iv. Un trato con el entrenador
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La mente comúnmente inquieta de Marianne estaba colapsando, viniéndose abajo con rapidez, en un proceso tortuoso que lastimaba su autoestima. Su mente le repetía continuamente que algo estaba mal, que cruzar las grandes puertas de su nueva preparatoria sería una total condena y probablemente la haría quedar en ridículo. Siempre se había caracterizado por ser una persona solitaria, le agradaba estar sola, sin embargo, no el sentirse sola. Era por ello que le causaba tanto conflicto el observar al resto de estudiantes entrando al lugar en grupos, luciendo extremadamente felices por estar allí y reencontrarse luego de las vacaciones. Mientras que ella, tenía una expresión digna de un funeral.
¿En que momento se había perdido de tanto? ¿Cómo es que no sabía hacer algo tan común como sociabilizar y unirse a un grupo?
La chica no era ajena a las personas. Ella, más bien, era como un fuerte atrayente para estás. Disfrutaba estar sobre el escenario, bajo mil miradas, siendo la encargada de provocar sentimientos en desconocidos. Y con aquellos antecedentes, cualquiera podría afirmar con seguridad que lo que menos poseía ella era timidez. El problema era que abandonar el lugar que la había visto crecer le aterraba, tenía miedo de perderse en el camino y no lograr llegar a cumplir todo lo que anteriormente anhelaba. Después de todo, ¿quién era realmente Marianne Boniadi sin la reputación que le habían otorgado en Devenford? ¿y si ni ella misma lo sabía?
—Anne. —Escuchó la voz de su hermano mayor tratando de sacarla de su ensoñación sin éxito alguno. El pelinegro estaba terriblemente preocupado por los cambios radicales que había comenzado a observar en su hermana—. Por favor, Marianne, sabes lo difícil que es esto. Háblame.
Al seguir escuchando sus lamentos, la muchacha se volteó a mirarlo fijamente, aun resentida por todo lo ocurrido durante el fin de semana. Le seguía causando conflicto la actitud extremadamente defensora que había tomado Lucienne al asistir a aquella fiesta en busca de tratar de mantenerla a salvo de un peligro inexistente. Estaba enfadada con él por haber tomado una decisión tan estúpida, y sobretodo por haber enviado a Liam al museo, desencadenando un gigantesco efecto mariposa que terminó por otorgarle una maldición y de paso, meterla en una relación falsa con el chico que odiaba.
—Cuando dejes de tratarme como si fuese un cristal, entonces habláremos de nuevo. —El enojo en su voz era notorio, ni se esforzaba en esconder la ira que sentía en aquel momento, tanto con su hermano como consigo misma.
Su fin de semana había sido tan caótico que el terror que causaba el ser la estudiante nueva en mitad de semestre ni le había afectado tanto como esperaba. Ya tuvo suficientes emociones al haber pasado radicalmente de ser una deprimida adolescente superando una ruptura y sus terribles consecuencias, a ser una chica enojada que cargaba una maldición y peor aún, una relación falsa con un chico que odiaba. Sonaba digno de guion de película cliché, pero lamentablemente esa era su vida actual.
—Ahora debería ir entrando a mi nueva escuela. Y tú, ya deberías irte a la tuya. Nos veremos en casa —volvió a hablar.
En el momento en el que el muchacho quiso responder, ella ya se había ido. En un movimiento rápido y con la mirada fija en la entrada de la preparatoria, Marianne caminó con seguridad y los nervios comenzaron a aparecer. Luc solo pudo mirarla desde la lejanía, esperando que todo fuese bien para ella en esta nueva escuela, con un nudo en la garganta al pensar en el solo hecho de que ya no la vería más vagando por los pasillos de la escuela, ya no podría asegurarse de que ella estaba bien, y sobretodo, ya no la tendría cerca si es que necesitaba hablar. Nada volvería a ser lo mismo cuando Anne comenzará una nueva vida en esta nueva preparatoria, y eso era algo que Luc sabía.
La pelinegra finalmente entró al lugar con una actitud nerviosa. El pasillo se encontraba repleto de estudiantes caminando de un lado al otro, los casilleros estaban a los lados y con dificultad pudo llegar hasta la oficina de la consejera escolar, donde debían entregarle nuevamente las instrucciones para iniciar el año escolar de buena forma y claro, recordarle las condiciones con las cual la habían aceptado. Pues resultaba que solo la dejaron integrarse a mitad de año con el juramento de subir sus calificaciones y mejorar sus habilidades sociales. En resumen: todo era culpa del informe de conducta y personalidad que no jugaba demasiado a su favor.
