Prólogo: Refugio olvidado
Las ideas presurosas y la suspensión de la realidad circundante se convirtió en un menester para el azabache, que nuevamente estaba presente en el lugar en el que sus más grandes temores se presentaban y adquirían la forma de su más inmenso anhelo.
Sus memorias le pertenecían a otro ser que llegó a su vida para hacerle desconocer toda la seguridad que creía tener acerca del mundo y las incógnitas que ignoraba.
En los misterios habitan los acertijos que deben ser develados e incongruencias que escapan de la lógica racional que la consciencia inhabilitada por la enseñanza y la experiencia que la ha ido formando, colisiona e impacta ante la desconocida realidad que como la bruma espesa va rodeando a su víctima impía, siendo su único pecado la cruel inocencia que el mundo real busca destrozar y en medio de las tribulaciones hacer retroceder al ser que avanza luego de sobrevivir al naufragio que una pérdida lo llevó a zambullirse en el agua gélida y bravía que incrementaba las ondas de sus someros movimientos hasta la agitación colérica que pretende hipnotizar a la persona perdida y hacerla sucumbir ante su abrazo mortal y eterno.
Una descripción realista que él le enseñó y que con sus palabras acertadas y embelesadores expresiones logró encantarlo con cada enigma que en sus pensamientos formaba, y que gracias a la gran elocuencia y asertividad en las construcciones teóricas que estudió, fue el primer canal de comunicación que los unió.
‹‹Un mundo que orbitaba a la espera de ser develado y una luna errante que después de salirse de la trayectoria de su eje gravitacional, terminó vagando y recorriendo las gélidas y desoladoras intrincaciones del Universo, hasta que la fuerza de gravedad de un imperioso planeta la direccionó con su fuerza de atracción para hacerla parte de su formación cósmica. Un cuerpo celeste regente encontró la musa que anhelaba por llegar ante él›› repitió mentalmente el poema que alguna vez su eterno y sincero amor le escribió, en una de las colecciones que formaban parte del poemario que guardaba al interior de una urna de cristal, buscando preservar y salvaguardar su estado, y que el paso del tiempo así como el polvo y la proliferación de componentes fúngicos detuvieran la corrosión y el desgaste de las hojas que solo sus tersas manos podían sostener.
Sonatas que fueron escritas e inspiradas en los misterios de la existencia que vivirían en la inmortalidad de su consciencia.
―Kook, de nuevo estás ausente ―una voz cálida y nada demandante resonó en medio de la habitación.
Una voz levemente familiar y que JungKook rogaba porque fuese desconocida y que la amnesia recubriera cada memoria que poseía a cerca de la misma escena vivificada que se retrataba como un lienzo en movimiento ante sus ojos de mirada ausente, perdida en el horizonte a través de la ventana en un lugar tan conocido como aborrecido.
No encontrando más que bienestar y un augurio de plenitud a expensas de los recuerdos que tenía que condenar al olvido y al escrutinio de lo real, en un escenario que debía ser encarnado en la realidad.
―¿Acaso hay una razón para estar presente y fingir que me siento bien? ―cuestionó el azabache con la usual apatía que dominaba sus días, además de ser la única protesta que por voluntad podía mostrar ante la situación que tenía que afrontar.
En contraposición a sus deseos, estaba su seguridad y todos los intentos vanos del exterior por hacerle entender que lo que vivía era una esperanza para un futuro mejor.
―JungKook, sabes que aquí no tienes que fingir y mucho menos decir las palabras que crees que deseo escuchar ―explicó el contrario como parte del ritual que llevaban en cada encuentro, por las cotidianas protestas del azabache luego de ser forzado a estar presente.
―Lo sé, pero también dependo de mis respuestas para poder obtener mi pronta integración al exterior ―enunció la verdad que sentía detrás de sí como una sombra que buscaba imponerse sobre su vida y desintegrar por completo su deshecha realidad.
―Quiero que seas sincero Kook ―expresó el terapeuta―. ¿Cuál es el motivo que guía tus deseos para salir de aquí? ―preguntó como parte de la confrontación a la que debía llegar para guiar al azabache en el proceso de confirmación al determinar la razón y la causa que los tenía reunidos nuevamente.
Una cuestión incongruente para una consciencia que recién despertaba y volvía a estar presente en la actualidad luego de haber sido confrontada por la pérdida de la ilusión y el desvanecimiento de la utopía que lo retenía en la prisión voluntaria en la que sus deseos y mayores pasiones se personificaban en un ser devoto y excelso de su finita adoración terrenal.
―Es una razón de la que no deseo hablar ―dijo con la absoluta indiferencia que el vacío lúgubre y mordaz en el tono ónix de sus ojos le otorgó al contrario.
