xi. La audición y la traición
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—Te llamáremos.
Marianne Boniadi estaba presente en la conversación, era capaz de escuchar con claridad las palabras que le dedicaban los jueces provenientes de la academia de actuación en Broadway luego de presentar su importante monólogo, pero su mente estaba realmente en otro lugar. La verdad es que era algo que pasaría tarde o temprano que, entre tanto drama y palabrerías, la pelinegra terminará por enloquecer. La gran volatilidad que poseía para interpretar distintos papeles y acoplarse a guiones no era algo que tuviera realmente en su vida cotidiana, por algo era actriz.
Y todo era porque no podía dejar de pensar en Liam Dunbar.
Lo anterior era lo que verdaderamente la estaba llevando al borde del colapso. Desde el día del caótico partido que no le había vuelto a hablar al muchacho, y él tampoco a ella. Una vez mas actuaban como los viejos desconocidos que solían ser y apenas se preocupaban de fingir su relacion amorosa frente al resto, refugiándose en la creíble excusa de que Anne estaba demasiado concentrada en la preparación de su audición. Así llevaban tres días de verse ocasionalmente y apenas dedicarse una que otra mirada. Incluso cuando Garrett apuñalo al licántropo y lo dejo a su suerte en un pozo, no se dirigieron palabra alguna, usando al alfa verdadero para comunicarse.
En sus mentes, estaban manejando la situación de la mejor manera, esperando que fuera el otro quién saliera primero de la burbuja de orgullo en la que estaban encerrados. Porque sí. Ambos esperaban una disculpa por una situación que se les había ido de las manos.
La chica ni siquiera había tenido la oportunidad de contarle lo que Deaton le había dicho, simplemente se había guardado aquella información bajo llave. Pues siempre terminaba estando cerca del rubio, quisiera o no, eran compañeros de clase, tenían el mismo único amigo y compartían a Luc. Así que Mar no tenía que preocuparse demasiado por tener que pasar tiempo cerca de él para evadir la muerte...o eso creía.
—Eres Marianne, ¿no? —Un desconocido de su edad se había acercado a hablarle una vez que estaba por salir del gran teatro en el que había sido la audición—. Soy Thomas Baker, quería decirte que fue una excelente representación de Cleopatra.
La pelinegra lo observó atónita.
—Gracias... —respondió aún dudosa debido a la amabilidad del chico. No estaba acostumbrada a recibir más halagos que los de su familia y un par de conocidos, así que la tomaba por sorpresa—. Asumo que tu también viniste por la audición —agregó con la intención de no parecer maleducada y terminar tan abruptamente la conversación.
—Aún no es mi turno, quedan alrededor de diez personas antes de mi. Y si soy sincero, me muero de nervios. —Le confesó con una sonrisa que denotaba pánico.
Anne lo observó compasiva, sabía que cada audición tomaba mínimamente media hora por persona, así que Thomas tendría que estar bastante tiempo allí.
—Ya vi en tu rostro que tengo varias horas por delante...¿te gustaría acompañarme a comprar café para pasar el tiempo? —Se atrevió a ofrecerle con timidez.
—Me encantaría, pero tengo una cena familiar a la que llegar ahora. —Se excusó con pesar, pues su padre había decidido que ir a cenar para celebrar la audición de su hija era lo mejor que podían hacer en familia. Estaba tan confiado en su talento que quería celebrar con antelación.
—Oh, pero puedes darme tu número y podemos ponernos de acuerdo.
Marianne lo dudo por un par de segundos, pero finalmente aceptó escribirle su número en un papel. Tenia claro que necesitaba conocer nuevas personas, y esa era la perfecta oportunidad para finalmente salir de su pequeño círculo social e intentarlo. Más aún teniendo en cuenta que se trataba de un chico lindo, que claramente estaba interesado en conocerla y poseía sus mismos intereses. No pudo evitar pensar que aquella era la solución perfecta para dejar la obsesión repentina que su mente tenía con Liam Dunbar.
