Capítulo 36
Alice respiró hondo, mirándose a sí misma al espejo.
Llevaba la ropa negra y gris reglamentaria con sus respectivas botas oscuras y pesadas. Su piel parecía todavía más pálida que de costumbre. Y ella, en general, parecía mucho más delgada y menuda. Se relamió los labios y suspiró. Después, se ató el pelo lentamente, como había hecho en su momento en su zona a una de sus compañeras androides, especialmente a 42, y volvió a dejar caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.
Miró el reloj y vio que solo faltaban unos minutos para que fueran las seis. Tenía un nudo de nervios en el estómago. Volvió a echarse una ojeada a sí misma y, después, se dio la vuelta y salió de su habitación sin mirar atrás.
Rhett estaba en el pasillo, apoyado en la pared de brazos cruzados. Se miraron un momento el uno al otro sin que ninguno de los dos supiera qué decir.
—No necesitas venir si no quieres hacerlo —le dijo él finalmente.
—Es mi hermano.
—Alice, no tienes por qué venir —insistió—. Sabes que nosotros lo traeremos de vuelta.
Ella le dedicó una mirada de advertencia.
—Voy a ir.
Le dio la sensación de que Rhett parecía algo frustrado al ver que insistía, pero se esforzó en ocultarlo para no molestarla. Se separó de la pared y se acercó a ella, colocándole una mano entre los omóplatos y emprendiendo el camino hacia las escaleras.
Alice tenía la sensación de que ese día era más frío de lo habitual y se subió la cremallera de la chaqueta gris oscura. Vio que la caravana de Charles estaba un poco apartada de las demás. Max y él hablaban entre ellos junto con varias figuras más. Alice levantó un poco las cejas cuando las reconoció. Tina, Trisha, Kilian y Kai.
—Buenos días, parejita —el único que no parecía tenso era Charles, que les sonrió ampliamente—. ¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Qué hacíais sin mí?
—Dormir —le dijo Rhett secamente.
—Qué aburrido eres, Romeo.
—¿Podemos centrarnos? —Max frunció el ceño, como de costumbre, y miró a Tina de nuevo—. Dejo la ciudad bajo tu mando hasta que vuelva.
Ella asintió con la cabeza. Alice vio que apretaba los labios. Parecía estar a punto de llorar.
—Vais a tener que ser solo dos guardianes por unos días —murmuró Max, mirándola a ella y luego echando una ojeada a Kai, que parecía aterrado—. Vais a tener que trabajar mucho para que esto no esté en ruinas cuando volvamos.
—Se las arreglarán —Charles sonrió ampliamente y se adelantó—. Aunque, ahora que lo pienso, yo también tengo que dejar mi precioso legado de líder a alguien.
Alice vio que su sonrisa iba directamente a Trisha, que no se dio cuenta hasta que pasaron unos segundos. Dio un respingo, confusa.
—¿Yo?
—Eres la candidata perfecta, rubita.
—¿Q-qué...? Si yo no...
Alice nunca había visto a Trisha titubear. Por un momento, estuvo a punto de sonreír.
—Eres la candidata perfecta —repitió Charles, mirándola—. Tienes autoridad, mala leche y sabes dar órdenes. ¿Qué más podría exigir a mi sustituta temporal?
—P-pero...
—Además, el otro día te quejabas de que no podías disparar ni luchar, ¿no? —Charles se encogió de hombros—. No necesitas nada de eso para liderar las caravanas. Y, como habrás comprobado, la falta de un brazo tampoco es que marque un gran cambio.
Él levantó la mano mala y sonrió, divertido.
—Bueno, ¿qué? ¿Vas a cuidar de mi entrañable rebaño en mi ausencia?
Trisha titubeó de nuevo, confusa. Miró a Max como si buscara ayuda. Él se encogió de hombros, dejándola elegir. Trisha entreabrió los labios antes de volver a cerrarlos y asentir una vez con la cabeza.
—Sí... yo... —sacudió la cabeza—. Sí. Claro que lo haré.
—Así me gusta, rubita.
—Vuelve a llamarme rubita y vas a terminar debajo de esa caravana tan preciosa.
—¿Ves por qué te he elegido como mi sustituta? ¡Somos iguales! Quizá terminemos enamorándonos y todos, como tu amiga la androide solo tiene ojos para cara-cortada... ¿no te gustaría?
