Capítulo 33

Alice abrió los ojos lentamente y se adaptó a la débil luz que le daba en la cara. Frunció un poco el ceño cuando intentó mover la mano y chocó con algo. O más bien con alguien.

Miró a su derecha. Estaba en su habitación. En su cama. Vestida exactamente como la noche anterior. O la tarde. Sí, la tarde era lo último que recordaba. ¿Se había quedado dormida? ¿Por qué le dolía tanto la cabeza?

Le sorprendió un poco ver a Rhett durmiendo a su lado. Normalmente, prefería no hacerlo porque... bueno, porque era Rhett. 

Se estiró un poco más y vio que estaba amaneciendo. Se pasó una mano por la cara. Se sentía como si alguien le estuviera martilleando la cabeza.

—Buenos días —murmuró Rhett sin despegar la mejilla de la almohada. De hecho, se acomodó un poco más.

—¿Cómo sabes que estoy despierta? Ni siquiera has abierto los ojos.

Su voz sonaba como si no hubiera bebido en años. De hecho, tenía sed. Mucha sed.

—Simplemente lo sé —murmuró él.

—A veces, das miedo.

—Mejor no hablamos del miedo que das tú otras veces.

Le puso mala cara, pero no estaba de humor para hablar mucho más, así que se limitó a estirarse. Eso sí, aprovechó para golpearlo a propósito en el proceso. Rhett abrió los ojos solo para mirarla con mala cara.

—Es una muy bonita forma de agradecerme que no hicieras el ridículo anoche.

—¿Anoche? —ella arrugó la nariz, extrañada—. ¿Qué pasó?

Rhett se detuvo un momento, sorprendido. Después, sacudió la cabeza.

—Claro que no te acuerdas.

—¿Debería?

—No. Con lo que habías bebido... ya hablaré con Charles.

—No... no recuerdo beber nada.

—Sí, bueno, bienvenida al mundo del pecando.

Él rodó sobre sí mismo hasta quedar con la espalda en el colchón. Alice lo miró con cierta desconfianza.

—¿Qué? —preguntó Rhett al darse cuenta.

—¿Por qué hemos dormido en la misma cama y estamos los dos vestidos?

Él tardó un momento antes de empezar a reírse a carcajadas.

—Serás pervertida.

—Era una pregunta seria.

—Sinceramente, Alice, dudo que acostarme con chicas medio-inconscientes sea jamás algo que pueda gustarme.

—Yo no estaba medio-inconsciente.

—¿Y tú qué sabes? Ni siquiera te acuerdas.

Alice lo analizó un momento con el ceño fruncido. Después se incorporó y se estiró hacia su cantimplora. Menos mal que le quedaba algo de agua. Le dio un sorbo y miró a Rhett.

—Y... ¿qué hice?

—Bueno, hay una larga lista. ¿Empezamos por la parte en que le robaste tu cinturón a Max y te fuiste corriendo con él?

Tenía agua en la boca y trató de hablar tan rápido que se atragantó y empezó a toser. Rhett se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en la espalda que no sirvieron de mucho. Al final, cuando pudo volver a respirar, lo miró con los ojos abierto de par en par.

—Que yo... ¡¿qué?!

—Y después fuiste a la cafetería con Charles y los colgados de sus amigos. Y creo que no quieres saber más detalles.

—¿El detalle de cómo terminé aquí...?

—Sí, eso fue básicamente cuando te dije que nos fuéramos y tú solo aceptaste con la condición de que fuera a tu habitación.

Por su cara, Alice dedujo enseguida el por qué. Se puso roja al instante. Él sonrió, divertido.

—Menos mal que te quedaste dormida en dos segundos. Ya no sabía cómo contener a la fiera.

—¿C-cuánta gente vio todo eso?

—¿Lo de la cafetería? Era la hora de cenar. Más gente de la que te gustaría. Lo de la habitación solo lo vi yo, así que puedes estar tranquila.

—Bueno... ¡no habría reaccionado así si no hubiera sido porque todos me tratasteis como a una idiota!

Él parpadeó, sorprendido.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Yo no te traté como una idiota.

—¡Fui al gimnasio y me dijiste que estabas muy ocupado como para escucharme!

Él pareció estar a punto de decir algo que a ella no iba a gustarle, así que se calló y sacudió la cabeza.

—No es tan sencillo, Alice. Las cosas están muy bien como para estropearlas.

—No iba a estropear nada.

—Además, hasta donde yo sé, esos chicos no planeaban nada malo.

Alice puso mala cara.

—O disimularon.