—Señorita Boniadi, necesita un extracurricular. —La falta de paciencia fue notoria en la voz de la mujer sentada en el escritorio frente a la muchacha. Mar podía sentir que su mirada era extraña, demasiado aterradora para ser una simple consejera escolar.
—Pero aquí no existe un club de teatro —reclamó de brazos cruzados, su expresión era el agregado que demostraba plenamente su carencia de emoción—. Eso es lo que hago, y no tienen nada que me parezca interesante. No me agradan las matemáticas, y solo tienen cupo en ese extracurricular —añadió.
Anne bufó para demostrar su estrés, con un solo pensamiento en su cabeza: extrañaba un poco su vieja escuela.
—Le recomiendo probar suerte con el entrenador —sugirió la consejera, sin dejar de revisar los papeles que estaban dentro de una gran carpeta con el nombre de la chica. Aquello solo lograba ponerle los pelos de punta—. Me han informado que estaba buscando un asistente, podríamos tomarlo como un extracurricular si él acepta.
La chica Boniadi frunció el ceño.
—¿El entrenador? —preguntó con confusión, frunciendo el ceño y pestañeando lentamente. Verdaderamente no comprendía nada—. ¿Como puedo ayudarlo yo? ni me agradan los deportes.
—Todo esta en sus manos, señorita Boniadi.
Las indicaciones que le había dado la mujer habían sido lo suficientemente claras como para ayudarle a llegar hasta el gran campo de lacrosse del establecimiento. No tardó en notar que un grupo numeroso de estudiantes corría dando vueltas alrededor del lugar, siendo observados por un hombre que gritaba barbaridades y soplaba repetidamente un molesto silbato, fue fácil asumir que aquel era el entrenador. El problema llegó cuando se acercó a él de forma cautelosa y trató de hablarle repetidas veces, siendo completamente ignorada.
La chica no pudo evitar el impulso de rodar los ojos.
Y como si las cosas no pudiesen ir peor, luego de unos segundos divisó que entre el grupo de muchachos que corrían sin parar ni a beber agua, estaba una de sus peores pesadillas: Liam Dunbar. Él anteriormente nombrado no tardó en reconocerla y alejarse del restó con la intención de acercarse con rapidez hacía ella. Y si era totalmente sincera, Mar no se acostumbraba a que él se acercara a hablarle tan fácilmente, sin aquel sentimiento de rechazo ni la mirada temerosa que le entregaba antes. Extrañaba demasiado eso.
—Hola. —Le habló de forma animosa al lograr llegar junto a ella. Su tono amistoso fue suficientemente honesto para provocar que la pelinegra retrocediera un par de pasos y frunciera el ceño, como si le hubiese dado un golpe—. No tenías que venir a verme, pudiste haberme enviado un mensaje y...
Mar no pudo evitar soltar una carcajada ante sus palabras.
—No vine a verte. —Su negación estaba cargada de una diversión maliciosa. Le resultaba gracioso que el rubio siquiera pensará que estaba tan necesitada de él y su desagradable presencia. Casi parecía que se le había olvidado que su reciente vínculo no quitaba el hecho de que ella lo detestaba—. Tengo una vida, Liam Dunbar.
—¿Y a que viniste? —preguntó con un falso desinterés, tratando de ocultar que internamente si se había sentido ridículo por pensar que ella había ido hasta el lugar exclusivamente para hablar con él, o incluso, para demostrarle apoyo en su prueba para el equipo—. No te agradan los deportes —señaló.
—No actúes como si te importara mi vida...Es raro —alegó con incomodidad y un sabor agrio en la boca.
—Es que me importa, Marianne. —Liam no captó el peso de sus palabras hasta un par de segundos de silencio incómodo después. Sus palabras se pasaban de la raya de lejanía que llevaban—. Con o sin la maldición, sigues siendo la hermanita menor de mi mejor amigo.
Claro, porque solo eso era para él, siempre lo había sido.
Mar suspiró e ignoró sus explicaciones, aprovechando de dar un par de pasos hacía él, como si esperara que de aquel modo nadie más pudiera escuchar lo que deseaba decirle en aquel momento.
—Estuve pensando, y hay alguien que nos podría ayudar con el problemita —habló de forma lenta y pausada, casi susurrando. El chico la miró sorprendido y bastante esperanzado—. Pero tendrás que hablar con Brett.
Y toda la esperanza se esfumó.
—No —negó instantáneamente el adolescente, sin esforzarse en ocultar como el sólo nombre del chico le había provocado desagrado. ¿Por qué ella tenía que nombrarlo tanto e involucrarlo en su problema? Después de todo, el problema era de ellos, solo de ellos y de nadie más.
—Pero...