Ella enarcó una ceja.
—Pues no.
Él suspiró, aunque no parecía muy afectado.
—Nadie ama al bueno de Charles.
—Vamos, no digas eso —le dijo Alice, cruzándose de brazos.
Charles le dedicó una sonrisa encantadora antes de levantar y bajar las cejas a Rhett.
—Ten cuidado, Romeo. Quizá yo sea tu sustitución.
—Permíteme dudarlo —Rhett también se cruzó de brazos.
Max había estado observando todo con expresión cansada. Al final, negó con la cabeza como si estuviera cansado de todos ellos y volvió a hablar.
—Tenemos que irnos —replicó—. ¿Tenéis todo lo que necesitáis?
—Está todo en la caravana —le informó Rhett con su voz de instructor.
—¿Armas? ¿Munición? ¿Provisiones?
—Todo. Lo he comprobado antes.
—Bien hecho, Rhett.
Alice no pudo evitar enarcar las cejas. Miró a Rhett de reojo y vio que él también se había quedado petrificado.
¿Max acababa de halagar a Rhett?
Nunca lo había hecho. Nunca.
Sin embargo, Max no dejó que lo pensaran mucho. Se giró hacia Kai y el pobre chico se encogió al ser el centro de su atención.
—Cuida de la ciudad —le dijo. O más bien le ordenó.
—S-sí, señor...
—Y que no te tiemble la voz. Pierdes credibilidad.
—N-no, señor.
Max puso los ojos en blanco y miró a Trisha. Un asentimiento de cabeza fue lo único que le dedicó. Y a ella le pareció suficiente. Después, se giró hacia Tina. Ella se limpió una lágrima.
—Tened mucho cuidado —les dijo, mirándolos a todos y cada uno de ellos—. Ya hemos perdido a demasiada gente.
—Lo tendremos —le aseguró Rhett.
Ella pareció haberse estado conteniendo hasta ese momento. No pudo más y se adelantó directamente hacia Rhett. Alice vio que las mejillas de él se volvían rojas cuando empezó a apretujarlo en un abrazo de oso.
—¡A ti te lo digo especialmente! —le espetó ella—. Más te vale volver sano y salvo.
—Tina... —masculló él, avergonzado.
Alice sonrió, divertida, antes de echar una ojeada a su derecha. Kilian se había mantenido al margen hasta ese momento. De hecho, parecía triste. Suspiró y se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro. El niño no levantó la cabeza.
—Él sabe que intentaste protegerlo —le dijo en voz baja.
Kilian no se movió, pero Alice vio que le temblaba el labio inferior.
—Oye, Kilian —lo obligó a levantar la cabeza—, no pasará nada. Está bien. Y lo seguirá estando cuando volvamos con él.
Hubo algo en su expresión que le indicó que había información que no sabía, pero Kilian se apresuró a apartar la mirada y a asentir secamente con la cabeza. Ella vio que le hacía un pequeño gesto tímido. Buena suerte.
Alice decidió dejarlo solo y miró a Tina, que seguía estrujando a Rhett. Sonrió a Kai y Trisha, que también habían intentado mantenerse al margen de la situación.
—¿Vais a saber arreglaros solos por aquí? —preguntó, divertida.
—Te recuerdo que la ciudad funcionaba perfectamente mucho antes de que tú aparecieras —le dijo Trisha.
—Pero era más aburrida.
—Y más segura.
Alice le sonrió y se acercó a ella. Notó que Trisha la abrazaba con su solo brazo algo hoscamente. Dudaba que estuviera muy acostumbrada a recibir abrazos. Y mucho menos a darlos. Cuando se separó, ella parecía completamente incómoda.
—Cuida de esos idiotas —le recomendó la rubia en voz baja—. Van a necesitar a alguien con un poco de lucidez que desestime sus ideas de mierda.
—Mis ideas también lo son un poco.
—Pero en menor medida —se aclaró la garganta—. Ten cuidado, Alice.
—Lo mismo te digo. Y a ti, Kai. Cuídate.
Él sonrió un poco.
—Ojalá pudiera hacer algo más para ayudar.
—Ya hiciste mucho cuando cuidaste la máquina de memoria durante el asalto, Kai. No cualquiera lo hubiera hecho.
