Capítulo 9
—Debo admitir que pensaba que nos traicionaría —murmuró Rhett, mirando por la ventana de la caravana.
Alice no respondió. Estaba demasiado nerviosa. Demasiado cansada. Demasiado todo. Solo quería llegar con los suyos, aunque fuera en esa precisa zona.
Estaban todos en la caravana de Charles, mirando por las ventanas. Alice ya había visto que cruzaban el muro. En ese momento, estaban cruzando los jardines principales y se acercaban al enorme edificio principal de la zona.
—Es inmenso —murmuró Kai, asombrado.
—¿Para qué necesitabais tanto espacio? —preguntó Kenneth, arrugando la nariz—. Si sois máquinas.
—Menos mal que siempre estás tú para aportar tu magia —murmuró Trisha.
Blaise y Eve miraban por la ventana con la misma expresión que Alice. Algo de temor. No estaba segura del por qué de ellas, pero en su caso... la última vez que había estado ahí, había visto lo que había creído que era la muerte de su padre. Cerró los ojos un momento cuando vio el muro con marcas de balas, justo al lado de la salida trasera, la del comedor. Su corazón latía a toda velocidad.
Los demás no le prestaban atención. Estaban ocupados mirando por las ventanitas de la caravana. Deseó poder hacer lo mismo. Pero no podía.
Entonces, notó una mano encima de la suya. Rhett. La estaba mirando. Alice se dio cuenta de que estaba temblando.
—Estoy contigo, ¿recuerdas? —le dijo en voz baja.
Eso fue suficiente. Su corazón se relajó al instante. Respiró hondo y, aunque sabía que a Rhett no le gustaba mucho, le agarró la mano con más fuerza, pagando sus nervios con él.
Y, entonces, cuando parecía que no podía ir a peor, Charles detuvo la caravana y se asomó desde el asiento del conductor.
—Última parada, señores pasajeros —sonrió ampliamente.
La mitad del grupo no lo entendió. No sabían lo que había sido el transporte público.
Fue el primero en bajar, seguido de Rhett y de Alice, que lo siguió con el corazón en un puño. Los demás, descansados, los siguieron mirando a su alrededor.
Estaban en la puerta principal de la zona de androides. Alice vio los amplios jardines verdes, los arbustos perfectamente cortados y la grava que conducía a la imponente puerta del edificio blanco. A su lado, se alzaba, serena, la estatua de Eve, la primera androide jamás creada. Eve, la chica embarazada, la miró con expresión nostálgica.
Entonces, del edificio salieron unos cuantos guardias vestidos con ropa mucho más seria que los harapos de Ciudad Central... pero Alice los conocía. Los había visto muchas veces en Ciudad Central. Solo habían cambiado su ropa y su expresión, que era mucho más seria.
Se colocaron en una formación neutral pero defensiva al ver a Charles, abriendo un pasillo desde la puerta.
Y, justo en medio de ese pasillo, apareció Max.
Alice contuvo la respiración un momento al ver que Max se acercaba a Charles tan serio como la última vez que lo había visto. Su ropa también había cambiado. Llevaba un mono negro de la zona de androides. Quizá habían tenido que usar esa ropa. Después de todo, era una buena ropa de combate.
Sin embargo, Alice también se dio cuenta de que Max había adelgazado y le habían salido unas hebras blancas en la barba oscura.
Se detuvo justo delante de Charles. El segundo parecía un niño pequeño a su lado.
—Llegas puntual —le dijo Max, mirándolo con su seriedad habitual—. Es sorprendente.
—Yo también te quiero —sonrió Charles con una pequeña reverencia—. De hecho, te quiero tanto que te he traído unos regalitos. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—¿Regalos tuyos? —Max enarcó una ceja—. No sé si los quiero.
—Puedo devolverlos, aunque creo que no se resistirían.
—¿Resistirse? —repitió Max, desconfiado.
En ese momento, Charles los señaló.
Max los miró sin cambiar su expresión en absoluto. Al menos, durante los primeros dos segundos. Después, abrió la boca, sorprendido, y descruzó los brazos. Durante un momento, nadie dijo nada ni se movió. Solo intercambiaron miradas. Él parecía haber visto un fantasma.
—¿Qué...? —era la primera vez que veía a Max sin palabras.
