o. Ciudad pequeña, grandes sueños
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Marianne tenía apenas cinco años de edad cuando se encontró a si misma en la actuación, en mitad de una obra escolar a la que fue obligada a participar, con un papel terriblemente secundario y un extraño disfraz de árbol cubriéndola. La sensación que el estar arriba del escenario y posteriormente ser una causante de los aplausos al final fue inexplicable, era una mezcla de emoción y satisfacción que jamás había podido siquiera imaginar en su corta vida.
Ahora, diez años más tarde, seguía teniendo la misma sensación cada que actuaba —actualmente en papeles principales que no incluían al disfraz de árbol— y todo el mundo parecía adorarla por instantes, reavivando la llama de sus deseos de comerse al mundo. Nunca llegó a cuestionarse si aquel sentimiento inexplicable al entrar en un nuevo personaje era solo una consecuencia del momento o si existía algo que la hacía más feliz que el actuar. En la mente de la muchacha no habitaba más que su amor eterno por la actuación.
Nunca tuvo amigos por la misma razón. Con el pasar de los años, se había acostumbrado a la soledad, a enfocar toda su atención en su sueño y saber que solo dependía de si misma el poder lograrlo. Absolutamente todo, desde que podía recordar, había sido en solitario, sin matices ni mezclas, solo blanco y negro. Siempre sabiendo de que las únicas personas que realmente la querían de forma honesta, a sabiendas de sus muchas obsesiones y falta total de realismo, eran solo tres; sus padres, su hermano mayor y la novia de este último. El resto de personas solo la tachaba como alguien compleja, con un plan de vida muy armado, tanto que no parecía valer la pena el conocerla sabiendo que saldrías dañado cuando no te hiciera un espacio en su mundo estructurado.
Lo anterior, quedó plenamente demostrado cuando quiso darse una oportunidad en el ámbito amoroso y comenzó a salir con el muchacho que en aquel momento estaba dándole tutorías, sin esperarse jamás que la relación se volviera seria de repente y su tiempo se viese absorbido de forma impresionante por aquel individuo. Fue justamente por aquel detalle y la gran diferencia entre los sueños de ambos, que Marianne termino por socavar el vínculo, rompiendo un corazón de forma inconsciente y claro, perdiendo a su tutor al mismo tiempo. Desde esa vez, decidió que las relaciones eran un sinónimo de obstáculo en su diccionario personal, y que salir con personas que estuviesen ligadas a sus sueños —incluso de la forma más mínima—, estaba completamente prohibido para ella. Sin embargo, aquello no significaba que viviera cohibida de lo nuevo, más bien, estaba cerrada a lo conocido y concentrada en separar su vida personal de sus sueños. Era complejo, pero también era la única forma de conseguir lo que deseaba.
—Anne, muero de hambre. —Se quejó su hermano mayor, haciéndose presente en su habitación de forma repentina. La nombrada ni se inmutó—, ¿puedes dejar de hablar sola y bajar a comer? Sabes que mamá no me deja comer si tu no estás.
La muchacha finalmente bufó en respuesta, soltando el lápiz que anteriormente mordía tratando de pensar en como conseguir el permiso de su progenitora para poder ir al museo local y conseguir información de Cleopatra, su nueva musa a interpretar en una próxima audición. Era toda una bendición que la exposición sobre la egipcia hubiese llegado a la ciudad con solo semanas de antelación que uno de sus grupos teatrales favoritos haciendo audiciones. La vida finalmente le daba indicios de una sonrisa, y no pensaba desaprovechar la oportunidad.
Sin demorar más, se apresuró en bajar con rapidez las escaleras y se sentó frente a su madre, buscando las palabras perfectas para comenzar a plantearle su nueva idea. La mujer no tuvo ni que elevar la mirada de su plato de comida para saber que su hija probablemente había encontrado una nueva forma de evadir su castigo, así que solo espero con calma a que esta comenzará a hablar.
—¿Sabían que hay una nueva exposición en el museo? —resonó repentinamente su voz con inocencia por el comedor. Pero no se trataba de una inocencia cualquiera, era el tipo de inocencia actuada que anunciaba un plan.
Ambos presentes finalmente la miraron.
—Quedan solo un par de días para el inicio de clases, debes prepararte —anunció la mujer con un tono duro, antes de que la chica siquiera pudiese argumentar. Sin poder ocultar cierta decepción en su mirada cada que el asunto escolar era nombrado—. Estás en una nueva escuela, Marianne —recalcó.
La nombrada se tensó y murmuró algo tan bajo que nadie más que ella misma pudo escucharlo. Su hermano la miro con una ceja alzada, intuyendo que algo tramaba.
—Necesito distraerme. Han pasado muchas cosas —habló, luego de un largo silencio sepulcral—. ¿Está mal pensar querer pensar en otra cosa? Tiendo a pensar que es insano no poder ni nombrarlo —Bajo la mirada a su plato, convencida de que todo iba tal cual deseaba. Sabía que todo el mundo tenía completamente asumido que ella se encontraba internamente destruida por su ruptura, y aunque aquello no fuese más que un ridículo rumor formado por información tergiversada, iba a usarlo a su favor.
—Annie... —No pudo evitar murmurar su hermano con un cierto grado de compasión.
La verdad era que Lucienne Boniadi tenía una sola debilidad, y esa era su hermanita menor. No recordaba un solo día en el que cuidarla no fuese su propósito, incluso cuando le repitieran que tenía un gran potencial académico y estaba destinado para cosas grandes. Para él lo más grande que podía existir era el saber que Marianne estaba a salvo. Quizás sus pies estaban demasiado pegados a la tierra, a diferencia de los de su hermana, quién siempre había volado libremente por el espacio exterior, o de sus padres, que luego del divorcio parecían pasar el tiempo en realidades alternas. Justo por ello, era que alguien debía ser el enlace directo a la realidad, y ese era él.
—Es difícil no pensar que quizás algo va mal conmigo. —La sinceridad brotó antes de que pudiese notarlo y la obligo a cambiar el tema—. Ir a esta exposición me ayudará...de todas formas, actuar es lo único que verdaderamente lo hace.
Marianne odiaba que se asumiera tan fácilmente que la única razón para estar triste o insegura consigo misma era un muchacho. Ella verdaderamente ni había pensado tanto en aquel perfecto jugador de lacrosse. Las únicas veces al día que lo pensaba era para maldecirlo mentalmente por haber influido en la perdida de su beca y haber sacado a flote inseguridades de forma inconsciente. Pero igualmente sabia que no era totalmente culpa del muchacho. Pues todo había sido como un pila de piezas de dominó cayendo una sobre la otra, partiendo por la reciente separación de sus padres, su posterior ruptura con Brett y finalmente la perdida de la beca en Devenford.
Algo en su interior siempre había creído que escapar de Beacon Hills y cumplir su sueño lo mejoraría todo.
—Esta bien —aceptó finalmente la mujer soltando un suspiró. Se había vuelto imposible para ella el saber cuando su propia hija estaba actuando o no—. Pero solo saldrás si tu hermano va contigo, sigues castigada —añadió.
—Pero prometí salir con... —trató de excusarse.
—No prometas tanto, Luc. El tiempo de calidad con tu hermana es prioridad —alegó la pelinegra sin ocultar en lo más mínimo su emoción, dejando en su mejilla un sonoro beso y recogiendo su plato. El muchacho asintió una sola vez antes de verla desaparecer por el pasillo—. ¡Nos vemos en el museo en medio hora!
© STAIRSCARS
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