vi. Como una mala película
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Definitivamente haber ido contra las advertencias de Marianne y jugar lacrosse con chicos mayores no fue una buena idea.
Eran prácticamente inexistentes las veces que Liam estaba realmente dispuesto a admitir que la pelinegra tenía la razón. Pero ahora, sentado en una incómoda silla de ruedas con un pie destrozado y la mente maquinando las miles de formas en las que ella lo insultaría, estaba algo dispuesto a hacerlo. Llevaba varios minutos tratando de encontrar el lugar en el que se encontraba la chica con la intención de confortarla, pues tenía claro cuanto le aterraban los hospitales.
Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, todo era fracaso tras fracaso. Incluso había entrado por accidente al cuarto de una anciana hospitalizada que lo confundió con alguno de sus nietos y lo retuvo más de media hora hasta que finalmente pudo explicarle que no eran familia. Si, había sido toda una travesía encontrar a Anne.
Por pura suerte, consiguió pedir indicaciones al personal del lugar, que amablemente le señalaron el camino y ya se encontraba justo frente a la puerta, que con mucha dificultad logró abrir. Aunque lamentablemente era tarde y ya había otra persona acompañando a la pelinegra. Allí se encontraba Brett, sosteniéndole la mano y observándola con un anhelo del que jamás imaginó ser testigo.
El rubio no lo pensó dos veces y retrocedió como pudo para salir del lugar y volver a cerrar la puerta que tanto le había costado abrir. Quizás había sido descuidado al pensar que Marianne necesitaría su compañía, por un par de minutos había olvidado que ella lo detestaba y que todo el amor en su ser estaba dedicado a su ex novio. Aquel chico era al que realmente necesitaba, no a él y sus torpezas.
—¡Liam! —La voz del Boniadi mayor lo detuvo justo antes de poder darse la vuelta y marcharse. Allí estaba su mejor amigo con pura preocupación en la mirada y un aspecto desaliñado, como si hubiera corrido hasta el hospital—. ¿Como estás? ¿y mi hermana? ¿dónde esta Anne? —interrogó tratando de mantener un tono calmado para no empeorar la situación, y acercándose para mirarlo de cerca y asegurarse de que se encontraba en buen estado.
La pequeña y falsa sonrisa en el rostro de Lucienne transmitía justo lo que el deseaba: calma y tranquilidad. Ese par de cosas que tanto necesitaba el rubio en ese momentos.
—Estoy bien...solo es mi pierna. —Le intentó bajarle el perfil a toda la situación e irse velozmente devuelta a su cuarto, donde se suponía que debía estar haciendo reposo, pero su necesidad de ver y hablar con la muchacha fue mayor. Así fue como había acabado en esa ridícula silla de ruedas, recorriendo el hospital como un tonto—. Y Marianne esta aquí —señaló la puerta junto a ellos con nerviosismo.
—Tenemos que entrar a verla entonces. Yo te ayudo con la silla —habló de forma decidida, sin darle la mínima oportunidad de hablar y advertirle que ya había otra persona acompañando a la chica—. ¿Estás seguro de que te sientes bien? —Le volvió a preguntar de forma ilusa el moreno al notar la forma extraña en la que actuaba, como si tuviera miedo de entrar al lugar.
Liam simplemente asintió, tratando de prepararse mentalmente para el caos que se formaría a continuación.
Y justo así paso.
—¿Que haces tú aquí? Suelta a mi hermana. —El tono de voz del comúnmente calmado Luc se había vuelto severo. En su sola expresión se notaba el desagrado que le estaba provocando la situación y toda la rabia contenida—. Te dije que te alejaras de ella —repitió con el doble de enojo al notar que el chico Talbot no acataba su orden.
—Hola Lucienne. Liam —contestó el aludido de forma calmada, sin sacar la mirada de la chica y pronunciando el último nombre de forma condescendiente—. Solo vine a ver como estaba.
Y esa fue la gota que rebalsó el vaso.
—¿Ahora te importa como esta? No recuerdo que eso te preocupará cuando perdió la beca —soltó cargado de rabia y las peores intenciones. Era por ello que el otro par de adolescentes se mantenía en silencio, atónitos por ver al muchacho más relajado y anti conflictos actuando de aquel modo—. Ya no eres bienvenido en su vida.