—Oh, eso... —Kai se ruborizó y asintió con la cabeza—. Yo... eh... gracias...
Alice vio que enrojecía aún más y le dio un apretón ligero en el hombro antes de volver con los demás, que estaban empezando a subir a la caravana. Tina la enganchó en un abrazo en cuanto pasó por su lado y Alice vio que Max, a unos metros, era el único que faltaba para subir. La esperó pacientemente mientras Tina seguía apretujándola.
—Oh, querida, espero que todo vaya bien —le dijo, separándose y sujetándola por los hombros—. Puede que lleves menos tiempo que los demás con nosotros, pero desde el primer día supe que eras especial. Y no me equivoqué. Sabrás lo que hay que hacer, siempre lo sabes. Max es consciente de ello. Y yo también. Por eso, los dos confiamos en ti.
Alice no supo qué decir. Eso la había pillado un poco descolocada. Especialmente cuando le pasó una mano por la mejilla.
—Cuida de Rhett. Y deja que el te cuide a ti, ¿vale? —le dijo en voz baja para que nadie más lo oyera—. No podría soportar perderos a ninguno de los dos.
—¿Y Max, o Charles? —ella sonrió un poco.
—Esos dos son mayorcitos para cuidarse solos.
Alice no pudo evitar reírse suavemente.
—Adiós, Tina.
—Hasta muy pronto, cielo.
Alice les dedicó una última mirada a todos antes de respirar hondo y dirigirse a la caravana. Max la esperaba de brazos cruzados, mirándola.
—¿Estás lista? —le preguntó.
—¿Lo estás tú, Maxy?
Él puso los ojos en blanco y se apartó para dejarla pasar.
—Venga, sube antes de que me arrepienta de haberte invitado.
Alice pasó por su lado y, al cabo de unos segundos, cerraron la puerta. Los cuatro miembros restantes de grupo se quedaron de pie a las puertas del edificio principal viendo cómo la caravana desaparecía tras el muro de la ciudad. Y ninguno pudo librarse de la sensación de vacío que se quedó con ellos.
***
Ya era de noche cuando la caravana se detuvo a un lado de la carretera, oculta de la mirada de todo aquel que pudiera cruzar el camino principal. Alice había ayudado a Charles a cubrir todas las pequeñas zonas expuestas con ramitas mientras Max y Rhett seguían hablando y hablando en la caravana.
En realidad, podrían haber entrado a la ciudad ese mismo día, pero habían decidido revisar todas las entradas y perfeccionar su plan. Además, Max prefería entrar por la tarde y ese día ya no hubieran podido.
Cuando Alice y Charles volvieron a entrar, Alice vio que Max había quitado todo lo de la mesa y había dibujado un plano de lo que recordaba de Ciudad Capital. Charles, detrás de ella, ahogó un grito dramáticamente.
—¡Mi mesa! ¿Qué...? ¡Seréis desgraciados!
—Relájate, solo es una mesa —le dijo Rhett sin mirarlo.
—Oh, sí, claro, no hay problema. Mañana voy al maldito Ikea a comprar otra.
—Charles —Max lo miró—. Cállate y haz la cena.
—Pero... ¿para qué me habéis traído? ¿Para que sea vuestro esclavo?
—Hubiéramos escogido a alguien más callado —masculló Rhett.
Alice le dio manotazo y él fingió que no se daba cuenta.
Un rato más tarde, los cuatro estaban sentados alrededor de la mesa comiendo las provisiones que habían traído desde la ciudad. Max repitió el círculo que había hecho en uno de los puntos para aclarar lo importante que era.
—Ahí entráis Alice y tú —le dijo a ella y a Rhett—. No necesitaréis ser tan rápidos como nosotros, pero tened cuidado.
—Lo tendremos —murmuró Rhett.
—Charles, ¿estás seguro de que tienes la ropa de...?
—Aquí la tengo —dijo él felizmente.
Sacó unas cuantas prendas blancas y se las lanzó a Alice. Ella puso una mueca cuando vio la ropa de androide. No le gustaba tener que usarla de nuevo. Se sentía como si estuviera retrocediendo en el tiempo. Pero lo hacía por el bien del plan.
—Bien. Entonces, vosotros dos estáis cubiertos. En cuanto lleguéis a la sala principal...
