Capítulo 24

El silencio tenso estaba presente cuando Max se aclaró la garganta. Estaban todos en la trasera del edificio principal, junto a una de las salidas. Alice miró los múltiples rectángulos de tierra que acababa de ser removida. Cada uno de ellos tenía una cruz —aunque no entendió muy bien lo de la cruz— con un nombre en ella.

Alice estaba justo delante de las de Eve y Davy, mirándolas fijamente.

Realmente, no había llegado a llevarse de maravilla con Davy, pero lo había conocido desde hacía mucho tiempo. Todavía recordaba su tiempo en Ciudad Central, compartiendo litera con él. Le había pedido que se callara mil veces, le había dicho que era una pesada otras mil, pero... también había sido el único que, durante su castigo, le había dirigido la palabra, le había prestado libros y se había sentado con ella en la cafetería.

Era cierto que la relación se había enfriado en la ciudad actual, especialmente cuando Alice se había convertido en líder provisional, pero... ¿quién podía culparlo? Lo habían puesto de guardián sin que él tuviera ni idea de cómo serlo.

Alice apretó los labios. La última vez que había hablado con él, lo había obligado a salir a combatir a los soldados de la Unión. Y se lo había gritado. No era agradable pensar que el último recuerdo que tendría alguien de ti era de un enfado.

Max había estado hablando, pero Alice había estado distraída. Rhett, a su lado, tenía la mirada clavada en la que tenía el nombre de su padre. Habían decidido enterrarlo con los demás, a pesar de todo. Lo había pedido el propio Rhett. Y nadie había protestado.

Por otra parte, Alice también miraba de reojo a Jake, que estaba junto a Kilian a la otra punta del grupo. Miraba las tumbas con expresión vacía. Alice no había hablado con él desde el día anterior, cuando Ben había soltado esa bomba. Jake ni siquiera le había pedido explicaciones.

Y no las necesitaba para saber que la chica de la que hablaba Ben era Alice.

En el fondo, muy en el fondo... había sido evidente todo ese tiempo.

Desde el principio, Alice había sentido esa conexión especial con él. Como si lo conociera de antes. Como si quisiera cuidar de él. Jake había admitido sentirlo, también. Y siempre habían hecho eso, cuidar el uno del otro. Alice esperaba que la cosa no cambiara ahora que sabía la verdad.

Intentó volver a concentrarse en el discurso de Max. Le daba la sensación de que ya estaba terminando. No podía. Apartó la mirada y la clavó en Rhett. Vio que él si miraba a Max con expresión triste.

Finalmente, Alice vio que cada persona ahí presente se acercaba a una de las tumbas. Vio a unos cuantos llorando. No quería estar ahí. Echó una última ojeada a su alrededor y se apresuró a seguir a Rhett, que había vuelto a entrar en el edificio sin esperar a nadie.

Sin embargo, Tina la detuvo por el camino.

—Alice —le dedicó una pequeña sonrisa—. ¿Cómo estás?

Alice tragó saliva y se encogió de hombros.

—Bien —murmuró—. Todo esto es un poco... complicado.

—Oh, cielo... —suspiró—. Sabes que, si necesitas hablar con alguien, siempre me tendrás disponible.

—Lo sé —Alice le dedicó una pequeña sonrisa.

Hubo un momento de silencio y ella adivinó que no se había acercado solo para decir eso.

—¿Ocurre algo?

—No —Tina suspiró—. Bueno, yo... verás, Eve me dio esto antes de... de que me marchara. Por si no volvíamos a vernos.

Alice vio que sacaba una pequeña nota de papel perfectamente doblado.

—¿Y la has leído? —preguntó Alice, intrigada.

—No. No es para mí —ella sonrió—. Es para ti.

Alice la aceptó, sorprendida. Se quedó mirando el papel doblado y tragó saliva. ¿Para ella?

—Ábrela cuando te sientas preparada —le recomendó Tina—. No hay prisa.

Se miraron la una a la otra un momento. Las dos vieron, de reojo, que Anya volvía al edificio con otros androides. Max la miró de reojo al pasar, pero no dijo nada.

—Voy a hablar con nuestro gran líder —Tina sonrió—. Deberías ir a ver a Rhett, cielo. Y aprovechad vuestro día libre. Os lo habéis ganado.

Era cierto. Era domingo. El día más feliz de la semana, supuestamente. El único día en que no tenían nada que hacer. Alice nunca pensó que el no tener nada que hacer fuera a ser tan sofocante.

