Capítulo 38

—¿Nada?

Jake negó con la cabeza, algo cabizbajo.

—Nada —murmuró.

—¿Hoy tampoco ha salido de la habitación?

Jake frunció un poco el ceño.

—No me refiero a la habitación.

—¿Y a qué te refieres?

—Hoy tampoco ha salido de la cama de Rhett.

Max se apartó de la ventana en la que estaba apoyado y Jake vio como se metía las manos en los bolsillos, algo inquieto. Era raro verlo así, pero esos días todo el mundo había estado alterado. Las dos ausencias que habían dejado Rhett y Charles eran horribles.

—Tienes que hacer que coma y beba algo —concluyó, sin mirarlo—. Ya lleva así tres días.

—No me escucha... o eso creo.

—¿Eso crees?

—No... bueno... sigue sin decir nada. Está como... ausente.

Él agachó la cabeza al decirlo y Max le echó una ojeada.

—¿Algo más? —enarcó una ceja.

—Yo... ¿crees... crees que podrías ir tú a hablar con ella?

A Max no le apetecía ir a hablar con ella. No le apetecía en absoluto porque, de alguna forma, una parte de él no quería ver esa faceta de Alice. No quería verla triste. O, más bien, no quería verla triste sin saber qué hacer para que se encontrara mejor.

—Si no te escucha a ti, no me escuchará a mí —replicó.

—Sí te escuchara —Jake esbozó una pequeña sonrisa triste—. Más que a nadie en esta ciudad.

Él apartó la mirada y lo consideró un momento con los dientes apretados. Al ver que no iba a moverse, Jake se dirigió a la puerta, dejándolo solo. Max estuvo unos segundos más observando la entrada del muro por la ventana.

Una parte de él seguía esperando que, de pronto, las puertas se abrieran y aparecieran tanto Rhett como Charles, intactos. Pero sabía, tras tantos años viviendo en un mundo así, que eso no iba a suceder.

Todavía recordaba lo que había pasado tres días antes de manera casi perfecta. Recordaba haber ido con Jake a la salida correspondiente y haber esperado durante casi diez minutos a que aparecieran. Recordaba haber oído el sonido de una alarma y dejar al niño escondido para entrar corriendo a la ciudad pese a que era un riesgo gigante.

Y... recordaba a Alice apoyada con ambas manos en una puerta de metal, completamente blanca y con rastros de lágrimas en los ojos.

Cuando la alcanzó, no dijo nada. Tampoco lloró. Era como si estuviera en trance. Tuvo que zarandearla varias veces para que reaccionara y se moviera con él, pero seguía sin esbozar ningún tipo de expresión. Ni siquiera de dolor. Solo estuvo en blanco todo el camino. Y Max no tardó en deducir lo que había pasado. Incluso pensó en dejar a Alice con el chico y entrar de nuevo. Si hubiera estado solo, lo habría hecho sin pensar. Pero no podía abandonar a Alice y Jake, así que esperó. Durante una hora. Lo hizo. Pero nadie apareció. Y, cuando vio que la ciudad volvía a la normalidad, supo que los había perdido a ambos. 

Tras echar una mirada dolida atrás, no le quedó más remedio que salvar, al menos, a Jake y Alice.

Y ella, desde el momento en que la había encontrado, no había dicho absolutamente nada. A nadie. De hecho, cuando llegaron a la ciudad y Trisha, Tina, el chico salvaje y el que tartamudeaba salieron corriendo a recibirlos... incluso cuando Tina cayó de rodillas y empezó a llorar... ella no reaccionó. Solo pasó por su lado y se encerró en la habitación de Rhett.

Max había mandado varias veces a Tina a verla —no confiaba en nadie más para hacerlo— y, pese a que la mujer estaba igual de dolida que ella, intentó animarla. No tuvo muy buenos resultados aunque, al menos, le dijo a Max que estaba bien. Solo estaba tumbada en la cama.

Él bajó las escaleras lentamente, pensando en algo que decir, pero había poco que pudiera consolarla en esos momentos. ¿Qué le hubiera gustado que le dijeran a él después de la muerte de Emma? No recordaba absolutamente nada que pudiera haber funcionado de verdad. 