—Activamos la puerta, sí —dijo Rhett por enésima vez.
—Y tú y yo, Charles... —él enarcó una ceja, esperando que siguiera.
—...nos metemos en ese maravilloso edificio juntitos y felices, sí.
—Alice —Max la miró—, vas a tener que buscar la habitación donde tienen a Jake tú sola mientras Rhett te cubre. Te necesito muy centrada. Nada de tonterías.
Ella asintió con la cabeza, un poco nerviosa.
—En cuanto encontremos al chico, nos reunimos todos en la tercera salida del edificio. Tendremos que ir por pasillos distintos. Si diez minutos más tarde alguien no aparece... nos marcharemos igual.
Hubo un momento de silencio en el grupo. Ni siquiera Charles pareció tener ganas de sonreír por unos instantes. Sin embargo, él mismo fue quien rompió el silencio con una palmada ruidosa.
—Bueno, todo esto es muy interesante, pero... ¿no creéis que es hora de ir a dormir? Mañana será un día muuuuy largo.
—Sí, deberíamos descansar —murmuró Max—. ¿Quién hará la primera guardia?
—No hacen falta guardias, querido Maxy —replicó Charles alegremente—. La caravana tiene sensores. En cuanto alguien se acerque a menos de viente metros, lo sabremos. Podéis dormir como angelitos sin preocuparos por nada.
Hubo algo de discusión sobre quién se quedaría con la cama y, al final, fue Charles quien lo hizo. Ofreció a Alice un lugar a su lado, pero cuando Rhett hizo un gesto de sacar la pistola, entendió que era mejor no insistir. Ella y Rhett se hicieron una cama improvisada en el suelo con mantas mullidas y almohadas que resultó ser bastante agradable y Max se quedó con el sofá.
La caravana era pequeña, pero ella y Rhett eran los que estaban más apartados. La pequeña pared que separaba la cocina del resto de la caravana los cubría, por lo que los demás solo podían verles los pies, y tendrían que asomarse mucho. Alice sospechaba que Max lo había hecho a propósito, y no para darles intimidad, si no para no tener que ver nada.
Tampoco era como si ella tuviera ganas de hacer algo. No se sentía capaz ni de cerrar los ojos. Cuando miró a su lado, vio que Rhett tampoco estaba dormido. Bañada por la luz de la luna, su cicatriz parecía bastante más fina que durante el día.
—¿Tampoco puedes dormirte? —le susurró.
Él negó con la cabeza sin mirarla.
—El idiota ha podido dormirse en un momento —murmuró Rhett, escuchando los suaves ronquidos de Charles al otro lado de la caravana.
—Creo que nunca he visto a Charles nervioso —replicó ella.
—Yo sí. El día en que le apuntaste al estómago con una pistola. Estaba seguro de que ibas a matarlo. Y él también.
Alice sonrió un poco y él suspiró antes de girar la cabeza hacia ella y recorrerle el rostro con la mirada. Ella notó que se detenía un momento de más en sus labios antes de volver a centrarse en sus ojos.
—Todo saldrá bien —le dijo en voz baja—. Hemos hecho esto mil veces.
—¿El qué?
—Arriesgarnos por alguien. Por uno de nosotros. Lo hicimos contigo y salió bien. Volverá a salir bien.
Alice le repasó también la cara con la mirada, deteniéndose especialmente en los ojos claros, la cicatriz y los labios. Estiró la mano y se la pasó por el contorno de la mandíbula, pinchándose un poco por la barba de pocos días.
—Sí, tienes razón —murmuró.
Rhett sonrió de lado.
—Mañana volveremos a estar todos en la ciudad con Jake incordiando todo el día, Tina cuidando de nosotros, Max quejándose, Charles siendo una pesadez de ser vivo y contigo revoloteando por todas partes.
—Y contigo dando órdenes, que no se te olvide.
Alice lo observó unos segundos antes de inclinarse hacia él y unir sus labios. Hubo algo distinto en ese beso. Ni siquiera abrieron las bocas, solo presionaron los labios el uno contra el otro. Y lo distinto fue que no necesitaron nada más para trasmitirse todo lo que sabían que el otro necesitaba en ese momento.
Cuando Alice se separó, le pasó el pulgar por el labio inferior y él cerró los ojos.
—Deberíamos dormir —murmuró Rhett.
