Capítulo 1
Abrió la puerta lentamente, escuchando el crujido de la madera bajo sus botas.
El ambiente olía a humedad y a desuso, cosa a la que ya se había acostumbrado. A esas alturas, apenas lo notaba. Agarró la madera con más fuerza y terminó de abrir la puerta, sin hacer un solo ruido más. Tras esperar unos segundos en la penumbra, confirmó que no había nadie en la casa y metió la pistola en su cinturón.
En realidad, no tenía balas. Solo era para asustar. Esperaba no verse en un apuro hasta que encontrara algo para defenderse.
Alice entró en el salón y empezó a abrir los cajones, buscando cualquier cosa que le fuera a ser útil. No tardó en darse cuenta de que ya habían pasado por esa casa, porque la gran mayoría de ellos estaban vacíos o llenos de papeles chamuscados que, aunque quisiera, no hubiera podido leer porque estaban en un idioma que no conocía. Dejó los papeles a un lado y se fue a la cocina, donde solo encontró cubiertos oxidados y platos rotos en el suelo.
Menudo fracaso.
La mayoría de las casas de ese vecindario eran parecidas: un salón y una cocina en el piso inferior y dos habitaciones con un cuarto de baño en el superior. Alice ya se las sabía de memoria. No le extrañó no encontrar nada interesante en esa casa. Ni en la siguiente. Ni en la otra.
De hecho, no encontró nada hasta que llegó a la última casa que podía registrar antes de que anocheciera. Volvió a ver solo papeles y alguna que otra lata de comida que podía serles útil en caso de emergencia. Subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación principal. Por un momento, se quedó helada pensando que había algo, pero fue peor cuando vio lo que era.
Había habido alguien tumbado en esa cama en algún momento, pero ahora solo quedaban huesos y ropa. Alice se quedó mirando el esqueleto. Debía hacer, al menos, diez años que estaba ahí. Ni siquiera asustaba. Pero sintió una especie de escalofrío al pensar en cómo habría muerto.
No tardó en adivinarlo. Tenía una pistola en la mano. En la otra, tenía algo cuadrado. Avanzó con cuidado y se lo quitó de la mano, dándole la vuelta. Era un marco de una foto en la que había un hombre de unos treinta y pocos años de edad que encajaba con las medidas del que tenía delante. Sin embargo, tenía en brazos a una niña de no más de diez años que sonreía a la cámara con alegría.
¿Sería su hija? ¿La habrían...?
No. Dejó el marco donde lo había encontrado. No tenía que pensar en eso. Ya no serviría de nada. Siguió registrando las habitaciones intentando olvidarlo, y solo encontró una habitación de niña con juguetes viejos. Bajó las escaleras de nuevo.
Sin embargo, cuando salía de la casa se dio cuenta de que había un mueble que no había revisado. Estaba cubierto con una sábana oscura, lleno de polvo. Cuando Alice se acercó y tiró de la sábana, éste voló creando una pequeña nube que espantó de unos cuantos manotazos, tosiendo.
Frunció el ceño, intrigada, y pasó una mano por la madera pulida. Nunca había visto un mueble así. Era gigante, y tenía una forma extraña. Le extrañó aún más ver que tenía un pequeño banco delante. Pasó la mano por la superficie y encontró una parte que podía levantarse, así que lo hizo lentamente, descubriendo una especie de teclas blancas y negras. Tocó una y casi golpeó al mueble cuando emitió un sonido leve pero claro.
—¿Qué...?
Volvió a cerrar la tapa, asustada, y decidió volver con los demás.
Lo peor de la casa en la que se alojaban era que, para llegar, tenía que atravesar una pequeña parte del bosque. No le gustaba, y menos cuando anochecía y la única arma que tenía era un revólver sin cargar. No estaba mal para meter miedo y sentirse un poco más segura, pero a la hora de un combate —todavía no lo había tenido que probar, pero prefería que la cosa siguiera así— no le parecía demasiado útil.
Tuvo la suerte de que, al cruzar el río, logró atrapar un pescado lo suficientemente grande como para que esa noche no pasaran hambre. Se lo colgó del cinturón y llegó por fin a la casa. Estaba helada hasta los huesos. La nieve hacía más complicado caminar, y cada vez que respiraba le salía un halo de humo blanco por la boca, cosa que le parecía curiosa y divertida.