—Sí, claro, e hicieron una tarta en lo que iban a la habitación para disimular.

—¡Puede que ya la tuvieran hecha, por si acaso!

—Venga ya, Alice.

—Bueno, ¿y tú por qué sigues aquí? ¿No tienes una clase a la que ir? ¿O niños a los que aterrorizar?

—Vale, primero, yo no aterrorizo a los niños.

—No, claro, solo haces que lloren.

—¡Solo lloran algunos!

—¿Y de qué te crees que lloran? ¿De alegría?

—Bueno, ¿qué más da eso? Hoy es domingo.

Alice parpadeó y lo consideró un momento antes de sonreír.

—Oh, sí, es verdad.

—A ver si te centras un poco.

—¡Acabo de despertarme!

Se tumbó de espaldas en la cama, cruzando los brazos para dejar claro que no le estaba gustando esa conversación. Rhett la miró de reojo antes de suspirar.

—¿Quieres que me vaya?

—Pues sí.

—Pues nada, voy a seguir durmiendo a mi habitación.

Alice le puso mala cara al instante y él se detuvo, confuso.

—¿En serio?

—¿Qué?

—¿En serio te vas a ir?

Rhett entreabrió los labios.

—¡Acabas de decirme que me vaya!

—¡No quería decir eso!

—¡Has dicho, literalmente, que me vaya!

—¡Porque no quiero que te quedes!

—Pero ¡¿se puede saber qué demonios quieres de mí?!

—¡Si está clarísimo!

—¿El qué?

—¡Quiero que te quedes un rato más!

Rhett la miró y sacudió la cabeza.

—¿Alguna vez has pensado en hacer un manual para poder entenderte? Porque lo agradecería mucho.

Alice sonrió ampliamente, olvidándose del enfado anterior, y le hizo un gesto para que se tumbara a su lado. Rhett lo hizo, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Esta vez, fue él quien se cruzó de brazos, dejando claro su enfado. Alice sonrió aún más y se arrastró a su lado, abrazándolo de pies y brazos.

—Oye, Rhett.

—¿Qué?

—¿Estás enfadado?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque eres más rara que un perro verde.

—Nunca he visto un perro.

—Pues enhorabuena.

Alice sonrió, divertida, al ver su repentino mal genio. Se acercó un poco más, pegándose por completo. Rhett suspiró.

—Y luego me dicen a mí que soy difícil de entender. Hace treinta segundos me decías que me fuera y ahora te abrazas. No entiendo nada.

—Es que lo analizas todo demasiado.

—Y tú no, claro.

—¿Eso ha sido sarcasmo?

—No, Alice.

—...

—...

—¿Eso ha sido sarc...?

—Sí, Alice, lo ha sido las dos veces.

Ella empezó a reírse y se movió, subiéndose encima de él. De esta manera, se quedó sentada en la parte baja de su estómago. Sin embargo, Rhett se limitó a enarcar una ceja.

—¿Por qué sonríes tanto?

—Porque cuando te enfadas eres gracioso.

—Sí, eso mismo deben pensar los niños a los que hago llorar.

—Ellos no te conocen.

—Claro, es que en realidad soy un oso amoroso.

—No, pero tampoco eres el chico malo que quieres que crean que eres —ella ladeó la cabeza.

Rhett la miró con una ceja enarcada. Otra vez.

—¿Ahora qué eres? ¿Psicóloga?

—¿Qué es...?

—Oh, déjalo.

Ella empezó a reírse, pero no le quitó la mala cara. Eso de que era gracioso cuando se enfadaba no era mentira. Se acomodó un poco más en su estómago y decidió cambiar de tema. Buscó con la mirada y lo primero que vio fue su estómago. Se lo pellizcó a sí misma y puso mala cara. Rhett la miraba con extrañeza.

—Me da miedo preguntar qué demonios haces.

—He engordado un poco.

—Ah, es eso.

Alice lo miró al instante. Su expresión era la indignación personificada. Sin pensarlo dos veces, le dio un manotazo en el hombro. Rhett dio un respingo, sorprendido.

—¿Qué...?

—¿Ah, es eso? ¿Y qué se supone que quieres decir, Rhett?

—¿Yo?

—¡Sí, tú, el único otro ser vivo de esta habitación!

—¿Y tú cómo sabes que no hay un bicho en el armar...? ¡Vale, vale, olvídalo, el bicho está muerto!

Se había encogido cuando vio que iba a darle otro golpe. Se detuvo. Esta vez, el que se reía era él, aunque todavía no parecía entender mucho lo que la había molestado.

—¿Puedo preguntar a qué ha venido el golpe!

