18


Agradezco la soledad que se respira en casa, y más después de un día ajetreado como el de hoy.

Cierro todas las ventanas, corro las cortinas y me miro largo rato frente al espejo de mi cuarto.

Esta no soy yo. El cambio ha sido tan grande que tardaré un tiempo en acostumbrarme a mi nuevo aspecto.

Mi tez morena enmarca unos ojos enormes de color negro. Acaricio los suaves bucles de mi cabello y los ondeo bajo la luz blanca del espejo. El brillo que desprenden es cegador, ¿cómo diantres lo han conseguido?

Acaricio mis mejillas, tan suaves y delicadas; las carísimas cremas realmente funcionan. Paso la mano por mi cuello, palpo mi cicatriz y me estremezco, por lo que decido pasar de ella y seguir explorándome.

Me quito la camiseta y los pantalones, luego la ropa interior hasta quedarme completamente desnuda. Aunque parezca increíble, hasta ahora no me había atrevido a contemplarme así. Palpo partes de mi cuerpo que antes solo tocaba de pasada y descubro que, después de todo, no estoy tan mal, soy medianamente aceptable. Quizás tengan mucho que ver esos caros vestidos que hoy han conseguido subirme la moral. Descubro con asombro que mi piel es suave, cálida y tersa bajo las capas de ropa. En realidad no hay nada raro en mi cuerpo, salvo que es demasiado llamativo para mí gusto. Demasiadas... curvas.

Pongo las manos en las caderas y me giro para observar mi trasero; todo está en su lugar. Lástima que no tenga el valor necesario para ponerme ropa que me favorezca, claro que por otro lado, sentirme el centro de las miradas masculinas es algo que no podría soportar en la vida. Hasta ahora había sido fácil pasar desapercibida, esconderme tras un flequillo largo que me ocultaba el rostro, ropa ancha que me desdibujaba y, por supuesto, una venda que se encargaba de aplastar mi pecho hasta hacerlo prácticamente invisible.

Si decido entrar en el clan, dejarme ver en compañía de Marcello o algún otro miembro de su familia, no solo seré el centro de todas las miradas, además me veré obligada a vestir de determinada manera... el único consuelo que hallo es la certeza de que nadie se atreverá a hacerme daño, con ellos de mi parte es como si llevara un escudo protector encima.

Resoplo mientras me dirijo hacia el armario para encontrar un pijama que ponerme.

No creo que nada de esto salga bien; estoy convencida de que a Marcello no le sentará bien verme en su círculo privado. Debería negarme a ir, al fin y al cabo él es quién ha roto lo poco que habíamos construido.

Me rasco la cabeza con nerviosismo; todo ha ocurrido tan deprisa que no me ha dado tiempo a pensar. No tiene sentido que la señora Lucci haya venido a verme para hablar de un sentimiento que tiene su hijo hacia mí. ¿Y si se equivoca? ¿Y yo? ¿Qué hay de mí? ¿Realmente quiero esto? La única verdad es que le echo de menos, quizás eso baste para armarme de coraje y hacer algo que jamás pensé que haría.

Es mi día libre. Aprovecho la mañana para limpiar a fondo cada rincón de la casa. Suelo hacerlo cuando estoy nerviosa, he descubierto que mantenerme ocupada me ayuda a relajarme y pensar con claridad. Así que después de planchar una colada, poner una lavadora, hacer la habitación y los baños a fondo, airear las alfombras, fregar los platos, aspirar el polvo, limpiar los cristales y quitar la grasa adherida al horno durante generaciones, decido que ha llegado el momento de darme una merecida ducha y descansar.

Al final he tomado una decisión: muy cobardemente, no acudiré a mi cita de esta noche.

Estoy prácticamente dormida en el sofá cuando escucho el timbre de la puerta. Me levanto torpemente y abro sin tan siquiera preguntar quién es.

—¿Ingrid? —pregunta un hombre con pinta de chófer acompañado de una mujer con un maletín.

—Sí.

—Hemos venido a recogerla.

—¡Oh!

—No sin antes peinarla y maquillarla —sonríe la mujer y entra en casa sin esperar mi permiso.

—Verá, debe haber un error, al final he decidido no acudir a la celebración de esta noche.

—La señora Lucci nos previno de que diría eso. Y nos dijo que le recordáramos que hay oportunidades que solo se presentan una vez en la vida.

La miro sorprendida mientras extiende sobre la mesa del comedor un montón de brochas y un estuche de maquillaje.

—También nos dijo que pasara lo que pasara, no aceptáramos un "no" por respuesta. Así que le agradecería que nos lo pusiera fácil, por favor.

Mi perplejidad es notable. Suspiro resignada y me siento en la silla que la chica me indica; está visto que no puedo negarme.

Me peina el cabello dejándomelo suelto y ligeramente moldeado con el cepillo. El flequillo hacia un lado, despejando los ojos.

Empieza a maquillarme, no sé bien los colores que utiliza y lo cierto es que me da igual, haga lo que haga tengo la sensación de que apareceré en la gala pintada como una puerta.

Me ofrece un espejo para que me mire una vez terminado el trabajo. Me contemplo sin reconocerme.

—Ahora brilla como una estrella señorita. ¿Vamos a por ese vestido azul?

La miro sorprendida.

—La señora me dijo que le ayudara a enfundarse el vestido azul para esta noche.

Suspiro mientras la acompaño a la habitación, cojo el vestido azul del armario y me lo pongo mientras ella me ayuda para que ni el peinado ni el maquillaje se estropee.

—Vaya... —Sonrío frente al espejo—. Parezco a punto de pasar por la alfombra roja.

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