Capítulo 37
—Esto es un aburrimiento.
Max la miró de reojo mientras ella seguía pasando una mano por la pared, bostezando.
—Empiezas a sonar como Jake.
—Me da igual. No entiendo qué hago aquí. Hace una semana que ni siquiera nos llaman a ninguno de los dos.
Él no respondió, como de costumbre, y se enfrascó de nuevo en su lectura. A Alice la ponía nerviosa cuando hacía eso. Se sentía como si hablara sola.
—¿Qué hacen contigo cuando te suben? —le preguntó, finalmente, mirándolo.
—Preguntas.
—¿Sobre qué?
—Sobre nuestra ciudad, en gran parte.
—¿Y para qué quieren saber cosas sobre la ciudad?
—No lo sé —admitió—. Pero no obtendrán sus respuestas de mí.
Alice se quedó pensativa unos segundos.
—Tenemos que escapar de aquí.
—Yo llevo aquí dos semanas más que tú, Alice.
—¿Y no tienes ganas de irte?
—Sí, pero es imposible.
—No hace falta ser tan negativo.
—Alice —dijo él lentamente—. ¿Qué te hace pensar que no nos están escuchando ahora mismo?
Ella se quedó en silencio, sintiéndose estúpida.
—¿Qué más da? Hace unas semana que nadie me llama. Solo... me hicieron esa cosa rara y me dejaron en paz. Igual ya no les interesamos.
—Si no les interesáramos no estaríamos vivos ahora mismo.
—¿Y si no te sacan información, para qué te necesitan a ti?
Max la miró en silencio.
—Supongo que pronto lo descubriremos.
Alice apretó los labios.
Durante unas horas, ninguno habló demasiado. Alice había descubierto una gran actividad en hacer abdominales —Rhett estaría orgulloso de ella—, y Max releía el libro por enésima vez. Fue entonces cuando dos guardias entraron en la habitación. Ella se puso de pie torpemente cuando la señalaron. Sin embargo, cuando fue hacia la puerta, notó que Max la retenía.
—¡Eh! —uno de los guardias empezó a acercarse, enfadado.
—No les digas nada de tus sueños —le dijo Max en voz baja.
Alice se quedó mirándola, muda de la sorpresa.
—¿Qué?
—No lo hagas —repitió—. Pase lo que pase. Haz todo lo que te digan menos eso.
El guardia los separó bruscamente y agarró a Alice, atándole las manos y llevándosela con ellos.
Volvieron a la sala del día anterior y esta vez no la obligaron a cambiarse de ropa. Habían colocado una pequeña mesa en medio de ésta con dos sillas. El padre Tristan... no, de hecho, Alice había decidido no dirigirse a él de manera tan respetuosa. Ahora era solo Tristan.
Tristan estaba de pie a un lado, el capitán Clark al otro, y su padre estaba sentado en una de las sillas. Alice sintió que el guardia la empujaba hacia abajo hasta que quedó sentada. Le ataron las manos con unas esposas.
—Hola, Alice —sonrió su padre.
Ella no respondió.
—Voy a hacerte unas cuantas preguntas —puso la el objeto que había usado para controlarla en su regazo, de manera que ella pudiera verlo—. No me obligues a usar esto.
—¿Por qué no me fríes el cerebro y me haces las preguntas que quieras?
—Porque necesito tu yo de ahora —sonrió él.
Alice frunció el ceño.
—¿Y si no quiero decírtelo? ¿Qué harás?
—Controlarte.
—Acabas de decir que no puedes hacerlo —recalcó ella—. Debe ser tan frustrante para ti...
—Limítate a responder a las preguntas —replicó él frívolamente.
—¿Por eso me has tenido tanto tiempo en la celda? ¿Porque buscabas una forma de hacerme hablar?
—Silencio.
—Pero...
Un golpe. En la mejilla. Ese dolió. Se quedó mirando el suelo un momento antes de dedicar una mirada furibunda al capitán Clark, que ahora escondía la porra en su cinturón de nuevo. Le palpitaban los labios. Eso mañana sería un moretón en su mandíbula. Aún así, no hizo un solo gesto de dolor.
—Me gustaría conservar al androide entero al acabar el día —replicó su padre, mirándolo.
—Mis disculpas, señor.
—Señor —Alice soltó una risita despectiva.
El capitán Clark apretó los labios al no poder golpearla. Ella seguía sin sentir la mitad de su boca.
