Capítulo 38

43 miró a su alrededor mientras le quitaban las correas. Le ardían las muñecas. Su padre la ayudó a ponerse de pie y ella se encargó de quitarse las arrugas del vestido con las palmas de las manos, mirando a su alrededor con curiosidad.

—¿Seguro que no volverá en sí? —preguntó su padre a uno de los científicos, ambos mirándola.

—Seguro, señor.

—¿Y la memoria?

El científico levantó un objeto minúsculo y se lo dio a su padre, que se quedó mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Y si quisiera volverla a poner? ¿Es posible?

—Sí, aunque es algo complicado —el científico lo miró con algo de temor—. Cuanto más tiempo pase, más ajenos serán los recuerdos y menos probable será que vuelva a aceptarlos.

—¿Y cuánto tiempo hay que dejar pasar para que sea seguro que no puede recuperarlos?

—Varía mucho... semanas, meses... no creo que llegue a un año, pero es difícil calcularlo en un prototipo de última generación.

—Bien —su padre se metió el objeto minúsculo en el bolsillo delantero de la chaqueta—. ¿Necesitas algo con ella?

—Bueno, una comprobación no iría mal —el científico se acercó a ella—. Preséntate.

43 sonrió.

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite saber.

—Voy a querer hacer algunas modificaciones a esa presentación —dijo su padre, antes de hacerle un gesto para que se pusiera de pie. 

43 lo hizo enseguida. No entendió por qué no llevaba puesta su ropa reglamentaria, pero no podía quejarse a su padre.

—Quiero que vengas conmigo a ver a un amigo —replicó su padre, ofreciéndole la mano.

Ella la aceptó, siendo guiada por el lugar, que era extrañamente blanco y amplio. Parecía agradable. Parpadeó, sorprendida, cuando la guió por unas escaleras. Su padre sorteó unas cuantas personas con pistolas y no se detuvo hasta que llegaron a un pasillo con varias puertas. Abrió una de estas y la mantuvo abierta para ella, que se introdujo en ella. Escuchó que la puerta se cerraba.

Se trataba de una habitación sencilla con una puerta y dos camas. En una de ellas había un hombre con barba, sin camiseta y con un vendaje puesto rodeándole el pecho. Lo observó con curiosidad cuando él se puso de pie, mirándola con la expresión seria.

—¿Qué te han hecho? —preguntó él, mirándola de arriba a abajo—. He oído gritos.

Ella sonrió.

—Hola. Encantada de conocerle.

El hombre se quedó mirándola.

—¿Qué?

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite saber. El padre John me ha dicho que es un amigo suyo, así que sepa que tendré especial prioridad en usted.

El hombre seguía mirándola en silencio.

—¿Puedo preguntar cómo se llama? —ella no dejó de sonreír.

—Max —dijo, en voz baja.

—Max —repitió 43—. Es un placer conocerle.

Él seguía sin decir nada. Simplemente apretó los labios. Ella advirtió cierta tristeza en su mirada.

—Te dije que no les dijeras nada —dijo en voz baja él.

—¿Disculpe?

—Te dije que no les dijeras nada de tus sueños —repitió.

—Lo siento, pero no sé de qué me habla.

—No necesito nada —replicó él, negando con la cabeza.

—Oh, bien —43 entrelazó sus dedos—. Entonces, llámeme cuando me necesite, Max. Estaré a su disposición.

Notó su mirada sobre ella mientras se dirigía a la puerta.

***

—Muy bien. Di tu información.

—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John Yadir el 17 de noviembre de 2025, a las 03:01 de la mañana. Recuerdos artificiales implantados por vía modular. Zona: Ciudad Capital. Sin uso formal. Función: sin especificar. Reprogramación finalizada.

—¿Cuánto hace que fuiste reprogramada? —preguntó el padre Tristan, aburrido.

—Tres días, padre.

—¿Nombre adquirido?

—¿Disculpe?

—Se te ha olvidado el nombre adquirido —replicó él.

—No tengo nombre adquirido, padre. Solo el de serie.

—¿El nombre de Alice te dice algo?

43 parpadeó al oír el nombre, pero no reaccionó.

—No, padre.

Él la miró en silencio unos segundos, antes de seguir.

—¿Has experimentado algún tipo de incomodidad?

—No, padre.

—¿Algún problema con el programa?

—No, padre. Todo funciona bien.

—¿Has soñado alguna vez?

—Padre, debo recordarle que los androides no tienen la capacidad cognitiva de soñar, y por lo tanto...

—Ya, ya —él hizo un gesto con la mano—. Entonces,  ¿no has tenido nada parecido a un sueño? ¿O algún recuerdo?

—Puedo acceder a mis recuerdos implantados si lo desea.

—No será necesario. Vamos a repasar tu presentación. Dila.

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite saber.

—Vamos a cambiarlo. Lee este.

