Capítulo 37

—Odio verte con esa ropa —murmuró Rhett de mala gana, mirándola desde la puerta del pequeño cuarto de baño de la caravana.

Alice seguía ajustándose bien la el pelo en una sencilla cola de caballo. Se pasó las manos por la falda y por el jersey de cuello alto sin mangas, asegurándose de que no tuviera ni una sola arruga. Casi no se reconocía a sí misma. Estaba claro que no era la misma persona que había usado esa ropa un año atrás. Incluso físicamente se notaba la diferencia. La flacidez de sus brazos —que siempre habían sido flacuchos— ahora era firme y tenía algunas cicatrices pequeñas. Además, andar de una forma sumisa había resultado ser más complicado de lo que esperaba. Estaba demasiado acostumbrada a poder andar como quería.

—Tampoco es mi ropa favorita, la verdad —dijo ella, mirándose a sí misma.

Rhett puso una mueca cuando ella volvió a hacerse la cola de caballo para que le quedara perfecta.

Él iba vestido con la ropa negra que usaban los miembros de seguridad del equipo del padre John. Y, claro, le sentaba genial. Como todo. Especialmente porque su cara de mal humor lo metía perfectamente en el personaje.

—¿Crees que estoy bien así? —preguntó ella, revisando todo el disfraz en busca de cualquier arruga.

—Pareces una tranquila e inocente androide.

—Entonces, es perfecto.

—No abras la boca o se darán cuenta de que eres lo contrario.

Le sonrió y sacudió la cabeza. Después, se agachó y metió su ropa en la mochila que dejarían en la caravana. 

Charles y Max los esperaban fuera con la misma ropa que Rhett. Charles fue el primero en verla y esbozar una sonrisa de oreja a oreja.

—Mírate, querida. Pareces una buena chica.

—¿Parezco?

—Bueno, no lo eres —él le guiñó un ojo—. Pero, no me malinterpretes. Me gustan los retos.

—Cállate —le dijo Rhett, de nuevo con mala cara.

—¿A que yo también estoy guapo en mi traje? —sonrió él ampliamente—. Me siento como si hubiera cambiado de rol. La última vez que estuve ahí, iba vestido de blanco.

—Ya nos contarás cómo has conseguido la ropa —Max le enarcó una ceja.

—Un buen mago nunca desvela sus trucos.

Como nadie le preguntó, él se cruzó de brazos.

—Aunque voy a decirlo si insistís un poco —aclaró.

—A mí me da mucha pereza —murmuró Rhett.

Charles miró a Alice con el ceño fruncido y ella suspiró.

—¿No nos lo puedes decir, Charles?

—Bueno... lo haré, pero solo porque me lo pides tú —sonrió de nuevo—. Conocí a unos cuantos androides que se escaparon de su zona con trajes de estos y terminé quedándome con algunos de ellos. El de androide fue... ejem... más interesante. No sé si querríais saber los detalles. De todos modos, es una suerte que fuera de tu talla, querida. Te sienta como un guante.

—Esta conversación es muy interesante —dijo Max—, pero os recuerdo que no estamos aquí para hablar.

—Ya ha vuelto el amargado de Maxy —murmuró Charles, suspirando.

Terminaron de recoger sus cosas y Charles cerró la caravana. Alice vio que Max se colgaba su cinturón por encima del que ya llevaba puesto. Ella no podría llevar armas hasta que se encontraran. Era imposible ocultarlas llevando esa ropa. Tenía que admitir que eso la hacía sentir un poco insegura. Pero, al menos, Rhett estaría con ella.

Empezaron a ver la muralla de la ciudad después de cinco minutos andando por el bosque. Alice se esforzó mucho en que ninguna rama rebelde se le enganchara a la ropa o la despeinara y, al final, lo consiguió. Los cuatro se en la orilla del bosque, mirando la valla y el muro que formaban la quinta entrada de la ciudad. Había siete en total. Alice tragó saliva cuando vio a los dos guardias de la que tenían delante hablando entre ellos tranquilamente.

—Pues aquí estamos —murmuró Charles—. Listos para morir.

—Gracias por tu positividad —masculló Rhett.

—Recordad el plan —dijo Max, observando a los guardias—. Y no os desviéis en ningún momento. 

Especificó esa última parte mirando fijamente a Alice, cuyas mejillas se tiñeron de rojo.

—¿Por qué me miras a mí?

—Porque te conozco. Estamos aquí principalmente por Jake.

—Y me dijiste que también nos encargaríamos de los demás...

—Y lo haremos. Pero no es lo mismo sacar a un chico que a veinte androides. Hoy estamos aquí por Jake. Así que no te desvíes del plan.

Ella apartó la mirada y frunció un poco el ceño.

—No lo haré —dijo, finalmente.

Max pareció aliviado cuando se giró hacia Charles.

—Cuando quieras. Esperaremos a tu señal.

Él sonrió como un angelito y se deslizó hacia la derecha, desapareciendo por el bosque. Los tres restantes se quedaron esperando durante lo que pareció una eternidad. A Alice le sudaban las manos y Rhett parecía especialmente tenso. Si Max sentía algo, no dejó que los demás lo notaran.

Entonces, escucharon un estruendo doblando la esquina de la muralla y los dos guardias se pusieron firmes al instante, girándose hacia el origen. Después de decir algo, los dos se fueron corriendo. Alice hizo un ademán de empezar a avanzar, pero se detuvo cuando Max la sujetó del brazo. Vio que un guardia restante se apresuraba a seguirlos y, entonces, la soltó.

Los dos se quedaron mirando a Max un momento. Él dudó.

—Buena suerte —dijo, al final, mirándolos uno a uno.

Alice apartó la mirada al cabo de unos pocos segundos y sintió que Rhett la guiaba con una mano en la espalda. Tras echar una última ojeada a Max, echó a correr con él.

Los guardias estaban ocupados con Charles —fuera lo que fuera que había hecho, había funcionado—, así que tuvieron tiempo de sobra para seguir corriendo hasta llegar a la valla cerrada. Rhett asomó la cabeza entre los barrotes antes de asentir con la cabeza y poner dos manos a modo de escalón. Alice se impulsó con un pie y con ambas manos se agarró del borde. Pasar por encima con falda fue bastante más complicado de lo que habría creído. Pero, al final, consiguió saltar al otro lado. Las prácticas en el circuito de Ciudad Central —o lo que recordaba de ellas— la ayudaron mucho. Apenas lo hubo hecho, vio que Rhett caía a su lado. La miró de reojo.

—¿Estás bien?

—¿Quién habría creído que las clases de Deane servirían para algo? —murmuró ella.

Rhett esbozó media sonrisa y le hizo un gesto para que lo siguiera.

Rodearon el edificio junto al que habían saltado y Alice vio que Rhett se detenía justo antes de correr hacia el siguiente. Dos personas con batas de científico pasaron por delante de ellos sin verlos, murmurando algo, y siguieron su camino. Alice estaba empezando a cansarse de correr y esconderse cuando vio el edificio principal erigiéndose ante ella con toda su majestuosidad. Un recuerdo vago le indicó que, en algún momento de su vida, había estado ahí. Pero no conseguía recordar en cuál. Revisó las columnas blancas, el jardín verde y las grandes puertas y ventanas. Todo le resultaba extrañamente familiar.

—¿Qué haces? —preguntó Rhett al ver que se detenía.

Ella sacudió la cabeza y se apresuró a seguirlo. En cuanto alcanzaron las escaleras del edificio principal, ella agachó la cabeza automáticamente y entrelazó los dedos por delante de su estómago. Una postura completamente sumisa. Volver a tener que andar así le sentó peor de lo que hubiera creído.

A su lado, Rhett le puso una mano en la espalda para guiarla, justo como ella recordaba que hacían las madres. Había estado casi una hora durante esa mañana explicándole todo lo que tenía que hacer para tratarla en público correctamente dentro de ese edificio. Él parecía frustrado, pero se lo aprendió de todas formas.

Mientras empezaban a recorrer la calle así, escuchó que él resoplaba.

—Es vejatorio que tengáis que ir con la cabeza agachada —masculló.

Ella no dijo nada —prefería no arriesgarse a que la vieran hablando—, pero tenía razón.

Se detuvieron delante de la puerta principal, de cristal, y esta se abrió para dejarlos pasar al instante. Alice sintió que un escalofrío le recorría la espalda cuando vio de reojo a varios guardias que los observaban. Pero ninguno dijo absolutamente nada. También vio que otros varios llevaban androides de un lado a otro de la misma forma.

Rhett se había aprendido el mapa por los dos, porque ella había tenido bastante con las indicaciones de la sala principal. Dejó que la guiara por los pasillos impolutos y atestados de científicos con sus respectivas batas y guardias con sus respectivos rifles. El mismo que tenía Rhett colgando en su espalda. 

—¿Por qué todo el mundo aquí te mira por encima del hombro? —preguntó él en voz baja cuando cruzaron un pasillo vacío.

—Porque se sienten mejores que tú —murmuró ella.

—Tienen suerte de que no pueda decirles lo que pienso de ellos.

Alice esbozó media sonrisa, pero se la borró al instante en que un guardia pasó por su lado y saludó a Rhett con la cabeza, que hizo lo mismo con él. 

Llegaron al ascensor de cristal. Ella se acordaba de esa parte. Segundo piso. Tercer pasillo a la derecha. El resto, era cosa de Rhett.

Él volvió a empujarla ligeramente por la espalda para que se metiera en el ascensor. Había otros dos guardias con androides perfectamente alineados. Ellos se colocaron en medio. El androide delante y el guardia detrás con una mano en su espalda. Alice vio de reojo a una madre junto a los botones del ascensor.

—¿Piso? —le preguntó amablemente a Rhett.

—Tercero.

