Capítulo 39
Alice tardó unos segundos en acordarse de dónde estaba. Miró a su alrededor y vio una habitación blanca con una pared entera hecha de cristal, varios muebles de madera clara y hierro y la cama gigante en la que ella estaba tumbada.
Se incorporó lentamente y se pasó una mano por la cabeza. Al menos, el dolor había disminuido. Esos días apenas había dormido. Era curioso que, al llegar ahí, hubiera podido hacerlo casi al instante. El padre John le había ofrecido la mejor habitación del edificio contiguo al principal, junto a la suya. También le había dado ropa de sobra, pero Alice había preferido la que ya llevaba puesta. De hecho, ni siquiera se la había quitado. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era de noche. Y había llegado por la mañana.
Sacó los pies de la cama y se puso las botas pesadas y manchadas de barro del camino. Contrastaban casi cómicamente con la habitación inmaculada.
Ella entera contrastaba cómicamente con ese lugar tan perfecto.
Se acercó a la puerta y la abrió. Una parte de Alice se esperaba que estuviera cerrada con candado, pero no fue así. Su padre realmente confiaba en ella si le permitía salir de ahí sin acompañantes.
Vio que en ese pasillo solo había dos puertas más. Una delante de la suya y otra al final del pasillo. La de delante era la habitación del padre John. Esa última...
Justo en ese momento, se abrió y un guardia salió de ella. Alice vio que era una especie de sala de control pequeña, con dos guardias más dentro. El que se había acercado a ella le hizo una leve inclinación con la cabeza. Alice intentó no fruncirle el ceño a modo de respuesta.
—¿Aviso al líder? —preguntó el hombre, mirándola.
Ella dudó un momento antes de encogerse de hombros. El guardia volvió a asentir con la cabeza y desapareció por las escaleras que había junto a su puerta. Al otro lado del pasillo, había un ascensor de cristal parecido al del edificio principal. Quizá un poco más pequeño.
Estaba a punto de acercarse a él cuando escuchó pasos aproximándose. Y el característico sonido de un bastón acompañándolos. El padre John se detuvo a su lado y la revisó concienzudamente.
—¿Has dormido bien?
Ella asintió con la cabeza sin decir nada.
—Bien. No quería molestarte. Supuse que tendrías que descansar unas horas antes de poder empezar con esto.
—¿Empezar con qué? —elevó levemente una ceja.
—Tengo mucho que enseñarte, hija. Muchísimo.
Si a Alice le importaba en lo más mínimo que la llamara hija, no lo dejó ver en ningún momento. Miró el vacío bajo sus pies por un momento, pero volvió a levantar la cabeza cuando notó que el guardia se había detenido por un gesto del padre John.
—Puedes retirarte —le informó.
El guardia entreabrió los labios, sorprendido.
—Líder, la seguridad...
—Creo que ya tengo una buena guardaespaldas conmigo.
Ella miró abajo, confusa, y se dio cuenta de que seguía llevando su cinturón equipado. No le habían quitado nada. Ni siquiera la munición.
El padre John pulsó el botón de la planta baja y Alice se dio cuenta de que estaban en un séptimo piso. No recordaba haber estado en un sitio tan alto en su vida.
Como seguía mirando su cinturón, el padre John hizo lo mismo y señaló la pistola.
—¿De dónde la has sacado? No he visto muchas de ese tipo por aquí.
Vio que Alice la rozaba con los dedos, se quedaba en silencio unos instantes y, después, clavaba una mirada fría en la ciudad.
—Fue un regalo —dijo con voz monótona.
Él enarcó una ceja.
—¿Un regalo? Alguien debía apreciarte mucho para hacerte un regalo así.
Si lo que quería era una reacción por parte de Alice, no la consiguió. De hecho, ella solo observó el panel del ascensor sin ningún tipo de expresión.
—Eso ya no importa —dijo finalmente.
El hombre la observó durante unos instantes antes de volver a hablar.
—¿Cómo estás?
La pregunta la pilló desprevenida. Apartó la mirada del panel del ascensor y la clavó de nuevo en la ciudad, ahora iluminada por algunas farolas y luces de casas.
—No creo que vaya a estar bien en mucho tiempo —admitió en voz baja.
—El duelo es algo que todos los humanos tienen que pasar, querida.
Silencio. Él se adelantó un poco.
—Pero tú no eres humana, ya lo sabes.
Alice se giró hacia él con extrañeza.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Si quisieras que cancelara tus emociones, solo tendrías que pedirlo. Seguro que podemos conseguirlo. Te aseguro que yo también me lo aplicaría. Nos ahorraríamos muchos problemas, ¿no crees?
Por un momento, solo lo miró.
—No —dijo simplemente—. Siento que debo pasar por esto.
El padre John asintió con la cabeza.
—Como quieras. Es tu duelo. Y tus amigos.
Alice esbozó una sonrisa amarga al pensar en la agria expresión que le habría puesto Rhett al oír la palabra amigos. Y en que habría puntualizado que eran algo más que eso. Antes de que Charles hiciera lo mismo consigo mismo.
Pero no iban a volver a hacerlo. Nunca.
—Me alegra que hayas decidido cambiar de opinión —añadió el padre John, que la había estado observando apoyado en su bastón.