—Mi nombre es 43. Es un placer conocerlo. Estoy a disposición si requiere mis servicios. ¿En qué puedo ayudarle?

—Mhm... no —él negó con la cabeza—. Vamos a quedarnos con el anterior.

Alguien llamó a la puerta y asomó la cabeza. Era el capitán Clark.

—Me han dicho que tengo que vigilarla —replicó, mirándola—. Hasta que venga el alcalde.

—De hecho, primero tenemos que hablar en su despacho —el padre Tristan se puso de pie—. Que no se mueva de aquí, ¿entendido?

—Sí, señor —dijo el capitán mientras lo veía marchar. Cuando hubo cerrado la puerta a su espalda, cambió su expresión—. Imbécil.

43 lo miró mientras se acercaba y se sentaba en la silla que acababan de dejar libre. Miró los papeles con curiosidad y luego la miró a ella con más curiosidad todavía.

—Han hecho un buen trabajo —replicó—. No pareces la misma.

—Lo siento, pero no sé de qué me habla, capitán —dijo ella, impasible.

—Argh, odio las respuestas automáticas que os dan. Es como si estuviera hablándole a una pared.

—Si no le gusta algún detalle de mi programación, debería consultarlo con mi programador jefe, el padre Tristan.

—Me da igual tu programación —puso mala cara—. Casi me gustabas más cuando tenía motivos para golpearte.

Los dos se quedaron en silencio por casi diez minutos, mientras 43 se dedicaba a mirar fijamente a la mesa, como le habían indicado que hiciera. El capitán no tardó en emitir un sonido extraño por la boca, uno agudo. 43 lo miró con curiosidad.

—Disculpe, ¿qué es eso?

El capitán la miró, sorprendido. No estaba programada para hablar sin que antes le hicieran una pregunta. Por algún motivo, los dos decidieron pasarlo por alto.

—¿El qué?

—El sonido.

—Se llama silbar.

—¿Y qué... qué silbaba?

—Una canción.

43 se quedó mirándola, con un sentimiento extraño que no había identificado todavía.

—¿Música?

—¿Y tú cómo sabes lo que es la música? —preguntó el capitán, frunciendo el ceño.

—No lo sé —admitió en voz baja.

—No, ¿cómo lo sabes? Se supone que no deberías —se acercó, cauteloso—. ¿Es un error de programación?

—¿Qué? —43 se tapó la boca. Otra respuesta no programada.

El capitán se quedó mirándola y sacó las esposas, pero justo en ese momento llamaron a la puerta. 43 se calmó visiblemente cuando él bajó las esposas de nuevo para dirigirse a ella, recuperando la compostura.

Sin embargo, no supo cómo reaccionar cuando, al abrirla, algo oscuro golpeó al capitán directamente en la cabeza, dejándolo tirado en el suelo. Nada más caer, un chico se puso de pie a su lado, giró el arma que había usado para golpearlo y le disparó directamente en la cabeza.

43 no sé movió. No la habían programado para reaccionar de alguna manera en un caso así. No sabía qué hacer.

El chico miró a su alrededor. Le daba la espalda. Cuando por fin la vio a ella, no supo qué pensar de su reacción. Solo podía centrarse en la cicatriz enorme que tenía en la cara. ¿Cómo se la habría hecho?

—Alice... —dijo él en voz baja.

¿Quién era Alice?

El chico se acercó a ella rápidamente, a lo que 43 se puso de pie a la misma velocidad, retrocediendo hasta que chocó con la cama. Él seguía llevando el arma. Se quedó mirándola, aterrada.

—¿Qué haces? —preguntó él con una sonrisa—. ¡Hemos venido a por ti!

No se atrevió a decir nada. Cuando él levantó una mano para acercarla a ella, se volvió a echar hacia atrás, chocando de nuevo con la cama. Esta vez, el chico dejó de parecer confuso para parecer preocupado.

—¿Qué te pasa? Tenemos que irnos de aquí, Alice. ¿Tienes idea de a cuantos guardias he tenido que quitar de mi camino para poder llegar?

—Lo siento, pero no sé de qué me habla —dijo ella lentamente.

El chico la miró fijamente unos segundos, sin decir una sola palabra.

—¿Qué...?

—Mi nombre es 43 —dijo, esta vez más segura—. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite.

—¿Qué has dicho? —preguntó en voz baja.

—Mi nombre es 43. Estoy a su...

—¿43? —repitió, esta vez acercándose a ella y agarrándola por los hombros. Tenía las manos enfundadas en guantes de cuero. Se sorprendió con el acercamiento repentino.

Se comportaba de forma muy extraña.

—¿Qué te pasa? —repitió, mirándola de arriba a abajo—. ¿Por qué llevas eso puesto?

—Es mi ropa reglamentaria —replicó ella, confusa.

El chico volvió a mirarla por unos segundos que se le hicieron eternos. No supo cómo interpretar su expresión. Parecía estar pensando a toda velocidad. Finalmente, frunció el ceño, acercándose más a ella.