Ella le dedicó una sonrisa educada y pulsó el botón. Los demás hicieron lo mismo y estuvo profundamente aliviada al ver que ambos iban a un piso inferior que supuso que sería un sótano. Al menos, estarían solos.

El ascensor empezó a bajar y toda la claridad de la luz del día desapareció y fue sustituida por una luz clara que iluminaba todo el ascensor. Alice no entendió muy bien de dónde venía porque, básicamente, estaba enteramente hecho de cristal. Incluso el suelo. Podía ver el vacío bajo sus pies, a través del cristal impoluto. Menos mal que no tenía miedo a las alturas.

Algo hizo que girara un poco la cabeza. Alguien la estaba mirando. Estuvo a punto de apartar la mirada a toda velocidad pensando que era el guardia, pero no pudo evitar detenerse cuando sus ojos se encontraron con la de la androide que tenía al lado. Tardó unos segundos en procesar a quien veía, pero cuando lo hizo, no pudo evitar entreabrir los labios. 42. Anya.

Se quedó mirándola un momento y sus ojos fueron al instante a su boca, donde vio una marca que no tenía la última vez que se habían encontrado. Un corte profundo en uno de los labios. Alice supo al instante que había sido por un golpe. 

No podía moverse. Sabía que tenía que apartar la mirada, pero no podía. Vio que Anya se le llenaban los ojos de lágrimas, mirándola fijamente y pidiéndole algo con los ojos que no supo muy bien quién era. Anya miró a Rhett y volvió a agachar la cabeza. Alice vio que hacía lo que podía para aguantarse las lágrimas. 

Alice estuvo a punto de ponerle una mano en el hombro por puro impulso cuando ella volvió a mirarla con los ojos llenos de lágrimas. Solo que esta vez sí pudo ver el sentimiento que escondían. Esperanza.

Se creía que estaban ahí para sacarla de ahí.

Y no iban a hacerlo.

A Alice se le cayó el alma a los pies cuando las puertas del ascensor se abrieron, dando paso a otro pasillo impoluto. El guardia de Anya la empujó sin ningún tipo de delicadeza para que avanzara. Alice la siguió con la mirada y estuvo a punto de ir corriendo hacia ella cuando Anya le sostuvo la mirada por unos momentos más y el guardia, bruscamente, le colocó la cabeza de nuevo.

Las puertas volvieron a cerrarse y el ascensor ascendió, alejándola de ella. Alice agachó la cabeza y cerró los ojos, intentando contenerse las ganas de moverse, hablar... de hacer lo que fuera.

Ella sintió que Rhett le ponía una mano suavemente en la nuca y volvía a colocarle la cabeza correctamente. Su mano estuvo en su nuca unos segundos más de los necesarios y, cuando la quitó, le pasó el pulgar por la nuca. Alice supo al instante que él se había dado cuenta de lo que había pasado y trataba de darle ánimos. No podía hacerlo de otra forma con la madre mirando.

Finalmente, llegaron al pasillo del tercer piso y volvieron a estar solos, pero ninguno se atrevió a comportarse de forma natural. El riesgo era demasiado grande. Así que solo siguieron las indicaciones que les había dado Max.

Pero, entonces, cuando Alice seguía intentando recuperarse, miró de reojo al científico que se acercaba a ellos por el pasillo, acompañado de un guardia. El mundo se detuvo. El padre Tristan.

¿La reconocería? Si lo hacía, estaban perdidos. Completamente perdidos. El pensamiento fue tan repentino que sus piernas se detuvieron solas.

—Alice —la llamó Rhett en voz baja.

Él estaba mirando la puerta del final del pasillo. Era la puerta a la que se dirigían. Estaba ahí. Justo ahí. Y el padre Tristan estaba en medio.

Rhett no tardó en darse cuenta de que algo iba mal, porque Alice sintió que la mano que tenía en su espalda se tensaba al empujarla para que siguiera andando.

Ella volvió a hacerlo. El corazón le latía a toda velocidad. Agachó la cabeza tanto como pudo sin que fuera evidente y suplicó en voz baja que él estuviera demasiado ocupado con el guardia como para fijarse en ella. Después de todo, no era más que un androide. Uno más, uno del montón, no tenía por qué...

—¿Dónde vas con ese androide?

Alice se detuvo de golpe y Rhett la imitó, clavándose en el suelo todavía con la mano en su espalda. Ella sintió que se le secaba la boca cuando vio los pies del padre Tristan a un metro de distancia de ella.

Por favor, que no mirara abajo.

Intentó disimular lo mucho que le temblaban las manos apretándolas con fuerza.

—A la sala principal —se limitó a decir Rhett.

—¿Para qué?

—Es lo que me han ordenado.

—¿Quién? Porque yo soy el único científico que había ahí ahora mismo. Está vacía.

Alice sintió que el pánico se apoderaba de ella. Menos mal que Rhett sabía gestionar mejor la tensión y ni siquiera le temblaba la voz.

—Son órdenes. No las he cuestionado.

—¿Quién te lo ha dicho?

—El líder John.

Eso pareció hacerlo dudar, porque se mantuvo en silencio unos segundos.

—¿Es peligroso? —Alice casi pudo adivinar que la estaba señalando con la cabeza.

—En absoluto.

—¿Puedes dejarlo solo por unos segundos?

Ella no pudo ver la respuesta pero dedujo que era un sí por lo que siguió la conversación.

—Bien, porque necesito una ayudita en el despacho. Ven un momento conmigo y déjalo aquí. No se habrá movido cuando vuelvas.

—Pero...

—Será solo un momento. Venga, date prisa.

Alice levantó la cabeza cuando la presión de su mano desapareció y vio que los tres giraban por el pasillo. Rhett la miró un momento por encima del hombro para indicarle que no se moviera y siguió al padre Tristan.

En cuanto estuvo sola, ella echó una ojeada a la puerta de la sala principal. Su corazón seguía latiendo a toda velocidad. Quizá ahora tenía que seguir sola. Aunque supiera que Rhett se enfadaría mucho.

Seguía planteándoselo, un poco asustada, cuando escuchó unos pasos acercándose a ella. No era Rhett. Era otro guardia. Agachó la cabeza al instante y miró el suelo, donde unas botas negras se detuvieron delante de sus botas blancas.

—¿Y tú qué haces aquí sola? —le preguntó el guardia perezosamente.

Alice intentó hablar y luego se detuvo al recordar el protocolo. Se aclaró la garganta sin hacer ruido y volvió a intentarlo.

—Me han ordenado que espere, señor —dijo con voz monótona.

—¿Aquí? ¿Sola? ¿Quién te ha dicho eso?

—Un guardia, señor.

Ella no se movió en absoluto, pero sus hombros estaban tan tensos que sentía que iban a romperse en cualquier momento. Suplicó para sus adentros que el guardia se marchara, pero no lo hacía. Solo la miraba fijamente.

Se congeló entera cuando notó que le ponía una mano en el mentón para levantarle la cabeza. Lo miró, sorprendida, cuando él le giró la cara en ambas direcciones para revisársela. Tenía una ceja enarcada.

—Mírate —murmuró, fascinado—. Eres casi perfecta. ¿Cómo no te había visto antes por aquí?

Ella no dijo nada. Solo esperaba que no fuera lo suficientemente listo como para seguir atando cabos.

—¿Quién te ha creado? ¿Eres un nuevo modelo?

—Sí, señor.

—¿Y en qué estás especializada exactamente? —murmuró con una sonrisa socarrona.

Alice tuvo el instinto primario —muy urgente— de levantar la rodilla y clavársela entre las piernas, pero consiguió mantener una expresión totalmente impasible.

—Soy un androide de información, señor.

Su sonrisa se ensanchó cuando le bajó un dedo por el mentón y se detuvo en la mitad de su garganta pálida, justo en el inicio del jersey. Alice tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no moverse ni cambiar de expresión.

—¿Qué clase de inf...?

—Yo me encargo, gracias. 

Ella sintió que el mundo se iluminaba a su alrededor cuando reconoció la voz de Charles. No sabía de dónde había salido, pero nunca había agradecido tanto su presencia. Casi soltó un suspiro de alivio.

No se movió en absoluto cuando el guardia se giró y se apartó de Alice de mala gana, suspirando.

—¿Tú la has dejado aquí sola?

—No puedo contradecir una orden —dijo él simplemente, improvisando.

El guardia lo observó por un momento antes de encogerse de hombros.

—Pues vale. ¿Y dónde la llevas?

—A la sala principal.

Eso hizo que frunciera un poco el ceño, pero no dijo nada. Alice sintió que sus hombros se relajaban cuando Charles se acercó a ella y le puso una mano en la espalda, guiándola hacia la sala. Sin embargo, toda la relajación se esfumó cuando escuchó al guardia llamándolos.

—Espera. Voy con vosotros.

Maldita sea.

Charles se congeló por un momento, pero no pudo hacer nada porque el guardia se adelantó y abrió la puerta para ellos. Alice fue conducida a su interior.

Era una sala pequeña, de madera —la única hecha de madera en todo el edificio— y con varios ordenadores repartidos por cada rincón. El que le interesaba a ella era el de las cinco pantallas, a unos pocos metros. Evitó mirarlo a toda costa cuando escuchó que la puerta se cerraba. El guardia se apoyó con el culo perezosamente en una de las mesas, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Y para qué la tenías que traer aquí? —preguntó, curioso.

Charles se aclaró la garganta.

—No me lo han dicho.

—Cómo son estos científicos de mierda, ¿eh? Siempre dando órdenes sin decir por qué —él suspiró, sacudiendo la cabeza—. Seguro que, siendo de información, tiene que hacer algo con uno de estos ordenadores complicados.

—Probablemente —le concedió Charles.

—¿A quién tienes que esperar?

—A un padre, seguramente.

—Bueno, pues esperaré contigo.

