iii. La gran mentira salvadora
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Marianne Boniadi tenía un bajo, casi inexistente, nivel de tolerancia cuando de Liam Dunbar se trataba, y el entender la razón tras aquel intenso sentimiento era algo bastante complejo, proveniente de una larga historia que la muchacha evitaba contar a toda costa. La verdad era que aún quedaban en su memoria los estragos que aquel suceso ocurrido hace más de diez años había llevado a su vida. Era precisamente por ello que el haberlo besado frente a todo el mundo no había sido precisamente algo que deseará, anhelará o siquiera imaginará.
La pelinegra creía fielmente en que las situaciones extremas requerían medidas extremas, y eso fue exactamente lo que hizo: tomar la primera inexplicable idea que le llegó a la mente y llevarla a cabo, sin razonar ni pensar en las consecuencias que aquel simple acción acarrearía. Su impulsividad fue mayor que cualquier otra cosa. Y lamentablemente, el rubio sólo había tenido la mala suerte de estar en el lugar y momento equivocado.
—¿Te das cuenta de lo demente que estás? —El tono duro del chico fue lo único que logró sacar a Mar de la ensoñación en la que se encontraba desde que habían salido corriendo de la fiesta. Ella miraba al vacío, mientras que él trataba de buscarle la mirada en busca de respuestas.
La situación, sinceramente, lo estaba desesperando.
Anne no dijo absolutamente nada durante un par de segundos, y la verdad, Liam tampoco esperaba realmente que lo hiciera. Él ya había asumido que ella había terminado de hundirse en la locura total.
—No exageres, fue un simple arrebato. Nadie va a recordarlo mañana —contestó con un tono despreocupado.
Era una total mentira, y ambos lo sabían.
Liam trató de no caer en la total perdida de cordura y comenzó a recordar una maravillosa época, hace menos de veinticuatro horas, cuando la muchacha fingía que él no existía y nadie se atrevía a decirle lo contrario porque todos sabían que tratar de hacer reflexionar a Anne sobre su odio eterno hacía él era como hablarle a una pared. El cambió fue demasiado radical. Aún le tomaba por sorpresa que ella no lo hubiera sacado del museo a punta de insultos desde un primer momento. Mucho más le sorprendía el que lo hubiese besado frente a la mayoría de sus viejos compañeros de escuela. Nunca se habría imaginado que la Marianne que él conocía era la misma que estaba pasando más de un minuto sin insultarlo. Ella era dura, malvada, casi como la villana de cuentos que se burlaba de su miseria...pero quizás no era tan mala como aparentaba, y eso no le cabía en la cabeza.
O bueno, tal vez no lo terminaba de asimilar porque jamás se le paso por la mente hasta ese momento.
Sin duda alguna, su mente estaba acostumbrada a aquel esquema estereotipado en el que ella era la mala de la historia, quién lo odiaba sin razón y le hacía la vida imposible. Su mirada sobre la muchacha se volvió más intensa, como si buscara provocar que ella también lo observara. Verdaderamente no comprendía nada. ¿Horas antes lo odiaba y luego lo besaba de aquel modo?
—Oye, ¿no dijiste que viste a Sarah? —preguntó ella repentinamente, dando un paso hacía el muchacho y notando como este se alejaba, convirtiendo su distancia de un metro en cinco, como si estuviese escapándose—. ¿Qué demonios te pasa?
Mar no podía describir el cansancio mental que sentía en aquel momento, era por ello que lo único que deseaba era hablar desesperadamente con Sarah, quién era la novia de su hermano y la única que siempre lograba entenderla cuando nadie más podía. Ella era una parte fundamental en su vida, pues llevaba varios años saliendo con Luc, y desde que él la había llevado por primera vez a conocer al resto de la familia Boniadi, se convirtió en la mejor amiga que la pelinegra siempre anheló tener. Era la única persona que quería a la muchacha por elección propia, sin lazos sanguíneos que la obligaran socialmente a hacerlo, eso la volvía mucho más valiosa.
—Oh...crees que voy a besarte de nuevo. —Mar ni se esforzó en reprimir la risa que le causaba la actitud del rubio. No se podía creer el que él verdaderamente se estuviese escapando de ella de aquel modo por un temor tan ridículo—. Solo en tus sueños obtendrás otro beso mío.
Claro, porque para ella fue solo una actuación teatral más.
—¡¿Y por qué me besaste antes?! —Liam quiso saber, demostrando lo alterado que estaba al dar vueltas en círculos por el lugar con rapidez. Se encontraba tan enredado entre los hilos de sus pensamientos que apenas pudo notar una rama en medio de su paso antes de resbalar con ella.
Y tal como antes, la misma herida apareció en la chica.