Marianne arrugó el entrecejo y ni siquiera intento controlar la ira que le provocaba escucharlos hablar como si ella no estuviera ahí mismo.
—¡Luc, basta! —Se atrevió a exclamar, provocando que todas las miradas cayeran en ella. Se notaba el cansancio y dolor en su expresión, solo que estos no eran especialmente por algo físico—. Querían ver si estaba bien, y ya lo hicieron. Ahora salgan de aquí.
La rabia fue apaciguada y su rastro empezó a transformarse en pura tristeza. El trío solo observó a la chica en silencio, reconociendo la severidad en su voz. La conocían lo suficiente para saber que cuando se veía tan sobrepasada era mejor no insistir y permitirle obtener la soledad que ella tanto deseaba.
—Liam. —Lo llamó justo antes de que pudiera salir de la habitación con ayuda del chico Boniadi. Todos estaban sorprendidos ante tan repentino llamado—. Tú puedes quedarte.
El muchacho la observó durante unos segundos sin moverse una vez que estuvieron solos, y luego se atrevió a hablar.
—Lo siento...tenías razón sobre el lacrosse. —Se enderezó en la silla y miró la sonrisa satisfecha en el rostro de ella. Sabía cuanto le gustaba tener la razón, sobretodo cuando se trataba de él.
—A veces hay que sangrar para asegurarte de que estás vivo, y de que yo siempre tengo la razón. —Comenzó a hablar hasta por los codos, como si toda la tensión vívida anteriormente se hubiera desaparecido. Dunbar la observaba sorprendido—. Y verte en una silla de ruedas es de las mejores imágenes del mundo —añadió.
—Sigues igual de demente, Marianne.
No lo diría, pero le alegraba que al menos ella no estuviera tan asustada como si estaba él, o que al menos no lo demostrara. Tenía el sentimiento de preocupación arraigado en el pecho, llenándolo de malos pensamientos. De algún extraño modo, agradecía que la chica le agregara su común dramatismo gracioso y alivia tensiones para calmarlo todo.
—Y sobre lo que pasó... —El rubio intentó sacar el tema a floté con cierta culpabilidad en su timbre por no haber evitado que Luc entrará tan efusivamente cuando ella se encontraba ocupada.
—No quiero hablar de eso. —Instantáneamente la actitud de la chica cambió y la sonrisa burlona desapareció de su rostro.
—Pero yo si quiero. —Le insistió soltando un suspiro y sin tratar de ocultar que estaba del lado del hermano de Anne, creyendo fervientemente que tenía toda la razón—. Brett fue quién te hizo daño. No fue Luc...él solo trata de protegerte.
—Mi madre llegará pronto, quiero descansar hasta ese entonces. —Su voz salió acompañada de un tono indiferente muy propio de ella. Se acomodó en la camilla y le dió la espalda—. Apaga la luz al salir, por favor.
Liam ni siquiera intentó volver a sacarle el tema y empezar una discusión que no llegaría a ningún lugar. Tenía completamente claro lo cabeza dura que era la chica Boniadi y cuanto costaba tratar de hacerla cambiar de opinión, especialmente cuando se trataba de él. Así que tan sólo se acerco a la puerta y salió del lugar con la misma dificultad del inicio.
Quizás toda la razón en esos momentos estaba contenida en Liam Dunbar, pero eso no era algo que Marianne admitiría.
Dolor. Dolor. Dolor.
Aquella sensación desagradable que se apoderaba en esos momentos de su brazo y la obligó a dejar sobre su cama la carpeta llena de los papeles de su pronta audición. Se levantó con rapidez la manga de la camiseta para revisar la zona, notando así como tenía lo que parecía ser una mordedura.
Y solo pudo pensar una cosa: maldito Liam.
Marianne no tuvo la oportunidad de siquiera asimilar lo que había ocurrido hace solo horas en el hospital y ahora se encontraba vendando una nueva herida. Además, como si ya fuera poco, repentinamente alguien había tocado su puerta. Apenas logró terminar el vendaje y balbucear un par de palabras para que probablemente su madre o Luc entrarán.
