Capítulo 4
—Si hay alguna posibilidad de que alguno de ellos haya estado aquí en algún momento, lo sabremos si miramos en esos ordenadores —dijo Alice paseando ansiosa por el salón.
Trisha la miró, mordisqueando un trozo de pizza. Rhett parecía pensativo, sentado en el sillón.
—¿Y por qué deberían haber pasado por aquí? —preguntó Trisha—. Nos habríamos dado cuenta, ¿no? Los habríamos visto por la calle. Tampoco es tan grande.
—Pueden haberse ido —dijo Rhett.
—¿Quién querría irse de aquí?
—Yo —Alice frunció el ceño—. Hay algo de este sitio que no me gusta nada.
—Pues a mí me encanta. Tienen pizza. Eso es suficiente.
—Muy graciosa —Alice la fulminó con la mirada—. Aunque para ti sea suficiente por la masa con tomate...
—No me puedo creer que no te guste la pizza —le dijo la rubia, negando con la cabeza.
—...tenemos que encontrar a los demás —Alice la ignoró.
—No, no tenemos que hacerlo —le dijo Trisha.
—¿Qué quieres decir? —ella dejó de pasear para mirarla.
—A ver, ¿qué quieres que te diga? No me acuerdo de nada desde el momento en que me dispararon en el brazo. Rhett no recuerda nada desde que te disparó. Y tú no recuerdas nada desde que te dispararon.
—Hubo muchos disparos ese día —observó Rhett, bostezando.
—¿Y qué? —preguntó Alice a Trisha, frunciendo el ceño.
—Que no sabemos dónde están, ni siquiera sabemos si quieren que los encontremos.
—Claro que quieren.
—No lo sabes. No sabes si ellos están tan perdidos como nosotros o nos dejaron ahí tirados porque molestábamos.
—¿Qué...? ¿Cómo puedes decir eso? Son Jake, Tina, Max...
—Sé quiénes son. Y me da igual.
—¿Te da igual? ¡Son nuestra familia!
—Nuestra familia —repitió Trisha, como si le hiciera gracia—. ¿Acaso has notado que ellos intenten buscarnos a nosotros?
—No es fácil encontrar a alguien hoy en día, Trisha.
—¿Y si nos dejaron? ¿Qué te hace pensar que les gustará volver a vernos?
—Ellos no harían eso. Nunca.
—Te sorprendería saber lo que hacen las personas cuando están asustadas, Alice.
—Me da igual lo que pienses, yo confío en ellos.
Trisha soltó una risa despectiva.
—¿Qué? —preguntó Alice bruscamente, empezando a irritarse.
—¿Y por qué no nos buscan ellos? ¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros?
—Quizá sí lo hacen.
—O no.
—¡Quizá Jake está solo! —le gritó Alice—. O todos están muertos. O no les interesa encontrarnos. Me da igual. Yo sí quiero encontrarlos. Y saber qué demonios pasó ahí. Y por qué nos separaron, ¿cómo puedes no querer saberlo?
—Yo no quiero saber nada —ella se puso de pie—. Lo que quiero es vivir tranquila de una vez, Alice.
—Son tus amigos —le dijo Alice mientras ella se alejaba.
—Yo no tengo amigos. Y menos unos que me abandonan.
—Son lo mejor que tenemos, entonces. No me puedes negar eso.
—¿Lo mejor que tenemos? ¿Tú los ves aquí? Creo que nos las hemos arreglado bastante bien sin ellos. No quiero complicarme la vida por buscarlos.
—¡Sabes tan bien como yo que hay algo malo en esta ciudad!
—¡Lo que sé es que no quieres confiar en nadie porque nos traicionaron una vez, pero no tiene por qué volver a pasar! ¡Si os concentrarais un poco menos en encontrar a esos y un poco más en aprovechar la oportunidad que tenemos aquí, seríais un poco más felices!
—¿Oportunidad? ¿De qué? ¿De volver a empezar la misma historia pero con desconocidos?