—No fue un cambio de opinión. Solo necesitaba salir de ahí.
—Te entiendo —replicó él suavemente—. Solo me alegro de que eligieras este lugar para escapar. Quizá, algún día, lo consideres tu hogar. Y puedas ser feliz.
Alice asintió pese a saber que un lugar donde Rhett no estuviera nunca podría ser su hogar.
Y, mucho menos, hacerla feliz.
—Siento lo que le pasó a tu amigo —añadió él.
Alice no lo miró. Ni siquiera parpadeó.
—¿A cuál?
—A ambos. Pero... especialmente al que disparó Giulia. No debería haberlo hecho. Debí detenerla.
Él se detuvo, esperando una respuesta. Pero, de nuevo, Alice solo se quedó en silencio.
—Está encerrada en un lugar seguro —le aseguró el padre John, repentinamente serio—. La traición nunca queda impune en esta ciudad.
—¿Y sus hombres?
—Sus hombres pudieron elegir. Los que eligieron bien, siguen vivos.
Alice se giró hacia él casi por primera vez desde que había llegado a la ciudad.
—¿Dónde vamos?
—Quiero enseñarte mi ciudad, hija. Después de todo, ahora también es la tuya.
Ella no dijo nada cuando el ascensor se detuvo y dos guardias les asintieron con la cabeza al pasar por delante de ellos. El padre John se apoyó en su bastón para salir del edificio en el que estaban y Alice se dio cuenta de que era el más alto de la ciudad. Incluso más que el edificio principal. Seguro que tenía la mejor habitación de ese lugar del mundo.
—No quiero abrumarte demasiado el primer día pese a que, técnicamente, eres una esponja de conocimientos —replicó el padre John mientras subían una pequeña cuesta de piedra hacia el edificio principal, plagado de guardias.
—Es difícil abrumarme —replicó ella.
—Ya lo creo. No quiero ni imaginarme las cosas que habrás visto viviendo con esos salvajes.
Alice entró en el edificio tras él y se fijó en que absolutamente nadie los miraba a la cara. Estaba tan acostumbrada a que la gente de su otra ciudad susurrara y la mirara mal, que eso era verdaderamente extraño.
Los dos entraron en el edificio y el padre John fue directo al ascensor principal. La madre que había dentro pulsó el botón dos. Los tres se mantuvieron en silencio hasta que ellos dos salieron y Alice vio de reojo a un guardia acompañando a un androide.
—¿Por qué no me has dado ropa de androide? —preguntó Alice, observándolo de reojo.
El padre John echó una ojeada poco interesada a lo que estaba captando su atención antes de volver a girarse hacia delante.
—Porque no eres un androide ordinario.
—Hasta hace poco, lo era.
—Nunca lo has sido. Eres mi hija. Puedes vestirte como quieras.
Se detuvo delante de una de las últimas puertas y sacó una tarjeta de su bolsillo. Apenas un segundo más tarde de pasarla delante de una placa de metal, la puerta se abrió automáticamente y él volvió a guardársela en el bolsillo de su pecho. Hizo un gesto a Alice para que entrara y ella accedió a la sala.
Al principio, no entendió muy bien dónde estaba. Solo vio una sala parecida a la que habían usado para manipularla con la memoria la primera vez que había estado ahí. Pero había algo distinto en esa máquina, en esa camilla y en el ordenador que había al lado. Algo que no cuadraba.
—He pedido a los demás científicos que no estuvieran aquí —replicó el padre John, apoyando el bastón en la pared y cojeando hacia la camilla—. Pensé que querrías hacer esto con el menor número de implicados presente.
—¿Hacer qué?
—Túmbate aquí, justo debajo del foco.
Alice lo miró de reojo, pero obedeció y se subió a la camilla. En cuanto se tumbó de espaldas, él alineó los dos lazos de la máquina encima de su cabeza. Ella frunció el ceño cuando se encendió un pequeño haz de luz en una de ellas, llegándole directamente a los ojos.
—Ciérralos —le recomendó el padre John.
—¿Qué es esto?
—Es mi regalo, hija.
Escuchó sus pasos alejándose y deteniéndose junto al ordenador.
—No quería enseñártelo tan pronto, pero eres lo suficientemente fuerte como para verlo hoy. Además, quiero que veas que, finalmente, has ido al lugar al que perteneces.
Ella lo consideró un momento.
—¿Vas a enseñarme los recuerdos de lo que pasó la primera vez que estuve aquí?
—Eso sería demasiado sencillo como para considerarse un regalo. Solo tendría que desbloquear esa parte de tus recuerdos.
—¿Está bloqueada?
—Alice, relájate.
Ella tragó saliva, pero lo hizo. Dejó que sus músculos se relajaran y amoldó la cabeza en la camilla. Tras unos segundos de silencio, intentó incorporarse de golpe cuando notó que algo le rodeaba las muñecas y los tobillos. Estaba atada. Y una sensación de pánico la invadió cuando se dio cuenta de que no podía moverse. Ni abrir los ojos. Su respiración se aceleró mientras siguió intentándolo, desesperada.
—Alice, quédate quieta. Es por tu propia seguridad.