—Empecemos con las preguntas —siguió su padre.
Ella lo miró, aburrida.
—¿Qué quieres?
—Habla solamente para responder —le dijo—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —suspiró—. ¿Eso es todo? ¿Puedo irme?
—Alice, he dicho que basta.
—Pero, ya me has hecho una pregunta.
—¿Cuánto tiempo hace que tienes sueños vividos por la noche?
Alice dejó de sonreír al instante, mirándolo. El padre Tristan estaba escribiendo en el ordenador a toda velocidad. Los otros tres la miraban en silencio, especialmente su padre.
—Nunca los he tenido —mintió.
Max había dicho que no dijera nada. Y era la persona en la que más podía confiar ahí dentro.
—Sé que los has tenido, Alice, tú misma me hablaste de ellos unas cuantas veces. Y al padre Tristan —replicó su padre—. Esto será más rápido si eres sincera.
—¿Qué te hace pensar que no lo soy?
Su padre... no, tampoco lo llamaría así. John. Sí.
John la miró fijamente unos segundos, antes de hacer un gesto al guardia que tenía detrás. Éste salió y, unos instantes más tarde, volvió con alguien.
Con Max.
Max se quedó mirando la situación con el ceño fruncido. Entre el guardia y el capitán lo obligaron a tumbarse en la camilla. Alice lo miró a los ojos y sintió un escalofrío cuando lo ataron de brazos y piernas. Max parecía impasible, pero estaba con los puños apretados.
—Bien —su padre atrajo su atención de nuevo— , creo que ahora tengo un pequeño incentivo de tu sinceridad.
—¿Para eso mantienes a la gente viva? ¿Para torturarlos a cambio de información?
—Querida, su sufrimiento depende solo de ti.
—Eres un maldito loco.
—Responde. ¿Cuánto tiempo hace que sueñas vívidamente por la noche?
Alice miró a Max, que negó con la cabeza. Ella apretó los labios cuando el capitán se sacó un cuchillo del cinturón y la miró, esperando una respuesta.
Pero Max estaba diciendo que no lo hiciera...
El capitán frunció el ceño cuando John le asintió con la cabeza. Se acercó a Max y le agarró la camiseta, rasgando la tela desde el cuello hasta el ombligo. Su torso quedó descubierto, y él bajó el cuchillo y, en su lugar, sacó la misma porra con la que había golpeado a Alice.
—No lo sé —soltó Alice, viendo la porra a dos centímetros de la piel de Max, a quien parecía no importarle en absoluto—. Desde que... que tengo memoria. Desde que tengo diez años, creo...
—Tú nunca has tenido diez años, Alice —él la miró—. Te creamos hace cinco años. Crees que eres más vieja porque te metimos recuerdos de infancia en el sistema. Mentalmente y físicamente tienes dieciocho años, pero tu sistema tiene cinco.
Ni siquiera se sorprendió.
—¿De qué son los sueños?
—De... —Alice miró el cuchillo y no pudo evitar seguir hablando—. De una chica. Es como... su vida. Es raro. Es como si yo la viviera.
—¿Qué partes de su vida?
—No lo sé, es como si viera episodios salteados. Alguna vez está feliz, otras veces grita...
—¿Cómo es la chica?
—Nunca la he visto. Sueño como si fuera ella.
Su padre miró de reojo a Tristan, que no dejaba de teclear.
—¿Cómo se llama la chica?
Alice dudó un momento.
—Alice, cállate —dijo Max bruscamente.
Ella volvió a dudar, el tiempo suficiente como para que el capitán bajara el cuchillo. Alice apretó los puños, intentando ponerse de pie, cuando le dio un golpe seco en el estómago a Max, que lo soportó de manera sorprendentemente buena. Sin embargo, el segundo fue en la cara, mucho más fuerte que el que le había dado a ella. Alice contuvo la respiración cuando vio un hilo de sangre bajar por la ceja de Max.
—¡Para!
—Alice, responde.
—Alice, no lo hagas —Max la miró fijamente.
—Pero...
—¡He dicho que no...! —volvió a soltar un gruñido de dolor de dolor cuando el capitán le dio otro golpe, esta vez en las costillas.
Ella notó que la adrenalina empezaba a hacerla temblar mientras todos a su alrededor le gritaban qué hacer.
Se sentó de nuevo con la mandíbula apretada y con un nudo en el estómago mientras escuchaba a Max gruñendo de nuevo por un nuevo golpe. Agachó la cabeza, con los ojos cerrados con fuerza.
