazos de su amante. Siempre que partía a cualquier lugar, lo extrañaba de sobremanera, ya era horrible tener que ver sus deseos de morir en cada batalla solo para convertirse en un mártir de guerra y ser recordado por las futuras generaciones.
—Te extrañe mucho, Jack —dijo al mismo tiempo en que se separaran. Hundió su cabeza en el pecho del mayor. Podía escuchar los latidos del corazón de John, tan calmados y a un ritmo pausado; era como una dulce melodía donde le recordaba que lo amaba y era su único.
—Solo fueron unos días, mi querido niño —el rubio acarició sus cabellos rojos con su tersa mano, enredando sus dedos al tocarlo.
Decidieron por voluntad propia y en silencio quedarse en esa posición, olvidando el mundo exterior que los obligaba a no poder amarse por considerándolo un pecado capital. Para ellos, era simplemente hermoso. La paz y tranquilidad que obtuvieron jamás lo reemplazarían por nada del mundo. Para Alexander, estar con su Jack borraba aquel recuerdo de su pasado y odio a la humanidad.
Desearía poder compartir más momentos de esa forma, donde ambos siempre estén unidos olvidando que hay una guerra que los perseguía constantemente. En parte agradecía aquel conflicto bélico, ya que sin este posiblemente no conocería a su amante o quizás era gracias al Huracán que permitió que pisara el suelo neoyorquino.
—¿En qué piensas? —preguntó John apartándose levemente, inclinando la mirada. Él le sacaba una cabeza, nunca admitía en voz alta que le gustaba empinarse para alcanzar sus rosados labios—. ¿Hice algo que te molesto?
Soltó una suave risa.
—Claro que no, mi querido Laurens —agarró su mano. Si comparaba ambas extremidades sabía que había una notable diferencia de tamaño, algo que le encantaba mucho. John podía tocarlo y se sentiría protegido.
Jalo al rubio a su cama, quería acurrucarse contra él y susurrarle sonetos de amor, donde le recordaba a John que se pertenecían tanto en corazón como en alma. Muchos lo llamarían loco por creer que la persona que conoce desde hace un año es el amor de su vida; y no lo negaría porque hasta él mismo lo piensa a veces. Solo que ver a Jack a los ojos es como si le dijera que estaban destinados. Como si fueran almas gemelas.
—¿Qué tal está tu padre?
John sonrió y beso su frente. Alexander apoyó su cabeza contra el pecho del contrario.
—Está bien. Un poco molesto por lo que hizo el Congreso —respondió, chasqueando la lengua— Pero fuera de eso, todo tranquilo.
Alexander sabía que la relación entre Jack y el señor Henry era agradable. Si bien, no toleraba que fuera esclavista, al menos se preocupaba por su hijo. En cada oportunidad que John le escribía para pedir algún objeto, se le era concedido.
A él le gustaría que su padre se preocupará de la misma manera.
—También rete a el general Lee a un duelo —le comentó John, como si nada. Con los ojos observando el techo como si fuera lo más preciado del universo.
Dios, por favor te ruego que los cañones ya me taparon los oídos y escuche mal, pensó.
—¡Jack! —se enderezó para mirarlo. ¡Y estaba como si le dijera que encontró un ave azul en el bosque!— ¿Por qué retaste a Lee a un duelo?
—Mi querido niño, lo hice porque estaba hablando calumnias contra el general. Yo sé perfectamente lo que paso en la batalla de Monmouth.
—El juicio y la carta que me pediste, eran suficientes —contrataco Alexander—. Si bien ese hombre se lo merece, no quiero que te pase algo.
John suspiro y se enderezo.
—Uno, no soy un niño. Dos, el ensayo que tú mismo redactaste ni siquiera apareció en la prensa —sus ojos se movieron hasta el escritorio donde descansaba aquel papel—. ¿Crees que iba a permitir su desprecio?
Alexander mordió el interior de su boca sin poder refutar aquello. Decidió rodear el cuerpo de John y volver a apoyarse en su pecho. No le agradaba la idea del duelo, pero no podía hacer nada para impedirlo.
—Quiero ser tu segundo ¿Cuándo es? —alzó la mirada, besando su barbilla. Le comenzaba a crecer barba a John y producía cosquillas.
—Emití el desafió el 3 de diciembre, exactamente el día que apareció su publicación. Lee propuso el duelo para que volverá al cuartel y él se recupera de las heridas que tiene.
Asintió y no dijo nada más. Comenzó a tener sueño, usualmente se quedaba escribiendo cartas hacía el Congreso; sin embargo, quería pasar todo el tiempo posible con John. Bostezó y las grandes manos del rubio acariciaron su espalda de forma suave. Cerro los ojos poco a poco, estar entre los brazos de su Jack le gustaba.
No paso mucho tiempo para que Alexander se quedará dormido. Laurens sintió la respiración pausada y decidió dormir, fue un día muy agitado.
15 de diciembre de 1778
Alexander podía ser un idiota sí se lo proponía.
Hasta ahora no comprendía como llego a aquella conclusión que rondaba en su cabeza. Era una locura si lo analizaba bien, pero no se iba a arrepentir de aquello. O espero estaba.
Salió de New Jersey en la mañana, si llegaba a tiempo a New York podía volver al anochecer al campamento. En su mente le agradecía a Lafayette por interceder con Washington para que lo dejará irse a hacer banalidades por un día sin la necesidad de dar una explicación completa.
Debería comprarle algo al Marques. Aún debo explicarle mi plan completo, pensó mirando la ventana del carruaje. Sabía que se aproximaba invierno por el frío. Extrañaba los brazos de su amante para que le propine calor. Ahora que recordaba, ¿Laurens sospecharía del porqué abandono el campamento de esa manera? Rogaba que no.
Decidió dormir un poco en lo que llegaba a su destino.
No paso mucho tiempo cuando el cochero se detuvo y le aviso que habían llegado a New York. Le pago y bajo del carruaje, notando como la tarde se hacía presente. Debía ser rápido y comprar lo que necesitaba.
Las calles estaban llenas de soldados británicos. Ajusto más su bufanda e ignoro a todo aquel que fuera casaca roja, no deseaba meterse en problemas por el momento. New York era increíble, extrañaba caminar de forma tranquila por sus calles haciéndole algún recado a Beth —a quien no le envió ninguna carta preguntando por cómo estaba— o cuando se matriculo para estudiar en King College antes de que estallará la guerra. También no sabía nada de su buen amigo Robert, se recordó escribirle con frecuencia.