En menos tiempo del que le hubiera gustado, se encontró a sí mismo frente a la puerta de la habitación de Rhett. Cerró los ojos y se aseguró de que no había nadie ahí para molestarlos antes de aclararse la garganta y llamar a la puerta con los nudillos.

—Soy yo —dijo, simplemente.

Esperó unos segundos, pero no escuchó respuesta. Tras otros segundos, llamó de nuevo con los nudillos. Con el mismo resultado.

Pensó en volver a su despacho para seguir lamentándose él solo, pero algo hizo que se quedara. No podía dejarla sola. No otra vez.

Apoyó la frente en la puerta un momento antes de abrirla.

Echó una ojeada a su alrededor y vio que su habitación no era ningún desastre. Él había destrozado todo lo que había encontrado al enterarse de la muerte de Emma. Ella no. Estaba todo perfectamente. De hecho, no se notaba que alguien hubiera estado viviendo ahí... a no ser que te fijaras en el pequeño bulto de la cama.

Max cerró a su espalda y vio que ella estaba tumbada dándole la espalda, mirando a la pared. Puso una mueca cuando vio que ni siquiera se había cambiado de ropa. Seguía llevando el mismo mono sucio de hacía unos días. Incluso vio unas cuantas manchas de sangre en las mangas. Intentó ignorarlas cuando se acercó.

Alice no levantó la mirada. Max se quedó un poco sorprendido al ver que no estaba llorando. Ni durmiendo. Solo miraba la pared con expresión vacía. 

—¿Puedo sentarme? —le preguntó en voz baja.

Ella no dio señales de haberlo oído, pero Max vio que apartaba un poco las piernas para dejar que se sentara. Él suspiró y lo hizo, apoyando los codos en sus rodillas. Se pasó una mano por la cara, pensando en algo que decir. No lo encontraba. Vio la bandeja de comida y bebida que había mandado a Jake traerle encima del comodín que tenía al lado.

—Ni lo has tocado —murmuró, consciente de que ella sabía perfectamente de lo que le hablaba.

De nuevo, no obtuvo respuesta.

—Alice, necesitas comer. Y beber. No puedes seguir así.

Ella ni siquiera parpadeó. Solo acomodó un poco más la mejilla en la almohada, ignorándolo.

—Mira... —intentó tomar otro rumbo—, yo... sé que suena horrible, pero sé por lo que estás pasando. Yo lo pasé cuando murió mi hija. Puedo imaginarme el dolor que tienes ahora mismo dentro, Alice. Y te aseguro que si hubiera algo que pudiera decirte para que te sintieras mejor, te lo diría. Pero... no lo hay.

Él apartó la mirada un momento, inquieto.

—Sé que ahora mismo parece insoportable —siguió, en voz baja—. Parece que no va a mejorar. Pero... lo hará. Te aseguro que lo hará. Con el tiempo. Quizá con mucho tiempo, pero... así funciona la vida.

Vio que ella cerraba los ojos un momento antes de volver a abrirlos, pero seguía sin cambiar de expresión. Él empezó a perder un poco la paciencia, como siempre que no sabía qué hacer y se frustraba.

—¿No vas a hablar? —preguntó—. Yo no soy Jake. Hacerme el vacío no te va a servir de nada. No va a hacer que me vaya.

De nuevo, silencio. Él apretó los labios.

—¿Ni siquiera vas a molestarte en intentar comer algo? ¿O a beber?

Ella no respondió. Ni siquiera dio señales de haberlo oído. Max apretó aún más los labios antes de hablar.

—¿Cuál es el plan? ¿Quedarte aquí, dejando que esto te consuma? ¿Ni siquiera lo vas a inten...?

—Realmente están muertos, ¿no?

Le había salido un hilo de voz apenas audible, pero Max se detuvo al instante y la miró. Sintió un peso frío en el estómago cuando vio que a ella le temblaba el labio inferior y se le llenaban los ojos de lágrimas.

—No van a volver —dijo en voz baja, sin mirarlo—. No van a volver nunca. No importa lo mucho que llore, que grite o... nada... no importa nada... nunca van a volver.

