17
Pretendí hacer el amago de soltarme de nuevo una vez Lion se había ido. Tiré de las cuerdas por lo que parecieron horas sin llegar ni siquiera a hacerles un tajo. El solo pensamiento Danáe cruzando las rejas que rodeaban las instalaciones y siendo atrapada, conseguía hacer que perdiera la cabeza. Aunque dudaba mucho enserio la mataran, un solo disparó a ella sería una condena para mí también, y nadie, de ninguno de los dos bandos en esta ridícula guerra, estaba dispuesto a perder a la pareja Valquiria. O al menos eso era lo que me gustaba creer.
Lo cierto es que no llegaría a tiempo. No lograría encontrarla antes de que ella me encontrara mí, y aunque ya tenía asumido que no saldríamos de esas instalaciones no podía evitar seguir teniendo un poco de esperanza, una esperanza de que podríamos salir de todo esto, de que podríamos por fin empezar una vida en otro lugar sin preocuparnos de nada ni de nadie.
Pero eso no era más que esperanzas vacías, no sería realidad por mucho que lo soñáramos y que lo intentáramos, y lo que más me martirizaba era pensar en el hecho de que ni nuestro hijo tendría una salida a todo este problema.
A veces me preguntaba por qué había seguido a Danáe hacia esta vida. Nadie me había obligado ni puesto un arma en la cabeza para que yo me presentara voluntario a los experimentos de Dutscher. Simplemente podría haberme negado y el día de hoy tendría una bonita y tranquila vida perteneciendo a una de esas fraternidades populares de Princestown, coqueteando con la popular de la hermandad más codiciada y yendo de fiesta casi todas las noches para tener resaca y examen al mismo tiempo al día siguiente. Una vida en la que seguro no tendría miedo de ser asesinado a cada hora.
Salvo que a esa vida le faltaba un detalle: Danáe.
Ella estaba segura que Proyecto Valquiria sería una oportunidad para nosotros, una oportunidad para poder mejorar y guardar ahorros hasta que tengamos suficiente para poder vivir bien. Pero luego de dos años, nunca nos dejaron ir y ella no quería escapar por miedo a lo que nos harían. Esa fue la única vez que estuve en contra de ella, en la que me marché aun sabiendo que la dejaba allí rodeada de todos esos monstruos que no paraban de atormentarla. Sabiendo que, si me pasaba algo, a ella también le pasaría.
Todavía podía recordar la misión en la que decidí traicionar a la organización, en la que decidí desaparecer e idear un plan para desaparecer, irnos lejos de todo los dos juntos.
Miré por la pequeña ventana que había en lo alto de la habitación y permití que los recuerdos fluyeran a través de mi mente. Cualquier cosa era mejor que estar allí, que saber que aquellas eran nuestras últimas horas y que estábamos separados. Que no podía acariciar su cabello como ella solía pedirme que hiciera todas las noches que nos escapábamos a la cocina del orfanato para estar en compañía del otro. Que no podría besarla como me gustaba hacerlo todas las noches que estaba distraída y no notaba lo mucho que yo me había acercado. Que no podría tocarla hasta hacerla enloquecer.
Mi cabeza volvió a la noche fría de invierno en la que la había dejado sola entre cadáveres de los que eran nuestros compañeros. Fue una decisión de un segundo. La miré a Dan y caí en cuenta de que no quería seguir soportando todo eso, pero ella no me escuchaba y tuve que actuar por mi cuenta. Fui eliminando a todos los que nos acompañaban en aquella misión y la dejé a ella confundida en medio de toda esa masacre. Cuando nos habíamos reencontrado hacía apenas cuatro semanas, me había confesado que creyó que yo también había muerto con todas esas personas por un instante, sin recordar lo que nos unía.
¿Me arrepentía de haberla dejado? Quizás. Quizás si yo me hubiera quedado no hubiéramos llegado a todo esto. Quizás si me hubiera quedado nos conformaríamos con estar en Valquiria porque al menos allí estábamos vivos y juntos. Quizás no hubiera perdido tantos meses alejado de ella solo por querer algo que nunca podría tener.
Pero ya estaba todo hecho y no era posible volver atrás. Ya no me servía de nada pensar en lo que podría haber sido porque ya nunca sería. Solo nos quedaba seguir adelante y enfrentar la consecuencia de nuestras acciones.