Alice se sorprendió al ver que Rhett era el primero en avanzar hacia él. Los demás lo siguieron. Charles lo miraba todo con una sonrisa.
Rhett se detuvo delante de Max, que lo miró de arriba a abajo antes de repasar a todo el grupo.
—Yo... pensé que... —ni siquiera parecía saber qué decir—. Pensamos que estabais muertos.
—Tendrán que intentarlo mejor la próxima vez —replicó Rhett.
Ellos dos intercambiaron una mirada, por primera vez, casi sin resentimiento de ningún tipo. Max estiró la mano y le apretó el hombro a Rhett. Nunca los había visto intercambiando un gesto amistoso. Nunca.
Max lo soltó y miró a los demás. Cuando su mirada se detuvo en Alice, ella no pudo evitar sonreír. Había pasado por muchas cosas con Max en la ciudad del padre John. Y la había ayudado mucho. Verlo de nuevo era casi como volver a casa, como volver a la realidad.
—Hola, Max —dijo en voz baja.
—Alice —él no hizo ningún gesto que se saliera de la más estricta profesionalidad, como de costumbre.
Pero ella estaba tan contenta por verlo que no pudo evitarlo. Se abalanzó sobre él y lo abrazó. Max se quedó tieso como un palo, sorprendido, pero ella no se movió. Casi estaba llorando de la emoción.
—No sabes lo que nos ha costado encontraros —dijo Alice, separándose y sonriendo, emocionada—. Nosotros también creíamos que estabais muertos.
—Lo intentaron, os lo aseguro —murmuró él, y pareció que se relajaba un poco.
Hubo un momento de silencio. Entonces, volvió en sí y adoptó su expresión de alcalde serio.
—Tenemos habitaciones de sobra para vosotros. Podríais ir a descansar antes de preocuparos por...
—¿Dónde está Jake? —preguntó Alice con urgencia.
—¿Antes de preocuparnos por eso? —preguntó Trisha, con una media sonrisa.
—Jake, Kilian y los demás están comiendo ahora mismo —les explicó Max—. Supongo que no querréis una escena de héroes de guerra entrando con todo el mundo ahí.
—¿No la queremos? —preguntó Kenneth, confuso—. Yo la quiero.
—Tú, cállate —le dijo Rhett secamente.
—Deberíais descansar, poneros ropa cómoda, comer algo... —él se quedó mirando la chica embarazada, confuso, y luego volvió en sí—. Ya habrá tiempo para todo lo demás.
Alice miró el edificio. Quería ver a Jake. Estaba bien. Estaba ahí dentro, feliz con Kilian. Eso era lo importante. Suspiró y asintió con la cabeza.
—Todo esto es muy bonito —sonrió Charles—. Pero yo esperaba una recompensa por mis servicios prestados, la verdad...
—Tu recompensa es que no me vaya de la lengua —le cortó Alice, irritada.
Él enarcó una ceja.
—Seréis bienvenidos tanto tiempo como queráis quedaros —les dijo Max—. Ahora, seguidme.
El grupo nuevo lo siguió mientras Charles volvía alegremente con sus hombres. Max suspiró, mirando a Alice.
—¿Has oído hablar alguna vez de la diplomacia?
—Últimamente, se le ha olvidado lo que es eso —replicó Rhett.
Alice lo miró con mala cara y él sonrió. Max los miró de reojo y luego sacudió la cabeza, con un amago de sonrisa.
El vestíbulo principal era enorme. Alice no miró a su alrededor, pero los demás se quedaron embobados viendo las escaleras de metal y cristal, las esculturas de androides y los cuadros viejos a los que Alice jamás había prestado atención.
Subieron al segundo piso y ella tragó saliva al ver el pasillo en el que había estado durmiendo ella durante el inicio de su vida como androide. Pero Max se dirigía a los dormitorios de los padres.
—No somos muchos —les dijo—. Así que hay habitaciones de sobra. Quizá no tengáis sábanas. Preguntad abajo. Alguien os echará una mano.
Él se detuvo delante de una habitación y miró a los tres integrantes nuevos.
—¿Son de fiar?
—Ellos, sí —le dijo Trisha antes de señalar a Kenneth—. Él no tanto.
—¿Lo mandamos a las celdas?
—No hace falta —se escuchó Alice a sí misma—. Nos ayudó en el camino.
