xiv. Ojos azules

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Elizabeth Boniadi era alguien cariñosa e impasible.

O al menos eso fue lo que pensó el joven Liam Dunbar hasta que la pudo ver reaccionar al encontrarlo durmiendo en la misma cama que su hija. La mujer prácticamente los obligó a levantarse e ir hasta la sala con un desayuno a medio servir para poder darles un gran sermón sobre lo prohibida y mal vista que estaba su inocente acción. De pronto, la versión cariñosa que y tan atenta que el rubio creía conocer se había convertido en una réplica de la Marianne que lo detestaba. Ahora entendía de donde había sacado el carácter la muchacha.

—Es momento de la charla, chicos —pronunció con un tono y semblante serios. La preocupación estaba plasmada en su rostro, con algo de melancolía.

Su hija no pudo evitar entreabrir los labios, soltando un par de maldiciones internas y detestando el hecho de no haber puesto el seguro en su puerta para evitarse todo este teatro.

—¿Qué? ya no somos niños, mamá —respondió con la intención de detenerla, a pesar de saber que era todo en vano. Su madre no iba a detenerse hasta dejarlos traumados con lecciones sobre los peligros de embarazos adolescentes.

Liam no se movía, estaba congelado tratando de ocultar su sonrojo ante la gran vergüenza que estaban pasando.

—Son adolescentes hormonales que es peor. —Les echó una mirada con los ojos entrecerrados, demostrando su desconfianza—. Y sabes que apreció mucho a Liam, en mi opinión, es mejor que Brett...pero eso no quita que no quiera ser abuela aún.

En ese momento Anne deseo estar sorda, para no tener que oír nuevamente como su progenitora ponía en el altar de siempre al beta y soltaba uno que otro malo comentario sobre su ex. Nunca había entendido la fijación que tenía con interesarse tanto en su vida amorosa y que no repitiera su historia, pues la mujer había tenido a Lucienne siendo bastante joven, y un par de años luego, a Marianne. Con la gran diferencia de que al primer nombrado no lo culpaba tanto de haberle robado la oportunidad de cumplir sus sueños, como si lo hacía con ella. Por lo anterior era que la chica nunca pudo conectar realmente con su madre, y siempre habían sido su padre y Luc los únicos que si la apoyaban en todo.

Pero lamentablemente, el último nombrado no era exactamente una persona con la que deseara hablar en aquellos momentos.

—Yo tampoco quiero ser tío. —La voz de su hermano mayor resonó en la habitación como si lo hubiera llamado con el pensamiento.

—Apareció el más oportuno —ironizó con la mandíbula apretada y su clásica mirada aterradora. En ese instante, todos los presentes se tensaron—. Como si no supiéramos que antes metías a Sarah por la ventana...aún que con tu condición es simple.

Y esa sola frase fue suficiente para hacerles notar a todos que algo estaba muy mal.

—Marianne, no le hables así a tu hermano mayor. —Le reclamo su madre al instante, acercándose al muchacho para despedirse y dejarle algo de dinero—. No los pierdas de vista y compra algo para cenar. No puedo llegar tarde al trabajo otra vez. —Se dirigió a su hijo con estrés, volteándose luego hacía su hija menor—. Ya habláremos seriamente cuando vuelva.

Elizabeth dejó su hogar velozmente, sin imaginar todo lo que su simple acción había provocado. La forma en que la relación de sus hijos se había fragmentado, y sobretodo como su preferido fue el causante de aquello.

—Anne, tenemos que hablar —dijo Luc apenas la puerta se cerró y su mejor amigo se posicionó a su lado. Ambos tenían muchas explicaciones que darle.

Marianne frunció el ceño y se cruzó de brazos, levantándose del sofá para observarlos con dolor.

—¿De que quieres hablar? ¿sobre cómo ambos me mintieron? —interrogó de mala forma, arrastrando el dolor provocado por las cosas ocultas. El par estaba sorprendido, tratando de hilar los cabos sueltos—. Si. Lo sé todo, vi la lista en tu bolsillo. —Le dijo a Liam, confirmando todas las hipótesis que este había sacado durante la noche.

—Tienes que dejarme... —intentó calmarla, claramente fallando en el solo intento.

Una sonrisa falsa se apropió del rostro de la aludida.

—¿Explicarme? ¿qué piensas explicarme, hermano? —Hizo un especial énfasis en lo último, con la intención de recordarle todas las veces que discursos sobre la importancia de la familia habían sido dados—. ¿Cómo llevas años mintiéndome en la cara?

Lucienne tragó saliva y observó al par de jovenes con vergüenza. Cada palabra de su hermana era como una puntada directa a una herida que el mismo se había provocado al no ser sincero.

—El sol, la luna y la verdad... —continuó la pelinegra sin el más mínimo temblor en su voz—. Sabía que conocía muy bien esas palabras. Pensé que fue por Brett que me resultaban familiares, pero no. Fuiste tú, te oía repetirlas cada noche e incluso antes de los partidos.

