14
Me desperezo. He pasado una noche terrible, con pesadillas. No me extraña, todavía no se me olvida lo que ha hecho el idiota de Marcello. De hecho, creo que he estado toda la noche sin pegar ojo por su culpa.
Me miro en el espejo. Mi cansancio se evidencia por mis marcadas ojeras.
Me pongo el top compresor, la sudadera y mis vaqueros de siempre y salgo apresuradamente por la puerta.
He pensado todo lo que quiero decirle si me encuentro con él, no voy a consentir que intimide a Maria ni a nadie que esté cerca de mí. Estoy impaciente por dejar bien marcados los puntos sobre las íes. Que me amenace a mí es una cosa, ¿pero a Maria? ¡Eso sí que no! Una mujer mayor y buena como ella es intocable.
Me pongo el delantal y empiezo a trabajar con el ceño fruncido. Coloco los vasos del lavaplatos, muelo el café, limpio la barra, retiro el polvo a las botellas de licor de la estantería...
El tintineo de las campanitas me hace dar un respingo. Miro ansiosa hacia la puerta y ahí está él.
La sangre parece hervir bajo la superficie de mi piel tiñéndome de rojo.
Él entra distraído. Ni siquiera me mira mientras se acomoda en la misma mesa de siempre.
«Por fin da la cara, después de tanto tiempo. Confieso que estaba impaciente por encontrármelo».
Tiro el trapo bruscamente sobre la barra y me acerco a su mesa decidida. Sin pedir su permiso o aprobación me siento en el banco tapizado que hay frente a él.
—Buenos días, Ingrid –me dice con media sonrisa burlona.
—¿Estás contento?
Él alza una ceja sin dejar de sonreír.
—Pues sí. Gracias por preguntar.
Ahora me imagino que soy un dragón que resopla humo por sus fosas nasales. Estoy tan furiosa que no sé cómo disimularlo.
—¿Cuándo vas a aprender que no quiero que nadie controle mi vida? Lo que hago o dejo de hacer no es asunto tuyo –le digo con toda la tranquilidad que soy capaz de mostrar.
Marcello me mira ligeramente sorprendido, sonríe y espira con fuerza.
—Pensé que hoy estarías mucho más enfadada conmigo. Me alivia ver que pese a todo, mantienes las formas. Sé lo difícil que te resulta hacer eso.
Me quedo absorta, con la boca entreabierta por el desconcierto. Cierro los ojos con fuerza para recuperarme, luego los vuelvo a abrir, le miro atentamente y no sé cómo logro templarme.
—He pensado en buscar trabajo en otro lugar —digo sin mucho interés—, de conseguir algo por mí misma para no sentirme en deuda contigo, para que no te creas con derecho a... —la voz se me apaga. Alzo la vista y vuelvo a encontrarme con su mirada desigual, mantiene la calma, pero sé que está crispado.
—¿Y bien? –ruge como si estuviera enfadado.
—No soy capaz de abandonarlos ahora, me he implicado demasiado y siento que les traicionaría si hiciera algo así.
—Mejor –dice con rotundidad y parece relajarse un poco—. De todas formas, cambiar de trabajo no solucionaría nada. El pueblo entero me debe lealtad.
Este hombre es imposible. Quería decirle muchas cosas, pero estoy agotada de enzarzarme en discusiones absurdas con él; no sirven de nada.
—Y una vez aclarado esto, ¿qué te parece si me pones un café y conversamos un rato?
—Ya te lo he dicho, no tenemos nada de qué hablar, y sabiendo cómo pueden acabar nuestras conversaciones, todavía menos.
Eso le hace sonreír. Cruza las manos por encima de la mesa y se incorpora un poco sobre esta.
—Tienes toda la razón, pero... –se encoge de hombros–, será que me gusta el riesgo.
—Pues a mí no, ya me estoy cansando de esto, no te soporto.
Su rostro se contrae.
—Ingrid, por favor, relájate por una vez. Solo es una conversación, no hay nada indecoroso en eso, ni siquiera dobles intenciones.
