Capítulo 26

Al día siguiente, Alice tenía ganas de cualquier cosa menos de entrenar, pero no le quedó otra que ir a clases. Parecía que hacía una eternidad que no escuchaba los gritos de Rhett rebotando por las paredes del gimnasio cuando les ordenó, como cada día, que hicieran cinco vueltas corriendo. 

Qué suerte tenía Kilian. Él se había librado de las clases para ser el ayudante oficial de Tina, que se había quedado encantada al verlo trabajar con Jake.

Ahora, Alice estaba en clase junto a Jake, haciendo estiramientos y ejercicios. Jake ya sudaba, como siempre, al intentar mantenerse sobre las puntas de los pies y los codos durante un minuto entero. Alice cerró los ojos, intentando centrarse en lo que hacía y no en el dolor que tenía en los músculos.

Rhett se detuvo a su lado con una sonrisa socarrona.

—Estáis desentrenados, ¿eh? Os pesa el culo.

—Oh, cállate —masculló Jake de mala gana, rindiéndose y cayendo al suelo, agotado—. Yo no he nacido para esto. Yo he nacido para estar sentado doce horas al día y tumbado las restantes.

—Te pondré a hacer eso hasta que aguantes un minuto —le advirtió Rhett sin inmutarse—. Así que hazlo bien.

Alice contaba en voz baja. Le quedaban diez segundos de tortura. Solo un poco más. No podía creerse que no fuera capaz ni de soportar eso. Ocho, siete... Un mes atrás, lo hacía sin siquiera pensar. Cinco, cuatro...

—Cadera arriba, iniciada —le dijo Rhett, pasando por su lado.

Alice hizo un verdadero esfuerzo y por no golpearle cuando se puso en cuclillas delante de ella, mirándola.

—Solo me quedan cinco segundos —le recordó en voz baja.

—Esto es demasiado divertido para que acabe. Ponle otros quince.

—Rhett...

—Aquí soy tu entrenador, iniciada —le dijo un poco demasiado divertido, subiéndole la cadera él mismo con la mano en su estómago—. Ahí está mejor.

Alice estaba agotada a la mitad del entrenamiento. Se sentía como si hubiera corrido durante horas. Y todavía faltaba entrenar para los combates. Iba a vomitar como mantuvieran ese ritmo. Y lo peor era que Jake y ella eran los únicos que parecían tener un problema con ello. 

Como la nieve ya había desaparecido, a Rhett le pareció buena idea salir a hacer el resto alrededor del edificio principal. A Alice le parecía igual de insoportable en ambos lados. Ella vio de reojo que Kenneth y sus nuevos amiguitos se reían disimuladamente de ellos cuando tuvo que parar a apoyarse en sus rodillas y descansar mientras los demás seguían corriendo alrededor del gimnasio.

Rhett se detuvo a su lado con los brazos cruzados y los ojos clavados en los que seguían corriendo.

—Vas a tener que hacerlo mejor que eso —le dijo sin mirarla.

—No lo entiendes, estoy cansada —murmuró.

La cabeza le daba vueltas. Era como si no pudiera ni sostenerse en pie. Nunca le había pasado esto. ¿Hacía tanto que no hacía ejercicio como para encontrarse así?

—No puedo tener tratos de favor —él la miró—. Tienes que seguir corriendo.

—Lo digo en serio —ella cerró los ojos cuando volvió a marearse—. Estoy cansada de verdad.

—Pues tómate un minuto, pero luego vas a tener que terminar esto.

Alice no lo miró. Se apoyó en sus rodillas con más fuerza, todavía con los ojos cerrados. Ni siquiera Jake se había detenido todavía. ¿Qué le pasaba? Tenía que entrenar más.

Se incorporó lentamente cuando vio que los demás hacían la última vuelta. Sentía su cuerpo entumecido. El cerebro le funcionaba despacio. Era horrible. Se tomó un momento para respirar hondo. Estaba mareada.