—Capitán —su padre no dejó de mirarla mientras se dirigía a él—, ¿por qué no lo intenta con algo más fuerte esta vez? Parece que Alice no disfruta del espectáculo.
El capitán sonrió y, esta vez, dejó la porra a un lado para volver a sacar el cuchillo. Alice abrió la boca, pero no lo suficientemente rápido como para evitar un corte justo bajo el pectoral.
Era insoportable.
—Alice —su padre la miró fijamente.
—¡Ni se te ocurra decirlo! —gruñó Max.
—Dilo.
—¡Alice, ya me has oído!
—Alice. Dilo.
Ella agachó la cabeza, con la respiración agitada, y abrió los ojos.
—Yo no...
—Alice —su padre la miró—. Si no haces que Max me sea útil, el próximo paso no será un corte.
—Alice —Max negó con la cabeza.
Pero ella no pudo evitarlo.
—Alicia —dijo súbitamente—. Se llama... Alicia.
Ella levantó la cabeza y miró a su padre, que se había quedado mirándola con una expresión extraña que no supo descifrar. Después, se recompuso y volvió a mirar a Tristan, que se había quedado quieto durante un segundo.
—¿Alicia? —repitió su padre.
—Sí, se llama así —ella miró al capitán—. Aparta eso de él.
El capitán obedeció, pero no se alejó de él. Max estaba tan agotado que ni siquiera le dijo nada, solo la miró con cara de decepción.
—¿Y qué...? —su padre se había quedado en blanco un segundo—. ¿Cuál es el último recuerdo que tiene Alicia?
—¿Último recuerdo? —preguntó ella—. ¿Son recuerdos?
Su padre se recompuso enseguida al darse cuenta de lo que había dicho.
—Aquí yo hago las preguntas.
—Son recuerdos —murmuró ella—. Claro que lo son. ¿Cómo no lo he pensado antes?
—Alice.
—Pero, ¿por qué los veo yo? ¿Que tengo que ver con esa chica?
—Alice, escúchame.
—¿Qué relación tenemos? —preguntó, mirándolo.
—He dicho que me escuches —dijo su padre bruscamente.
—Si son recuerdos... estoy viendo su vida entera. Pero, ¿por qué?
—¡Alice!
—Tiene que haber algo que nos conecte... —pensó en voz alta, antes de repasar a toda velocidad todos y cada uno de los recuerdos que había visto.
—No hay nada que os conecte, déjalo.
—¿Y por qué quieres saberlo? ¿Tú la...?
Alice se quedó mirándolo. Él se había alterado claramente. Entonces, sin saber cómo ni por qué, lo supo con tanta claridad como si se lo hubiera dicho él mismo.
—Tú la conocías —dijo en voz baja.
Su padre la miró fijamente.
—¿Qué?
—Cuando nos creáis usáis bases humanas. La utilizaste a ella para crearme a mí. Por eso sueño con ella. Son sus recuerdos. Todavía los conservo, aunque sea inconscientemente.
—Alice, ya es suficiente.
—Por eso lo he visto todo este tiempo. De alguna vez, es como si yo lo hubiera vivido. Pero, ¿por qué queréis saber de qué tratan? ¿Qué tienen de importante los recuerdos de una chica muerta?
—¡Silencio! —John parecía furioso.
—¡No! —le respondió ella, igual de enfadada—. ¡Tengo que saberlo! ¡Hay algún motivo por el cual tú has reaccionado así cuando te he dicho su nombre!
—He dicho que es suficiente, no me obligues a usar la...
Ella levantó la cabeza de golpe, interrumpiéndolo.
—¡Es eso! —ella lo miró, con el corazón acelerado—. ¡Claro que la conocías! ¡Era tu hija!
Se hizo tal silencio en la habitación que ella sintió que, de haber caído una aguja al suelo, lo habría oído perfectamente.
John había pasado de furia a quedarse pálido, mirándola fijamente. Alice sintió que su corazón se aceleraba aún más. Era eso. Lo había descubierto. Después de tanto tiempo, por fin empezaba a tener sentido todo. Los sueños. Su padre. Su interés en los sueños. Quién era la chica. Por qué eran exactamente iguales. Por qué John la había estado buscando tan exhaustivamente...