Todos se quedaron mirándola, extrañados. Kenneth el que más.
—Bien —Max no la cuestionó—. Pues las habitaciones son individuales. Son estas siete. Elegid la que queráis, cambiaos de ropa... todo lo que necesitéis. Cada habitación tiene un cuarto de baño privado.
Max hizo una pausa.
—Me reuniré con vosotros dentro de una hora. Debería comunicarles a los demás que habéis llegado. Será bueno para reforzar la moral.
Todos se metieron en una habitación al instante menos Rhett y Alice. Ella estaba ocupada mirando el pasillo de nuevo.
—Y... —se giraron los dos hacia Max, que parecía dudar sobre qué decir—. Me alegro de que estéis... bien.
Alice miró a Rhett, que parecía tan sorprendido como si hubiera sacado una pistola. Max nunca le había dicho nada bueno.
Tras un momento de silencio, Max se dio la vuelta y se marchó rápidamente. Rhett lo miró unos segundos más, para después parpadear, sorprendido.
—¿Estás segura de que no hemos muerto y estoy alucinando? —preguntó en voz baja.
—Max es buena persona —le sonrió Alice.
—Ah, ¿sí? Nunca lo había manifestado.
—No seas malo —Alice lo empujó por el hombro, divertida.
—Max siendo amable —Rhett la miró—. ¿Qué es lo próximo? ¿Trisha cariñosa? ¿Kenneth entrañable? ¿Tú sin ser una pesada?
—¿Qué...? ¡Yo no soy una pesada!
Estuvieron peleándose amistosamente un rato hasta que cada uno se metió en su respectiva habitación. Alice se quedó mirándola. Era una habitación muy sencilla. Cuando vivía ahí, creía que los padres tenían habitaciones mucho más lujosas. Se equivocaba. Solo había una cama individual, una cómoda pequeña, una ventana y un escritorio.
Alice se quitó lentamente la chaqueta y sintió que todos sus músculos protestaban. La dejó en el suelo y se bajó la cremallera del mono. No se lo había quitado más que para hacer sus necesidades durante casi una semana. Cuando estuvo en ropa interior, vio la cantidad de golpes y arañazos que había ido acumulando. Por no hablar de la cicatriz del brazo, que estaba entre azul, morado y rojo oscuro. Se la intentó tocar y puso una mueca.
Se metió en su ducha y tardó un poco más de lo necesario, asegurándose de limpiarse el pelo concienzudamente y de quitar toda la porquería de la herida, aunque dolía muchísimo. Apretó los labios mientras se la frotaba e intentaba no gruñir de dolor.
Cuando terminó, se miró al espejo un momento, pero fue solo un momento. Últimamente, se había sentido muy incómoda mirándose al espejo. Era como si viera la cara de Alicia... y a veces se sentía como si le hubiera arrebatado su vida.
Se quitó ese pensamiento de la cabeza y abrió la cómoda. Había ropa normal. Casi toda negra. También había un mono negro de trabajo. Se decantó por la ropa normal, poniéndose unos pantalones negros y un jersey verde oscuro. Era extraño llevar ropa tan cómoda.
Además, ¡también había bragas con dibujitos!
Fue la primera en salir de su habitación, seguida de los demás. Todos se habían cambiado de ropa a otra más cómoda. Blaise corrió hacia ella con una sonrisa.
—Me encanta este sitio —le dijo. Alice sonrió al ver que llevaba un jersey tan grande que parecía un vestido para ella—. Tienen ropa limpia.
—Me alegra de que te guste —le dijo Alice.
—¿Alice?
Ella levantó la cabeza de golpe. A unos metros de ellos, Jake, Kilian, Tina y Max estaban de pie, mirándolos. Tina tenía las manos en la boca. Kilian parecía contento.
Y luego estaba Jake, que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.
Alice lo miró de arriba a abajo. Era tal y como lo recordaba. Quizá un poco más alto y delgado, pero el mismo niño. Él dio un paso delante, y luego no lo pensó más y recorrió los pocos metros que los separaban corriendo. Blaise se apartó cuando se lanzó sobre Alice y le dio un abrazo con todas sus fuerzas. Ella sintió un nudo en la garganta mientras se lo devolvía, estrujándole la sudadera que llevaba puesta.
