CAPÍTULO 2

Ruby en la foto^^


OLAVARRÍA, ARGENTINA

Tras escapar por los pelos de una cárcel segura, tomé un vuelo de unas cuantas horas para plantarme en Argentina ya que ahí estaba el que iba a ayudarme con unos asuntos.

Sabía que los Ortega eran unos ladrones de cuidado, de hecho, los mejores de la zona. Sus conocimientos en cuanto a joyas eran bastante amplios ya que su padre, muerto en un tiroteo tras robar una gema de gran valor en un museo británico, les enseñó todo lo que él sabía.

Pero a ellos le interesaban más las joyas más bien antiguas a las que estaban expuestas en joyerías, por esa razón ambos estudiaron gemología para evitar ser engañados y saber el valor de la gema que querían robar y si merecía la pena el riesgo. Al entender de ello, eran capaces de crear joyas en su estudio personal y emular a la perfección la gema que iban a robar para darle el cambiazo.

Era lo que yo buscaba y me encantaba que estuviera retenido para evitar correr tras su culo por medio mundo. En cuanto a uno de los Ortegas, no tenía ni idea de por donde andaba así que si tenía a uno no tardaría en salir el otro.

Tenía la gran ventaja que mi hermano era un reputado coronel de la marina que todos respetaban con fervor. Fue a muchas guerras y salió ileso en todas y cada una de ellas llevándose los honores en más de una ocasión, por lo que nadie le cuestionaba nada. Su mujer era inspectora de la policía así que, gracias a ella, tenía acceso a la cárcel que yo deseara y fue gracias a ella por el que encontré a Daryl.

Las preguntas acerca de por qué yo me llevaba ciertas reliquias eran abundantes en cuanto a mi hermano y ella. La gente pensaba que era por el dinero pero realmente eso no me interesaba sino los secretos que escondían las reliquias que conseguía obtener, ¿De qué servía tener un artefacto que quizás tenga uno de los grandes secretos de la humanidad en una vitrina donde los niños pegarán sus mocos y los adultos se echarán fotos como si les interesara realmente el fascinante mundo de la arqueología?

Esa falsedad me repateaba y el hecho de que la gente tuviera que pagar por verlo me fastidiaba más todavía. Yo me adelantaba a todos ellos antes de que esas reliquias se perdieran y les daba un hueco importante en mi casa. Era cierto que había ganado mucho dinero en cuanto al tráfico de artefactos robados que intercambiaba por otros que me interesaban más.

Admitía que tampoco era trigo limpio y había vendido reliquias que parecían verdaderas a unos compradores que no tenían ni idea a cambio de muchos millones, pero en este mundo si te metías a albañil debías de saber lo que era un ladrillo.

Y ninguno de los multimillonarios que pujaban por aquellas magníficas obras se interesaba realmente por la historia que tenían detrás. No eran como yo que estuve toda mi vida interesada en lo que escondían todas esas reliquias o cuadros datados de muchos siglos.

Tenía aun el maletín con un plato hecho en cerámica datado de la época de etapa Tzacualli entre el año 1 y el 150 d.C proveniente de la pirámide del Sol en Teotihuacán, justo en la época en la que la ciudad comenzó a desarrollarse. Tras descubrir numerosos pasadizos dentro de la pirámide, encontraron que una de las paredes estaba agrietada por culpa de algún terremoto que había provocado un desprendimiento. Al mirar en su interior, una cámara con misteriosos grabados en la piedra, formaba un pentagrama de extraños jeroglíficos que aun los expertos estaban intentando determinar.

En aquel pedestal en el centro de la pequeña estancia, yacía el cuenco que tenía ahora mismo en la maleta perfectamente protegido por plástico de burbujas y varios paños. Tenía a alguien de confianza que me ayudaba a determinar el año exacto de la pieza y que me podría contar más acerca de lo que podía significar dicho cuenco.

Tomé el teléfono y marqué su número para poder saber si estaba en casa. Tras varios pitidos, la voz tenebrosa de mi compañero sonó al otro lado:

-¡Oh joder Ruby! ¿Para qué demonios me llamas ahora?

-Tengo trabajo para ti así que voy para tu casa-Le dije pero él pareció molestarse bastante.

Eduard Korovin era mi profesor de arqueología y ya era un cincuentón tirando a sesentón de esos que las chicas más jóvenes dicen que "está muy bueno para su edad". Pero desde que fue viudo, las únicas féminas que les hacía caso eran las que escribían libros. Eduard me enseñó a amar de verdad la arqueología y forjamos una buena amistad con el paso del tiempo. En un principio no veía con buenos ojos el robo de artefactos que hacía pero luego se me unió a la causa porque él también quería saber más.

Pero la edad y el peligro muchas veces no van de la mano y él temía que llegase el día en el que lo pillaran metiéndolo en la cárcel por ayudar a una ladrona y estafadora como yo. Pero yo era la hija que él nunca tuvo y, entre otras razones, él me ayudaba por eso.

-¡Vas a matarme de un infarto, Ruby! Voy a tener que hacerme un búnquer por si acaso vienen a por mí.

-Sabes que no puedes negarte a ayudarme; soy como tu hija-Le dije en tono divertido.

-Menos mal que me hice la vasectomía hace años; otra más como tú y termino en el loquero más cercano.

Me reí con fuerza pero sabía que no se negaría en cuanto le mencioné lo que tenía entre mis manos. Un silencio en la otra línea me indicó que tenía razón y que el buenazo de Eduard no iba a perder la oportunidad de echar mano a algo que podía ser muy gordo. Él finalmente dio el visto bueno quedando con él a la mañana siguiente porque tenía que recoger un paquete en la cárcel.

Digamos un paquete maleducado y problemático, digamos algo como yo pero con un pene.

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