i. Como perros y gatos
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—¡¿Bromeas?!
La pelinegra apenas logró controlar sus ganas de lanzar el teléfono que sostenía al piso y pisarlo con fuerza hasta que la ira se disipara, mientras que su hermano mayor desde el otro lado de la línea sonreía abiertamente, disfrutando la situación de forma insana. La verdad, Luc no tuvo que esforzarse demasiado en imaginar la expresión que en aquel momento debía haberse apoderado del rostro inocente de su hermanita y como su mirada estaría quemando a cualquiera que se le cruzará. Casi sintió lástima por los presentes en aquel museo.
—No me considero un bromista, Anne —respondió con un tono cargado de sarcasmo. Su hermana casi podía divisar su figura cómodamente acostada en el sofá familiar, sonriéndole con burla y disfrutando demasiado su desgracia—. Te presento a Liam, tu acompañante por esta tarde.
Entonces lo logro ver, buscándola por todo el lugar con una mirada desesperada y hasta confusa, como si se tratase de un niño pequeño buscando a su madre entre la multitud. En aquel momento, Marianne realmente le suplicó al cielo que la tierra se la tragase, o que incluso viniese la muerte a buscar su alma y se la llevará al otro lado. Cualquier cosa parecía mejor que tener que encontrarse frente a frente con Liam Dunbar.
—Es...es bueno verte, Marianne —habló con nerviosísimo el anteriormente nombrado una vez que llegó hasta su lado. Por su tono de voz, la aludida dedujo que estaba nervioso y probablemente tenía la misma carencia de emoción por estar ocupando el fin de semana previo al regreso a clases para acompañarla a ella al museo.
—Trátalo bien o le diré a mamá —alcanzó a escuchar la amenaza de su hermano justo antes de responder de mala forma, como si este le hubiese leído la mente—. Yo tengo algo que hacer y te veré en casa, pero estás en buenas manos —aseguró antes de colgar sin siquiera permitirle responder.
El ceño de la joven se arrugó y su mirada enfurecida cayó sobre el rubio frente a ella, quien la miraba en completo silencio, como si repentinamente se hubiese visto hipnotizado por la intensidad de sus expresiones, casi rogando que la muchacha no tratará de sacar el pasado de ambos en Devenford a relucir, tal como hacía cada que se veían. Marianne comenzó a negar con la cabeza de forma continua, sin poder creerse la situación surrealista en la que se encontraba. ¿Qué demonios estaba pensando su hermano al hacer algo así? ¿acaso estaba delirando o había consumido algún tipo de extraña sustancia? Sabía que lo segundo era prácticamente imposible viniendo de un santo como su hermano mayor, pero en aquel momento hasta la máxima locura parecía ser factible.
Una vez que los pensamientos parecían haber terminado de abrumar a la pelinegra, el chico junto a ella se dedicó a intentar comprender mínimamente la situación. Le resultaba algo tan inmaduro, le molestaba que la chica continuara odiándolo sin razón. Diez años siendo detestado por la hermana de uno de sus mejores amigos. Cuando Lucienne le pidió que lo cubriera en esta ocasión, no pudo negarse, pues consideraba imposible decirle que no a una petición de la única persona que había estado pese a todo a su lado.
—Luc dijo que veníamos a una exposición de... —habló Liam, tratando de aligerar el ambiente y haciendo una pausa para revisar el folleto que le habían entregado en la entrada del recinto. Aquella acción fue suficiente para alterar triplemente los nervios de la muchacha y provocar que lo mirara mal—. ¿Cleopatra?
—Si —respondió con dureza, sin siquiera intentar ser amable.
—Interesante, suena bien. —Se apresuró en responder con tal de que no volvieran a hundirse en aquel aterrador silencio. Ya conocía lo suficiente a Marianne, y sabía que nada era más de temer que ella estando en silencio—. Lamentablemente, no tengo ni idea que es.
La mirada de la muchacha finalmente cayó sobre el y si era sincero, parecía estar a punto de asesinarlo. ¿Que cosa tan mala había dicho?
—Luc me pidió que te tratara bien. Estoy tratando, pero es que eres imposible —comenzó a explicar con indignación y su común tono dramático digno de un premio Óscar—. ¡No puede atreverse a pedírmelo, te detesto con toda el alma y tienes el descaro de no saber quien es Cleopatra! ¡Eres verdaderamente imposible, Liam Dunbar!
Algo como una mezcla de odio e indignación emano de su voz. A su parecer, el rubio parecía haberse vuelto triplemente más odioso con el paso del tiempo. Quizás tenía problemas con la pubertad y poseía una madurez tardía o simplemente había nacido con la misión de ser el ser humano más odiable del planeta. Ambas teorías sonaban como disparates, pero poseían mucho sentido en la mente de la chica.
