ii. Fragmentos de fiesta
. *・῾💔 ᵎ⌇🪩 ⁺◦ 🍾 ✧.*
Destino.
Aquel concepto que es antónimo del libre albedrío. Un poder sobrenatural y plan que guía la vida de cualquier ser, algo como un gran libro del que dependían todas las historias que conocíamos. Para Marianne el destino era más como una fuerza desconocida que estaba obsesionada con burlarse de ella, creándole constantemente falsas esperanzas de felicidad cada que podía. La verdad, el destino era algo cruel y despiadado cuando se trataba de Anne.
Eso era lo único que se repetía en la mente la muchacha aquella tarde de sábado.
Su habitual sensación de decadencia brotándole por los poros y siendo contagiosa. Su mente estaba completamente enfocada en el chico frente a ella y parecía alterar lo demás hasta dejarlo en segundo plano. Ya no estaba escuchando la voz de su hermano repitiéndole que fuera amable, no pensaba en la principal razón por la que había entrado en aquella habitación. Estaba atrapada en la cárcel que significaba mirar tan fijamente a Liam Dunbar, tan vulnerable e inofensiva.
—Wow... —murmuró repentinamente la pelinegra. Estaba sentada en el piso y todo su cuerpo se encontraba tenso, trató de mirar al chico frente a ella a los ojos para comprobar si estaba igual de sorprendido por la situación. No pudo evitar sorprenderse al pillarlo mirándola del mismo modo—. Algo paso...algo extraño.
Liam podía deducir fácilmente que se trataba del jarrón y aquella extraña luz blanca que hace solo un par de segundos los había rodeado y posteriormente lanzado a diferentes direcciones de forma agresiva, pero no tenía la capacidad de pronunciar algo que no fuesen humillantes balbuceos. Lo único que su cuerpo parecía estar capacitado para hacer era mirar directamente los ojos cafés de Marianne, casi perdiéndose en la intensidad de ellos.
—Di algo —bufó la menor de los Boniadi, dirigiendo su mirada a los pedazos del jarrón que se encontraban esparcidos por todo el piso, dando una imagen desastrosa. Pasaron varios segundos antes de que el aludido notara que ella se estaba dirigiendo a él.
—Yo...yo, no sé que decir. —Fue un rato después que el muchacho se atrevió a responderle. En su rostro estaba la confusión, que aumentaba inmensamente al estar bajo la presión de la mirada de Anne—. Fue raro...quizás explotó la luz o algo. Supongo que lo mejor es esconder esto e irnos rápido.
—Agh, tienes la tendencia de esconder las cosas bajo la alfombra, ¿no? —criticó ella con hostilidad, luego se levantó del piso y le ofreció su mano al chico para que este la tomara e hiciese lo mismo—. Dudo que fuera la luz...algo más ocurrió. Ya tómala, por Dios —soltó con estrés. Liam dudo una vez más antes de tomar su mano, pero finalmente lo hizo y en cuestión de segundos se levantó, sintiendo como una electricidad lo recorría de pies a cabeza al tocarla.
Marianne lo observó confusa al notar que no se alejaba y deshacía el agarre. Pero la verdad, ella tampoco tenía ganas de hacerlo, era como si una fuerza externa la obligara a seguir sosteniéndole la mano y estando cerca. Así que se aferró con todas sus fuerzas a su sentimiento de odio hacia el muchacho, porque esa era la única forma de lidiar con la extraña sensación que estaba enfrentando.
—Será mejor que limpiemos esto —soltó repentinamente el adolescente, como si necesitara una excusa para soltar la mano de la muchacha. Y ella lo notó, sintiéndose ridícula por haber tratado de ser amable con él sabiendo la clase de persona que era.
Era mucho más fácil evitar lo nuevo, aferrarse a que todo lo que amenazaba el pasado estaba mal y era dañino, pero aquello también era peligroso. Eso era algo que Liam no sabía, así que optó por agacharse y comenzar a juntar los pedazos del desastre, como si aquella acción pudiese también ordenar los fragmentos de la confusión en su mente. Aquel fue el momento en que lo impensado ocurrió, cuando un pedazo afilado de vidrio cortó la yema del dedo anular del muchacho de forma profunda y la sangre comenzó a brotar sin parar.
—Auch —soltaron un quejido al mismo tiempo.
Ambos se miraron con extrema confusión, notando sus dedos sangrantes y teniendo el mismo disparatado pensamiento: el jarrón tenía la culpa. Porque no era posible que tuvieran la misma herida, en el mismo lugar y al mismo tiempo.