—¿La misma historia? No tienes ni idea, Alice.
—¡Son nuestros amigos! ¡Y era nuestra ciudad! ¡No podemos dejarlo pasar!
—¡Esa ciudad me costó un brazo! —le gritó Trisha—. ¡Mi brazo! A ti, ¿qué? ¿Te quemaron los juguetes? ¿Has perdido a un amigo? Qué lástima. ¿Quieres intentar vivir con un brazo menos? Porque es una mierda. Te lo aseguro, Alice.
Hizo una pausa, respirando hondo.
—Aquí solo he conseguido que me dieran comida y casa —continuó ella, más calmada—. Así que, sí, prefiero quedarme aquí y escuchar tus paranoias que ir de nuevo a ese puto bosque sin saber si sobreviviré otra noche más.
Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó a su habitación, dando un portazo tras de sí.
Alice se quedó mirando el pasillo un rato, en silencio. Rhett, que había estado mirando la escena en silencio, se puso de pie y se acercó a ella.
—No te eches la culpa a ti misma por lo de su brazo —le dijo.
Alice lo miró.
—No lo hago —mintió.
—Ya —él sonrió.
Ella miró el suelo, pensativa.
—Es que... —cerró los ojos—. No puedo dormir tranquila por las noches pensando que Jake... que los demás están en algún lugar. Y que pueden estar peor que nosotros. Si es que están...
—Sea como sea, los encontraremos —le aseguró Rhett.
Ella levantó la mirada, ilusionada.
—¿Todavía quieres buscarlos?
—Claro que quiero buscarlos, Alice. Y saber qué pasó. Y quien nos hizo eso.
No pudo ocultar el alivio que sintió al saber que no estaba sola. Rhett pasó por su lado.
—No hables con ella hasta mañana —le recomendó—. Será peor.
—Tampoco tenía ganas de hacerlo...
—Conociéndote, seguro que te hubieras colado en su habitación a las tres de la mañana, en bragas, para disculparte.
Ella entrecerró los ojos.
—Eso solo lo hacía contigo.
—Así que era una relación exclusiva —sonrió Rhett—. Me siento afortunado.
—Oh, cállate —ella lo siguió, sonriendo mientras sacudía la cabeza.
***
Después de ducharse por el entrenamiento, Alice se presentó en la plaza a la hora acordada. Kai llegó unos segundos más tarde y le hizo gestos frenéticos para que se acercara a él, cosa que Alice hizo, congelándose por la nieve de su alrededor.
—Eres muy puntual, eso está bien —le dijo Kai mientras la guiaba por la ciudad—. No he conocido a mucha gente que dé importancia a la puntualidad por aquí.
—¿Por qué estás aquí, Kai?
La pregunta pareció pillarlo de sorpresa, porque la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—No lo sé... pareces tan distinto a los demás.
—¿Distinto? ¿En qué sentido?
—En el buen sentido —aseguró ella—. La gente de aquí es... muy fría. Tú, en cambio, siempre has sido muy amable con nosotros.
—Es mi trabajo... —dijo, pero era obvio que le había gustado lo que había oído, que era precisamente lo que quería Alice.
—Aunque sea tu trabajo, hay cosas que se hacen por voluntad propia —aseguró—. En mi antigua ciudad, conocí a un chico como tú...
Se sorprendió por lo duro que le resultó hablar de Jake. No era como si estuviera muerto —no, no lo estaba, no iba a pensar eso—, pero era extraño mencionarlo.
—Fue de las pocas personas que me ayudó a integrarme y a no sentirme sola. No sé qué habría hecho sin él.
Kai la miró un momento, con algo parecido a la lástima en la mirada.
—¿Ya no... no estáis en contacto?
—No —dijo ella—. Hace mucho que no lo veo.
—Es una lástima —aseguró Kai—. En un mundo como este es muy difícil hacer amigos. Pero perderlos... es un golpe difícil de superar.
—¿Tú tienes amigos aquí? —preguntó ella.