Ella se detuvo, pero no por sus palabras, sino porque sonaron directamente dentro de su cabeza.
—Abre los ojos.
Lo hizo. Pero no vio nada. Solo oscuridad. Y, de pronto, fue consciente de que ya no estaba atada. Ni tumbada en una camilla. Ni siquiera estaba en Ciudad Capital. Estaba... ¿dónde estaba? No podía ver nada. Solo oscuridad.
—¿Puedes oírme?
De nuevo, la voz del padre John sonó como si viniera de todas partes y de ninguna en concreto. Ella asintió con la cabeza en la oscuridad.
—Puedes hablar, Alice. Hazlo.
—Sí, puedo oírte.
—¿Quieres que te diga qué puede hacer esta máquina?
Alice no respondió. Volvió a mirar a su alrededor y sintió que su cuerpo se tensaba cuando vio una rendija de luz. No supo decir con claridad si estaba muy lejos o muy cerca de ella.
—Alice, céntrate en mi voz.
—¿Dónde estoy?
—No tenemos un nombre muy claro para ello, pero solemos referirnos a ello como si estuvieras en tu propio subconsciente.
Alice tragó saliva y se puso de pie torpemente. Ni siquiera podía ver sus propias manos.
—¿Quieres que te diga lo que hace esta máquina? —repitió él.
—Sí.
—Te da la felicidad, Alice.
Ella frunció ligeramente el ceño.
—¿Cómo puede hacer eso?
—Es un prototipo y necesita muchas modificaciones. Quería hacer esta especialmente para ti. Puede darte la vida que más deseas.
—¿Y cómo sabes cuál es esa vida? —repuso Alice en voz baja.
—Yo no lo sé. La máquina sí. ¿Ves esa rendija de luz?
Alice asintió con la cabeza en la oscuridad.
—Síguela y llegarás a tu objetivo.
No tenía alternativa. Empezó a avanzar hacia la luz, dudando, y sintió que sus pasos se hacían más ligeros y la temperatura más cálida a medida que se acercaba a luz. Seguía en la oscuridad más absoluta cuando, de pronto, sintió que sus ojos se cerraban solos.
—Alice, abre los ojos.
Ella estaba segura de que, al hacerlo, volvería a estar tumbada en esa camilla, con las manos y los tobillos atados.
—Alice, ábrelos —insistió él.
Y Alice, finalmente, lo hizo.
Se incorporó al darse cuenta de que podía ver a su alrededor y de que ya no tenía las ataduras en las muñecas y los tobillos. Se los tocó, extrañada. ¿Cuándo se lo había quitado? Ni siquiera tenía las marcas. Frunció todavía más el ceño.
Y fue entonces cuando miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en una camilla, ni en una habitación blanca. De hecho, distaba mucho de estar en un lugar así.
Estaba en su cama. En la habitación de los avanzados. En Ciudad Central.
Parpadeó varias veces al darse cuenta. Miró a su alrededor y vio que todo el mundo estaba charlando. Y todos iban con la ropa vieja típica de esa ciudad.
Nadie parecía extrañado de estar en una ciudad destruida.
¿Estaba soñando? Tenía que ser eso. Pero... era tan real... no parecía un sueño. Ni siquiera parecía un recuerdo. Parecía... tenía que ser real.
Alice vio a Kenneth hablando con Tom y Shana al otro lado de la habitación. Estaban poniéndose malas caras y parecían estar a punto de discutir entre ellos, como de costumbre. Siguió con su inspección y vio a un grupo jugando a cartas, otro mirando por la ventana y otro, simplemente, charlando en sus respectivas literas.
Entreabrió los labios cuando todos se giraron a la vez hacia la salida. Alice se quedó sentada. Era hora de comer. Lo sabía pero... ¿cómo lo sabía?
¿Dónde demonios estaba?
Su hilo de pensamientos se detuvo en seco cuando alguien saltó de la parte superior de su litera. Davy se ajustó las gafas y cerró el libro que tenía en una mano de un golpe.
—¿Cómo se puede hacer tanto ruido para salir de una habitación? Menudos mandriles.
Alice tenía los ojos abiertos de par en par cuando él se giró, malhumorado, en su dirección. Sin embargo, se detuvo al ver la expresión de ella. Puso una mueca.
—¿Y a ti qué te pasa?
—Yo... tú...
Se detuvo a sí misma. No era posible. Estaba muerto. Por... por su culpa.
Davy suspiró.
—¿Por qué siempre me toca hablar con los idiotas? —murmuró, yendo a la salida.
Alice se quedó un momento de más mirando la puerta antes de ponerse de pie sin siquiera pensarlo. Tocó las paredes como una loca para asegurarse de que no estaba soñando. Bajó las escaleras y todas crujieron de la misma forma que habían crujido tanto tiempo en su estancia en Ciudad Central. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo eso?
Alice salió del edificio y vio la cafetería. Y el edificio de los instructores. Y el campo de fútbol. Todo estaba exactamente igual. Todo.
Nada estaba destruído.
¿Cómo era eso posible?
