Capítulo 11
—Así que esto sirve para ver recuerdos —murmuró Davy, mirando la máquina como si fuera lo más interesante que había visto en su vida.
Alice no había visto a Davy desde hacía mucho tiempo. La última vez, había hecho que Rhett le disparara en la cabeza. Prefería recordarlo durmiendo en la parte de arriba de su litera, quejándose por el ruido.
Pero también había cambiado mucho. Ahora, él era el mejor de la ciudad respecto a tecnología, así que era el que se encargaba de todo lo relacionado con ello.
—¿Recuerdos? —repitió Max, escéptico.
Él, Rhett, Tina, Trisha y Kai estaban con ellos. Max era el único —a parte de Davy que se había acercado a la máquina para verla de cerca.
—No creo que sean recuerdos como tal —murmuró Davy—. No funcionaría en un humano.
—¿Y en un androide? —preguntó Max.
—Los androides por otra parte... no tienen el mismo sistema de funcionamiento. Tienen nuestras mismas partes del cuerpo pero son bastante inferiores a la hora de examinarlos —me miró—. No te ofendas.
—No me ofendo —aseguró Alice.
—Sus mentes son más accesibles —explicó Davy, pasando una mano por un teclado pequeño y extraño—. Pero no quiere decir que sea fácil acceder a ellas. Se necesita la colaboración del androide, especialmente si es un recuerdo complicado. Hay que saber... um... ¿cómo decirlo? Hay que saber por dónde ir. Por ejemplo, si quisiera preguntarle sobre su infancia, necesitaría saber si fue feliz, triste... qué personas la marcaron... algún suceso importante... eso haría que pudiera encaminar los demás recuerdos.
Alice recordó estar sentada en una mesa mientras la obligaban a decir la verdad sobre Alicia. Max y ella intercambiaron una mirada. Dudaba que a él se le hubiera olvidado la parte en la que lo torturaban para sacarle información.
—Pero... no dejan de ser recuerdos. Pueden ser adulterados por el androide. Como los humanos.
—¿Adulterados? —preguntó Rhett, confuso.
—No recordamos las cosas como son exactamente —murmuró Tina—. A veces, con el paso del tiempo... nos creemos que algo pasó de una forma cuando, en realidad, hemos cambiado algunos detalles sin darnos cuenta.
—Especialmente si esos recuerdos están basados en sentimientos muy intensos. Como odio, tristeza, euforia, miedo...
—Es increíble —Kai también se había acercado a la máquina—. Incluso se podría ver por esta pantalla.
—Sí, esos científicos sabían lo que se hacían —murmuró Davy, asintiendo con la cabeza.
—¿Tú sabes algo de tecnología? —preguntó Max a Kai.
Él se detuvo en seco cuando iba a tocar la pantalla. Siempre que Max le hablaba, parecía hacerse pequeñito en su lugar.
Aunque era cierto que Max intimidaba mucho si no lo conocías.
Y conociéndolo...
—Bueno, algo sé, pero...
—Genial, ya tengo ayudante —Davy le lanzó una herramienta que Alice no reconoció—. Usa eso para encenderla.
—¿A-ayudante?
—Es eso o mis clases —le dijo Rhett—. Tú eliges.
Kai dudó un momento antes de acercarse a la máquina e intentar adivinar cómo funcionaba.
—¿Cuánto tardaréis en hacer que funcione? —preguntó Max.
—No lo sé —Davy tenía el ceño fruncido mientras pasaba la mano por el lateral de la máquina, buscando algo—. Más de dos días, eso seguro. Es tecnología avanzada de androides. Y no estoy especializado en eso.
—Avísame cuando lo tengas —Max se dio la vuelta y salió de la sala, haciendo que los demás lo siguieran. Kai y Davy se quedaron dentro intentando adivinar cómo funcionaba.
—No ha estado mal —le dijo Max mientras se dirigían a las escaleras.
—No soy tan inútil después de todo —murmuró Alice.