—Alice...

—Están muertos por mi culpa.

—No fue por tu culpa.

—Tú ni siquiera estabas ahí. Murieron para que yo pudiera salvarme.

—Entonces, no dejes que murieran en vano —él frunció el ceño—. ¿Crees que realmente les gustaría verte aquí, tumbada, llorando por ellos? ¿O preferirían ver que sigues intentándolo?

Ella no se molestó en limpiarse una lágrima que le cayó desde el lagrimal, cruzando su nariz y chocando con la almohada, en la que hizo una pequeña mancha. Max deseó poder hacer algo, pero realmente no se le daban bien esas cosas. Y había poco que pudiera hacer.

—Han pasado tres días —dijo ella en voz baja, por fin mirándolo—. Y no has venido hasta ahora.

Esta vez, fue él quien apartó la mirada, avergonzado.

—Yo no...

—¿Estás enfadado conmigo?

Esa pregunta le dejó descolocado. Volvió a mirarla con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Estás enfadado porque yo lo provoqué? —preguntó ella en voz baja—. No te culparía si lo estuvieras.

—Alice, no digas tonterías.

—Si no hubiera disparado esa arma, ahora Charles estaría vivo —a ella se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas—. Y... y Rhett estaría... aquí... conmigo.

—Pasara lo que pasara, no fue responsabilidad de nadie.

Ella se sentó lentamente y agachó la mirada. Max vio que se pasaba los dedos por debajo de los ojos y sus hombros empezaban a sacudirse ligeramente. Sin saber muy bien lo que hacía —el contacto humano y él no se llevaban muy bien—, estiró el brazo y le rodeó los hombros, atrayéndola hacia sí mismo. Alice no correspondió al abrazo, pero él sintió que hundía la cara en su hombro y empezaba a llorar.

Pasaron unos minutos en los que él no pudo hacer otra cosa que pasarle la mano torpemente por la espalda, intentando calmarla. No supo si había provocado alguna mejora, pero, al menos, no estaba sola. Y había hablado.

Mientras lo pensaba, ella se separó un poco y negó con la cabeza, llorando con tanta fuerza que su pecho se sacudía. Ni siquiera se atrevió a mirarlo.

—N-no... n-no... no volveré a ver a Rhett... nunca... nunca más...

Max apretó los labios y la volvió a atraer. Esta vez, ella rodeó su pecho con los brazos y volvió a llorar, apretando los puños en su camiseta.

Pasaron casi veinte minutos en los que el llanto que llenaba la habitación pasó de ser casi desesperante a calmarse hasta desaparecer. Cuando dejó de llorar, ella se mantuvo unos momentos más con la cara escondida antes de separarse y quedarse sentada a su lado, en la cama. Max la miró de reojo y sus ojos se clavaron inmediatamente en la bandeja.

—Necesito que comas algo, Alice —le dijo en voz baja.

Ella echó una mirada ausente a la bandeja antes de encogerse de hombros.

—No tengo hambre.

—Sé que no tienes hambre, pero tienes que comer algo.

Max se puso de pie y agarró la bandeja con ambas manos. Ella la observó cuando se la puso en el regazo, pero no se movió. Al cabo de unos segundos, Max perdió la paciencia y agarró el vaso de agua, acercándoselo. Por fin, Alice levantó el brazo para sujetarlo ella. Le dio un sorbo y se relamió los labios.

Poco después, empezó a comer en silencio. No se terminó el plato, pero al menos ya no tenía el estómago vacío. Y se había terminado el agua.  Era un avance, después de todo. Max le quitó la bandeja del regazo y la dejó en la cómoda de nuevo antes de echarle una ojeada.

—Creo que deberías ducharte y cambiarte de ropa.

Ella se miró a sí misma como si se acabara de dar cuenta de lo que llevaba puesto y asintió lentamente con la cabeza.

—Te dejaré sola —se ofreció Max—. Si necesitas hablar conmigo, estaré en...

—¡No!

Le sorprendió el tono de voz que usó. La urgencia que albergaba. Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Puedes... puedes quedarte aquí un rato más? ¿Por favor?