Suspiro con resignación.
Sin decir nada, me levanto, preparo un café y vuelvo a la mesa donde Marcello sigue observándome con diversión explícita en su rostro anguloso.
—Te has puesto algo acalorada cuando he mencionado que no tenía dobles intenciones...
Frunzo el ceño y le miro extrañada.
—Será por la rabia que tu presencia me provoca.
Sonríe.
—No, ¡qué va! No es eso –me mira con curiosidad–. Tengo una pregunta que lleva un tiempo rondándome por la cabeza –continúa disolviendo el azúcar en su café–. ¿Cuántas relaciones has tenido?
«¡¿Cómo?! ¿Me está preguntando por mis relaciones? Realmente su descaro no conoce fronteras».
—Eso forma parte de mi vida privada –le recuerdo en tono severo.
Él me mira divertido. A juzgar por la chispa burlona de sus ojos se lo está pasando en grande a mi costa.
—Está bien. Vamos a jugar a un juego...
Le dedico una mirada desconfiada. Él sonríe de forma tranquilizadora y continúa:
—Yo te hago una pregunta, me la respondes, y luego tú me preguntas algo a mí y te responderé también de la forma más sincera que pueda. Pero tenemos derecho a vetar una pregunta si nos incomoda demasiado. Pero solo una —me advierte—. ¿Qué me dices, Ingrid? ¿Aceptas jugar conmigo? –Su sonrisa burlona ahora me resulta desconcertante.
¿Cómo hace para que siempre parezca que sus palabras encierran doble significado?
Finalmente acepto el desafío, porque para qué negarlo, yo también tengo ganas de que me aclare unas cuantas cosas.
—Las damas primero –gira la cabeza enfatizando el gesto de caballerosidad infinita que le caracteriza.
Cojo aire.
Busco la pregunta apropiada, es la primera, así que no tengo por qué ir al grano directamente, puedo dar un leve rodeo para aumentar su confianza y luego... Aunque, ¿Qué clase de pregunta tiene él preparada para mí? ¡Oh Dios, seguro que me pregunta por qué rehúyo el contacto! ¿Qué le digo? Bueno, puedo negarme a contestar una pregunta...
—Ingrid, estoy esperando. No tenemos mucho tiempo.
Reacciono y despego la vista de la mesa para observarle.
Pelo revuelto color castaño, cejas pobladas y expresivas, pestañas larguísimas que enmarcan un ojo verde claro y otro azul ceniza. Nariz recta algo larga hacia abajo, labios sensuales y definidos, barba incipiente, pómulos marcados y mentón anguloso. También percibo un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda cada vez que sonríe. Lo cierto es que es bastante guapo.
Cierro los ojos e intento concentrarme. Estoy algo acalorada después de haber estado estudiando su rostro en silencio. Por fin viene a mi mente una pregunta, tal vez no sea la mejor que puedo hacerle, pero ahí va:
—¿A qué te dedicas exactamente?
Él parece complacido con mi pregunta. Se acomoda en su asiento y mira distraído el poso del café que ha quedado en su taza.
—Yo no tengo un trabajo independiente, Ingrid. Trabajo conjuntamente con mi familia. La verdad es que movemos varias teclas –suspira—. Mi padre tiene una extensa participación activa en varias empresas por toda Italia. Para que te hagas a la idea, jugamos con el dinero, lo invertimos, realizamos préstamos, cosas así... somos como un gran banco con unos valores sólidos y afianzados distintos a los de cualquier otro organismo. Y yo en particular estoy a cargo de unos cuantos locales y zonas. Todos los miembros de mi familia tienen un papel asignado, somos como los engranajes de un mecanismo: cada uno de nosotros tiene su función y sin la del otro, no puedes realizar la tuya.
Alza la vista y recompongo mi expresión de asombro; no me he enterado de mucho, la verdad.
—Me toca –dice y su rostro cambia por completo, parece animado de repente.
—Háblame de tu familia.
Le miro sorprendida, en la primera pregunta ya ha tocado una fibra sensible, pero algo puedo decirle al respecto...