Max decidió ignorarla cuando vio que Trisha se acercaba corriendo. Tenía cara de sorpresa. Y Trisha nunca tenía cara de nada que no fuera mala leche.
—Es Charles —dijo Trisha—. Dice que han visto algo desde el tejado.
—¿El tejado? —repitió Alice, confusa.
—Resulta que hay un tejado —Trisha negó con la cabeza—. Joder, he bajado cuatro pisos corriendo.
Max ya se había dado la vuelta y empezaba a subir las escaleras. Todos lo siguieron automáticamente, y Alice vio que él entraba en una de las puertas del último piso. Nunca la había visto abierta, pero había unas escaleras de piedra seguidas de una puerta grande. Max la abrió de un empujón.
El tejado era enorme, especialmente teniendo en cuenta que cubría todo el edificio. No tenía techo, solo grava y gente de pie mirando hacia el oeste. Era un grupo reducido. Vio que algunos eran de los suyos y otros de Charles.
Él estaba delante de todos, mirando un punto en concreto. Max fue el primero en llegar.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Alice vio la cara de Charles y supo que había algo muy malo. No lo había visto tan serio nunca. Estaba mirando fijamente un punto en el exterior de los muros de la ciudad.
Entonces, se giró y tardó un momento en darse cuenta de qué estaba pasando. Lo primero que vio fueron personas vestidas de negro en la nieve, como hormigas desde esa altura. Después, consiguió identificar coches blancos que apenas se veían por el color del suelo.
Tardó un segundo más en darse cuenta de que eran los coches de la Unión, pero los que iban a su lado no eran de la Unión. Eran de su padre. Del padre John.
—Así que era cierto que estaban juntos —murmuró Rhett, mirándolos.
Alice tenía la vista más avanzada que ellos, así que la clavó directamente en la mujer que los lideraba. No necesitó echarle más que una ojeada para verlo.
—Giulia —murmuró Alice.
Era la misma mujer que la había ido a buscar a Ciudad Central, la que le había quitado el primer dispositivo de la cabeza y una de las principales secuaces del padre John.
—¿Qué es eso? —preguntó Jake, que había aparecido a su lado.
—¿Qué demonios hacéis aquí? —se alarmó Tina al ver a Blaise y a Kilian con él—. ¡A vuestras habitaciones! ¡Ahora mismo!
—Pero, ¿qué pasa? —Jake miró a Alice, que no sabía qué decirle.
—Trisha —Max se giró hacia ella, que acababa de llegar—. Encárgate de que todos los menores de catorce vayan a su habitación.
—¿Tengo que volver a bajar? —ella estaba jadeando ya.
Él le dedicó una mirada que le dejó claro la gracia que le había hecho.
—Vale, vale —Trisha les hizo un gesto—. Venga, andando.
—¡Esto no es justo! —protestó Blaise.
—¿Te digo lo que no es justo? Tener que subir y bajar cuatro pisos tres veces seguidas. Así que anda y calla.
Desaparecieron con Trisha y Alice vio que Max apretaba los labios. No le gustaba lo que estaba viendo.
—¿No deberíamos ir a por armas? —preguntó Alice.
—Espera —Max la detuvo—. Quieren parlamentar.
—¿Parlamen... qué?
—Quieren negociar —le dijo Rhett—. Llevan una bandera blanca.
Alice dio un paso hacia delante para verlo mejor. Era cierto. Un chico detrás de Giulia sujetaba una pequeña bandera blanca. Cuando se giró hacia los demás, se dio cuenta de que se había quedado sola y se apresuró a seguirlos. Rhett era el único que la esperaba. Los dos juntos siguieron a los demás. Alice vio que le pasaban dos pistolas y él le daba una. Ella se aseguró de que estaba cargada casi por manía.
No había nadie por los pasillos, pero en el piso inferior estaban todos los soldados de la ciudad. Parecían agitados. Se abrieron paso para dejar pasar a Max, que abrió la puerta principal.