—¿Sabes quién soy?

43 lo miró durante unos segundos, repasando en su base de datos, pero no había nada relacionado con un chico de unos veinticinco años con una cicatriz en la cara. Aún así, le resultaba familiar. Quizá era un amigo de su padre. Pero no sabía su nombre.

—¿Un invitado del padre John? —sugirió ella, confusa.

El chico apretó los labios durante un momento, para después agachar la cabeza. 43 no supo muy bien qué hacer. No sabía en qué situación se encontraba exactamente, ni qué le pasaba a ese chico. Ni siquiera sabía si estaba autorizada a tratar de animarlo.

—¿Cómo se llama? —preguntó, finalmente, rompiendo el silencio.

El chico la soltó, dando un paso hacia atrás, pero al levantar la cabeza no la miró, sino que clavó la mirada en cualquier otra parte.

—Rhett —dijo, lentamente—. Me llamo Rhett.

43 sonrió. El nombre le resultaba familiar. Quizá sí era un amigo de su padre, después de todo.

—¿Qué significa tu nombre?

Rhett pareció quedarse congelado, antes de mirarla de nuevo.

—¿Qué?

—¿Qué significa?

Tenía la sensación de que alguna vez había pasado por una situación así, pero no sabía dónde ni cuándo, porque normalmente no solía interesarse en los nombres de los demás. Sin embargo, la pregunta había salido sin que pudiera evitarla.

—En... en la película favorita de mi madre... —empezó él, pasándose una mano por la frente.

—...el protagonista se llamaba así —murmuró ella.

Se quedaron mirando el uno al otro durante unos segundos, Rhett pareció más confuso que antes. Dudó unos segundos, antes de agarrarla del brazo bruscamente.

—Tenemos que irnos —dijo en voz baja—. Arreglaremos... lo que sea que te hayan hecho. Pero aquí no.

—¿Qué hay que arreglar? —preguntó ella, dejándose llevar.

—¿Puedo darte un arma? —la miró, confuso.

—Tenemos el uso de armas prohibido —ella se detuvo de golpe—. Son peligrosas, Rhett, no deberías llevarlas.

—Sé usarlas. Vámonos.

Pero 43 no se movió.

—Lo siento, pero sin autorización directa de mi padre no puedo moverme de esta sala.

—¡Joder, Alice! ¿No ves que van a matarnos?

—Sigues empeñándote en llamarme Alice, pero mi nombre es 43 —dijo ella, frunciendo el ceño.

—¡Vamos!

—No.

Él respiró hondo y se acercó a ella, agarrándola por ambas mejillas con las manos.

—Mírame —dijo en voz. baja—. Sabes quién soy. Y sabes quién eres. No sé qué te han hecho, pero necesito que vuelvas ahora mismo. Porque no sé qué pasará si nos ven aquí.

—No puedo marcharme, lo sien...

—¡Alice! —insistió—. ¡Tenemos que irnos! ¡No es una maldita petición, es una orden!

Ella frunció el ceño. Había algo en la forma en que lo decía que le resultaba familiar, pero seguía sin poder desobedecer a su padre. Y mucho menos por irse con un chico armado.

—No puedo irme —repitió.

—Vamos, Alice —esta vez sonó diferente. Menos serio. Más... ¿desesperado?—. No me hagas esto. Sé que sabes quién soy. No puedes haberte olvidado.

—Lo siento, pero...

—Por favor —insistió, inclinándose—. No puedes ser la única maldita persona en el mundo que me aguanta y la primera que se olvida de mí. Vuelve conmigo.

43 empezó a sentirse abrumada. Le daba la sensación de que se le escapaba algo importante y no era capaz de recuperarlo. Le dolía la cabeza y solo quería que ese chico se fuera y dejara de confundirla.

—Alice —insistió, buscando su mirada—. Mírame.

—Vete —esta vez ella prescindió de la formalidad anterior.

—No me iré de aquí sin ti.

—No sé por qué crees que quiero irme, esta es mi casa.

—No. Esta no es tu casa —insistió—. Tu casa está conmigo. Con Jake. Con Trisha. Y con Kilian, Tina, Max...

—No sé qui...

—Sí que sabes quienes somos. Acuérdate. Sé que te acuerdas. Alice, mírame...

—Vete —insistió, intentando apartarse.

Con el nombre del chico ya le había empezado a doler la cabeza, pero con el del tal Jake, le daba la sensación de que iba a explotar. Cerró los ojos. Era insoportable. Y el chico seguía insistiendo. Intentó empujarlo, pero la tenía agarrada por los hombros. No le estaba haciendo daño, pero dudaba que fuera a soltarla. Y ella solo quería apartarse de él y de la sensación tan extraña que le estaba dando.

—Me iré contigo —repitió Rhett—. Aunque tenga que arrastrarte fuera del edificio.

