17
Nápoles parece una ciudad diferente. Monica despierta mucha expectación; demasiada, en realidad.
No puedo evitar sentir nostalgia al caminar insegura por las mismas calles que un día recorrí junto a Marcello. Esas calles que ahora parecen toscas, carentes de luz y belleza.
Los guardaespaldas nos siguen de cerca y nos abren las puertas de las boutiques para que realicemos nuestras compras.
La sigo por todos esos amplios pasillos, repletos de ropa de diseño, pero durante el recorrido no me atrevo a alzar el rostro. Me avergüenza mi aspecto y siento que desentono en estos lugares que solo visita determinado grupo de gente.
No tuve más remedio que esconder la risa cuando, después de un interminable rodeo, Monica decide entrar en Marinella.
Enseguida nos atienden dos empleadas exquisitamente vestidas. Nos hacen pasar a unos amplios vestidores y colocan sobre el diván de cuero color caramelo un sinfín de vestidos de diferentes cortes y colores. Frunzo el ceño al contemplarlos más de cerca.
«Dudo que alguno de ellos pueda quedarme bien y por si fuera poco, todos tienen pinta de ser carísimos».
Las dependientas me miden el pecho, la cintura y las caderas con una cinta métrica. Luego hacen lo mismo con la longitud que hay desde arriba de la cadera al tobillo. Anotan mis medidas en un cuaderno e ignorándome por completo, se dirigen hacia Monica para hablar con ella.
Seguidamente, vuelven a aparecer en la sala con más vestidos. Se los muestran uno a uno y ella va asintiendo o negando siguiendo su propio criterio. Parece que no necesita mi opinión para eso.
—Sí, debe ser de color azul. Su piel morena resaltará con este azul turquesa, además es el color favorito de mi hijo.
La dependienta se acerca ondeando el vestido delante de mí para que pueda verlo bien.
A simple vista puedo apreciar que es un vestido asimétrico que deja un hombro al descubierto, luego se ajusta en la cintura y cae con algo de vuelo hasta los pies. Es de líneas simples y sinuosas y el tejido sedoso parece ser de esos que se adaptan a las curvas del cuerpo femenino.
—Bien. Entremos en el vestidor, le ayudaré a ponérselo.
—No hace falta... —me apresuro a decir.
—¡Claro que sí señorita; es mi trabajo! —La mujer sonríe amablemente y me acompaña hasta el vestidor con ese impresionante vestido azul en las manos. Luego corre las cortinas y lo cuelga en el perchero para ayudar a desvestirme.
Me pongo tensa en cuanto siento sus manos retirándome la sudadera poco a poco. Me siento demasiado abrumada para actuar, es como si mi mente no tuviera tiempo de adaptarse a los cambios y actuar. En cuanto quedo parcialmente desnuda, el rostro de la dependienta cambia.
—¿Qué es esto? —pregunta acariciando la venda que siempre llevo puesta para esconder el pecho—. Enseguida vuelvo —dice antes de que logre explicárselo.
—Señora Lucci, creo que tenemos un problema.
—¿Un problema? ¿Cuál?
—Tiene que ver esto.
Mi corazón bombea fuerte. Monica irrumpe en el vestidor y me observa sin decir nada, su expresión me hace sentir aún más incómoda.
—Pero... ¿Es lo que creo que es?
Desvío la mirada. Lo cierto es que ahora mismo me veo como un monstruo de feria.
—¡Quítaselo! —ordena de inmediato.
—¡Señora Lucci! Por favor, no creo que... —digo escondiéndome el pecho todo lo que puedo para que no me toquen.
—Shhhh ¡Ni una palabra! Quiero ver qué es eso que escondes.
Trago saliva. No puedo llevarle la contraria, está decidida y su rotundidad es implacable. Despliego poco a poco los brazos colocándolos hacia arriba para dejar que la dependienta desenvuelva lentamente la venda. Sigue así hasta quitármela por completo.
Luego, me desabrocha el sujetador y mis senos quedan finalmente al descubierto. Miro atentamente a esas dos mujeres, roja como un tomate.
Monica se fija en las marcas de quemaduras de cigarrillo que tengo en la parte baja de la espalda y las cicatrices de cortes de tiempo atrás, pero decide pasar esos detalles por alto y retirar las manos que cubren mi pecho. Las señales rosas del vendaje han quedado grabadas en la piel.
—Madre mía Ingrid, ¿Por qué te maltratas de este modo? —Monica parece muy afectada—. Tienes unos pechos preciosos —me contempla con una expresión que no sé interpretar—. Tienes un cuerpo espectacular, realmente no esperaba encontrar esto, no me lo creo.