Miró a Rhett por encima de su hombro. Tina le había agarrado la cara con las manos y lloriqueaba, como una madre que se había reencontrado con su hijo. Él parecía algo incómodo con el contacto, pero no se movió.
Jake se separó de ella y la miró de arriba a abajo, como si no pudiera creerse que estuviera ahí con él.
—Te recordaba más bajo —murmuró Alice en voz baja.
Él esbozó media sonrisa, pero no dijo nada. Alice supo enseguida que era porque le daba miedo emocionarse.
—¡Oh, cielo! —exclamó Tina, acercándose a ella—. ¡Mírate!
Alice le sonrió cuando le agarró la cara con las palmas de las manos.
—Creíamos que estabais muertos —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. No me puedo creer que estés aquí. Que ninguno de vosotros esté aquí.
Jake agachó la cabeza y se frotó la cara con el antebrazo.
—Somos más difíciles de matar de lo que parece —murmuró Alice.
Tina negó con la cabeza, soltándola.
—Nunca dejaréis de meteros en líos, ¿verdad? —sonrió un poco.
—Lo dudo mucho —dijo Trisha.
Jake la vio entonces y empezó a lloriquear, acercándose a ella. Trisha empezó a protestar mientras se dejaba estrujar por Jake. Blaise empezó a reírse de ella.
—Hola, Kilian —lo saludó Alice.
El niño salvaje seguía sin moverse. Se limitó a sonreírle.
—Bueno —dijo Max—, ahora que ya nos hemos visto todos...
—No empieces con tus tonterías —le advirtió Tina al instante—. Estos niños necesitan comer.
—¿Niños? —repitió Kenneth, arrugando la nariz.
Tina se giró hacia él.
—¿Te digo cuántos años tengo, jovencito? —lo cortó—. Eres un niño.
Eso hizo que se callara al instante.
—Vamos —Tina sonrió a Blaise—. Estoy segura de que esta señorita tiene hambre, ¿verdad?
Blaise había sonreído hasta ese momento, pero cuando vio que la atención se centraba en ella, se acercó a Alice y frunció el ceño, escondiéndose detrás de ella.
—Tenemos hambre —dijo Alice por ella—. Muchísima.
Eve asintió con la cabeza. Jake le miraba la tripa con expresión de desconcierto.
—Pues vamos a comer —sonrió Tina, ignorando completamente a Max, que parecía irritado—. Vamos, seguidme —hizo un gesto con la mano antes sonreír a Trisha—. Oh, querida, ha sido raro no haber tenido que curar ningún hueso roto por tu culpa estos meses...
—Espero que no te hayas acostumbrado a eso —sonrió Trisha—. No necesito dos brazos para dar un puñetazo.
—Esa es la actitud —sonrió ella—. Y lo mismo podría decirte, Kenneth.
Él pareció sorprendido de recibir algo que no fuera un insulto. Asintió distraídamente con la cabeza.
—Vosotros, no —los cortó Max.
Alice se giró, sorprendida, pero vio que estaba señalando a Jake y Kilian. El primero se cruzó de brazos.
—¡Acaban de llegar, quiero saludar!
—Ya has saludado. Y tienes tareas que hacer —le dijo Max—. Tendrás tiempo de sobra de verlos cuando estés en tu tiempo libre. Y tu amigo igual.
—Pero...
—No me contradigas —le dijo Max.
Jake pareció querer sacar el dedo corazón a Max, pero no lo hizo. Se limitó a ponerle mala cara.
—Después vendremos —le aseguró Alice.
Él dudó un momento antes de suspirar.
—Vamos, Kilian —dijo, haciéndole un gesto.
Los dos se marcharon algo irritados. Trisha miró a Max.
—No puedes evitar ser el dictador, ¿eh? —sonrió.
—Cuidado —le advirtió Max—. En una hora en mi despacho. Tina os llevará.
Dicho esto, se marchó.
Tina sonrió, incómoda.
—En el fondo, se alegra de veros —aseguró ella.
La cafetería era como la recordaba Alice. Pero nunca la había visto vacía. Y las cocineras y cocineros eran las mismas personas que había en Ciudad Central. Parecieron encantados de verlos. Comieron más de lo que habían comido en una semana entera. Blaise fue de las que más, seguida de cerca por Kenneth.
Una hora más tarde, Alice sentía que iba a explotar. Siguió a Tina con los demás. Ella se detuvo en el pasillo del penúltimo piso.