Un sinfín de pasos que iban en dirección a las oficinas de Dutscher, resonaron por el pasillo, acercándose la habitación donde estaba encerrado.
―¡Encuéntrenla! ¡Rápido! ¡Esa mocosa no se nos puede escapar!
No tardé mucho en saber que ya estaba aquí, que Danáe había venido.
«Lanzada como siempre. Nunca piensa».
La puerta del oscuro cuarto donde yo estaba, se abrió con tal fuerza que el picaporte se incrustó en la puerta de cemento. Una mujer, que podría haber sido mi madre, me observó un instante antes de gritar en el pasillo:
―¡Acá está el compañero!
Dos tipos, armados hasta los dientes, entraron detrás de ella y sonrieron con malicia al verme en ese estado: ensangrentado y prisionero. Cerraron la puerta detrás de ellos mientras todos los demás seguían su camino. Se inclinaron hacia mí, esperando intimidarme.
―¿Dónde está la chica tan bonita que siempre estuvo detrás de ti? ―preguntó uno de ellos, como si estuviera tratando con un niño de cinco años―. Sí me lo dices, les perdonaremos la vida.
Rodeé los ojos. De niño siempre había odiado que me contaran el mismo cuento una y otra vez, y de grande eso no había cambiado. Este cuento de «les perdonaremos la vida» que todo el tiempo repetían, ya me lo sabía de memoria.
El otro se acercó e hizo el amago de desatarme, pero el otro lo detuvo de un manotazo.
«Vamos, no lo detengas. Desátame y déjame romperte la nariz».
―Ella no está aquí ―afirmé con seguridad.
Una seguridad que se desvaneció en el instante en el que sentí ese extraño cosquilleo que se había instalado en nosotros al descubrir el embarazo.
«No, Danáe, joder. ¿Por qué tienes que complicarme y alegrarme la existencia al mismo tiempo?».
―Llevémoslo arriba. Ella está aquí, así que si transmitimos que lo tenemos a todas las pantallas de las instalaciones los atraparemos a los dos ―dijo la mujer, manteniéndose alejada de mí.
Por muy alejada que se mantuviera de mí me desharía de ella de todas formas, por mucho que me recordara a mi mamá, junto a los otros dos grandotes que se creían superiores que yo. Solo necesitaba que me desataran.
―Danáe no está aquí ―volví a afirmar―. ¿No crees que ya la hubiera sentido o algo por el estilo?
La mujer se encogió de hombros y me miró como si fuese estúpido.
―Eso se puede mantener en secreto ―respondió―. Como sea, ya veremos si ella está aquí o no.
Con un gesto sutil de la cabeza, le indicó a uno de los hombres que me desataran.
Ni bien dejé de sentir el peso de las cuerdas alrededor de mis muñecas, atrapé el cuello del sujeto que estaba detrás de mí y lo apreté mientras lanzaba una patada al otro que lo envió directo a la pared. Un crujido me confirmó que se había roto un par de huesos con el golpe y no se volvió a levantar.
Tiré del que tenía sujeto por el cuello hacia delante y ejercí más presión hasta que todos los huesos de esa zona cedieron. Lo solté una vez que ya no sentí su pulso en el cuello.
Giré la cabeza a tiempo de ver a la mujer apuntarme con una pistola y disparar. Me tiré hacia la camilla para esquivar la bala, pero esta alcanzó la parte superior del brazo y maldije al sentir el plomo atravesar mi piel. Pero no me quedé allí rezongando de dolor y tomé una de las ametralladoras del cadáver a mis pies y le disparé a la mujer hasta que me aseguré que no podría regenerarse.
Solté el arma y calmé mi agitada respiración, apoyando la cabeza sobre el frío metal de la camilla un momento. Me recuperé rápidamente y me puse de pie, dispuesto a salir de aquella habitación para buscar a Danáe. El brazo me dolía horrores, pero no parecía mortal y tardaría menos de un minuto en regenerarse.
Mis planes no pudieron concretarse, otro hombre se interpuso en mi camino.
―¿A dónde crees que vas, Colton? ―Lion me apuntaba sin titubear.
―Se va conmigo, Dutscher ―dijo Danáe, apareciendo detrás de él y apoyando su pistola en la cabeza de este―. Conmigo.
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