Me cubro un poco para que deje de mirarme, pero ella se acerca y vuelve a retirarme los brazos para seguir observándome de arriba abajo. La modista no pierde el tiempo y sigue desvistiéndome ante su atenta mirada. Estoy muy nerviosa, siento como si estuviera pasando un examen que de sobras sé que he suspendido.
—Estas piernas son... son increíbles, Ingrid. ¿Por qué te cubres tanto?
Me encojo de hombros.
—Nunca me he sentido a gusto con mi cuerpo.
Monica entrecierra los ojos y parece apenarse por mi comentario. Suspira y vuelve a mirarme a los ojos.
—Lo entiendo —dice acercándose a mí para ponerme las manos sobre los hombros—. Pero mírate detenidamente en el espejo, eres perfecta. Esbelta, torneada y muy, muy atractiva. Mucha gente mataría por tener lo que tú tienes, incluida yo.
Me giro con los ojos abiertos como platos; no puede estar hablando en serio.
—Oh, cariño... no puedo imaginar el daño que han debido hacerte, pero créeme, tú no eres esa fachada bajo la que te escondes habitualmente, tú eres así y tienes todo esto, déjame que te saque partido. Luego decides lo que quieras, puedes acudir a nuestra fiesta mañana o no, pero déjame ayudarte a descubrirte.
Mis ojos se humedecen. Ella también lo sabe, sabe lo que ocurrió y me entristece sobremanera no poder ocultar mi gran secreto a nadie. Me avergüenza que me miren diferente; después de todo, he pasado toda la vida intentando superarlo y ocultándoselo a los demás.
—¿Marcello ha visto esto? —me pregunta de repente.
Mi respiración se agita mientras mis ojos se abren tanto que a punto están de salir disparados de sus órbitas. No puedo hablar, así que niego frenéticamente con la cabeza.
—Increíble. Aun así le gustas —parpadea un par de veces y vuelve a mirarme. Me cubro el abdomen y me encojo un poco; esto es demasiado.
—No te escondas. ¡Ponte recta!
—Yo... yo no puedo, me veo gorda y...
—¿Gorda? —Sus ojos me contemplan alucinados—. Ingrid, no hay un solo gramo de grasa en tu cuerpo, es más, esto que escondes —dice poniendo las manos a ambos lados de las curvas de mis caderas—, es tu mejor arma. Cualquier hombre caería rendido a tus pies si viera lo que yo estoy viendo ahora. Y sí, no me cabe ninguna duda de que Marcello también caería.
—¿Qué dice? —Mis mejillas arden tras su último comentario—. Exagera.
—No, no exagero en absoluto. Lo que tú posees no es algo que tenga mucha gente. A los hombres de verdad les gustan las curvas de una mujer y tú las tienes en su justa medida.
La modista vuelve a entrar con otra ropa tras comprobar que las medidas que me tomó en un principio, no se corresponden con la realidad.
Me coloca uno de los vestidos delicadamente por la cabeza y va deslizándolo con cuidado por mi cuerpo hasta los pies.
Miro la imagen que se proyecta en el espejo. Si no fuera por la cara de niña triste que veo en él, jamás diría que ese cuerpo me pertenece.
—No tengo palabras —dice Monica recolocando los pliegues del vestido—. Perfecto. Enséñanos más.
La dependienta sale apresuradamente y regresa con más modelos. Vestidos cortos, faldas de tubo con blusas a juego, trajes largos, incluso me pone uno que parece un camisón, es rosa pálido y queda holgado, aunque se transparenta todo mi cuerpo; soy demasiado tímida como para atreverme a llevar esto.
—Nos lo llevamos también —ordena Monica sin darme tregua. Lo que más me molesta es que entre toda esta ropa elegante no hay cabida ni para un simple pantalón, es como si Monica quisiera eliminarlos de mi vestuario para siempre.
Mi perplejidad llega cuando nos situamos frente a la caja y coloca en el mostrador cinco vestidos. La miro sin comprender.
«¿Es que va a comprarlos todos?»
—¿Cuánto cuesta todo esto? —pregunto sintiendo una punzada de remordimientos.
—No me importa. Cueste lo que cueste te lo voy a comprar, siento que con ello hago un enorme favor a la humanidad –sonríe irónicamente–. Puedo permitírmelo, así que no padezcas. Estando con nosotros el dinero no es algo por lo que debas preocuparte, otros lo harán por ti, así que, ¡vamos! Todavía nos queda mucho por hacer.
Caminamos a paso ligero hasta el coche. Los guardaespaldas nos abren las puertas y conducen rápidamente por calles imposibles, estrechas y repletas de curvas pronunciadas.
En cuanto el coche se detiene, Monica se baja rápidamente. Yo hago lo mismo.