Vio que Kenneth se reía de ella al pasar por su lado, pero no se atrevió a decir nada. No lo haría jamás teniendo a Rhett tan peligrosamente cerca. Anya y los demás androides también seguían corriendo. Jake también. Todo el mundo lo hacía. Todos menos ella.

—Como vuelva a reírse, te juro que pruebo las pistolas nuevas con él —murmuró Rhett, siguiendo a Kenneth con los ojos.

—Si no puedes tener tratos de favor, tampoco puedes dejar que se note que te cae mal —le recordó Alice, llevándose una mano al corazón, que le latía rápidamente y no parecía tener intención de calmarse.

—Di lo que quieras. Como vuelva a sonreír, va a estar corriendo hasta que se haga de noche y...

Alice dejó de escuchar. Sus orejas zumbaban. Volvió a cerrar los ojos, agotada. Intentó apoyarse en su rodilla de nuevo al marearse, pero falló y lo único que notó fue la tierra bajo su mano, indicando que se había caído al suelo. Genial. Lo que le faltaba.

Escuchó una risita y supo que era del idiota de Kenneth enseguida, pero no pudo hacer otra cosa que ignorarla cuando clavó la otra mano en el suelo, intentando ponerse de pie. ¿Por qué le pesaban tanto los brazos? ¿O el cuerpo entero?

—Alice —Rhett se había agachado a su lado—, sé que estás cansada, pero...

Ella negó con la cabeza. No, no era cansancio. No podía ni abrir los ojos, pero solo fue capaz de hundirse más. Sus codos se clavaron pesadamente en la tierra. No podía moverse.

—¿Alice? Eh, mírame.

Notó una mano enguantada en su cara que se la levantó y abrió los ojos. Rhett la miraba fijamente, con el ceño fruncido. Vio que, a su alrededor, la gente se había acercado para mirarla. Pero... ¿no estaban a treinta metros? ¿Cuánto tiempo había estado con los ojos cerrados?

Rhett la miró un momento y Alice no supo lo que vio mal, pero vio que se quedaba muy quieto por un momento antes de girarse hacia los demás.

—Jake, ocúpate de la clase.

El aludido seguía mirando a Alice cuando Rhett la ayudó a levantarse. Tenía las rodillas y los codos húmedos y sucios por la tierra.

—Pero...

—Ahora —lo cortó—. Y, los demás, seguid corriendo.

Por un momento, nadie le hizo caso. Pero, entonces, Alice vio que la gente volvía a correr, mirándola de reojo cuando Rhett la sujetó y le quitó la tierra de las rodillas.

—¿Qué te pasa? ¿No has dormido?

Ella negó con la cabeza. Apenas podía pensar.

—¿Entonces?

—Yo... no... no lo sé.

—Ven, te llevaré a descansar un poco.

—No... espera...

No le hizo caso y agarró uno de los brazos de ella para ponérselo sobre los hombros, arrastrándola hacia el edificio principal. Alice seguía intentando decirle que parara, pero no le hacía caso. O no la entendía, que era lo más probable. Pero ella quería decir que parara. Que no sentía las piernas. No sabía ni cómo había tantos pasos.

Al final, no pudo más y notó que cedían bajo su peso. Rhett la sujetó por instinto, frunciendo el ceño.

—¿Alice? ¿Qué...?

Pero ella ya había cerrado los ojos.

***

Parecía que había pasado un segundo cuando parpadeó lentamente, mirando lo que fuera que tuviera delante. Sentía su cuello tirante y sus brazos y piernas colgando. Entendió todavía menos lo que pasaba cuando vio que estaba mirando el techo. Y que se movía. Levantó la cabeza lentamente y ajustó la vista. Sí, era un techo. Le dolía el cuerpo entero. La ropa se sentía demasiado ajustada en su piel. ¿Qué estaba pasando?

