CAPÍTULO 12


RUBY

Era el día en el que me iba a reunir con Edward para de lo que él deseaba hablarme y esperaba que se tratase de mi viaje a Londres. No quería más sermones sobre lo que debía de hacer; ya no tenía padres que me tuvieran que decir cómo manejar mi vida además de que era una mujer adulta.

Desde que mi hermano se fue no había recibido ni un mensaje o llamada cosa extraña en él, pero no tenía nada que reprocharle, de seguro él estaba harto por mi actitud y debía de seguir con su vida él que tenía esperanza. Esperaba que hubiera tomado mi consejo y que se alejase de mí por su bien y su salud mental.

La noche anterior había sido un caos, había cedido a los recuerdos y había hecho algo que me hacía sentir realmente mal. Cuando me tocaba pensando en él, el dolor era aún mayor cuando paraba; no tenía suficiente porque nada podía sustituir el cuerpo de un hombre y menos uno que se ama.

Guardaba todas sus camisas en el mismo lugar y las observaba en la lejanía, con el armario abierto para verlas desde la cama. Pero por mucho que intentaba no rozarlas con mis dedos, siempre dormía abrazada a una de ellas o haciendo algo como anoche.

Siempre era en el despacho porque allí fue nuestro primer encuentro. Los recuerdos impregnaban por doquier cada centímetro de aquel cuarto. Lo dejé todo tal y como estaba no solamente por orden sino para evocar lo que sucedió.

Ambos sucumbimos al otro y recuerdo que él me dio su camisa medio rota por culpa de nuestras ansias. Varios botones salieron despedidos cuando quise desnudarlo con prisa y eso le causó desde gracia a fascinación. A pesar de ser una pareja templada a la vista de todos, ambos éramos dos volcanes cuando estábamos solos, cuando nos encerrábamos en nuestra burbuja tan plácida como necesaria.

Aquel despacho nos vió crecer como pareja, como personas y como profesionales. Cuando ambos nos acercamos éramos tan solo compañeros de trabajo, pero, en un instante, su boca estaba sobre la mía, sus manos en mis caderas y mi trasero sobre el escritorio. Pensé que quizás fue un encuentro casual y que no pasaríamos de ahí pero, a los pocos días, él comenzó a cortejarme de forma romántica sin olvidar ese lado pasional que me hacía enloquecer.

Pero eso era algo que no debía de pensar ahora que iba a ver a Edward. No quería que él viera mi rostro enrojecido por las lágrimas y la vergüenza; él me conocía demasiado bien y no quería generar más preguntas y comparecencias.

Había tenido suficiente con Jake, ahora era el momento de ponerse serio y continuar con el plan. Tomé la decisión de no desayunar porque andaba con prisa y no quería hacer esperar a Edward. Me vestí rápidamente echándome un maquillaje ligero para tapar mis ojeras y salí corriendo de mi dormitorio en dirección al salón. Allí ya estaban mis guardaespaldas y mi chófer esperando mis órdenes, por lo que me dirigí a uno de ellos:

-Eduardo, haz el favor de echarle un vistazo al señor Ortega en mi ausencia; es de vital importancia que no le despegues el ojo de encima. Tengo una reunión muy importante y no sé durante cuánto tiempo voy a ausentarme, espero que cumplas con tu cometido.

-Si señora-Me dijo haciendo una reverencia mientras que tomaba mi chaqueta y salía tras mi chófer. No necesitaba más percances ni quebraderos de cabeza; mi humor estaba demasiado encendido últimamente para aguantarlo.

Descendimos hasta el sótano donde me esperaba la limusina y me subí a la parte trasera. Le indiqué la dirección de Edward y nos marchamos con gran rapidez en dirección al aeropuerto donde estaba mi jet privado. El destino era Mar de Plata, donde tenía Edward su residencia. El viaje sería de unos treinta minutos como máximo por lo que tenía tiempo suficiente para relajarme antes de vernos las caras.

Mientras que llegábamos al aeropuerto, un mensaje sonó en mi móvil. Cuando lo abrí, el mensaje era realmente extraño para ser de Edward:

-Señorita Chase, espero que pueda venir a la mayor brevedad posible para que tengamos esa pequeña plática que tenemos pendiente. Sin más que añadir, la espero con un buen té blanco.

Edward

Había varias cosas en ese mensaje que estaban mal, la primera era la forma demasiado formal que se dirigía a mí y la segunda era lo del té; Edward sabía bien que no soportaba el té blanco. Era extraño que me lo ofreciera así cuando sabía que nunca lo tomaba por esa razón. En seguida supe que algo quería decirme con ese mensaje, quizás era una pista de que algo no iba bien.

 Me asomé a la cabina del chófer y le dije:

-Cuando lleguemos al aeropuerto quiero que vuelva lo más rápidamente a casa y que llame a mis guardaespaldas para que se presenten armados a la dirección del señor Korovin.Quiero que sean rápidos y sobretodo, invisibles. Deben de tener los ojos abiertos porque probablemente esté en peligro y no sé si habrá hombres armados.

-Pero señorita Ruby, no debe de ir sola.

-No se preocupe, jamás voy sin armas. Le dije mientras rebuscaba bajo mi asiento. Saqué una pistola 9mm de color dorado y de tamaño un poco más pequeño de lo normal, la mandé encargar exclusivamente para mí. Además de ello, tenía un instrumento que daba descargas eléctricas en forma de pintalabios; constaba de un pincho de no mucha longitud que, al clavarse y darle a un botón, una gran descarga eléctrica puede, básicamente, joderle la vida a quien decida hacerme daño.

Nada más poner un pie fuera de la limusina, el chófer se fue como diablo que se quema el trasero en busca del resto para movilizarlos y prepararlos para cualquier peligro que me aguardase en la casa de Edward. Sabía que ese mensaje era para darme un aviso y que alguien estaba siguiendo sus movimientos, esperaba que no osara a ponerle un solo dedo encima.

Miré de nuevo el mensaje con mi pulso tembloroso tras ponerme el cinturón de seguridad. Desde el aeropuerto hasta la casa de Edward era un viaje de quince minutos, eso sumado al tiempo que tardarían en esperarme, significaba que pasaría mínimo cuarenta minutos completamente desprotegida. Debía de andarme con ojo y tener la mente fría; no era la única vez que sentía el frío metal de una pistola en mi cadera o en el interior de mi bolso.

Debía de tener una reserva por si decidiesen desarmarme, por eso tenía una a mi cintura y otra en la pantorrilla oculta por mi pantalón. Estaba acostumbrada a tener situaciones complicadas, así que las armas eran fáciles de encontrar a mi alrededor. A pesar de lo que pareciese, yo no las soportaba; demasiado peligrosas para mi gusto y demasiado dañinas.

Decidí cerrar los ojos los minutos que me quedaban hasta llegar a tierra firme. Suspiré como si un peso se hubiera instalado en mi estómago y apreté con fuerza la pistola entre mis dedos. Quería sentir que era real al igual que el peligro que me rodeaba.

Era cierto lo que decía mi hermano, no era una vida para alguien como yo que había dedicado su vida al estudio de antiguas civilizaciones y que tenía mucho por delante que vivir, pero la ruleta del destino había girado sin yo quererlo poniéndome en una tesitura como ésta donde, a pesar de los cientos de terapias y pastillas, no le olvidaba.

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