Finalmente, se metió como pudo entre dos troncos de árboles que dejaban un paso estrecho —apenas podía pasar ella—, bajó una pequeña pendiente, giró en el árbol con una pequeña marca, y por fin llegó.
La habían encontrado unos días después de tener que huir de su antigua ciudad. Eso ya había sido hacía dos semanas. Y parecía que había pasado solo un día. Aún así, el humo de la ciudad seguía estando presente, atormentándolos. Cada vez que se giraba, podía volver a ver la explosión.
Alice se detuvo junto a la puerta y llamó tres veces con los nudillos, dejando un segundo de margen para el último. Al instante, apareció la cara de Trisha, recelosa hasta que la vio.
—Ah, eres tú —dijo con mala cara.
—¿Esperabas visita? —preguntó Alice, divertida.
—Tenía la esperanza de que fuera alguien más interesante. Como Elvis Presley, así nos cantaría algo —replicó Trisha, cerrando la puerta cuando Alice entró—. Y que trajera comida.
Alice se quitó el pescado del cinturón y lo tiró junto a la chimenea encendida.
—De nada —dijo, señalándolo.
—Gracias, ser misericordioso —sonrió Trisha irónicamente.
—¿Quién es Elvos Presli? —preguntó Alice.
Trisha negó con la cabeza, ignorándola.
Alice puso los ojos en blanco mientras se quitaba los guantes, el abrigo y la bufanda. Además del gorrito rosa que había encontrado en una de las casas. Era agradable un poco de calor de fuego después de haber estado todo el día en la nieve.
—¿Cómo está? —le preguntó a Trisha.
—Amargado, como esta mañana. Y como ayer. Y como el otro día. Oye, de verdad, me está quitando las ganas de vivir. Y tampoco es que tenga muchas como para prescindir de ellas.
—No será para tanto —murmuró Alice, dejando el revólver y el cinturón en la estantería.
—Pues ve a verlo tú —Trisha señaló el pasillo—. Tú tienes sexo con él, tú lo cuidas.
—Qué más quisiera yo... —masculló Alice, dirigiéndose hacia el pasillo.
Trisha había estado de peor humor que nunca desde que habían salido de la ciudad. Alice podía entenderlo, ella tampoco recordaba nada de lo que había pasado. Ni siquiera estaba segura de qué le había pasado al antebrazo de Trisha. Y encima era el derecho, el que solía usar para las armas. No quería ni imaginarse lo que debía ser eso.
Mientras Trisha intentaba recuperarse, no podía ayudarla, así que se quedaba cuidando de Rhett, plan que parecía gustar tan poco al uno como al otro.
Rhett, por otra parte, había despertado unas horas después, mientras ellas buscaban un lugar en el que acampar. No tardaron en descubrir que la causa de su inconsciencia había sido que lo habían drogado de alguna forma, pero eso no era lo más grave; apenas podía caminar. Tenía una herida de bala en la pierna y, hasta que no se le curara —y parecía que iba a tardar un tiempo—, no podría caminar sin cojear. Y, por supuesto, no podría acompañar a Alice en el bosque, cosa que lo cabreaba profundamente.
Alice abrió la puerta de la habitación principal, que era igualmente pequeña, y notó la calidez de la otra chimenea. Trisha probablemente querría dormir en el salón esa noche. Siempre decía que el sofá era más cómodo que su cama. Alice prefería su cama antes que cualquier otra cosa.
Rhett estaba sentado en la alfombra y estaba rebuscando en una caja. Al oírla entrar levantó la cabeza con el ceño fruncido.
—Ya era hora —masculló de mala gana.
—Con estas bienvenidas, voy a terminar sin querer volver.
—¿Qué has estado haciendo hasta tan tarde? —preguntó él, dejando la caja a un lado—. Normalmente llegas antes de que anochezca.
—Estaba encontrando tu cena —Alice se acercó a él—. ¿Qué miras?
—El dueño de la casa tenía una colección interesante de películas, música, cómics... —levantó un disco y lo miró—. Lástima que solo podamos leer los cómics, y con la luz de una chimenea.
—A mi me gusta, es mejor que nada. —Alice se sentó a su lado.
Rhett la miró con una ceja enarcada.
—A mí me parece una mierda.
Ella sonrió y le señaló la pierna, donde tenía la herida.
—Déjame verlo.
—No.
—Rhett, quítate los pantalones.
—¿Y no me vas a pedir salir antes?
Se lo quedó mirando, haciendo que él sonriera y se pusiera de pie, bajándose un poco los pantalones.