—Soy muchas cosas, Marianne. Trato de ignorar el que siempre seas tan grosera —comenzó a hablar, tratando de no perder la compostura—. Pero imposible no soy, y no voy a dejar que me grites —Pese a su expresión seria, estaba terriblemente intimidado por la mirada fría de la pelinegra—. Eh...no frente al resto...estamos en un museo...y seguramente...creo que mejor nos quedamos...me quedo callado —añadió entre balbuceos, perdiendo repentinamente toda su valentía al ver la expresión de la aludida. Esa chica le asustaba a veces, aunque no iba a admitirlo en voz alta.
Las palabras no fueron especialmente agradables ante la perspectiva de Anne, más bien, parecían ser un ataque directo y ella estaba por reaccionar. Pero su mente fue directo hasta Luc y su madre...no podía darse el lujo de arremeter contra el muchacho sabiendo las consecuencias posteriores, porque su hermano probablemente se enfadaría y su madre le agrandaría de forma cruel el castigo, para que luego ambos le dieran una charla sobre la gran persona que era Liam Dunbar y cuanto amor necesitaba. Solo por querer evitarse los problemas, optó por respirar y calmar su furia interna.
—Deberíamos entrar antes de que pase la hora y cierren este lugar —pronunció antes de comenzar a caminar hacia el pasillo que llamativamente decorado dirigía hasta el espacio de la exposición. El muchacho la siguió en completo silencio.
Liam no comprendía la falta de contraataque de parte de la chica y aquello le causaba una gigantesca sensación de desconfianza. Sabía que Marianne era excesivamente dramática y que no bajaba la cabeza ante nadie. No era común que se diera de baja de forma tan calma ante una de sus constantes discusiones. A Liam no le gustaba la idea de admitirlo frente al resto, pero conocía demasiado bien a la muchacha. Y siempre había pensado en ella como una estrella brillante buscando el mejor lugar en el cielo para ser finalmente apreciada.
Fue ese detalle conectado al brillo en sus ojos al ver las luces y carteles que anunciaban en grande el nombre de Cleopatra que asumió que la visita al lugar tenía que ver con la actuación. Quizás de forma lejana, como una nueva obra o un guión suyo inspirado en el Egipto, pues las pegatinas de pirámides que estaban por todos lados lo llevaron a asumir que de aquello se trataba, a pesar de su desconocimiento sobre aquella reina. O tal vez, se debía a un nuevo pasatiempo suyo relacionado a la arqueología, lo cual dudaba mucho pues lo único existente en la vida de la pelinegra era la actuación.
Lo que el chico desconocía era la forma intensa en la que esto alteraría su vida.
Marianne volvió a posar su mirada sobre el rubio por un par de segundos. Su principal razón para soportar su presencia era el poder llevar a cabo su visita y descubrir lo deseado para lograr hacer la mejor interpretación posible, pero el lugar estaba tan descuidado y carente de información que no fuese la misma que había encontrado en internet que le resultaba imposible. Ella misma se había convencido de que todos los recursos para hacer su monólogo algo impresionante estaban en aquella exposición, no obstante, no había conseguido nada más que un broche en forma de pirámide y un par de folletos. Creyó ilusamente que toda su crisis interna se solucionaría con la visita, que todo finalmente iría bien y dejaría de decepcionar a los que la rodeaban, pero nada parecía poder ser efectivamente así. Al menos, no ese día.
Trato de espantar de su mente todo mal pensamiento cuando el rubio que anteriormente había comenzado a dar vueltas por la sala volvió a su lado. Su expresión era sombría, tenía la clase de mirada que anunciaba un plan b. Y así era, pues había logrado divisar una misteriosa bodega junto a los baños, en la cual habían metido un par de cajas selladas que tenían los sellos de la compañía que auspicia la exposición. Después de un par de segundos de plantearse la idea, tuvo el impulso suficiente para caminar con rapidez al lugar y aprovechar un descuido de un empleado para entrar con éxito.
La pelinegra estaba por suspirar con alivio por su adrenalínica hazaña cuando noto que la puerta no se había cerrado exactamente tras ella. Más bien, había permitido que otro desagradable individuo se colara y todo lo arruinara. La situación parecía haber empeorado de sobremanera.
—¡¿Qué demonios crees que haces?! —exclamó estresada.
Liam miró hacia su alrededor antes de contestar, diversas cajas selladas con carteles que en grandes letras rojas decía lo frágiles que era su contenido y polvo, definitivamente mucho polvo removido por la presencia del par.
—Estar aquí esta prohibido. Es solo un lugar para el personal —habló el muchacho ignorando la pregunta, intuyendo que seguramente Marianne estaba destrozandolo con una de sus miradas, pues la falta de luz en el lugar le dificultaba la posibilidad de comprobar su teoría—. Podrían echarnos, llamar a la policía o...