De todos modos, entró en el edificio y esquivó a la gente para ir a la cafetería. Todavía tenían que desayunar. Apenas había nadie todavía. Agarró una bandeja, dejó que se la llenaran, y fue a la mesa que había ocupado Rhett. Se sentó a su lado, mirándolo de reojo.

—No me siento como si fuera domingo —murmuró ella.

Sabía que no le gustaría que le preguntara sobre el tema de su padre. Y que odiaría que le preguntara si estaba bien.

—Yo tampoco —admitió Rhett, mirando su desayuno con poca hambre—. ¿Has hablado con Jake?

Alice negó con la cabeza cuando la miró.

—Igual debería aprovechar para hacerlo hoy. Siendo nuestro día libre...

—Pues ahora es tu momento de oro.

Alice levantó la cabeza cuando vio que Kilian y Jake se acercaban a ellos. Kilian se sentó, pero Jake no. Estaba evitando el contacto visual. Alice tragó saliva y se puso también de pie.

—¿Quieres que vayamos fuera?

Jake asintió con la cabeza. Alice echó una ojeada a Rhett, que dio un golpe a Kilian en la mano cuando intentó robar comida de su bandeja.

Jake y Alice salieron de la cafetería justo cuando todo el mundo estaba llegando, así que tardaron un poco más que de costumbre en llegar al patio trasero. Ya estaba desierto. Alice miró a su alrededor en busca de algo en que sentarse, pero terminó optando por el suelo. Se quedó ahí sentada con la espalda en el muro y Jake hizo lo mismo a su lado.

Por un momento, solo hubo silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir.

—¿Lo sabías? —preguntó Jake, jugando con la tierra con los dedos. No quería mirarla a los ojos.

Alice tragó saliva, apoyando los brazos en las rodillas. No iba a mentirle. Ya no tenía sentido.

—Sí.

—¿Hace cuánto tiempo que lo sabías?

Hizo una pausa. No quería que esa conversación terminara mal.

—Desde que... estuve en Ciudad Capital.

Jake no dio señales de haberla escuchado por unos instantes.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—No... no lo sé. Creí que... bueno... no quería que te enteraras así, Jake.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —repitió, mirándola.

Pareció dolido. Alice se sintió horrible al instante.

—No lo sé. Creo que... me daba miedo.

—¿Miedo?

—Jake, tu hermana... —se cortó a sí misma, intentando buscar las palabras adecuadas—. Ella tuvo que... morir... para que yo pudiera... existir.

—Tú eres mi hermana, Alice.

Ella dejó de respirar por un momento, girándose hacia él. Tenía un nudo en la garganta.

—Pero...

—Desde el principio sentí que ya te conocía —murmuró Jake—. Al principio, pensé que era cosa de los androides. Que todos hacéis sentir así a los humanos. Pero... no.

—¿Recuerdas algo de ella? —preguntó Alice en voz baja.

—No —murmuró Jake—. Max nunca quiso contarme cómo me había encontrado.

Él hizo una pequeña pausa.

—Tú lo sabes, ¿no?

—Sí, pero no sé si te gustará.

Jake tragó saliva.

—Quiero saberlo.

Alice le relató los recuerdos que había tenido, intentando no omitir ningún detalle importante. También le habló del padre John, de lo que había pasado cuando había ido a la ciudad y de lo que había pedido. 

Cuando terminó, hacía casi una hora que estaban ahí sentados. Jake la miraba con una mueca de confusión.

—¿Todo eso ha pasado sin que me diera cuenta?

—No lo sabía mucha gente.

—Ya me lo imagino, si no lo sabía yo y era el protagonista...

Alice sonrió un poco.

—Siento no habértelo contado antes.

—No importa —murmuró él, negando con la cabeza—. Entiendo por qué no lo hiciste. Aunque... me hubiera gustado que confiaras en mí.

—Confío en ti. Pero... a mí no me hubiera gustado mucho saber que mi padre es... ese.

—Sí, la genética no está a nuestro favor, ¿no?

—No demasiado, no.

Los dos sonrieron. Pareció que Alice iba a decir algo, pero se interrumpió a sí misma cuando vio que Charles iba felizmente hacia ellos.

—¿Qué tal, pequeños saltamontes?

Se sentó de piernas cruzadas delante de ellos con una gran sonrisa.