—¡Tina! —la voz de alguien sonó como si viniera del otro extremo de un túnel. Dijo algo más, pero no lo entendió. Y otra voz se unió. Tampoco la entendió.

Lo que sí notó fue que la ponían en un sitio más cómodo y comprendió que lo que había pasado era que la transportaban en brazos. Le pusieron la cabeza suavemente sobre algo mullido que supuso que sería una almohada.

—...no lo sé, de repente, Tina —dijo la primera voz—. Creía que estaba cansada, pero se ha quedado muy pálida...

—Rhett, relájate. Me encargo yo.

—Pero, estaba...

—Relájate, ¿vale?

Ella parpadeó, intentando ajustar la mirada a lo que tenía a su alrededor. El hospital. Levantó la cabeza y vio a la mujer acercándose a ella con una sonrisa, pero fue sustituida rápidamente por otra cara.

—Alice —él la agarró de las mejillas—. Joder, casi me da un infarto. ¿Se puede saber qué te pasa?

Ella parpadeó varias veces y se miró a sí misma sin comprender antes de volver a mirarlo a él, que ahora parecía confuso.

—¿Qué haces?

Miró a su alrededor. La mujer también parecía un poco perdida al ver que inspeccionaba su alrededor.

—¿Alice?

Ella se giró hacia el chico, un poco asustada.

—¿Quién eres?

El chico se quedó mirándola un momento, petrificado. 43 miró hacia abajo de nuevo y tocó su ropa extraña. ¿Dónde estaban su falda y su jersey? ¿Por qué le dolía tanto la cabeza? ¿Por qué ese chico de la cicatriz estaba tan cerca de ella? ¿No era inapropiado?

—¿Dónde está el padre John? —su voz tembló, asustada, cuando se apartó un poco del chico—. ¿Q-quiénes sois?

La mujer, que si no recordaba mal se llamaba Tina, miró al chico con los labios entreabiertos. Él seguía teniendo los ojos clavados en 43.

—¿Dónde está el padre John? —repitió.

—No —el chico por fin reaccionó y ella intentó apartarse cuando le puso una mano en la nuca, acercándose más—. No, otra vez no. Mírame, Alice...

—¿Quién es Alice? —ella estaba a punto de llorar—. ¿Dónde está...?

—Mírame —repitió el chico, sujetándole la nuca con más fuerza—. Ya hemos pasado por esto, sabes quién soy, Alice. Sabes quién eres. ¿Vale? Solo... concéntrate... y...

—Rhett... —empezó a la mujer.

—Yo... yo no... —43 quería salir corriendo, pero ese chico parecía tener la capacidad de atraparla con facilidad de ser eso necesario.

—Vamos, Alice, no vuelvas a hacer esto —murmuró él en voz baja.

De pronto, 43 notó una especie de pitido en la cabeza que la dejó en blanco un momento. Cerró los ojos con fuerza y se apartó del chico, llevándose una mano a la zona afectada. Dejó caer la cabeza contra la almohada.

Y todo se volvió negro.

***

Frunció el ceño por el ruido y la luz.

—¡...que no era una buena idea! —reconoció la voz de Rhett al instante. Sonaba furioso.

Alice parpadeó para adaptarse a la luz y bajó la mirada. ¿Qué hacía en una camilla de hospital?

Oh, no, ¿qué hacía Rhett gritándole a Max?

Estaban ellos dos, Charles y Tina a unos cuatro metros, discutiendo. En realidad, Max y Rhett estaban de pie uno delante del otro, cada uno con el ceño más fruncido que el anterior. Charles estaba sentado en una de las camillas observándolo todo. Era de las primeras veces que no tenía una sonrisa en los labios al ver una discusión. Tina intentaba ponerse en medio de ambos.

—Esto no solucionará nada —repitió, mirándolos.