Max la observó unos segundos antes de apartar la mirada y asentir. Volvió a sentarse a su lado y, cuando Alice apoyó la cabeza en su hombro, le besó el pelo y le volvió a pasar un brazo por encima de los hombros.

***

Alice sintió que sus pasos eran lentos y pesados cuando Max se marchó y se vio con fuerzas de bajar las escaleras. Se sentía como si el mundo entero pesara. Como si no tuviera sentido bajar esas escaleras. O hacer nada.

Apenas llevaba dos peldaños cuando escuchó que alguien la llamaba. Se giró y vio que Kai aparecía por el pasillo, sorprendido.

—Yo... —pareció algo incómodo cuando se detuvo a su lado—. ¿Cómo estás? Es decir... eh... sé que es una pregunta estúpida pero... yo... ¿puedo hacer algo por ti?

Ella agachó la mirada y negó con la cabeza. Kai suspiró.

—Gracias por ofrecerte —añadió ella de todos modos.

—No me las des. Yo... si no hubiera sido por ti, ahora mismo no tendría un hogar. Siempre te deberé una.

—No me debes nada —le aseguró en voz baja.

—Al contrario, te la debo —Kai se miró las manos—. Mira, me gustaría mucho estar contigo un rato más, pero... Max me ha pedido que subiera a su despacho a informarle sobre la máquina y todo eso... y la verdad es que me da mucho miedo hacerle esperar.

Ella esbozó lo que pareció una sombra de sonrisa.

—Entonces, deberías ir con él.

Kai asintió con la cabeza, nervioso, y pasó por su lado para subir las escaleras. Alice lo observó unos segundos antes de seguir bajando las escaleras, apoyada en la barandilla.

Quizá ella se hubiera dado cuenta de las miradas de reojo y los comentarios en voz baja que recibió una vez llegó a la planta baja si no hubiera sido porque su cabeza seguía estando en otra parte. Otra parte muy, muy lejana. Mantuvo los ojos clavados en el frente y no se detuvo hasta llegar al patio trasero del edificio, donde Max le había indicado. Su mirada se clavó enseguida en el pequeño grupo de tres que estaba sentado en el suelo, con las espaldas apoyadas en el muro. No la habían visto.

Alice estuvo a punto de ir hacia ellos, pero se detuvo para echar una ojeada al cementerio improvisado que habían creado en el último asalto a la ciudad. Miró de reojo la del padre de Rhett, la de Davy y la de tantas otras personas que había conocido durante su tiempo en la ciudad. Pero su mirada se detuvo inmediatamente en la de Eve. La imagen del bebé le vino a la cabeza. Y la carta que le había dejado.

Había sido incapaz de cuidarlo por ella.

Alice no pudo seguir mirando su tumba y avanzó hacia Trisha, Jake y Kilian, que seguían sentados hablando. Los tres se detuvieron cuando la vieron llegar. Parecían perplejos. Especialmente Jake, que se puso de pie e hizo un ademán de ir hacia ella, dubitativo. Al ver que no iba a apartarse, acortó la distancia entre ellos y le dio un abrazo con fuerza.

Alice deseó habérselo devuelto con más entusiasmo, pero era incapaz de demostrar ningún afecto en esos momentos. Solo cerró los ojos y, tras un momento, lo miró.

—Siento no haberte hecho caso hasta ahora.

—¿Bromeas? —él negó con la cabeza—. Yo... lo entiendo, Alice.

Trisha y Kilian también se habían puesto de pie. Trisha pareció algo incómoda cuando se acercó. Tras unos momentos de silencio, ella esbozó media sonrisa un poco triste.

—Te ves fatal.

Alice le devolvió la media sonrisa, solo que un poco apagada. Ella entera estaba apagada.

—Lo mismo te digo.

Hubo otra vez un silencio de unos segundos hasta que Alice se aclaró la garganta.

—¿Nadie me contará lo que ha pasado en mi ausencia?