Marianne avanzó un par de pasos. Se inclinó levemente en dirección al muchacho y pronunció:
—Quiero intentar algo.
Liam frunció el ceño. Los labios de la pelinegra formaron una línea fina y ella dio un par de pasos más hacia él. La distancia era tan mínima que casi podían sentir sus respiraciones. Entonces, cuando el rubio llego a pensar que Anne estaba por besarlo, ella le dió una fuerte cachetada, como si en aquel golpe hubiese ido todo el odio que había reprimido durante la tarde. Pero el gran problema fue que ambos sintieron el dolor en la mejilla, al mismo tiempo.
—Mierda, si es cierto —admitió mientras se sobaba el lugar afectado de forma continua. Ni ella misma sabía que tenía tanta fuerza y enojó acumulado, así que se sintió tremendamente culpable—. ¡Di algo! —exclamó con estrés al notar que el chico parecía haber entrado en un estado de shock y solo se dedicaba a mirarla atónito.
—¡Me golpeaste! —Su voz estaba llena de sorpresa, pero eso no quitaba el enojo que cargaba. Ella lo había golpeado de la nada, y bastante fuerte si era sincero. Se sintió ridículo por haber pensado por un par de segundos que iba a besarlo...pero tampoco era como si deseara que lo hiciera. Al fin y al cabo, solo era Marianne Boniadi, la malvada e irritante hermana de su mejor amigo—. ¡Estás completamente loca!
Su respuesta no pareció afectar en lo absoluto a la joven, más bien, parecía estar siendo lo suficientemente abrumada por miles de teorías sobre lo que estaba ocurriendo como para atacarlo devuelta. Y de pronto, casi como si compartieran pensamientos, la única solución llego a la mente de ambos.
—Tenemos que buscar a Luc —sugirieron al mismo tiempo, de forma una forma tan espeluznante que les resultó digno de película fantasiosa.
Porque ellos jamás habían podido llevarse bien, al menos no desde que un día en plena niñez, Marianne decidiera comenzar a odiar de forma intensa a Liam, sin dar jamás la oportunidad de tregua. Pero, existía una sola cosa que siempre habían tenido en común y ni el paso del tiempo había logrado alterar: ambos llamaban a Luc cada que tenían el mínimo problema, el chico era como un salvavidas que compartía.
—Dijo que estaría en casa, así que...
—No esta en casa —interrumpió el chico con un tono dudoso, como si estuviese rogando mentalmente que ella no le hiciese muchas preguntas. Anne lo miró con confusión al instante, sabiendo que estaba escondiendo información y seguramente era por algo malo—. Fue a la fiesta de bienvenida.
Marianne frunció el ceño y dio un paso hacía atrás, tomando una gran distancia del rubio, como si le hubiese dado un fuerte golpe. Soltó una risa irónica y apretó los dientes, sin poder creerse que su hermano la hubiese abandonado por la ridícula fiesta que hacían en Devenford cada fin de semana antes del inicio de clases, llena de adolescentes borrachos y tontas alabanzas a los jugadores del equipo de lacrosse. A él ni siquiera le agradaban las celebraciones ni le importaba en lo absoluto el deporte, eso era lo que la enfurecía el doble. Ella le había hablado de toda esta preparación para su monólogo, de cuán importante era el conseguir esta beca en Broadway, y él simplemente la había abandonado.
—No te enojes con él. Fue por una buena razón —soltó Liam sin pensar, tratando de salvar a su amigo del enfado de su hermana, pero arruinándolo todo el doble. Ella lo miró sin comprender de que hablaba, esperando que soltara toda la información—. Fue por ti.
—¿Por mí? claro que si, y yo estoy intensamente enamorada de ti —contestó con ironía, poniendo su mano sobre el mango de la puerta, lista para irse a su casa y gritar hasta más no poder en su almohada—. No necesito que lo justifiques y te burles de que como ni mi hermano me soporta, Liam Dunbar.
Sus palabras sonaron como a despedida. A un adiós cargado de tristeza, y eso le afectó más de lo debido. El nombrado no supo porque, pero sentía en sus adentros la misma decepción que Marianne en aquel momento. Sonaba como algo imposible y completamente disparatado, pero así era.
—Él quería venir contigo. Pero fue a hablar con Brett. —Le confesó finalmente, provocando que ella se diera media vuelta y lo mirara con los ojos bien abiertos. ¿Que demonios había dicho? ¿por qué su hermano mayor iría a hablar con su exnovio? Nada tenia sentido en la mente de Marianne, así que solo espero a que el rubio siguiera hablando—. Dijo que estabas triste por su culpa y que debía hacer algo, porque no era justo que él estuviese divirtiéndose en la fiesta mientras tu sufres por la beca. Por eso me pidió que viniera.