—No... puedo... irme...

Justo en ese momento, 43 vio por el rabillo del ojo que dos figuras entraban precipitadamente en la sala. Se sintió todavía más mareada cuando vio que un niño más joven que ella, con el pelo castaño rizado, se acercaba con una gran sonrisa, pero se detenía de golpe al ver la cara de Rhett.

—¿Qué pasa? —preguntó, con voz temblorosa.

Rhett soltó a Alice y miró al hombre, que ella recordó como Max.

—¿Qué le han hecho? —preguntó, furioso.

—No estoy seguro, Rhett. Solo sé que le han borrado parte de la memoria —replicó el hombre, calmado.

—¿Qué...? ¡Tenías que impedirlo!

—Cálmate. Sabes que yo no podía hacer nada.

—¡A ella le han borrado la puta memoria y a ti no te han hecho nada! —gritó.

—No te lo voy a repetir. Cálmate.

—¡No voy a calmarme! ¡Eras la única persona que podía haber impedido esto! ¡Y te has limitado a estar en una maldita celda mientras a ella le borraban la memoria!

—Creo que no eres el más indicado para hablar de esto —advirtió Max en voz baja.

—¿Por qué no? ¿Por tu hija? ¿Crees que la dejé morir? —preguntó Rhett, acercándose a él, furioso.

—¿No es lo que crees tú que he hecho con Alice? Al menos, a ella no la han matado por mi culpa.

—¿Vas a estar sacando el tema hasta que me muera? ¿Por qué no me dices de una vez que murió bajo mi responsabilidad y te quitas el peso de encima?

—Cuidado con lo que dices.

 —¿Con qué? ¿Con que murió?  —Max hizo un gesto de decir algo, pero Rhett siguió hablando—. Mira, he tenido mucha paciencia con eso durante estos años, pero se acabó. Murió, sí. Pero no había nada que yo pudiera hacer. Ni siquiera la vi morir. Estaban ocupados conmigo en la otra parte del campamento. Lo siento, ¿vale? No sé cuántas veces tengo que disculparme para que entiendas que yo tampoco voy a poder olvidarme nunca.

Max pareció estar a punto de decir algo, pero se contuvo. Rhett se separó de él, todavía enfadado, pero con los nervios más controlados.

—Sé lo que dirás, y no me iré sin ella.

—Si le han borrado la memoria, no hay nada que podamos hacer —replicó Max—. Al menos, por ahora.

—No lo haré.

—Volveremos cuando Tina encuentre una solución.

—¿Y si no la encuentra? No me iré.

—¿Crees que servirá de algo morir aquí?

—De lo mismo que huir ahora mismo.

—¿Por qué no puede venir Alice? —el niño la miró con expresión asustada, antes de dirigirse a Max—. ¿Qué pasa?

Rhett y Max se miraron el uno al otro durante unos segundos. Max, finalmente, puso los ojos en blanco.

—Haz lo que puedas —dijo, negando con la cabeza.

Rhett se acercó a 43, que no reaccionó a tiempo para evitar que la agarrara de las rodillas y la cargara bruscamente sobre su hombro. Se quedó mirando el suelo, cabeza abajo, confusa. ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación así?

—Vamos —dijo Rhett, sujetándola con fuerza y empezando a andar.

—Deberías bajarme —dijo 43, notando que la sangre empezaba a acumularse en su cabeza—. O mi padre se enfadará.

—No si le meto una bala en la...

—Rhett —advirtió Max.

El niño iba caminando rápidamente detrás de ellos. 43 se quedó mirándolo. Él también le resultaba familiar. Pero no creía que lo hubiera conocido antes. No entendía nada. Pareció triste mientras bajaban las escaleras.

—¿Y Trisha? —preguntó Rhett, cruzando la puerta del segundo piso, mientras seguían bajando escaleras.

—Se ha ocupado de la planta baja con el salvaje de Jake.

Jake.

—El salvaje tiene nombre —replicó el niño, malhumorado.

Jake.

Ese nombre...

—¿A quién le importa su nombre? —preguntó Max, deteniéndose por una puerta cerrada. Sacó un manojo de llaves gigante y empezó a probarlas con el ceño fruncido—. Mierda. No deberíamos perder tiempo en esto.

Había escuchado ese nombre antes. Lo había escuchado. Y mucho. Ese nombre...

—Sois malas personas —murmuró el niño de mal humor.

—Jake, cállate —dijo Rhett, cansado.

—¿Jake? —preguntó 43 en voz baja.

El niño levantó la cabeza de golpe y la miró, atónito.

Y, entonces, ella supo lo que tenía que hacer.

—Aparta —Rhett sacó algo de su cinturón. 43 vio que era una pistola por el rabillo del ojo y empezó a moverse, intentando bajarse—. Alice, no es el mejor momento para...