Las puertas del muro estaban cerradas, así que Giulia y los demás permanecían al otro lado de éste. Alice sintió que la miraba directamente a través de los barrotes.
—Abrid la puerta —murmuró Max.
Alice lo miró con cara de horror, pero no quiso decir nada. No podía cuestionarlo delante de todos.
Uno de los soltados hizo un gesto con el brazo y, los que estaban junto a las puertas, las abrieron para Giulia. Ella estaba esbozando una media sonrisa en medio de la oscuridad, iluminada por la espalda por la luces de los coches que la seguían.
Max empezó a avanzar solo hacia ella al mismo tiempo que ella también avanzaba sola, sin armas. Ningún soldado de ningún bando se movió. Los separaban veinte metros. Alice sentía que era muy poco como para sentirse segura.
Entonces, Giulia se detuvo en seco y Max hizo lo mismo, entrecerrando los ojos.
—Tú no —Giulia negó con la cabeza, señalándolo—. Ella.
Alice sintió que se le paraba el corazón cuando la señaló.
Todo el mundo se giró hacia ella. Incluido Max. No supo qué decir. Giulia sonreía.
Pero Max no la contradijo. Se dio la vuelta lentamente y volvió con los demás al mismo tiempo que Alice miraba a Rhett de reojo y se dirigía hacia Giulia, intentando no parecer nerviosa.
Cuando pasó junto a Max, él la agarró del brazo y la detuvo.
—No pierdas la calma —le dijo en voz baja.
Luego, la soltó y volvió con los demás.
Alice tragó saliva al ver que Giulia también se detenía en seco y volvía hacia atrás. Nadie salía de su grupo, pero ella no se detuvo hasta llegar a la mitad del camino. Se quedó ahí de pie, sola, mirando al grupo de gente vestida de negro. Giulia había desaparecido. Por un momento, pensó que se estaba equivocando en algo. Quizá tenía que acercarse más a ellos.
Pero, entonces, la gente de negro se apartó, abriendo un pasillo para quien iba a ser el que se acercara a ella.
El padre John.
Él iba vestido con su traje y un abrigo grande. Sujetaba un bastón de madera que tenía que apoyar cada vez que daba un paso. Alice entrecerró los ojos, ¿qué le habría pasado en la pierna?
El padre John no daba señal de ir armado. Alice se había escondido la pistola en la parte de atrás del cinturón. Esperó que no lo notara. Pero se sentía más segura con ella. Apretó los labios con fuerza cuando se detuvo delante de ella.
Era extraño tenerlo delante. No sabía cómo sentirse. Estaba enfadada, triste, confusa... Y sola. Delante de todos. Levantó la barbilla, tratando de demostrar un poco de valentía.
El padre John tenía un poco de barba canosa. Y le daba la sensación de que había adelgazado. Pero seguía teniendo la misma expresión en los ojos.
—Hola, Alice —le dijo con voz serena.
Ella no respondió. No porque no quisiera, sino porque su cerebro estaba entumecido. Estaba en blanco. No encontraba ni su propia voz.
—Me dijeron que te habías quitado el dispositivo de la cabeza —dijo él.
—No pareces muy enfadado —murmuró Alice, reaccionando por fin.
—¿Y por qué iba a estar enfadado? —el padre John esbozó una pequeña sonrisa—. Quizá te he infravalorado todo este tiempo. Tienes más ingenio del que parece.
—Y yo veo que sigues insultando de manera muy bonita —replicó ella.
Él soltó risotada leve, sacudiendo la cabeza. Seguía apoyado en su bastón. Alice vio que la parte en la que lo agarraba era una pequeña bola plateada. Incluso su bastón era de primera calidad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.
—He venido a verte.
—¿Cómo sabías dónde estaba?