Avanzó lentamente hacia la cafetería, donde todo el mundo se estaba dirigiendo. Ni siquiera fue a por una bandeja cuando cruzó el umbral de esta. Simplemente, miró a su alrededor. Las mesas estaban repletas de sus compañeros. Vio a todos. A todos. Incluso a esa chica que a Jake le había gustado, a Dean y Saud en el otro lado de la sala, junto a la mesa de los profesores, donde Max comía hablando con Tina y, a su lado, Deane y Geo mascullaban entre ellos.
Ella contuvo la respiración y se giró hacia su mesa. La del rincón. Se le formó un nudo en la garganta cuando vio a Jake y Trisha jugando a cartas con el ceño fruncido por la concentración.
Se acercó a ellos inconscientemente. Ni siquiera levantaron la cabeza.
—¡Eso ha sido trampa! —le gritó Jake a Trisha.
Alice se sentó lentamente, mirándolos.
—¿Trampa? —Trisha soltó una risa irónica. Tenía los dos brazos. Los... dos. Usó uno para sacarle el dedo corazón—. ¿Esto también es trampa?
—¡Eso es increíblemente maleducado, señorita!
—Oh, madura un poco —Trisha puso los ojos en blanco y miró a Alice—. ¿A que he ganado yo?
Alice solo la pudo mirar fijamente. No podía procesar nada. Trisha enarcó una ceja y le chasqueó un dedo delante de la cara.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
—No quiere decirte que he ganado yo —aclaró Jake.
—Que he ganado yo, niño estúpido.
—¡No me llames niño, no eres tan mayor como para...!
—Soy mayor que tú, así que te llamaré niño las veces que quiera.
—Pues muy bien, vieja.
—¡Yo no...! ¡No me llames vieja!
—¡Pues tú no me llames niño, vieja bruja!
Alice estaba intentando procesarlo todo mientras ellos seguían discutiendo. Se pasó una mano por la cabeza. Se sentía como si le diera vueltas.
Entonces, Jake se giró hacia ella, extrañado.
—Oye, ¿tú no tienes clase ahora?
Alice parpadeó en su dirección.
—¿Qué?
—La clase con el amargado —aclaró Trisha.
—Rhett no está amargado —le dijo Jake—. Solo... le gusta reservar su simpatía. Con Alice es simpático.
Trisha sonrió significativamente.
—¿Quieres que te diga lo que le da Alice a cambio de su simpatía, pequeño e inocente Jake?
—¿Eh? ¡No!
—Cuando están solos...
—¡No quiero saberlo!
—...se quitan la ropa y...
—¡TRISHA, PARA!
Alice no había oído nada de lo que habían dicho después de pronunciar el nombre de Rhett.
Parpadeó hacia ellos, medio paralizada.
—¿Rhett está aquí? —preguntó en voz baja.
Ellos dos se detuvieron en seco para mirarla, extrañados.
—¿Alguna vez no está aquí? —Trisha enarcó una ceja.
Alice notó que su corazón se aceleraba cuando se puso de pie precipitadamente.
—Adiós, eh —le dijo Jake a su espalda—. Oye, ¿y tu comida dónde está? ¿Puedo comérmela yo...?
Alice hubiera deseado decir algo, pero estaba demasiado mareada en ese momento. Tenía demasiados sentimientos mezclándose en su interior. Y unas ganas de llorar tremendas. Casi corrió por la ciudad hacia el campo de entrenamiento. Nunca un camino se le había hecho tan largo. Nunca.
Parecía que había pasado una eternidad cuando abrió la puerta de la casa de tiro. Todos los paneles, las estanterías... todo estaba igual. Exactamente igual.
Su corazón se aceleró cuando escuchó el sonido de cajas moviéndose en el pequeño almacén.
Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando llegó a la puerta.
Y ahí estaba él, dándole la espalda y revisando unas cajas para meterlas en la estantería. Ni siquiera se molestó en darse la vuelta para hablarle.
—Llegas tarde, iniciada.
Alice sintió que apenas podía ver nada por culpa de las lágrimas cuando escuchó su voz. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había estado con él.
Lo había echado tanto de menos que le dolía el pecho solo de verlo. Ni siquiera tenía palabras para expresarlo. Solo podía mirarlo fijamente, paralizada.
—¿Qué haces tan callada? ¿Se te ha vuelto a descargar el iPod o qué?
Rhett se dio la vuelta al notar que no respondía y se quedó mirándola cuando vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Dejó la caja a un lado de malas maneras y se acercó en dos zancadas a Alice, que estaba congelada.
—¿Qué pasa? —él frunció el ceño.
Ella no pudo responder. Tenía un nudo en la garganta y sabía que iba a ponerse a llorar en cuanto lo intentara. Le temblaban las manos.
Rhett frunció aún más el ceño.
—Dime que el imbécil del alumno de Deane no te ha hecho nada. Porque te juro que voy a...
Se interrumpió a sí mismo, sorprendido, cuando Alice se lanzó sobre él y le rodeó con urgencia con los brazos, abrazándolo con todas sus fuerzas. Rhett se quedó paralizado de la impresión, pero no le importó. Apoyó la mejilla en su pecho y pudo escuchar su corazón latiendo. No pudo más y empezaron a caerle lágrimas por las mejillas.
—Alice, ¿qué...?
—Te he echado tanto de menos... —susurró—. Tanto... no hay una maldita cantidad en el mundo para expresarlo.