—¡Ya deja de hacerte daño! —exclamó Mar estresada al sentir un severo ardor y posteriormente ver el raspón en su rodilla. No comprendía la situación, pero sabía que ya contaba con dos heridas nuevas por culpa de la torpeza del rubio—. No entiendo porque, creo que ni siquiera tiene sentido que algo así sea posible...pero lo que sea que te dañe, me daña.
—Todo empezó cuando rompiste ese jarrón —murmuró el muchacho con la mirada en el piso. Estaba comenzando a sentirse sobrepasado por la situación, y era de publico conocimiento que aquello jamás acababa bien—. Te dije que lo dejarás, pero no lo hiciste y...
Entonces, algo hizo click en la mente de la pelinegra.
—¡El jarrón! —exclamó, clavando sus ojos en los del chico y haciendo extraños gestos para expresar que todo parecía tener sentido finalmente—. Todo es su culpa.
Liam parpadeó varias veces, sorprendido.
—Dudo que cargar al jarrón con nuestros problemas sea la mejor solución, Marianne.
La chica bufó con estrés antes de hablar—. No. Digo que desde que se quebró ese jarrón y apareció esa luz blanca, esto empezó —explicó lentamente, señalando sus heridas y esperando que él pudiese entenderla—. He leído algunas cosas...
—¿Que cosas? —preguntó con esperanza.
Tal vez ella podría tener una explicación lógica.
—Eh...maldiciones egipcias —respondió.
No. Definitivamente no la tenía.
—Comprendo —suspiró y la miró en silencio durante un par de segundos, como si analizara cada parte de su rostro en busca de respuestas—. Oficialmente te volviste loca.
Anne demoró algunos segundos en responder.
—¿Crees que me estoy imaginando las heridas? —Le preguntó ofendida, sin poder creer que él estuviese insinuando que había caído en la locura, en vez de aceptar que su hipótesis tenía sentido—. ¿Ya te olvidaste la cachetada? Porque tengo muchas ganas de volver a dártela ahora mismo.
Liam suspiró con estrés.
—Claro, culpemos al jarrón de todo —repitió, con una gran ironía presente en su voz. Mar solo lo miraba mal—. ¿El que me besaras también venía con el jarrón? —añadió, volviendo a sacar el tema a flote.
—¿No piensas olvidarlo? supéralo —respondió.
Y en ese momento lo supo. Ante él, estaba una Marianne despreocupada. Aquello lo asustó mucho más porque sabía que ella no era la clase de persona que iba por la vida esperando que las cosas pasarán. Ella del tipo que jamás se relajaba, siempre estaba buscando y consiguiendo por si misma lo que deseaba, sin preocuparse de nada más que de cumplir sus objetivos. Por ello, jamás se relajaba.
—¿Superarlo? finalmente estaba por encontrar a Luc, pero tuve esa sensación extraña de que algo pasaba y fui a buscarte, entonces...
—¿Una sensación? —La chica Boniadi no pudo evitar ladear la cabeza, con su voz detonando confusión. Liam la miraba en silencio—. Tal vez el jarrón nos conectó...y ahora somos como una sola persona —pronunció en voz alta, comenzando a desesperarse por culpa de su propia teoría. La situación era descabellada—. ¡No! ¡me bese a mi misma!
Y así, tan simplemente, había entrado en una nueva crisis existencial.
El rubio se acercó a ella con lentitud y la tomó por lo hombros con suavidad para pronunciar:
—Marianne, no somos una persona —habló con lentitud y un tono calmó, mirándola directamente a los ojos en busca de algo de cordura. Ella no se movía, estaba sorprendida por la repentina cercanía—. Yo soy yo, y tú eres tú. Me besaste a mi. Liam. Soy Liam —añadió.
La pelinegra frunció el ceño, con decepción en su mirada.
—Ah, sinceramente prefería la teoría de haberme besado a mi misma —confesó al salir de su ensoñación, quitando las manos del muchacho de sus hombros con rapidez, como si su toque quemará. Le causaba desagrado el tocarlo, aunque era bastante irónico teniendo en cuenta su acción anterior en plena fiesta—. Sigo odiándote. Mucho —repitió lo suficientemente alto como para que aquello pudiese grabarse en su mente—. Y que sepas que solo estaba en un mal momento, y tú apareciste.
—Entonces, ¿ibas a besar al que se apareciera? —preguntó.
—No, fuiste el afortunado solo porque Brett te detesta...eso es un golpe más bajo, y tenía que dar un golpe bajo. —Se apresuró en explicar, agitando levemente su cabeza para evitar pensar en las razones tras su acción. Prefería olvidar todo lo ocurrido lo más pronto posible.