—No es muy difícil saberlo —replicó él, ladeando la cabeza—. Después de lo que le pasó a tu antigua ciudad... bueno, no había muchas otras alternativas. Y debo decir que esta zona es de las mejores que se me podrían ocurrir para empezar de cero.
—Fuiste tú, ¿no? —preguntó ella tras un segundo de silencio—. Tú destruiste la ciudad.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque es lo que haces —no pudo evitar levantar la voz—. Cada vez que alguien te desobedece, lo destruyes.
El padre John la miró un momento.
—Tú estás viva, ¿no? —replicó—. Tus amigos están vivos. Tu hermano está vivo.
—No hables de Jake —advirtió ella en voz baja—. No tienes ningún derecho a hacerlo.
—No estoy aquí para solucionar nuestros problemas familiares, Alice.
—Porque no somos familia.
—He sido tu padre en dos vidas.
—Pero en ninguna de las dos me has tratado como a una hija.
Hubo un momento de silencio entre los dos. Él había perdido el semblante tranquilo por un momento. Alice tenía un nudo en la garganta.
—Como ya te he dicho —replicó él—, no estoy aquí para hablar de nuestros problemas personales.
—¿Y qué haces aquí? ¿Por qué quieres hablar conmigo? Max es quien lleva esta ciudad.
—Pero Max no tiene nada que ver con esto. No directamente, al menos.
Dio un paso hacia delante y Alice se tensó por completo, pero no se movió. El padre John seguía mirándola con calma absoluta.
—Los dos sabemos por qué estoy aquí, ¿verdad? —dijo él.
—Dímelo.
—Este no es tu lugar, Alice —él señaló el edificio—. Tu hogar está conmigo y con los demás androides. ¿Qué pasará si tienes algún problema de funcionamiento? Ellos no pueden arreglarte.
—Por ahora, no he tenido ninguno.
—Por ahora, tú lo has dicho. Pero tú sabes que ellos no son los tuyos.
—Sí lo son.
—No, no lo son. No son como tú. Tú no eres como ellos. Todos lo sabemos. Y, por mucho que estéis unidos, eso siempre será así. No hay nada que puedas hacer para arreglarlo.
—¿Y cuál es la solución? —preguntó ella—. ¿Convertir a todos los humanos vivos en androides?
El padre John esbozó una sonrisa.
—Pese a que me gustaría, no tengo los recursos para ello. Además, prefiero la calidad antes que la cantidad. Ya te dije que había tardado un tiempo en crearte. Pero el resultado ha sido óptimo.
—¿Óptimo? —Alice tuvo que reírse—. Soy el primer androide que decidió huir de ti, ¿crees que eso es un resultado óptimo?
—La inteligencia es poder, Alice. En el momento en que te di esa inteligencia, te di el poder de elegir. No todo el mundo tiene esa opción.
—¿Debería estar agradecida?
Él decidió ignorar la pregunta.
—¿Sabes? Estoy trabajando en un nuevo modelo de androides. Una nueva generación. Una distinta a la que hemos creado hasta ahora. Y tú podrías ayudarme.
—¿Yo?
—Claro —él sonrió—. Voy a necesitar muchos recipientes en los que depositar la inteligencia de mis androides, y creo que ahora mismo vives con casi trescientos.
Alice dio un paso atrás cuando se dio cuenta de lo que estaba insinuando.
—¿Me estás amenazando?
—Desde mi punto de vista, ahora mismo tenemos dos opciones —él apoyó las dos manos en el bastón, suspirando—. Podemos llegar a un trato. Nosotros dos. Sin que nadie salga herido. O podemos no llegar a ningún trato y... bueno, creo que todos sabemos qué sucede cuando me enfado.
Ella dudó un momento.
—¿Un trato? —repitió.
—Creo que no me gusta mucho esa palabra. Mejor... llamémosle acuerdo. Un acuerdo beneficioso para ambos. ¿Qué te parece?
—¿Qué... acuerdo?