—¿Qué quieres saber exactamente?
—Cosas sobre tus padres, si tienes hermanos...
Arrugo la frente y suspiro mientras me obligo a coger fuerzas y aguantar; tampoco es tan grave, es una pregunta que puedo responder con facilidad si paso por alto algunos detalles.
—Mi madre murió cuando yo tenía nueve años –empiezo desviando la mirada de sus insistentes ojos—. No la recuerdo bien, solo sé que ha pasado toda su vida enferma, postrada en una cama. El único recuerdo agradable que guardo de ella, es que me enseñara a hablar italiano. Nociones básicas que luego de mayor, quise ampliar por mi cuenta en una academia. Respecto a mi padre –intento contener una mueca de disgusto—, mi padre está en la cárcel ―decido terminar ahí mi explicación, no ha costado tanto decirlo—. Y no, no tengo hermanos.
Él se muestra complacido con mi respuesta. Lo que más me alarma es que no se sorprende, entonces intuyo que posiblemente esa información ya la tenía y estaba poniendo a prueba mi sinceridad.
—Tú ya sabías lo de mi familia, ¿no?
Traga saliva y esconde su expresión de mí.
—Sí, Ingrid, yo ya conocía la respuesta.
Su franqueza me eriza el vello.
—¿Lo sabes todo? —Mi corazón late con fuerza, siento miedo y vergüenza de que no pueda tener secretos para él.
—Sí.
—¿Qué más información tienes sobre mí?
Él se encoge de hombros.
—No tienes más familia. Cuando tu madre murió y encarcelaron a tu padre te llevaron a un orfanato y ahí estuviste hasta la adolescencia. Fuiste a la universidad a estudiar económicas, has tenido varios empleos temporales, el último fue como administrativa hasta que una reducción de plantilla suprimió tu plaza. Luego heredaste la casa y... aquí estás –dice con una sonrisa.
Todavía estoy en estado de shock. Debería estar tremendamente enfadada por hurgar así en aspectos tan personales. Por otra parte, él ya me había dicho que se había documentado sobre mí desde que puse un pie en Nápoles; al parecer es algo que hacen con todo el mundo. Me viene a la mente el recuerdo de la moto; que no enseñara el rostro les condujo a perseguirme por media ciudad hasta detenerme.
Deben tenerlo todo bajo control: quién entra, quién sale, cuándo y por qué.
—¿Por qué tenéis a todo el mundo vigilado y estudiado? ¿De qué tenéis miedo?
—Es mi turno –me recuerda y me dedica una de esas sonrisas de medio lado.
—¿Cuántas relaciones has tenido?
No puedo evitar sonrojarme. Este es un tema demasiado delicado para mí.
—¿A qué te refieres con relación? –pregunto con expresión sombría—. ¿Parejas?
Asiente divertido. Quiero pensar que su pregunta se refiere a eso y no a las relaciones sexuales. Como siempre, capto pequeñas dosis de humor negro en sus reacciones que me ponen nerviosa.
—Solo he tenido una: Lucas –aclaro y al pronunciar su nombre siento como si una llama de fuego despellejara mi garganta por dentro. Me pongo repentinamente triste y él lo advierte.
—¿Qué pasó? –pregunta al tiempo que la nota de humor se esfuma rápidamente de su rostro.
—Es mi turno –digo para cambiar de tema.
—Ha sido una respuesta muy corta, creo que al menos me debes una explicación.
Suspiro otra vez y miro a mi alrededor. La gente está empezando a entrar y yo debo ponerme a trabajar.
—Solo dos minutos más y paramos. Por favor...
Vuelvo a centrarme en él.
—Estuvimos solo unos meses. Lo nuestro terminó porque él encontró una persona mejor con la que compartir su vida. Fin de la historia –digo rápidamente y me dispongo a levantarme, pero él me lo impide colocándome una mano sobre el brazo. Le miro asustada tras lo que acaba de hacer y lo retiro rápidamente de su alcance. Solo me ha tocado la manga del jersey, pero me han entrado escalofríos igualmente.