—¿Amigos? No los llamaría así... son compañeros de trabajo.
—¿Y no te sientes solo?
—Normalmente, tengo tanto trabajo que no puedo pensar en si me siento solo o no.
Kai se detuvo en ese momento, así que Alice no pudo continuar. Habían llegado al límite de la ciudad, en la que ella no había estado nunca. Levantó la cabeza para ver unas enormes vallas de hierro que rodeaban un edificio gris bastante grande, de una sola planta. Kai sacó la tarjeta de identificación de su bolsillo y la pasó por una máquina, haciendo que las enormes puertas se abrieran. Alice vio que los guardias los miraban, pero no dijeron nada.
—¿Dónde estamos? —preguntó Alice.
—En uno de los edificios restringidos de la ciudad —explicó Kai.
Tuvo que pasar la tarjeta por dos puertas más, la última con acceso al edificio, donde dos guardias les pasaron una máquina alrededor, quitándole a Alice el cinturón por la hebilla. Ella frunció el ceño mientras recorrían un pasillo gris y lúgubre.
—¿Por qué...?
—No pueden dejar que pase ningún objeto punzante —explicó Kai—. Son normas de seguridad.
—¿Seguridad para qué?
—Verás... —él se aclaró la garganta—. Este edificio está construido para ser inexpugnable. Es decir, para que nadie pueda entrar ni salir sin que nosotros nos demos cuenta.
—¿Por qué?
Ignoró la pregunta.
Kai abrió una puerta, bajaron unas escaleras, y pasaron por otro pasillo lúgubre con varios guardias cada diez metros. Los miraron con curiosidad, especialmente a ella.
Cuando estaba a punto de preguntar de nuevo el por qué, Kai se detuvo delante de una puerta de hierro y sacó su tarjeta.
—¿Estás lista?
—¿Para qué? —preguntó ella, algo asustada.
—Para demostrar que puedes ser la ayudante del sargento.
—Pero... ¿qué tengo que hacer?
—Sigue las instrucciones —Kai pareció pensar muy bien lo que iba a decir—. Todas. Sin dudarlo. Si no lo haces... bueno, no serás útil para el sargento, y suele enfadarse con la gente que no le es útil.
No le dio tiempo a pensar, porque Kai pasó la tarjeta por un lector y la puerta se abrió.
Alice entró en la habitación contigua y se quedó algo paralizada cuando vio que, a cinco metros de distancia, había un enorme cristal que hacía de pared entre la habitación en la que estaba y la que había al otro lado y que podía ver perfectamente. En la otra, había una habitación que parecía de un niño pequeño, con una cama, juguetes, una casa de muñecas, un armario, un espejo...
Y, en la cama, sentada con las piernas pegadas a su pecho, había una niña de unos nueve años mirando al suelo fijamente. El sargento estaba agachado delante de ella, hablándole tranquilamente. Su voz retumbó en la habitación en la que estaba Alice.
—Quiero ayudarte —aseguró Philips—. Camille, necesito que me ayudes tú a mí. ¿Me entiendes?
No obtuvo la respuesta. La niña ni siquiera se movió.
Kai cerró la puerta. En la habitación oscura, en la que estaban ellos, había dos hombres mirando a través del cristal. Uno estaba manipulando un ordenador a través del que grababa la conversación y la habitación. Los dos se giraron hacia ellos.
—¿Ella es la chica de la que hablaste? —preguntó uno de ellos, mirando a Kai.
—Sí —Kai los presentó, pero Alice estaba pendiente de la niña, que tenía la mirada clavada en el suelo—. Alice, esa niña es Camille. La encontramos abandonada hace unos días. Creemos que puede tener familia que la busque y queremos encontrarlos para que puedan venir o quedarse con su hija, pero no habla con nosotros.
—¿Por qué no?
—Pensamos que puede tener un trauma o algo parecido —le dijo uno de los hombres—. Quizá simplemente está asustada.
—Sabes idiomas, ¿no? —preguntó Kai.