—No —volvió a negar, esta vez siendo acompañado de un ceño fruncido y un tono severo. La chica Boniadi podría haber jurado que jamás lo había visto reaccionar tan mal ante el solo nombre de alguien—. No voy a hablar con él. Hazlo tú, después de todo, es tu exnovio —finalizo, dando un par de pasos hacía atrás y comenzando a caminar con la intención de volver a unirse al resto de postulantes al equipo, quienes ya habían dado varias vueltas mientras ellos dos hablaban.
La pelinegra entrecerró los ojos y bufó sonoramente antes de encontrar la frase perfecta para volver a ganarse su completa atención.
—¡Y se supone que tu eres el actual, Dunbar! —exclamó a viva voz, siendo instantáneamente víctima de las miradas de todos los presente. Liam se giró rápidamente hacía ella con sorpresa y volvió a su lado en silencio—. ¿Y bien? discúlpate. Eso fue bastante feo. —Se cruzó de brazos, desviando su mirada hacia el horizonte de forma dramática mientras esperaba que el chico reaccionara.
El rubio la miraba en silencio, tardando bastante en decir lo que ella esperaba.
—Lo siento —habló finalmente algo avergonzado. Anne seguía sin mirarlo directamente a la cara—. Lo resolveremos luego, ¿si?
Entonces, ella finalmente lo observó.
—Así es como se hace. Sin tonos insultantes y malas miradas —sonrió abiertamente, satisfecha con su cometido. La verdad, le encantaba el que los demás le hicieran caso o simplemente le dieran la razón—. Ahora ve a ganarte un lugar en este equipo. Si van a verte conmigo, necesito un ganador. Ya sabes que no me agradan para nada los perdedores, ¡ve a correr! —Le dijo de forma rápida y caótica, agitando sus manos a modo de señal mientras lo veía irse.
Lo siguiente que sucedió fue un completo acto de locura ante los ojos de Marianne, y probablemente de cualquier persona mínimamente cuerda. Resultaba que ella no había sido consciente de su alto tono de voz, y que todos los presentes en el lugar la habían escuchado darle aquel gran sermón al muchacho. La posterior imagen del entrenador acercándose a ella con rapidez y una extraña mueca, la hizo estremecer.
En el rostro de Bobby Finstock había una sonrisa, de la clase de expresión que denotaba un plan de fondo.
—¡Tú, niña, eres mi solución! —exclamó el hombre con entusiasmo.
Marianne frunció el ceño y avanzó un par de pasos en dirección a él con la intención de hablar.
—¿Disculpe? ¿es usted el entrenador? —Le preguntó, y él solo asintió a modo de respuesta—. Oh, soy Marianne Boniadi. Necesito un extracu...
—¿Sabes de lacrosse? —Finstock ignoró todo lo dicho por la pelinegra y sólo preguntó, la aludida por su parte, no pudo evitar adquirir una gran sonrisa al comprender hacía que lado se dirigía la conversación y como aquello podría beneficiarla.
—Mi hermano mayor es una estrella, señor —afirmó la muchacha.
—Boniadi. Boniadi. Boniadi... —comenzó a murmurar el hombre con una extrema concentración, rebuscando en su memoria aquel peculiar apellido, allí fue cuando lo encontró—. ¡El 8 de Devenford! lo detestó —exclamó de forma caótica. Mar lo miraba conforme, sabía que su hermano mayor era reconocido en el mundo del lacrosse, ese recurso ya la había ayudado varías veces antes—. Su técnica perfecta me hace sentir miserable.
La mirada maliciosa de la chica finalmente apareció de entre las sombras.
—Entonces le tengo muy buenas noticias —habló con un tono orgulloso—. Somos familia, tenemos la misma técnica y capacidad de hacer a los demás miserables —sonrió de forma maliciosa.
—¿Que quieres a cambio, niña? —quiso saber con un grado comprensible de desconfianza al recordar el historial de abandonos del equipo durante los últimos años—. Ya se han ido varios... —murmuró de forma pausada.
—Solo quiero créditos extra en economía, el extracurricular y comentarios bonitos sobre mi a la consejera escolar...ya sabe, algo poco por mi eterna ayuda y lealtad —zanjó la adolescencia con un tono demandante, ofreciéndole posteriormente su mano al hombre con la intención de sellar la promesa—. ¿Tenemos un trato?
El entrenador lo pensó durante un par de segundos, fingiendo tener dudas sobre la gran habilidad de mandato que tenía la chica y como esta le había agradado, pues no deseaba que ella se aprovechaba de ello.
—Hecho, pero cuidadito con las relaciones interpersonales —dijo finalmente, aceptando su mano—. Si fallas, se acaba todo y dire que no te conozco.
—Nunca falló, señor.
© STAIRSCARS
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