Alice había encontrado un botiquín en una de las casas, pero no tenía nada que pudiera ayudar a Rhett de verdad, así que tenían que conformarse con alcohol y con vendas viejas.
Llevaba una venda rodeando el muslo justo por encima de la rodilla. Alice lo miró detenidamente, asegurándose de que no se había hinchado ni sangraba. Todavía recordaba cuando tuvo que quitarle la bala y coserlo mientras Trisha le sujetaba los hombros. Solo de pensarlo le daban escalofríos.
—¿Todo bien ahí abajo? —preguntó Rhett de brazos cruzados—. Porque me estoy congelando el culo.
—Debería cambiártela.
—No necesitas hacerlo cada día, Alice —puso los ojos en blanco.
—Tina hubiera dicho que...
—No tenemos tantas vendas.
—Encontraré más, entonces.
—Claro, búscalas en el supermercado que hay justo aquí al lado. La dependienta es simpática, aunque a veces no da bien el cambio.
—¿Qué es un supermercado? —preguntó ella, confusa, separándose.
Justo en ese momento, Trisha llamó a la puerta.
—Vestíos. Los dos —dijo, al otro lado de la puerta.
—Estamos vestidos —le dijo Alice.
Abrió la puerta de golpe y Rhett se subió los pantalones de un tirón, casi cayéndose de culo.
—¡Yo no estaba vestido, Alice!
—Gracias por darme esa imagen —dijo Trisha con mala cara—. Seguro que se me quedará grabada en la mente durante lo que me queda de vida.
—De nada, entonces —Rhett sonrió irónicamente.
—No era algo bueno.
—Ya te gustaría verlo cada día.
—Quizá cuando te cortes el pene y te salgan tetas, sí.
Alice puso los ojos en blanco.
—Parecéis dos niños pequeños —murmuró.
—Ella es la niña —masculló Rhett, dándoles la espalda para subirse la cremallera de mal humor.
—Tú sí que eres un ni...
—Bueno, ¿nos llamabas por algo? —Alice interrumpió la discusión tonta.
—¿Eh? —Trisha frunció el ceño—. Ah, sí. Hay un tipo en la puerta. Parece un asesino en serie.
Rhett y Alice intercambiaron una mirada al instante.
—¿Qué? —Alice se acercó a la estantería y se puso el cinturón—. ¿Y nos lo dices tan tranquila?
—¿Y yo qué sé?
Alice la apartó y se guardó el revólver en la mano que ocultaría tras la puerta. Vio que Rhett intentaba acercarse con ella cojeando, pero Trisha lo metió otra vez en la habitación de un tirón de camiseta.
Alice respiró hondo y puso una mano en el pomo. Lo giró lentamente y el aire frío le caló los huesos al instante. Trisha se mantuvo junto a la puerta de la habitación, pero también parecía algo tensa.
Cuando abrió la puerta lo justo para que pudiera asomarse, vio a un hombre de unos treinta años, vestido con un mono militar y con una pistola enfundada en el cinturón. Tenía expresión hosca, pero al mirarla sonrió.
—¿Qué? —preguntó Alice frunciendo el ceño.
—Perdona la intromisión a estas horas —dijo él amablemente.
Tenía otros cinco hombres detrás. Todos vestidos iguales, solo que el que hablaba con ella llevaba una gorra negra, o eso parecía. Eso le dio aún menos confianza a Alice.
—¿Quién eres? —preguntó secamente.
—Soy el sargento Phillips, señorita —dijo, ofreciéndole su mano.
Alice miró de reojo a Trisha, que parecía algo reacia a fiarse de él. Pero no quería arriesgarse a llevarse mal con seis desconocidos armados. Extendió la mano libre y apretó la suya. Tenía un agarre firme y seguro. Pero seguía sin confiar en él.
—¿Puedo saber tu nomb...?
—¿Qué queréis? —preguntó ella directamente.
—Verás, mis hombres y yo nos estamos congelando aquí fuera. Por si no te has dado cuenta, está nevando —dijo—. Si no te importara...
—Sí me importa —ella clavó la pistola en la puerta—. Podéis decirnos lo que queráis o marcharos. Elegid.
El sargento suspiró, como si en el fondo se esperara esa reacción. Sus hombres ni siquiera reaccionaron.
—Verás, somos una patrulla de vigilancia —empezó—. Nos dedicamos a vigilar los alrededores de nuestra ciudad. Anoche vimos una luz en esta casa y no pudimos evitar venir a ver quién había dentro.