Maldición. Maldición. Maldición.
Fue allí cuando Marianne se dio cuenta que todo estaba saliendo mal por culpa de sus acciones. Se maldijo a si misma un par de veces por haber exagerado tanto la situación y sobretodo, por ser tan buena actriz. Todo se había salido completamente de su control, desde la inmadurez brotando de su ser ante la presencia de Liam, hasta sus exageraciones y liberación de sentimientos ante su hermano mayor. Sabía que este ademas de ser un santo digno de la devoción de cualquiera, también era demasiado protector cuando se trataba de ella, y temía que las cosas se salieran de control cuando se enfrentara a Brett.
—Tenemos que ir a esa fiesta. Ahora mismo.
Marianne entrecerró los ojos para tratar de vislumbrar la presencia de su hermano mayor desde la lejanía, pero no había mucho más que una cantidad exorbitante de jóvenes borrachos moviéndose de un lado al otro. Si se suponía que eso era una fiesta, estaba agradecida de no ser invitada a muchas de a ellas.
—No tiene mucho sentido que sigas buscándolo desde aquí, no vamos a encontrarlo jamás —musitó Liam con incomodidad, tratando de acomodarse tras el arbusto en el que estaban escondidos. La pelinegra se volteó a mirarlo de mala forma, con sus ojos reflejando desesperación.
—¿Y que quieres? ¿que entremos y nos unamos a la fiesta como si nada? —preguntó de forma irónica, dándose el tiempo de hacer un ademán para señalarlo a él y luego a si misma de forma continua—. Literalmente somos los expulsados de la escuela. Nos conocen...seguramente tienen fotos con nuestras caras en la entrada para señalar lo prohibidos que estamos.
Liam se invirtió hacía ella. En su rostro se notaba la misma frustración y necesidad de una explicación. Aún no comprendía porque era tan malo que Luc enfrentara al irritante de Brett, más bien, tenía bastante sentido entre más lo pensaba. Según lo que sabía, el chico había sido un completo idiota con Anne, se merecía mínimo una espantada.
—Vamos a tener que colarnos a la fiesta —soltó repentinamente la chica con una extraña sensación de valentía.
—Enloqueciste, realmente enloqueciste —comentó el muchacho sin poder creerlo. Ya no comprendía si acaso ella había olvidado mágicamente el pasado de ambos en Devenford o simplemente su obsesión por el dramatismo estaba sobrepasando límites—. Ellos nos odian, mucho.
—Yo también te odio, Liam Dunbar —sonrió de repente, de una forma bastante espeluznante, provocando que el rubio la mirara con algo de temor. Algo se le había ocurrido, y eso daba mucho miedo—. Y aquí estoy, soportándote tras un arbusto.
Por un segundo, el chico pensó que su fuerza de voluntad sería mayor que las locuras de Marianne Boniadi, pero se equivocó. Aunque intento e intento, terminó por ser convencido igualmente de entrar a la fiesta, aprovechando que la mayoría de los estudiantes estaban alcoholizados y probablemente no recordarían ni la mitad de lo ocurrido al otro día. No había nadie tan convincente como aquel par de hermanos, de eso estaba seguro.
Finalmente, ambos optaron por separarse para no acaparar tanta atención y encontrar más fácilmente a Lucienne, quién tampoco respondía mensajes ni llamadas. Aquello ponía terriblemente nerviosa a la pelinegra, estaba tan asustada por lo que podría hacer su hermano y como eso repercutiría en la beca que mantenía, pues le faltaba poco para salir de la preparatoria y no podía ensuciar su historial con rivalidades, mucho menos con uno de los jugadores estrellas.
—Mar. —Una voz conocida la llamó de repente, como si lo hubiese invocado mentalmente, obligándola así a elevar la mirada y encontrárselo allí, de frente, sin preparación alguna más que el pensamiento de la posibilidad lejana de que ocurriese. Con su mirada hipnótica y aquel olor inconfundible a perfume, ahí estaba Brett, observándola con la misma sorpresa—. No pensé que vendrías...
La muchacha estaba muda. Recordaba el modo intenso en el que el chico solía mirarla y llamarla por aquel especial apodo, dejándola siempre hipnotizada. Era un hábito, que no había conseguido perder, a pesar de las circunstancias. Quitó su mirada de la suya para visualizar el vaso de algún trago desconocido que había sacado al entrar a la fiesta para pasar desapercibida y sin pensarlo dos veces, tomó un gran sorbo, esperanzada en que la sensación de familiaridad que la recorría al mirarlo se esfumará completamente.