—Era una conversación privada, Charles —Jake le enarcó una ceja.

—Soy comunista. No creo en la propiedad privada —él sonrió de nuevo—. ¿De qué temas jugosos hablabais?

—De que es nuestro día libre —Alice improvisó rápidamente.

—Todos los días son días libres para mí —Charles se frotó las manos—. ¿Y qué hacéis aquí cuando tenéis un día libre? ¿Vais a dar una vuelta?

—¿Dar una vuelta? —repitió Jake—. Si no podemos salir.

—¿No?

—Claro que no. Max nos mataría —murmuró Alice.

—Bueno... solo si se entera, ¿no?

Hubo un momento de silencio. Alice y Jake intercambiaron una mirada.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—Que nadie se morirá porque nos ausentemos unas horas con uno de los coches, ¿no?

—Nosotros moriremos —dijo Alice— cuando Max se entere.

—Qué poco sentido de la aventura tienes, querida —Charles le dedicó una sonrisa deslumbrante.

—Yo tengo sentido de la aventura —se enfurruñó ella.

—Genial. Pues nos vemos en los coches en diez minutos. Avisad a quien queráis —Charles ya se alejaba, pero se detuvo para volver a mirarlos—. A quien queráis menos a Max, a ser posible.

—Gracias por iluminarnos —Jake enarcó una ceja de nuevo.

Charles se alejó alegremente y Alice miró a Jake. Él parecía pensativo.

—No te lo estarás planteando, ¿no?

—Me prometiste un día fuera de aquí... —murmuró él.

—No con el psicópata de Charles.

—¿Cómo sabes lo que es un psicópata?

—Lo leí en un libro hace tiempo —ella suspiró—. Pero eso ahora no importa, sino que...

—Podríamos pedírselo a Rhett, a Kilian, a Trisha...

—¡Jake, si Max se entera...!

—Oh, vamos, ¿cuándo te has vuelto tan aburrida?

Vio, confusa, como Jake se iba felizmente hacia el edificio. Llegaron a la cafetería, pero ya estaba vacía de nuevo. Todo el mundo había desayunado. Jake decidió optar por el gimnasio. Y no iba mal. Encontraron a Trisha, Rhett y Kilian en él. Trisha estaba riendo mientras intentaba golpear a Kilian, pero él la esquivaba con facilidad.

—¡Mirad esto! —exclamó cuando entraron—, el pequeño salvaje sabe esquivar muy bien.

—No es pequeño —Jake le frunció el ceño.

Rhett estaba sentado en una de las colchonetas, bostezando. Negó con la cabeza.

—No es que él se defienda bien, es que tú golpeas fatal.

—¿Que yo golpeo fatal? —Trisha se giró hacia él con una ceja enarcada—. Incluso con un brazo podría machacarte.

—No podías hacerlo ni con dos —Rhett también enarcó una ceja.

Trisha se limitó a ponerle una mueca antes de girarse hacia ellos.

—Bueno, ¿qué queréis?

—¿Cómo sabes que queremos algo? —preguntó Alice, confusa.

—Porque es evidente —murmuró Rhett, mirándolos también.

—Yo no quiero nada —aclaró Alice, cruzándose de brazos.

—Sí, sí quieres —Jake le frunció el ceño y se dirigió a ellos—. Charles nos ha propuesto pasar el día fuera de la ciudad. Con un coche.

Alice estaba a punto de decirle ¿lo ves? a Jake, pero los demás se habían quedado callados.

—Me parece bien —dijo Trisha.

Kilian asintió con la cabeza.

—¿Qué? —Alice los miró, perpleja.

—¿Lo ves? —le dijo Jake con una sonrisita.

—Pero... ¿Rhett? —lo miró en busca de ayuda.

—A mí tampoco me parece tan mala idea —él se encogió de hombros.

Alice entrecerró los ojos en su dirección.

—Pues yo no voy. Lo veo un riesgo innecesario.

—Oh, vamos... —Rhett puso los ojos en blanco.

—¡No, no iré! ¡Y no me convenceréis digáis lo que digáis!

Diez minutos más tarde, estaba sentada en uno de los coches.

Tenía los brazos cruzados y la mirada clavada al frente. Al menos, había conseguido sentarse delante. Charles, Trisha, Kilian y Jake estaban apretujados detrás. No habían podido usar la caravana de Charles. Hubiera sido muy sospechoso.