—Te toca. Dejo que me preguntes lo que quieras y te libero. Lo prometo.
Su voz suena contundente y firme. Hago un último esfuerzo y vuelvo a sentarme. Ahora estoy nerviosa, y tengo la sensación de que mi próxima pregunta no estará a la altura de sus expectativas, ni de las mías tampoco.
—¿Quiénes son esos hombres que te acompañan a veces? Una vez me dijiste que no son amigos.
—Y no lo son. Trabajan para mi familia, son guardaespaldas.
Le miro atónita.
—¿Por qué los necesitas?
Él sonríe y se levanta.
—Se ha acabado el tiempo, el próximo día empiezo yo.
—¡Espera! –le increpo y me incorporo también—. Me debes una respuesta más larga.
Sus ojos parecen reírse de mis ansias de conocimiento, en esta ocasión decide complacerme.
—Forma parte de mi mundo; mi familia y yo estamos constantemente expuestos al peligro o las amenazas. De ahí que estudiemos detenidamente cada una de las personas que viven en nuestra ciudad. La vida nos ha enseñado que no podemos fiarnos de nadie.
Marcello coge su diario de la mesa y deposita junto a su taza un billete de veinte euros.
—El café vale solo un euro veinte –le informo antes de que abandone la mesa.
—El resto por las molestias.
Me guiña un ojo y sale del establecimiento sin mirar atrás. Yo lo sigo con la mirada hasta que desaparece de mi campo visual. La verdad es que me tiene completamente fascinada, aunque intento ocultarlo con todas mis fuerzas.
El resto del día acontece sin sobresaltos.
Me voy a la cama y no dejo de pensar en él. Sus ojos inquietos me escrutan con atención mientras hablo. Siento vergüenza, pero lo que en realidad me pone así no es tener que hablar de mi pasado, es estar cerca de alguien como él.
Lucas también tenía su encanto. Bueno, al menos a mí me lo parecía. Recuerdo uno de nuestros momentos felices, tal vez el único:
Estoy en la habitación, tumbada en la cama junto a él. He conseguido superar parte de mis miedos y ya tolero mejor la proximidad, no me ha quedado otra y hago este esfuerzo únicamente por intentar complacerle; quiero que las cosas entre nosotros marchen bien. Por primera vez me siento relativamente normal. Me acaricia el antebrazo de arriba abajo con un dedo índice, aprieto los labios, cierro los ojos y contengo la respiración. No acabo de relajarme del todo, lo he intentado, pero ese fugaz cosquilleo abrasa mi piel. Con disimulo, retiro el brazo de su alcance y me doy la vuelta para intentar dormir. Lejos de reprocharme algo, Lucas suspira y me arropa con las mantas; su gesto me reconforta.
Me tapo con la sábana hasta la barbilla; odio recordar ese tipo de cosas, me hacen daño.
Cierro los ojos y me obligo a dormir. Pero como no puede ser de otra manera, esta es una noche inquieta: me muevo, sudo, me sobresalto y me levanto constantemente con el corazón en un puño. De repente siento náuseas, corro hacia el baño y abrazo la taza mientras devuelvo lo último que he ingerido.
No siempre consigo mantener los recuerdos a raya, a veces reviven en mis sueños y resultan imposibles de controlar.
Para despejarme, abro la ducha y me meto bajo el agua rápidamente. No sé qué me pasa, pero tengo miedo, un miedo atroz e injustificado. Siento miedo del pasado, dolor por haber tenido que separarme de Lucas cuando estaba poniendo todo de mi parte y, sobre todo, siento un profundo rechazo hacia mí misma.
Me pongo la primera ropa que encuentro en mi armario, ni siquiera me molesto en ver si está sucia o limpia, y salgo corriendo hacia el trabajo.
Maria está en la cocina con Antonio, así que permanezco en la barra mientras espero a que lleguen los primeros clientes. Para pasar el rato cojo el diario e intento leer los titulares.