Intentó fingir entusiasmo cuando se sentó con ellos junto al muro y le contaron algunos detalles poco relevantes de sus días fuera. O, más bien, de sus días encerrada en la habitación de Rhett. Alice los observó hablando y, pese a que no llegó a escuchar mucho, sonrió un poco para que no se detuvieran. Escuchar a alguien hablar era un verdadero alivio.

Cuando se formó un silencio incómodo a su alrededor porque todo el mundo parecía haberse quedado sin ideas de mantener la conversación, ella se giró hacia Kilian.

—Supongo que te alegraste de ver que Jake había vuelto.

Kilian asintió tímidamente con la cabeza.

—Después de todo, no cualquiera se interpondría entre una bala y su amigo —concluyó ella en voz baja.

Jugó con la hierba con los dedos, pero se detuvo al darse cuenta del silencio incómodo que se había formado a su alrededor. Vio que a Jake se le enrojecían las orejas y frunció un poco el ceño.

—¿Qué?

—Yo... —Jake miró a Kilian y a Trisha en busca de ayuda que no encontró—. Mira, Alice... eh... creo que no es el mejor momento para contarte esto, pero... eh...

Se aclaró la garganta, todavía más rojo.

—No... no somos amigos.

Alice parpadeó en su dirección, confusa.

—¿Y qué sois?

Trisha esbozó media sonrisa divertida.

—¿Tú qué crees, genio?

Alice miró en su dirección y, cuando vio la ojeada que intercambiaban y que Kilian también se había puesto rojo, entreabrió los labios.

—¿Sois...? —los señaló a ambos—. Oh... yo... yo no... no sabía... ¿a ti no te gustaba una chica el año pasado, Jake?

—Bueno, no me gustaba. Solo la veía guapa.

—¿Y eso no quiere decir que te gustan las chicas?

—Charles me dio una lección sobre que no necesariamente tiene por qué gustarte solo una cosa.

Alice sintió que su corazón se encogía un poco al oír ese nombre, pero la sorpresa era demasiado grande en esos momentos.

—¿Hablaste con él y conmigo no?

—A ver... no era lo mismo —murmuró Jake.

—¿Por qué no?

—Porque no estaba seguro y quería hablarlo con alguien que entendiera del tema. Trisha no fue muy comunicativa, así que se lo pregunté a Charles. Y... bueno, la verdad es que fue bastante más comprensivo de lo que esperaba. Me dijo que no pasaba nada si me gustaba alguien de un sexo u otro. Que... bueno... que solo estuviera con alguien que me hiciera feliz.

Alice agachó la cabeza y asintió con la cabeza. En realidad, le había sorprendido más que le hablara a Charles del tema que el hecho en sí.

Al final, solo volvió a asentir con la cabeza y siguieron con la conversación como si no hubiera pasado nada.

En realidad, ella estuvo con ellos durante el resto del día y dedicó una pequeña sonrisa a Max cuando se cruzaron en la cafetería y él se aseguró de que estaba bien. Tina pareció a punto de llorar cuando vio que había salido de la cama y él la arrastró hacia la mesa antes de que montara una escena.

Alice casi se había olvidado de su propio dolor cuando Jake y ella empezaron a subir las escaleras a solas. Los demás habían decidido quedarse un rato más abajo. En realidad, a ella le gustaba estar a solas con Jake. Con él, los silencios no eran incómodos. De hecho, algunas veces eran solo... perfectos.

Sin embargo, Jake quiso romperlo en ese momento, justo cuando llegaron delante de la habitación de Alice. Ella ya tenía la mano en la manilla cuando escuchó que hablaba.

—Yo...

Alice se detuvo, algo confusa cuando no siguió hablando, y lo miró por encima del hombro.

—¿Sí?

—Lo siento mucho, Alice —él no se atrevió a mirarla—. Yo... Charles podía ser un pesado, pero... pero era genial. Y nunca se portó mal conmigo. Y Rhett... lo quería como a un hermano mayor. Y sé que te quería. Mucho. Muchísimo. Ojalá...

Se cortó a sí mismo. Ella seguía en silencio, mirándolo.