Los constantes llamados telefónicos y mensajes de texto de su padre y su hermano mayor fueron la excusa perfecta para salir prácticamente corriendo del lugar y dirigirse con rapidez a un restaurante en el centro de la ciudad. Marianne genuinamente estaba ansiosa por llegar y compartir en familia como no podía hacerlo desde el complejo divorcio de sus progenitores. Deseaba que su mente descansará en la comodidad de estar con sus seres queridos.
—¡Annie, cariño! —La saludo su padre de forma muy alegre apenas la vió cruzar la puerta, dándole un fuerte abrazo antes de guiarla hasta la mesa en la que ya estaban sentados Luc y Sarah.
Marianne tenía una sonrisa adornándole el rostro, y velozmente saludo al par con la intención de sentarse. Fue entonces que noto como junto a su asiento había uno vacío con los servicios puestos sobre la mesa. Trató de pensar en si aquello era un error o tal vez su padre había invitado a su madre, cosa imposible por lo mal que se llevaban, de sorpresa.
—¿Nos falta alguien? —interrogó con confusión. Tenía una mala sensación sobre lo que aquel puesto vacío significaba y no entendía la razón. Quizás estaba muy sugestionada por todos los acontecimientos vividos últimamente y veía todo como algo malvado.
—Ahí viene el invitado que nos faltaba —contestó Vincent con una sonrisa satisfecha, provocando que Anne con el ceño fruncido elevara la mirada y pudiera verlo.
Liam.
El muchacho caminó devuelta a la mesa con tranquilidad y se sentó junto a la pelinegra, quién estaba tan sorprendida que ni siquiera se había dado el tiempo de decir algo. Era obvio en su expresión que no esperaba encontrarse con su presencia, ni que la deseaba de verdad. Así que Liam no pudo evitar sentirse ridículo por haber aceptado la invitación a sabiendas de que ella no lo queria cerca. Era tonto, pero desde que había dejado de estar relacionado constantemente a Marianne, ya no tenía ni idea de como pasar el tiempo. Se había acostumbrado a hablar con ella cada día y sentir que era la única que conocía todos sus secretos.
Porque si, además de una maldición y Luc, lo que más los unía era la forma en la que solo eran genuinamente sinceros entre ellos.
—No me dijiste que... —intentó comentar Mar.
—Saluda a tu novio primero. No seas grosera. —Le reclamó el hombre sin permitirle terminar la frase. La incomodidad que se había generado estaba más presente que nunca en el ambiente—. Sarah es familia, y ahora Liam lo es también.
Un silencio incómodo que solo la chica Abrams se atrevió a romper con una pregunta:
—¿Y como estuvo la audición?
—Bien —respondió con simpleza la joven para dar por cortado el tema. No deseaba hablar e inventar cosas, ya que realmente lo único en su mente era el muchacho que estaba sentado a su lado.
Marianne pronto se levantó con lentitud de la mesa y se fue la excusa de que necesitaba ir al baño mientras su padre pedía la comida. Su intento de escape había sido tan evidentemente que el beta no tardó en ir tras ella diciendo que quería asegurarse de que se encontraba bien luego de los nervios de la audición. Así fue que ambos terminaron en el pasillo que separaba los baños.
—¿Por qué no me avistaste? —La pelinegra estaba apoyada en la pared y lo observaba de una forma indescifrable. No le agradaban las sorpresas, y este ataque secreto de su progenitor la había tomado desprevenida.
Liam exhaló un suspiro frustrado.
—Llevas tres días sin hablarme, Marianne. —Se defendió con molestia, recordándole la ley del hielo que ella misma había empezado.
—Tu tampoco me hablas. —Mar se enderezo con la intención de parecer más segura ante sus ojos. No deseaba parecer afectada por ello, no quería que él notara cuanto le habían molestado su ausencia.
—Es extraño que insistas en pasar tiempo cerca de mi, pero no me dirijas la palabra. —Liam dio dos pasos más para acercarse a ella y cerrar la distancia física en la que se encontraban. Algo dentro de la chica comenzó a fallar, los nervios la invadieron y su corazón comenzó a latir de forma desenfrenada—. No te entiendo.
Un silencio se hizo mientras la guerra de miradas seguía.