—¡Eso es lo que me preocupa, Marianne! —Liam exclamó con un claro pánico comenzando a invadirlo. La nombrada elevó la mirada, aún con el ceño fruncido—. Brett me va a matar, Luc me va a matar y tu padre me va a matar.
Mar soltó un sonoro suspiro.
—Nadie va a matarte —aseguró con una pizca de burla en sus ojos. Era notorio que estaba disfrutando su pánico—. Si seguimos esta lógica...si te dañan, me dañan. Así que si te matan, me matan —trató de explicarle de forma lenta y pausada, como si fuese un niño pequeño—. Mi vida les importa más, así que nadie va a matarte —finalizó, acercándose lo suficiente para mostrarle una gran sonrisa tenebrosa.
Y aquel ultima frase pareció ser la entrada perfecta al completo desastre.
—¡Liam! —La voz de Lucienne pudo distinguirse cada vez más cerca. Ambos adolescentes se miraron con temor, sabiendo que si las cosas ya estaban mal, ahora estaban mil veces peor—. ¡¿Me puedes explicar que fue eso?! —dijo con un tono severo, clavando su mirada en ambos de forma intercalada, como si analizara la situación y la falta de caras de asco de ambos al estar posicionados uno al lado del otro. Definitivamente no comprendía nada—. Necesito una explicación. Ahora mismo, amigo —pronunció con incomodidad, recalcando la última palabra.
¿Era capaz de explicárselo todo a su mejor amigo?
En aquel momento, existía una mitad del muchacho que lo incitaba a hacerlo y aclarar toda la situación bizarra en la que se habían envuelto junto a la pelinegra. Sin embargo, la otra parte y la mirada expectante de Marianne, le gritaban que no dijera absolutamente nada. Porque finalmente, era probable que el chico no les creyera, y no lo culpaba, pues el solo pensar en como explicar todo lo que habían vivido le resultaba complejo. Pero lo que le daba más miedo que todo, era la reacción del mayor de los Boniadi al saber que él no había logrado cuidar de Anne, que no había conseguido mantenerla lejos del peligro y sobretodo, que había traicionado su confianza, ya que para Luc lo más importante era su hermanita. Eso era algo que todo el mundo sabía.
Sin Marianne no había Lucienne.
Sin ellos, no había Liam.
Y al igual que la pelinegra hace solo segundos, el último nombrado no tardó demasiado en caer ante la gigantesca presión que el solo pensar en decepcionar al muchacho le traía, así que optó por pronunciar lo que sellaría su destino:
—Estamos saliendo.
—¿Qué? —preguntaron el par de hermanos al mismo tiempo.
Si, definitivamente cada vez estaban más jodidos.
—¿Desde cuando?
Lucienne Boniadi no podía poner en palabras el estado en el que se encontraba en aquel momento. Aunque podía expresar fácilmente que estaba sintiéndose enormemente sorprendido, traumado y estúpido. Muy estúpido, en realidad. El muchacho repetía una y otra vez en su mente cada interacción entre el par de adolescentes, cada vez que ambos demostraron abiertamente su odio mutuo y ni una pizca de amor parecía ser posible entre ellos. ¿Como no había logrado ver que su hermana menor y su mejor amigo de toda la vida estaban juntos? ¿cómo pudo haber sido tan ciego?
Todo lucía imposible, casi como una pesadilla.
—Eh...hace tiempo...poco tiempo. —Liam se atrevió a responder luego de varios segundos, con una sonrisa nerviosa que reflejaba la culpabilidad que sentía debido a la mentira.
En respuesta, Luc entrecerró los ojos y le dió un vistazo a su hermana menor, quién lucía extrañamente tranquila.
—¿Cómo? ¿no estabas con Brett hasta hace menos de un mes? —El muchacho inició una caminata en círculos por la sala de su casa, a donde habían ido luego de que el rubio soltará aquel inesperada noticia—. Anne, no estoy entendiendo nada. Necesito que me hables, por favor.
La muchacha se mantenía en completo silencio, escuchando todo lo dicho con atención, sin saber que decir para defenderse y entregar una explicación lógica ante tanta farsa. Lo único que hacía era maldecir mentalmente a Liam Dunbar por meterla en tremendo embrolló y obligarla a mentirle a su hermano mayor.
—Luc, creo que deberíamos dejarlos. —La voz de Sarah se hizo presente de forma repentina, tratando de calmar el ambiente y alejar la tensión que parecía poder cortarse con un cuchillo. Todos los presentes la miraron instantáneamente—. Han sido muchas emociones por hoy, deben comer y descansar —añadió con una pequeña sonrisa.
Era un gesto solidario hacía Mar, ya que había notado su excesivo nerviosismo.
—Pero... —trató de interrumpir el moreno.