—Oh, es muy sencillo —él sonrió—. Si tú y tu hermano venís conmigo, ellos viven. Si no, no me quedará más remedio que decirle a Giulia que proceda a convencerte... a su modo.
Alice lo miró de arriba a abajo. Le temblaban las manos. No sabía qué decir.
—Piensa en ellos, Alice —el padre John le puso una mano en el hombro y ella estaba tan entumecida que no se movió—. ¿Cuántos niños, padres, jóvenes, adultos...? ¿Cuántos hay ahí dentro? Muchos. Muchos que morirían si le dijera a Giulia que entrara en la ciudad ahora mismo y os masacrara. Y tú y tu hermano vendríais conmigo de todos modos.
Hizo una pausa mientras Alice agachaba la cabeza.
—¿Qué valor tiene la vida de un androide realmente, Alice? ¿Qué es la vida de un niño comparada con la de cientos de humanos?
Ella tenía un nudo en la garganta. Le seguían temblando las manos. No era cierto. No podía entrar en la ciudad, ¿no? Era imposible. Tenían buenas defensas. Tenían buenos soldados.
Pero ellos... eran más del doble. Y tenían mejor equipamiento.
—Sé que sería muy doloroso para ti, Alice —ella sintió un escalofrío cuando usó el mismo todo de voz que había usado en su momento cuando había confiado en él—. Sé que no es fácil. Podría borrarlos de tu memoria si quisieras. Sabes que tengo la tecnología suficiente como para hacerlo. No te acordarías de sus nombres, ni de sus caras, ni de nada que hayan hecho por ti. No sufrirías. Y ellos podrían seguir vivos.
Alice giró la cabeza y se encontró con Rhett, que la miraba con expresión tensa. Durante un momento, se sostuvieron la mirada el uno al otro. Fue suficiente como para que reaccionara.
—¿Como los androides con los que experimentaban en la Unión? —preguntó, levantando la cabeza—. ¿Como los habitantes de todas las ciudades que ahora solo son cenizas?
—Esas cenizas, Alice, son el recuerdo permanente de lo que sucede cuando tomas una decisión incorrecta.
—¿Y cuál es la decisión correcta, John? —preguntó, casi escupiendo la última palabra—. ¿Fiarme de alguien que hizo que mataran a su propia hija? ¿Que abandonó a su familia? ¿Que quería hacer exactamente lo mismo con su hijo?
—Te hice inmortal. Te hice superior.
—¡No me hiciste superior, me hiciste una máquina! —ella se quitó su mano del hombro—. Incluso te lo hiciste a ti mismo.
—No te maté, Alice.
—¿Y qué hay de la madre de Alicia?
—El mundo se divide en gente que tiene poder y gente que sigue ese poder porque esa es la única vida que conocen —replicó él—. Tu madre pertenecía al segundo grupo. No pude hacer nada por ella. No era capaz de ver lo bueno en lo que estábamos haciendo. La innovación que suponía.
—¡Porque querías matar a sus hijos!
—¿Estás muerta? —él seguía sin perder la compostura—. Yo creo que sigues respirando. Porque logré hacerme contigo. ¿Qué hay de ella? Siguió sus ideales y ahora no es más que polvo.
—Era... era tu mujer —Alice negó con la cabeza.
—Tú lo has dicho. Era. Me gusta vivir en el presente. Y, en mi presente, te necesito a mi lado. Y a tu hermano. Así que, ¿qué me dices?
Hizo una pausa.
—¿Vas a venir voluntariamente o voy a tener que usar la fuerza bruta?
Alice lo miró un momento, negando con la cabeza.
—Estás demasiado acostumbrado a que todo el mundo haga lo que tú quieres, ¿verdad? —sonrió amargamente—. Siento que hayas venido en vano, John. Espero que tengas un buen viaje de vuelta.
Se dio la vuelta y se alejó de él sin esperar una respuesta, pero ésta llegó igual.
—Tienes una semana Alice —replicó él a sus espaldas—. Estaré esperando tu respuesta.
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