—Vamos, no te enfades —le dijo Rhett, divertido, cuando estuvieron todos sentados.

—No me hables.

Él sonrió, pero no dijo nada.

—Una preguntita —escuchó decir a Trisha tras ella—, ¿hemos pensado en qué hacer cuando los guardias de la puerta nos pregunten dónde vamos de excursión?

—El truco está en mirarlos como si fueran idiotas cuando lo preguntas —le dijo Charles—. Así, se piensan que les falta información y te dejan pasar.

Rhett ya había acelerado. Dio la vuelta al aparcamiento. Alice miró de reojo el edificio. Estaba segura de que Max saldría en cualquier momento para darles una mirada furiosa a cada uno. Pero no salía. Rhett detuvo el coche junto al guardia de la puerta que le hizo un gesto. 

—Recuerda —le dijo Charles—. Finge que son idiotas.

—En algunos casos, no hace falta fingir —murmuró Trisha.

—Eso, pretende naturalidad —dijo Jake—. Como si estuviera todo bien. Y si te pregunta, intenta seguirle el rollo.

Rhett bajó la ventanilla y lo miró.

—Soy guardián, ábreme.

—Vale.

Y la volvió a subir.

Hubo un momento de silencio en el coche cuando las vallas se abrieron.

—Bueno, eso también era efectivo —murmuró Charles.

Llevaban ya unos minutos de carretera por el bosque cuando Alice notó que Rhett la miraba de reojo. Ella seguía sin estar muy convencida de todo eso.

—¿Estás...?

—No —lo cortó.

Rhett evitó una sonrisa. Los de atrás discutían entre ellos por un centímetro más de asiento.

—Vamos, no está mal cambiar de aires por un día.

—Los hombres del padre John siguen sueltos por ahí y nosotros estamos aquí... como si nada.

—Pensar en ellos no va a hacer que desaparezcan.

—No pensar en ellos tampoco.

Alice frunció el ceño cuando vio que Rhett detenía el coche. Todo el mundo se calló.

—¿Qué pasa? —preguntó Jake.

Rhett la miraba a ella.

—¿Quieres conducir tú?

Hubo un momento de silencio absoluto cuando Alice se olvidó de su enfado y levantó ambas cejas.

—¿Yo? ¿En serio?

—Sí. Venga. Antes de que me arrepienta.

Ella soltó un chillido de felicidad y dio la vuelta al coche. Rhett hizo lo mismo, negando con la cabeza. Cuando estuvo en el asiento del conductor y él a su lado, miró el volante con una sonrisa maligna.

—Eh... un momento —Trisha se asomó entre los asientos—. Tú sabes conducir, ¿no?

—Si no recuerdo mal, la última vez que lo hice me estampé contra un árbol —murmuró Alice, arrancando el motor.

—Bueno, va a ser una excursión corta —murmuró Charles—. Ha sido un placer conoceros, compañeros.

—Sí, moriremos en paz —murmuró Jake, a su vez.

—Callaos ya —protestó Alice—. Sé lo que hago, ¿vale?

Pero no se acordaba de nada. Miró a Rhett, que sonreía.

—¿Cómo se acelera esto?

—Vamos a morir —Trisha negó con la cabeza.

Rhett los ignoró y se asomó para señalar los pedales.

—Freno, embrague, acelerador. Cambia a la primera marcha pulsando ese... muy bien.

Alice hizo lo que le decía y, más o menos, terminó acordándose. Condujo con una velocidad bastante lenta mientras los demás resoplaban.

—¿He dicho que sería un viaje corto? —preguntó Charles.

—Creo que será muuuuy largo —dijo Trisha.

—Os odio a todos —murmuró Alice, acelerando un poco más—. Oye, Rhett, ¿este trasto tiene música?

Él sacó el Ipod de su bolsillo.

—Ahora, sí.

—¡Déjame eleg...!

—Tú, mejor, céntrate en la carretera —le recomendó él.

Con la música puesta, los de atrás terminaron olvidándose de las quejas para cantar. Alice también terminó cansándose de conducir y le cedió el puesto a Rhett. Bajó la ventanilla —le gustaba el aire frío— y se quedó mirando el bosque y las ciudades abandonadas que iban cruzando.

Apretó un poco los labios cuando pasaron lo suficientemente cerca de lo que quedaba de Ciudad Central como para ver sus ruinas. Le dio la sensación de que todo el mundo también miraba por la ventana durante esa parte del trayecto.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella cuando ya se hubieron alejado de ella.