—Cuando salimos de la capital la primera vez... cuando nos separamos por meses... creí que habíais muerto los tres —continuó Jake en voz baja—. No sabía qué hacer. Todos estábamos desesperados. Todos. Intentamos buscaros por todas partes, pero no tardamos en llegar a la conclusión de que, de haber estado vivos... os habríamos encontrado.

Hizo una pausa para tragar saliva y parpadear varias veces. Seguía sin atreverse a mirarla.

—La única persona que me ayudó de verdad fue Max. Él... me habló de su hija. Nunca lo había hecho. Y me dijo que lo único que lo había salvado después de su muerte había sido tener la ciudad. Tener algo que hacer. Un propósito.

Por fin, la miró.

—Solo tienes que encontrar tu propósito, Alice. No borrará el dolor, pero... al menos... al menos no será tan constante.

Jake la observó en silencio, esperando una respuesta que no llegó. En su lugar, solo vio que Alice lo miraba fijamente, en silencio. Le dio la sensación de que se había apagado algo en sus ojos.

—Eres un buen chico, Jake —le dijo en voz baja.

Él no supo qué decir. Intentó murmurar algo en agradecimiento, pero ella le interrumpió.

—Descansa bien.

No dejó que respondiera. Se metió en la habitación de Rhett y cerró la puerta a su espalda sin mirar atrás.

***

Max estaba un poco molesto cuando, esa mañana, Jake le dijo que Alice volvía a estar encerrada en la habitación. La había visto el día anterior con sus tres amigos y ya le había dado algo de miedo pensar que podían decir algo que desechara todo el trabajo que había hecho él. Eso lo confirmó. Ya tendría una charla con ellos. Una que no les gustaría en absoluto.

Se detuvo delante de la habitación de Alice y llamó con los nudillos. No hubo respuesta. Lo mismo que el día anterior. Le dio otra oportunidad para que abriera, pero no recibió ninguna respuesta.

Algo irritado, abrió la puerta.

—¿Ya estás otra vez...?

Se detuvo en seco.

No había nadie. 

Y la ventana estaba abierta.

Parpadeó, confuso, y se acercó a ella apoyando una rodilla en la cama. Al asomarse, vio que el tejado del piso inferior tenía una teja rota y que el salto hacia el suelo desde él no era muy alto. Siguió el camino hacia el muro con la mirada y se le cayó el alma a los pies cuando vio que la valla estaba un poco abierta.

Por un instante, fue incapaz de reaccionar. Lo único que pudo hacer fue quedarse con una rodilla clavada en la cama de Alice, intentando buscarla en vano en la habitación.

Y, entonces, algo captó su mirada. Su almohada. O lo que escondía debajo de ella.

La apartó con el ceño fruncido, y este se frunció aún más cuando vio que había un pequeño iPod con unos auriculares conectados y una fotografía doblada. La agarró y la desdobló, encontrándose con la cara sonrojada de Alice y a Rhett sonriendo con un brazo alrededor de su cuello y la mejilla pegada a la suya. Enseguida reconoció la cafetería de Ciudad Central. La fotografía de la cena de Navidad.

 ¿Eso era lo que había estado haciendo esos días ahí encerrada? ¿Mirar la fotografía y escuchar música?

Max apretó los labios e hizo un ademán de salir de la cama, pero se detuvo cuando captó algo más. Esta vez, en la ventana. Un pequeño trozo de papel. Lo agarró con el ceño fruncido y lo leyó rápidamente, reconociendo al instante la letra de Alice. Era una sola frase. Solo una. Y solo una frase hizo que él quisiera arrugar el papel en un puño y lanzarlo a la basura.

No me busquéis.

Max se puso de pie precipitadamente y salió al pasillo. El chico que tartamudeaba, Jake y Trisha estaban en él. Su mirada fue directa a Jake, que se encogió, aterrado.

—¿Dónde está? —le preguntó directamente.

Jake dudó.

—¿Quién?

—¡Alice! ¿Dónde demonios está?

—¿No está en la habitación de Rhett? —preguntó Trisha, confusa.

—¡No, no está ahí! ¡Se ha escapado por la noche y ha dejado una maldita nota pidiendo que no la buscáramos! ¿Dónde...?