—¡Lo dije! —espetó Rhett como si lo hubiera dicho varias veces—. ¡No tenías por qué meterla en esa... máquina... solo para saber qué había pasado!

—Alice también quería hacerlo, Rhett —repitió Max pacientemente.

—¡Y una mierda! No le dijisteis en ningún momento que podía volverse... como antes.

—Le dijimos que podía perder la memoria.

¿Perder la memoria? ¿De qué hablaban? Alice puso una mueca confusa.

—¡Tú mismo le dijiste que no era cierto, que se subiera a la máquina! ¡Y cuando se puso a llorar, no querías sacarla! ¡Solo sabes pensar en ti mismo!

—Rhett, relájate —le advirtió Max en voz baja.

—¿O qué? ¿Vas a quitarme la memoria en una máquina?

Hubo un momento de silencio. Tina volvió a ponerse en medio cuando se acercaron el uno al otro, cada uno más enfadado.

—Si hubiera sabido que podía terminar así de mal, jamás la habría dejado entrar —le dijo Max.

—¡Pues claro que lo habrías hecho! ¡Es lo que haces siempre! ¡Pones la ciudad por delante de cualquier persona! ¡Sin tener en cuenta las consecuencias que puedas provocar!

—Eso no es...

—¿Qué os pasa?

Todos se giraron de golpe hacia Alice, que lo miraba todo sin entender nada. Estaba sentada en la camilla, frunciendo el ceño.

Durante un instante, solo hubo silencio. Entonces, Rhett fue el primero en acercarse. Pareció que iba a hacer un ademán de tocarla, pero se detuvo en seco, precavido.

—¿Sabes quién soy?

Alice parpadeó varias veces. ¿Había entendido bien la pregunta?

—Bueno, una cicatriz como esa es difícil de olvidar —dijo, confusa.

Rhett pareció soltar todo el aire de sus pulmones al volver a acercarse. Ella casi se cayó de la camilla de la impresión cuando la sujetó de la cara para plantarle un beso. Alice tuvo que sujetarse de la camiseta de él para no caerse hacia atrás.

—No hagáis eso, que me pongo celoso —Charles sonrió ampliamente.

Rhett lo ignoró, pero se separó, cerrando los ojos un momento.

—¿Qué pasa? —preguntó Alice, confusa.

Max había puesto los ojos en blanco cuando los vio besarse y Tina había sonreído divertida al verlo, pero volvieron ambos a la realidad con la pregunta.

—¿No recuerdas nada? —preguntó Rhett, soltándola.

Alice frunció el ceño.

—¿De... la clase? Sé que me mareé, pero...

—No, después —aclaró Max, acercándose—. Al parecer, no recordabas nada. No has reconocido a Rhett y a Tina. Y preguntabas por tu padre.

Alice entreabrió los labios, perpleja. Miró a Rhett y, por su cara, supo que era verdad.

—¿Yo? No... no lo recuerdo.

—Pues te aseguro que a mí no se me va a olvidar en una temporada —murmuró Rhett de mala gana.

—Romeo creía que había perdido a su Julieta —canturreó Charles.

—Vale, ¿alguien me recuerda qué hace ese idiota con nosotros? —preguntó Rhett, señalándolo.

—Doy un poco de diversión a todo esto —Charles no pareció muy afectado—. Sois unos aburridos sin mí.

—¿Estás bien? —interrumpió Tina, acercándose a ella para revisarla con los ojos—. Estás un poco pálida todavía.

—Me siento un poco... —Alice buscó la palabra adecuada—. No... mejor dicho... muy agotada.

—¿Agotada? —repitió Rhett, confuso.

Max la miraba, pensativo. Charles jugaba con uno de los instrumentos de Tina. Se pinchó un dedo y lo soltó de golpe, haciendo que rebotara en el suelo. Él se metió el dedo en la boca con una mueca.

—Sí. No... apenas siento las piernas —murmuró Alice, acariciándolas.

