Capítulo 6

Mientras Rhett se duchaba, Alice se puso a comer sin muchas ganas un cuenco de cereales. En realidad, los removía sin ganas mientras pensaba en si Blaise estaría bien. Había estado poco tiempo con ella, pero lo cierto era que se había llegado a preocupar por su bienestar.

Mientras cavilaba, notó que alguien se detenía delante de ella. Era Trisha, que la miraba fijamente. Levantó la cabeza, dispuesta a soportar una pelea si era necesario.

—Tenemos que hablar —le dijo Trisha directamente.

Alice vio que se sentaba delante de ella y entrecerró los ojos.

—¿De qué? —preguntó con cautela.

Trisha se tomó un momento para buscar las palabras adecuadas.

—He pensado en algo que podría ayudarnos a acordarnos de lo que nos pasó... y buscar a todos los demás —dijo, finalmente.

Alice se quedó mirándola fijamente. Se esperaba todo menos eso. Como sabía que Trisha no era muy dada a pedir disculpas, supuso que eso era lo máximo a lo que llegaría, así que sonrió y enterró el hacha de guerra al instante. Después de todo, estaba harta de evitarla por los pasillos de la casa.

—¿Qué plan? —preguntó.

Trisha pareció aliviada en que no insistiera en el tema de las disculpas. Miró a su alrededor.

—¿Dónde está tu novio?

—Su novio tiene nombre —replicó Rhett, que apareció con solo una toalla en alrededor de la cintura.

Trisha puso mala cara.

—¿No puedes vestirte? Me molestas.

—A mí no —dijo Alice, encantada.

Rhett le quitó el cuenco de cereales y se puso a comerlos él mientras las miraba.

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó con la boca llena de cereales, apoyado en la encimera.

Trisha sacó un cuaderno de papel y lo abrió, dejándolo sobre la mesa. En la hoja había algunos garabatos y frases sueltas. Alice le dio la vuelta y lo leyó rápidamente.

—Si queremos encontrarlos... —dijo Trisha, incómoda— tenemos que empezar desde el principio. Desde lo último que recordamos de ellos.

Alice estaba emocionada por empezar a trazar un plan. Sus ojos volaron por los garabatos. Trisha pintaba bastante bien.

—Lo último que recuerdo yo fue estar en el suelo con Tina y Max. Y que me habían disparado en el brazo. Me dijeron que tenían que cortármelo porque la bala estaba envenenada y... bueno, que vosotros os fuisteis con Jake y otros tres chicos porque ella se estaba volviendo loca.

—Nos fuimos al despacho de John —dijo Rhett, pensativo, sin dejar de comer—. Alice estaba teniendo un cortocircuito o algo así.

—Un cortocircuito —Alice lo miró con mala cara—. No soy una batidora.

—Lo siento, cariño.

Alice volvió a mirar los garabatos, pero levantó la cabeza de golpe cuando escuchó la última palabra. Miró a Rhett, que ni siquiera parecía haber sido consciente de decirla. Él la miró con las cejas levantadas.

—¿Qué? —preguntó, confuso.

—¿Me acabas de llamar cariño? —preguntó Alice, atónita.

—No —él frunció el ceño enseguida.

—Sí, lo ha hecho —dijo Trisha.

—No lo he hecho.

—Sí lo has hecho —le dijo Alice.

Él señaló a Trisha, malhumorado.

—¿Podemos centrarnos en recrear los hechos? —preguntó, impaciente por cambiar de tema de conversación—. Estábamos en la parte de que nos llevábamos a Alice al despacho de John.

Alice suspiró y volvió al tema.

—Y tuvieron que dejarme inconsciente —continuó—. No se puede noquear a un androide, así que me disparaste. En la cabeza.

Trisha se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos.

—¡Tenía que dejarla inconsciente! —le dijo él a la defensiva.

—Qué gestos más románticos tienes —se burló Trisha.

—Que te den.

—Después —Alice siguió—, no recuerdo nada más.

Sí recordaba todo lo que pasó en su cabeza, pero no iba a decírselo. No quería que creyeran que estaba loca o algo parecido.

—Yo solo recuerdo que te sacaron esa cosa y luego me dijeron que te llevara al coche, que nos iríamos de ahí —Rhett lo pensó un momento—. Pero ni siquiera recuerdo salir de la habitación.