—¡Es porque si estoy lejos de ti me muero! —soltó finalmente con la intención de quitarse el peso de haber estado guardando aquella información por tanto tiempo. Estaba tan aterrada que haber podido decirlo en voz alta fue como sacarse de encima un montón de bloques de cemento.
Desde la esquina del pasillo se encontraban su padre, Luc y Sarah escuchándolo todo de forma poco disimulada. El trío no pudo evitar salir corriendo tras ellos cuando notaron la tensión que se había formado, pues deseaban asegurarse de que todo iba bien. Y habían quedado atónitos ante lo que creían era una confesión extremadamente romántica de parte de Marianne.
—Me temo que Annie esta bastante enamorada de ese chico —comentó Vincent Boniadi con pesar al comprender que su hija ya había crecido definitivamente. Era obvio que estaba completamente encantada con el rubio y que era algo mutuo ante sus ojos—. Tenemos que dejarlos solos —finalizó devolviéndose a la mesa para darles privacidad.
Liam se había quedado congelado.
—¿Qué? ¿de qué hablas? —Se atrevió a preguntar aún sin poder entender como las palabras de la chica podían ser verídicas.
—Deaton me lo dijo. Si paso mucho tiempo lejos de ti, moriré. ¿Recuerdas lo último que dije antes de que rompiéramos el jarrón? —Le explicó con rapidez, tratando de ser lo más clara posible para evitar caer en confusiones.
—Lo recuerdo —contestó con un nudo en la garganta al pensar en ese momento. Ahora la idea de Marianne diciéndoles cosas hirientes le dolía mucho más, y no tenía sentido alguno.
—Eso pasará...incluso si gano la beca en Broadway, ni siquiera podré aceptarla porque moriré —finalizó con los ojos cristalizados y un tono temeroso. Estaba destrozada por como sus sueños estaban estancados—. Mi vida depende de la tuya.
Liam no lograba acostumbrarse a la sensación de tener a la muerte tan cerca. Al terrible efecto que tenía en él saber que en cualquier aparecería alguien con la intención de asesinarlo por dinero, o que peor aún, que Marianne pasará mucho tiempo lejos y acabará muerta. Le aterraba más el tener que pasar por una perdida que acabar falleciendo él mismo.
Esta vez, muy lamentable, se había encariñado de alguien que dependía de él para sobrevivir y probablemente lo detestaba el doble por aquello.
Marianne Boniadi podría morir sin cumplir su sueño.
Y todo sería por su culpa.
—Se que tienes miedo por ella... —Scott McCall era capaz de leerlo como si fuera un libro abierto a sus ojos. Llevaba ya varios minutos tratando de procesar la información que el druida les había proporcionado—. Pero no vamos a permitir que muera.
Liam elevó la mirada hacía su alfa, situado a su lado con la intención de confortarlo. El muchacho trataba de recalcarle como harían todo lo posible para quitarles la maldición de encima y mantenerlos a ambos a salvo. No obstante, si el rubio era realmente honesto, estaba mucho más preocupado del bien de Anne que del suyo. Incluso si ella se quedaba por siempre a su lado y no se arriesgaba a la muerte, tendría que renunciar a sus sueños, y eso sería como matarla en vida.
—Lo lamento mucho. No deberían estar pasando por esto ahora. —La voz del moreno trataba de entregarle seguridad y algo de protección. Estaba fundido en los viejos recuerdos de si mismo, y se odiaba por no poder hacer nada por ayudar al par de adolescentes. Lo que menos quería era que ellos pasarán todo lo que si tuvo que pasar él—. Pero se que encontráremos una solución.
—Esta bien... —murmuró casi por inercia.
Scott se dió varias vueltas antes de sacar de su bolsillo la nueva parte de la lista que la banshee había descifrado con la intención de mostrársela a su beta, a quién claramente se le pusieron los pelos de punta. Pero no fue exactamente el hecho de poder encontrar su nombre allí lo que realmente lo sorprendió y provocó que el papel se le cayera de las manos. Se trataba del último nombre en la lista, aquel que no tardo ni dos segundos en reconocer y fue como una estocada directo al corazón.
Lucienne Boniadi 3.
© STAIRSCARS
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