xviii. Devuelta al comienzo
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No había más que preocupación en todos lados.
Liam Dunbar sintió que una parte de si mismo se rompía al ver como la muchacha sangrante caía entre sus brazos, más aún con la culpa carcomiéndole la cabeza por no haberse dado cuenta antes de que se encontraba herida. La rabia, la tristeza, la incertidumbre y sobretodo el miedo de perderla en instantes. Honestamente, al solo dedicarte a observarlo durante un par de segundos todo se volvía obvio: se encontraba alterado, sudoroso y actuando de manera errática. Apenas conseguía mantenerse tranquilamente de pie, así que se apoyaba en la pared para tratar de fingir que no estaba tan destruido y no desviar la preocupación que solo Marianne necesitaba en esos momentos.
Todos los presentes sabían que tenía sentido que estuviera preocupado y se sintiera levemente culpable porque en su mente debía ser quién protegiera a la chica de todo, incluido aquel mundo sobrenatural en el que él mismo la había metido. Sin embargo, no podían evitar preguntarse cuando aquella relación actuada que el par de jóvenes mantenía se había convertido en algo tan real y profundo que parecía tan imposible de romper. Fue por lo anterior que solo lo dejaron quedarse en todo momento con ella y sostenerle la mano esperando que se despertará, sin decir palabra alguna porque sabían que nada sería suficiente.
—Liam, tenemos que salir. —Su alfa puso una mano sobre su hombro de forma delicada una vez que Melissa McCall entró a la habitación con su traje de enfermera y un par de papeles entre sus manos con toda intención de cumplir su trabajo.
El aludido estaba tan metido en sus pensamientos que incluso hizo a Scott preguntarse si es que realmente lograba escucharlo.
—No quiero dejarla —respondió luego de un par de segundos de silencioso con la angustia presente en su tono de voz. Se hizo obvio en ese momento que llevaba horas hundido en un mar de completa desolación—. Se lo prometí.
Las palabras del adolescente sacaron de balance al moreno. Fue como si lo golpearan y desbloquearan viejos recuerdos para hacerlos volver a provocarle aquel intenso dolor que llevaba tanto tiempo tratando de enterrar. Eran simples detalles los que le recordaban a su amada y difunta Allison Argent, no obstante, no podía evitar congelarse cada que era consciente de ellos.
—Solo voy a revisar las suturas y rellenar el papeleo. —La mujer tuvo que aclarar con su común voz dulce que lograba calmar a cualquiera. Había notado que su hijo no estaba en condiciones de decir algo más—. Ella estará bien, lo prometo —añadió debido al nerviosismo, aún sabiendo que esa promesa era una que jamás se debía hacer cuando trabajabas en un hospital y eras responsable de algo tan volátil como la vida humana.
El beta genuinamente quiso creerle, pero cada célula de su cuerpo parecía depender de Marianne y no poder ser capaz de separarse de ella.
—Creo que Luc necesitará ayuda con sus padres. —Tuvo que comentar Scott una vez que salió de su trance y fue consciente de que el chico lo necesitaba—. Están pidiendo explicaciones...y hablar contigo.
Finalmente, aún resignado y de manera fantasmal, Liam salió de la habitación arrastrando los pies para ir a intentar darles a los progenitores de la chica una declaración lo suficientemente creíble y ordinaria como para mantenerlos tranquilos. Era algo que sabía que debía hacer por Mar, para que cuando ella despertará no tuviera que ser bombardeada con interrogantes.
—Mamá, ¿qué le pasa? ¿por qué no despertó aún? —No demoró en preguntar el alfa verdadero una vez que el rubio dejo el cuarto y pudo volver a demostrar lo alterado que realmente se encontraba. Sabía que no podía ser evidente con su angustia delante del chico Dunbar porque lo destruiría aún más.
Melissa no supo como responderle a su hijo sin quitarle toda la esperanza del alma de un solo tirón. Lo conocía tanto que sabía que toda la situación había removido bastante.
—Esto definitivamente supera mis conocimientos de medicina general —confesó soltando un suspiro y observando a la comatosa chica con compasión. Ya Scott le había hablado lo suficiente de ella como para haberle formado cierta imagen en la mente y tenerle un cariño especial sin siquiera haberla conocido directamente, porque así era Marianne, quererla era algo fácil cuando le dabas una oportunidad.
—Y por eso ella está aquí. —La voz de Lucienne se hizo presente en un momento inesperado, pues se suponía que este estaba ocupado hablando con sus progenitores. Sin embargo, allí estaba, con su alfa acompañándolo con toda intención de ser de ayuda.
Tres pares de ojos estaban puestos sobre ella que en aquellos momentos ponía su mano sobre la frente de la adolescente y dejaba ver en su mirada que la situación era realmente crítica.