Escucho el leve tintineo de campanitas que precede la entrada de Marcello y no sé por qué, sonrío como una niña estúpida tras su llegada. Rápidamente recompongo mi expresión, pero ya es demasiado tarde; él se ha dado cuenta de mi entusiasmo infantil. Reconozco que me hace ilusión hablar con alguien, y que él venga cada día al bar con ese objetivo, me hace sonreír.
—Buenos días –me dedica una sonrisa cómplice y se dirige a su mesa sin dejar de mirarme.
Me pongo algo nerviosa. Hago rápidamente un café y se lo llevo.
—¿Por qué no te haces uno para ti? –me pregunta extrañado de que nunca tome nada.
—¿Eso cuenta como tu primera pregunta de hoy?
Ríe y se yergue en su asiento de manera divertida.
—Al final te ha gustado el juego, ¿eh? –siento como si la cara me ardiera de forma incontrolable—. No te preocupes —responde advirtiendo mi incomodidad—, a mí me encanta, y te confieso que he pasado la noche pensando en las preguntas que te haría hoy.
Me quedo perpleja observándole con atención. Hoy lleva una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados y unos vaqueros azules, donde destaca la hebilla plateada de un cinturón de marca. Tiene algo de color en las mejillas, parece que ayer tomó el sol y, a diferencia de mí, le ha sentado divinamente. De repente me siento intimidada, no por quién es, sino por cómo es. No me había dado cuenta hasta ahora de que era muy atractivo, y solo pensar que esta noche se ha acordado de mí, aunque únicamente sea para hacerme preguntas que aventuro incómodas, me da un vuelco el corazón.
Pero soy muy consciente de que no debo dejar que estos momentos me importen demasiado, seguramente acabarán en cuanto la chispa de la curiosidad se desvanezca. Así que esto tiene los días contados; pero no por eso voy a desanimarme, puedo seguir disfrutando de esta experiencia hasta que termine.
Asiento mentalmente y le miro a los ojos una vez más.
«¡Mierda! No ha dejado de observarme. ¡Qué vergüenza...! Con estas pausas no hago más que remarcar mis rarezas».
—¿En qué piensas? –me increpa con curiosidad segundos más tarde—. Y esa sí es mi primera pregunta —aclara, divertido.
Sonríe amigablemente y espera a que cambie mi cara de espanto y le responda.
—Pues que yo también he estado pensando en ti... —cierro los ojos con fuerza y los vuelvo a abrir con desesperación—. Quiero decir... en las preguntas que te haría.
Intento arreglarlo pero es demasiado tarde. Sus ojos abiertos como platos tienen un brillo oscuro, morboso y divertido a la vez. Vuelvo a sonrojarme y me tapo la cara con ambas manos; me muero de vergüenza.
—No debes ruborizarte, te aseguro que hay más gente aquí que piensa en mí, y no creo que sea para bien.
Le miro sorprendida e intimidada a la vez.
Consigo recomponerme no sé cómo y vuelvo a tocar con los pies en la tierra.
—Ahora me toca a mí.
—Adelante –me anima.
—Ayer me preguntaste por mis relaciones...
Él levanta una mano para interrumpir mi discurso al percatarse de adónde quiero llegar.
—Antes de que continúes por ahí, y si no te parece mal, me queda un poco para abandonar el tema que iniciamos ayer respecto a las tuyas.
Me encojo de hombros.
—Solo he estado con Lucas, no sé qué más quieres saber –espeto a la defensiva.
Me dedica una de esas sonrisas de medio lado como diciendo: "todavía no he terminado contigo", y en ese momento pienso que queda muy poco para que vuelva a cerrarme de nuevo.
—Me dijiste que Lucas encontró a otra chica y por eso acabó lo vuestro... —empieza con cuidado.
—Sí –confirmo sin darle importancia—. ¿Dónde quieres llegar?
Sonríe e inspira aire para acabar de preguntarme lo que sea que ronda ahora mismo por su cabeza.
—¿Has vuelto a hablar con él desde entonces?
Niego con la cabeza sin saber por qué tiene tanta curiosidad sobre este tema.
—¿Crees que ha intentado localizarte para pedirte perdón o...?
