CAPÍTULO 30
RUBY
Korovin se marchó de la habitación para darme intimidad y así poder vestirme acorde a la mujer que sería por unas horas. Miraba aquel envase de cartón de tonalidad rubio ceniza y el vello se me ponía completamente en punta.
No soportaba ese color, hasta prefería verde prado, pero rubio...
Solamente tenía que enfrascar todos esos pensamientos oscuros en que tan solo era un trabajo y que, por encima de cualquier cosa, debía de hacer lo que hiciera falta para poder cumplirlo a la perfección. Al menos tintarse no era peligroso a no ser que te entrara en los ojos claro.
Primeramente, me di una ducha para poder sentirme bien fresca y limpia. El clima no era caluroso, pero tampoco era frío, sino que era fresco, como primaveral. Aquellas tierras eran idóneas para pasar desapercibida porque apenas había gente viviendo alrededor, de hecho, no había visto ninguna casa; tan solo hectáreas de bosque plagado de árboles y el helipuerto a lo lejos. Era hora de dejar atrás a Ruby Chase para ser Leah Korovin. Y más me valía hacer que pareciera hija de Edward para no levantar sospechas. Lo que no sé es qué serían Matt y Daryl, ¿Serían mis hermanos o algo así?
Mientras que las preguntas se me agolpaban en la cabeza, comencé a mezclar todos los frascos de acuerdo a las instrucciones de la caja. Casi parecía una química en prácticas.
Lentamente, la mezcla comenzó a adquirir un color blanquecino y comencé a echarlo sobre mi pelo. El olor fuerte a amoníaco me hacía cerrar varias veces los ojos, viendo como poco a poco mi cabello negro iba desapareciendo entre aquella masa. En unos treinta minutos, dejaría de ser morena.
Mientras transcurría el tiempo, decidí echar un vistazo a toda la ropa de los armarios. Todos eran vestidos demasiado coloridos para mi gusto, pero lo que más me llamaba la atención era la casi ausencia de pantalones. Nada de lo que allí había era sexy o enseñaba mucha pierna.
Con la cabeza enrollada en un gorro de plástico, me quité la toalla de alrededor de mi cuerpo y elegí el vestido que más me había gustado, es decir, el que menos nauseas me producía. Era de color azul celeste un tanto ceñido a la cintura y con un escote cuadrado que lograba hacer ver un poco el nacimiento de los pechos. Era sobrio y elegante; al menos no tenía tanta pinta de señorita forrada que con el resto de vestidos que había en ese armario.
En cuanto a los zapatos, encontré unos del mismo color de planta baja que parecían ser cómodos. Eran cerrados por lo que eran perfectos para correr si era necesario. No quería ponerme ningún tipo de complemento, pero Korovin me insistió que debía de llevar al menos un colgante ya que los pendientes los descartaba por completo porque podía rajarme una oreja si se me enganchaba con algo durante la misión. Opté por algo discreto, una lágrima de cristal tan pequeña como la uña del dedo meñique.
Ya había pasado la media hora, así que tocaba eliminar toda esa crema que olía bien fuerte. Me incliné sobre la bañera para enjuagarme hasta que todo se había ido por el desagüe. Estaba nerviosa; no me sentía preparada para un cambio así, pero era mi obligación. Me envolví el cabello con la toalla y me puse de nuevo en pie. Delante del espejo comencé a secármelo sin abrir los ojos; me negaba a hacerlo.
Pensaba que quizás me daría un paro cardíaco si me miraba en ese momento así que me di unos minutos. Cuando sentí mi pelo seco, poco a poco abrí los ojos y casi me caigo al suelo.
Casi no había rastro de quién era, aunque no me desagradaba mi imagen. Nunca renunciaría a mi cuero ni a mis colores oscuros, pero, admitiéndolo en soledad, aquel tipo de vestidos me hacían resaltar mi piel.
Casi podía decir que me gustaba.
Me senté en el tocador donde había unas extensiones de clip del mismo color.me las fui colocando de forma que no se viera aquella pequeña pinza y que todo se quedase bien distribuido. No podía ir con el cabello suelto así que lo recogí en una coleta alta y me di un poco de color usando el rubor rosado que había en el estuche de maquillaje.
Sencilla y elegante, justo como Korovin quería.
-Ruby, ¿Cómo vas? -Me preguntó Korovin desde fuera. Sin responderle, salí al exterior no sin antes ver como su boca se abría tanto que escuché claramente como su mandíbula crujió. Al menos parecía ser que el resultado no me había quedado nada mal.
-Estás deslumbrante querida, pero eso es algo que siempre lo estás. Es hora de que veas a tus otros dos compañeros y su cambio de imagen; desde luego no te dejará indiferente.
Una risa salió de mi boca pensando en qué demonios le habría hecho a la larga cabellera rizada de Daryl o al cabello corto de Matt. No los veía con trajes elegantes sino con sus eternos vaqueros y sus camisetas informales así que sendos cambios serían tan impactantes como el mío.
-Nos esperan en el salón.
Asentí y le seguí mientras pensaba qué papeles adoptarían ambos. Korovin me puso al día.
-Matt será tu cuñado y Daryl tu esposo. Matt se llamará Anthony y Daryl, Lorenzo.
Comencé a reírme de aquellos nombres con tanta clase que no les pegaba en lo absoluto a ambos, pero Korovin, intentando ponerse serio, me dijo que por favor guardase la compostura y que no me riera de ambos cuando los viese. Pero dudaba que no lo hiciera.
Pero cuando ya se me olvidó el tema de los nombres, la palabra "esposo" me hizo girarme bruscamente en su dirección. No podía creer que dejara mi papel de mujer soltera autosuficiente y que ahora estuviera "casada" con el hombre más insoportable, insufrible e imbécil que había conocido en la vida.
Y aunque el tema del cambio de identidades era necesario, odiaba profundamente el tener que decirle "cariño" a ese asno con patas, porque su lado egocéntrico estaría tan arriba que casi podría tocar la luna con la punta de sus dedos.
Cuando entré en la sala y vi a uno de ellos con el pelo liso y marrón claro y el otro con el cabello rubio bien corto, la sonora carcajada los hizo girar y casi derramar el vino de sus copas. Los vaqueros de ambos ahora eran pantalones ceñidos de color azul marino al igual que la chaqueta de botones que ambos tenían puesta. Y a la vez que yo me reía, ambos me observaban como si fuera un raro espécimen y no les quitaba la razón; era extraño dejar el cuero y las pistolas para llevar un maldito traje azul celeste.
-Esposa mía...
-Imbécil mío...
Y la guerra sonaba a nuestras espaldas a punto de estallarnos en nuestras narices.
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