—Nos iremos por la mañana —aseguró Alice—. No sabréis nada más de nosotros.
—No hemos venido a echar a nadie —le dijo el sargento enseguida—. Al contrario... solo queríamos ver quién había, y si tenéis algún lugar al que ir.
Alice frunció el ceño, bajando un poco la pistola.
—¿Por qué?
—¿Has oído alguna vez hablar de la Unión?
Alice negó con la cabeza lentamente.
—Verás, yo formo parte de ella—explicó el hombre—. Surgió cuando cayeron las bombas. Es una iniciativa de los supervivientes. Hemos creado una ciudad, o más bien una comunidad en la que acogemos a todos los supervivientes que encontramos por el camino. Nuestro objetivo es repoblar las ruinas de lo que queda de nosotros. Y no podemos prescindir de nadie que esté dispuesto a apoyarnos.
Hizo un ademán de acercarse y Alice se tensó. El hombre se detuvo enseguida.
—¿Por qué lo hacéis? —preguntó ella.
—Ya te lo he dicho. Queremos recuperar las cosas... tal y como eran. Y no hay otra forma de hacerlo que encontrando a cuanta más gente mejor, ¿no crees?
Alice dudó unos segundos. Incluso Trisha parecía estar dudando.
—¿Puedo pasar? —preguntó él—. Podría explicarme mejor si no estuviera temblando.
Alice miró al hombre de arriba a abajo, con desconfianza.
—Solo tú —dijo, finalmente—. Ellos se quedan fuera.
El hombre asintió con la cabeza a sus hombres, que miraron a Alice con desconfianza, pero no hicieron un solo gesto cuando el sargento se metió en la casa.
El hombre era alto, y Alice ya se estaba planteando formas de abatirlo si llegaba a ser necesario. Trisha, al otro lado de la habitación, parecía estar haciendo lo mismo. Rhett estaba mirando desde la puerta de la habitación con el ceño fruncido. El hombre los miró a todos con una sonrisa.
—Sargento Philips —se presentó amablemente—. Un placer conoceros.
Ninguno respondió.
Alice señaló una silla, metiéndose el arma en el cinturón. El hombre se sentó con calma. Parecía completamente fuera de lugar en un sitio como ese.
—Creo que lo justo sería que solo fuéramos tú y yo —le dijo a Alice sonriendo—. Después de todo, yo he tenido que dejar a mis hombres fuera.
Ella vaciló, pero después miró a sus dos amigos. Trisha arrastró a Rhett, que protestó, hacia la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Alice se sentó delante de él, que sonrió.
—¿Puedo saber ahora cómo te llamas?
—Alice —dijo ella secamente—. ¿Qué quieres decirme?
—Veo que te gusta ir al grano, Alice —dijo él—. Es mejor así. Lo que quiero es que tú y tus dos amigos os unáis a nosotros.
Ella entrecerró los ojos.
—Estamos bien por nuestra cuenta.
—¿Lo estáis?
—Mucho mejor que en una ciudad, te lo aseguro.
Después de haber visto cómo había terminado la suya, había tenido más que suficiente de ciudades.
—No creo que realmente pienses así —sonrió el sargento.
—Pues yo sí lo creo.
—Entonces, ¿por qué me has dejado entrar?
Alice dudó.
—Porque soy una persona educada.
—Bueno, yo también me considero una persona educada —dijo él solemnemente—. Por eso, me gustaría insistir en que os unáis a nosotros.
—Y a mí me gustaría insistir en que no estamos interesados.
—Piénsalo bien, Alice.
—Lo he hecho.
—No lo creo —dijo él—. De hecho, creo que no estás pensando en absoluto en tus amigos.
—¿Perdona? —preguntó ella, irritada.
—Ya me has oído, Alice. He visto el brazo a tu amiga. Y he visto a tu amigo cojeando. A juzgar por las heridas de tu cara y de lo curadas que están, deduzco que hará unas... dos semanas que vivís así, ¿me equivoco?
Ella no respondió, pero su mirada se endureció.
—También podría aventurar que esas heridas de tus amigos son bastante más graves de lo que tú crees. De hecho, por el aspecto de la chica, me sorprende mucho que no se le haya infectado la herida. Y por el del chico, sea lo que sea lo que le tocó la pierna, lo hizo bien, porque si fuera una herida pequeña ya no cojearía.
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó ella directamente.