Casi por impulso, Rhett le dio un apretón suave en la rodilla. A ella se le hizo muy raro verlo tan preocupado. Normalmente, era tan despreocupado con todo...

—¿Sabes lo que le pasa? —preguntó Max a Tina.

Ella pareció pensarlo unos segundos. Pasó una mano por la cara de Alice, observándola.

—No —admitió, al final—. He mirado su sangre. Todo está bien. Y no tiene heridas. No hay nada que indique que puede haber un problema.

—¿Y qué... por qué me he desmayado?

Por la cara de Tina, supo que no le gustaría la respuesta.

—Voy a ser muy honesta con esto —dijo ella lentamente.

Alice asintió con la cabeza.

—Por favor —murmuró.

—Hacer que un androide pierda el conocimiento es casi imposible —dijo—. Ni siquiera existe un sedante. Solo puede hacerse desactivando el cerebro por unos segundos. Eso solo lo hacen las máquinas capacitadas. O, en caso de emergencia... un disparo en la cabeza. Un golpe, la pérdida de sangre... nada de eso puede hacerlo.

—¿Y eso qué... quiere decir? —preguntó Alice.

—Has tenido un bajón de tensión. O... bueno, es lo más cercano que puedo encontrar a lo que te ha pasado. La cosa es que un androide no debería tener eso. Bajo ninguna circunstancia. Quizá no sería tan preocupante de no ser porque te has desmayado. Eso... eso sí que me preocupa.

—¿Te preocupa? —Alice notó que su corazón se encogía. Miró a Rhett, que tenía el ceño fruncido—. Entonces... ¿algo está mal conmigo?

—No contigo, cielo, es... creo que tu sistema tiene un problema. Y no sé cómo solucionarlo. No controlo bien la mecánica de un androide.

—¿La mecánica de un androide? —repitió Rhett, mirándola fijamente—. Es prácticamente una humana. Su cuerpo funciona como el de una humana.

—No su cerebro. Rhett, cariño, sabes que no es lo mismo —le dijo lentamente, comprensiva—. Un cerebro de androide tiene una capacidad de retención del doble de tamaño que la de un humano. Suena muy bien, pero... eso lo hace muy vulnerable. En cuanto algo falla, el sistema se cae. Y creo que es lo que ha pasado antes, cuando no se acordaba de nada.

—¿Estás diciendo que puede volver a olvidarse por un rato de todo esto? —preguntó Charles, arrugando la nariz.

—No —Tina miró a Alice—. Estoy diciendo que es cuestión de tiempo que... dejes de funcionar.

Se hizo el silencio entre ellos.

Alice notó que la mano de Rhett se apretaba en su rodilla cuando le dio la espalda a Tina, entreabriendo los labios y mirando la cama. Tragó saliva y cerró los ojos. Alice no sabía ni cómo sentirse. ¿Acababa de decir que estaba fallando? ¿Que... podía morirse?

Levantó la vista y se encontró con la de Max. Él tenía la mandíbula apretada y Alice estaba segura de que pensaba a toda velocidad, pero no decía nada. Y un Max que no decía nada ante una situación así solo podía significar una cosa: no había nada que decir. Nada qué hacer.

—Entonces... —Alice miró a Tina, que había agachado la mirada—. ¿No hay... nada que hacer?

—Cielo, yo no sé nada de tecnología de androides, no...

—Pues encontraremos a alguien que sepa —Rhett se dio la vuelta y se puso de pie—. Tiene que haber alguien aquí, ¿no? Kai. Kai tiene que saber algo.

—Kai sabe de tecnología y yo de medicina. Necesitamos a alguien que sepa de androides, Rhett.

—Pero... —él negó con la cabeza—. ¿Y sí...?

Se calló cuando no se le ocurrió ninguna posibilidad. Alice agachó la mirada.

—Ha sido una mañana larga —murmuró Tina—. Pronto será la hora de almorzar. Rhett, quizá deberías.