—Vamos a comprar comida, luego volvemos y habláremos tranquilamente. —Se apresuró en interrumpirlo la chica Abrams, tomando a su novio de la mano y llevándoselo hacía la puerta principal—. Cuiden la casa, niños. Ya volvemos con la comida. —Les entregó una sonrisa y arrastró al muchacho hasta la calle, cerrando la puerta tras ellos.
Apenas quedaron solos en la casa, Marianne clavó su mirada en el rubio sentado junto a ella, con una clara expresión de puro enojo mezclado con confusión. Se levantó del sofá rápidamente y comenzó a caminar en círculos, tal como anteriormente lo estaba haciendo su hermano mayor. Liam la miraba en completo silencio, no se atrevía a decirle algo sabiendo que probablemente ella iba a reaccionar mal, muy mal. Una parte de él estaba profundamente agradecida de que no pudiera hacerle daño sin que también le doliera a ella, así se salvaba de que le lanzará los cojines del sofá o intentará algo más.
—¡¿Que fue eso, Liam Dunbar?! ¡¿enloqueciste?! —Todo lo que se había estado guardando durante la última media hora de interrogatorio salió con un tono enojado. Estaba enfurecida.
—No podía decirle la verdad. —Alzó los hombros el chico, tratando de justificarse con una mirada inocente.
La pelinegra suspiró.
—Estoy de acuerdo con eso, pero habían mejores excusas que inventar que estamos juntos. —Le dijo con obviedad, sin poder comprender como había sido tan tonta como para involucrarse en tantos problemas por su culpa—. ¡Nadie va a creerse eso! ¡todo el mundo sabe que te odio! —añadió.
Claro que era así, cualquier persona que los hubiera visto al menos una vez juntos, comprendía instantáneamente que la chica lo odiaba con el alma y el sentimiento tendía a ser mutuo.
—Me parece que se lo creyeron. —Le recordó sus reacciones y como en ningún momento se atrevieron a cuestionarlos, más bien, solo buscaban entender como habían llegado a estar supuestamente juntos—. Nos vigilan por la ventana ahora mismo. No lo harían si no se lo creyeran —señaló con la mirada.
La chica no tuvo que elevar demasiado la mirada para lograr encontrarlos: allí en la ventana estaban Luc y Sarah, observando todos sus movimientos de manera tétrica. No pudo evitar pensar que verdaderamente eran como una pareja casada vigilando a sus pequeños hijos. Eso la hizo sonreír levemente. El amor le agradaba aveces, sobretodo cuando era tan duradero y sincero como el de ellos.
—Genial... —murmuró luego de un par de segundos de total silencio. El chico la miraba confundido, no entendía la razón tras su sonrisa, pero lo había calmado levemente.
—¡Oye! tu iniciaste esto al besarme. —Le recordó, todavía alterado y volviendo a poner tenso el ambiente—. Yo...yo solo evité que Luc se enterara de todo. No quiero que se decepcione...de nuevo —confesó finalmente, con un brote repentino de sinceridad.
—No estoy de acuerdo con la forma, pero creo que si lo entiendo. —Asintió la pelinegra entre suspiros, sorprendida por la honestidad repentina—. Si se entera de este maldito asunto, va a decirle a nuestros padres...y no podré ir a la audición...ya tengo bastantes problemas. No necesito darles otro y obtener más castigos —explicó con la misma vulnerabilidad, contando las preocupaciones que en aquel momento estaban carcomiéndole la mente.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar durante un par de minutos.
—¿Y que hacemos? —En un ataque de valentía, se atrevió a pronunciar en voz alta la gran interrogante que tanto lo acomplejaba en aquel momento—. Tenemos una maldición encima, Marianne.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de la nombrada.
—¿Acaso estás admitiendo que tengo la razón, Liam Dunbar? —Su voz salió con una particular emoción que de algún modo obligó al muchacho a abandonar su crisis nerviosa para mirarla con un poco de diversión—. Es un día histórico —añadió con una media sonrisa.
—Hablo enserio, Marianne Boniadi —Se esforzó en sonar serio, copiando su forma de referirse a él.
La muchacha bufó a modo de respuesta.
—Agh, tendremos que investigar...descubrir como volver a la normalidad. —Finalmente, dejo de lado su tono burlón para contestar con seriedad y volver a ser la misma muchacha alterada—. Todos se darán cuenta si comenzamos a pasar tiempo juntos de la nada. Hasta mis padres saben que te odio —añadió sin mayor tacto.
—Bueno. Creo que tendremos que seguir con la mentira.
Ambos se miraron durante un tiempo, sin decir nada, pero entendiendo que tal vez esa era su única solución.
—Solo hasta que nos saquemos esta maldición de encima.
© STAIRSCARS
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