8
―No participaremos en ninguna revolución. Me largaré de aquí ―mascullé.
Mi respuesta al parecer no le gustó, porque clavó aún más la punta de la pistola en mi piel
―Lo harás si quieres salir viva de aquí ―respondió. Su voz se había vuelto amenazante―. Y, lo más importante, si quieres que tu noviecito salga vivo. No dudaré en hacerlos desaparecer, Danáe. No lo hubiera dudado ni cuando fueron mis sublevados, menos ahora.
Bajé la cabeza por inercia al oírlo decir aquello. Mi entrenamiento me obligó a mostrar respeto ante el que había sido mi antiguo líder de equipo.
―Obediente como siempre, Dan ―dijo Phillip, dándome la vuelta de manera brusca. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos grises. Esos mismos que antes me habían causado pavor, pero que ahora me daban igual―. O quizá el chico Colton te hizo tan desobediente como él a estas alturas.
―Suéltame si valoras tu vida ―mascullé con los dientes apretados por la furia que comenzaba a crecer en mi interior―. Demian vendrá en cualquier momento y te volará los sesos.
Él sonrió de manera perversa.
―Me gustaría que lo intentara.
Sentí la presencia de Demian y esta vez yo fui la que sonrió. Estaría encantada de ver como lo matábamos entre ambos. Hasta sonaba romántico.
Phillip volteó la cabeza y le hizo saber a Demian que me tenía apresada. Giré la cabeza para mirarlo y una sola mirada a sus ojos oscuros bastó para que supiera que estaba bien. Asintió y se acercó de a poco, con la bolsa de comida en la mano.
Las personas a nuestro alrededor parecían no darse cuenta de nada, probablemente confundiéndonos con una pareja o amigos muy cercanos. Deseé ser tan ignorante como ellos.
―Suéltala en este instante o te juro que te buscaré y te cortaré cada extremidad parte por parte, Phillip.
―Vengo en son de paz, Colton ―dijo―. Tu compañera ya me amenazó por ambos, quédate tranquilo.
Demian trató de sujetarme el brazo, pero un solo movimiento de Phillip me alejó de él.
―Primero escucharas lo que tengo para decirte y luego te la daré.
Demian asintió.
―Habla antes de que me arrepienta y te destrocemos entre los dos.
―Las Valquirias estamos hartas del control que la organización pretende ejercer sobre nosotros. Estamos planeando una revolución contra el jefe de todo y su prole ―anunció. Pude notar el tono despectivo con el que refería al científico y a su hijo. Nadie allí dentro los quería―. Estamos planeando la Revolución de las Valquirias, con Josh, Valquiria 000, a la cabeza de todo. Ustedes son la pareja más poderosa y fuerte desde Josh y Valerie. Los queremos con nosotros.
―¿Qué obtenemos nosotros a cambio de participar en su... revolución? ―preguntó Dem, y yo no podía creer que no lo hubiera mandado a la mierda desde que empezó a hablar.
―Libertad y seguridad a donde quieran que vayan ―aseguró Phillip―. Piensen: ya no serían perseguidos por Valquiria porque la haríamos pedazos. Los necesitamos.
Demian clavó sus ojos en los míos y yo empecé a negar. No podía verme envuelta en otra cosa de este estilo. Ya no más...
Pero sus ojos no me pedían permiso, sino que se estaban disculpando.
―Aceptamos.
―¡Demian!
Phillip me empujó en dirección a Dem, quien al instante me rodeó en un abrazo y me pegó a él. Ambos miramos la figura alta, de no más de treinta años, de Phillip como si fuéramos unos chiquitos ante su padre.
―Síganme y no traten de escapar.
Obedecimos, siguiéndolo a través de la gente.
―¿Por qué has hecho eso? No quiero verme involucrada en esto, Dem ―dije lo más bajito, aunque sabía perfectamente que Phillip nos oía igual.
―Porque ya estoy harto de huir, Danáe. Si podemos destruir a la organización, eso haremos. Piénsalo: no tendríamos que correr de aquí nunca más ―contestó―. Podríamos quedarnos aquí en Newswort e ir a la universidad mientras tú trabajas de camarera y yo de lavaplatos.
No quería hacer esto, algo dentro de mí me decía que saldría todo mal y acabaríamos perdiendo... pero él se escuchaba tan ilusionado, tan lleno de esperanza que me contagió el sentimiento a mí también. Y no pude negarme, no pude pinchar nuestra ilusión de vivir tranquilos.
―Nunca seremos una pareja normal, ¿verdad? ―pregunté de manera retórica, ocultando mi rostro en su remera.
Sentí las vibraciones que producía su pecho al reír.
―No lo creo ―respondió―. Al menos no mientras sigamos siendo las Valquirias 010 y 011.
A varias calles de donde Phillip nos interceptó, llegamos a lo que parecía ser una hostería abandonada y antigua. La pintura, antes de un amarillo claro, estaba tan gastada que algunas partes de la pared eran grises y las tejas del techo se caían a pedazos. Ni hablar de lo descuidado que se hallaba el parque, con todo lo que debería estar vivo marchito.
―Bienvenidos a la sede de la Revolución. A la sede del cambio y la libertad.
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