Llegó a la joyería. Era grande a simple vista, su fachada era de un color marrón con letras doradas formando el nombre. Empujó la puerta y en el mostrador, una señora de edad lo recibió con una cálida sonrisa. Sus ojos purpuras buscaban algún objeto que le agradará.
—¿Algo en especial, joven? —le preguntó la señora.
—Me gustaría comprar un anillo de oro —sacó el dinero de su bolsillo y se lo extendió—. Quiero lo mejor, es para mí... amada.
Notó que sus ojos —unos muy negros— adquirían un brillo y dijo que esperará un momento. Alexander asintió, a lo que ella dio la vuelta e ir a una puerta al fondo del lugar. Rogo a Dios que no se demorara mucho, no quería llegar al anochecer a New Jersey. De pronto, la señora volvió agarrando una cajita entre sus arrugadas manos.
—Estuve buscando uno que se ajustará a su dinero y creo que este le agradará a su amada —se lo entregó, Alexander abrió la caja y se maravilló—. Estoy segura que le encantará, es un consejo de mujer a mujer.
John no era mujer. Carecía de todo para ser definido de forma femenina. Incluso él era que terminaba gimiendo su nombre entre las almohadas.
—Seguro que le encantará —sonrió—. Muchas gracias.
Como efectuó el pago anteriormente, guardo la caja el bolsillo de su saco. De esa forma esperaba no perderlo.
—¿Y cómo es ella? —pregunto ella.
Sus pecas adquirieron un tono rojizo.
—Es rubia, de ojos azules y muy hermosa. Es el amor de mi vida.
Al pronunciar eso, se despidió y salió de la tienda.
—Je peux savoir ce que tu as acheté, ¿mon ami? (¿Puedo saber qué has comprado, amigo mío?) —preguntó Lafayette, una vez llego al campamento.
Alexander por un momento esperaba que fuera recibido por John de forma romántica. Sin embargo, conocía a su amante y posiblemente este en el bosque entrenando o dibujando.
—Une surprise pour Jack. (Una sorpresa para Jack)
Respondió. Tragó saliva.
—Quiero pedirle matrimonio a John —pudo ver como el marques abría sus ojos más de lo normal.
—¿Matrimonio...? —inquirió— ¿Cuándo se te ocurrió esto, petit lion?
—Ayer.
Sintió la mirada de Lafayette juzgándolo. Era una mala idea y lo sabía, usualmente las bodas se planifican con meses de anticipación, no obstante, había trabas en el suyo como para demorarse en planes absurdos.
Uno; estaban cometiendo sodomía. Si alguien se enteraba de su plan ya estaba visualizando la soga en su cuello. Además, no quería que, por su estupidez, John saliera perdiendo y muriera de esa manera. Donde lo recordarán por alguien que cometió una abominación en vez de recordarlo por sus grandes logros. Él no importaba. John sí.
Dos; el dinero. Si bien suponía que Henry Laurens en un mundo donde la relación entre él y su hijo no fuera ilegal, pondría todo el dinero —que era a base de vender esclavos— para que John tuviera la mejor boda. Algo que no lo terminaban de convencer, era de esos que prefería conseguir todo con su esfuerzo o eso aprendió cuando su madre falleció.
Tres; el mismo John. Jamás negaría que Laurens lo amaba, pero nunca se conoce realmente a una persona, y llevaban saliendo menos de un año. ¿Cómo podía decir que estarían juntos toda la vida? Conociendo a John, la muerte era una digna rival en alcanzar sus afectos.
—¿Estás seguro de esto?
—Si —afirmo—. Necesitaré tu ayuda.
Lafayette se emocionó y sonrió.
—Bien sûr! (Por supuesto) ¿Qué tengo que hacer?
—Ser mi padrino y quien lleve las flores.
El francés alzó una ceja, bajando la otra. Chasqueo la lengua y se cruzó de brazos esperando una explicación.
—No hay mucho presupuesto para las personas. El sacerdote deseo que sea el Baron Von y el padrino de John; Benjamín.
—¿Tienes todo pensado?
—Algo así.
Rascó su cabello con nerviosismo. Estaba planeando todo y ni siquiera tenía la aprobación que su Jack para hacerlo. Mordió su labio inferior, era ahora o nunca cuando hacía la propuesta.
—Voy a ver a mi querido Laurens, luego a la tienda del Baron.
—Bonne chance, petit lion!
Necesitaba toda la suerte del mundo.
Frente a la puerta donde se quedaban, Alexander tragó saliva. No sabía si entrar o darse la vuelta para huir a Nevis otra vez. Solo era una pedida de mano, nada fuera de otro mundo. Algo normal entre personas que se amaban y que no están enfermos, se recordó.
Entro a la cabaña, encontrando a John frente a su escritorio. Seguro estaba escribiéndole una carta a su padre, no quiso molestar y camino a su cama.
—¿A dónde fuiste? —aún sentado, John quiso saber—. Lafayette dijo que saliste a algún lugar por algo en especial.
Tendría que ser ahora en vez de nunca.
—Mi querido Laurens —lo llamó, jugo con sus manos. La caja seguía en su saco—. Fui a New York para conseguir ahora para ti.
Eso capto la atención de John quien dejo la pluma en la tinta. Se volteó de la silla, alzando la ceja. Alexander estaba nervioso, estaba sudando sin darse cuenta y sería asqueroso si pedía matrimonio así.
—¿Qué sucede, mi querido niño? —John frunció el ceño—. Te noto raro, ¿Sucedió algo con el general?
Negó con la cabeza. Suspiro y le pidió que se sentará en la cama. Laurens, de forma confundida lo hizo. Dentro de sí, tenía miedo de que Alexander le dijera que ya no quería ser su amante y lo dejará para casarse con alguna bella chica de dinero. Quizás era lo correcto porque lo que tenía era ilegal. No quería enfermar más a Hamilton.
Mordió su labio inferior. Lo mejor era alejarse y morir en batalla. Al fin de cuentas, Alexander lo olvidaría y él sería solo un triste polvo de huesos que nadie va a ver.
—Mi querido Laurens, mi Jack —comenzó a hablar. Era bueno con las palabras— Se que nos conocemos desde hace un año y llevamos siendo amantes desde hace nueve meses, pero sé que cuando hago esto es porque realmente lo siento desde mi corazón.
—Alexander, si vas a terminar conmigo. Está bien.
¿Qué? ¿Terminar? ¿De dónde salió eso?