Que expectante y atento observaba las expresiones corporales que asumía el cuerpo de JungKook en una muestra de lenguaje no verbal, expresando las emociones que posiblemente estuvieran perturbándolo, especialmente en el signo visible de ansiedad en el constante movimiento de su mano derecha contra el reposabrazos del sofá en tenue balanceo y ambas piernas cruzadas en posición de flor de loto en una clara señal de evitación y contacto con la realidad que bajó sus pies debería ir al encuentro, en cambio, estaban plegadas y aisladas del exterior.
―Está bien Kook ―afirmó―. Pero sabes que omitir la verdad que conoces no permitirá que progreses ¿Eres consciente de ello? ―rebatió el terapeuta para permitir el libre discurso de JungKook.
―Es... ―vaciló al sentir el nudo que desde el día anterior cuando despertó nuevamente comenzó a presentarse en un presagio desesperanzador―, una realidad que aborrezco porque allá afuera ―extendió su mano para señalar el paisaje que podía verse a través del ventanal de la habitación, por el que, momentos antes había suspirado con añoranza al sentirse enajenado de la presencia ante la que estaba―. Allá afuera no está mi razón de existir, allá ya no hay nada para mí, más que la decisión de continuar aquí en donde mi verdadera razón se mantiene con vida.
El terapeuta sin demostrar el dolor que la intervención de JungKook le causó, al reconocer el patrón disruptivo en su comportamiento expresado en la evasión del contacto visual, las constantes vacilaciones en sus respuestas al ser confrontadas por las conversaciones previas que habían tenido y la renuencia a nombrar directamente el acontecimiento, eran los signos que anteceden a la regresión de su memoria al estadio al que regresaba como un mecanismo de defensa para afrontar el trauma que cada vez más recobraba mayor incidencia.
―¿Sabes que allá afuera está la verdadera historia del porqué estás aquí? ―preciso el terapeuta por medio de la asociación libre entre lo enunciado por JungKook y las respuestas que de su parte estaban dirigidas a circundar sobre la raíz origen que detonaba la crisis.
―Sí, y es por ello que en este lugar puedo pretender que sigue aquí... ―el llanto se hacía próximo, manifestándose en la falta de aire que comenzaba a sentir, por lo que, con una inspiración profunda retuvo el oxígeno necesario para continuar y no decaer una vez más.
Y se forzó, lo intento y batallo por sujetarse el vínculo de su cordura e ignorando las advertencias que su psique le gritaba.
Se lo debía a él.
―¿Esa es la causa para querer continuar aquí? ―concluyó, no recibiendo mayor contestación que un trémulo asentimiento de cabeza―. Porque si bien recuerdo hasta hace unos días tu anhelo era salir de aquí ¿Qué ha cambiado Kook? ―parecía que andaba en círculos sobre la misma cuestión, pero sabía y debía abordarse desde las propias manifestaciones del inconsciente de JungKook que vagaba en sus respuestas lacónicas y evasivas de la realización que escondía una verdad.
JungKook sonrió con ironía desfigurando su rostro y progresivamente comenzó a teñirse de la melancolía de un pasado que ya no existía, en las comisuras de sus labios que temblaban y el lento parpadeo que mantenía en una mirada carente de vida de la que emano la más filosa desgracia acompañada de lágrimas que rápidamente bañaron sus mejillas.
La agonía se presentaba como el último recuerdo que JungKook experimentaría para ser albergado en la dimensión psíquica donde las contradicciones no existen, el inconsciente, el ello, se haría responsable del dolor para que la consciencia, el yo, desintegrado sobreviviera en la ilusión que debía mantener.
―Que él solamente vive y puede estar en un solo lugar ―su voz rota por el llanto se hizo presente luego de haber encontrado la fuerza necesaria para pronunciar lo último que estaba dispuesto a realizar.
―¿Y ese lugar es aquí o allá afuera Kook? ―cuestionó el terapeuta viendo el punto de quiebre que los llevaría a ambos al mismo inicio del pasado.
―En ningún lugar en realidad, porque un alma tan pura y atemporal no puede ser retenida ―JungKook divago mirando sus manos unidas sobre sus piernas que mantenían la misma postura―. Es por ello que él no está... Ya no más, porque fui yo quien lo dejó ir.
Lentamente su voz a medida que fue pronunciando su última confesión, comenzó a distorsionarse ante sus oídos por el leve pitido que sonaba del exterior, no siendo más que la inconsciencia a la que su mente lo llamaba de nuevo.
Una irrupción que lo comenzó a desorientar, haciéndolo sentir atrapado y desesperado por tener más aire que respirar, en un vano intento posicionó sus manos sobre su garganta para deshacer el nudo que la retenía y su mirada suplicante siendo testigo de la pronta atención de un rostro que nuevamente olvidaría.
Hasta un próximo encuentro que ambos sabían y en el futuro próximo ocurriría.
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