Se detuvo en seco cuando escuchó un grito ahogado a su lado. Se giró hacia el chico nervioso, Kai, y vio que había perdido el color de los labios.

—¿Qué? —le preguntó bruscamente.

—Yo... yo... —él perdió todavía más el color—. Ella... anoche...

Al ver que no seguía, Max perdió completamente la paciencia.

—¿Ella, anoche, qué? —le espetó.

El chico dio un respingo. Estaba temblando.

—Le... le dije que le debía un favor y... y anoche me pidió que se lo devolviera. Yo no sabía...

—¿Qué favor? —Max se detuvo con los puños apretados.

Kai tragó saliva.

—Me... me pidió que extrajera la información de... d-de la máquina y... y se la llevó...

Max parpadeó, confuso.

—¿Qué información?

—Yo...

—¿Qué información? —repitió Max, furioso.

Kai se detuvo y tragó saliva.

—La información de creación de androides del padre John.

***

Alice miró el suelo, a sus botas, y se quedó pensativa por unos momentos mientras sentía que los ruidos del bosque se apoderaban del silencio. Se apoyó mejor en la roca en la que estaba sentada y recordó vagamente la conversación que había tenido con Max en ella unos días antes. Parecía que había pasado una eternidad desde eso. 

Acarició con la mano la zona ahora vacía y, con la otra, se llevó la botella de cerveza a los labios de nuevo. El sabor seguía siendo horrible, pero ya era el último trago. Puso una mueca de disgusto y se lo tragó, mirando la botella con expresión vacía.

Al cabo de unos segundos, dejó la botella donde había estado la caravana de Charles unos días antes, la observó unos segundos y se abrochó la chaqueta, internándose en el bosque.

No llevaba mucho tiempo andando cuando divisó los edificios blancos y la muralla de piedra rodeando una ciudad. Siguió andando sin dudarlo hacia la entrada más cercana que encontró. No se detuvo cuando vio que dos de los tres guardias intercambiaban una mirada, la apuntaban con sus armas y él último iba directo al interior de un edificio.

Alice llegó a la valla y levantó las manos en señal de rendición cuando ambos guardias la apuntaron, uno de cada lado. Ella no cambió su expresión, solo mantuvo la mirada clavada en el edificio. Esperó unos segundos, ignorando las preguntas de los guardias, y por fin vio que el tercero salía de nuevo del edificio acompañado por un hombre.

Alice clavó los ojos en el hombre. El padre John.

Él parecía completamente descolocado cuando se acercó con su bastón. Se detuvo tras la valla, dejándola entre ambos, y la miró de arriba abajo. Pasaron unos segundos en que ninguno dijo nada. Solo se miraron el uno al otro.

Entonces, él hizo un gesto y el tercer guardia dijo algo a un aparato. La valla se empezó a abrir lentamente a ambos lados, desapareciendo dentro del muro. Alice bajó las manos pese a que seguían apuntándola y miró a su padre. Él también la miró antes de fruncir el ceño a los dos guardias.

—¿Se puede saber qué hacéis? Bajad eso ahora mismo.

Ambos parecieron un poco confusos, pero lo hicieron al instante, apartándose un paso de Alice. El padre John volvió a mirarla de arriba abajo, todavía perplejo.

—¿Qué haces aquí?

Ella lo miró por unos segundos, en silencio, antes de agachar la mirada.

—No soportaba estar ahí —dijo en voz tan baja que apenas pudo oírla—. No lo soportaba más. Y no sabía dónde ir.

El padre John ladeó la cabeza hacia ella, observándola. Ella no se atrevió a levantar la mirada. Volvía a tener un nudo en la garganta y no quería volver a llorar.

Parecía que había pasado una eternidad cuando, por fin, el padre John asintió con la cabeza.

—Has hecho bien viniendo aquí.

Alice levantó la mirada cuando vio que le hacía un gesto para que se acercara. Lo hizo y él le puso una mano en la espalda para guiarla al interior de la ciudad. Alice lo miró, agradecida, pero no fue capaz de decir nada cuando él le dedicó una pequeña sonrisa.

—Bienvenida a casa de nuevo, hija.

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