Los tres se quedaron en silencio.

—Así que el momento en que nadie recuerda nada es cuando se suponía que íbamos a salir del edificio —comentó Trisha, mirando a Alice, que se puso a escribirlo en el cuaderno—. Por tanto, tiene que estar relacionado, pero ¿cómo?

Alice escribió a toda velocidad y pensó en John. No le gustaba pensar en él, pero podía ser la causa de todos sus problemas.

—Cuando nos despertamos, no llevábamos la misma ropa —señaló Rhett—. Y las heridas no eran recientes. De hecho, la mía tenía, al menos, dos semanas.

—¿Y recuerdas qué te pasó? —preguntó Alice.

—No.

—Y yo no tenía brazo —comentó Trisha, pasándose la mano por el muñón—. Y las vendas ya estaban sucias.

—Además, yo tardé más en despertarme —comentó Rhett—. Creemos que me sedaron, pero no lo sabemos.

—Y Alice me despertó a mí —dijo Trisha—. Si no lo hubiera hecho, no sé si lo habría conseguido por mí misma.

—Así que... —Alice miró el papel—. En resumen, nadie recuerda nada desde el momento en que quiso salir del edificio principal de Ciudad Capital. Cuando volvimos a ser conscientes, habían pasado, al menos, dos semanas, y estábamos solos con ropa distinta en nuestra ciudad, que estaba a punto de ser destruida. Yo fui la primera en despertarme, Trisha la segunda y Rhett el último, pero no sabemos por qué.

—Quizá el objetivo era que no sobreviviéramos —dijo Trisha—. Querrían que muriéramos con la ciudad.

—¿Y por qué no nos ataron? ¿O por qué no nos mataron directamente? —Rhett negó con la cabeza—. No. No tiene sentido.

—Entonces, ¿por qué dejarnos ahí? ¿Por qué dejarnos así? —ella pensaba a toda velocidad, mordiéndose el labio inferior. No tenía ningún sentido.

—O... querían que viéramos la ciudad ardiendo —comentó Rhett—. Para cabrearnos.

—Pero ¿por qué querrían cabrearnos y soltarnos otra vez? —Alice negó con la cabeza—. No tiene que haber una razón. Solo que ahora no la vemos. Ni siquiera sabemos qué hicimos esas dos semanas. O por qué destruyeron la ciudad.

Trisha suspiró.

—Solo puedo responderte a eso último —la miró—. Es lo que hacen con todas las ciudades que se levantan contra la capital. Es el castigo que usan para que los demás no lo hagan.

—Pero destruimos Ciudad Capital —dijo ella, convencida—. ¿No?

—No lo sabemos, Alice. No vimos a John muerto. Ni el edificio destruido.

—Entonces... —ella tragó saliva—. ¿Creéis que el padre John podría estar detrás de todo esto?

—Es una opción.

—No es su estilo dejar a prisioneros vivos —dijo Alice, de todas formas—. No dejaría cabos sueltos si quisiera vernos muertos. Y a mí me hubiera reprogramado para que hiciera lo que él quisiera.

—Se supone que es tu padre, Alice —Trisha la miró—. A ver, técnicamente lo es y lo conoces más que nosotros... ¿no se te ocurre ningún motivo por el que querría hacernos esto?

Los dos se quedaron mirándola. Ella lo pensó un buen rato.

—Lo único que se me ocurre es que esto sea un experimento, como pasó la primera vez que me dejó escapar. Quería ver qué pasaba si un androide de última generación se mezclaba entre humanos. Además...

Se quedó un momento en silencio.

—¿Qué? —preguntó Rhett.

Ella se llevó un dedo a la sien y la tocó con cuidado. Trisha y Rhett intercambiaron una mirada confusa.

—La última vez, para controlarme, me pusieron un chip aquí dentro —murmuró ella.

—¿Un qué? —Trisha arrugó la nariz.

—Un dispositivo pequeño de alto alcance con el que retransmitían mis sensaciones, mis percepciones y mis experiencias a su laboratorio —ella los miró—. Con eso, sabían dónde estaba en todo momento. Solo me lo quitaron cuando consiguieron conectarme a una máquina que les enseñaba mejor mis recuerdos de Alicia.