—Alice, los dos sabemos que aquí fuera no tenéis nada —suspiró él—. No tenéis posibilidades. Y pronto, teniendo en cuenta la posibilidad de que se les infecten las heridas, no tendrás, ni siquiera, a tus amigos. En mi ciudad hay hospitales, camas y comida. Te ofrezco eso.
—¿A cambio de qué?
—A cambio de que estéis de nuestra parte, por supuesto.
—¿Y qué es vuestra parte?
—La parte de la unión y la prosperidad. ¿Qué me dices?
Alice lo pensó durante unos segundos, repiqueteando los dedos en el sillón.
—No.
Él suspiró.
—Creo que deberías pensar mejor tu respuesta, Alice.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque creo que es mejor prescindir de lo que crees que es tu orgullo por un momento y pensar en tus amigos —el hombre señaló la puerta de la habitación—. Son ellos o tú. Y por tu forma de protegerlos, no creo que tu objetivo sea que mueran, ¿no?
Ella no respondió.
—Mi oferta sigue en pie —dijo él—. Tenemos un convoy de coches fuera de las ruinas, justo en la salida del este. Mañana por la mañana, cuando salga el sol, nos dirigiremos a casa. Hay tres asientos libres. Pueden seguir libres o no. Tú eres quien decide.
El hombre se puso de pie, se ajustó el sombrero, y se marchó sin decirabsolutamente nada. Alice lo observó en silencio, viendo de reojo que Rhett y Trisha salían de la habitación.
—Bueno —Trisha se cruzó de brazos—. ¿Qué queréis hacer, tortolitos?
***
—Me alegro de que hayáis tomado la decisión correcta —había dicho el sargento con una sonrisa cuando los había visto llegar.
Alice se había quedado mirando su transporte con el ceño fruncido. Los coches eran muy distintos a los que recordaba ella. Eran completamente blancos. No parecían tener ruedas, ni ventanas, ni puertas. Parecían cajas blancas ovaladas. Había cinco. Y eran lo suficiente grandes como para que cupieran todos en una.
—Tardaremos poco más de veinte minutos en llegar —dijo el sargento—. Yo lidero la marcha, así que os acompañará... Pero, ¿dónde se ha metido ahora? ¡Kai!
Kai resultó ser un chico no mucho mayor que Alice, flacucho, que llevaba un traje del ejército que le iba gigante. Mientras corría hacia ellos, se tropezó y se cayó de bruces al suelo. Trisha soltó una risa entre dientes.
—Aquí estoy —dijo Kai cuando llegó, jadeando—. Estaba... eh...
—Acompaña a nuestros invitados —lo interrumpió el sargento—. Y, por Dios, átate los cordones.
Kai se los ató torpemente antes de hacerles señas para que lo siguieran. Alice no estuvo muy convencida, pero lo hizo.
Los tres se quedaron asombrados cuando Kai presionó un botón de un pequeño dispositivo de su muñeca y lo pasó por el lateral del coche. Al instante, se abrió una puerta. En el interior, Alice tragó saliva al ver que no parecía haber techo ni paredes, ya que era todo cristal. Sin embargo, no se veía nada desde fuera. Ni siquiera tenía lugar para conductor, era un sofá continuo —que parecía limpio y cómodo— con varios armarios debajo. Kai se sentó en el sofá y los llamó con gestos frenéticos.
—¡Subid, adelante!
Trisha fue la primera en hacerlo. Tocó el sofá con la mano y se sentó lentamente. Alice vio que Rhett soltaba una palabrota cuando intentó subirse, pero con la pierna así no podía. Kai hizo un gesto para ayudarlo, pero con la mirada que le clavó, volvió a su asiento al instante.
Al final, Alice lo ayudó y se sentaron ellos dos al lado contrario.
La puerta se cerró cuando Kai tocó su muñeca, sonriendo.
Parecían los tres completamente fuera de lugar. Flacos, sucios, con ropa vieja y rota, heridos... contrastando el pelo perfectamente peinado de Kai y su sonrisa nerviosa.
—¿No son una pasada? —preguntó, mirando a su alrededor—. Los coches, digo. Nuestro centro de tecnología es de los mejores del mundo ahora mismo... creemos. Porque tampoco queda mucha competencia, ¿eh? Je, je, je...
Alice agarró instintivamente a Rhett del brazo cuando vio que por la ventana cerrada el paisaje se movía cada vez más rápido, hasta que fue solo una mancha borrosa. Kai sonrió.