Liam se encontraba atónito, alternando su mirada entre el par de hermanos. Si bien, Luc le había explicado algunas cosas, también se había saltado varios detalles de suma relevancia.

—Nunca entendí porque lo hacías...hasta ahora, que tuve un especial encuentro con Peter Hale. —El moreno se tensó al oír aquel nombre y la hipótesis de la chica se confirmó al instante—. Fue él, ¿no?

En la casa entera reino el silencio por un par de segundos.

—Él te mordió. —La frase salió como si hubiera estado atorada en la garganta del chico Dunbar durante mucho tiempo. Fue en ese entonces que la mirada de Marianne sobre él se suavizo un poco al entender que tampoco estaba enterado de esos detalles.

—Y ahora estás en la manada de Satomi, con Brett...porque siempre supiste sobré él, y nunca tuviste el valor de decirme algo —finalizó con un bufido, tratando de ocultar las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

En ese momento, Luc se encontró a si mismo siendo todo lo que jamás quiso ser, estaba viendo como en las expresiones del par de personas que más quería había puro dolor por su causa. Él mismo los había roto por no tener la valentía suficiente para enfrentar su fracaso.

—Por años he sido su héroe, con expectativas tan altas que...simplemente no podía gritarle al mundo en lo que me convertí —Su voz se iba quebrando a medida que las palabras salían y un peso se le quitaba de encima—. Porque no es igual que con Brett o Liam...yo cometí muchos errores —pronunció antes de hacer que sus brillarán y ellos pudieran verlo.

Azules, eran azules.







Los extraños sonidos provenientes del videojuego que jugaban retumbaban en la habitación y empeoraban el dolor de cabeza provocado por la resaca de Marianne. En esos momentos, odiaba el no haber tenido un total control con todo lo que había ingerido y se juraba no volver a hacerlo nunca más en toda su vida.

—¿Pasó algo entre ustedes? —Se atrevió a preguntar Mason con el ceño fruncido, sin alejar la mirada de la pantalla. Ya llevaban varias horas estando en la habitación de Liam, sumidos en un incómodo silencio que solo él mismo trataba de derrocar.

—Nada —contestó el par aludido al mismo tiempo, como si se hubiesen puesto de acuerdo.

El chico se dedicó a observarlos analíticamente, dejando de lado la partida y tratando de entender que pasaba. Hace menos de veinticuatro horas tenía a Marianne repitiéndole lo mucho que le gustaba el rubio y a este evitándola como si fuera un virus, pero ahora, era al revés. Y no había explicación alguna que saciara su curiosidad.

—Por favor, ya me estoy cansando de ser el hijo de padres peleados —añadió esperando que le comunicaran que tanto estaba ocurriendo, porque no parecía una simple discusión de pareja. Había algo más, y Mason iba a encontrar la forma de descubrirlo.

Ninguno dijo ni una sola palabra.

—Bueno, entonces arreglen su "nada" porque yo me voy a mi casa. Es tarde. —Se levantó del piso, tomó sus cosas y les echó una última mirada desconfiada.

—Pero... —intentó cuestionarlo la pelinegra, pero fue instantáneamente acallada cuando se despidió de ella dándole un abrazo.

—Arreglen sus cosas y hablamos —dijo a viva voz para posteriormente susurrarle solo a Anne—. Piensa en lo que me dijiste ayer, y díselo para ver si así se arregla.

Los ojos de Marianne se abrieron aún más debido a la sorpresa, mientras que quién había lanzado la bomba se iba caminando con tranquilidad, cerrando la puerta tras él.

—¿Decirme qué? —preguntó Liam con curiosidad una vez que habían quedado completamente solos.

—Usar tus habilidades lobunas para espiar es terrible. No deberías hacerlo...le voy a decir a Scott —comenzó a balbucear al ser invadida por todas las incoherencias que había dicho la noche anterior.

Anne estaba al borde del colapso, tratando de comprender como el alcohol había provocado que tantas ridiculeces salieran de su boca. La parte más antigua de si misma estaba en conflicto, tratando de encontrar excusas que justificaran de algún modo su indiscreción. Porque era imposible que fuera real, y peor aún, que Mason lo supiera.

—Tu corazón late muy rápido... —añadió Liam mientras la miraba con curiosidad, intentando acercarse a ella para ayudarla a calmarse, pues definitivamente no era normal que sus latidos fueran tan veloces.

La respiración de la muchacha se había vuelto pesada y sus manos temblaban, como si estuviera por ser pillada en algo vergonzoso. Las extrañas sensaciones fueron tanto que la impulsaron a maquinar una excusa y repetírsela mentalmente hasta el cansancio:

Es la maldición. Es la maldición. Es la maldición.

—Ya deja de hacer eso —reclamó con estrés, dando vueltas por la habitación para escaparse de él y que sus nervios no fueran notorios.