Rhett dejó el cuenco a un lado y la miró.

—¿Y cómo sabías que tenías eso puesto?

Alice tragó saliva y lo miró.

—Solo hay una forma de saberlo —murmuró.

Durante unos segundos, la frase quedó suspendida en el aire. Trisha parecía asqueada. Rhett empezó a negar con la cabeza cuando Alice se puso de pie y agarró un cuchillo.

—Ni se te ocurra abrirte la cabeza —le dijo, siguiéndola por el pasillo. Trisha también se apresuró de seguirlos.

Alice se detuvo en el primer cuarto de baño que encontró y se miró en el espejo, levantando el cuchillo.

—Alice, no —Rhett la detuvo con la mano.

—No hay otra forma de saberlo —le dijo ella, muy seria—. Y no estoy dispuesta a que vuelvan a aparecer de la nada.

Sin pensarlo un momento más, se clavó la punta del cuchillo en la sien, haciendo un pequeño hoyo del que empezó a salir un hilo de sangre al instante. Rhett apretó la mandíbula y miró a otro lado. Trisha tenía el ceño fruncido.

Alice puso una mueca cuando dejó el cuchillo ensangrentado en el lavabo y se miró en el espejo. Dolía muchísimo. Tanto que se estaba mareando. Pero no estaba dispuesta a permitir que eso la parara.

Tragó saliva y metió un dedo en la herida, hurgando en ella. Rhett soltó una palabrota y ella vio cómo se ponía pálida en el espejo.

—No hay nada, Alice —le dijo Trisha—. Ponte algo en eso antes de que se infecte.

—No se va a infectar —le dijo Alice—. A veces, se os olvida que técnicamente no soy humana.

Cuando terminó de decirlo, se quedó muy quieta cuando notó algo pequeño y duro en la herida. Rhett levantó la cabeza y la miró. Ella gruñó, introdujo ambos dedos y extrajo la cosa, dejándola en su mano ensangrentada.

—¿Qué es eso? —preguntó Trisha, intrigada.

Alice le pasó un poco de agua y vio un pequeño chip blanco. Sonrió y negó con la cabeza.

—Tenías razón —le dijo Rhett, mirando el dispositivo.

—La próxima vez, intenta decirlo sin sonar tan sorprendido —murmuró Alice.

Ella levantó el dispositivo y se enfocó a sí misma en la cara.

—Hola, John —dijo, sonriendo—. Espero que hayas disfrutado del espectáculo, porque acaba de tocar su fin.

Y, dicho esto, tiró el dispositivo al suelo y le dio un pisotón, destrozándolo.

—Joder, Alice —Trisha la miró—. ¿Cuándo te has vuelto tan guay?

—Cuando me dispararon en la cabeza —aseguró ella, mirando el dispositivo destrozado en el suelo—. Bueno, ahora que sabemos quién es el responsable de nuestras lagunas, ¿qué nos queda?

—Que te cures eso —le dijo Rhett.

—Mi capacidad de curación es bastante superior a la vuestra —dijo ella—. Dentro de un rato dejará de sangrar y cicatrizará.

De todos modos, cuando volvieron a la cocina, ella sujetaba un pañuelo contra la herida para no manchar nada. Trisha suspiró mientras todos se sentaban.

—Tengo que admitir que no esperaba resolver eso hoy.

—Nos queda lo del ordenador de Kai —señaló Rhett.

—¿Y él nos daría la clave? —preguntó Trisha.

—Lo dudo mucho. Se cree que esta ciudad es la respuesta a todas las dudas de su vida —Alice negó con la cabeza—. Podríamos intentarlo, pero no creo que funcionara.

—¿Y si le persuadimos con una pistola? —preguntó Rhett—. No parecieron gustarle mucho el otro día.

—Es una opción —Trisha asintió con la cabeza.

—Esa será nuestra última opción —ella miró a Rhett—. ¿Cuánta distancia hay desde aquí hasta Ciudad Capital?

—No lo sé. Quizá una semana si usan vehículos rápidos.

—Entonces, tenemos una semana antes de que John aparezca por la puerta de la ciudad buscándonos, especialmente ahora que sabe que me he quitado su dispositivo.