—Lo dudo. No es su estilo –zanjo.
—Pero dime, ¿te gustaría que así fuera? ¿Volverías con él si se disculpara y te propusiera regresar a casa?
—¿Por qué me haces todas esas preguntas? Me estás asustando, ¿hay algo que deba saber?
Marcello se ríe y levanta las manos remarcando su inocencia. No sé por qué tengo la sensación de que me oculta algo. ¿Es que Lucas ha descubierto que estoy en Nápoles y se ha replanteado venir a buscarme? ¡Es imposible! Él jamás haría algo así, le conozco bien.
—Solo intento averiguar lo que aún sientes por él, si es algo que tiene o no solución ―me aclara pausadamente.
—Jamás podría estar con una persona que ha destruido toda la ilusión que sentía por él. Ya no sería lo mismo. Cuando algo se rompe no se puede volver a reconstruir, por mucho que unas los fragmentos con pegamento siempre quedan las grietas. Ya es frágil, cualquier pequeño golpe puede volver a romperlo de nuevo. Siento cierto cariño hacia él y nostalgia por las situaciones vividas, pero eso no basta. No soy de las que dan segundas oportunidades, no por nada, sino porque no puedo fingir, hacer ver que no ha pasado nada y seguir adelante, para mí es imposible. Cuando algo se pierde, perdido está y no hay vuelta atrás.
—Me gustaría poder decir que eres una persona demasiado tajante, tal vez exigente y extremista. Pero lo cierto es que te entiendo perfectamente porque en ese aspecto, veo las cosas igual que tú.
Tengo la necesidad de volver al tema y aclarar unos cuantos puntos y lo hago. Él me escucha con mucha atención, metiéndose en mi cabeza y bajo mi piel, tengo la sensación de que me entiende y eso me reconforta y me anima a sincerarme con él.
—Verás, yo no soy una persona muy abierta, es más, me cuesta bastante conectar con la gente, ya te habrás dado cuenta. Cuando conocí a Lucas y empezamos a salir... bueno, para mí fue una novedad. Puse toda la carne en el asador por primera vez en mi vida, me impliqué al máximo e intenté por todos los medios que lo nuestro durara para siempre. De todas las personas que he conocido en mi vida, únicamente he confiado en él. No sé por qué —me encojo de hombros—, supongo que tenía algo –su expresión tras mis palabras es insondable—. Pero me equivoqué. Bueno, en realidad me dejé engañar tontamente. Siempre supe que me escondía algo, pero me negaba a creer lo que decía mi intuición hasta que ya todo se fue al traste. Tomar la decisión de alejarme de todo aquello y venir aquí, ha sido lo mejor que he hecho en toda mi vida. Tal y como se había puesto todo, era quedarme y morir, o irme y seguir viviendo.
Su semblante serio se suaviza. Me mira prestándome una atención desmedida, parece impresionado, incluso admirado tras escuchar mi breve historia. Yo frunzo el ceño por lo extraño que me resulta verle así. Pero enseguida me recompongo y decido retomar el juego.
—¿Cuántas parejas has tenido tú?
Marcello ríe suavizando su expresión.
—Ninguna. Lo mío es aún más frustrante. Al menos tú conociste a alguien por quien apostar, aunque te equivocaras.
—¿Ninguna?
—Sé lo que estás pensando. "Treinta años y no ha tenido a nadie". Visto así, suena enfermizo... —Marcello vuelve a reír de mi expresión incrédula. Pero no es para menos, es tan guapo... no me creo que ninguna se haya ganado aún su corazón. Recuerdo por un momento a las chicas del pub y vuelvo a mirarle sin entender nada—. No te confundas —continúa con una sonrisa pícara—, he tenido otro tipo de relaciones, es solo que nunca me he atado formalmente a ninguna de esas chicas. Supongo que al igual que tú, quiero asegurarme de que no me equivoco; no llevo nada bien las decepciones. Creo que por eso soy tan exigente e inconformista y eso no deja de ser un pez que se muerde la cola. Con esta actitud tan cerrada posiblemente no conoceré nunca a nadie de verdad.