—Comprendo que ya no quieras estar enfermo, no me voy a molestar. Es realmente grandioso que puedas curarte —soltó una risa falsa—. Yo desearía curarme.
John apartó los ojos del menor y miró las sabanas de la cama. Humedeció sus labios y se preparó para levantarse y continuar escribiéndole a su padre pidiendo más ropa o polvo para el cabello. Era extraño, pensó que con Alexander todo sería diferente a lo que paso con Kinloch o Vegobre —más Kinloch— y que durarían mucho más tiempo, pero la realidad es que no podía atarlo a él para siempre. Ese pelirrojo que amaba debía curarse.
—¡Jack! —el grito de Alexander hizo que saltará. Se metió tanto en sus pensamientos que se desconectó de la realidad— ¡No voy a terminar contigo! ¡Te amo, mi querido Laurens! ¡Mientras este en acción en lugar de palabras te convenceré cuanto te amo!
Parpadeo. No espero que Hamilton le gritará de esa manera.
Alexander se cansó. Se arrodillo y sacó la cajita de su sacó, la abrió revelando el anillo de oro. Tan brillante, reluciente y que combinaba con el cabello de su amado. La cara de John fue un poema hermoso, su boca se abrió ligeramente cerrándose al instante. Repitió la acción unas cinco veces.
—¿Qué...?
—John Laurens, desde que te conocí supe que eras diferente a muchas personas que he conocido. Tu valentía a la hora de pelear por tus ideales es lo que me atrajo en primer lugar, no solo luchas por lo que piensas sino por lo quieres conseguir —sonrió levemente—. Se que eres muy imprudente en las batallas, tus heridas lo demuestran a la perfección y no soy quién para juzgar por qué lo haces, pero créeme que no quiero perderte nunca.
Lo estaba haciendo. Le estaba pidiendo matrimonio a John.
—Quiero ser tuyo para toda la eternidad como tú serás mío.
El silenció cayo entre ellos. Alexander se puso nervioso sin saber que hacer a continuación. ¿Lo rechazaría? Seguro que sí. Era un idiota.
Para John, la vida dio un giro drástico. Cuando se levantó esa mañana, no se puso a pensar que su amante estaría de rodillas —sin el ámbito sexual— ante él pidiendo matrimonio ¡Matrimonio! No era algo que te esperabas todos los días. ¿Merecía que Alexander hiciera todo por él? Había matado a su hermano menor prácticamente al no cuidarlo como debía. ¿Le fallaría? Su querido niño era tan diferente a cualquiera que había conocido.
Elocuente, inteligente, intenso, determinado, habilidoso con la pluma y perseverante. Esos era muchos de los adjetivos con los que podía describir a Alexander Hamilton. Sabía que nunca conocería a alguien igual, alguien que hacía que su estómago se hundiera de tan solo verlo. Aquel que llego a su corazón para enamorarlo sin querer.
—Acepto.
John siempre ha sido impulsivo, quería serlo esta vez. No sabía exactamente a que llegaba con decir eso, no es como si se fueran a casar en ese preciso momento. Solo que decirlo, formaba en su corazón un sentimiento inimaginable. Alexander se levantó, sin darse cuenta había comenzado a llorar de la emoción.
—¡No creía que ibas a aceptar!
—Bueno, sería un tonto si no lo hiciera.
Le coloco el anillo a su amante, aunque no cabía en el dedo anular por ser demasiado pequeño. Por lo que se lo puso en el meñique, ambos se abrazaron. Alexander rodeo el cuello del rubio mientras que John; su cintura. Se besaron. Una. Dos. Tres. Perdió la cuenta de cuantas veces fue que juntaron sus labios. No podía evitar ser adictivos al sabor del otro, cada vez que se probaban no podía parar ni por un segundo.
—Nos casaremos mañana... —murmuró Alexander, colocando su cabeza en el hombro del rubio. Intento no hacer mucha presión por la herida que tenía desde junio se recuperaba de apoco.
—Que buena broma, mi querido niño.
—Es verdad, ya le dije a Lafayette que preparé todo. Solo debo convencer al Baron Von que sea el sacerdote.
John parpadeó. ¿Qué carajo hizo Alexander?
—¿Qué...?
John estaba estupefacto. Jamás se esperó volver un día al campamento, que al otro le pidieran matrimonio y al siguiente de ese se casará. Todo era tan rápido.
Recordó su estadía en Inglaterra, mientras estudiaba derecho civil en el Middle Temple, intentó cortejar a una dulce dama de nombre Martha Manning, hija de un amigo de su padre, aunque aún seguía en su relación con Francis y Vegobre. Quizás solo lo hacía para poder curarse de su enfermedad, que sea normal como la sociedad le gustaría que fuera. Desgraciadamente jamás se enamoraron como quería, ambos se volvieron amigos solamente y él tuvo que partir a América cuando terminó su relación con aquellos amantes que aún extrañaba.
—Se que es imprudente Jack —dijo—. Pero cada vez que te veo en batalla o incluso en tu duelo con Lee, tengo el miedo de verte o que me digan que moriste. ¡No puedo permitir que te mueras sin que sepas cuando te amo! Soy capaz de seguirte hasta el mismo infirmo si eso pasa.
Alexander era todo lo que le gustaba a John. Por un momento se imaginó como sería su vida de casados; comprarían una casa en New York, trabajarían como abogados ayudándose en todos los casos, haría un plan para liberar a los esclavos mientras su querido niño lo apoya incondicionalmente desde el Congreso.
Era una buena. Desearía vivirla, aunque no se la merecía.
—Hagámoslo —sus labios se curvaron para formar una sonrisa leve—. Casémonos mañana al amanecer.
Escucho como Alexander expresó un chillido y lo abrazó más fuerte. Podía ser pequeño, pero contaba con mucha fuerza. Soltó una suave risa. Sería inhumano agradecer a la guerra por concederle la oportunidad de unir caminos con su querido niño; sin embargo, dentro de si reconocía que fue gracias a Common Sense de Thomas Paine que logro que se interesará en la revolución y pelear en esta.
John tenía toda la noche para agradecer a muchas personas por poner a Alexander en su camino.
Mañana serían marido y marido.
En resumen, estoy disgustado con todo el mundo menos con mi querido Laurens, pensó mientras entraba a la cabaña que compartía el Baron con su traductor Benjamín —traductor era una palabra muy graciosa para reemplazar amante— y sinceramente estaba a nada de colgarse él mismo.