—Me temo que las contraindicaciones de la maldición comienzan —anunció de forma directa, deteniéndose tan solo unos segundos para encontrar palabras simples e intentar ser breve porque ya iban contra el tiempo—. Y debo decir que han sacado malas conclusiones porque esta solo esta sobre esta muchacha. El jarrón del que hablaban era una baratija que guardaba dentro uno de los hechizos que la realeza egipcia usaba contra sus enemigos hace millones de años. Este usa tus palabras en tu contra y se aferra a los malos sentimientos para acabar con muertes masivas.
—¿Y como lo arreglamos? —Se apresuró en interrogar Scott con toda la intención de encontrar una solución lo más pronto posible. Sin embargo, al ver la desesperanza en el rostro de Luc supo que algo andaba mal, muy mal.
Satomi no respondió inmediatamente. Se limitó a escuchar los lentos latidos de la muchacha sobre la camilla e intentar indagar dentro de su propia mente.
—No existe un arreglo. La única forma es que se cumpla la profecía o que la maldición se transfiera, pero quién sea que la reciba morirá —explicó de forma tajante sin quitar la mirada de la pelinegra y provocando que un silencio doloroso se formará —. Hazlo ahora...viene gente —Se dirigió a su beta una vez que gracias a su agudizado oído pudo escuchar pasos cada vez más cerca.
Lucienne no demoró en acercarse a su hermana y tomar su mano para que venas de color negro que transferían su dolor a él aparecieran. Su único deseo era que Anne se encontrara bien, tan despierta y energética como siempre, aunque eso significara tener que soportar su fría distancia y dar explicaciones que jamás deseo tener que dar. El licántropo haría lo que fuera por su bienestar, eso era algo que todos sabían y se confirmó aún más en ese momento, cuando cada dolencia se le era transferida.
—El quitarle el dolor servirá por ahora —finalizó la mujer lobo antes de salir del cuarto para evitar un encuentro con los progenitores del par de chicos. Fue justo en ese instante que los ojos de Marianne comenzaron a abrirse y lograron darle una sola mirada curiosa.
La paciencia no era un rasgo que corriera en la sangre de los Boniadi. Eso quedo completamente claro cuando Vincent casi derriba la puerta al llegar a la habitación y correr hasta su hija, con su ex esposa y su supuesto yerno tras él. Todos actuando igual de desesperados al ver que la dueña de sus preocupaciones ya se encontraba consciente.
—¡Annie, mi niña! —exclamó su padre con alivio al poder ver que se encontraba a salvo con sus propios ojos. Fue en ese instante que su rabia por verla en una cama de hospital se desvió—. No puedo creer que esto pasará. Se supone que debes cuidarla, Elizabeth —Le soltó la mano a la pelinegra con cuidado y se dedicó a observar a la nombrada con llamas de enfado en sus ojos.
Oh, no, la gran e interminable guerra ya empezaría.
A ese punto, incluso la aturdida Marianne sabía que el par de adultos se enfrascaría en la misma conversación de siempre y que volverían a ponerla en el medio de sus ataques mutuos. No obstante, era la forma indescifrable en la que Liam la miraba lo que se robaba toda su atención en esos momentos. El alivió en sus ojos y su aspecto desaliñado le provocaba dudas interminables, incluyendo el hecho de que aún llevaba puesta la camiseta manchada con su sangre luego de haberla sostenido antes de su caída.
—Y claro que lo hago. No sabes nada porque apenas la ves una vez al año, Vincent —aseveró la mujer con un tono cargado de rabia, olvidando una vez más que su par de hijos y sus amigos se encontraban presentes—. Tu súper vida en New York te mantiene tan ocupado que ni siquiera te dignas a aparecer y tratar de ponerle límites a Marianne.
—Porque nunca me has permitido llevármela y darle mi tiempo —apuntó de forma acelerada. En ese momento nadie se atrevía a intervenir—. Pero se acabó. Se ira conmigo apenas acabe el año escolar.
Elizabeth soltó una risa sin gracia.
—Ya. Los dos afuera. Ahora. —Tuvo que interrumpir el mayor de sus hijos con la misma severidad que ellos, y aprovechando el momento para hacerles señas al resto para que también abandonaran el lugar y dejaran a la pelinegra en soledad con el beta.
Marianne desplazó su mirada hasta el muchacho, y con total seguridad pronunció—. Estoy bien. Ni siquiera tengo dolor.
Entonces, la chica se dió cuenta al ver las suturas en su estómago que el no sentirse adolorida no era algo normal. Y la razón tras ello era claramente su hermano mayor, que justamente había estado sosteniéndole la mano cuando despertó y parecía bastante afectado. Tal vez porque su oscuro secreto había salido a la luz o porque justo había sido ella a quién se lo dijeron.