Los tres pensaron un momento.

—Una semana es poco tiempo —dijo Trisha, finalmente.

—Nos hemos visto metidos en situaciones peores —dijo Rhett—. No tiene por qué salir mal esta vez.

—Entonces... solo nos queda la opción de intentar convencer a Kai de que nos dé la clave del ordenador en los días que nos quedan.

—Yo lo haré —dijo Trisha—. Le diré que quiero unirme a vuestro equipo e intentaré ganarme su confianza.

—Sí, porque no creo que a mí me la dé —comentó Rhett, sonriendo.

—Y si no lo hace, usamos estrategias más persuasivas —concluyó Trisha.

—Me parece bien —Rhett asintió con la cabeza.

—¿Y por qué no puedo preguntarle yo? —preguntó Alice, confusa.

—Porque he estado informándome con los vecinos, y resulta que Kenneth es el asignado para vigilar a Kai —dijo Trisha, como si nada.

Rhett y Alice intercambiaron una mirada.

—¿Qué? —preguntó Alice.

—No sé muy bien qué significa, pero parece ser que a alguien importante no le gusta demasiado Kai y por eso le tienen vigilado desde cerca. Pagan a Kenneth para que lo vigile. Por eso está en ese equipo.

—¿Por qué será que no me sorprende? —masculló Rhett.

—Y ahí es donde entras tú —Trisha miró a Alice.

Ella parpadeó.

—¿Yo? —preguntó, sorprendida.

—Bueno, está claro que yo no voy a ser muy bienvenida si me acerco, y Rhett menos. Además, le gustabas, ¿no?

—De eso nada —interrumpió Rhett, que ya no sonreía en absoluto.

—No te lo estoy proponiendo a ti, novio celoso —se burló Trisha.

—Trisha, no me llevo nada bien con él —dijo Alice.

—Ni tú, ni nadie —murmuró Rhett.

—Solo tienes que distraerlo durante unos días. Invéntate una excusa para que no esté pendiente de Kai. La que sea.

—La que sea, no —la interrumpió Rhett.

—Ya me entiendes —Trisha puso los ojos en blanco—. ¿Estamos todos de acuerdo?

—Supongo que sí —murmuró Alice.

—No —dijo Rhett rotundamente.

—Si algo sale mal, tendrás derecho a partirle la nariz a Kenneth —le dijo Trisha.

Eso hizo que se lo pensara.

—Sigue siendo un no.

—Lástima, porque somos mayoría —Alice se encogió de hombros.

Rhett las miró un momento, luego soltó una palabrota y desapareció por el pasillo. Alice suspiró.

—¿Por qué se pone así? No es para tanto.

—A mí tampoco me haría mucha gracia ver a quien me gusta teniendo que acercarse a quien odio, pero supongo que no nos queda otra.

Alice la miró.

—¿Y por qué iba a hacerte gracia? —preguntó, confusa.

Trisha vaciló antes de ponerse de pie y darle una palmadita en la espalda.

—Te recomiendo dormir en cualquier otra habitación esta noche.

***

—Estará bien cuidada, no te preocupes —le estaba asegurando Kai mientras ella recargaba la pistola.

—¿Seguro? Si no, puede quedarse unos días más con nosotros... —Alice apuntó de nuevo al muñeco de pruebas, imaginándose que era Kenneth.

—Quiere estar con su madre, es normal... —Kai miró al muñeco con expresión de dolor cuando Alice le disparó directamente en la entrepierna—. De todas formas, puedes verla cuando quieras. Cuando se instalen, te avisaré.

—Vale... —Alice se detuvo y lo miró—. Oye, Kai.

—¿Sí?

—¿Cómo es que no sabes disparar? ¿No te han enseñado?

Él pareció avergonzado.

—Lo intentaron, pero pronto se dieron cuenta de que servía mejor en los ordenadores.

—Pero, ¿no es lo mínimo saber coger una pistola?

—Sí, es un básico de esta ciudad...

—¿Y por qué no sabes?

—Supongo que hicieron una excepción conmigo. Aunque no lo entiendo...

Alice frunció el ceño.

—¿No se supone que tú sabes todo de esta ciudad? ¿Cuándo hace que vives aquí?