Alice asintió con la cabeza pese a que él seguía con los ojos cerrados.
Rhett la rodeó con un brazo de la cintura y la atrajo contra su cuerpo. Alice se quedó algo sorprendida cuando él pegó su mejilla a su pecho, justo encima de su corazón, y se acomodó para quedarse dormido. Nunca había hecho algo así. Sin embargo, ella no tardó en rodearle el cuello con los brazos. Al cabo de unos segundos, se encontró a sí misma pasándole los dedos por el pelo y viendo como él iba relajándose progresivamente hasta quedarse dormido.
Pero ella no podía dormir. Dejó que pasara casi una hora solo mirándolo y acariciándolo, escuchando que murmuraba cosas en sueños, hasta que sintió que no podía más y lo apartó suavemente, dejándolo solo en la cama improvisada y poniéndose de pie. Salió de la caravana sin hacer un solo ruido y se quedó sentada en una roca que había al lado. Apoyó los codos en las rodillas y hundió la cara en sus manos.
—Deberías estar durmiendo —le dijo la voz de Max justo después de que escuchara la puerta de la caravana abriéndose y cerrándose de nuevo.
—No voy a poder —murmuró Alice—. No esta noche.
—Si te consuela, yo tampoco.
Ella no se movió cuando notó que Max se acercaba y se sentaba a su lado, suspirando. Frunció el ceño al suelo y negó con la cabeza.
—¿Y si Jake...? —no supo cómo decirlo—. Puede que ni siquiera lo tengan ahí.
—Puede ser —le dijo Max tranquilamente.
—¿Nos vamos a arriesgar sin saber si... si hay premio?
—Es un riesgo que tenemos que asumir, Alice —le dijo él—. Lo asumiría con cualquiera de vosotros.
Ella volvió a incorporarse y miró sus manos en su regazo. No sabía ni qué pensar. Solo sabía que no le gustaba esa situación. Y que hubiera deseado no tener que volver a pisar esa ciudad jamás. Sin embargo, la idea de no volver a ver a Jake era demasiado insoportable como para siquiera considerarla.
—¿Sabes quién tampoco va a poder dormir esta noche? —le preguntó Max.
Alice lo miró con curiosidad, todavía un poco desanimada.
—¿Quién?
—Tina. Va a estar pensando en nosotros sin parar. Y no va a estar bien hasta que sepa qué ha pasado y que todos estamos bien.
Alice sonrió al instante al pensarlo.
—Sí, tienes razón.
Cuando la sonrisa se mantuvo por unos segundos más en sus labios, Max le enarcó una ceja.
—¿Qué?
—Nada.
—¿Qué? —repitió, molesto.
—Que sigo con la esperanza de que Tina y tú...
—Tina y yo, ¿qué?
—Ya sabes...
—No sé nada.
—Hacéis buena parej...
—Cállate.
Alice sonrió todavía más cuando él puso los ojos en blanco.
—¿Por qué no?
—Ni me lo había planteado.
—¡Venga ya! Tina es genial.
—No estoy diciendo que no sea genial, Alice.
—¿Entonces?
—No tengo veinte años, como tú y Rhett —aclaró—. Y Tina tampoco. Las cosas no funcionan tan fácilmente a nuestra edad.
—Pero... que seas un viejo no quiere decir que no tengas derecho a que alguien te ame.
—Gracias por llamarme viejo. Otra vez. Eres un poco pesada.
—Y tú eres un poco cabezota.
Max la miró con mala cara por unos segundos.
—Todavía recuerdo cuando, al llegar a la ciudad, agachabas la cabeza, roja de vergüenza, cada vez que alguien te hablaba. Eran buenos tiempos. Mejores que estos.
—A mí me parezco más divertida ahora.
—Prefiero no comentar nada al respecto.
—Decir eso es comentar algo al respecto, querido Max.
—Eres una pesada, querida Alice.
Ella sonrió ampliamente y miró la caravana por unos segundos. Al final, suspiró.
—Debería ir a dormir. O a intentarlo. Dudo que a Rhett le haga mucha gracia despertarse y no verme. Y me apetece...
Max puso una mueca.
—Prefiero no saber los detalles de lo que hacéis —aclaró.