Pero 43 consiguió liberar una pierna, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Rhett soltó una palabrota y la agarró de la pierna cuando ella intentó ponerse de pie y salir corriendo.

—¡Alice, maldita sea!

—¡No abráis la puerta! —gritó a Max.

Pero era tarde. La llave había acertado en la cerradura. Al darle la vuelta, ésta cedió y, tal y como esperaba, al otro lado de la puerta estaba un hombre de pie con tres guardias secundándolo.

Su padre.

43 aguantó la respiración. ¿Por qué había intentado huir de su padre? ¿Por esa gente? ¡Si ni siquiera la conocía! ¿Qué le pasaba?

—Un placer volver a veros —sonrió su padre—. A pesar de las circunstancias, claro.

—Deja que nos vayamos y nadie saldrá herido —replicó Max, con la mano en su pistola.

—¿Crees realmente que estás en condiciones de exigir nada? —su padre esbozó una sonrisa ególatra—. Yo tengo tres guardias armados. Vosotros sois un niño, un viejo con una pistola y un soldado ocupado sujetando a un androide.

Rhett había conseguido sujetar a 43 en el proceso. Pero tenía que retenerla con una sola mano, porque con la otra sujetaba una pistola, mirando fijamente a los guardias que rodeaban a su padre. Mientras, Jake se mantenía al margen, con una mano temblorosa sujetando una pistola. 43 se quedó mirándolo con el ceño fruncido. Le estaba volviendo a doler la cabeza.

—No queremos pelearnos, John —replicó Max lentamente.

—¿Ah, no? Pues veo que el chico está sujetando a mi androide y tiene intención de llevárselo. Para mí, eso significa que sí quieres pelear.

—Alice no pertenece aquí —replicó Rhett bruscamente.

Max le dedicó una mirada furibunda, señal de que se callara. Rhett no pareció ni notarlo.

—No me hagas reír —su padre suspiró—. Bueno, me he cansado de juegos. 43, ven aquí.

43 se soltó del agarre de Rhett inmediatamente. Rhett la miró con el ceño fruncido, pero a ella no le importó. Empezó a caminar hacia su padre, que estaba empezando a esbozar una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, esta se borró cuando Alice notó una mano más pequeña rodeando su muñeca y deteniéndola. Al instante, los tres guardias, Rhett y Max sacaron las pistolas y se apuntaron los unos a los otros.

43 se dio la vuelta lentamente y se quedó mirando directamente a Jake, que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Alice, no vayas con ellos —le dijo en voz baja.

—Déjala, chico —replicó su padre, frívolamente.

—Nosotros somos tu familia —siguió él—. No sé qué te han hecho, pero sé que, en el fondo, te acuerdas de nosotros. Sigues siendo tú. Sabes quien soy.

43 frunció el ceño al notar un pinchazo de dolor en la cabeza. Intentó soltarse, dolorida, pero el niño insistió, tirando de ella.

Justo en ese momento, una chica con la cabeza rapada apareció detrás de ellos, armada, pero se detuvo de golpe al verlos, con el ceño fruncido.

—Trisha, no —dijo Max.

43 notó que el niño tiraba de su mano para atraer su atención de nuevo.

—Sabes quienes somos, solo tienes que acordarte, sé que puedes hacerlo, vamos, Alice... —empezó a distorsionarse su voz a causa de las lágrimas—. Por favor, no me dejes solo. Sabes quien soy. Y quien eres. Y... sabes que ellos no son nadie. Nosotros somos tu familia, no ellos.

43 se llevó la otra mano a la frente, mareada. Le estaba volviendo a doler la cabeza, esta vez de verdad, mucho más que antes. Cerró los ojos porque le daba la sensación de que lo veía todo borroso.

—Alice, por favor...

43 intentó centrarse en mantenerse de pie, pero fue difícil. Y no pudo soportarlo. Lo siguiente que supo era que estaba de rodillas, con el niño sujetándola todavía de la muñeca. Apoyó la otra mano en el suelo torpemente, con los ojos cerrados con fuerza. Era insoportable. Era como escuchar un pitido a todo volumen en el tímpano que, por mucho que sufriera, no fuera a parar en ningún momento.

—¿Qué...?

—Déjala, chico —escuchó la voz de su padre, como si viniera desde otro universo—. No va a servir de nada.

—¿Qué le estáis haciendo? —preguntó bruscamente Rhett, que sonó sorprendentemente cerca de ella.

—Nada que tú puedas impedir.

—¿Qué le pasa? —preguntó Jake, desesperado, mientras 43 se llevaba ambas manos a la cabeza, rota de dolor—. ¿Qué hago? ¿Qué hacemos?

—Ya te lo he dicho, chico. No vale la pena molestarse, no puedes evitarlo —su padre sonó como si estuviera sonriendo—. ¿Habéis oído hablar del bloqueo de recuerdos? Supongo que no.

—¿Qué es eso? —preguntó Max, que sonó como el más sereno de la situación.