Alice tragó saliva y trató de no maldecir con todas sus fuerzas.

Apenas llevaban unos segundos en silencio cuando Charles se separó de ella, fingiendo naturalidad, y se apoyó en otra de las mesas. Alice se quedó de pie a un lado de la sala, sola. Sintió la mirada del guardia desconocido sobre sí misma antes de que él se separara de la mesa y se acercara directamente a ella. Apretó los labios sin levantar la cabeza.

—¿Habías visto a esta alguna vez? —preguntó él a Charles.

Alice lo miró de reojo y vio que él fingía muy bien que toda la situación le importaba un bledo. O quizá no lo fingía. Estaba demasiado nerviosa como para analizarlo.

—Solo una —dijo él—. Creo que es nueva.

—Pues ya podrían hacerlos a todos así. Estoy harto de llevar a rubias esqueléticas de un lado a otro. Me tienen harto. Mira esta. Si parece que incluso está entrenada.

Alice apretó los labios con fuerza cuando sintió que le tocaba los tríceps y soltaba un silbido de aprobación.

—Mira esto. ¿Crees que las entrenan o algo así cuando las llevamos a sus despachos?

—Es así por defecto —le explicó Charles tranquilamente—. Es su constitución. Igual que, aunque le cortaras el pelo, solo crecería hasta la longitud que tiene ahora. No puede modificarse más.

—Esos científicos son unos malditos genios.

Él estaba sonriendo pero se detuvo, confuso.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

Charles dudó por un momento y Alice miró automáticamente su estómago, donde sabía que tenía su número. Por suerte, él recuperó la compostura muy pronto.

—Llevo mucho tiempo aquí.

—¿En serio? ¿Y cómo lo aguantas? Yo llevo solo dos meses y ya estoy harto.

Él se mantuvo en silencio unos momentos antes que de Alice sintiera que se acercaba un poco más, inclinándose. Pudo notar su aliento en su frente.

—Oye, ¿tú crees que sabe...?

No supo cuál era el gesto que hacía, pero vio que a Charles no le hacía ninguna gracia. Ella sintió que sus puños se apretaban sin poder evitarlo.

—Siempre me lo he preguntado —añadió el guardia, riendo—. Es decir, supongo que sí, ¿no? Son imitaciones de humanos. Igual es eso lo que les hacen a los científicos, después de todo. No me extrañaría. Explicaría por qué siempre están de buen humor.

Alice cerró los ojos cuando notó que le ponía una mano en la cadera. Su paciencia estaba empezando a alcanzar un límite que ese idiota no quería alcanzar.

—Yo que tú no haría eso —le advirtió Charles.

—¿Que más da? No va a moverse. ¿A que no vas a moverte, guapa? 

Ella no se movió cuando le dio un golpecito en la nariz con un dedo. No respondió. Quizá, si él se hubiera estado centrando más en su comportamiento que en otras cosas, se habría dado cuenta de que algo estaba mal con ella. Porque, siendo androide, tenía que responder sí o sí a todas las preguntas que le hicieran.

—Estás programada para obedecer, ¿no?

Ella abrió los ojos y apretó los dientes cuando sintió que la mano que tenía en su cadera subía a sus costillas. Estaba a un centímetro de girarse y reventarle la nariz de un codazo.

—No hagas eso —le recomendó Charles, separándose de la mesa.

—Cállate, pesado. Me toca a mí primero. Luego tú ya harás lo que quieras.

—Te estoy diciendo que...

—¿Crees que, si le digo que se ponga de rodillas y abra la boca, lo haría?

Justo en ese momento, Alice sintió que subía un poco más la mano de sus costillas y, al mismo tiempo, su paciencia hacía las maletas y se iba de vacaciones a la playa.

Su brazo se movió antes de que pudiera contenerlo y enganchó el del hombre. Su pierna se metió entre las suyas y lo desequilibró, haciendo que se le doblaran las rodillas y pudiera empujarlo contra el suelo. El muy idiota terminó de rodillas con un brazo doblado sobre su espalda por Alice y el otro clavado en el suelo, con su bota blanca pisándolo con fuerza.

—Pero ¿qué...?

—Como vuelvas a tocarme, te rompo el brazo —le advirtió, furiosa.

El guardia intentó moverse y ella lo piso con más fuerza. Soltó un gruñido de dolor.

—¿Qué...? —él buscó a Charles con la mirada—. ¿Quieres ayudarme, idiota? ¿Quién demonios ha enseñado a este maldito androide a defenderse?

Charles se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.

—Te he advertido que no lo hicieras.

El hombre pareció todavía más confuso, pero Charles se frotó las manos de todos modos, mirando a Alice, que estaba ocupada dedicando su máxima expresión de odio a ese idiota.

—Oye, querida, no hubiera dejado que te tocara —dijo enseguida.

—Sí, ya.

—Eso solo lo podemos hacer cara-cortada y yo.

—Se han notado mucho tus ganas de ayudarme —masculló ella.

—¡Estaba a punto de sacar la pistola! ¡Lo prometo!

—¿Quieres dejarte de tonterías y asegurar la puerta de una...?

Se detuvo en seco cuando ésta se abrió y Rhett entró. Su cara de perplejidad contrastó con la de alivio de Alice. Sin embargo, el alivio desapareció cuando el padre Tristan entró detrás de él.

Hubo un momento de silencio absoluto cuando los dos miraron al hombre que ella tenía inmovilizado de rodillas en el suelo. Pero el silencio fue todavía más tenso cuando el padre Tristan levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.

Alice no pudo moverse. Ya era tarde. Ya lo vio en sus ojos. La había reconocido.

—43... —murmuró, perplejo.

Alice no se dio cuenta de que había aflojado el agarre hasta que el hombre se movió y la tiró al suelo de malas maneras, poniéndose de pie. Alice se quedó sin aire cuando su espalda chocó contra el suelo en un ruido sordo. Ella vio que Rhett cerraba la puerta con pestillo apresuradamente y empujaba al padre Tristan hacia delante. Lo enganchó con el brazo alrededor del cuello y le puso una pistola en la cabeza al mismo momento en que el guardia lo apuntaba con la suya.

—Suéltalo —le advirtió a Rhett.

—Sí, claro.

Los dos se miraron el uno al otro. El padre Tristan estaba pálido del terror.

—Voy a disparar si no te apartas —advirtió el guardia.

—¡Ni se te ocurra disparar, idiota, esoty en medio! —advirtió el padre Tristan, a su vez.

Charles suspiró dramáticamente y sacó su pistola como quien saca un paraguas antes de salir de casa. Con toda la tranquilidad del mundo, apuntó al guardia, que se tensó de nuevo, alternando entre apuntar a uno u otro.

—Que conste que yo he intentado ser amable —le dijo Charles—. Pero, oye, si te empeñas en que nos matemos... con lo que me gusta a mí llevarme bien con la gente...

—¡Sois... unos traidores! —les espetó el guardia. Le temblaba la voz y la mano de la pistola—. ¡En cuanto se enteren los demás, os colgarán del muro!

—No somos guardias, idiota —Rhett puso los ojos en blanco—, ¿cómo puedes ser tan lento?

—¿Eh? ¿Y q-qué sois?

—Somos tus padres —le dijo Charles—. Te hemos buscado durante años, pequeño marinero, y por fin nos hemos vuelto a encontrar en...

—Charles —advirtió Rhett.

—Perdón —él suspiró y miró al guardia dramáticamente—. Somos la resistencia.

—¿Qué? —él parecía completamente perdido. La mano le temblaba todavía más—. Si nadie dice nada en los próximos diez segundos, pienso empezar a disparar. Y me dará igual si le doy a uno u otr...

Se detuvo en seco y se le pusieron los ojos en blanco antes de que su mano soltara la pistola y su cuerpo cayera al suelo con un golpe sordo, dejando su cuerpo inmóvil. Alice estaba detrás de él, sujetando su bota a modo de arma. Le frunció el ceño.

—Estaba harta de oírlo hablar —murmuró de mala gana.

—A eso le llamo yo unos zapatos de muerte —Charles empezó a reírse solo y miró a los demás, que lo juzgaban con la mirada—. ¿Qué? ¿No lo pilláis? Es que el zapato ha...

—Cállate —Rhett suspiró y empujó al padre Tristan hacia delante de malas maneras.

El hombre se quedó de rodillas entre los tres. Alice volvió a ponerse la bota y se cruzó de brazos, mirándolo con desprecio.

—Te acuerdas de mí, ¿no? —le espetó, enfadada.

El hombre miró a Charles en busca de ayuda. Luego hizo lo mismo con Rhett. Ninguno parecía muy dispuesto a ayudarlo en nada.

—¿Q-qué.... qué queréis? —preguntó, finalmente.

—¿Tú qué crees? —Rhett puso los ojos en blanco—. ¿No se supone que los científicos locos estos son listos?

—Sí, no estamos aquí para ver tu bonita sonrisa —le dijo Charles tranquilamente—. Aunque, la verdad, tampoco es que sea muy bonita.

El padre Tristan no parecía estar de buen humor para reírse. Ni siquiera para intentar caerle bien. En su lugar, se giró hacia Alice y se arrastró hacia ella. Rhett hizo un gesto enseguida de agarrarlo, pero ella lo detuvo con una mirada.

El hombre se quedó de rodillas a sus pies, mirándola.

—No me matarías, ¿verdad, 43? —empezó a hablar a toda velocidad—. Nosotros dos nos llevábamos bien cuando vivíamos en la otra zona, ¿te acuerdas? Siempre teníamos charlas y...

—Siempre me hacías interrogatorios —le cortó Alice.

—Vamos, 43. Siempre intenté ser amable contigo. Al menos, tienes que concederm...

—Me llamo Alice.