Era mucho más fácil aferrarse a la idea de que no estaban hechos para estar juntos, que no eran indicados el uno para el otro y que para ella no había sido nada especial, pero eso era una tarea difícil cuando lo tenía enfrente, sosteniéndola con suavidad y mirándola de una forma que la devastaba. Cualquiera creería que para Marianne lo más importante eran sus sueños, que por ello no era capaz de sentir algo más que anheló, pero no, ella si había amado al chico, tanto que prefería esconderse bajo la idea de que había sido una relación pasajera que solo le trajo problemas. Ella sentía demasiado, porque era una adolescente común y corriente, una chica soñadora que poseía un corazón frágil y una coraza dura.
Ver a Brett fue solo darse cuenta de que si sentía.
Volvió a tomar otro gran sorbo y dejó el vaso sobre una mesa cercana, aún con las manos temblorosas y el corazón latiendo desbocado.
—Yo...
—No vine aquí por gusto —soltó con hostilidad antes de dejarlo terminar la frase. Se volteó nuevamente hacía él, esta vez siendo lejana. La valentía con la que había entrado a esa fiesta se había esfumado, pero se esforzaba en mantener su falso tono seguro—. Y preferiría ir yéndome.
Esas simples palabras bastaron para que él asumiera que la pelinegra estaba por escapar de la situación. La conocía, tanto que seguía resistiéndose a la tentación de preguntarle si es que se arrepentía de lo ocurrido entre ambos, porque en el fondo sabía que aquel momento sería probablemente la única oportunidad que tendría para verla antes de que lo evitara como había estado haciendo hasta la fecha. Porque Marianne era tan escurridiza como el agua, eso ya era sabido.
—Estoy feliz de verte, Mar.
La muchacha se preparó mentalmente mil veces para cuando se reencontraran, sabía que tarde o temprano terminaría por ocurrir, pero definitivamente no se esperaba eso. ¿Feliz de verla? ¿hablaba enserio? Debía estar bromeando o haber bebido demasiado, aunque lo segundo era bastante dudoso porque en casi un año de relación, jamás lo había visto emborracharse.
Y entonces, lo peor que pudo imaginar alguna vez ocurrió.
—Ya ven aquí, te he estado extrañando —apareció de pronto una rubia esbelta con vibras similares a las de barbie, abrazándolo por la cintura y depositando varios besos en su cuello. Marianne sintió un agrió sabor en su boca al observar la situación, odiando que el verlo con otra persona le estuviese causando esas sensaciones—. Oh, ¿y ella quién es? —preguntó entre sonrisas y pasos torpes, demostrando así lo borracha que se encontraba.
—Me voy —anunció sin titubear.
Trató de relajar su expresión mientras se alejaba y sacaba un nuevo vaso de una de las mesas llena de ellos, sin saber si debía tomar un sorbo o no. Estaba demasiado alterada, y lo odiaba. Le había dolido mucho todo lo visto. Era consciente de que habían pasado al menos dos meses desde su termino definitivo y que él tenía todo el derecho a seguir con su vida, pero eso no aliviaba de ningún modo la sensación de ardor en sus adentros.
—Oye, ¿estás bien? —La voz de Liam pareció ser un alivió, como la anestesia que la trajo devuelta de sus tortuosos pensamientos. El chico la miraba con bastante preocupación, sin comprender que había ocurrido en sus minutos de ausencia—. ¿Por qué tienes un vaso? —señaló el que la muchacha llevaba entre sus manos con curiosidad, pues sabía que Marianne no era de las personas que bebían, más bien, no se alcoholizaba jamás.
La joven estaba en completo silencio, distante y apagada, como jamás había sido vista antes. Observando como desde el otro lado de la habitación estaba el causante de aquello, mirando con recelo su cercanía con el rubio, pues era ya sabido que no era de su agrado y existía bastante tensión entre ellos. Entonces fue con ese recuerdo que un brillo malicioso apareció en la mirada de la muchacha, una idea descabellada había entrado en su mente, probablemente causada por el efecto del alcohol, pues su tolerancia a este era mínima, o simplemente producto de su común impulsividad.
—Me encontré a Sarah y dijo que... —trató de explicarle Liam, con gran incomodidad debido a todas las miradas que repentinamente se habían posicionado sobre ellos. Los habían reconocido y eso le asustaba.
Pero antes de que pudiese tener tiempo de asimilar lo que ocurría o siquiera terminar su frase, los labios de la muchacha estaban puestos sobre los suyos.
© STAIRSCARS
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top