Rhett parpadeó, sorprendido, antes de rodearla también con los brazos, confuso.
—Bueno... yo... quiero decir, nos vemos cada día en las clases. Y en las clases extra. Y en la cafetería. Y en la habitación, cuando te presentas con esas bragas raras que... es... mhm... no es que las mire, es que...
Alice sonrió sin poder dejar de llorar y se separó. Él parecía todavía más confuso.
—¿Me vas a decir ya qué te pasa o tengo que jugar a adivinarlo como un idiota?
Alice subió las manos hacia su cara y Rhett se quedó paralizado cuando le tocó la cicatriz con el pulgar, pero no se movió. Clavó los ojos en los suyos, perplejo. Alice no pudo contener otra oleada de lágrimas cuando bajó el pulgar a sus labios y recorrió el inferior lentamente.
¿Cuántas veces había hecho eso sin saber que habían sido las últimas?
—Si hubiera... s-si hubiera sabido que no te volvería a ver... yo...
Rhett seguía pareciendo confuso, pero tampoco se movió esa vez.
—Lo siento mucho. Yo... debí hacer algo más. Debí... —Alice respiró hondo, negando con la cabeza—. Te quiero tanto... y... y te echo tanto de menos... me... me he sentido vacía desde... desde que tú... oh, Rhett...
Él entreabrió los labios, sorprendido, pero se quedó todavía peor cuando Alice se puso de puntillas y le besó en los labios. Presionó los suyos sobre los de él por unos segundos, cerrando los ojos y siendo perfectamente consciente de que jamás podría volver a hacer eso. Jamás. Se separó lo justo para estar a centímetros de su cara. Rhett la miraba, perplejo.
—Te amo —le dijo en voz baja—, no te lo dije cuando podía y nunca me arrepentiré tanto de algo en mi vida. Ojalá lo hubiera hecho. Ojalá... yo...
Ella cerró los ojos y volvió a abrazarlo con fuerza, saboreando el momento.
Sin embargo, supo que algo iba mal al instante. Se separó, todavía llorando, y vio que Rhett se había quedado congelado. De hecho, todo a su alrededor parecía haberse detenido en el tiempo. Dio un paso atrás, confusa.
—¿Q-qué...? ¿Rhett? ¿Me...?
—No puede oírte.
La voz del padre John hizo que diera un respingo.
—Podrías vivir aquí para siempre, Alice —replicó él suavemente.
Alice miró a su alrededor, pero la voz estaba en su cabeza. Tragó saliva, mirando a Rhett. No podía dejar de hacerlo. Se acercó y sujetó su mano. Aunque no fuera real. Aunque no lo fuera. No podía desaprovechar eso.
—Me sorprende que este sea tu mayor deseo —confesó el padre John mientras ella volvía a acercarse y apoyar la cabeza en el pecho de Rhett—. Una parte de mí creyó que tu deseo sería haber vivido antes de la guerra. Pero... veo que esa ciudad realmente te hizo feliz.
En realidad, esa ciudad había sido la única felicidad que había conocido. Y Alice sintió que su pecho se oprimía al darse cuenta de que esa felicidad no volvería.
—Podrías vivir aquí, Alice —replicó suavemente el padre John—. Tanto tiempo como quisieras. Con todas las modificaciones que desearas. Podrías ser feliz.
Alice cerró los ojos apoyando la frente en el hombro de Rhett.
—No quiero vivir una mentira —murmuró.
El padre John suspiró.
—Podría hacer tantas cosas para ayudarte, Alice... tantas. Podría incluso borrarte los recuerdos.
Ella se detuvo en seco y casi pudo ver la sonrisa del padre John.
—Nunca sabrías que ellos han existido. Nunca sabrías que nada de esto ha pasado. Solo serías un androide feliz. Podría restaurar tu memoria hasta el día antes de darte ese revólver para empezar de cero.
Hubo una pausa. Alice miraba fijamente a Rhett, paralizada.
—Y no habría dolor. No habría sufrimiento, ni culpa... no habría nada. Nada.
La frase se quedó suspendida en el aire por unos segundos. Alice tragó saliva.
—Podría hacer desaparecer tu dolor, Alice. Solo tienes que pedírmelo.
Ella respiró hondo y apoyó la frente en el pecho de Rhett. Ya no podía sentir sus latidos. Volvía a estar vacía. Como había estado desde que él había... muerto.
Sujetó su camiseta con dos puños y tuvo que contener otro sollozo. No volver a verlo era tan doloroso que no podía ni imaginarse vivir con ello. Dudaba poder hacerlo. Una vida sin él no era una vida llena. Una vida sin él era... nada.
—No quiero ser nada —murmuró.
El padre John tardó unos segundos en responder. Por primera vez en su vida, sonó como un padre de verdad.
—Lo sé, hija.
Hubo un momento de silencio.
Entonces, ella se separó de Rhett y fue, probablemente, lo más doloroso que había hecho en su vida entera. Se sintió como si estuviera dejando parte de su corazón en él. Pero no dudó. No miró atrás. Se dio la vuelta y empezó a andar hacia la salida. Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
—Llévame de vuelta.
—¿Qué?