El hombre se quedó en silencio un momento. Alice siempre había odiado esa sonrisa de persona buena que nunca llegaba a sus ojos azules y acuosos. Esa que, precisamente, estaba esbozando en ese momento.

—Siempre fuiste una buena androide —le dijo lentamente con toda la amabilidad que pudo reunir—. Si te portas bien y me dejas hablar con el padre John... si entregas a los dos rebeldes... hablaré bien de ti. Y él te perdonará. Sabes que lo hará. Tienes mi palabra de que lo hará.

—Tu palabra no vale nada.

—¡No pondría mi vida en juego por una mentira!

—No voy a entregar a nadie —le dijo Alice sin inmutarse.

—Sé coherente 43... digo... Alice... vamos, sabes que es lo más inteligente ahora mismo.

—Lo que yo veo es que estás en mucha desventaja, padre —replicó ella lentamente.

Tristan apretó los labios cuando ella le dedicó la misma sonrisa falsa que él le había dedicado durante todos esos años.

—Y te repito que no voy a entregar a nadie.

—¿Qué más te da si dos rebeldes cualquiera se mueren, chica? —le preguntó él bruscamente.

—Da la casualidad de que uno de esos rebeldes cualquiera es su novio, viejo idiota —le espetó Rhett.

—Da la casualidad de que los dos rebeldes idiotas son sus novios —corrigió Charles.

Rhett lo miró con una ceja enarcada.

—No.

—Sí.

—Te digo que no.

—¡Y yo te digo que sí!

—¿Te quieres callar? Te he dicho que no. Pesado.

—¡Y yo te he dicho que sí, pesado lo serás tú!

El padre Tristan les puso mala cara y miró a Alice.

—¿En serio vas a matarme por esos dos?

—¿Quién ha hablado de matarte? —Alice frunció el ceño.

Él dudó un momento, pero se encogió cuando Rhett se aburrió de la discusión y lo agarró del cuello de la bata, poniéndolo de pie bruscamente. El hombre temblaba cuando lo obligó a sentarse en la silla giratoria que había en el ordenador que Alice tenía al lado.

—Al final, el viejo va a resultarnos útil —dijo Charles alegremente.

Alice apoyó una mano en la mesa, mirándolo, mientras Rhett seguía sujetándolo en la silla con una mano en su hombro. El hombre la miró con mala cara y ella sonrió.

—Creo que va a echarnos una mano, padre Tristan.

***

Max recorrió el pasillo con la tensión en los hombros. Era difícil ver lo que pensaba. Como siempre. Asintió con la cabeza a un guardia que lo saludó de la misma forma, sin prestarle demasiada atención, y siguió con su camino.

Estaba ya en el quinto pasillo del plan cuando sintió que algo vibraba en su bolsillo. Miró por encima del hombro y se acercó al hueco de la escalera para sacar el dispositivo de escucha. El chico nervioso que no dejaba de tartamudear —¿Kai? ¿Se llamaba así?— había hecho un buen trabajo, después de todo. Se lo llevó a la oreja y cerró los ojos un momento cuando escuchó varias voces atropellándose las unas a las otras.

—¿Vais a aclararos antes de pulsar el botón de comunicar? —le espetó al pequeño dispositivo, irritado.

—¿Max? —esa voz era la de Alice. Sonaba algo tensa, pero era natural en una situación así.

—Sí.

—¡Menos mal! No sabía si me había conectado bien. He estado un buen rato buscando conexiones correctas y había tres diferentes. He sabido que era la tuya porque...

Ya estaba empezando a divagar. Él intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas.

—Alice, no estoy en una posición muy adecuada para escuchar una charla ahora mismo.

—¿Eh? Oh, perdón —casi pudo adivinar que se había ruborizado—. ¿Dónde estás? ¿Te ve alguien?

—No.

—Perfecto. Charles, Rhett y yo estamos en la sala principal con...

—¿Charles? —repitió Max en voz demasiado alta. Tuvo que asegurarse de que nadie se había acercado antes de seguir hablando—. ¿Y se puede saber qué demonios está haciendo ese idiota ahí?

—Oye, que puedo oírte —escuchó la voz del mencionado un poco más lejos—. Me estás rompiendo el corazón.

—Pues mejor, porque eres un idiota. ¿No te he dicho que te ciñeras al plan?

—¡Ha habido un acontecimiento dramático que me requería!

—¿Qué acontecimiento dramático te malditamente requería, Charles?

—¡A Alice la estaba acosando un guardia! ¡Tenía que salvar a mi amada!

—¿Qué? —esta vez sonó la voz de Rhett, furiosa—. ¿Qué acaba de decir?

—Y yo la he salvado —aclaró Charles—. ¿Quién es mejor novio ahora, Romeo? ¿Eh?

—Yo misma me he salvado —dijo Alice—. Le he dado un botazo en la cabeza.

—¿Qué...? —Max puso una mueca de horror.

—Oye, Max, hemos secuestrado a un científico que nos está ayudando —ella siguió hablando.

—¿Que habéis...?

—Y ya he localizado la zona donde tienen encerrados a todos los prisioneros.

Max suspiró y negó con la cabeza, intentando aclararse las ideas. Tras unos segundos, decidió que estaba listo para hablar sin insultar a nadie.

—¿Dónde están?

—Sótano, como supusimos. Vas a tener que usar el ascensor de cristal o las escaleras auxiliares. Las principales no te llevarán ahí.

Sin duda, usaría las escaleras. No podía arriesgarse por algo tan estúpido como para ahorrar unos segundos. Tenían que ir por una zona segura.

—Bien —dijo él—. ¿Charles?

—Me he encargado de mi parte —le dijo él.

—Bien —repitió.

Empezó a emprender el camino de vuelta hacia la salida del edificio con el fusil en la mano. Nadie le prestó atención mientras lo rodeaba con el ceño fruncido y los hombros tensos. Cuando encontró una pequeña puerta metálica, la abrió y vio que conducía a unas escaleras de emergencia que iban tanto arriba como abajo. Empezó a descenderlas y vio que Charles había hecho la pequeña marca con la tiza, tal y como habían indicado. Aún así, tenía sus dudas.

—¿Estás seguro de que has hecho tu trabajo, Charles? —preguntó Max.

—¿No te he dicho que sí?

—También me dijiste que seguirías el plan, pero veo que no lo has hecho.

—¡Tenía que salvar a tu hijita postiza!

A Max se le hinchaba una vena del cuello cada vez que la llamaba hijita postiza, pero prefería no decir nada al respecto.

Terminó de bajar las escaleras y vio que iba a tener que meterse en un pasillo estrecho. Se detuvo cuando volvió a escuchar la voz de Alice.

—¡Espera, Max! ¿Dónde estás?

—En el pasillo que me habéis dicho. 

—¿Por qué lo escucho tan mal? —murmuró ella.

—La señal no llega tan lejos —le dijo secamente la voz de un hombre. Max supuso que era la del científico.

—¿Y cómo hacemos esto?

Ya podía sentir el pánico de Alice. Max se pasó una mano por la cara y suspiró, pensando. La necesitaba relajada. Finalmente, asintió una vez con la cabeza pese a estar solo.

—Calcula cinco minutos —le dijo a Alice—. Y abre su puerta. El resto... ya lo sabéis. Nos encontraremos en la salida que acordamos.

—¿Qué? —su voz sonó aguda—. ¡No podemos quedarnos incomunicados ahora, Max! ¿Y si...?

—Hazlo —le dijo secamente—. Y no me repliques.

La escuchó suspirar antes de permanecer en silencio unos segundos.

—Buena suerte, Max —murmuró, finalmente.

Él escuchó la frase y se quedó pensando en una respuesta por unos segundos, pero no fue capaz de encontrarla. Se quitó el dispositivo de la oreja y se lo metió en el bolsillo.

Solo esperaba que esos tres estuvieran bien. Pasara lo que pasara.

Se metió en el estrecho pasillo y tuvo que entrecerrar los ojos para adaptarse a la poca luz que había en él. Subió dos escalones y empujó la primera puerta de madera que había visto hasta ese momento. Calculó un minuto entero andando antes de encontrarse otra, esta vez de metal.

En cuanto la abrió, la luz lo cegó por un momento. Tuvo que parpadear para ver el desastre que tenía delante.

Efectivamente, Charles había hecho su trabajo. Vio que había tres guardias en el suelo tumbados en posiciones extrañas, muertos. Max suspiró y negó con la cabeza antes de seguir andando. No recordaba haber visto a Charles obedeciendo una orden en toda su vida. Y eso que lo conocía desde hacía muchos años. Quizá era cierto que había cambiado, después de todo.

Llegó a un pasillo con puertas reforzadas y vio que cada una tenía un número. Frunció un poco el ceño mientras seguía recorriéndolas de un lado a otro. Había veintiséis. ¿Estarían todas ocupadas? ¿Qué le hacían a la gente que había en su interior? Seguro que eran todos androides. Esos animales no sabían tratarlos de ninguna otra forma.

Por un momento, se imaginó a Alice siendo conducida por un guardia a una de esas celdas, con la cabeza gacha y los ojos llenos de lágrimas. La imaginó ahí encerrada por semanas sin saber nada de lo que estaba sucediendo. No pudo evitar apretar los labios. Era inhumano.

Estaba pensando en ello cuando escuchó un ligero click a su derecha. Se giró al instante y vio la puerta que había hecho ese ruido. Habían pasado cinco minutos exactos. Sonrió para sus adentros. Habían hecho un buen trabajo. Ahora solo tenían que ver si había servido para algo.

Se acercó a la puerta con cautela y se colgó el rifle de la espalda para poder sujetar la pistola con la otra. Siempre era mejor ir precavido. No sabía que había ahí dentro.

Le empujó con las yemas de los dedos y levantó la pistola al instante hacia la figura que se encontró delante de él.

