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Lance acaba de caerse tres veces seguidas al tratar de hacer un relevé. Nunca le habían resultado muy bien de todas formas, pero hoy estaba especialmente desconcentrado. Todo por culpa de Keith y su brillante idea de ponerse calentadores rosas en las piernas. Lance podría jurar que morirá de una sobredosis de ternura en cualquier momento.
Pero por suerte para ambos la clase termina. Keith podrá descansar de la intensa mirada del de ojos azules y Lance lo hará de su trasero adolorido por las caídas. En la recepción está su madre, que lo espera con los brazos abiertos y una sonrisa.
- Lo hiciste muy bien, amor. -María le guardaba el bolso de cambio, y Lance suspira aliviado cuando se lo entrega, feliz de poder ponerse de nuevo sus pantalones y quitarse esas molestas mallas.
- No es verdad, soy un asco. -replica el menor. Pero no está dolido u ofendido en absoluto, la verdad es que lo único que le gusta de aquellas clases es... - ¡Keith! -lo llama a voz en grito ganándose las miradas reprobatorias del resto de las madres, que no ven con buenos ojos que un par de muchachos sean compañeros de sus hijas.
El azabache esta de espaldas a la pared con su mochila de cambio aferrada, cuando se gira, Lance se da cuenta de que está hablando por celular "¿Ahora Keith también tiene un celular? ¡No es justo, yo también quiero uno!"
Lance se le acerca, listo para molestarlo un rato, pero al llegar hasta su amigo se da cuenta de que está mucho más serio de lo normal. - ¿Keith?
- Hubo un problema, mi mamá no puede pasar a recogerme.
- ¿Y qué problema hay en eso?
- No sé tú, pero a mí no me dan ganas de caminar los cinco kilómetros que hay desde aquí hasta mi casa.
- No tienes que hacerlo... ve a cambiarte, te llevaremos. – Lance lo dice sonriendo con superioridad como si fuera él quien manejase el auto de sus padres. Pero no puede evitarlo, su amigo es una de esas personas arrogantes y que jamás de su brazo a torcer ante los problemas, poder ayudarlo lo hace sentir bien, tal vez más de lo normal, porque cuando Keith le sonríe sus ojos se iluminan y Lance deja de respirar por un segundo.
- ¿No le molesta a tu mamá?
- C-claro que no... no me hubiera dejado en paz hasta asegurarse que llegas a tu casa sin problemas. -le responde mientras juega con un hilo que se ha descocido en el bolso, está haciendo cualquier cosa con tal de no tener que sostenerle la mirada. -Venga, vamos a cambiarnos.
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- Es en la siguiente -dice el pelinegro, apuntando a través de la ventana una enorme casa gris con tejado azul cielo. La madre de Lance detiene el auto y todos se desabrochan el cinturón.
- ¿Quieres que baje contigo? No he podido conversar con tu madre hace tiempo, Keith. –le dice María, pero el menor niega con la cabeza varias veces.
- Es que ha estado muy ocupada, yo tampoco la he visto mucho. Quizás en otra ocasión. -la señora maría asiente, y le da a Keith un sonoro beso en la mejilla para despedirse. Cuando el azabache abre su puerta, se percata que lance también ha abierto la suya y que de hecho ya está en la calle. - ¿Y tú?
- Voy a acompañarte hasta la puerta. No quisiera que alguien te confundiera con una chica y te atacara, ya sabes.
- No puedo deshacerme de ti, ¿Cierto? -los tres están sonriendo, los muchachos por aquella broma interna, y la madre de Lance porque nunca había visto a su hijo tan feliz. La pareja camina hasta la puerta dándose empujoncitos que solo los hacen reír. Ninguno quiere llegar a su destino, pero se les hace inevitable, se quedan un largo rato en silencio y mirándose las caras. Keith agradece que sea de noche y que solo la luz desde dentro de su casa los ilumine, de lo contrario todo aquello sería muy vergonzoso. - Lamento que no puedas entrar.
Lance se encoge de hombros, y está a punto de decir algo, pero los sorprende un estrepito que viene desde el interior. El ruido de loza rompiéndose y luego un grito. Keith queda pálido, Lance lo mira sin entender qué está pasando.
- ¿Keith...?
- Lance, tengo que irme. Prométeme que no le dirás nada a tu madre ni a nadie lo que acabas de escuchar.
- No tengo idea de lo que acabo de escuchar, -un segundo grito ahora seguido por un golpe seco vuelven a escucharse. Lance cada vez está más asustado y confundido.
- ¡Lance, promételo!
- De acuerdo... lo prometo.
- Bien. -dice aliviado solo por un segundo. Su rostro infantil vuelve a tensarse al abrir la puerta y desaparecer en el vacío de la recepción. -adiós, lance.
- Adiós... Keith.
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Al día siguiente, Keith no asiste a clases en la escuela ni en la academia de ballet. Tampoco lo hace al día siguiente. Es en el tercer día en el que Lance decide que irá a visitarlo con la excusa de que le lleva la tarea atrasada, la madre del azabache no podría negarse a eso por muy ocupada que esté para recibirlo. Piensa ir después de clases, pero sus planes se ven interrumpidos por lo último que se imaginó ver.
Ese día Keith llegó a clases, con quince minutos de retraso y enormes ojeras grises bajo los ojos. Todos se lo quedaron mirando, incluso la maestra, porque no era normal que llegara tarde. Pero sin duda lo que más les llamaba la atención era el parche de tela que le cubría su mejilla blanca.
Nadie en su sano juicio dentro de la escuela se atrevería a golpear a Keith, ya había demostrado que, a pesar de su aspecto fino, podía defenderse sin problema y devolver un golpe sin que le temblase la mano, ¿Quién entonces le había hecho aquello?
- Lamento la demora. -dijo al entrar, avanzó por el pasillo hasta el escritorio que compartía con Lance, pero ni siquiera le dirigió la mirada. El moreno comenzaba a impacientarse, y las ganas de asesinar a quien sea que le hubiera hecho daño a su mejor amigo crecían en su interior. Tuvo que estar mirándolo fijamente largo rato para que el pelinegro se girara ya impaciente a devolverle la mirada. - Lance, pareces un buitre, ¿Qué quieres?
- ¿Qué le pasó a tu mejilla?
- Me caí
- No es cierto
- ¿Y tú qué sabes?
- Sé que no serías tan torpe como para caerte de cara.
- No quiero hablar de eso. -Lance apretó el lápiz en la mano, ambos estaban muy ajenos a la clase como para darse cuenta de que varios los miraban, pero seguramente por respeto, nadie dijo nada, y los dejaron continuar resolviendo sus problemas. Keith sintió como Lance lo tomaba por el hombro, tal vez demasiado bruscamente, pero no podía culparlo, si él lo viera llegar a clases con una herida así, también querría enterarse de todo.
- ¡Vas a tener que contarme, soy tu mejor amigo!
- No quiero. – y tuvo que morderse los labios para no temblar sin control. -Por favor...Déjame.
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¡Mañana me voy de viaje! A la ciudad más hermosa de Chile, Valparaiso *^* bueno, no conozco todo Chile, pero es la que a mí más me gusta, En fin, les cuento esto porque probablemente la próxima actualización sea pasado mañana, aunque de todos modos sigo escribiendo, ya tengo la mitad del capítulo 5 <3
Los dejo, los amo con mi vida y espero que les esté gustando el fic >3<
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