—Me importas, Marianne. —Sus palabras salieron de forma inesperada y cayeron como un golpe imprevisto porque ni siquiera las pensó, le salieron directamente del alma.
Ella solo le entrego una pequeña sonrisa sin saber como reaccionar ante tan grande declaración.
Y él supo en ese instante que ya era tarde para todos sus miedos y reservas. Ya había caído completamente por Marianne Boniadi y no había vuelta atrás.
Marianne seguía siendo tan soñadora como persistente desde la primera vez, la chica se esforzaba por dar pasos agigantados hacía sus metas sin medir consecuencias. Está vez, no solo estaba herida físicamente debido a al ataque de hace dos días, sino que también tenía daños en el aspecto sentimental que eran incluso peores. Ella decidió confiar en alguna vez en Luc, Sarah, Scott y Stiles. Quiso creer que había encontrado personas que valían toda pena y no le ocultarían nada, pero se equivocó.
La traición llegó muy temprano, así que tuvo que tomar todo su dolor y esconderlo bajo la alfombra, siendo solo una joven actriz con el corazón roto. Eso fue lo que la llevó devuelta al museo de la ciudad, donde alguna vez había adquirido una maldición y ahora, asistía a una fiesta que su grupo de teatro había armado para celebrar el éxito de la obra y el ingreso de nuevos actores principiantes.
—¿Aún no llegas? porque no te veo. —Se paseaba la chica por las afueras del lugar tratando de ubicar a su exnovio.
Resultaba que habían llegado al acuerdo de que él la acompañaría y le quitaría el dolor cuando fuera necesario para que no tuviera que faltar a una celebración tan importante como esta. En palabras simples: Anne necesitaba de un licántropo que le quitara el dolor y todos, a excepción de Brett, habían decidido desaparecer desde que había salido del hospital sin explicación alguna.
Sí, incluyendo a Liam.
El mismo muchacho que le había dicho lo mucho que le importaba, se había desaparecido al día siguiente dejándola con una herida abierta y millones de dudas sobre lo que podía haber sido.
—Tuve un asunto —respondió con un claro tono dudoso que Anne había aprendido a reconocer durante el tiempo que estuvieron juntos.
—¿Un asunto? ¿bromeas, no? —Se esforzó en no caer en la desesperación y mantenerse calmada para evitar movimientos bruscos que pudieran provocarle dolor. Abrirse la herida era lo único que le faltaba—. Se cuando me mientes.
Brett demoró unos segundos en responderle, solo su respiración se lograba escuchar del otro lado de la línea telefónica.
—Lo siento, Mar —pronunció con toda la intención de hacerlo con delicadeza. Casi podía imaginarse el ceño fruncido de la chica y el fuego que amenazaba con quemarlo en su mirada—. Pero te envié a alguien.
Y esa fue la gota que rebalsó el vaso.
—¡¿A quién demonios me piensas mandar?! —interrogó con más enfado que curiosidad. Lo que menos deseaba era tener que lidiar con un desconocido cerca de ella—. Esperó que por tu bien se trate de Lorie.
—Solo espera y no te alteres —trató de calmarla, ignorando sus últimas palabras para no empeorarlo todo y fallando plenamente en el intento.
—¿Por qué voy a alterarme, Brett? ¿por qué me dejaste plantada y me enviaste a quién sabe quién? claro que no, imposible alterarme —ironizó comenzando a dar vueltas en círculos para encontrar algo de calma, pero fue justamente en ese instante que lo vió a lo lejos.
Liam.
Se trataba del mismísimo beta vistiendo ropa formal y buscándola desesperadamente con la mirada entre toda la multitud de gente.
—Voy a matarte —soltó mientras veía al rubio comenzar a caminar hacía ella de forma decidida, manteniendo la mirada puesta en la suya.
—Diviértete, Mar.
Y así de simple colgó la llamada.
Marianne avanzó un par de pasos hacia el muchacho Dunbar aún sintiéndose extrañada. Existía algo en la mirada de ambos que delataba que se encontraban bajo la influencia de sentimientos mucho más grandes que ellos. En los ojos de Anne había pura tristeza, mientras que en los de Liam se paseaba el anhelo.
—Hola...es bueno verte, Marianne.
En la mente del beta eso era suficiente.
La honestidad y el respeto por sus verdaderos sentimientos se habían esfumado apenas la había mirado a los ojos. Toda su valentía desapareció junto con el viento.
Fue como un duro golpe de realidad en el rostro que los había llevado devuelta al comienzo de todo.
© STAIRSCARS
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