—He dicho que me lleves de vuelta.
—Hija, no...
—Sácame —espetó.
De nuevo, no miró atrás. Solo cerró los con fuerza.
Al abrirlos, volvía a estar con el padre John en la sala blanca.
Él la observaba con curiosidad. Ya la había desatado. Alice apartó la máquina de delante de su cara y se dio cuenta de que ya no estaba llorando. Solo volvía a tener la misma expresión vacía que había tenido hasta ese momento.
—¿Por qué has querido salir? —preguntó él finalmente.
Alice no respondió. Bajó de la camilla y se acercó a la ventana. Se otorgó un momento para cerrar los ojos y respirar hondo.
—Porque no quiero vivir una mentira.
—No era una mentira.
—Sí lo era —dijo en voz baja—. Ellos no eran reales. Rhett... no era real. Porque el real está muerto.
El padre John suspiró a su espalda.
—Pensé que, dado que no puedo devolverte al real, te gustaría esto.
Alice se limitó a observar la ciudad por unos segundos antes de girarse lentamente hacia él con el ceño fruncido.
—¿Devolverme? —repitió?
Él se había sentado en la camilla, mirándola. Asintió con la cabeza.
—Pensé en convertirlo en androide. Para ti.
—No sería lo mismo —replicó Alice, observándolo con atención—. No tendría sus recuerdos. Solo sería un recipiente vacío.
—No tiene por qué ser así, hija. No fue así conmigo.
Él sonrió ligeramente cuando vio que tenía toda su atención.
—Intento no hacer excepciones, pero solo tendría que dejar de bloquear sus recuerdos humanos a la hora de crearlo. Y eso sería todo. Podrías recuperarlo.
Alice entreabrió los labios, pero él la detuvo con otro suspiro.
—Pero... no tengo la fórmula para crear androides —replicó—. Tú me la quitaste, ¿recuerdas?
Ella no dijo nada durante unos segundos en los que el padre John se dedicó a alcanzar su bastón y pasar una mano por la empuñadura distraídamente.
Finalmente, Alice lo miró.
—¿Y... y si lo tuviera?
Él se quedó quieto un momento antes de mirarla.
—Entonces, podría ayudarte.
—Si... si te lo diera... ¿podría...?
—Podrías recuperar a tu amigo.
El padre John esbozó media sonrisa cuando vio que el pecho de ella subía y bajaba rápidamente.
—Pero solo puedo hacer eso si lo tienes, Alice. Si no, me temo que no puedo seguir ayudándote.
Durante unos segundos, ambos se quedaron en silencio. Alice agachó la mirada al suelo y respiró con dificultad.
El padre John esperó pacientemente, pero no puedo evitar que sus labios se curvaran hacia arriba cuando vio que Alice metía una mano en su bolsillo trasero y sacaba un pequeño objeto oscuro. Lo observó un momento en su palma antes de mirar al padre John.
—¿Me das tu palabra de que lo harás?
El hombre asintió lentamente y extendió la mano.
—Primero vas a tener que confiar en mí, Alice.
Ella volvió a dudar.
Pero, finalmente, tragó saliva y se acercó, dejando el pequeño objeto en la palma de su mano.
El padre John cerró la mano entorno a la pequeña tarjeta de información y respiró hondo, revisándola con los ojos. Alice lo miraba con gesto suplicante.
—¿Cuándo lo harás?
Él volvió a mirar la tarjeta con una pequeña sonrisa.
—¿A qué viene tanta prisa, Alice?
—Me has dicho que lo harías —aseguró ella atropelladamente—. Lo has prometido.
—¿Lo he hecho?
Alice lo observó por un momento antes de abrir ligeramente más los ojos.
—Por favor, no...
—Es broma —replicó él, sonriendo ligeramente—. ¿Crees que jugaría así con tus sentimientos?
Ella seguía pareciendo confusa cuando el padre John se puso de pie.
—¿Quieres recuperarlo?
Alice asintió con la cabeza con vehemencia.
—Entonces, voy a necesitar que me demuestres que puedo confiar en ti, Alice.
—¿C-cómo?
—Sígueme.
Y lo hizo. Lo siguió, ansiosa, hacia el ascensor. Dos guardias se unieron a ellos por el camino y Alice los miró de reojo cuando notó que tenían las manos en sus pistolas. El padre John le dedicó una pequeña sonrisa antes de pedir a la madre que los dejara en el sótano.
Las puertas del ascensor se abrieron y, cuando Alice hizo un gesto para quedarse ahí, los guardias la agarraron bruscamente de los brazos y la arrastraron tras el padre John. Ella respiraba dificultosamente cuando se detuvieron delante de una de las primeras celdas.
¿Iban a encerrarla?
El pensamiento hizo que contuviera la respiración.
El padre John pasó su tarjeta por delante del panel de la puerta y la abrió sin más preámbulos. Alice intentó volver a respirar cuando la empujaron a su interior.
Se quedó ahí de pie, confusa, en la celda vacía. Tragó saliva e hizo un ademán de intentar salir, pero un guardia la empujó hacia atrás de nuevo. El padre John la miraba junto a la puerta.
Un momento, ¿dónde estaba el otro guardia?