Todo lo que rogaba era poder dormir junto a su amante quien lo estaba esperando en su cama acurrucado entre las sabanas, seguro se moría de frio y necesitaba más calor corporal. ¡Con gusto él se lo daría a cambio de besos! Solo que recordó que debía ir a pedirle al querido Baron ayudara en la no ceremonia de mañana. ¿Por qué no fue Laurens?
—El Baron te hace más caso a ti. Le recuerdas a los amantes jóvenes que tuvo —había dicho entre broma y seriedad. Quizás tenía razón (con miedo lo aceptaba).
Podía notar como el oficial observaba con un brillo intenso de amor al muchacho de ojos oscuros que escribía alguna carta en la mesa. Enserio eran tan evidentes que no dudada que hasta Washington supiera de su romance y callaba solamente porque necesitaba mucha ayuda con la guerra. Se aclaró la garganta llamando su atención.
—Buenas noches.
En su cerebro acomodaba las palabras para que no sonará exigente y de índole romántica para cautivarlos con su pasión.
—¿Qué se le ofrece, teniente coronel Hamilton? —comenzó Benjamín.
Que me casen, quiso decir. Pero a cambio dijo.
—Le pedí matrimonio a John... —intentó no tartamudear. Sentía como si le estuviera pidiendo la bendición a Henry Laurens.
El Baron sonrió abiertamente y exclamo alguna palabra en alemán antiguo que no comprendió. Sus ojos viajaron al traductor para que le explicara.
—Steuben dice se maravilla que haya realizado tal acto, le parece el más puro acto de amor —el mayor dijo algo más, que hizo sonrojar a Benjamín—. Oh querido, no digas esas cosas en público.
Alexander parpadeo confundido. ¿Quería saber? Ahora lo que necesitaba era saber si los casaría.
—Walker, le podrías decir al Baron que por favor sea quien oficialice la boda —el soldado levantó una ceja sin comprender—. Quiero decir, planeo casarme con Jack mañana al amanecer a pesar de que no hay registros... —se estaba poniendo nervioso—. Y quiero que sea el sacerdote.
—Hamilton, Steuben habla francés. Se lo hubieras dicho tú mismo.
Mierda, cierto, maldijo de forma interna.
Igual Benjamín le comunico todo —o eso quiso creer— quien a cada palabra sonreía más. Se sintió un poco cohibido cuando se levantó de la cama para agarrar sus manos y apretarlas. La ventaja de ser un oficial prusiano de renombre es que nadie visitaba su cabaña a menos que fuera de confianza.
—Bien sûr que je serai ton prêtre, jeune Alexander! J'admire tellement le jeune Laurens que je suis fasciné de savoir qu'ils vont s'unir dans un vœu d'amour sincère. (¡Claro que seré su sacerdote, joven Alexander! Admiro tanto al joven Laurens que me fascina saber que se unirán en un voto de amor verdadero.)
—Merci, Baron.
Estaba vez se volvió hacia el soldado a quien le explico que necesitaba que fuera el padrino de John. Lafayette sería el suyo y necesitaba a alguien más. Estaba intentando que la boda fuera de lo más real. Benjamín acepto, aunque a decir verdad no era tan apegado a John e incluso le tenía celos porque Steuben se apegaba más a Laurens dejándolo de lado a veces.
Termino de despedirse de ambos, recordándoles donde sería la boda y que llegaran temprano. Se despidió con una reverencia hacía el mayor, para salir de la cabaña hacía la suya. En su camino recordó que necesitaba hacer sus votos matrimoniales.
¡MIERDA! ¿Quién lo mandaba a organizar una boda en tres días?
No era difícil. Solo decía lo que naciera de su corazón. Mordió su labio levemente cuando llego a su destino encontrándose con John en la puerta. Frunció el ceño, recordó haberlo dejado durmiendo.
—¿Jack? ¿A dónde fuiste? —preguntó cerrando la puerta. John caminó hacía la cama y se recostó en la almohada, cruzando los brazos detrás de la cabeza. Era una invitación para que se acomodará en su pecho— ¿Jack?
—Dijiste que Lafayette está metido en esto, fui a verlo y darle más trabajo —soltó una risa.
Imaginaba que el francés los estaba insultando en su idioma natal, preguntándose porque acepto ser su amigo. Bostezó. Avanzo a la cama, acostándose encima de su amado. Dibujo círculos en su pecho, sonriendo.
—Aunque no lo creas, estoy ansioso.
—Yo también, mi querido niño —beso la parte superior de su cabeza—. Duérmete o te verás demacrado en la boda.
En cuestión de segundos quedo dormido. John siempre le producía calor en las noches donde hacía frio y las mantas no era suficiente. Sí, le gustaba esa vida. Esperaba que su madre estuviera orgullosa de él.
16 de diciembre de 1778
John jamás admitiría en voz alta que conciliar el sueño sin Alexander a su lado, es algo que ya no puede. Cuando despertó al amanecer y no vio a su amante, supo que ya era momento de levantarse. Recordó que en media hora o menos, se casaría de forma ilegal. Seguía sin creer todo aquello. ¿Se arrepentía? Claro que no. ¿Tenía miedo? Por supuesto que sí. ¿Y si alguien los descubriera? No quería que su querido niño muriera por haberlo enfermado.
Sentado en la cama con su cabeza entre las manos, se puso a pensar. ¿Debía hacerlo? Mordió su labio inferior con fuerza y suspiro.
—Alexander te ama, hizo esto para que sean felices— musitó. Se intentaba dar ánimos.
Si la maldita sociedad no lo dejaba estar juntos, entonces aprovecharía lo que pudieran para jurarse amor.
Oh, iba a casarse. Ahora se puso nervioso, mentalmente no sabía si estaba preparado. No quería arruinarlo y decir sus votos de forma errónea —lo cual a las justas había pensado— o que Alexander se arrepiente de que esto estaba mal y lo abandonará.
Decidió que lo mejor que podía era pensar que decir frente a su amante. Miró el anillo que portaba en su dedo, se veía tan lindo. Seguía sin poder creer que Hamilton gasto tanto dinero en él. ¡No lo merecía! Aunque recordó que no le dio nada. Fue hacia el escritorio, agarrando alguna carta machada de tinta y la doble en un círculo perfecto, rompió algunos extremos sobrantes para que encajaran en el anular.
Quizás no era el mejor anillo del mundo, pero la intención es lo que cuenta.
—Luego iré a New York a comprarle uno.