Ella asintió con la cabeza. Tenía la capacidad de hablar veinte idiomas distintos a la perfección. La habían programado para eso, aunque esa información no se la daría, claro.
—Algunos —dijo, intentando recordarlos.
—¿El francés es uno de ellos?
—Sí.
Kai pareció satisfecho. El hombre que no usaba el ordenador miró a Alice.
—Lo único que sabemos es que puede llamarse Camille. Escribió ese nombre en un papel, y...
—¿Sabe escribir? —Alice pareció algo sorprendida.
—Sí, por eso creemos que puede tener familia que la enseñara. Quizá, si tú hablaras con ella en su idioma...
Alice quería salir corriendo de ahí, pero no le dio tiempo a pensar, porque Philips acababa de volver y estaba con ellos. La miró con seriedad.
—Supongo que te acordarás de mí, Alice —le dijo él.
—No ha pasado tanto tiempo como para olvidarme —dijo ella.
—¿Sabes cuál es tu trabajo? —preguntó.
Asintió con la cabeza, aunque tenía ciertas dudas.
—Pues tienes media hora —el sargento le abrió la puerta—. Buena suerte.
¿Y ya estaba? ¿La dejaban sola?
Respiró hondo, miró a Kai, que le dio una sonrisa de ánimos, y entró en la habitación, pasando a través de la puerta lateral. Al instante, vio que desde la habitación de la niña no se podía ver la contigua, era solo una pared negra.
La habitación olía de una forma que le gustó a Alice. Le resultó familiar, y no sabía por qué. Era como si lo hubiera olido antes. Sin saber el motivo, supo que le recordaba a la habitación de la madre de Alicia. Seguía teniendo sus recuerdos en la mente. Le dio una sensación de alivio instantáneo que mató sus nervios. Hacía tanto tiempo que no notaba nada de Alicia...
Se acercó a la niña sorteando unos cuantos juguetes, y deseó sentirse tan segura como parecía.
La niña era muy pequeña, con el pelo oscuro enmarañado y la cara redonda y bronceada, señal de que había pasado tiempo al sol y no en una casa. Le debían haber puesto ropa nueva, porque dudaba que hubiera venido con un vestido azul y unos calcetines blancos. Tenía las rodillas llenas de moretones y arañazos.
—Hola, Camille —le dijo ella en francés perfecto.
La niña parpadeó al suelo y levantó la mirada hacia ella. Alice tragó saliva, tratando de mantener la compostura.
—¿Cómo estás?
La niña tenía los ojos verdes adormilados. No parecía haber llorado en absoluto, pero parecía estar muy triste. Alice dio un paso hacia ella. No respondió.
—Me llamo Alice —le explicó todavía en francés—. ¿Me entiendes si te hablo en este idioma?
La niña asintió con la cabeza.
—¿Y entiendes este idioma? —preguntó Alice, en el idioma que utilizaba con los demás.
La niña volvió a asentir.
—¿Prefieres que te hable así? —preguntó Alice en francés.
La niña volvió a asentir.
Bueno, al menos respondía.
—¿Puedo sentarme?
No dijo nada, pero tampoco pareció sentir ningún tipo de rechazo cuando Alice se sentó suavemente a su lado, en la mullida cama. Se fijó en que también tenía marcas de golpes y rasguños en los brazos y las manos.
—Llevas un vestido muy bonito, Camille.
La niña cerró los ojos un momento.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta el vestido?
Negó con la cabeza.
—¿Entonces?
Ella tragó saliva.
—No me llamo Camille —le dijo con un hilo de voz, en francés.
Alice se quedó algo paralizada al escuchar su voz. No se esperaba que hablara con ella.
—¿Y cómo te llamas?
—Blaise —murmuró, al cabo de unos segundos.
—Blaise —repitió Alice—. Es un nombre muy bonito. ¿Y quién es Camille?
La niña apartó la mirada.
—¿Es tu madre?
Asintió.
Alice respiró hondo.