—Creo que tú lo tienes mucho más fácil, no sé por qué no has encontrado a alguien aún.
—¿A qué te refieres?
—Te mueves siempre en cierto círculo de amistades. Todas las personas a las que conoces son más o menos semejantes a ti: mismos ideales, misma forma de pensar, mismas metas... es como la realeza. Ellos no se relacionan con la gente normal y corriente, por lo que lo tienen más fácil para encontrar la pareja ideal y definitiva, acorde con sus exigencias.
—¿Eso piensas? –pregunta en tono de mofa.
Asiento un par de veces sin dudarlo.
—Pues creo que te equivocas. Precisamente por eso, relacionándome siempre con la misma gente, sé de qué pie cojea cada uno; y, es más, preferiría morir solo antes de verme en la obligación de emparejarme con alguna de las mujeres solteras que conozco. Como ves, no tengo mucho margen para elegir.
—Visto así... —acepto no muy convencida.
—Visto así me auguro un futuro muy, pero que muy, negro –ríe.
—¿Has pensado salir de Nápoles y conocer a alguien que no se intimide por ser quien eres?
Vuelve a dedicarme esa media sonrisa suya ya tan habitual, y por un fugaz segundo siento que me derrito como un cubito de hielo al sol.
—He pensado salir de aquí con más frecuencia de la que debería, pero no es tan sencillo. Un simple viaje fuera de Italia debe ser organizado con meses de antelación, llevando a decenas de guardaespaldas, estudiando a fondo cada lugar... mucha gente está esperando una oportunidad así para borrar a uno de nosotros del mapa.
—¿Bromeas?
—Con estos temas no suelo hacerlo –vuelve a su café de forma distraída—. Hay otros clanes pisándonos los talones desde hace años. Esperando el menor signo o indicio de debilidad para atacar y hacerse con nuestro patrimonio.
Arqueo las cejas sorprendida, esperando fervientemente a que prosiga. Nunca le había visto tan predispuesto a hablar. No quiero hacer o decir nada que altere esa insólita circunstancia. Pero no puedo evitar pensar que, tal vez, está hablando demasiado sin darse cuenta.
—Es lo que tiene esta forma de vida, todos somos extremadamente territoriales, cuando nos movemos de lugar somos vigilados, cuando salimos del país somos más vulnerables porque no disponemos del respaldo de nuestros familiares, por lo que evitamos movernos mucho si no es estrictamente necesario.
—¿Cuántas ma...? –me obligo a reformular la pregunta—. ¿Cuántos clanes como el tuyo hay en Italia?
—Puedes hablar con propiedad; mafias. Es lo que ibas a decir y es lo que somos, no hay por qué ocultarlo. Ahora mismo somos unas ocho familias en toda Italia, todas relacionadas. Una en Reino Unido, cuatro en Sudáfrica y tres en los Estados Unidos. Todas actuamos en poblaciones pequeñas, pero abarcamos un gran territorio. En el resto de países prácticamente se han extinguido. Los vicios, los excesos o simplemente el querer abarcar demasiado y no pasar desapercibidos han dado lugar a ello. Aquí, en Italia, es donde conviven más porque nos tenemos fingido respeto entre nosotras. En ocasiones puntuales nos ayudamos y por eso nos va bien. Sabemos convivir sin involucrarnos ni invadir otros espacios.
—Tengo entendido que las mafias se dedicaban a asuntos de drogas y armas...
—Ese es un error muy común. No todas nos dedicamos a eso. Las que te he nombrado son los clanes de toda la vida, los que pasan de generación en generación. En ocasiones sí manejamos armas y demás, pero en realidad ofrecemos más ayuda al pueblo que otra cosa. Ya te lo he dicho, actuamos como un gran banco, cualquier problema o dificultad podemos solventarla a cambio de una compensación. Es un mundo bastante amplio que no se dedica a una cosa concreta y que actúa al límite de la ley. Desde el juego hasta el alcohol... cada uno sobrevive a su manera y da prioridad a unas cosas por encima de las otras pero, ante todo, tenemos cierto valor humano. No somos como estas nuevas mafias que surgen de la nada y trafican con personas, propiedades, cosas robadas, falsificaciones, drogas... Esas son las que no pueden resistir el paso del tiempo, mueren sin más en cuanto se desvela su paradero.