Reconoció enseguida la habitación. Era una exactamente igual a la que habían usado con él y Alice un año atrás. Solo que esta no estaba ocupada por las mismas personas.

Bajó la pistola cuando vio al niño, a Jake, mirándolo con los labios entreabiertos. Él parecía todavía más pequeño con esa ropa blanca y el pelo rizado enmarañado. Max no pudo evitar soltar una maldición cuando vio que tenía una parte del labio y el pómulo azulados. Y estaba seguro de que encontraría muchos más golpes si se ponía a buscarlos. ¿Qué clase de persona golpeaba a un niño?

—¿M-Max...? —preguntó Jake, a punto de llorar.

—Sí —él asintió con la cabeza y no pudo evitar relajar la expresión—. Siento haber tardado tanto.

El niño contuvo las lágrimas con los labios apretados.

—¿Alice...?

—Tu hermana está arriba, abriéndonos las puertas.

Él pareció tener todavía más ganas de llorar cuando pronunció la palabra hermana.

Entonces, se adelantó y Max se tensó por completo cuando notó que lo abrazaba con fuerza. Se aclaró la garganta, incómodo, y le dio unas palmaditas hoscas en la espalda.

—Venga, chico, tenemos que irnos de aquí.

—Y-yo... creí... creí que... —él negó con la cabeza.

Max sabía perfectamente lo que había creído. Lo que creían todos los que estaban ahí encerrados. Él también lo había creído, un año atrás, cuando lo habían encerrado en una de esas habitaciones durante lo que pareció una eternidad.

—No importa lo que creyeras —le dijo finalmente—. Estás bien y vamos a salir de aquí.

Vio la esperanza en los ojos de Jake, pero esta se evaporó cuando miró a su alrededor.

—¿Y los demás?

—Nos encargaremos de ellos cuando estemos más preparados.

Vio que él dudaba y le agarró del brazo.

—Tenemos que irnos —dijo, esta vez más secamente.

Jake echó una ojeada atrás y, tras dudar, asintió con la cabeza, dejándose guiar. Sin embargo, Max vio que miraba apenado las demás puertas mientras cruzaban el pasillo.

***

—¿Y para qué sirve ese botón?

El padre Tristan cerró los ojos con fuerza, implorando paciencia, cuando Charles señaló el cuarto botón consecutivo.

—Se encarga de las luces.

—¿Y ese?

—Puerta trasera del garaje.

—¿Y esa palanca?

—Apaga los ordenadores de esta sala.

—¿Y este botón?

—Abre todas las puertas por una emergencia.

—¿Y este?

—Abre la... —el padre Tristan resopló—, ¿para qué quieres saberlo?

—Es solo curiosidad —él sonrió inocentemente—. ¿Y este?

Mientras Charles seguía tentando peligrosamente la paciencia de ese hombre, Alice y Rhett se mantenían al margen. Ella estaba calculando los segundos exactos que les había indicado Max. Todavía les quedaban siete minutos antes de tener que moverse. Los nervios estaban empezando a apoderarse de ella.

Suspiró y vio que Rhett miraba con asco al guardia que seguía echándose la siesta en el suelo.

—Si me lo hubieras dicho antes, le hubiera disparado directamente —espetó de mala gana.

—Lo tenía controlado.

—Deberías haberle apretado más el brazo. Por eso te ha tirado al suelo. Siempre cometes el mismo error.

—Algunos novios se preocuparían si supieran que su novia ha sido acosada. Tú no. Tú, simplemente, me corriges la postura que he usado para defenderme.

—Pues haberla hecho bien. Debería haber estado aquí...

—Me sé defender sola —ella enarcó una ceja.

—Lo sé —él también enarcó una ceja—. Básicamente, porque yo te enseñé.

—Ya está aquí el instructor creído —murmuró Alice.

Rhett se detuvo un momento con las manos en las caderas.

—¿El instructor creído? —repitió, entrecerrando los ojos.

—Ya me has oído.

—¿Quieres que empecemos a hablar de la alumna pesada? Porque podría escribirte una Biblia entera sobre las preguntas molestas que haces.

—¿Qué es una Bib...?

—¿Ves lo que te digo?

—¡Mirad esto! —Charles les hizo gestos felizmente para que le prestaran atención. 

Estaba mirando una de las pocas cámaras que había en la pantalla. En ella, cuatro guardias intentaban arreglar una bombilla que él encendía y apagaba con un botón. Empezó a reírse cuando uno de ellos estuvo a punto de electrocutarse. El padre Tristan, a su lado, solo ponía los ojos en blanco.

—¿Puedes dejar de hacer el tonto? —le espetó Rhett—. ¿No ves que nos van a pillar?

—El viejo dice que siempre tienen problemas así —él pinchó al padre Tristan con un dedo—. ¿Verdad, viejo?

Él suspiró.

—¿Por qué no me habéis matado directamente? —murmuró en voz baja.

Alice se pasó una mano por la cara y, durante un momento, no se movió. Sus ojos vieron algo que le llamó la atención. En concreto, era uno de los botones que Charles había señalado para molestar al padre Tristan. El de emergencia.

Si lo pulsaba, se abrirían todas las puertas.

Todas.

Incluso las de los androides.

Se le secó la boca por un momento y miró a su alrededor. Charles seguía incordiando al padre Tristan. Rhett ponía mala cara al guardia inconsciente. Y ella volvió a clavar los ojos en el botón.

Era arriesgado, pero... si lo hacía... todos tendrían la misma oportunidad que ella. ¿No era eso lo justo?

Se mordió el labio inferior y dio un paso hacia delante. Tenía los ojos de 42 grabados en la memoria. Ella había creído que la salvarían. Y Alice no había dicho nada pese a saber que no era así. ¿Tampoco iba a hacer nada? ¿Podría quedarse de brazos cruzados aunque eso significara salvarse?

Sin darse cuenta, dio otro paso.

Solo tenía que pulsar un botón. Solo eso.

Y, estaba solo a un centímetro de pulsarlo... cuando algo hizo que se detuviera.

No, alguien.

Alice vio que el padre Tristan se ponía de pie e intentaba lanzarse sobre Rhett para quitarle el arma. Ella sintió que dejaba de respirar porque Rhett no lo había visto venir y lo pillaría con la guardia baja. 

Ni siquiera lo pensó, solo extendió la mano, quitó la pistola de Charles de su cinturón y apretó el gatillo sin apuntar. Un segundo más tarde, un disparó se escuchó en toda la sala al mismo tiempo en que el hombre caía al suelo con un charco de sangre empezando a formarse alrededor de su cabeza.

Durante un segundo, nadie se movió.

Ella soltó la pistola al instante en que se dio cuenta de lo que había hecho. No solo lo había matado, también había delatado su posición a todos los que estuvieran alrededor para escuchar el disparo.

Eso debió ser lo mismo que pensaron Charles y Rhett, porque los dos se quedaron pálidos al instante.

—Oh, no —murmuró Charles.

Él se agachó y recogió la pistola cuando escuchó pasos acelerados viniendo por el pasillo. Alice se echó hacia atrás. Todavía le temblaba la mano. Y estaba desarmada. Estuvo a punto de agacharse, pero no hizo falta porque, en cuanto el guardia que entró asomó la cabeza, Rhett ya le había disparado. Seguía intentando darse cuenta de lo que había sucedido cuando Charles la agarró de la muñeca y la arrastró hacia la puerta.

Ella empezó a ser consciente de lo que sucedía cuando pasó por encima del cuerpo del hombre, corriendo, y alcanzó a Rhett. Se quedó entre él y Charles porque seguía estando sin arma. Se sentía completamente desprotegida pese a tenerlos a ambos a su lado. 

Siguió a Rhett por los pasillos inmaculados y se cruzaron con tres guardias más que iban corriendo hacia ellos. El pánico hizo que le costara respirar cuando empezaron a bajar las escaleras a toda velocidad. Sin embargo, tuvieron que detenerse en seco cuando la puerta de las escaleras se abrió con fuerza y más de diez guardias empezaron a salir de ella. Rhett la volvió a empujar hacia arriba y Charles lideró la marcha mientras escapaban de ellos a toda velocidad.

Correr con esas botas y esa falda ya era complicado, pero tener la presión de estar desarmada encima era mucho, mucho peor. Alice estaba ya hiperventilando cuando llegaron al siguiente piso y Charles se metió en el único pasillo en el que no había guardias. Aceleraron el ritmo pese a que los tres estaban jadeando y siguieron corriendo, evitando los guardias. Alice sintió varias veces balas silbando a su lado y tuvo que asegurarse de ninguno de los dos acompañantes que tenía estaban heridos. Ni siquiera se fijó en si ella lo estaba.

Cuando consiguieron llegar a las escaleras secundarias, sus esperanzas cayeron en picado por los escalones. Varios guardias se habían adelantado a ellos. Alice chocó contra Charles cuando él se detuvo y la escondió en su espalda, disparando con Rhett. Consiguieron esconderse en la pared del pasillo, pero no tardaron en darse cuenta de que no podían hacer nada contra ellos.

Así que tuvieron que hacer lo único que les quedaba por hacer; ir por el pasillo que sabían que no tenía salida.

¿Qué más podían hacer? Los demás tenían guardias por todas partes. Alice intentó abrir varias puertas, desesperada, pero era inútil. Todas estaban cerradas. Estaba a punto de desistir cuando Charles volvió a detenerse en seco. Esta vez, fue Rhett quien la agarró bruscamente y se la puso en la espalda. Nunca lo había notado tan tenso, y eso la asustó.

Habían llegado al final del pasillo, pero ella no entendía por qué estaban ahí de pie, en silencio. Vio que tanto Charles como Rhett estaban muy quietos y no pudo resistirse a asomarse.

Y ahí estaba Charlotte, de pie, sola, apuntándolos con su rifle.