—Decidimos no borrarle los recuerdos. Solo por si acaso necesitábamos recuperarlos en algún momento. En su lugar, están bloqueados —continuó, en tono más pedante—. Para que lo entienda gente no especializada: si intenta acceder a ellos, su sistema va a rechazarlo. Es decir, su sistema va a provocarle el rechazo, que se traduce en lo que ella podría interpretar como dolor de cabeza.

—Joder, suena como mi profesor de historia —dijo la chica que, al parecer, se llamaba Trisha.

—No la forcéis demasiado —continuó el padre John—. No sé que pasará si pasa el límite, pero parece que lo descubriremos pronto.

43 sintió ganas de gritar. Le daba la sensación de que algunas voces sonaban justo al lado de ella y otras muy lejanas. Notó unas manos en su espalda, haciendo que se incorporara un poco. La cabeza ya no dolía tanto. Estaba intentando dejar la mente en blanco, y parecía que estaba empezando a funcionar. Cuando abrió los ojos de nuevo, vio la cara de Rhett justo delante de ella.

—Bueno, ya hemos extendido demasiado esta charla —escuchó que decía su padre, y lo miró por encima del hombro de Rhett, donde estaba de pie con sus guardias—. Os daré la opción de terminar esto pacíficamente. Si dejáis al androide sin poner resistencia, nadie os hará absolutamente nada. Podréis iros. Y todos nos olvidaremos de que esto ha pasado.

—¿Y si no lo hacemos? —preguntó Trisha, quitando el seguro de su pistola.

—Esconde esa pistola o te mataré antes de que puedas abrir la boca —replicó su padre frívolamente.

—Me encantaría verte intentándolo, Einstein.

—Trisha —advirtió Max.

—¿Qué? —preguntó ella, a la defensiva—. Dudo que ninguno de nosotros quiera dejar a Alice con este loco. No creo que le importe que me haya burlado de él cuando, dentro de cinco minutos, esté muerto.

Hubo un momento de silencio absoluto en el que nadie pareció moverse. 43 vio que su padre entrecerraba los ojos y Max sacaba la pistola del cinturón. Jake era el único que parecía más fuera de lugar que ella, ya que simplemente miraba la escena con el labio inferior tembloroso.

Y, entonces, su padre hizo el primer movimiento. 43 notó que su corazón se paraba cuando vio que, lejos de apuntar a Max, apuntaba directamente a la cabeza de Rhett, que seguía justo delante de ella.

En apenas unos segundos, pasaron muchas cosas. 43 vio que todo el mundo levantaba sus armas automáticamente, y, como en cámara lenta, vio que Rhett se giraba hacia su padre, que acababa de quitar el seguro .

43 ni siquiera tuvo tiempo para pensarlo. Notó el golpe duro en su pecho cuando se lanzó sobre el chico de delante de ella y los dos cayeron al suelo. Al instante en que los dos tocaron el suelo, cerró los ojos con fuerza y empezó a escuchar disparos volando por encima de ella.

La confusión era ya grande, porque no sabía por qué había salvado a ese chico. Nadie le había dado instrucciones para hacerlo, y mucho menos de contradecir las órdenes de su padre. Tenía las manos agarradas con fuerza a la camiseta de Rhett, tanto que dolía, y le daba miedo soltarse y abrir los ojos, porque era consciente de que ya no sonaban tantas armas como antes.

Pero, finalmente, los disparos pararon y se vio obligada a abrir los ojos.

Lo primero que vio fue que Rhett estaba mirando fijamente algo que pasaba a sus espaldas. Se giró lentamente y vio que los guardias de su padre estaban en el suelo —quiso pensar que dormidos, la posibilidad de una persona muerta delante de ella se le hacía imposible de imaginar—, salvo uno que estaba respirando con dificultad, con una mano en una herida sangrante en su pecho. Su padre, en cambio, estaba de pie con las manos levantadas, mirando al frente.

Detrás de Alice, la chica rapada, Trisha, estaba tirada en el suelo y 43 tuvo la tentación de salir corriendo hacia ella cuando vio que no se movía y tenía manchas de sangre en la ropa.

Sin embargo, notó que su corazón volvió a latir cuando la chica parpadeó y gruñó algo. Max estaba arrodillado junto a ella, y se había quitado la chaqueta para atársela a la chica en el brazo, de donde no dejaba de brotar la sangre.

Y, finalmente, Jake estaba de pie justo donde lo había estado antes, solo que esta vez tenía una pistola en la mano y estaba apuntando directamente al padre John.

—Baja eso antes de que hagas una tontería —dijo su padre en voz baja.

—Di cómo solucionamos lo de Alice y no te haré nada —su voz sonó segura, pero sus manos temblorosas desvelaban sus nervios.

—Niño, baja esa pistola o te arrepentirás.

El padre John hizo un ademán de dar un paso al frente, y al instante Jake levantó más el arma, apuntándolo a la cabeza.