—Creo que no alcanzo a ver la diferencia. ¿Qué significa eso de que actuáis al límite de la ley? Lo que hacéis es ilegal y está censurado, ¿no?
—A ver —coge aire y vuelve a centrar sus ojos en mí—, está pactado así. En nuestro caso ofrecemos ciertos servicios a los ciudadanos, la comodidad de que puedan dormir tranquilamente en sus casas sin que nada ni nadie altere su paz, ofrecemos seguridad y ayudamos económicamente a aquellos que precisan nuestra ayuda y otros medios o instituciones no pueden.
»La gente lo sabe, conoce nuestra labor desde siempre y la asume. Los políticos también nos conocen. No nos ocultamos, es más, muchas veces colaboramos con la policía, podemos llegar más lejos y estamos más preparados.
—¿Puedes ponerme un ejemplo?
Marcello hace una larga pausa.
—Hace unos años hubo una serie de asesinatos en los alrededores de Nápoles. Las víctimas eran niñas jóvenes que desaparecían y las encontraban muertas a los pocos días. La policía no conseguía reunir pruebas o pistas que le condujeran hacia el asesino, por eso todo se estaba desmoronando: no tenían credibilidad, la gente se desesperaba y el ambiente de crispación propiciaba que muchos empezaran a tomarse la justicia por su mano. El caso se convirtió en un asunto político, por lo que altos mandos del gobierno hablaron con nosotros. En cuestión de semanas dimos caza al asesino y lo postramos ante la policía. Dejamos que ellos desvelaran el asunto a los medios de comunicación y se colgaran todas las medallas, a cambio, harían la vista gorda con nosotros. Desde entonces hemos colaborado activamente con la policía; actuamos al límite de la ley y podemos llegar a donde ellos no pueden. No tienen nada contra nosotros y aunque saben que no todo lo que nos rodea es cien por cien transparente, no es algo que llame tanto la atención como para ser sancionados. Solemos ser muy discretos en nuestros negocios.
Me mira de soslayo, esperando que añada algo a lo que acaba de decir, pero simplemente estoy en blanco.
—No espero que comprendas todo esto en un solo día, posiblemente lo que te cuento no te convence y lo entiendo. No has crecido entre nosotros, no has mamado nuestra cultura y por muy abierta de mente que seas, no imaginas el gran alcance que tiene nuestra familia, tanto en Italia como en otros países. Para el resto de Europa el significado de la mafia real prácticamente es inexistente. Solo se oye el daño que hacen las mafias nocivas, esas que te he mencionado antes y que ocupan diariamente los titulares; así que supongo que es normal que metas a todas en el mismo saco, aunque no tengamos nada que ver.
—Puede que no alcance a comprender la diferencia entre una mafia nociva y otra que no lo sea, pero sé que tú no eres malo.
Sonríe por lo bajo.
—¿Eso ha sido un cumplido? –pregunta divertido. Me relajo, sonrío y me encojo de hombros—. En tal caso yo tengo otro para ti; retomando el inicio de nuestra conversación, voy a rectificar mi respuesta anterior con un no. No he pensado en salir de Nápoles para conocer a alguien que no se intimide por quién soy, he descubierto que aquí mismo hay gente así, lo cual me resulta fascinante.
El calor se hace evidente en mis mejillas y no sé qué contestar al respecto. Ya apenas me acordaba de esa pregunta que había quedado contestada a medias.
—Y ahora...
Se levanta de la mesa bajo mi atenta mirada. Deja en ella veinte euros y me dedica un movimiento de cabeza para despedirse. Pienso en todo lo que acaba de decirme; su sinceridad ha sido abrumadora. Es inevitable pensar que, tras esta confesión, puedo confiar un poquito más en él.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top