—Entonces, ¿para qué entraste aquí?
—Es que tu...
—Entraste de todos modos. —Lo corto antes de poder terminar la frase. La verdad Anne buscaba sonar grosera. Quería que el chico fuese consciente de su propia impulsividad en caso de que los descubrieran y todo saliera mal—. Quieres fastidiarme la vida, así que me seguiste. Eso es tan típico en ti. Fastidiar todo lo que te rodea e ir por la vida usando tus ojos de cachorrito como defensa. No funciono con el entrenador, entiende que conmigo menos.
Oh no, Marianne acababa de tocar un punto débil, uno muy débil.
Liam ladeó levemente la cabeza al sentir un pinchazo en su interior. Siempre se había sentido en confianza alrededor de la muchacha, a pesar de sus constantes discusiones y la tensión que siempre los rodeaba, creía saber que ella jamás sería capaz de usar sus errores en su contra, al menos no los que solo había confesado a un grupo selectivo de personas y le dolían tanto. Lo que Marianne desconocía era que dos podían jugar aquel tortuoso juego.
—¿Y qué me dices de ti? Crees que con tus palabras y expresiones dramáticas se arregla todo, pero ni eso sirvió para que Brett no saliera corriendo —soltó sin pensarlo, tomándose los segundos posteriores para notar el peso de sus palabras—. No aprecias nada. Ni a Luc, ni tu beca, mucho menos te darias el tiempo de apreciar que sigo aquí.
—¿Acaso yo te lo pedí? —La sola pregunta resultó como un gran balde de agua fría para el muchacho. No tuvo ni tiempo de pensar una respuesta cuando la chica volvió a hablar—. Acepte venir con mi hermano, no con la mascota irritante que suele llamar amigo. Mejor vete a molestar a otro lado.
—¿Mascota? ¿irme? —repitió palabras al azar a modo de pregunta mientras la muchacha lo miraba expectante, recorriendo la pequeña habitación con cuidado—. Luc me pidió vigilarte, no pienso defraudarlo. Y será mejor que sueltes eso —advirtió una vez que pudo notar que había abierto una caja completamente sellada y había sacado un jarrón antiguo que actualmente balanceaba entre sus manos sin mayor cuidado, como si le buscara una etiqueta o algún texto con información sobre el—. Puedes romperlo. Ya deberíamos irnos. Dámelo.
—Quítamelo. —Le sonrió de forma diabólica, pudo notarlo una vez que la débil luz en la habitacion comenzo a parpadear continuamente. Liam pensó que ella simplemente había terminado de enloquecer—. Ven, intentalo. Tienes experiencia quitándome cosas, ¿no es así?
Ella lo miraba de forma expectante.
—¿De qué hablas, Marianne? —trató de saber, sin comprender en lo absoluto que estaba ocurriendo. No entendia como habian pasado de discutir sobre las consecuencias de su entrada indebida al cuarto a aquel confuso tema. ¿Acaso era por ello que la pelinegra llevaba odiandolo desde los seis años? ¿él le había quitado algo? ¿que cosa?
La muchacha de sueños grandes dio un paso hacia el, impulsada por la falta de espacio y el pequeño derrumbe que había provocado al sacar el jarrón de una de las cajas. Lo miro directamente a los ojos, divisando levemente aquel par de orbes azules dedicandole confusas miradas. Era imposible que él no lo supiera, seguramente estaba disfrutando el verla tan deshecha por su acción cometida hace diez años. Pero Anne no se iba a dejar humillar, no frente al detestable Liam Dunbar, no en un polvoriento almacén y mucho menos en un espacio así de reducido, donde sus lágrimas podrían ser visibles.
—¡No me toques! —farfulló al sentir el cálido roce del muchacho, quien trataba de quitarle delicadamente el jarrón de las manos—. Ya te dije que no me toques, desesperado.
—¡Prefiero morir que estar cerca tuyo! —exclamaron al mismo tiempo, tal como niños pequeños discutiendo por un juguete—. ¡Suéltalo! —repitieron de forma extrañamente conectada.
Lo que paso despues fue tan rápido que ninguno tuvo la capacidad de asimilarlo. El espacio que los separaba se había vuelto casi nulo y sus respiraciones agitadas parecían ser solo una. Nadie lo había notado, pero estaban excesivamente cerca, tanto que el miedo y repudio que le tenían a aquello terminó por disparar completamente su balanza de autocontrol.
Y eso bastó para que su forcejeo terminará por dejar caer al piso el valioso jarrón que termino echo trizas, develando entre sus piezas una preciosa joya que al hacer contacto con sus pieles terminó por esparcir una gigantesca luz brillante que lo cambiaría todo.
Ten mucho cuidado con tus palabras, sobretodo cuando tienes amuletos malditos cerca.
© STAIRSCARS
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