—Era tu hija —lo miró con el ceño fruncido—. Murió. Y trataste de volver a crearla. Por eso los demás no conservan los recuerdos completos de sus antiguos cuerpos y yo sí lo hago. Los conservaste porque querías que... querías que yo fuera ella.
John no dijo nada, pero no dejó de mirarla. Tristan había dejado de teclear y los miraba.
—Por eso me salvaste el día de la masacre. Por eso era la única que podía ver los recuerdos de manera tan clara. Los demás solo podían ver lo que quedaba de ellos. Yo los tenía a mi entera disposición.
Su padre por fin pareció reaccionar, y empezó a negar con la cabeza.
—Ahora que lo sabes, ¿cambia algo?
—Soy más humana de lo que creía —replicó ella.
—Sigues siendo una maldita máquina. Una de última generación, pero una máquina.
—¿Por qué murió? —preguntó ella—. ¿Tuviste algo que ver?
John apretó la mandíbula con fuerza.
—¿Por qué? —insistió ella.
Finalmente, él se puso de pie.
—Mandadlos de nuevo a su celda.
***
Max estaba poniendo mala cara mientras ella se las arreglaba como podía con las vendas y medicamentos que les habían dado. Al menos, querían mantenerlos con vida. Era una buena señal.
—Tengo que llevarte a la ducha.
—¿Ahora eres una experta? —preguntó él de mal humor, siguiéndola.
Alice puso el agua tibia y agarró el jabón que les habían dado. Max gruñó palabrotas mientras ella le quitaba la sangre con el jabón y apretaba las heridas, que al menos habían dejado de sangrar. Después, agarró el ungüento y empezó a aplicarlo. Max dejó de quejarse para limitarse a apretar la mandíbula.
Cinco minutos más tarde, Max estaba sentado en su cama con mala cara mientras se miraba el vendaje que Alice le había puesto.
—Esto está sorprendentemente bien.
—Tuve que ayudar más de una vez a Tina —replicó ella—. Porque alguien me castigó.
—De todas formas, no deberías haber dicho nada.
—¿Por qué no? Ahora sé la verdad.
—¿Y qué te hace pensar que eso es bueno?
Alice lo miró, confusa.
—¿Por qué debería ser malo?
—La única razón por la que no te había frito el cerebro todavía es porque necesitan cierta información para acceder a los recuerdos. Ahora ya la tiene. Ya no te necesita consciente.
***
Alice estaba mirando el techo desde la camilla, mientras tres científicos hablaban entre ellos de cosas que no entendía y apretaban botones de máquinas que no conocía. Tiró de las correas solo para hacer algo. Su padre la miraba desde un rincón.
—¿Está listo? —preguntó a Tristan sin dejar de mirarla.
—Faltan los últimos, señor.
—Bien. Provócalos.
Alice lo miró.
—¿Qué?
—Van a provocarte tus últimos sueños —replicó él, impasible—. Para poder extraer los recuerdos de una vez por todas.
—¿Qué? —repitió—. No puedes hacer eso. Tú mismo me los implantaste.
—Fue un mal experimento.
—No puedes...
—Todo listo —la interrumpió Tristan.
—Bien. Hazlo
—¡No, no...!
Pero Alice no pudo evitar que le pusieran la mascarilla en la cara, y quedarse dormida al instante.
***
No sabía cuánto llevaba ahí. Su medida de tiempo era tocarse el pelo. Iba creciendo con las semanas. Ahora, empezaba crecer como lo habían solido llevar los chicos de su clase... cuando todavía iba a clase. Ella apretó los labios cuando una mujer se puso a gritarle en un idioma que seguía sin entender, así que agarró con más fuerza la cesta y salió de la enorme casa.
El señor de la casa estaba fuera. Habían traído una nueva horda de refugiados. Así llamaban a los que encontraban por el bosque, ajenos a las casas de señores y al ejército. Normalmente, los mataban a todos menos a los pocos que podían servir, como ellos.
Alicia miró al pequeño grupo, encerrado en la enorme jaula con paredes de cristal, y vio que el señor negaba con la cabeza a un hombre mayor, al que dos guardias se apresuraron a llevarse mientras él gritaba.
Alicia ya no sentía pena por nadie.
Pero, cuando fue a darse la vuelta, vio de reojo un pelo que le sonaba. Un pelo castaño rizado. Se detuvo en seco y la insultaron de nuevo. Pero ella dejó de respirar por completo. Dejó de vivir por un momento.