—Al lugar que usábamos los exploradores cuando terminábamos nuestro trabajo muy temprano —él le dedicó una sonrisa de lado.

—Como sea otra ciudad abandonada... —Trisha suspiró.

—Es... mejor que eso.

Alice se apoyó en el asiento y vio el paisaje pasar sin decir nada... hasta que le llegó un olor que no había sentido jamás.

Era... refrescante. Frunció el ceño y se asomó un poco más en la ventanilla. ¿Olía a... sal? ¿La sal tenía un olor?

No pudo pensarlo. Rhett detuvo el coche y todos se bajaron. Iban armados por si acaso, aunque ninguno parecía estar prestando mucha atención a ningún posible peligro. De hecho, Rhett encabezó la marcha bajando por una suave pendiente entre los árboles y Alice lo siguió, intrigada. El olor seguía estando ahí.

Entonces, notó que sus pies pisaban algo más blando que la tierra del bosque. Miró hacia abajo y frunció el ceño cuando vio que era algo más... raro. Parecían fragmentos pequeños de algo. Era de color beige. Era... eso, raro.

Los demás habían empezado a correr hacia delante y Alice se quedó sin palabras cuando vio que, delante de ella. No había nada. Solo un fragmento más de eso raro y luego... solo agua.

¿Qué era eso?

Rhett era el único que se había quedado con ella. Pareció divertido.

—¿Qué?

—¿Qué es... esto? —ella dio un paso atrás y volvió a la seguridad de la tierra del bosque.

—Es arena —él intentó no reírse—. ¿Nunca habías estado en una playa?

—¿Una... playa?

—Me lo tomaré como un no.

—Un momento —ella ató cabos y señaló hacia delante—, ¿eso es el... mar?

—Sí.

—¿Eso tan pequeño?

Rhett empezó a reírse, pero ella no lo entendió.

—Alice, esto no es todo el malo —estiró una mano hacia ella—. Y puedes caminar sobre la arena. No te comerá, tranquila.

Alice le puso mala cara, pero aceptó su mano y vio que los demás ya se estaban arreglando bien sin ellos. Trisha insultaba a Jake y Kilian porque ellos se habían quitado los zapatos y habían entrado al agua hasta los tobillos, salpicándola. Charles estaba sentado al lado, encendiéndose un cigarrillo y riendo.

Rhett se acercó a ellos mientras Alice se quitaba las botas y los calcetines y apoyaba el pie en la arena. Era una sensación extraña. Cosquilleaba. Y la arena estaba caliente por el sol, lo que contrastaba mucho con el frío que hacía. Seguro que Jake y Kilian se estaban congelando los pies en el agua.

Pasaron la mañana ahí mientras cada uno estaba ocupado con algo diferente. Kilian y Jake habían desaparecido un rato en el bosque, pero no tardaron en volver para molestar a la pobre Trisha, que estaba a punto de meterles las cabezas en el agua de una patada. Charles, por otro lado, había estado mareando a Alice y Rhett contándoles anécdotas de su vida. Ambos fingían que lo escuchaban, pero en realidad solo estaban tumbados en la arena pensando en sus cosas.

Menos mal que Rhett había pensado en traer algo de comer. Cuando ya había pasado gran parte de la tarde, Charles pareció cansarse de parlotear con ellos y se fue con los demás, uniéndose a la marcha para molestar a Trisha.

Alice suspiró y miró a su lado, donde Rhett repiqueteaba distraídamente los dedos en su estómago.

—Voy a reírme cuando tenga que quitarme toda la arena del pelo más tarde —murmuró ella.

—No me puedo creer que no supieras qué es la arena —él negó con la cabeza.

—Se supone que soy un androide de información... y no tengo información de nada —Alice puso mala cara, mirando al cielo.

—Sabes cosas.

—¿Como qué?

—Sabes hablar no sé cuántos idiomas. Y aprenderlos muy rápidamente.

—Sí, quizá eso hubiera sido útil cuando había gente con la que hablar.

Rhett se rio disimuladamente.

—Vamos, seguro que sabes algún dato inútil más.

—Mis datos no son inútiles —ella frunció el ceño—. Simplemente, no sabéis apreciarlos.

—Muy bien, ilumíname, ¿qué dato más conoces?