Habían conseguido eludir a la seguridad por unos preciosos segundos y era obvio que era cuestión de tiempo que volvieran a encontrarlos. Todos lo sabían. Pero, si ella disparaba, estarían perdidos al instante.

Alice la miró y se sorprendió a sí misma cuando no sintió odio. Ni desprecio. No sintió nada. Solo miedo. Y no por ella, sino por Rhett. Y por Charles. Y porque les pasara algo malo.

Sin pensar en lo que hacía, se apartó de la espalda de Rhett y vio que él la miraba, aterrado, pero no se detuvo. Charlotte la apuntó al instante. Alice no se molestó en levantar las manos en señal de rendición, solo la miró fijamente, acercándose con pequeños pasos.

—Alice —masculló Rhett.

Ella lo ignoró, mirando a Charlotte.

Enseguida se dio cuenta de que a ella le temblaban las manos mientras sujetaba el arma. Y que tenía los labios pálidos. Estaba aterrada. Como ellos. Por un momento, se preguntó si habría llegado a matar a alguien alguna vez.

—Charlotte —empezó lentamente.

—No te acerques más —advirtió ella.

Alice la ignoró  y siguió andando lentamente hacia ella. De alguna forma, se sentía calmada, como si tuviera el control de la situación.

—No quieres hacernos daño —le dijo en voz baja.

Charlotte no dijo nada, pero bajó el rifle hacia su estómago. Si apretaba el gatillo, Alice estaría muerta. Ambas lo sabían.

Y Rhett también lo sabía, porque hizo un gesto de acercarse a ellas, aterrado, pero Charles le detuvo bruscamente del hombro, observando la situación.

—Sé que no quieres hacernos daño. Sé que no eres mala persona —repitió Alice en voz baja, calmada—. Puede que no sea Alicia, pero parte de mis recuerdos le pertenecen. Y te conozco. Te conozco tan bien como te conocía ella.

—¿Te crees que fui una buena persona con ella? —le espetó Charlotte, todavía apuntando a su estómago—. ¿No viste en esos recuerdos cómo era con ella en el instituto?

—Sí, los vi.

—¿Y qué demonios te hace pensar que no...?

—También vi los recuerdos que tenía sobre ti después de encontrar a Jake.

Charlotte no dijo nada, pero tampoco se movió. Alice vio que apretaba los dientes.

—Ella te quería —insistió con voz suave—. Y sabía que tú la querías.

Charlotte dudó un momento y echó una ojeada enfadada a Charles y Rhett antes de volver a centrarse en ella.

Los pasos de los guardias parecían acercarse a una velocidad demasiado alta. Y Alice tenía ganas de zarandearla para que se diera prisa, pero no podía. Tenía que mantener la calma. Era la única forma que se le ocurría de salir con vida de esa.

—¿Qué sabrás tú? —le preguntó Charlotte en voz baja y temblorosa.

—En los recuerdos, puedo sentir lo que sentía Alicia —Alice se llevó una mano al corazón—. Y sé lo que sentía por ti. 

—No lo sabes. Ni siquiera ella lo sabía.

—Lo sabía perfectamente. Y tú también, Charlotte. Pese a todo, sé que la amabas.

Alice se detuvo justo delante de su rifle, que le rozó el estómago. Buscó cuidadosamente sus siguientes palabras, respirando hondo e ignorando el ruido de los guardias.

—No importa lo que pasara al final —insistió en voz baja—. Ella lo sabía.

—¿Lo sabía mientras me iba corriendo, abandonando a su hermano?

—Cometiste un error, Charlotte, no pasa nada.

—Sí pasa. Ese error hizo que la mataran. Y hubiera hecho que mataran a Jake de no haber aparecido esos... lo que fueran... a rescatarlo.

Alice volvió a respirar hondo y asintió con la cabeza.

—Todos cometemos errores —le dijo en voz suave—. Mayores y menores. Todos los cometemos.

—No así —insistió Charlotte con los ojos llenos de lágrimas—. No de esa forma.

—Todos los cometemos. Y todos tenemos derecho a intentar arreglarlos.

Al ver que no se movía, Alice dio un paso más y el hierro de la punta del fusil le apretó la tela del jersey, justo encima de su número. Aún así, mantuvo su tono de voz suave.

—Yo acabo de cometer el error de proteger a Rhett y hacer que todo el mundo escuchara el disparo. Por eso estamos en esta situación. Y podríamos morir los tres. Todo por mi error.

Soltó el aire de sus pulmones al ver que tenía su atención y, muy lentamente, puso una mano en el rifle.

—Tú cometiste un error y Alicia murió —le dijo en voz baja—. Lo que ella quería era que protegieras a Jake, pasara lo que pasara.

Todavía más lentamente, bajó el rifle hasta que apuntó al suelo. Charlotte la miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—Estoy aquí por Jake. Porque quiero salvarlo de ellos. De lo que hace la gente aquí con quien no sigue las normas —insistió Alice en voz baja, esta vez temblorosa—. Pero no puedo perder tampoco a Rhett y a Charles. No puedo. Y tampoco voy a poder hacer nada por ellos si no nos ayudas, Charlotte.

Ella seguía dudando. Alice tragó saliva y dio un paso hacia ella, colocando lentamente una mano en su mejilla. A Charlotte le temblaba el labio inferior, pero se estaba esforzando en que no se notara.

—Cometiste un error y eso le costó la vida a Alicia —dijo ella sin dejar de mirarla—. Ahora puedes arreglarlo. Ayúdanos. Ayuda a Jake. Es lo que ella hubiera querido. Y lo único que puede arreglar ese error.

Durante unos segundos, se miraron la una a la otra en completo silencio. Alice sintió que los pasos de los agentes del pasillo iban acercándose cada vez más. Charlotte agachó la cabeza.

Por un momento, estuvo segura de que los abandonaría. Sin embargo, ella se giró y abrió la puerta que tenía a su izquierda.

—Saltad a por la ventana al tejado y entrad por la tercera ventana a la derecha —le dijo sin mirarla—. Todo recto, bajad las escaleras y encontraréis la única puerta que se queda abierta en casos como este.

Alice contuvo la respiración, esperanzada.

Entonces, Charles y Rhett se apresuraron a meterse en la pequeña habitación vacía. Alice miró un momento más a Charlotte y escuchó que los pasos de los guardias estaban a unos metros de doblar la esquina.

—¡Alice! —la llamó Rhett urgentemente.

Ella miró a Charlotte y ella levantó la mirada.

—Gracias —le dijo en voz baja y sincera.

Charlotte asintió una vez con la cabeza. Ella hizo lo mismo. No hizo falta nada más. Alice se metió en la sala justo en el momento en que los guardias doblaron la esquina.

En cuanto estuvo en la sala blanca pequeña y vacía, Rhett y Charles se apoyaron con fuerza en la puerta. Alice vio que ellos hacían verdaderos esfuerzos para contenerla de los guardias.

—¡La ventana, Alice! —le gritó Rhett con una mueca de esfuerzo.

Ella se giró, medio perdida, y fue directa a la pequeña ventana que tenía delante. Intentó abrirla y sintió que el mundo se detenía al no poder. Volvió a intentarlo, presionando hacia arriba con todas sus fuerzas, y siguió sin ser capaz de hacer nada. Gruñó del esfuerzo cuando volvió a intentarlo con tanta fuerza que sus pies se resbalaron del suelo.

—¡Alice! —urgió Rhett.

—¡Lo estoy intentando!

Ella miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera servir para romper el cristal. No había nada. Era una maldita sala vacía. Intentó pensar a toda velocidad, presionada por los gritos de los guardias y los gruñidos de esfuerzo de Charles y Rhett.

—¡Es un buen momento para hacer algo, querida! —le dijo Charles, bastante más tenso de que costumbre.

—¡Ven aquí! —se impacientó Rhett.

Ella corrió hacia él y ocupó su lugar en la puerta, clavando los talones en el suelo para mantener la puerta cerrada junto a Charles. Podía sentir los golpes de los guardias en su espalda.

Rhett fue directo a la ventana y, sin dudarlo un segundo, se quitó la chaqueta y se la puso en el codo. Entonces, se colocó de lado y le dio un codazo con todas sus fuerzas al cristal. Decenas de fragmentos volaron por los aires mientras Alice y Charles seguían esforzándose en contener a los guardias.

—¡Ya está! —gritó Rhett, ya en el tejado, mirando a través del estropicio de cristales que habían armado.

Y fue entonces cuando se dieron cuenta de un pequeño detalle.

Alguien tenía que quedarse en la puerta para que pudieran escapar dos de ellos.

Pareció que los tres lo pensaban a la vez, porque el silencio que se formó fue casi absoluto. Incluso pareció que los guardias suavizaban los golpes. Alice miró a su alrededor al instante, en busca de cualquier cosa que pudiera contener la puerta mientras los tres escapaban. Pero no había nada. Absolutamente nada.

Lo estaba pensando cuando escuchó una risa a su lado. Se giró, medio paralizada, y vio que Charles estaba riendo y negando con la cabeza.

—Bueno... —suspiró—. Parece que aquí se acaba la diversión para mí, ¿no?

Alice lo miró como si no lo entendiera y él dejó de reír, aunque su sonrisa no se borró en absoluto. La miró y le hizo un gesto con la cabeza hacia Rhett.

—Ve con tu Romeo, querida.

Ella siguió sin moverse. No podía. Charles suspiró. Ni siquiera parecía triste. Solo parecía estar aceptando la situación.

—Ve con él —insistió.

—N-no... —ella negó con la cabeza—. Tiene... tiene que haber...

—Vamos, no me mires así —él sonrió—. Yo ya tengo a la rubita amargada como sustituta en las caravanas. Sería más difícil encontrar a un sustituto con la mala leche de tu Romeo. No hay muchos en el mundo. Y tú... bueno, tú eres insustituible, querida.