¡Ya era momento de la boda!
Alexander se arregló junto a Lafayette con su uniforme bien impecable. Trago saliva. Estaba nervioso y se notaba, sus manos temblaban. Intento relajarse, todo saldría de maravilla o eso intentaba creer.
Su amigo le dijo que ya era momento de partir hacia el bosque antes de que se encontraran con más soldados y tuvieron que dar explicaciones. Era ahora o nunca, en cuestión de minutos se volvería —en su mente— Alexander Laurens. Su corazón dio un vuelco al pensar en eso, sus mejillas adquieren un tono rojizo como su cabello que resalta sus pecas.
—Esto me recuerda cuando me case con mi bella Adrienne —escucha decir a Lafayette.
Se encaminan al bosque con paso apresurado sin que nadie los note. Espera que ya lleguen el Baron, Walker y su dulce Jack.
Aquel bosque estaba lleno de hojas verdes, y era hermoso el follaje que colaba la luz del sol. El aroma de la misma naturaleza, era tan único. A lo lejos se oía el rio, el cual se encargaría de llevar su amor prohibido, pero uno tan hermoso, tan especial. Las hojas en el suelo secas, formaban un camino de color marrón, naranja y verde olivo, que al caminar se podía oír su crujir.
En aquel altar improvisado gobernaba unas luciérnagas; puesto que ya se acercaba el alba dando un toque de romance al lugar. Un roble tan grande estaba en medio, de corteza obscura entre rojizos, anaranjados y marrones: La hermosa vista que solo se disfrutaba una vez en la vida. Se escucha el canto de las aves que comenzaban a despertar de un letargo, su cantar era tan magnífico.
Era la escena perfecta para su boda.
Deseaba que ambos caminaran de la mano, lo tradicional sería que él fuera solo; sin embargo, esto ni siquiera era algo normal y podían seguir sus propias reglas. Noto que Lafayette se alejaba un rato, a la vez que el sacerdote llegaba con una sonrisa en el rostro. Escucho que dijo algo en francés como: Quiero tener una boda así algún día ¿Qué te parece Ben? Y Walker se sonrojo. Que divertido.
Pero John no llegaba. Sus nervios volvieron a florecer. ¿Se arrepentía? Era lógico, se conocía desde hace poco y de pronto había llegado con esta locura de casarse en pleno aire libre. Cualquier persona cuerda lo dejaría.
No.
John no era cualquier persona.
Como una luz celestial, Laurens llegó con su uniforme y coleta alta. No se echó polvo para la ocasión, deseaba llevar su rubio natural —Alexander siempre decía que le gustaba más porque no le causaba alergia— y ante los ojos de su amante de cabellera rojiza era como un poema bien escrito en una noche de verano.
—¿Sucede algo, mi querido niño? —Alexander sin darse cuenta estaba llorando, John se acercó para limpiarlas, acariciando su mejilla—. No debes llorar.
—Estoy feliz, Jack. Muy feliz.
El Baron aplaudió, llamando su atención. Los dos se miraron a los ojos. Podían ver el amor que se profesaban. Acordaron que caminarían juntos y fue cuando Lafayette se acercó sosteniendo dos ramos de flores.
—¿Flores?
—¿Recuerdas que le pedí a Lafayette ayuda cuando volvías de ver al Baron? Quise que consiguiera flores para nosotros.
De un color azul claro, casi parecido al celeste en forma de estrella con el centro al igual que una rosa. John eligió los smeraldo. Mientras que Alexander tenía pequeños algodones que se unían por una rama; mimosas amarillas.
—Luego te explicaré su significado —se inclinó a susurrarle al oído. Hamilton asintió emocionado.
En sus mentes, el violinista empezaba a tocar acompañado del pianista y chelista. Era una melodía suave y a la vez ruidosa. Agarraron con fuerza los ramilletes y enroscaron sus brazos. Volvieron a verse a los ojos y caminaron hasta el árbol de forma lenta para recrear cuando una novia va hacía el altar.
Steuben, con una sonrisa, ya estaba a la altura del gran roble. Lafayette al lado derecho y Benjamín; al izquierdo. Llegaron y se pusieron uno frente al otro. Alexander mordió su labio inferior, estaba nervioso de nuevo. La ceremonia comenzó.
—Chers soldats: Nous sommes ici près de l'arbre, pour unir par les liens du mariage Alexander Hamilton et John Laurens avant moi, le Baron Von Steuben (Queridos soldados: Estamos aquí junto al árbol, para unir en sagrado matrimonio a Alexander Hamilton y John Laurens ante mí, el Baron Von Steuben) —pronunció, abriendo los brazos.
Ambos decidieron perderse en los ojos del otro, no escuchaban nada de lo que decía el prusiano. Seguían sin creerlo, aunque se lo repitieran miles de veces. ¡Se estaban casando! Tanto John como Alexander practicaban sus votos de forma mental sin querer equivocarse.
—Vos voeux de mariage (Sus votos matrimoniales).
Alexander decidió comenzar. Tomo entre sus manos las de Jack y levantar la mirada a sus ojos azules. Inhalo aire y continuo.
—Yo, Alexander Hamilton, te quiero a ti, John Laurens como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel todos los días de mi vida —sonrió—. Te amo, desde que te conocí supe que eras mi alma gemela y la forma en que nos hicimos mucho más íntimos fue lo que más alegro un corazón que odia a la humanidad.
Se detuvo.
—A veces siento que te entendí mal. Te leía como si fueras un poema que me encanta repasar en las noches de Valley Forge cuando realmente eres más que eso, mi amado John —beso sus nudillos—. Soy un hombre con un corazón que ofende con sus demandas solitarias y codiciosas.
Para ser un hombre que nunca se calla, no sabía que decir. Tenía un nudo en la garganta, quería llorar.
—Creo que me toca —hablo John, apretando las manos suaves del contrario—. Yo, John Laurens, te quiero a ti, Alexander Hamilton como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel todos los días de mi vida.
Sonrió levemente.
—Nunca supe lo que me deparaba la guerra cuando pisé América. Sabes las ganas de querer morir en batalla para que el mundo me recuerde como un mártir de guerra. A veces siento que no me merezco todo esto... —su mente recordó a Jemmy—, pero tú has hecho que me dé cuenta que merezco muchas cosas.
Noto como las lágrimas se deslizaban por las mejillas pecosas del pelirrojo.