—¿Por qué estabas sola cuando te encontramos, Blaise?
Se encogió de hombros.
—¿Tu madre te dejó sola?
Negó.
—¿Está... bien?
Asintió.
—¿Sabes dónde está?
Asintió.
—¿Crees que podrías llevarnos a mis amigos y a mí con ella?
Alice se sorprendió al ver que negaba con la cabeza.
—Hombres malos —murmuró la niña.
—¿Tu madre está con hombres malos? —preguntó Alice.
Ella agachó la cabeza.
Alice miró el cristal sin saber si alguien le estaría devolviendo la mirada y volvió a clavar los ojos en Blaise, que seguía con la cabeza agachada.
—¿Y si salvo a tu madre de esos hombres malos? —preguntó Alice.
La niña la miró al instante.
—¿Salvar a mamá? —preguntó torpemente.
—Sí, quiero salvar a tu mamá, pero necesito que ayudes a encontrarla.
Blaise se quedó mirándola como si fuera un fantasma. Después, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿No eres mala? —preguntó con un hilo de voz.
A Alice se le formó un nudo en la garganta. Tragó saliva como pudo y negó con la cabeza.
—No, Blaise, no soy mala. Puedes confiar en mí.
Sin embargo, la niña parecía un poco reacia a hablar. Se frotó los ojos con fuerza y apartó la mirada. Alice suspiró.
—¿Sabes? Mi madre también estaba con hombres malos —le dijo Alice, atrayendo su atención—. Hace mucho de eso, pero me acuerdo. Intenté ayudarla, pero no pude hacerlo yo sola, aunque te aseguro que lo intenté.
Los recuerdos de Alicia eran mucho más claros en su mente de lo que habían sido en sus sueños. Aún así, seguía siendo extraño pensar en ella.
—Te aseguro que nunca me he arrepentido tanto de algo como de eso —le dijo Alice, suspirando—. Si pudiera volver atrás, pedir ayuda y salvarla, lo habría hecho. Pero no puedo.
Blaise parecía estar escuchando, aunque no la miraba.
—Lo que sí puedo hacer, Blaise, es intentar ayudarte a ti. Porque no quiero que te pase lo mismo que a mí. No quiero que tengas que pensar, en un futuro, que no hiciste todo lo que estaba en tu mano para ayudarla, ¿lo entiendes?
La niña asintió lentamente.
—Entonces —Alice la miró—, ¿vas a ayudarme?
Blaise levantó la cabeza y pareció examinarla de arriba a abajo. Casi parecía una adulta cuando se inclinó hacia delante y la agarró de la mano con fuerza. Alice estuvo a punto de apartarse de la impresión.
—¿Ayudarás a mamá?
Ella asintió, nerviosa.
—Sí, la ayudaré.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo, Blaise.
La niña la miró unos momentos y un segundo después se echó a llorar. Alice no sabía qué hacer, así que le pasó un brazo sobre el hombro. La niña se aferró a ella como si hubiera necesitado un abrazo durante mucho tiempo. Alice sintió ganas de llorar también.
—Mamá. Echo de menos —murmuró la niña en el idioma de Alice, llorando.
—La encontraremos, Blaise —le aseguró, acariciándole la cabeza.
Estuvo casi una hora con Blaise hasta que por fin se durmió. Debía estar agotada, hacía varios días que no dormía. Alice volvió con los demás y vio cómo apagaban las luces a la niña, que dormía plácidamente. Philips y Kai la miraban. Kai sonreía ampliamente.
—¿Lo he hecho bien? —preguntó ella mientras salían de la sala—. Tu sargento ni siquiera me ha dirigido la palabra.
—Eso es muy bueno —le aseguró Kai—. Probablemente, esta semana vayáis a rescatar a la madre de la niña.
Alice se sintió extrañamente bien cuando miró atrás. Quizá no eran tan malos. Después de todo, estaban intentando ayudar a una pobre niña y a su madre. ¿Qué podía salir mal?
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