—Pues... sé todo lo que pasó en la época griega y romana. Literalmente. Todo. Puedes decirme un año cualquiera y te sé decir el nombre de una batalla.

—Venga ya.

—Ponme a prueba.

Él lo pensó un momento.

—432 a.C.

—Batalla del Istmo de Palene.

—243.

—Batalla de Resaena.

—Eh... 114 a.C. 

—No hay batalla, pero se construyó el primer templo de Venus.

—Vale, ¿y ahora cómo sé que todo es verdad?

Alice le sonrió.

—Puedes leerte un libro de historia.

—Prefiero morir sin saberlo —aseguró él en voz baja.

—¿No hacías historia en el instituto?

—Sí, desgraciadamente.

—¿Por qué no te gustaba?

—Alice, no me gustaba nada —murmuró—. Bueno, sí. Gimnasia me gustaba. Siempre era el más rápido de la clase.

—¿Hacíais competiciones para saber quién era más rápido? —ella puso una mueca.

Él sacudió la cabeza y luego frunció el ceño.

—¿Qué es eso?

Alice agachó la mirada y vio que, de su bolsillo, se asomaba un papel blanco perfectamente doblado. Se incorporó y la agarró, mirándola. Rhett también se sentó, curioso.

—Me la ha dado Tina. Eve la escribió. Para mí.

Rhett la observó durante unos segundos.

—¿No la vas a leer?

A Alice le resultó curioso que la carta pareciera naranja por la luz del sol, que se estaba empezando a ocultar. No tardarían mucho en tener que volver.

—No lo he hecho todavía —murmuró.

—Deberías hacerlo.

Alice miró de reojo a los demás. Estaban, al menos, a diez metros de distancia. Se habían cansado y estaban sentados, charlando y riendo.

—Sí, debería —murmuró, mirándola de nuevo.

Hubo un momento de silencio cuando ella no se movió en absoluto. Tenía un nudo en la garganta.

—No me puedo creer que estén muertos —murmuró, tragando saliva—. Ella y Davy, y los demás, yo...

Se detuvo cuando le empezaron a escocer los ojos. No había llorado en tres días, ¿por qué quería hacerlo ahora?

—Y... Ben —miró a Rhett, que la observaba en silencio—. Yo... lo siento mucho, Rhett.

Él esbozó una sonrisa triste.

—No digas que lo sientes como si la culpa fuera tuya.

—Es que... Max tenía razón —sacudió la cabeza—. Esto no es como el año pasado. Antes, si te equivocabas, te castigaban. Ahora, si cometes un error... alguien puede morir.

Miró la carta de nuevo y respiró hondo. No quería llorar. Notó la mano de Rhett en su espalda.

—Sé que no eran mis mejores amigos de la ciudad —murmuró—. Y sé que, quizá, tampoco lo hubieran llegado a ser de estar... ya sabes. Pero... es tan raro pensar en ellos. Pensar que no volveré a verlos nunca.

Lo miró en busca de una respuesta. Rhett pareció pensarlo un momento. Respiró hondo.

—Cuando se murió mi madre, quise culpar a todo el mundo de lo que le había pasado —empezó lentamente—. A mi padre, a los que no la habían traído aquí... algunas veces, también a mí mismo. Pensé que las cosas podrían haber sido muy distintas si solo una persona hubiera tomado una decisión correcta. Solo una.

Hizo una pausa y negó con la cabeza.

—Pero... luego me di cuenta de que no tiene sentido pensar en eso. Pensar en quién tenía la culpa de la muerte de mi madre no hizo que me sintiera mejor. No me la devolvió. Nada podía devolvérmela. Y creo que solo buscaba culpables porque no quería ser consciente de eso, de que no volvería.

Alice sintió que el nudo en su garganta aumentaba cuando él volvió a detenerse para buscar las palabras adecuadas. Le estaba resultando difícil hablar de eso y lo sabía.

—No hay nada que puedas hacer para que vuelvan —añadió Rhett, mirándola—. No tiene sentido buscar al culpable detrás de sus muertes. Ellos no querrían que lo hicieran. Las cosas pasan por algo, Alice. A todos nos llega nuestro momento en algún punto de nuestras vidas. Las de los demás no pueden detenerse por eso.

»Eve murió para proteger a su hijo. Y está vivo. Davy murió para protegernos a nosotros. Y también estamos vivos. Tienes que centrarte en eso. Sé que no es fácil, pero es lo mejor que puedes hacer.