—Cuatro años. Pero... el alcalde quiere guardar sus secretos, es lógico —a Alice le dio la sensación de que intentaba convencerse más a sí mismo que a ella—. Él es quien toma las decisiones. Bueno, el sargento Phillips también suele colaborar.

—¿Y por qué no quieren androides aquí?

La pregunta lo pilló por sorpresa. Él se encogió de hombros, torpemente.

—Creo que es porque tienen una alianza con... —se detuvo de golpe—. Es decir... eh... puede ser otra cosa, ¿eh? Yo no te he dicho nada, por si acaso... je, je...

—¿Una alianza? —preguntó, mirándolo—. ¿Con quién?

—¡Uy! ¡Qué tarde se ha hecho! ¡Tengo que irme!

Ella supo al instante que no iba a sacarle más información, además, se suponía que pronto llegaría Trisha. Tenían que empezar con el plan.

Como si le hubiera leído la mente, vio a Trisha esperando tras la puerta de cristal del gimnasio. Intercambiaron una mirada significativa y Alice clavó los ojos en Kenneth, que cruzaba el gimnasio con dos sacos de boxeo.

—Ha sido un placer hablar contigo —dijo ella, dejando la pistola precipitadamente y pasando por el lado de Kai.

Él se quedó mirándola sorprendido antes de ver a Trisha y salir de la sala. Alice se acercó a Kenneth algo nerviosa, usando los trucos que le había dado Trisha esa mañana.

Mente fría. Mantén la calma. Se supone que tienes que ser simpática.

—Hola —lo saludó cuando llegó a su lado, con una sonrisa forzada.

Kenneth dejó los sacos en el suelo y levantó uno para colgarlo de la cadena, sin siquiera mirarla.

—¿Qué quieres? —preguntó secamente.

—¿Qué quiero? —preguntó ella a su vez, sorprendida.

—¿Te envía tu novio? —insistió Kenneth, mirándola por fin—. ¿Qué coño he hecho mal esta vez? Porque hoy estaba de mal humor conmigo, te lo aseguro.

A Alice no le extrañó en absoluto. De hecho, le sorprendía que no lo hubiera tirado por un barranco.

A ella ni siquiera le había hablado esa mañana.

—Es que hemos discutido, estará de mal humor por eso.

—Pues a ver si hacéis las paces y lo calmas un poco —masculló Kenneth, asegurándose de que el saco estaba bien puesto.

Alice tragó saliva cuando vio que él la ignoraba. Nunca había tenido que hacer que alguien le prestara atención, normalmente su mejor baza era pasar desapercibida. Lo pensó un momento. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

Igual, si hacía lo mismo que en esas películas románticas que solía robar de la habitación y veía a escondidas por las noches... pero en la mayoría de los casos era el chico que se acercaba a la chica, ¿no? ¿Usarían los mismos métodos?

—¿Quieres algo más o vas a quedarte ahí todo el día? —le preguntó él, cruzándose de brazos.

En todo caso, los chicos solían ser muy atrevidos... pero ella no era así de atrevida. Y menos con Kenneth. No le salía del interior ser amable con él. Ni siquiera le salía mirarlo sin querer pisarle el pie.

—¿Hola? ¿Has entrado en crisis o algo así?

De hecho, era extraño tener una conversación con él que no acabara sin que alguno de los dos golpeara al otro.

—¿O te has quedado sin batería? ¿Voy a preguntar si alguien todavía tiene algún cargador de móvil?

Igual debería volver preguntar a Trisha, ella sabía sobre esas cosas... Estaba claro que no podía preguntárselo a Rhett.

—¿Por dónde te lo enchufarías?

—¿Eh? —reaccionó por fin.

—¿Se puede saber qué quieres? No tengo todo el día —repitió él, impaciente.

—Yo... eh... —Alice tuvo que improvisar. Y dijo lo primero que se le vino a la cabeza—. Es que... estaba recordando los viejos tiempos. En la otra ciudad.

—Si no ha pasado ni un año.

—Pero ha pasado tiempo, ¿no? Pues son viejos tiempos —le salió la risa nerviosa—. ¿Te... te acuerdas?

—¿De cuando me diste un puñetazo? Sí. Bastante bien.