Su madre estaba...
...que...
...hazlo, tienes que...
...ti...
***
Alice fue vagamente consciente de su alrededor un momento, medio dormida. Su sueño se había interrumpido. Vio que John fruncía el ceño a una pantalla.
—Algo está bloqueando el recuerdo —masculló Tristan.
—Pasa al siguiente. Es importante.
—Pero quizá este contenga información importante.
—Quiero el último —replicó él bruscamente—. ¿No puedes ir directamente a ese?
—No. No podemos alterar la memoria. Tenemos que seguir el patrón marcado.
—Entonces, pasa al siguiente.
—Sí, señ...
Alice volvía a estar dormida.
***
—...tienes que hacerlo, Alicia...
—No puedo, mamá —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.
—Mañana nos matarán —le dijo ella firmemente—. No quiero que te quedes. Ni que lo veas. Tienes que irte. Tienes que encontrarlo.
—Pero...
—No era una petición, Alicia.
—Mamá, no quiero que mueras —Alicia apoyó la mano en el cristal, intentando atravesarlo para llegar a la de su madre. Las lágrimas empezaron a caer.
—No hay elección —ella la miró unos segundos, tragando saliva—. Alicia, tienes que ser fuerte. Por las dos.
—No puedo...
—Claro que puedes.
—No, no puedo. No soy como tú —ella empezó a lloriquear.
—Mírame —su madre golpeó el cristal—. Esto no es un juego. Aunque llores, yo no podré ayudarte. No se trata que quererlo, sino de serlo. Tienes que serlo, ¿me has oído?
Alicia apoyó la frente en el cristal, llorando.
—Mamá, tengo miedo.
La mirada de su madre se suavizó justo antes de apoyar su mano contra la de su hija, con el frío cristal de por medio.
—Lo sé, cielo...
—No quiero que me dejes sola...
—Alicia...
—...
...está en...
...tienes qué...
...él...
***
—Necesito que recuperes el siguiente —le urgió John a Tristan—. Y el último. Son los más importantes.
—Hay tres más señor.
—¡Pues sácalos de una maldita vez!
***
Alicia llevaba caminando demasiado tiempo. Estaba agotada. Se detuvo delante de la casa que le habían indicado. Estaba en el centro del bosque, junto al lago helado. Soltó un halo de aire frío y sacó las manos de los bolsillos para llamar a la puerta con los nudillos. Ésta crujió con el impacto. Ni siquiera parecía ocupada. Quizá se había equivocado y estaba abandonada.
Pero, entonces, una cabeza rubia se asomó y la miró fijamente.
—¿Alicia? —preguntó la chica, mirándola fijamente.
Ella frunció el ceño, sin reconocerla por un momento.
Entonces, la recordó. Charlotte. La chica que la había estado acosando tanto tiempo en la escuela. Ahora estaba delante de ella, con un abrigo grande y con muchos kilos menos. Y pareciendo mucho más mayor.
—¿Charlotte? —preguntó ella—. Mi... mi madre me dijo que viniera.
—Lo sabemos —otra mujer desconocida se asomó—. Te hemos estado esperando.
—No sabíamos que ibas a ser tú quien viniera a buscarlo —dijo Charlotte, mirando su pelo.
—¿Dónde está?
—Pasa.
Las dos la condujeron por un salón repleto de gente. Alicia miró a toda la gente agrupada a su alrededor, junto a las chimeneas, mirándola con mala cara.
Finalmente, subieron las escaleras y se detuvieron delante de una de las muchas puertas. Charlotte la abrió, revelando una habitación donde había una sola persona dentro. Ésta las miró con curiosidad y gateó hacia ellas.
—El parto fue casi desastroso —le dijo Charlotte, mientras Alicia avanzaba—. Por suerte, los dos vivieron.
Alicia respiró hondo y se agachó para recoger al infante.
—Hola, hermanito —lo agarró en brazos y le pasó una mano por el pelo rizado y castaño, igual que su madre. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Encantada de conocerte por fin, Jake.
***
—¿Puedes recuperar el siguiente? —preguntó John bruscamente.
—Todavía hay dos, señ...
***
—¿Crees que alguien nos buscará aquí? —le preguntó Charlotte, viendo que Jake jugueteaba con un palo que había encontrado por el camino.
Alicia se ajustó la escopeta en la espalda. Era su especialidad. Igual que todas las armas. Se agachó junto al agua y siguió frotando la camiseta en círculos, tal y como le había enseñado su madre.