—Mi querido niño, quiero que la historia hable de todo lo que siento por ti. Quiero que seas mi musa y poder pintarte para siempre, entre azul y rojo. Se que tengo que tener cuidado, sé que estoy enfermo y te he contagiado, solo quiero que esto dure mucho más.
—Jack... No estamos enfermos, es amor.
Se encogió de hombros no queriendo profundizar el tema y giro la cabeza para mirar al Baron, indicando que continuará.
—John Laurens, prenez-vous Alexander Hamilton pour époux, et promettez-vous de lui être fidèle dans la prospérité comme dans l'adversité, dans la maladie comme dans la santé, et donc de l'aimer et de le respecter tous les jours de votre vie? (John Laurens, ¿aceptas a Alexander Hamilton, como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?)
Sus ojos vagaron al rubio.
—Acepto.
—Alexander Hamilton, prenez-vous John Laurens pour époux, et promettez-vous de lui être fidèle dans la prospérité comme dans l'adversité, dans la maladie comme dans la santé, ¿et donc de l'aimer et de le respecter tous les jours de votre vie? (Alexander Hamilton, ¿aceptas a John Laurens, como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?)
—¡Por supuesto que acepto! —sonrió mostrando los dientes.
Se iban a inclinar para unirse sus labios en un beso que selle su amor cuando el brazo del Baron los interrumpió. Tuvieron que separarse, haciendo una mueca. Aún faltaba para terminar la ceremonia.
—Les anneaux (Los anillos)
Alexander recordó que solo compro uno para John, por lo que él se quedaría sin uno. No le importaba en sí. Jack merecía más que él en todo caso, además que un anillo no definiría lo que sentían.
—Je n'ai pas... (Yo no tengo...) —comentó. Diría que no era necesario cuando el rubio tapó su boca.
—J'en ai une (Tengo uno) —sintió la mirada estupefacta de Alexander encima de él, cosa que le causa una ligera risa.
Soltó al pelirrojo y de su pantalón saco lo que había preparado con anterioridad. No estaba seguro si a su querido niño le gustaría o pensaría que es tonto siendo que un Laurens como él puede comprar hasta una tienda —cosa que su padre reprocharía por carta—; sin embargo, no le importo. Estaba orgulloso de lo que realizo porque lo hacía con amor, así que cuando extendió el anillo con una sonrisa en el rostro, su corazón latió un poco más rápido al ver el brillo de Alexander.
Le gusto.
—Oh, Jack ¡Es hermoso! ¡Me encanta tanto! ―mordió su labio. Las lágrimas se formaron en sus ojos, estaban a punto de desbordar y si fuera una mujer, el maquillaje se correría.
Era momento de darse el anillo a cada uno, John le entrego el que tenía alrededor del dedo para que Alexander lo volviera a poner. Algo gracioso si se lo preguntan.
—Recibe este anillo, en señal de mi amor y fidelidad —empezó el rubio, colocando el papel envuelto alrededor del pelirrojo. También los nudillos de Hamilton, sin dejar de sonreír.
Alexander repitió la acción. Repetía constantemente en su cabeza que el anillo de oro combinaba tan bien con su querido y amado Laurens. Ambos voltearon hacía el Baron esperando que finalice la ceremonia, deseaba sellar su amor de inmediato. Luego irían a consumarlo a su cabaña —o eso planeaba Alexander—.
—Par les pouvoirs qui me sont conférés, je vous déclare maintenant maris. Vous pouvez vous embrasser! (Por el poder que se me ha conferido, los declaro maridos. ¡Pueden besarse!) —pronunció el Baron.
Cuando Alexander escucho esas palabras, no espero ni un segundo más para arrojarse a los brazos de su ahora esposo. Rodeo el cuello del mayor con sus brazos y unió sus labios. John no se quedó atrás y rodeo aquella cintura delgada. Profundizaron el beso con los aplausos de los tres restantes de fondo. Para desgracia de Hamilton, tuvieron que separarse cuando Lafayette se acercó a felicitarlos.
—Je suis heureux pour vous deux! (¡Estoy feliz por ambos!) —los abrazó con fuerza, sin darse cuenta estaba llorando. Sus mejores amigos cumplieron su deseo de casarse a pesar de que estaba prohibido—. Deben firmar los papeles.
Ayer, al volver de New York con el anillo. Alexander le pidió a Lafayette que escribiera un papel de validación de su matrimonio, como aquel que firmo en la boda de él con su bella Adrienne. El marques se encargó de ello, incluso engañando al general para que los firmara como máxima autoridad.
Los esposos firmaron, luego Benjamín y Lafayette. El Baron; al final. Todos volvieron a aplaudir.
—¿Y le gusto la ceremonia, señor Laurens? —bromeo John, cargando estilo nupcial a su esposo.
—Por supuesto que sí, señor Hamilton —siguió el juego, rodando los ojos. Él quisiera sujetar de esa manera al rubio, pero su estatura y que su marido sea más fuerte como formidable, impedía aquello.
Se despidieron de sus amigos —¿Walker era amigo?— para dirigirse a su cabaña. John tuvo que bajar a Alexander en el camino por si se encontraban con otro soldado, no deseaba levantar sospechas ni tener que inventar excusas de donde estuvieron casi toda la mañana.
Apenas la puerta se cerró y que colocaran una silla para que nadie la abriera, comenzaron a besarse con intensidad. Era una lucha por saber quién dominaba en ese espacio. Sin contratiempos, John gano alzando a Alexander quien rodeo con sus piernas la cintura de su amante, rozando sus miembros.
El aire quedo en segundo lugar cuando se dieron cuenta que no podían mantener sus bocas separadas por mucho tiempo. Era una atracción implícita que había entre ellos, no podían alejarse sin necesitar más y más.
—Jack, vamos a la cama... —rogó, separándose. Jadeo un poco, intentando recuperar el aire—. Por más que me gustaría que me follaras contra la pared, esta no va a resistir nuestro peso.
—Lo dices como si estuvieras gordo, Alexander.
—¿Y no lo estoy? —frunció el ceño.
John se encogió de hombros. Los dos hacían ejercicio en las mañanas para tener condición física que ayudaba en las batallas. Ante sus ojos, Alexander era el ser más hermoso del universo. Sujeto con fuerza sus muslos, caminando hacía la cama y cayendo en esta al chocar con el catre. Laurens contra el colchón con Hamilton sobre su torso.
—Eso pudo doler ¿sabes? —el pelirrojo soltó una risa y beso la barbilla cuadrada de Laurens. De esta se podían ver como la barba empezaba a formarse.