—Yo no me muevo de aquí —la interrumpió bruscamente.

—Rhett —Alice lo miró—, estoy bien. Ve a desayunar.

Él frunció el ceño como si no estuviera de acuerdo.

—Cielo, necesita descansar —le dijo Tina más suavemente—. Vuelve más tarde. Necesito que duerma un poco.

Eso pareció convencerlo un poco más. Se dio la vuelta y miró a Alice un momento antes de marcharse pasándose una mano por la cara. Alice lo observó desaparecer antes de que Charles se pusiera de pie.

—Supongo que también es mi momento de salida. 

—Sí, necesito que os marchéis —les dijo Tina—. Voy a tener que hacer algunas pruebas. Para asegurarme otra vez de que no hay nada mal.

Max hizo exactamente lo mismo que Rhett. Alice seguía viendo sus parecidos continuamente. Por mal que se llevaran, habían pasado tanto tiempo juntos que casi parecían padre e hijo. Charles se marchó como si nada y las dejaron solas.

—Descansa un poco —le dijo Tina—. Seguro que sigues agotada.

Alice la miró un momento antes de asentir con la cabeza. Tina le dedicó una pequeña sonrisa triste antes de taparla con la manta y darle un beso en la frente.

—Voy a hacer lo posible para que te pongas bien —le aseguró.

—Sé que lo harás —le aseguró Alice.

Ella le dio un apretón cariñoso en la mejilla antes de alejarse y apagar la luz que tenía encima de su camilla.

***

Alice se frotó los ojos al despertar y no se sorprendió nada al ver que era de noche. Había dormido durante horas y seguía estando agotada. Hizo un ademán de incorporarse, pero se detuvo en seco cuando vio a Rhett sentado en la silla que había al lado de su cama, con una mano y la cabeza en el regazo de ella. Estaba dormido.

Alice esbozó una pequeña sonrisa que se le borró cuando sintió un pinchazo de dolor en la cabeza. Se incorporó lentamente y consiguió apoyarlo en la cama sin despertarlo. Salió de la camilla sin hacer ruido y sus pies desnudos sintieron el frío suelo de camino al cuarto de baño.

Llevaba puesta una vestido blanco de manga corta que le llegaba por las rodillas sin ningún tipo de adorno. Supuso que era el sustituto de una bata de hospital. Se lavó las manos y salió del cuarto de baño.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo, o más bien alguien, se movía a su lado.

Estuvo a punto de adoptar una postura defensiva, pero se detuvo en seco cuando vio una pequeña cuna. Se acercó, dudando, y vio una manita diminuta asomándose en un puño.

Alice se detuvo en seco antes de volver a asomarse.

La carita redonda del bebé le hizo gracia. La primera vez que lo había visto, apenas le había prestado atención. Estaba demasiado ocupada con el tiroteo y Eve. Ahora, sin embargo, sí que podía fijarse en él. Alice entreabrió los labios. ¿Así eran los bebés? ¡Si era diminuto!

El niño estaba abriendo y cerrando la boca. Su cabecita redonda estaba coronada con una pequeña mata de pelo oscuro. Él dejó de moverse y clavó unos sorprendentes ojos azules en Alice. O eso le pareció. En realidad, dudaba que pudiera verla bien. Alice se apoyó en la cuna, mirándolo.

—Te acuerdas de mí, ¿eh? —murmuró.

Qué raro. No recordaba haberlo oído llorar en toda la noche. Miró a su izquierda. Tina dormía en esa habitación siempre por si pasaba algo en medio de la noche. Alice se asomó un poco mejor y el bebé abrió y cerró los dedos de nuevo.

Y, de pronto, se encontró con ganas de sujetarlo. Estiró las manos hacia él y el bebé parpadeó, sin decir nada. Parecía muy tranquilo. Alice lo sujetó por debajo de los brazos y lo levantó. Era muy ligero. ¿En serio así eran los bebés? Parecían tan frágiles...