—Todavía no lo han hecho, ¿no es así?
—Tu tranquilidad me pone de los nervios —Charlotte miró a Jake—. Vigílalo tú, voy a por algo de comer antes de que se haga de noche.
Pero se hizo de noche enseguida. Por suerte, Charlotte consiguió volver con unas cuantas ardillas muertas. Hicieron un pequeño fuego y las asaron. Alicia utilizó la comida de bebé que había encontrado en una de las casas para el pequeño Jake, que era demasiado joven para comer lo mismo que ellas. De hecho, le estaban creciendo los dientes todavía. No dejaba de morder todo lo que encontraba.
Un rato más tarde, Alicia estaba afilando su cuchillo con una piedra mientras escuchaba que Charlotte cantaba una nana a su hermano. No tardó en acercarse a ella y sentarse a su lado.
—Ya se ha dormido.
Alicia se inclinó hacia ella, como cada noche, y unió sus labios. Charlotte cerró los ojos y le devolvió el beso, abrazándola. Alicia fue la primera que se puso de pie para ir al saco de dormir. Ambas se metieron en el mismo sin dejar de besarse. Charlotte tenía los labios secos, pero agradable besar a alguien.
Se quitaron la ropa la una a la otra lentamente. Alicia tenía la piel de gallina. Tenía frío y calor a la vez. No podía despegarse de ella. No podía dejar de recorrer su cuerpo con sus manos. Charlotte se quitó, finalmente, la última pieza de ropa y se pudieron unir sin obstáculos.
—Te quiero —murmuró Charlotte.
Alicia sonrió.
—Yo también te qui...
***
—No te he pedido ese sueño, Tristan.
—Ya viene el último señor. El suero pronto dejará de hacer efecto.
—¿Por qué se ven cortados?
—Porque ella los está cortando —dijo Tristan, señalando a Alice—. Aunque creo que es inconscientemente, hace que no los podamos ver enteros... y además se mezclan algunas palabras sueltas.
—Como sea. El siguiente.
Alice vio una mirada de su padre en su dirección antes de volver a quedarse dormida.
***
...unas horas caminando cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. Se habían detenido para comer algo. Jake estaba persiguiendo a un bicho detrás de un árbol. Ahora ya sabía caminar. Charlotte estaba de pie a unos metros, mirando a su alrededor.
—¿Qué pasa? —preguntó al ver la expresión de Alicia.
—Nada —dijo ella enseguida—. Imaginaciones mías.
—Esta tarde podríamos ir junto al lago. Jake empieza a necesitarlo. Y tú también.
—¿Ahora me dices que apesto? —preguntó Alicia, divertida.
—Tienes que admitirlo. Apestas.
Alicia se aseguró de Jake estaba lo suficientemente lejos para no oírla.
—Pues ya te lo recordaré esta noche.
—Oh, vamos —Charlotte puso los ojos en blanco—. No lo decía en serio.
—Pues yo sí.
—¡Pero es que es verdad, apestas! —ella empezó a reírse a carcajadas, tapándose la nariz.
—Vaya, muchas gra...
Notó el dolor antes de oír el disparo.
Alicia sintió que algo la empujaba bruscamente hacia atrás y se quedó tumbada en el suelo, respirando con dificultad. Giró la cabeza lo suficiente para ver una mancha roja en su estómago, haciéndose cada vez más ancha. Empezó a notar que se mareaba cuando vio que Charlotte retrocedía con los ojos abiertos de par en par.
—¡Hay otra! —gritó un hombre a lo lejos.
Alicia consiguió darse la vuelta para quedar boca abajo e intentar arrastrarse hacia Jake, que seguía en los arbustos. Cuatro hombres armados se acercaban a ellos desde lo lejos, y la habían acertado de lleno en el estómago.
—Charlotte —murmuró, desesperada.
Su corazón se detuvo cuando vio que Charlotte estaba retrocediendo, mirándola.
—¿Q-qué...?
Charlotte parecía aterrada mientras miraba a los hombres y a ella consecutivamente.
—J-Jake... —masculló Alice.
Ella se quedó mirándola, sin dejar de retroceder.
—Lo siento, Alicia —murmuró, antes de empezar a correr en dirección contraria.
Alicia se quedó mirándola unos segundos, mientras notaba que el mundo se detenía y las voces de los hombres se acercaban.