Mi rostro se congela en cuanto nos disponemos a entrar en una peluquería. Monica tira suavemente de mí hasta que me adapto a su paso y cruzamos el umbral con decisión.
—¡¡¡¡Monica!!! Es todo un placer volver a verla.
Un hombre menudo de mediana edad se acerca a nosotras moviendo las manos de forma afeminada. Besa discretamente a Monica en las mejillas y luego detiene su mirada en mí. Frunce el ceño.
—Como habrás advertido, Pierre, te traigo a una nueva clienta. Se llama Ingrid.
Pierre me da dos rápidos besos en las mejillas; luego, sin venir a cuento, me sujeta de la barbilla obligándome a mover el rostro en diversas direcciones.
—Será fácil. Hay algo de materia prima ahí abajo –acepta al fin.
Le contemplo sorprendida. No sé si reír o echarme a llorar tras su último comentario.
—Eso ya lo sé. Solo hay que descubrir toda esa belleza que durante años se ha empeñado en ocultar. No nos llevará mucho, ¿verdad?
—¡Claro que no! Por favor, pasad por aquí, preciosas.
Pierre da un par de palmadas al aire y dos empleados acuden en el acto.
—Traed un café y una revista para la señora. Nos esperará aquí, ¿verdad?
—Preferiría entrar.
—Oh, Monica... no, no, no —se cruza de brazos estirando una pierna al mismo tiempo— ¿Acaso le preguntaron a Miguel Ángel si podían ver la capilla Sixtina antes de acabarla? Usted espere aquí tranquila. Le prometo que cuando salgamos me acompañará una diosa en lugar de un ser humano.
Monica ríe y acepta de buen grado la propuesta de Pierre. Yo no hago más que contemplar la escena boquiabierta; después de todo, alguien ha osado contradecirla.
—¿Qué vas a hacerme? –pregunto mientras me sientan frente a un espejo enorme y me cubren el cuerpo con una capa negra.
—Voy a esculpirte, cariño. ¡Oh, Dios mío! —vuelve a ladearme el rostro, esta vez escandalizado—. ¿Cuánto hace que no pisas una peluquería?
Se me escapa una breve carcajada.
—No me acuerdo.
Pierre, de forma exagerada, coge un abanico y empieza a ventilarse la cara.
—¿Y una limpieza de cutis?
Pierre cierra los ojos preparándose para lo peor. Lo observo en el espejo y vuelvo a reír.
—Nunca me he hecho una.
Pierre parece despertar de golpe, su abanico queda congelado, así como sus facciones.
—Creo que me va a dar un sofoco. ¡Anna, Sara, Claudia! ¡Rápido, aquí! ¡Ahora!
Aparecen tres personas en la habitación.
—Una limpieza exhaustiva de cutis, uñas, cejas y labios... ¡Ufff! necesito una tila antes de empezar. ¿Quieres tomar algo, cariño?
Niego con la cabeza.
—Está bien. Relájate y déjate hacer. En cuanto regrese intentaremos hacer algo respetable con ese pelo, pero no antes de que mis compañeras te dejen como una patena. Voy a hablar con Monica.
Pierre se aleja refunfuñando algo por el pasillo. Yo decido no hacerle caso y centrarme en esas personas tan amables que se han puesto manos a la obra conmigo. Tengo a una chica liada con mi cutis, otra a los pies y la que queda está retocándome las uñas de las manos con un montón de utensilios extraños y afilados.
Después de una hora miro los arreglos; bueno, no están del todo mal...
Pierre entra en la habitación poco después. Sonríe al ver que me han dejado medianamente aceptable para su gusto. Ahora le toca a él.
Sin decir nada ladea mi cabeza y empieza a cortar sin ni siquiera mojarme el pelo. Observo que me está cortando el pelo de forma desigual, escalando en las puntas con una navaja pero manteniendo el largo. Luego, procede a mezclar una serie de cremas en un bol y empieza a pasarme el mejunje por la cabeza con un pincel. Nunca me había teñido hasta hoy.
Observo como combina diferentes colores, haciendo una especie de sutiles mechas para ofrecer algo de luz a mi cabello apagado.
Después de esperar lo que me parece una eternidad, por fin me lava cabeza, la seca con el secador y moldea mi pelo rebelde. Primero con un cepillo y luego con una plancha.
El resultado no podría ser mejor. No únicamente me ha rejuvenecido el corte sino que, además, me favorece, al igual que el color que ha elegido.
—¡Voilà! Ya hemos terminado —anuncia con una exagerada sonrisa.
Monica entra poco después. Sus pupilas se dilatan nada más verme.
—No –dice mientras coloca el dedo índice bajo mi barbilla obligándome a alzar el rostro—. No mires al suelo, estás sensacional y creo que tú ya lo sabes. Ahora solo falta que empieces a creértelo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top