Alice no supo qué decir durante unos instantes. Al final, tragó saliva para deshacerse del nudo de su garganta y lo miró.

—¿Puedo... preguntarte algo?

—Sabes que sí.

—Cuando... cuando pensabas en ella, en tu madre... en todo lo que habíais pasado juntos... ¿no te ponías triste?

Rhett se tomó un momento para responder.

—Lo triste no es pensar en los recuerdos que tienes con esa persona, Alice, sino saber que nunca podrás crear ninguno nuevo.

Él cerró los ojos un momento y luego los abrió, mirando la carta.

—¿Quieres que te deje sola para leerla?

Alice negó con la cabeza.

—No. Quédate.

—Vale —él la señaló con la cabeza—. Ábrela.

Alice apretó los labios, pero empezó a desdoblar la carta. Cuando la tuvo abierta, Rhett se inclinó sobre su hombro para leerla rápidamente. Alice respiró hondo antes de hacerlo también.


Hola, Alice.

Supongo que esto será un poco raro para ti. Después de todo, si Tina te da esta carta... bueno, las dos sabemos por qué será. Y también supongo que será poco después de que haya sucedido.

Sé que quizá no entiendas por qué te he escrito una carta a ti y no a otra persona. Pero... es importante para mí que la recibas y la leas. Necesitaba enviarla a alguien con quien confiara. Y tú me has demostrado que eres alguien en quien se puede confiar.

Llevo cuatro años en funcionamiento. Puede parecer poco, pero, en un mundo como esto, es muchísimo tiempo para un androide. Durante estos cuatro años, nunca, ni una sola vez, me sentí como si mereciera que me trataran como un humano. Había pasado tanto tiempo con los científicos que tenia asumido que éramos, simplemente, máquinas sin sentimientos. Y los creí. Hasta que me practicaron ese experimento y me dejaron embarazada. 

¿Te acuerdas cuando te dije que mis sentimientos por ese niño eran demasiado reales como para ser solo reflejos de sentimientos de humanos? Pues sigo pensándolo.

La cosa es, Alice, que tú has sido la primera androide que he conocido que se consideraba a sí misma algo más que una máquina sin sentimientos. Y he conocido a demasiadas como para que te tomes esto a la ligera. Cuando tú y tus amigos nos salvasteis de ese sótano, no podía creerme que alguien se estuviera molestando en arriesgar su vida por un androide. Y mucho menos otro androide acompañado de humanos.

Fue ahí cuando me di cuenta de que podía confiar en ti. Y en Rhett. Y en Kai. Y en Trisha.

Pero contigo me siento más unida. Quizá es porque también eres una androide, no lo sé. Por eso es a ti a quien va dirigida esta carta.

Lo he estado meditado durante mucho tiempo y quiero que mi hijo viva, pero no quiero que lo haga sin una familia. Sé que es injusto que te esté pidiendo esto, pero sé que tú le sabrás dar esa familia. Aunque no seas tú. Sé que encontrarás la manera de que crezca con alguien que lo quiera.

No quiero que mi hijo pasé sus primeros años de vida sin amor, como desgraciadamente nos pasó a nosotras. Quiero que entienda lo que es una familia. Y que sepa lo que es querer a alguien. Pero, sobre todo, quiero que no sepa lo que es sentirse solo y desamparado.

Ni siquiera he pensado en un nombre para él. Eso es lo peor. Te dejaré elegir eso a ti. O a quien quieras darle esa oportunidad. Confío en tu juicio.

Y, por favor, si tienes la opción de verlo cuando sea mayor... háblale de su madre. No de los científicos y del tiempo que pasé en esa caja de cristal, sino... de que intenté luchar porque viviera. Porque pudiera tener una vida mejor que la mía. Quiero que sepa que, aunque no estuve ahí, intenté cuidarlo hasta que no pude seguir haciéndolo.

Quiero que sepa mi nombre, Alice. Quiero que sepa quién he sido.

Sé que tú podrás hacerlo. Y, si no puedes hacerlo, sé que encontrarás a alguien que pueda.

Estas últimas semanas han sido las mejores de mi corta vida. Fue la primera vez que sentí algo parecido a la esperanza. Ojalá puedas conseguir lo que querías y todos los androides y humanos del mundo puedan experimentarlo también.

Gracias por abrirme los ojos, Alice. Te deseo toda la suerte el mundo.

Con cariño, Eve.


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