Cada vez que daba un paso, el sonido de mis tacos al chocar contra la cerámica del suelo resonaba por el desierto pasillo de las oficinas del Proyecto Valquiria. Las luces titilaban a cada paso que yo daba y hacían que el ambiente fuera más deprimente de lo que ya era.

Giré a la derecha y abrí la primera puerta. Adentro estaban reunidos los altos cargos de las ramas militares, y todos se voltearon a verme cuando ingresé.

―Aquí la tienen ―dijo, con su típica voz rasposa, el científico en jefe del proyecto―. La Valquiria cero uno uno. Es la que más pruebas ha soportado y la más fuerte de su grupo.

Un hombre a su lado, calvo y gordo con pinta de tener dinero, me observó con interés.

―Es perfecta para la misión ―anunció, su mirada negra volviendo al científico―. La ocultaremos a la vista de todos. Se hará pasar por la líder de una hermandad, nadie podría sospechar de ella.

El jefe de los científicos clavó sus ojos azules en mí, esos ojos que había soñado con arrancar más de una vez.

―Danáe, irás a Princestown a matar a uno de los asesinos seriales más buscados del mundo.