Como si alguien hubiera escuchado la pregunta, Alice vio que reaparecía. Y no lo hizo solo.
Durante unos segundos, sintió que su corazón dejaba de latir.
El guardia se detuvo dentro de la celda con su acompañante agarrado de la nuca. Lo detuvo justo delante de Alice y él levantó la cabeza. Durante unos segundos, solo se miraron el uno al otro.
—¿Charles? —preguntó ella en voz baja.
Lo repasó de arriba abajo y se dio cuenta de que tenía vendas en el brazo, pero eso era todo. Levantó la mirada a la suya, aterrada ante la posibilidad de que le hubieran reiniciado... pero no.
—¿Querida? —él puso una mueca—. ¿Qué demonios?
Alice intentó decir algo, lo que fuera, pero sintió que el guardia la apartaba unos metros hacia atrás. Él sujetó a Charles de la nuca para que no pudiera moverse. Y Alice sintió que el padre John le ponía una mano en el hombro.
—Cuando mis hombres se dieron cuenta de que era un androide, me informaron y pensé que podría encontrarle alguna función en la ciudad —replicó él suavemente—. Así que dejé que viviera. Al final, me va a servir para algo.
Charles seguía sin entender nada. Alice tampoco. Ella temblaba de pies a cabeza.
—¿P-para qué? —preguntó con voz temblorosa.
El padre John movió la mano a su cinturón y extrajo lentamente la pistola que Max le había dado.
—Sabes para qué, Alice.
Cuando ella sintió el frío peso de la pistola en su mano, el mundo se detuvo.
—Te dejo elegir —le dijo el padre John en voz baja—. Elige a este, y el otro permanecerá como ahora. Elige al otro... y este morirá. Es tu decisión.
Alice fue incapaz de reaccionar.
—¿El otro? —Charles intentó moverse, pero lo detuvieron—. ¿Está hablando de cara-cortada? ¿Qué pasó, querida? ¿Os atraparon?
Alice lo miró. Le temblaban las piernas.
Y, cuando sus ojos conectaron con los de Charles, sintió que él lo entendía todo.
—Elige rápido —agregó el padre John—. O lo haré yo mismo.
—N-no... no puedo... yo no...
—Elige, Alice. Eres afortunada por poder hacerlo, así que aprovéchalo.
Miró a Charles de nuevo y sintió que le temblaba el labio inferior cuando él asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.
—Todo sea por amor —murmuró.
Alice dudó.
Y, entonces, levantó el brazo con la pistola, apuntándolo directamente al estómago.
El padre John vio que ella lo apuntaba durante unos segundos. Le temblaba violentamente la mano y era poco probable que acertara. Quizá tendría que disparar dos veces. No se lo impediría.
Vio cómo Alice intentaba pensar a toda velocidad y como el androide agachaba la cabeza y cerraba los ojos cuando ella quitó el seguro. Estaba preparado para su muerte. El padre John esbozó media sonrisa y negó con la cabeza.
—Tienes diez segundos, Alice —le dijo—. Si no has elegido entonces, me temo que perderás a ambos.
El padre John supo que las palabras habían tenido el efecto que quería cuando ella cerró los ojos y tomó dos bocanadas de aire.
Sin embargo, su sonrisa se borró cuando vio que ella abría los ojos. No tenía la misma expresión que antes. Y no le temblaba la mano. En absoluto. De hecho, parecía más centrada que nunca.
Justo cuando el padre John intentó abrir la boca para decir algo, escuchó dos disparos cortando el silencio.
Charles se atrevió a abrir los ojos un segundo más tarde de oír los dos disparos. Se miró a sí mismo preparado para lo peor, pero no vio nada. No había sangre, ni manchas. No había nada más...
Dio un respingo cuando vio que se estaba formando un charco de sangre a sus pies por el disparo que había recibido cada guardia.
Alice, por su parte, respiró aliviada de no tener que seguir fingiendo en esa tontería.
Su mano firme se giró en seco hacia el padre John y se acercó a él. El hombre había empalidecido, pero a ella no le importó.
—Charles —le dijo sin mirarlo—, coge las pistolas de los guardias.
Pero no escuchó movimiento a su espalda.
—¡Charles! —le espetó.
—¿Eh? —él reaccionó por fin—. Espera, ¿sigo vivo? ¿Otra vez? Es decir... no siento nada.
—Coge las malditas pistolas.
—¿Eh? ¿Qué...? Oh, sí... eh... vale.
Escuchó que daba saltitos entre los guardias para saltear la sangre y alcanzar sus armas.
Alice intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas cuando volvió a su lado con las manos manchadas de sangre, dos pistolas y una gran sonrisa.
El padre John, por su parte, estaba entrando en pánico.
—¿Qué demonios te crees que...?
—Admito que no me esperaba esto, querida —Charles sonrió ampliamente a Alice—. Tú sí que sabes hacer que nuestras citas sean únicas.
—Charles, céntrate.
El padre John frunció el ceño, indignado.
—¡Os estoy...!
—Aunque podrías haberme avisado, ¿sabes? —replicó Charles—. Por la tensión de no saber si ibas a volarme el estómago o no, más que nada. Hubiera sido un detalle.
—¿Me estáis escuch...?