—Te recuerdo que tú también golpeaste a Jake —replicó ella, irritada.

—Ya empiezo a entender por qué eras tan buena en clase. ¿Cuántas clases extra te dio el amargado de tu novio?

—No necesito clases extra para tirarte al suelo, imbécil.

—Qué más quisieras tú.

—Cállate. No te soporto.

—Entonces, ¿para qué coño vienes a hablar conmigo?

Alice se dio cuenta de que se había desviado completamente del tema y volvió a adoptar la sonrisa tensa.

—Necesito ayuda —dijo, de pronto.

—Pues pídesela al pringado con el que hablabas. Está para eso.

—No... no creo que pueda ayudarme con esto.

Kenneth resopló, mirándola.

—¿Qué? —preguntó, impaciente.

—Yo... no sé nada de lucha.

—Pues hace un momento has dicho que podías tirarme al suelo con facilidad.

—Era... estaba irritada. Ahora no. Y necesito que me ayudes a recuperar el ritmo de las clases de Deane —solo hablar de ella la ponía de mal humor.

Kenneth se detuvo un momento y la miró de arriba a abajo con suspicacia.

Al parecer, había conseguido llamar su atención.

Se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

—¿Y por qué no te ayuda tu novio?

—Ya te lo he dicho. Hemos discutido —ella se encogió de hombros, intentando no sonreír como una histérica—. No creo que esté de humor como para que le pida favores ahora mismo.

—¿Y yo sí?

—¿Por qué no? —sonrió.

Él se acarició la barbilla, pesándolo un poco.

—¿A cambio de qué?

Vaya. En eso no habían pensado.

—¿Quieres... algo a cambio?

—Pues sí. ¿O te crees que me sobran el tiempo y las ganas de darte palizas a diario?

—Pues... no lo se... ¿qué quieres?

Kenneth se llevó un dedo a la barbilla y lo pensó un momento, esbozando una sonrisa engreída.

—Quiero verte las tetas.

—Y una mierda —le soltó Alice, dándose la vuelta.

—Espera, joder —la detuvo—. Que era una broma. Qué poco sentido del humor.

Alice se detuvo y lo miró. Rhett y los demás acababan de entrar. Kenneth podía dar gracias al cielo porque Rhett no lo hubiera oído. Y aún más porque Alice tuviera que fingir que le caía bien y no pudiera darle una patada.

—Me debes un favor —dijo Kenneth—. Dejémoslo ahí. Cuando te lo pida, tienes que hacerlo.

—No pienso hacer nada sexual.

—No te pediré nada que no quieras hacer por ti misma —aseguró él, sonriendo misteriosamente—. Mañana empezamos a las diez. Sé puntual o cambiaré de opinión.

Alice le sonrió de la forma más falsa que había usado en su vida y vio que él se centraba en su saco. Se dio la vuelta y su mirada se cruzó con la de Rhett, que parecía a punto de explotar de rabia. Dudó un momento, pero después decidió acercarse, deteniéndose a su lado.

Rhett estaba limpiando una escopeta, así que no levantó la mirada cuando llegó.

—Espero que no uses eso para matar a cierto rubio engreído —intentó bromear inocentemente.

—¿Qué quieres? —preguntó él, irritado.

Otra vez.

—¿Por qué todos asumís que quiero algo?

—Porque quieres algo, Alice.

—Cierto —sonrió ella—. Vamos, no te enfades conmigo. Es solo un plan.

—Un plan, sí —repitió él, malhumorado.

—Sí, solo eso. Con suerte, en una semana ni siquiera tendremos que volver a verlo.

—¿Y cómo piensas acercarte a él? Si puedo saberlo, claro.

—Le he pedido que me dé clases de lucha. Así te conocí a ti. A lo mejor terminamos igual, ¿te imaginas? Je, je, je...

Rhett le echó una mirada que habría helado el infierno.

—Es broma, claro —añadió ella torpemente—. No hay punto de comparación.

Rhett pasó un trapo por la escopeta con más fuerza de la necesaria. Alice esbozó una sonrisa inocente.

—¿Y qué te ha pedido a cambio?

—¿Cómo sabes que me ha pedido algo a cambio? —preguntó ella, sorprendida.