—¡No te muevas!

—No vas a disparar —el padre John dio un paso de todas formas—. No lo harás. No eres un asesino.

—He dicho que... que no te muevas —repitió Jake, sudando de puros nervios.

—Vamos, chico, baja el arma —insistió su padre, acercándose un poco más con las manos todavía levantadas.

—¡Dime cómo hacer que Alice recupere sus recuerdos!

—Baja el arma o te aseguró de que no volverá a acordarse nunca de ti —repitió John.

Y, como en un acto reflejo, Jake apretó el gatillo. Del retroceso, movió el arma de tal manera que, en lugar de darle en la cabeza, le rozó el muslo al padre John, que gritó de dolor y cayó al suelo, con una mano en la zona, que empezó a sangrar.

—¡Dime cómo solucionarlo ahora mismo! —gritó Jake, más envalentonado.

El padre John estaba en el suelo, retorciéndose y sujetándose la herida con las manos. Jake se acercó a él y le apuntó justo en la cabeza, esta vez desde una distancia desde la que era imposible fallar el tiro. John debió verlo también, porque soltó una maldición.

Mientras esto pasaba, Rhett había apartado a 43 lentamente y se había puesto de pie. En esos momentos, llegó junto a Jake y le quitó la pistola de las manos. Jake pareció sentir un alivio inmenso cuando Rhett ocupó su lugar.

—¿Vas a hablar o no? —preguntó Rhett, mirándolo.

El padre John no respondió, y Rhett suspiró, pegando el cañón del arma en su frente.

—Si no hablas, no me serás útil y serás prescindible. ¿Y bien?

—Está en mi despacho —dijo, finalmente—. Última planta, la única puerta de madera.

—Tina —Rhett agarró un aparato de su cintura y le habló directamente—. Trisha tiene una herida de bala en el brazo. Segundo piso. Ven con los de tecnología.

—Estamos llegando, hemos oído los disparos —dijo una voz femenina.

Apenas unos segundos más tarde, la dueña de la voz junto con otras diez personas llegaron y se dirigieron directamente a Trisha, que estaba pálida en el suelo, pero parecía satisfecha de ver a John en las mismas condiciones que ella.

Rhett se acercó a 43 y la puso de pie por la muñeca. Dos chicos se habían acercado a ellos junto a Max.

—Ya lo has oído. Último piso. Puerta de madera —le dijo Max.

43 dejó que la guiaran. Seguía sin saber muy bien qué estaba pasando, así que siguió a Rhett sin protestar. Detrás de ellos, estaban Max, dos chicos que no conocía pero que llevaban cajas de hierro con herramientas, y Jake, que corría para seguir su ritmo. Subieron las escaleras hasta el tercer piso, y 43 contuvo la respiración cuando Rhett la detuvo bruscamente y se deshizo solo de dos guardias.

Finalmente, llegaron a la última planta y estuvieron unos segundos en la puerta mientras Rhett se asomaba al pasillo para asegurarse de que no había nadie. Cruzaron el pasillo repleto de ventanas y puertas de metal, y se detuvieron delante de una puerta grande de madera. Esta vez fue Max quien la abrió y la revisó, para dar el visto bueno y que entraran.

—Me quedaré fuera por si entra alguien —le dijo a Rhett.

Así que entraron los cinco restantes y 43 se quedó de pie, incómoda, viendo como los otros cuatro se ponían a buscar como locos en la habitación, que era más bien un despacho con un sofá, dos sillones, una alfombra y una mesita de café a un lado, y un enorme ventanal que daba a la ciudad y un escritorio en el otro. Por no hablar de las numerosas estanterías perfectamente limpias.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó Rhett, sacando un cajón de una estantería y tirándolo al suelo para pasar al siguiente.

—Una caja de cristal —dijo uno de los chicos, que también buscaba en las estanterías—. Dentro tiene un chip minúsculo negro.

Rhett pasó al escritorio mientras el despacho iba convirtiéndose en un desastre de cosas por el suelo. Estuvieron casi diez minutos enteros buscando, hasta que Rhett, subido a uno de los sillones, agarró una caja transparente de encima de una de las estanterías y la sostuvo en el aire.

—¿Es esto?

—Sí —el mismo chico de antes dejó de buscar—. Dámela.

Rhett bajó de un salto y le dio la caja. El chico la abrió sin mucha dificultad y sacó el pequeño chip negro de su interior. Lo sostuvo en el aire unos segundos, y después apretó los labios.

—¿Qué, Davy? —preguntó Rhett, impaciente.

—Vamos a tener que improvisar —murmuró.

—¿Por qué? —insistió Rhett.

—Mhm... necesito que tumbes a Alice en la mesa.

Rhett ni siquiera lo pensó. Se acercó a 43 y la agarró de la mano. Ella se quedó tumbada en la mesa con la respiración temblorosa.