Liam alzó las manos y se quedo quieto en su lugar, al otro extremo del cuarto, tratando de hacerle notar así que iba a dejar de insistir. Lo que menos quería era alterarla aún más, ya que ambos seguían sorprendidos luego de aquella conversación con Luc, donde tuvieron que salir prácticamente corriendo debido al impacto. Ni siquiera Marianne se atrevió a hacer preguntas, solo insistió en llamar a Mason para pasar el rato y el beta la siguió a ciegas.

—Ya no lo hago. —Le recalcó esperando volver a tener su atención, solo que esta vez de forma tranquila. Mar ya ni siquiera lo miraba, se había sentado en su escritorio a revisar su correo.

La chica Boniadi se tomó la molestia de ingresar su propia cuenta a la computadora de Dunbar para volver a revisar si es que un correo de la academia de teatro le había llegado. Si bien habían quedado de llamarla al teléfono de su casa, sabía que probablemente su madre ni siquiera se tomaría la molestia de avisar. Así que la mejor opción era estar pendiente a sus mails.

—¿Y sabes qué, Marianne? No pude decirte eso porque tu misma me dijiste mil veces que nuestro único lazo era Luc...y se que estas enfadada conmigo, pero no lo entiendo. Y quiero saber que es eso que escondes, y que Mason sabe... —Había comenzado a soltarlo todo, pero tuvo que detenerse cuando notó que la aludida estaba con la vista fija en otro lugar—. ¿Podrías dejar la computadora y ponerme un poco de atención?

—En otra situación, me encantaría verte rogando por mi atención, pero estoy en algo importante —respondió por pura inercia.

En un parpadeó, un correo de confirmación parte de la academia estaba abierto junto a una invitación a una cena elegante en celebración para los aceptados en el programa.

—La beca...es mía —pronunció con dificultad, tratando de controlar toda la alegría que corría por su cuerpo. Fue entonces que cayó en cuenta de que no solo no podía ir gracias a la maldición, sino que tampoco tenía a quién contarle su logro. Su padre había vuelto a New York durante un par de días por asuntos de trabajo y seguramente estaba durmiendo, mientras que Luc era la última persona con la que deseaba hablar...el único que estaba cerca era Liam.

El beta la observaba con orgullo, él mismo había visto como durante años la muchacha se había esforzado en seguir oportunidades y anhelar lo que ahora estaba consiguiendo. Así que no le sorprendió demasiado cuando ella lo abrazó y un gritito de emoción salió de su garganta, así que simplemente la correspondió y agradeció que su padrastro no estuviera en la casa en ese momento.

—Yo...debería irme. —Se separó Anne luego de un par de segundos, siendo consciente de que había actuado solo por la euforia del momento. Tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta con la intención de huir del lugar.

Liam demoró un par de segundos en sentir como el temor se apoderaba de él ante la idea de estar solo, así que la llamó:

—Marianne. —Ella se detuvo y lo observó sin comprender que ocurría. Su mente seguía siendo un total desastre luego de haber pasado por tantas emociones—. No te vayas...por favor.

Y así de fácil, el corazón de la pelinegra volvió a latir con la misma rapidez de antes. No entendía desde cuando la forma en la que el chico decía su nombre había comenzado a agradarle tanto, ni tampoco la forma en la que su mirada la seguía o algo tan tonto como el simple hecho de estar en la misma habitación.

Era impensada la forma en que incluso el verlo tan afectado como ella con las noticias de su hermano mayor le había conmovido el alma. Ni siquiera se sentía capaz de enfadarse con él y demostrarle notoriamente su enojo.

Y por todo lo anterior fue que decidió que la indiferencia era lo mejor, simplemente el fingir que nada le afectaba.

—Mi mamá me matará si sabe que... —Se excusó con toda la intención de seguir con su improvisado escape, pero se le vino a la mente el gran sermón que tendría que oír en caso de irse a su casa en aquel momento y pillar a su madre despierta—. Esta bien, solo me quedaré un rato porque no quiero encontrarme a Luc.

El beta no lo dijo en voz alta, pero estaba inmensamente agradecido de que aún teniendo todos los problemas que tenían, ella se quedara a acompañarlo.

—Sobre eso...yo siento mucho haberte dicho que no te mentía cuando lo hacía. Estuvo mal porque últimamente solo soy totalmente honesto contigo —confesó siguiendo el consejo de Mason y tratando de arreglar las cosas, pues seguir viviendo con la tensión que había en esos momentos no era algo sano—. Y sobre los ojos de Luc...yo recuerdo lo que Scott dijo.

Instantáneamente Marianne frunció el ceño.

—Y yo igual...pero debe haber un error. Mi hermano jamás mataría a alguien. —Le explicó su punto totalmente convencido de ello. En la mirada de Dunbar se notaba la incredulidad—. ¡Es Luc! no es capaz de matar ni una mosca sin pedirle perdón, tú lo sabes.

Y Liam no supo como explicarle que la mordedura te cambiaba, que una vez que te transformabas era imposible seguir siendo el mismo que solías ser antes de ello.



© STAIRSCARS

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