Alice se puso de pie y volvió a la caravana más animada que antes, pero se detuvo cuando escuchó que él se aclaraba la garganta. Al mirarlo, vio que tenía algo en las manos. A ella se le iluminó la mirada cuando lo reconoció.
—Vas a necesitarlo mañana —aclaró Max.
—¡Mi cinturón!
Se acercó y lo sujetó, ilusionada. Lo único que habían cambiado era la zona de munición, que ahora estaba llena. Alice se lo puso solo para poder sentirse bien otra vez y sonrió ampliamente a Max, que parecía considerablemente menos ilusionado.
—¿A que me queda bien?
—Pues no. Pero es tuyo.
—Qué simpático eres siempre, Max.
—Sigo sin entender por qué demonios alguien pensó que era necesario enseñarte lo que es el sarcasmo.
—Es muy útil —ella sonrió y sacó la pistola.
La revisó con los ojos y, de pronto, un sentimiento repentino apagó toda la sonrisa que tenía en ese momento. Max frunció el ceño al darse cuenta, especialmente cuando ella bajó la pistola.
—¿Qué pasa?
—Yo... —ella tragó saliva—. Tu hija estará ahí.
Max ladeó la cabeza, pero dejó de fruncir el ceño.
—Esa chica no es mi hija, Alice —replicó.
—Técnicamente, lo es.
—No, no lo es. Es una persona nueva, con su propia vida.
—Pero... ¿has pensado alguna vez en que podría reconocerte algún día? ¿No querrías dársela a ella en lugar de a mí?
Max suspiró largamente cuando ella se sentó a su lado de nuevo, esta vez con la cabeza gacha.
—¿No te la di a ti? —le preguntó.
—Sí, pero...
—Alice, te la di a ti porque sé que sabes utilizarla.
—No estoy hablando de utilizarla. Estoy hablando de su valor sentimental. Es de tu hija, Max.
—Por eso te la di a ti y no a otra persona.
Ella lo miró con los labios entreabiertos, sorprendida. Max cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza sin mirarla.
El silencio que los acompañó durante los segundos en que Alice volvió a guardar la pistola y buscó las palabras adecuadas no fue incómodo. De hecho, parecía que cada uno pensaba en sus cosas. Y ninguno miró al otro.
Finalmente, ella tragó saliva, mirando el suelo.
—¿Max?
—¿Mhm?
Permaneció en silencio un momento.
—Yo... siempre he sabido quién era mi padre —murmuró.
Él no dijo nada. Alice tragó saliva de nuevo. Se le había formado un nudo en la garganta.
—Siempre he sabido dónde estaba. No se murió trágicamente. Bueno, lo creí por un tiempo, pero no es lo mismo. Y... no cambió nada. No sirvió para nada. Nunca me he sentido como si realmente él fuera mi padre.
Vio de reojo que Max asentía con la cabeza sin decir nada.
—Una parte de mí siempre ha creído que nunca encontraría a nadie a quien pudiera... considerar mi familia. Que nunca me sentiría como si realmente perteneciera a algún lugar. Hasta que os encontré a vosotros. Jake es mi hermano. Tina es como una madre. Rhett... bueno, sabes lo que es Rhett. Trisha, Kilian, Charles, Kai... todos ellos, en mayor o menor medida, son fundamentales en mi vida.
Hizo una pausa.
—Yo... nunca he sabido muy bien lo que es tener padre —dijo en voz baja—. Pero... lo que si sé... es que si hubiera podido elegir... que... si ahora mismo, aquí, pudiera elegir a quien desearía que lo hubiera sido durante toda vida... a quien desearía que lo fuera siempre... no dudaría ni un solo segundo en elegirte a ti, Max.
No se atrevió a levantar la cabeza. Se mantuvo con la mirada gacha y en el suelo, pero el nudo en su garganta aumentó porque sabía que era verdad. Y, pasara lo que pasara al día siguiente, quería que Max entrara en esa ciudad sabiéndolo.
Entonces, para su sorpresa, él estiró el brazo y se lo puso por encima de los hombros, tirando de ella hasta que tuvo la cabeza en su hombro. Nunca lo había visto tener un gesto así con nadie. Y mucho menos con ella.
Ni siquiera hizo falta que ninguno de los dos dijera nada. Alice se acomodó con la cabeza en su hombro y cerró los ojos, dejando que el silencio guardara ese momento en su memoria.
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