Pero fue peor cuando se giró y vio a Jake detrás del árbol, mirándola aterrado.
—Escóndete —le gruñó, empezando a notar la dificultad al hablar.
Jake abrió la boca para decir algo, pero ella gruñó una palabrota.
—Escóndete, Jake —le dijo en voz baja.
Jake la miró fijamente, aterrorizado, pero obedeció.
Cuando los hombres estuvieron a su altura, le dieron la vuelta y la revisaron de arriba a abajo.
—Mierda. Tenías que acertarle la pierna, no el estómago —replicó.
—Se me ha escapado, ¿vale?
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó uno—. Ni siquiera es androide. No nos sirve de nada. No nos la comprarán en la ciudad.
—La otra salió corriendo. Vayamos a ver.
—Pero, ¿qué hacemos con esta?
Uno la empujó un poco con la punta del pie.
—Que se pudra. La encontrarán los de Ciudad Capital y la usarán para los androides.
—¿Y no nos darán nada por ella?
—No si está muerta. Y no sobrevivirá mucho tiempo.
Dicho esto, la dejaron sola.
Alicia se quedó mirando el cielo, que cada vez parecía más borroso, y casi pudo jurar que sentía que esos eran sus últimos segundos de vida. Especialmente cuando vio la cara llena de lágrimas de Jake, que la miraba desde su pequeña altura y la empujaba por el hombro para que reaccionara, desesperado.
—¡A-i-cia! —gritó, lloriqueando.
Ella no sabía qué decir. Ni siquiera sabía si podía hablar.
Apretó su puño cuando vio que un hombre se detenía a su lado, pero por algún motivo supo al instante que ese hombre no era como los demás. Iba acompañado de un chico adolescente que la miraba con el ceño fruncido. El hombre pareció algo sorprendido al ver a Jake, pero no al verla a ella. Desgraciadamente, debía estar acostumbrado. Se agachó y le miró la herida.
—¿Está muriendo? —preguntó el adolescente.
—Sí —el hombre la miró—. ¿Quién te ha disparado?
Alicia apretó la mano de Jake y lo acercó a ellos.
—J-Jake —murmuró.
—Nosotros nos ocuparemos de él —aseguró el hombre.
Su tranquilidad era lo único que hacía que ella mantuviera la calma.
—¿Dónde? —preguntó Alicia en voz baja.
—Soy el alcalde de una ciudad. Ciudad Central —le dijo el hombre, mirándola—. Me llamo Max. Él es Rhett —señaló al adolescente—. Nos encargaremos del chico. No tienes nada de que preocuparte.
Ella respiró hondo, aliviada. Ni siquiera fue capaz de dar las gracias. Abrió la boca y solo salió un sonido parecido a un gruñido de dolor. Notó que los ojos empezaban a cerrarse solos, como si estuviera a punto de dormirse.
—Descansa —él hombre la miró por última vez, cerrándole los ojos con suavidad—. Pronto se irá el dolor.
Ella miró a su hermano por última vez, antes de dejar de ver.
Y, entonces, calma.
***
Su padre la estaba mirando cuando abrió los ojos. Parecía satisfecho.
—¿Ahora lo entiendes todo, Alice?
Ella no supo qué decir. Tenía las mejillas húmedas. Había estado llorando en sueños. Todos en la sala la miraban, pero era como si ella estuviera en un universo paralelo. Todo estaba empezando a cobrar sentido. Y estaba mareada, sentía que la habitación daba vueltas a su alrededor.
—Mi hija murió, sí —él la miró—. Creía que podría sustituirla por un modelo perfecto. Así que la estudié a fondo, hice una réplica, pero... decidí perfeccionarla. El pelo rubio por castaño, los ojos castaños por azules, un poco más delgada... en fin, tonterías de un perfeccionista nato. Pero eras ella. Para mí lo eras, al menos.
Hizo una pausa.
—Por eso, tenía que ver qué hacías si te relacionabas con humano. Qué parte de ti surgía con más fuerza; la parte androide o la humana. La humana ganó. En parte, era mi intención. Eso indicaba que eras mi mejor creación y que podías, incluso, llegar a sustituirla. Pero no tardé en darme cuenta de que, a pesar de eso, seguías siendo una máquina.
—¿Por qué mataste a todos los de nuestra zona? —preguntó en voz baja.