—Creo que esta señorita no debería subir con vosotros —dijo, mirando a Blaise.
Ella miró a Alice enseguida. Ella lo consideró un momento.
—Quizá no —murmuró Rhett.
—¿Qué? —Blaise empezaba a hablar en francés cuando se ponía nerviosa—. ¡No quiero quedarme sola!
—No estarás sola —le dijo Alice en el idioma de los demás—. Tina cuidará de ti. Es una muy buena amiga.
—Quiero ir —dijo, cruzándose de brazos.
Alice no sabía qué decir. Para su sorpresa, Rhett se adelantó.
—No puedes venir —le dijo, y Blaise puso mala cara—. Porque Kenneth tampoco puede ir. Y Kai tampoco. Y no podemos dejarlos sin supervisión. Los demás tenemos que hablar con Max y necesitamos a alguien de confianza que se asegure de que ellos dos no se escapan.
Alice parpadeó, sorprendida, cuando vio que Blaise miraba a Rhett con los ojos entrecerrados.
—¿Estoy al mando? —preguntó.
—Sí —Rhett asintió con la cabeza—. Hasta que volvamos, claro. Tampoco te emociones.
—Estoy al mando —sonrió Blaise—. Vale, voy con ellos.
Tina se marchó con ellos y la chica embarazada, a la que Kai ayudó a caminar.
Rhett se giró, suspirando, y vio que Alice y Trisha lo miraban fijamente.
—No sabía que se te dieran bien los niños —murmuró Alice.
—Se me da bien todo —él sonrió—. ¿Todavía no lo sabías?
Pasó por delante de ellas, que intercambiaron una mirada incrédula antes de seguirlo.
El despacho de Max estaba en la quinta y última planta. Un lado de la pared del pasillo era de cristal y se podía ver todo el bosque hasta las ruinas de Ciudad Central. Había algunas puertas blancas, pero no se detuvieron hasta llegar a la gris doble, la última del pasillo. Rhett abrió sin llamar y se encontraron con una sala grande con una mesa alargada con doce sillas y las paredes de cristal reforzado. Max estaba apoyado en la mesa, mirando por la ventana con los brazos cruzados. Se giró al oírlos.
—Sentaos —ordenó.
Rhett y Alice se sentaron en un lado y Trisha en el otro mientras Max tomaba asiento al final de la mesa.
—Así que aquí se reunían los padres —murmuró Alice, mirando a su alrededor.
Había algunos cuadros que, si no estaba equivocaba, estaban pensados para inspirar tranquilidad y concentración según sus colores y sus formas. Miró a Max, que suspiró.
—Bueno —los miró—, ¿cuánta gente quiere mataros?
—A eso lo llamo yo romper el hielo —murmuró Trisha, dando vueltas a su silla giratoria.
—¿Cuánta? —insistió Max.
—Los de siempre —dijo Alice—. Y la Unión.
—La Unión —repitió Max.
Pareció no gustarle mucho. Aunque era difícil saber qué pensaba Max.
—¿Los conoces? —le preguntó Rhett.
—Solo rumores. Dicen que son un puñado de lunáticos que odian a los androides.
—Pues por una vez los rumores son ciertos —suspiró Trisha.
—¿Por qué os quieren? —preguntó Max.
—Están aliados con el padre John —le dijo Alice—. Cuando me quité el dispositivo de seguimiento, ellos se dieron cuenta de que...
—Espera —la detuvo Max—. ¿Te quitaste qué?
Alice respiró hondo y empezó a explicárselo todo. Desde el momento en que se había despertado en Ciudad Central hasta que habían tenido que escapar precipitadamente de la Unión. Max escuchó todo sin cambiar su expresión. Sin embargo, al final, Alice vio que apretaba ligeramente los labios.
—¿Cómo supisteis dónde estábamos? —preguntó Max.
—¿Eso es lo que te preocupa ahora? —Trisha frunció el ceño.
—Si nos encuentran, os encuentran —Max le dedicó una mirada severa—. Así que sí, me preocupa.
—Kai, el chico que viene con nosotros, tenía acceso al registro de visitas. Localizó a Charles y él nos trajo aquí.
—El chico es de la Unión, entonces.
—Sí, pero es inofensivo —le aseguró Alice.