—Pero no dolió, mi querido niño.
Alexander alzó su rostro para retomar el juego de los besos. Ambos sintieron un calor desprenderse de sus cuerpos, era necesario quitarse la ropa de una vez antes de volverse locos. Se sentaron en la cama, desnudándose del uniforme militar y arrojándolo al suelo del cuarto, Laurens se acercó a besar el cuello del contrario a la vez que lo ayudaba desabrochando los botones de la camisa blanca que fue cayendo por los hombros pecosos.
—Eres mi musa, Alexander. Quiero dibujarte cada momento en mi cuaderno intentando capturar toda tu belleza.
—No seas modesto, Jack.
—Sabes que odio mentir, jamás diría algo de esa índole si no fuera complementa verdad —sonrió.
Pasaron a quitarse los pantalones. A John le satisfacía ir lentamente, provocar a su esposo de esa manera, que le gritará para vaya deprisa además de gozar tocando esas piernas suaves. Mordió la extremidad derecha de Alexander al terminar de desprender la tela ocasionando un gemido al pelirrojo que fue directa a su ya erección.
—¿Tienes aceite de oliva? —preguntó. Si bien no era la primera vez que tenía sexo o hacer el amor, lo que menos deseaba era lastimarlo.
—Debajo de la cama, recuerdo que lo deje ahí.
Laurens asintió. Dejo que Alexander se acomodará situando la espalda contra el colchón, y el cabello rojo desatado ante la almohada. La vista era simplemente bella, deseaba agarrar su cuaderno y retratarlo, porque eso sería tan efímero.
Con eso en mente, descendió al suelo buscando aquel lubricante. Al visualizarlo en la esquina junto a la pata derecha, lo agarró. Fue en ese momento que otro gemido inundo la habitación, frunciendo el ceño alzó la cabeza topándose con una imagen que jamás saldría de su mente e incluso al morir se la llevaría con él.
Su querido muchacho estaba con las piernas abiertas.
Su querido muchacho estaba masturbándose.
Su querido muchacho estaba gimiendo su nombre.
No se esperó aquello. Apretó el aceite con fuerza sin llegar a romperlo, se ergio agarrando la orilla de la cama y situarse encima de su esposo.
—¿Ya volviste, Jack? —sonrió Alexander, de forma juguetona—. Sabes que no soy paciente.
—Me voy cuenta de ello.
—Te amo... —Alexander envolvió los brazos en el cuello de John acercándolo.
—Yo también te amo.
Durante el beso, comenzaron a jugar con la lengua del otro intentando dominar. Las grandes manos de John descendieron por el torso del pelirrojo, acariciando sus pezones, jugando con el derecho; jalándolo y pellizcando. Los gemidos que soltaba Alexander eran gloriosos, aunque fueran callados por sus labios.
Se separo de la boca, para seguir un recorrido de besos por la mandíbula hacía el cuello donde repartió caricias y luego mordidas, que se volvían rojas con los minutos. Escuchar que su querido muchacho pedía más le gustaba. Era la ventaja de usar ropa hasta la garganta.
—Quiero morderte —rogó Hamilton entre jadeos.
John inclino el cuello para un lado, haciendo que Alexander se abalanzará a hincar los dientes tanto en la unión del torso con la cabeza como en los hombros. Se escucho un pequeño gemido provenir de los labios del mayor, eso fue una corriente eléctrica hacía el pene erecto del pelirrojo. Ayudo a Laurens a quitarse los pantalones con prisa.
―No tan rápido, Hamilton ―musito― ¿O estas muy desesperado?
―Estoy muy desesperado, Jack. Mucho ―rogo― Déjame darte placer.
Las mejillas del rubio adquirieron un tono rojizo, pero asintió con la cabeza de forma pausada. Alexander sonrió y le indico que se sentará en el filo de la cama mientras él se arrodillaba en el suelo. El caribeño humedeció su boca con la lengua, sentía que estaba viendo un pedazo de carne exquisito, del cual hace tiempo que no disfrutaba por razones de presupuesto en el ejercito continental.
―Aunque te recuerdo que es mejor ser paciente, mi querido muchacho ―acarició la melena ondulada de su amante.
Hamilton rodo los ojos y agarró con suavidad el miembro de su esposo, mordió su labio inferior y acarició de arriba abajo viendo como en cuestión de minutos salían pre-semen. Escuchar los gemidos roncos de John lo alegraban, hacía su ego se elevará. Le encantaba ser quien le daba placer.
Inclino la cabeza y lo introdujo a su boca sintiendo el sabor salado en su interior. Con su lengua envolvió el pene hasta dejarlo lleno de saliva. Volvió a meterlo por completo hasta llegar a su garganta disfrutando del tamaño que se hacía más grande.
―Lo haces muy bien... ―gimió, con su otra mano intentaba cubrirse la boca. No quería que alguien pasará y lo escuchará gemir, aunque seguro pensaría que lo hace pensando en alguna mujer.
―Siempre quiero que te sientas bien, Jack ―sacó el pene de su cavidad bucal y acariciaba. Podía notar las venas hinchadas―. Me encanta hacer eso.
―Es fácil de intuir eso, eres un experto en esto.
Alexander se encogió de hombros.
―No tenemos que hablar de mi vida libertina en nuestra luna de miel.
―Tampoco cuando estas abajo.
―Pero si tu nariz es enorme, me encanta― soltó una risa.
John dejo de cubrirse la boca para tapar todo su rostro, sus mejillas adquirieron un tono rojizo de la vergüenza, su esposo no tenía tapujos a la hora de hablar. Escribiendo podía ser mucho peor.
Hamilton siguió chupando, ahuecándolo con sus mejillas internas, sonriendo ante eso. Pero John ya estaba llegando a su límite. Echo la cabeza para atrás, disfrutando del placer ocasionado en su parte baja cuando sintió un escalofrió por todo su cuerpo. Termino llenando la boca de Alexander con su semen.
El pelirrojo tragó todo lo que podía, jamás había sido devoto a ello, pero su Laurens era su Laurens y no cualquier cosa; sin embargo, no pudo con todo y al final escupió un poco. Tosió al atragantarse.
― ¿Estas bien? ¿Debí avisarte cuando iba a correrme? ―preguntó John, preocupado alcanzo un pañuelo del escritorio y se lo entrego.
―Así esta bien, Jack. No esta mal, aunque deberías mejorar tu alimentación.