—Me dijeron que mi niñita estaba herida. —La voz de su padre la tomó por sorpresa y fue el perfecto calmante para el momento. De igual forma que su abrazo sirvió para confortarla—. ¿Como te sientes, Annie? —interrogó con preocupación, cerrando la puerta tras él y sentándose frente a ella en la cama.
—Estoy bien, ya no duele tanto —contestó de forma despreocupada para ocultar el real temor que sentía. Estaba preocupada, no comprendía en que otro lío se había metido su novio falso para que una mordida de perro apareciera en su brazo—. Estoy feliz de verte, papá...pero fue Luc, ¿cierto? no pudo mantener la boca cerrada.
Fue ahí que Vincent Boniadi supo que algo había pasado entre sus hijos. No era normal que la pelinegra se refiriera de forma tan despectiva a quién toda la vida había su máximo referente. Ella siempre se la pasaba balbuceando maravillas sobre su hermano mayor, demostrando lo orgullosa que estaba de cada paso que daba y el cariño infinito que le tenía.
—No fue tu hermano. Tu madre llamó y conducí hacía aquí apenas pude. —El hombre respondió tratando de disipar el enojo en el tono de voz de la muchacha. Cosas extrañas estaban ocurriendo, y gracias a su lejanía debido a temas laborales no tenía ni la mínima idea—. Además, me contaron que tienes un nuevo novio. Eso si que me lo tienes que explicar, señorita.
Marianne se obligó a mostrarle una sonrisa nerviosa.
—Así que Liam Dunbar, el amiguito de tu hermano. —Lo siguiente sonó casi como un reclamó, pero fue lo suficiente serio para que la aludida se tensará. Maldijo mentalmente el hecho de que su padre lo supiera todo—. Tu madre siempre dijo que terminarías con ese muchacho. Yo por el contrario, pensaba que no te agradaba.
Vincent lucía genuinamente sorprendido. Había escuchado mil veces a su niña contarle sobre lo mucho que detestaba al amigo de su hermano, y el que siempre pasará tanto tiempo en su casa. Era extraño que ahora todo ese odio se hubiera transformado en cosa de meses.
—Y así era, papá. No cambio de opinión tan rápido, eso lo sabes —trató de explicarle de forma calmada, buscando las formas de sostener la mentira y no soñar completamente incoherente—. Hasta hace poco...claro, porque ya no lo odio.
Mentira. Todo eran puras mentiras.
—Quiero pensar que es decente y casi un mago para lograr que dejarás de odiarlo —comentó con un tono burlón, aludiendo al mal humor de su hija y todas las veces que le había contado de sus discusiones constantes con el muchacho—. O sino no me lo explico.
—Papá, no empieces —intentó desviar el tema.
—Aunque me agradaba Brett —mencionó Vincent de una falsa forma descuidada, con toda la intención de probar a Anne y ver su reacción ante la mención de aquel chico que hace solo meses se había robado su corazón. No obstante, ella no tuvo reacción alguna—. Pero bueno, tendré que conocer a Liam.
—Pero ya lo conoces —cuestionó con cansancio.
Mar sabía que su padre era mucho más receptivo y cercano con ella que su madre. Era por lo mismo, no podía ocultarle nada sin sentirse culpable o ser demasiado obvia. Su lazo era mayor que todo, y le daba miedo terminar dañándolo por culpa de la maldición.
—Lo conozco como el amigo de Lucienne, no como tu novio. —Le explicó con calma, siempre con su tono formal y preocupado—. Me quedaré un par de días aquí, para que podamos cenar y me lo presentes oficialmente.
—Pero... —trató de cuestionarlo en vano.
La chica sabía que estarían completamente jodidos si es que esta famosa comida se llevaba a cabo. El hombre era igual de escéptico que ella, y no tardaría ni dos segundos en notar si algo estaba mal. Conocía tanto a la pelinegra que un solo movimiento en falso y todo la farsa que mantenía se caería al piso.
—Nada de peros, cariño. Vas a presentarme a tu novio.
Y así, entre heridas inexplicables y este nuevo compromiso, cada vez su panorama se veía más complicado.
© STAIRSCARS
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