—Porque sabían demasiado. Y los androides... eran defectuosos. Hacía tiempo que trabajaba en modelos mejores. Tenía que librarme de ellos de algún modo. Y ya tenía una excusa para empezar tu experimento.
—Así que todo ha sido para encontrar a Jake —murmuró ella—. No sabes dónde está ahora.
—Acabo de verlo en tu recuerdo, querida.
—No está ahí, imbécil —escupió ella—. Nunca lo encontrarás. Y, aunque lo hicieras, no irá contigo jamás.
—Ya he perdido una hija —replicó él—. No perderé también a un hijo.
—Tú los abandonaste.
—Abandoné a su madre.
—Los abandonaste a todos. Cuando ella estaba embarazada.
—Tenía que centrarme en mis investigaciones —replicó él, a la defensiva.
—¿A tus investigaciones? ¡Mira dónde te han llevado tus investigaciones!
—A crear réplicas perfectas de humanos —él frunció el ceño.
—A no ser ni siquiera humano, y no porque seas un androide, sino porque eres un monstruo —replicó ella.
—No tengo tiempo para esto. ¿Tristan?
—¿Sí, señor?
—Ya puedes reiniciarla.
Alice se quedó mirándolo.
—¿Reiniciarme?
—Sí, querida. Ya has pasado demasiado tiempo con esta fantasía de ser humana. Es hora de que vuelvas a ser disciplinada. Y que podamos ponerte algunas mejoras. Después de todo, sigues siendo mi mejor modelo.
—Pero... —ella estaba empezando a temblar.
—No recordarás nada —sonrió él—. Ni a nadie. Solo sabrás lo que eres y que yo te creé.
—No puedes hacerlo —empezó a desesperarse.
—¿Tristan?
—Cuando usted me diga, señor —él tenía el dedo encima del botón.
—Puede...
—¡Papá! —chilló Alice, desesperada.
John se detuvo de golpe y la miró.
Alice cerró los ojos. Era su última carta. Apostar por la nostalgia de él. Era todo o nada. Si eso no funcionaba...
—No me hagas esto, papá —pidió en voz baja, con la voz ahogada.
—Tú no eres mi hija —replicó él frívolamente.
—¿Te acuerdas de cuando volvías a casa del trabajo y te esperaba con nuestro gato en la entrada con la taza llena de café? —preguntó ella bruscamente, haciendo que la mirara de nuevo con los labios apretados mientras seguía buscando desesperadamente en sus recuerdos—. La taza de el mejor papá del mundo. ¿Te acuerdas?
Él no dijo nada. Alice siguió.
—Mamá siempre nos hacía tortitas los sábados para desayunar, y tú siempre me reñías porque me ponía tanto sirope de chocolate que, en lugar de ser tortitas con chocolate, eran...
—...chocolate con tortitas —murmuró él.
Alice tragó saliva.
—Eso es —murmuró—. Te quiero, papá. Siempre lo he hecho. Sé que te fuiste porque tenías un buen motivo. Lo entiendo.
Él agachó la cabeza, parecía estar teniendo un debate interior.
—Pero... no me hagas esto. No quiero olvidar quién soy —ella frunció el ceño—. Mírame.
Él negó con la cabeza.
—Mírame —repitió, tirando de las correas.
John levantó la cabeza lentamente y la miró.
—¿No me quieres? ¿Es eso?
—Claro que te quiero —murmuró él, en voz baja.
Alice sintió que su pecho se hinchaba de alivio cuando se acercó y le pasó una mano por el pelo. John tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Siempre te he querido, cielo.
—Lo sé.
—Por eso, tengo que hacer esto.
Alice se quedó mirándolo mientras se alejaba con los hombros caídos hacia la puerta. Forcejeó bruscamente con las cuerdas.
—¿Qué? ¡No! —empezó a removerse—. ¡No, espera! ¡Por favor! ¡No lo hagas!
Él asintió con al cabeza a Tristan.
—¡No, por favor, espera, no lo hagas, por favor! ¡Sé que puedo...!
Pero habían pulsado el botón.
Se quedó tumbada, mirando el techo.
Respiró hondo.
Cuando levantó la cabeza, se sentía algo mareada. Intentó moverse, pero tenía correas en las manos y los tobillos. Frunció el ceño sin entenderlo.
Entonces, un hombre se acercó a ella, iba bien vestido. Lo reconoció al instante.
—Hola, padre John —saludó con voz monótona.
Su padre sonrió.
—Bienvenida de nuevo, 43.
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