28
No parecía que fuese a detenerse en algún momento. Y avanzaba tan deprisa hacia la furgoneta de a academia que las bailarinas soltaron un grito y se abrazaron unas con otras temiendo un choque. Keith cerró las ojos fuertemente, pero el golpe nunca llegó. En cambio, se oyó el ruido de las ruedas deslizándose lateralmente por el pavimento a unos metros de él. El auto se detuvo y del tubo de escape salió un preocupante humo negro, definitivamente un Volkswagen no estaba hecho para correr a ciento noventa por hora.
El conductor de la academia se bajó a ver quien había sido el loco que intentaba matarse, Keith sintió que el corazón se le escaparía del pecho cuando Lance salió del vehículo, pálido del susto y agitado a más no poder. Bajó junto a sus compañeras y pronto el moreno tenía un ejercito de bailarinas y bailarines rodeándolo con curiosidad, pero sobre todo, expectantes de lo que fuera a pasar. Keith se acercó aun más, quedando frente a él dentro del circulo de mirones.
-Lance, quiero pensar que NO anduviste a esa velocidad todo el camino, y que NO tomaste el auto sin permiso.
-¡Claro que no! –lo dijo soltando una especie de gallo, estuvo planeando o que diría y como quería que Keith lo viera al llegar, pero resulta que solo bastaba ver al azabache un segundo para que cualquier pensamiento coherente se drenara de su cerebro torturado. –bueno... tal vez si manejé un poco rápido... pero no robé el auto, lo juro.
-¡VAYA! Supongo que esperas que me sienta orgulloso.
-N-no... claro que no.
-¿Y qué haces aquí de todos modos? No necesito que vengas a aclarar que no sientes nada, me quedó claro las primeras cien veces que lo dijiste. –No, no, no. Todo está muy mal. Pensó Lance. Si Keith no se callaba no podía siquiera pensar en cómo defenderse. Los demás dieron un paso hacia atrás, como queriendo darles su espacio pero al mismo tiempo demasiado interesados en ver el final de la discusión como para apartar la mirada. Afortunadamente, la directora les lanzó una mirada general y no necesitó alzar la voz para que todos la obedecieran.
-No tenemos nada que ver aquí. –les dijo a los bailarines. –Keith, tus compañeros y yo te esperaremos en el furgón, date prisa. –aunque posiblemente ni siquiera la escuchó, estaba muy concentrado en mirar al moreno con el ceño fruncido y evitar saltarle encima a molerlo a golpes... o a echarle los brazos al cuello y llorar. El grupo avanzó reticente hacia el vehículo, y siguieron mirando el espectáculo cada uno desde su ventanilla.
-Lamento haber llegado a esto, no sabía cómo afrontar todos los prejuicios que tenía. A-aun no estoy muy seguro de cómo hacer... pero si me permitieras intentarlo una vez más...
-Tuviste diez años. Diez putos años para intentarlo. –soltó con rabia. - ¿Por qué ahora sería diferente?
-Porque... - dijo despacio, como acariciando cada palabra antes de dejarla salir de sus labios, nada podía ser más importante que trasmitirle al azabache todo el amor que ponía en sus palabras. –porque ya entendí que la única forma de ser feliz es siendo yo mismo... y no puedo serlo, si no es contigo. Tuvieron que pasar diez años para ver que lo que necesitaba para sentirme completo estuvo conmigo siempre... y estoy dispuesto a esperar otros diez años si hace falta, o cien, o un millón... Si me dejas, quisiera pasar el resto de mi vida recuperando el tiempo a tu lado.
-N-no, no puedes estar hablando en serio... nunca hablas en serio. – se había esfumado su enojo, incluso su actitud defensiva, ahora más que nunca, le recordaba a un pequeño gato mojado y triste -¿Por qué ibas a dejar de lado todo en lo que tanto te has esforzado? Una vida tranquila... todo por un chico.
-Porqué me enamoré de ese chico desde el primer momento en que lo vi. Con mallas y actitud de diva. Lo amaba como no tienes idea.
-¿Lo... amabas?
-Te amo. –Keith se mordió el labio, y de pronto cualquier intento de mantener la calma se fue a la basura. La capucha se deslizó de su cabeza y quedó a la vista tal y como era: un joven que ama y que al igual que cualquiera era vulnerable. Al menos en ese momento no tendría que pretender ser fuerte, Lance lo estaba siendo por los dos. –te amo, Keith Kogane. ¡Te amo, te amo, te amo!
-Estás loco. –dijo el azabache secándose una lágrima antes que se resbalase por su mejilla y sin poder evitar sonreír. – deja de gritar, idiota.
-Quiero que todos lo oigan. –Lance se giró hacia la furgoneta de la academia, y con sus manos a modo de megáfono gritó a toda voz. –¡Estoy enamorado de Keith! –los gritos y aplausos del cuerpo de bailarines no se hicieron esperar, incluso la instructora sonreía discretamente. Cuando Lance les dio la espalda otra vez, se encontró con los ojos violetas del mayor mirándolo llenos de ternura. Enmarcó su rostro con sus manos blanquísimas y le dijo en un susurro.
-Ven conmigo a Nueva York. –Lance sonrió y le besó las palmas.
-Creí que no permitían acompañantes en las audiciones.
-Puedo llevarte en mi maleta.
-Creo que tendríamos problemas para meterme ahí... - se quedaron de pie, en la calle fría y húmeda de la forma en la que solo los enamorados pueden hacerlo, sumidos por completo en el alma del otro y sin recordar el mundo a sus espaldas. La bocina del furgón sonó dos veces, la hora avanzaba y la inminente despedida había llegado. –sé que estarás increíble.
-Tengo mucho miedo, nunca había hecho algo tan importante.
-ser mi novio puede ser igual de importante. –le dijo moviendo las cejas y sacándole un sonrojo al mayor. -vamos, campanita, vas a deslumbrarlos. Naciste para brillar.
Keith le había echado los brazos al cuello para besarlo. ¿Qué más daba la gente que pasaba por la calle, los aplausos emocionados de las bailarinas o estarse congelando con el viento helado que soplaba a esas horas de la mañana. Estaba besando a Keith, y eso era todo lo que importaba.
-Estaré de vuelta en tres días. –dijo antes de subir a toda prisa y con una sonrisa en los labios al furgón junto a sus compañeros. Lance los despidió con la mano sabiendo que al volver lo estaría esperando con los brazos abiertos. Desde ese momento en adelante, siempre lo esperaría.
Fin.
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