Hizo una pausa.

—Es decir, sé que os aburriréis sin mí, pero no hace falta poner esa cara. Lo último que creí es que alguien lloraría por mi muerte. Me lo imaginaba más como una fiesta con alcohol, drogas y sexo. Prométeme que, al menos, te tomarás una cerveza, ¿eh? Aunque las odies. En mi honor.

Alice no se había dado cuenta de que le había caído una lágrima por la mejilla. No quería que Charles muriera. No podía permitirlo. Volvió a mirar a su alrededor y vio que Rhett tenía la cabeza agachada. Él ya lo estaba asumiendo. Ella seguía sin hacerlo.

—Yo no... —Alice dudó—. Tiene que haber una manera...

—No la hay —replicó Charles suavemente—. Ve con él, querida.

—Alice —la voz de Rhett sonó más firme esta vez—, tenemos que irnos.

Alice siguió mirando a Charles con lágrimas en los ojos.

—Lo siento mucho —murmuró.

—No lo sientas —él sonrió como si no pasara nada—. Que la tuya sea la última cara que veré antes de morir es un verdadero honor.

Alice cerró los ojos un momento y trató de tragarse sus propias lágrimas.

—Solo dime una cosa.

Levantó la cabeza hacia Charles, que la estaba mirando. Esta vez, su sonrisa pareció ser más sincera. Y también más triste.

—Soy más guapo que cara-cortada, ¿verdad?

Alice empezó a reírse y no pudo evitar soltar algunas lágrimas más.

—Eres el chico más guapo que he conocido —le aseguró en voz baja.

—Lo sabía —él sonrió ampliamente—. Ya puedo morir en paz.

Suspiró y se apoyó en la puerta como si ya estuviera listo. Miró a Rhett y luego a Alice de nuevo.

—Os esperaré emborrachándome en el Infierno, pero no tengáis prisa por venir, ¿eh?

Alice intentó no llorar con todas sus fuerzas cuando lo miró y se inclinó hacia él, dándole un beso en la mejilla. 

—Adiós, Charles.

Él dejó se sonreír por un momento, al mirarla.

—Adiós, querida —le dijo en voz baja—. Ten la vida larga y feliz que te mereces.

Alice lo observó durante unos segundos antes de que él asintiera con la cabeza con una pequeña sonrisa, indicándole que estaba listo. 

Al final, ella sintió que le caía otra lágrima al separarse de la puerta y echar a correr hacia Rhett. La puerta se mantuvo quieta por unos momentos cuando saltó la ventana y él la sujetó. Los dos se deslizaron a un lado del tejado cuando Alice escuchó la puerta abriéndose de un estruendo y los disparos llenando la habitación.

Quizá ella sola se habría quedado llorando ahí, de pie, pero Rhett no le dejó la opción de hacerlo en absoluto. La tomó de la mano y tiró de ella por el tejado hasta que llegaron a la ventana que Charlotte había indicado.

Rhett pasó primero y aterrizó en un pasillo impoluto. La sujetó para que no se hiciera daño cuando ella lo siguió, todavía con lágrimas en los ojos. Le cayó otra por la mejilla y no se molestó en quitársela. Rhett apretó los labios, mirándola.

—Siento no poder consolarte ahora mismo, Alice, te juro que lo siento, pero tenemos que irnos.

La agarró de la mano y la arrastró con él hacia las escaleras. Alice apenas era consciente de lo que sucedía. Especialmente cuando Rhett se detuvo justo al lado del pasillo que llevaba a la puerta de salida. Efectivamente, estaba abierta. Sin embargo, él se detuvo en el pasillo de al lado cuando un guardia pasó por ahí.

Esperó unos segundos en silencio, asegurándose de que se marchaba, y entonces hizo un gesto de avanzar.

Alice lo detuvo de la mano cuando notó el frío del cañón de un fusil clavado en su nuca.

Rhett se dio la vuelta y se quedó muy quieto. Alice no se atrevió a moverse.

—No os creíais que esto iba a ser tan fácil, ¿no? —preguntó Giulia.

Alice sintió que le clavaba una mano en el hombro para darle la vuelta y vio que el chico que la apuntaba era el mismo que, un año antes, la había disparado con el francotirador en la colina. Él no dejó de apuntarla en ningún momento. Giulia estaba de pie a su lado, de brazos cruzados, con cinco guardias más con ella.

Estaban perdidos.

—Ay, pequeña... —ella sonrió—. ¿Te crees que ese disfraz me engaña? Te habría reconocido al instante. 

—Pues tus guardias no lo han hecho —masculló Alice.

—Hasta ahora —Giulia se giró hacia uno de los guardias—. Avisa al líder. Ya tenemos a su cachorrito perdido.

Alice no se movió cuando él desapareció. Miró a Rhett de reojo y tuvo el impulso de agarrar su mano, pero se contuvo. No podía moverse.

Apenas un minuto más tarde, ella contuvo la respiración cuando el guardia reapareció y escuchó un bastón golpeando el suelo. Cerró los ojos y, al abrirlos, vio al padre John mirándola, a un lado de Giulia. Él apretó los labios.

—Alice —la saludó.

No fue capaz de responder. Era como si su cerebro no pudiera procesar lo que estaba sucediendo.

Y lo único que fue capaz de hacer fue soltar lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Solo queremos marcharnos —le dijo en voz baja.

—Claro que queréis marcharos —el padre John apoyó ambas manos en el bastón—. Y yo quería a mi androide y a mi hijo. No recuerdo que me dejaras las cosas fáciles para conseguirlo.

Giulia sonreía. Alice sentía que su corazón iba rompiéndose a cada segundo que pasaba. Y no por ella, sino por Rhett. Porque sabía que a ella la necesitaban viva. A Rhett no.

El solo pensamiento hacía que le temblara cada nervio del cuerpo. Empezó a negar con la cabeza.

—Deja que nos marchemos —le suplicó en voz baja.

—No, Alice —él sacudió la cabeza suavemente—. Me temo que no puedo hacer eso.

—P-por favor... yo no...

—Me encanta cuando suplican —Giulia sonrió, jugando con su pistola.

—¿Cuántos androides ves, Giulia? —preguntó él suavemente.

Ella sonrió ampliamente.

—Solo uno.

—¿Y cuántos humanos necesitamos ahora mismo?

—Ninguno.

Ella no borró su sonrisa al apuntar a Rhett con la pistola. Alice se puso en medio al instante, sin pensarlo. Cuando él intentó apartarla, Alice se clavó todavía más en su lugar, mirando al padre John.

—Por favor, no hagas esto. Por favor.

—Podría dispararte solo para apartarte —le dijo Giulia y ladeó la pistola un momento—. ¿Ves esto verde? ¿Sabes lo que significa? Que la bala solo necesita rozar a tu humano para matarlo. Tú sobrevivirías, querida. Él no. Y solo con un roce.

Alice estaba todavía negando con la cabeza. Dio un paso atrás y su espalda chocó con Rhett. Él le puso las manos en los hombros.

—Si me dispara... ¿Alice viviría? —le preguntó al padre John.

Alice sintió que su mundo se detenía al instante. Miró automáticamente al padre John. Parecía haberse quedado pensativo por unos segundos.

—Sí —dijo, finalmente—. Viviría.

—¡No! —Alice miró a Rhett—. ¡Ni se te ocurra!

—Alice...

—¡No! —repitió y miró al padre John—. Si lo matas, me dispararé en el estómago. ¿Me has oído? ¡Lo haré! Sabes que lo haré. Y tu investigación desaparecerá conmigo. Lo juro.

El padre John la miró en silencio. Giulia seguía apuntándolos con una sonrisita, esperando órdenes.

—¿Volvemos a estar en esta situación, Alice? —preguntó él, finalmente.

Ella parpadeó, confusa. ¿Qué situación...?

—No necesito más prisioneros —replicó él lentamente—. Y lo único que tendría que hacer es no dejarte una pistola en lo que te quede de vida para poder matarlo sin tener ninguna consecuencia. ¿Crees que voy a detenerme por esa amenaza?

—Alice, está bien —le dijo Rhett en voz baja.

—¡No, no está bien! ¡No... n-no... no pueden hacerte daño! ¡Yo no...!

—Alice —esta vez su voz sonó más firme, cortándola.

Ella notó que se llenaban los ojos de lágrimas otra vez. Esta vez, ni siquiera se molestó en apartarlas cuando empezaron a caerle por las mejillas. Especialmente cuando Rhett la apartó suavemente, quedando expuesto ante la pistola. Su corazón latía a toda velocidad cuando vio que Giulia quitaba el seguro a su pistola.

Alice miró al padre John. Él permaneció impasible. Y supo que iba a hacerlo. Iba a matarlo. Lo supo solo con mirarlo.

Su corazón se detuvo cuando vio que abría la boca para dar la orden.

No pudo evitarlo y sintió que sus rodillas se doblaban. El padre John se detuvo y la miró, sorprendido, cuando ella hizo lo que no había hecho en su vida: suplicar de rodillas.

—Por favor, no lo mates —le suplicó en voz baja—. Por favor, no lo hagas. Haz lo que sea conmigo, pero no lo mates. Por favor.

Pudo ver el asombro en los ojos del hombro cuando las lágrimas siguieron cayéndole por las mejillas.

—Me quedaré aquí. Y-yo... yo... me quedaré aquí todo lo que me quede de vida. No me importa. Pu-puedes usarme con... con todos los experimentos que necesites. Me portaré bien. Te lo juro. T-te lo juro por lo que quieras. Seré una buena androide. Seré... seré mejor d-de lo que he sido hasta ahora. Nunca te contradeciré en nada. Haré todo lo que se requiera de mí cada vez que me lo pidas. N-no... no protestaré. Nunca. Pero... por favor, no hagas esto. No lo mates. Te lo suplico.