—Tendré que confiar en vosotros —él suspiró—. ¿Y la embarazada?
—Experimentaban con los androides —le explicó ella—. Uno de sus experimentos fue intentar hacer que se reprodujeran. Ella fue la única que sobrevivió.
—¿Tendrá un niño humano? —Max frunció el ceño.
—No lo sé. Nadie lo sabe.
—Será una bonita sorpresa —sonrió Trisha.
Él la miró un momento antes de suspirar y apoyarse en el respaldo de su silla.
—Así que el resumen es que tenemos a medio mundo persiguiéndonos —murmuró, pellizcándose el puente de la nariz.
—Muy alentador —murmuró Rhett.
—Por ahora, nuestra ventaja es que no saben dónde estamos, pero nosotros sí sabemos dónde están. Podríamos intentar huir si se presenta la...
—Un momento —Alice lo detuvo—. Nosotros solo pudimos ayudar a Blaise y a Eve, pero si todos nos uniéramos y fuéramos a por ellos, podríamos...
—¿Quién ha hablado de liberar androides? —la interrumpió Max.
Ella dudó un momento.
—No podemos abandonarlos, Max.
—En lo que a mí respecta, ellos no son mi problema —replicó—. Mi problema es mi gente. Y ahora mismo estamos resurgiendo de nuestras cenizas. No podemos enfrentarnos a dos fuerzas militares como la Unión y los creadores de androides. Y mucho menos si se han aliado.
—No podemos abandonarlos —repitió Alice, incrédula.
Max la miró un momento antes de clavar la mirada en Rhett, que se había aclarado la garganta.
—¿Qué hay del día en que fuimos a por Alice? —preguntó, cambiando totalmente de tema—. ¿Qué pasó?
—¿A qué te refieres? —preguntó Max, confuso.
—Ninguno de nosotros recuerda mucho.
—De hecho, no tenemos recuerdos desde ese día hasta el de la ciudad —dijo Trisha.
Max dudó un momento antes de fruncir el ceño.
—¿Cómo podéis no recordarlo?
—No lo sabemos —Alice había vuelto en sí, pero no iba a dejar pasar el tema de los androides tan fácilmente. Sin embargo, ese no era el momento más adecuado—. Mis recuerdos se interrumpieron al recibir el disparo de Rhett en la cabeza. A él cuando me disparó. Y Trisha cuando se estaba desangrando.
—¿Y bien? —preguntó Rhett, al ver que él se quedaba mirándolos.
—Perdimos —dijo Max—. Eso pasó.
Hubo un momento de silencio.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Alice.
—Rodearon el edificio y nos hicieron salir. Hubo disparos por todas partes. Incluso quemaron parte del edificio para ahuyentarnos. Murió muchísima gente de ambos bandos. Y... cuando estuvimos fuera... vosotros no estabais.
—¿Que no estábamos? —Rhett enarcó una ceja—. ¿Nadie nos vio? ¿Cómo es eso posible?
—Los últimos que os vieron fueron los que se estaban encargando de Alice en ese momento —replicó Max—. Dijeron que, al ver el humo, tú habías agarrado a Alice y habías intentado seguirlos hacia la salida, pero desapareciste por el camino.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Trisha—. Estaba contigo. Con Tina... ¿no?
—Había tantos heridos que tuvimos que dejarte unos encargados para que no te desangraras. Pero... no te volví a ver. No llegaste a salir del edificio.
—¿Y qué estás diciendo? —preguntó Alice—. ¿Que nos quedamos dentro de un edificio que destruyeron? Es imposible.
—Solo digo que no salisteis. Y solo había una salida.
—¿Y cómo estamos aquí? —preguntó Rhett.
—No lo sé —replicó Max.
Hubo un momento más de silencio. Alice tragó saliva. Le dolía la cabeza. Estaba agotada.
—Ya está bien por hoy —replicó Max al final—. Tengo mucho en qué pensar. Y vosotros también. Por ahora, es mejor que vayáis a ver a los demás y os asentéis.
Se puso de pie y se acercó a la ventana con las manos en la espalda.
—Cerrad la puerta al salir —murmuró.
Alice notó algo de cansancio en su voz. Nunca había notado cansancio en él. Nunca en Max.
Los tres se pusieron de pie y se marcharon, dejándolo solo.
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