—Porque es Kenneth.

—Cierto, je, je...

Jake le había pegado la risa nerviosa. Genial.

—¿Te ha pedido algo o no, Alice? —insistió Rhett.

—Sí. Que le enseñara las tetas.

Rhett levantó la cabeza de golpe, mirándola. Después, sin pensarlo, agarró la escopeta y se puso de pie.

—¡Pero después ha rectificado! —aseguró ella, sentándolo de nuevo—. Hemos quedado en que le debo una. Sin connotaciones sexuales. Sin nada. Simplemente un favor.

Él suspiró, mirando el arma de nuevo.

—No me gusta este plan.

Ella suspiró.

—Te aseguro que a mí tampoco.

—Estoy deseando que algo salga mal en secreto para poder romperle la nariz.

—Me gustaría ver eso.

Rhett suspiró y volvió a centrarse en limpiar la escopeta.

—Vete de aquí antes de que consigas ponerme de buen humor cuando quiero estar enfadado contigo —dijo, sin mirarla.

Alice le sonrió disimuladamente y volvió a la zona de prácticas.

***

Kenneth la tiró al suelo por quinta vez, haciendo que ella se sujetara el estómago con la mano, adolorida.

—¿Te creías que iba a ser blando contigo? —preguntó él, estirando los brazos.

No, no esperaba que fuera a ser blando en absoluto, pero tampoco esperaba la paliza que le estaba dando. Le había reventado la nariz de un solo codazo. Alice había conseguido que la herida dejara de sangrar, pero le seguía doliendo la mitad de la cara.

—¿Y no podrías enseñarme algún golpe en lugar de machacarme? —preguntó ella con voz nasal, poniéndose de pie lentamente.

—Es un método de enseñanza alternativo —le aseguró Kenneth.

Ella no estaba segura de si era un método alternativo o no, pero cuando terminó, una hora después, llevaba más golpes que en toda su vida. De hecho, se estaba mareando. Sola, decidió ir al hospital, solo por si acaso. No tenían que sacarle sangre para esas cosas, ¿no?

El hospital era el edificio que estaba más cerca del campo de entrenamiento. Llegó rápidamente y se refugió de la nieve sujetándose la nariz.

Ninguno de los médicos de ahí era Tina, así que no tenían milagros contra los golpes, pero sí le curaron rápidamente la nariz y le dieron una bolsa de hielo para ponerse en el pómulo. Ella pensó que sería más sencillo, simplemente, ir a hundir la cabeza en la nieve, pero no dijo nada.

El médico la dejó sola en la habitación durante un rato, haciendo que se impacientara y decidiera irse por su propia cuenta. Después de todo, tampoco estaba muy mal.

Alice bajó unas escaleras que le resultaron familiares. Después, otras. Después, giró hacia la izquierda. Después, se encontró con un pasillo sin salida. Giró. Escaleras hacia abajo. ¿Tenía que bajar tanto? Siguió bajando. Las ventanas desaparecieron. Todos los pasillos parecían iguales. Y nadie aparecía para preguntar dónde estaba.

Alice se detuvo, cansada, cuando volvió a llegar a un pasillo sin salida. Esta vez en el que solo había una puerta de hierro reforzado. Se quedó mirando el suelo con el ceño fruncido. Había un montón de ropa plegada con un letrero en la pared: Usar antes de cruzar.

Era un traje extraño, blanco, con una mascarilla azul que cubría gran parte de la cara. Alice se lo puso por encima de la ropa, solo por curiosidad. ¿Qué era eso?

Era un traje que parecía hecho a propósito para no infectarse de algún virus o algo así, pero también para no ser reconocido. Pensó en quitarse el traje y volver por donde había venido, pero la tentación era grande, y la puerta parecía albergar un secreto bien guardado. Quería descubrirlo.

Además, con esa cosa en la cara, era imposible que la reconocieran si la pillaban...

Puso una mano en el pomo. Respiró hondo.

Vamos, solo sería un vistazo.

No haría daño a nadie.

Era solo curiosidad inocente.

Abrió de golpe y se quedó mirando su interior con intriga. Esa cambió a una expresión de desconcierto cuando vio que era, simplemente, otro pasillo.