—¿Qué vais a hacerme? —preguntó, hablando por fin después de casi media de silencio.

—No te muevas —le dijo Jake, a su lado, tan asustado como ella.

—Tenemos que ponerle esto en el sistema cerebral —dijo Davy, acercándose con su compañero.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Rhett, mirándolo.

—Que voy a tener que meterle esto en la sien —Davy suspiró—. Esto no es un contenedor de recuerdos, es la capacidad de control. Cuando un androide lo tiene puesto, hace que no puedas controlarlo, que tenga libre albedrío. Supongo que se lo quitaron por eso. Así controlan sus recuerdos. Nunca se los han quitado, solo le han bloqueado esa parte del cerebro.

—¿Y si se lo pones otra vez, podrá acordarse de nosotros? —preguntó Jake.

—Eso depende de ella. Yo no podré controlarlo. Ni siquiera sé cómo han podido bloquear recuerdos. Es... muy complicado.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó Rhett, tan impaciente como antes.

—Pues... ahí es donde se complica la cosa —Davy suspiró—. No tengo anestesia para androides. Bueno, no tengo anestesia, en general. Y no puedo hacer esto con ella consciente.

—¿Eso qué significa?

—Necesito que se quede inconsciente —dijo Davy lentamente—. Y el método no es el más... apropiado, pero no se me ocurre nada más. Y no podemos perder el tiempo.

—¿Cuál es? —preguntó Rhett bruscamente.

—Tienes que... tienes que dispararle. En la cabeza.

Rhett se quedó mirándolo fijamente.

—No. No pienso hacerlo.

—No la matarás. El único modo de matar a un androide es en el estómago. Solo la dejarás inconsciente... y los daños en la cabeza serán fáciles de reparar.

—No dispararé a Alice —repitió él.

—No podemos sacarla de aquí en estas condiciones —insistió Davy—. Está programada para que su sistema se apague si se aleja del foco de energía, que es este sitio. Tenemos que ponerle esto para que pueda irse.

—Tiene que haber otra forma...

—No la matarás —insistió Davy.

—¿Ah, no? ¿Puedes asegurarlo? ¿Sin ninguna duda?

Davy se quedó en silencio un momento.

—No, no puedo.

—Entonces, no lo haré.

—Es eso o que se quede así —dijo Davy bruscamente—. Y no sé cuánto tiempo podré mantener su sistema en estas condiciones. Será cuestión de tiempo que se apague. Así, al menos, tendremos una oportunidad.

Rhett miró a 43, que seguía tumbada en silencio, sin saber de qué hablaban exactamente. Ni siquiera había entendido para qué era ese chip. Pero estaba empezando a dolerle la cabeza de nuevo.

—Yo no puedo hacerlo —dijo Davy con algo de metal en la mano—. Tengo que aplicarle esto al instante. Mi compañero tiene que pasarme las herramientas, y Jake...

—Podría llamar a Max —sugirió Jake, tembloroso.

—No —Rhett cerró los ojos un momento—. No... lo... lo haré yo.

—Jake, dile a Tina que necesitaré que venga. Ve —dijo Davy.

El niño miró a 43 un momento, antes de salir corriendo.

—Podría haberla avisado —dijo Rhett, señalando el aparato con el que se había comunicado antes con ella.

—Quería que no estuviera presente —dijo Davy—. Cuando quieras.

Rhett miró a 43 y respiró hondo, sacando la pistola de su cinturón. 43 tragó saliva cuando sintió el frío cañón en su frente. Rhett tenía los labios apretados cuando quitó el seguro...

...pero no apretaba el gatillo.

Davy no decía nada, pero estaba al margen, preparado para intervenir en cuanto lo hiciera.

Pero Rhett seguía sin moverse.

—Hazlo —se escuchó decir a sí misma 43 en voz baja—. No pasa nada.

Rhett siguió mirándola en silencio. Parecía estar más tenso que en toda su vida. 43 cerró los ojos. El dolor de cabeza aumentaba cada vez que miraba a ese chico. El cañón seguía apretado contra su frente, frío. Sentía que, en cualquier momento, lo apretaría y ella dormiría, pero por algún motivo no le importaba. Solo quería que lo hiciera cuanto antes. Esta incluso... tranquila.

Y, entonces, notó algo en su cara. Concretamente en sus labios. Abrió los ojos y vio que Rhett tenía la cara justo encima de la suya. Acababa de besarla. El dolor de cabeza aumentó de golpe, como si millones de recuerdos quisieran abrirse paso en su mente a la vez.

—Ni se te ocurra morirte —le dijo Rhett en voz baja.

—Lo intentaré —aseguró ella, no muy segura de lo que decía.

—Lo digo en serio, Alice —él cerró los ojos—. No me dejes solo.

Ella lo miró en silencio. Rhett hizo lo mismo.

Y, después, respirando hondo, se incorporó y apretó el gatillo.

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