—¡Me has dicho que estoy gorda!

—¡Yo...! ¿Qué...?

—¡Lo has dicho!

—¡No es verdad!

—¡No lo has negado!

—¡Solo has dicho que has engordado un poco, Alice, no...!

—¿Qué pasa? ¿Que si engordo un poco ya no te voy a gustar? ¿Es eso?

—¿En qué maldito momento he dicho yo eso?

Al ver su cara de confusión, Alice no pudo aguantarlo más y se echó a reír. Rhett le puso mala cara.

—Así que era una broma —masculló de mala gana.

—Siempre caes en ellas —Alice ladeó la cabeza, divertida—. ¿Te acuerdas de cuando te ruborizabas cada vez que venía en bragas a tu habitación?

—Yo no... no me ponía rojo.

Y, solo con el recuerdo, Alice vio que sus mejillas se encendían un poco. Sonrió ampliamente.

—¡Sí lo hacías, mírate!

—¡Bueno, tú no tenías por qué venir en bragas!

—Nunca te vi quejarte. Especialmente cuando te acordabas de todos y cada uno de los dibujos que había en ellas.

—¿Y a qué querías que mirara si no dejabas de pasearte en la habitación en ellas?

—Hay mucho cuerpo encima y mucho debajo, Rhett, no disimules. Mirabas lo que querías mirar.

—Bueno, ¿y tú qué?

Ella se detuvo un momento, sorprendida.

—¿Yo?

—¿Te crees que no me daba cuenta de que me mirabas cada vez que se me levantaba un poco la camiseta? —él enarcó una ceja.

Esta vez, fue Alice quien se puso roja. Y mucho peor.

—¿Eh? ¿Yo?

—Sí, tú, cariño.

—¡Yo no hacía eso!

—Claro que lo hacías. No puedo decir que no me gustara. A veces, esperaba a que vinieras tú para colocar las cosas de las estanterías superiores.

—¡Yo no...! ¡Solo miraba por curiosidad! ¡Por la cicatriz de la cintura!

—Así que también me mirabas la cintura. Yo que creía que era solo la espalda...

Alice agarró la almohada y estuvo a punto de darle con ella, pero Rhett se la quitó de la mano y la tiró fuera de la cama. En menos de un segundo, él se incorporó para quedarse sentado con ella en su regazo y se inclinó hacia delante para besarla.

Alice se olvidó por completo del enfado al instante. Notó que le rodeaba la cintura con ambos brazos sin dejar de besarla e, inconscientemente, cerró los ojos y subió las manos por sus hombros y su cuello hasta dejarlas en sus mejillas. La barba de pocos días le pinchó las manos cuando pasó las yemas de los dedos por ella.

—Y sí que me mirabas —añadió Rhett, separándose un momento.

A Alice, en esos momentos, le daba exactamente igual si lo miraba o no. Estaba demasiado centrada en lo que hacían en ese instante como para preocuparse de nada más.

Especialmente cuando él le bajó la cremallera de la sudadera negra. Alice se la quitó mientras él se quitaba la camiseta y luego hizo lo mismo, quedándose en sujetador. Se inclinó de nuevo hacia delante para volver a besarlo, esta vez con muchas más ganas, y ya sintió que su corazón se aceleraba. Como siempre que la besaba así.

Rhett la sujetó con un brazo y le dio la vuelta, dejándola de espaldas en la cama. Se tumbó encima de ella, clavando una de sus rodillas entre las suyas. Alice notó el el colchón se hundía junto a su cabeza cuando apoyó una mano justo en ese punto. Ella le puso las manos en la espalda y notó la cicatriz de la que habían hablado unos momentos antes bajo sus dedos. Tiró de su cuerpo hacia abajo, obligándolo a pegarse un poco más. Rhett le pasó una mano por la espalda y le deshizo el sujetador con una mano.

—AAAAALIIIICEEEEE.

—No me lo creo —Rhett se separó—. Este crío tiene una maldita alarma.

Alice sonrió y estuvo a punto de gritarle a Jake a través de la puerta que iría a verlo en un rato. un rato largo.

Pero... Jake no esperó.

De repente, abrió la puerta como si nada. Alice dio un respingo y notó que Rhett volvía a abrocharle el sujetador a toda velocidad.

—Pero, ¿se puede saber qué te pasa? —le espetó él a Jake.

El niño se quedó de pie en la puerta.

—Ups —puso una mueca—, ¿podéis dejar de hacer guarrerías? Es asqueroso.

—Sí, eso dímelo cuando empieces a hacerlas tú —masculló Rhett.