―Sabes que no hay comida― hizo una mueca al recordar el poco presupuesto que le daba el Congreso para vivieres y ropa. Y pensar que el invierno en Valley Forge fue peor.
Ambos sonrieron y Alexander volvió a subir a la cama, se sorprendió cuando John lo empujo; no obstante, sonrió ante ese atrevimiento. Iba a hablar con un tono juguetón cuando John mordió su clavícula, soltando un gemido.
Laurens acomodo sus caderas a la par de su amante agarrando los miembros de ambos con su mano. Comenzó a frotarlos con fuerza, escuchando los jadeos de Alexander pidiendo más. Su pene volvía a ponerse duro.
―Jack, quiero que entres en mí ―rogó Alexander.
―Te amo, mi querido muchacho.
―Yo también te amo, mi querido Laurens.
John sonrió, estaba feliz. Su corazón desbordaba de alegría. Jamás había disfrutado de algo así, ni siquiera cuando estuvo en una relación con Francis y Vegobre, con ellos fue interesante, pero no sintió esa chispa que ahora se llenaba el alma. Con su Alexander era totalmente lo opuesto, le encantaba besarlo y que riera si le hacía cosquillas, que lo abrazará y le recitará poemas de amor a su oído.
―Mi dulce Jack, jamás me voy a arrepentir de casarme contigo ante Dios a pesar de que me puede castigar. Por ti, recorrería los sietes infiernos que relato Dante.
―Si algún día muero en batalla, quiero que sepas que te amo.
―No dejaré que mueras, soy capaz de atravesarme entre la bala y usted para que eso no suceda ―sonrió levemente―. No vas a librarte tan fácilmente de mi Jack.
John negó con la cabeza.
―Estoy viendo que no.
Alexander se quedó callado y beso el hombro de su rubio. Donde meses atrás había sido herido y aún venía recuperarse; sin embargo, las vendas desaparecieron hace menos de un mes. Pero debía seguir el cuidado de no moverlo mucho o empeoraría.
Laurens decidió apurar las cosas antes de que vinieron por ellos, siendo que eran necesarios para Washington y no sabían cuanto más Lafayette podría retener al general. Alcanzó el aceite de oliva, sentándose en la cama extrajo el corcho. Vertió un poco sobre sus dedos y la dejo en el suelo. Humecto tres de sus dedos para abrirse paso entre las piernas del caribeño.
Alexander abrió las piernas, mordió su labio inferior notando como su Jack ingresaba un dedo. Gimió como entraba más, luego vino otro con el que hizo un movimiento que se sintió bien. Al final tuvo tres dentro y se sintió en la gloria. John besaba sus piernas con cuidado y movía sus falanges con fuerza.
― ¿Te duele?
―No, se siente bien.
Asintió. Continúo moviéndolos hasta que Hamilton le pidió que ya no soportaba más y lo necesitaba a él. Tragó saliva, estaba nerviosa y ni siquiera era su primera vez haciendo esto. Relajo los músculos, saco los dedos del interior de su pelirrojo y fue por más aceite de oliva que unto en su pene.
―Si te duele, debes decirme.
Alexander acarició su mejilla, le gusta que John se preocupara de esa manera con él. Se sentía tan amado.
―En primero, tú nunca me harías daño.
Laurens puso su pene en el ano de Alexander y empezó a penetrarlo con suavidad. Detuvo lo que hacía esperando la señal del menor quien al sentirse listo agito las caderas. Con ello, las embestidas iniciaron en un vaivén lento al principio, pero conforme avanzaba los minutos se volvieron mucho más rápidas.
Hamilton arañaba la espalda de su rubio, quien jadeaba contra su oído. Nadie notaría las marcas debido al uniforme y en todo caso inventarían una excusa para aquello. No dejo de mover sus caderas, podía oír el ruido que hacía sus testículos al chocar contra la pelvis del contrario.
―J-John... ―tartamudeo Alexander, apenas podía hablar con el placer. Un hilo de saliva goteaba por su boca―. Por favor, no te detengas ¡Más!
¿Quién era él para negarle algo? Lo agarró de la espalda baja para atraerlo contra él y sentarlo en sus piernas. Alexander se apoyó en sus hombros para montarlo, mientras se encargaba de chupar sus pezones con fuerza.
―Creo que estoy llegando a mi limite, Jack...
Permanecieron en esa posición cuando Alexander se corrió, machando sus estómagos. Mientras que John lo hizo dentro. Los dos jadearon, apoyándose en el hombro del otro intentando recuperar la posición.
―Si alguien entra, la horca será nuestra siguiente luna de miel.
―Mejor cállate, Alexander.
El pelirrojo soltó una leve risa y beso los labios de su amado, sonriendo. Laurens salió de él y se echaron en la cama, luego se encabullarían al rio para lavarse el cuerpo.
―Acabo de recordar algo― Hamilton se acomodó contra el pecho de John―. Las flores que usamos en la ceremonia, dijiste que me dirías porque esas.
―Claro― beso la frente del pequeño―. La que yo llevaba es la verdad que no puedo decir, porque nadie puede saber que te amo y siempre esconderé que las mujeres no me interesan.
Alexander beso su mandíbula.
― ¿Y las amarillas?
―Es amor en complicidad. Ambos lo somos.
―No sé si llorar por ello o por tu fascinación a la naturaleza.
Ambos bostezaron, estaban algo cansados y deseaba dormir un poco. Luego se levantarían y actuarían como mejores amigos. Solo ante esas cuatro paredes, podían ser quienes realmente eran.
17 de diciembre de 1778
En el momento en que Meade observo entrar a Laurens en el comedor. Soltó su cuchara de sopa, saltó de la silla y camino hacía su amigo.
―Teniente coronel Laurens, noto algo diferente en usted.
― ¿Mi cabello rubio, Meade? ―bromeó el más alto, ese día no se aplicó polvo blanco.
―El anillo que lleva en el dedo.
Agarró con fuerza la mano y ojeo el aro en el dedo. Al ser oro puro, supo que era de una familia acomoda.
―No sabía que estaba casado.
―No me gusta hablar de ello ―se encogió de hombros―. Mi bella esposa es una chica de cabello rojizo que me espera en Inglaterra.
John sonrió, por el rabillo del ojo noto como Alexander entraba portando el anillo de papel que le hizo.
El mundo aún no estaba preparado para su amor.
¡Y esto termine! Me llevo un mes hacerlo, pero me siento realizado.
Disculpen mi feo smut, no sirvo.
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