Pero había algo especial en ese, algo que hizo que cruzara la puerta y la cerrara a su espalda, empezando a andar entre las paredes blancas. Parecían interminables. Y no había puertas, ventanas... ni siquiera un simple cuadro.

Alice estaba empezando a cansarse cuando vio que había unas escaleras que subían hacia otra puerta de hierro reforzado. Subió y soltó una maldición que había aprendido de Rhett cuando vio que estaba cerrada.

Casi le dio un infarto cuando un hombre vestido como ella se la cruzó de frente.

Miles de excusas pasaron por su mente, desde la más estúpida a un simple lo siento, pero no le salió nada. Simplemente se quedó ahí mirándolo con expresión espantada.

Y, sin embargo, el hombre pasó por su lado, dejándole la puerta abierta.

Alice se quedó mirándolo, pasmada.

No la había reconocido.

Claro, con ese traje era imposible...

Dejó la puerta empujada disimuladamente y vio a otras dos personas vestidas como ella que hablaban en voz baja. Era una enorme sala de ordenadores con tres puertas grandes abiertas. Las dos personas hablaban rápido y bajo, así que no pudo escuchar qué decían, pero sí vio unos gráficos en un ordenador de lo que parecía un ser humano. O su silueta.

Alice pasó por su lado con el corazón a cien por hora y cruzó la primera puerta que vio. Algo le decía que esa era la indicada.

No tuvo que andar mucho hasta que se estuvo a punto de chocar con un cristal perfectamente limpio. Tan limpio que apenas lo había visto. Fue entonces cuando fue consciente de que había llegado al final de otro pasillo. Éste era extraño. Volvía a tener las paredes blancas, pero desembocaba en una enorme habitación blanca con un panel de cristal transparente que la separaba de...

De...

Alice se quedó mirando el interior de la habitación, pegándose al cristal.

No se había fijado, pero había, al menos, diez personas en el suelo. Por un momento, le invadió el pánico al pensar que estaban muertas, pero después vio que una de ellas se movía y la miraba con desdén, antes de dirigir su mirada al techo de nuevo.

Alice se quedó mirando a la persona que la había mirado, pasmada.

Ese pelo rubio, esos ojos, esa nariz puntiaguda....

Esa expresión tristona...

Era...

—Cuidado —le dijo alguien, apartándola.

Alice vio que una mujer vestida como ella ponía una tarjeta en la pared y aparecía una obertura del tamaño de una puerta. La mujer entró, agarró a la chica que había mirado a Alice, y se la llevó. No sin que antes Alice la observara. Cuando la mujer quitó la tarjeta, la puerta volvió a cerrarse.

42.

Era 42.

La misma a la que había visto recibir un disparo. De la que no había vuelto a saber nada en tanto tiempo.

Apenas pudo dejar de mirar hasta que la mujer y 42 estuvieron lejos de su alcance. Parpadeó, obligándose a sí misma a reaccionar, y miró de nuevo hacia el cristal, donde algunos presos la miraban con curiosidad, como si estuviera haciendo algo fuera de lo normal.

Tenían a androides encerrados. Lo eran. Todos.

¿Por qué los tenían encerrados?

Pasó la mano por el panel, preguntándose cómo conseguir una de esas tarjetas, y miró de nuevo a los androides, que habían vuelto a centrarse en su soledad, ignorándola.

Entonces, su mirada se quedó en otra integrante de la celda. En esta ocasión no era una chica de su edad, sino una niña pequeña con la misma bata blanca de los demás y la misma expresión vacía.

—Blaise —susurró Alice.

Estaba sola. No con su madre.

Pegó una mano al cristal, pero dejó de hacerlo cuando vio que la niña la miraba, confusa.

La tenían ahí. Encerrada. La habían engañado.

Entonces, ¿era un androide? Pero... no había niños androides, ¿no? Nunca había oído hablar de ello.

—Te toca turno de visita —le dijo alguien a su espalda.

Ella se dio la vuelta y miró a una mujer vestida como ella. Parecía que la estaba mirando fijamente.

—Date prisa —añadió.

Alice avanzó hacia la salida, mirando por última vez hacia atrás y conteniendo la respiración.

¿Qué estaba pasando en esa ciudad?

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