Se lo colocó junto al pecho, sujetándolo con un brazo debajo de él. El niño estiró la mano y agarró un mechón de pelo. Por un momento, Alice pensó que iba a darle un tirón, pero se limitó a llevárselo a la boca y babearlo. Ella esbozó una pequeña sonrisa y le ajustó la pequeña camiseta de algodón que tenía puesta. 

—¿Qué haces? —preguntó Rhett, que acababa de despertarse. La miraba, medio adormilado.

Alice se acercó. El niño no había soltado su mechón de pelo.

—Mira, estaba despierto.

Rhett lo miró con poca confianza.

—¿Como es que sabes... sujetarlo?

—No se necesita ser muy listo para conseguirlo —ella sonrió de lado—. ¿Quieres probar?

—¿Eh? —Rhett cambió su cara adormilada por una de horror absoluto—. ¡No, no, no!

—Venga, no es para tanto.

—Que... no. Nunca he sujetado un bebé. Déjalo.

—¿Te da miedo? —Alice enarcó una ceja, divertida.

—¿Eh? No. A mí no me da miedo nada.

—Entonces, ¿por qué no quieres sujetarlo?

El bebé había soltado el mechón y parpadeaba lentamente, como si supiera que era el tema de conversación.

—¿Y si se pone a llorar o una de esas cosas que hacen los críos? —Rhett arrugó la nariz.

—Puedes darle el pecho —sugirió Alice, sonriendo.

—Qué graciosa eres. 

—Acerca los brazos. Te ayudaré.

—Que no quie...

—Hazlo ya, pesado.

Rhett le puso mala cara, pero estiró los brazos. Alice vio que el bebé giraba la cabeza hacia él cuando lo dejó en sus brazos. Rhett estaba más tenso que nunca y lo sujetaba como si fuera a romperse si apretaba un poco. Alice empezó a reírse disimuladamente.

—Mierda, se está moviendo —él puso una mueca.

—Rhett, es solo un bebé. No te morderá. ¡Y no digas palabrotas delante de él!

—Si no me entiende. Míralo. Está como... no sé. Drogado.

—¡Es un bebé! Seguro que tú estabas peor cuando naciste.

—Pues no me acuerdo, la verdad.

Alice vio que, mientras hablaba, se había relajado y el bebé intentaba llegarle a la cara con sus manitas. Rhett lo alejó echando el cuello hacia atrás con una mueca.

—Eh, cuidado, bicho —le advirtió.

—¡No lo llames bicho!

—¿Y cómo quieres que lo llame? No tiene nombre —murmuró—. Vivimos en un mundo sin normas, en una ciudad sin ley y con un niño sin nombre. Nuestra vida es una película mala del viejo oeste.

—¿Qué es el...? Bueno, da igual —Alice se centró—. Tendremos que ponerle un nombre.

—Podríamos ponerle Rhett. Es un nombre precioso. Con carácter. De ganadores —sugirió él, moviendo un dedo por encima de la cabeza del niño, que intentó atraparlo—. Sería Rhett junior. O Rhettito.

—¿Rhettito? —ella arrugó la nariz.

—Es precioso. No pongas esa cara —miró al bebé—. ¿A que te gusta, Rhettito? ¿Ves? Ha movido la mano.

—¡Ya la estaba moviendo!

—La ha movido con más intensidad cuando se lo he preguntado. ¿A que sí, Rhettito?

Alice sonrió, sacudiendo la cabeza, cuando vio que Rhett ya sujetaba al niño como si nada, jugando con él.

Ella estaba segura de que Rhett tenía mucho más instinto para cuidar de los demás del que jamás admitiría. Y siguió pensándolo mientras se volvió a quedar dormida, viendo como Rhett hablaba en voz baja con el bebé, sonriendo.


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