—¿Y cuándo querías que te lo dijera? Ni siquiera estaba segura de que estuvieras vivo?
—¡Estoy diciend...!
Charles ahogó un grito.
—¿No has venido a salvarme a mí? ¿Qué clase de novia eres tú?
—¡OS ESTOY HABLANDO!
Los dos se giraron de nuevo hacia el padre John. Tenía las mejillas encendidas por el enfado.
Pero, lejos de parecen intimidados, Charles se limitó a fruncirle el ceño.
—¿Te quieres callar? Estamos hablando de cosas importantes. No todo puede girar a tu alrededor, viejo egocéntrico.
—¡Me da igual! —les espetó el padre John—. ¡Os recuerdo que estáis en mi ciudad y que os habéis atrevido a atacar a uno de mis...!
Se detuvo en seco cuando Alice, sin siquiera parpadear, bajó la mano y le disparó en la pierna buena.
Él cayó al suelo soltando un gruñido de dolor antes de que la sensación se extendiera por todo su cuerpo, haciendo que se retorciera entre gimoteos y gruñidos. Miró a Alice y vio que ella negaba con la cabeza.
—¿Vas a callarte ya o tengo que dispararte también en brazo?
—¿Callarme? —el padre John negó con la cabeza, invadido por la adrenalina—. No sabes el error que has cometido, pequeña desagradecida. No tienes ni la menor idea de lo que has hecho.
—He matado a tus dos guardias —replicó Alice lentamente—. Y luego mataré a los demás guardias que no estén dispuestos a rendirse, haré lo mismo con tus queridos científicos, sacaré a los androides de aquí y luego destruiré tu bonita ciudad, justo como tú hiciste con la mía hace unos meses. Oh, y entre todo eso, pienso recuperar a Rhett.
Hizo una pausa, mirándolo fijamente.
—Créeme, sé perfectamente lo que hago aquí, papi.
—¿Recuperar a tu amigo? —él negó con la cabeza, riendo irónicamente—. Te recuerdo que me has dado ese poder a mí.
Él sacó la pequeña tarjeta de información de su bolsillo y la atrapó en su palma ensangrentada. Se la enseñó a Alice justo antes de apretar el puño con fuerza.
La tarjeta se hizo trizas en su mano.
Él sonrió, pero Alice se mantuvo impasible completamente.
Charles, que se había mantenido a un lado todo ese tiempo, apretó los labios en una dura línea.
—Me temo que parte de tu plan ha fallado —le dijo el padre John lentamente a Alice.
Ella no respondió. Al menos, durante unos segundos. Su mirada era helada cuando él abrió la mano y dejó caer los restos de la tarjeta en el suelo.
Finalmente, lo miró a la cara.
—¿Sabes por qué Max siempre ha sido mi padre, y no tú?
El padre John parpadeó, algo confuso. ¿A qué venía eso ahora?
—¿Lo sabes? —insistió Alice.
—No me vengas con tont...
—Max no hubiera necesitado pensarlo dos veces porque me conoce mucho mejor de lo que tú me conocerás jamás. Y habría sabido al instante, solo con mirarme, que nunca le daría una información tan valiosa a alguien como tú. Jamás.
Ella sacó algo de su bolsillo. Un pequeña tarjeta negra. Él abrió los labios, pero no pudo decir nada.
—La información real ha estado aquí todo el tiempo —Alice lo observó, impasible—. Lo que acabas de destruir son los recuerdos oscuros que Alicia tenía sobre ti. Supuse que no volvería a necesitarlos.
Silencio. El padre John dejó caer la mano en su regazo, olvidándose incluso de su dolor en la pierna.
Alice se acercó a él lentamente y él fue incapaz de moverse cuando ella se inclinó hacía delante y sacó la tarjeta para abrir puertas del bolsillo delantero de su camisa. Le echó una ojeada y se la lanzó a Charles, que la atrapó con la mano libre.
—No te preocupes, la cuidaremos por ti —le aseguró él.
Alice levantó un poco la barbilla y lo observó.
—¿Tienes algo más que decir?
—Mis guardias se encargarán de vosotros —espetó él en voz baja—. Nunca saldréis de aquí con vida, no es...
—Por suerte, tú no tendrás que verlo.
Él no entendió muy bien a qué se refería hasta que Alice volvió a estirar el brazo. Solo que esta vez apuntó directamente en su estómago. El padre John perdió todo el color de la cara.
Alice vio cómo, en sus ojos, todo tipo de emociones hacían que se quedara quieto en su lugar. La más obvia era la de terror.
—Alice... —él negó con la cabeza lentamente—, no tienes que hacer esto. Soy tu padre.
Ella no dijo nada.
—Soy la única familia que te queda, no puedes...
—Te equivocas —lo cortó—. He tenido suerte de encontrar una familia. Y, precisamente por eso, para protegerla, es por lo que voy a apretar este gatillo.
Él tragó saliva cuando Alice quitó el seguro de su pistola.
—Esto es por Jake. Y por su madre —ella apretó los labios—. Y, especialmente, por Alicia.
Respiró hondo cuando él cerró los ojos.
—Adiós, John.
Y, sin necesidad de decir nada más, apretó el gatillo.
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