Alice se apresuró a alcanzar su camiseta y cubrirse el sujetador con ella, sujetándola con una mano. Tenía las mejillas rojas, y no estaba muy segura de si era por haber sido pillada... o por lo de antes.

—¿Tienes pensado irte o te quedas y te hacemos un café? —Rhett enarcó una ceja.

—¿Tenéis...?

—No, no temos. Pero, ¿qué os pasa hoy con el sarcasmo?

Jake miró a Alice señalándolo con la cabeza.

—¿Puedes recordarme porque te gusta?

Ella sonrió, divertida, cuando él le puso mala cara.

—Bueno, ya puedo quedarme, ¿no? —Jake sonrió ampliamente—. No estáis haciendo nada interesante.

—Teníamos toda la intención de hacerlo —aclaró Rhett.

—Jake, ¿no podemos hablar un poco más tarde? —preguntó Alice.

—¿Un poco más tarde? ¿Y eso qué son? ¿Cinco minutos?

—Mejor... unos veinte —sonrió ella.

—¿Veinte? —Rhett la miró de reojo—. Mejor cuarenta.

—¿Cuarenta? ¿Tanto?

—¿Veinte? ¿Tan poco?

—No entiendo nada de esto —aclaró Jake—, pero ya nos veremos a la hora de desayunar. Y no preguntaré detalles, tranquilos.

Abandonó la habitación, cerrando a su espalda. Alice suspiró.

—Bueeeeno —Rhett la miró y se le quitó la camiseta de la mano—, ¿por dónde íbamos?

Ella sonrió cuando volvió a acercarse para besarla.

Sin embargo, se detuvo en seco cuando la puerta volvió a abrirse de golpe. Ambos se quedaron mirando a Charles, que se estaba comiendo una piruleta tranquilamente.

—Venga ya —Rhett soltó una palabrota—, ¿y tú qué demonios quieres?

—Uh, ¿os he pillado de fiesta? —Charles sonrió ampliamente, lanzando la piruleta a su espalda sin mirar a dónde quedaba—. ¿Hay sitio para alguien más?

—¡No! —le gritó Alice.

Sin embargo, él cerró la puerta y fue felizmente hacia ellos, sentándose en medio de ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Le pasó un brazo por encima de los hombros a Alice, que recordó que solo iba en sujetador.

—Oye, te aseguro que sé hacer cosas más interesantes que ese de ahí —dijo, señalando a Rhett con la cabeza.

El aludido enarcó una ceja lentamente.

—¿Quieres perder ese brazo?

—No, gracias.

—Pues te recomiendo que lo quites de ahí.

Charles se empezó a reír y le pasó el otro a él, también por encima de los hombros.

—Tranquilo, si esto es un juego de tres, no de dos. ¿Qué me decís?

—Te digo que te vayas de mi habitación —aclaró Alice.

—Oh, vamos, no me seas aburrida. ¿Qué me dices tú, Romeo?

—Romeo te recomienda que te apartes.

Charles suspiró dramáticamente y los soltó.

—Hay gente que no sabe pasarlo bien.

Se puso de pie y avanzó hacia la puerta.

—Un momento —Alice frunció el ceño—, ¿por qué has entrado en mi habitación de esas formas?

—Solo venía a ver si alguien quería un poco de diversión matutina, querida, pero veo que ya estás servida.

Rhett puso los ojos en blanco cuando él sonrió ampliamente, deteniéndose en la puerta.

—Aunque sigo acordándome de ese dulce beso —añadió, mirando a Alice—. Nunca lo olvidaré. Quedó grabado a fuego en mi corazón.

—¿Quieres que te grabe yo algo a fuego en la cara? —Rhett apretó los labios.

—Relájate, vaquero —Charles lo miró un momento más—, ahora busco el tuyo.

Le guiñó un ojo descaradamente y se marchó tan feliz como siempre. Rhett y Alice suspiraron a la vez y se miraron el uno al otro.

—¿Sigues queriendo...? —preguntó Alice.

—¿Tú qué crees?

Él se arrastró a su lado de nuevo y la rodeó con los brazos, volviendo a besarla. Alice apenas había tenido tiempo a tocarlo cuando la puerta volvió a abrirse.

Trisha entró con la cabeza agachada hacia un papel que sostenía.

—Oye, Alice, ¿crees que...?

—A la mierda —Rhett se puso de pie y recogió su camiseta—. Yo me voy a darme una ducha. Esto está más transitado que un maldito autopista.

Trisha lo miró con una ceja enarcada y luego se giró hacia Alice.

—¿Interrumpo algo?

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