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Hoy no hay imagen porque Wattpad está de malhumor no me deja 😒
Corrí a la mayor velocidad que pude con Demian sujetando mi mano. Se oyeron disparos por el camino en el que habíamos estado segundos antes y gritos de las personas inocentes del campus. Pero ninguno de los dos volteó para socorrer a esas personas, ninguno pensaba volver pese a lo egoístas que nos hacía ello.
Llegamos al río y dejamos todas nuestras pertenencias a un costado. Ni siquiera sé para que nos habíamos molestado en traerlas, serían un peso en la huida. Demian me abrazó ni bien dejé mi mochila debajo de un árbol y lo besé con todo el amor que sentía por él antes de que nos acercáramos a la orilla para saltar.
El frío del agua me hizo querer gritar, pero lo soporté lo mejor que pude y comencé a nadar hacia la cascada. La corriente del río no era demasiado fuerte como para arrastrarnos, pero sí para ayudarnos a avanzar más de prisa. Saqué la cabeza del agua y vi que Dem iba varios metros más adelante que yo.
Apresuré mis brazadas y sentí como unos brazos me sujetaban desde la orilla, sacándome. Me agarré con fuerza del cuello de Demian, quien estaba tan empapado como yo. Miré sobre su hombro el precipicio por el que debíamos bajar si queríamos llegar a Newswort.
No me consideraba una persona miedosa, mi trabajo y mi vida no me permitían serlo. Pero esa vez si tuve miedo. Miedo de lo que podía pasarnos si nos encontraban, miedo de bajar por esas rocas y estrellarnos como papilla al final de la cascada, miedo de perderlo...
―Tranquilízate ―susurró Demian contra la piel de mi frente―. Me estás poniendo nervioso a mí y terminaremos en las cárceles de Valquiria si algo sale mal.
Asentí e inhalé profundamente, regulando mi agitado pulso y la respiración.
Me separé de Dem y lo miré a los ojos.
―Hagamos esto. Bajaré primero.
―Dan... ―su voz sonó como una advertencia.
Sonreí con burla.
―Yo soy mucho más ágil que tú ―repuse, acercándome hasta que pude deslizarle una mano por el pecho y sentir como se tensaba bajo mi tacto―. Y ambos lo sabemos bien.
Tomó mi brazo y me giró de manera que mi espalda quedó contra su pecho y su brazo rodeó mi cintura, inmovilizándome. Sentí su respiración en mi cuello mientras repartía besos que me estaban haciendo perder la cordura y olvidar donde estábamos y porqué.
―Tendrás que terminar esto, ¿lo sabes no? ―murmuró con la voz grave―. Ni siquiera estás respirando.
Solté todo el aire que estaba reteniendo de golpe al darme cuenta que era cierto. Odiaba y amaba a la vez el efecto que tenía su cercanía en mí. Podía descontrolarme en un segundo porque sabía a la perfección como hacerlo. Y lo había sabido desde el mismísimo momento en que nos conocimos.
Aun podía recordar ese día como si hubiese sido ayer. Yo había crecido casi toda mi vida en el orfanato; mis abuelos me habían dejado allí con apenas siete años cuando ya no pudieron cuidarme más, y tuve la mala suerte ―o quizás fue buena, dependiendo como se viera― de que nadie me adoptó o siquiera intentó hacerlo. Pocos días después de que cumplí los quince, un chico nuevo, un año mayor que yo, llegó. Su historia se difundió con rapidez por los pasillos del orfanato: sus padres habían muerto por un atentado terrorista que había ocurrido hacía pocos días en la ciudad y él no tenía más familia. Lo vi de lejos un par de días hasta que lo encontré en la cocina del orfanato, hecho una bolita en uno de los oscuros rincones y con la mirada pérdida. Recuerdo que en ese entonces ya me parecía bastante atractivo y estaba buscando una excusa para acercarme. Me senté a su lado.
―¿Necesitas hablar? ―le dije, mirándolo de reojo.
Ni bien pronuncié esas palabras, se desahogó. Me contó absolutamente todo lo que había pasado y como se sentía. Estuve allí, a su lado, escuchándolo por lo que pudieron haber sido horas. Al día siguiente lo hallé en el mismo lugar y hablamos otra vez. Así día tras día, hasta que de alguna manera terminamos enamorándonos del otro.
―Ey ―Demian tomó mi barbilla y la alzó hasta que mis ojos conectaron con los suyos―. ¿En qué piensas?
―En cuando nos conocimos. El recuerdo me suele tranquilizar.
Sonrió y abrió la boca como para decir una de sus típicas frases cuando se escuchó el motor de los helicópteros y la sonrisa desapareció.
―Perdimos demasiado tiempo ―sujetó mi cintura para ayudarme a bajar―. Vamos, Danáe, apúrate.
Me agarré de los agujeros que había en las rocas y comencé a descender lo más rápido que pude. Alcé la vista y suspiré de alivio al ver que Demian ya iba bajando. El inicio de la cascada estaba a unos treinta metros del final y a nosotros apenas nos faltaban diez para llegar a tierra firme. Seguí bajando hasta que pude saltar hasta la orilla. Solté un quejido cuando caí sobre varias piedras diminutas que se clavaron con fuerza en mi piel. Demian cayó a mi lado a los pocos segundos y en seguida me incorporé para comprobar que estuviera bien. Me envolvió en sus brazos antes de que pudiera hacer mi cometido de revisarlo.
―Estoy bien, Dan.
Nos quedamos unos cinco minutos así. Luego, Demian se incorporó y me ayudó a hacerlo también. Miró a nuestro alrededor para orientarse.
―¿Puedes oír una locomotora?
Agudicé el oído y... sí. Definitivamente podía oír un tren en dirección noroeste.
Solo nos separaban treinta kilómetros de nuestra libertad.
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