Hubo un momento de silencio en la sala. Él seguía mirándola, sorprendido, mientras ella seguía llorando. Incluso Rhett se había quedado de piedra al no haberla visto así jamás.

Sin embargo, Giulia seguía apuntándolo con la pistola.

Alice siguió mirando a su padre con la súplica en los ojos. Ya no era cuestión de dignidad o de orgullo. Era cuestión de que no podría seguir con su vida si Rhett moría. Y estaba tan segura de ello que daba miedo. No podría. Simplemente, no podría.

Vio que el padre John apartaba la mirada. La respiración de ella era acelerada mientras le seguían cayendo lágrimas por las mejillas. Él siguió pensativo durante unos segundos. Tantos, que Giulia incluso dejó de sonreír para mirarlo de reojo.

—¿Líder? —preguntó, señalando a Rhett con la cabeza.

El padre John la ignoró durante unos instantes más. Alice vio que su ceño se fruncía profundamente al revisar su bastón con los ojos. Pareció que pasaba una eternidad antes de que él levantara por fin la cabeza.

Entonces, estiró el brazo y puso la mano en la pistola de Giulia, bajándola hasta que apuntó al suelo.

Alice sintió tal alivio que agradeció no estar de pie, porque se habría caído al suelo. Se llevó una mano al pecho, como si pudiera volver a respirar, y vio que Giulia le ponía cara de horror al padre John.

—¿Qué...?

Él la calló con un gesto y miró a Alice.

—Ponte de pie.

Ella tardó unos momentos, pero finalmente lo hizo. Rhett parecía tan perplejo que ni siquiera había dicho nada.

Entonces, los ojos del padre John pasaron de la impasibilidad absoluta a la perplejidad al mirarla.

—¿Estás dispuesta a sacrificar tu vida aquí... solo para salvar la suya?

Alice ni siquiera dudó. Puso una mano sobre la muñeca de Rhett, asintiendo con la cabeza.

—Solo es un humano, Alice.

—No lo es —susurró ella—. No lo es en absoluto.

Durante unos segundos, solo se miraron el uno al otro. Alice apretó los dedos entorno a la muñeca de Rhett. No iba a separarse de él hasta que estuviera a salvo.

—¿Estás segura de esto, Alice? —preguntó el padre John.

Ella asintió de nuevo.

—Lo estoy.

Pareció que él lo consideraba unos instantes. Después, apartó la mirada un momento antes de volver a clavarla en ella.

Y Alice vio algo que no había visto nunca en sus ojos. Ni siquiera supo identificarlo antes de que él hablara.

—Vete con él.

Las palabras flotaron por unos segundos entre ellos. Alice miró a Rhett y vio que él fruncía un poco el ceño, confuso.

—¿Q-qué? —preguntó ella en voz baja.

—Vete con él —repitió—. Y no vuelvas aquí. Si lo haces... la próxima vez, no tendré tanta clemencia.

Alice sintió que su corazón volvía a latir. Miró de nuevo a Rhett. Él seguía sin poder creerlo.

—Vete antes de que lo piense mejor, Alice —repitió el padre John.

Ella ni siquiera podía reaccionar. Agarró a Rhett con un poco más de fuerza y lo arrastró con ella torpemente hacia el pasillo de la salida. Sin embargo, no habían dado dos pasos cuando vio por el rabillo del ojo que Giulia los apuntaba de nuevo.

—¡De eso nada! ¡Ni se os ocurra moveros!

Alice se detuvo bruscamente con Rhett. El padre John miró a Giulia con el ceño fruncido.

—¿Se puede saber qué haces?

—¡No puedes dejar que se vaya así, líder!

—Puedo hacerlo y, de hecho, es lo que acabo de hacer. Baja la pistola.

—¡No pienso bajarla! Si no te dejaras llevar por las súplicas de la maldita androide, te acordarías de que la necesitas. No puedes dejar que se vaya.

—Giulia, no voy a repetirlo. Baja la pistola.

Ella apretó los labios y la mantuvo en su lugar con el dedo en el gatillo.

—No.

El padre John hizo un gesto al instante y tres de los cinco guardias apuntaron a Giulia. Los otros dos apuntaron al padre John. Hubo un momento de silencio tenso.

—No me obligues a hacer esto —le advirtió el padre John en voz baja.

—¡Estoy harta de que tu estúpido paternalismo con esa androide te haga hacer las cosas mal! ¡Sabes que no podemos dejar que se escape!

—Lo único que sé ahora mismo es que he dejado que se vayan.

—¿Y el chico? ¿Qué más te da si se muere?

—Eso no es asunto tuyo, Giulia. Baja la pistola.

Ella negó lentamente con la cabeza.

—No, líder. Esta vez no se van a ir sin más.

Y, de pronto, Alice escuchó el sonido de un disparo.

No sintió nada. Ni dolor, ni adrenalina, ni nada. Solo se quedó muy quieta. Sus ojos bajaron a su estómago.

Pero no había ningún disparo en él.

Entonces, notó que la mano que el brazo de Rhett se tensaba bajo su mano.

Se dio la vuelta inconscientemente y su mundo se detuvo cuando vio una mancha roja en el estómago de él, haciéndose cada vez más grande.

Por un momento, no fue capaz de moverse, ni de oír, ni de pensar. Solo de ver. Ver esa mancha creciendo. Rhett dio un paso atrás y se puso la mano en ella. La sangre empezó a brotar aún más cuando se apartó de Alice y se tuvo que apoyar en la pared para no caerse.

—No... —susurró ella.

Miró a su alrededor sin saber por qué y vio que los guardias, Giulia y el padre John estaban enzarzados en una pelea entre ellos. Giulia se dio la vuelta y pulsó algo en la pared. Alice oyó un ruido en la única puerta abierta, al igual que una sirena sonora, y vio que la puerta de hierro empezaba a cerrarse lentamente. No sabía qué hacer. Volvió a mirar a Rhett y sintió que su corazón se encogía al ver que sus labios empezaban a perder el color.

—Tenemos que irnos —su voz sonó sorprendentemente segura cuando se acercó a él—. ¡Ahora, Rhett!

—Alice, no...

—¡Todavía estamos a tiempo, vamos!

Agarró su brazo y se lo pasó por encima de los hombros. Rhett se incorporó de nuevo con casi todo su peso sobre ella. Alice sintió que la adrenalina se apoderaba de su cuerpo al empezar a arrastrarlo como podía. Su corazón se aceleró cuando vio que la puerta seguía cerrándose. Tenían que darse prisa. Intentó acelerar el paso, desesperada, y los dos se cayeron al suelo.

—Alice, no... —intentó decir él.

—¡Vamos, ayúdame, tienes que ponerte de pie!

Cuando intentó agarrarlo de nuevo del brazo, él negó con la cabeza y se apoyó con la mano en el suelo. Tenía la otra llena de sangre de su estómago. Alice volvió a intentarlo y él la apartó.

—Vete —le espetó.

Ella negó rápidamente con la cabeza.

—¡Eso intento! ¡Tienes que...!

—Alice, vete sin mí —aclaró.

Alice se detuvo en seco y miró la puerta. Seguía cerrándose. Ignorándolo, volvió a agarrar su brazo.

—No digas tonterías y ven de una maldita vez, Rhett.

Él negó con la cabeza mientras seguía intentando ponerle de pie y la miró.

—¿No ves que no voy a sobrevivir a esto?

Alice sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando volvió a tirar de su brazo, intentando ponerle de pie. Era como si su cuerpo ya lo estuviera empezando a asumir pero su cerebro fuera incapaz.

—Vamos, por favor, no digas tonterías y ponte de pie.

—Es veneno, Alice. No voy a sobrevivir.

—¡N-no! ¡Trisha sobrevivió! ¡P-puedes... puedes sobrevivir! ¡Ponte de pie!

—A Trisha le dispararon en un brazo y tuvieron que cortárselo casi al instante —le dijo Rhett lentamente, mirándola—. Alice, vete.

Ella negó con la cabeza. Ni siquiera podía sentir las lágrimas calientes cayéndole por las mejillas.

—No me iré sin ti.

Ignorándolo completamente, tiró de su brazo con fuerza y consiguió ponerlo de pie. Alice notó que Rhett colaboraba un poco más esta vez mientras iban a la puerta y la llama de la esperanza volvió a iluminarse en su interior. Sin embargo, se apagó al instante en que se detuvo justo al lado de la puerta. Ella intentó volver a acelerar cuando vio a los guardias doblando la esquina del pasillo para ir a por ellos. Los de Giulia. Pero Rhett no se movía.

—¡Vamos! —le urgió, desesperada, al ver que solo quedaba un metro de apertura.

Pero Rhett no se movió en absoluto.

De hecho, solo se movió para quitarle la mano de su brazo. Alice se quedó quieta, confusa, cuando la agarró de la nuca y la acercó para darle un beso corto en los labios. No pudo moverse cuando se apartó y cerró los ojos un momento.

Entonces, sintió que la empujaba bruscamente del hombro. Ella dio un traspié hacia atrás y cayó al suelo, paralizada. Notó el calor del sol en sus hombros desnudos y supo que estaba fuera, solo que estaba sola. Y la puerta seguía cerrándose. Apenas quedaban unos veinte centímetros.

Al darse cuenta de lo que había hecho Rhett, se puso de pie y volvió a acercarse a la puerta, desesperada, pero se detuvo en seco cuando él la miró y negó con la cabeza.

Se quedó clavada en su lugar cuando él la miró una última vez antes de darse la vuelta hacia los guardias. Alice volvió a intentar avanzar, pero eso fue lo último que pudo ver antes de que el choque del hierro contra el metal le indicara que la puerta se había cerrado completamente.

Y, entonces, solo entonces, se dio cuenta de que lo había perdido para siempre.

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