—No te preocupes. No nos chocaremos. Estos trastos tienen un dispositivo para esquivar los objetivos y las rutas programadas. Hay gente a la que le marea mirar por la ventana... si quieres cambiamos el paisaje.
—¿Cambiar el paisaje? —preguntó ella.
—Sí, en ese mando de ahí. También tienes la temperatura, la música... todo eso.
Alice agarró el pequeño mando blanco y vio las letras y los números. Curiosa, pulsó un botón y vio que a su alrededor el paisaje se volvía el cielo. Abrió los ojos como platos y pulsó otro. Ahora, era bosque.
—Sube la temperatura... ahí, sí, muy bien —Kai sonrió—. ¿No es genial?
—Sí —admitió ella.
—Cuando vienen los recién llegados, siempre se quedan maravillados —comentó él—. ¿Cómo os llamáis?
Alice vio que sus amigos lo miraban con mala cara, así que hizo un esfuerzo por llevarse bien con Kai, que le pareció buen chico.
—Alice, Rhett y Trisha.
—Oh... ¿y cómo es que no teníais dónde ir? Bueno, mejor no me digáis nada. Ya se lo diréis al alcalde, que querrá veros. Es un buen tipo. No estéis nerviosos. En fin... ¿tenéis hambre? Hay comida y bebida en los armarios.
Al instante, Trisha abrió un armario y vio que estaba lleno de botellas. Debajo de Alice, había botes y bolsas de plástico llenas de comida.
—¡Pásame esa! —señaló Trisha. Ella lo hizo—. No me lo creo. Son golosinas. No he comido una desde... joder, no sé ni cuánto hace.
—Hay más si queréis —sonrió él—. Y alcohol, tabaco... en fin, cualquier cosa que queráis.
Alice agarró algo rectangular y Trisha le dijo que era chocolate. Lo rompió con las manos y se lo llevó a la boca. Se quedó maravillada, preguntándose por qué no había comido eso hasta ahora.
—¿Y cuál es el truco? —preguntó Rhett, que estaba examinando una botella con el ceño fruncido.
—¿El truco?
—¿Por qué nos dais todo esto? No nos conocéis.
—No podemos permitirnos el lujo de desconfiar de la gente si queremos que confíen en nosotros —explicó Kai—. Queremos a gente nueva, especialmente a gente joven que... esperad, ¿sois pareja?
La pregunta los pilló por sorpresa. Rhett destapó la botella en medio del silencio. Alice se aclaró la garganta.
—Sí —dijo ella, al final.
No entendía muy bien por qué le había costado tanto decirlo.
—¡Eso es espléndido! —exclamó Kai—. Nos encantan las parejas. Especialmente las parejas jóvenes. Sois lo ideal para repoblar una zona. Sobre todo, si queréis procrear.
—¿Procrear? —preguntó Alice.
—Ya sabes, tener hijos.
Rhett, que estaba bebiendo, se atragantó.
—¿Hijos? —repitió Alice, parpadeando.
—Sí, bueno, es algo que nos gusta como iniciativa. ¿Qué mejor para iniciar una nueva civilización que una nueva generación de personas que se hayan criado en ella?
La cuestión pilló por sorpresa a Alice —y a Rhett también, que todavía estaba tosiendo—, pero por un motivo muy distinto. Nunca se había planteado la posibilidad de tener hijos. Ni siquiera sabía si podía tenerlos.
—¿Lo tenéis pensado? —preguntó Kai.
—No —soltó Rhett.
—Sí —dijo Alice, mirándolo con una sonrisita, volviendo en sí—. Cuatro. O cinco.
—¿Cinco? —Rhett abrió los ojos como platos—. ¿Te has vuelto loca?
—¿Quieres más?
—¿Más...? ¿Qué...? ¡No!
—Es que le gustan mucho los niños —dijo ella—. Pero no creo que sean necesarios tantos. Eso sí, uno solo no, porque mira como salen. Mírate a ti, Rhett.
—¿Y yo qué tengo de malo? —se enfurruñó él.
—Nada. Eres perfecto.
—Sí, ya —Rhett sonrió irónicamente.
Kai parecía pasárselo en grande, aunque no entendía nada.
—¿Y tú tienes pareja, Trisha?
Ella tragó lo que tenía en la boca y lo miró de reojo.
—Soy lesbiana, manca, amargada y peleona. ¿Crees que tengo pareja?
—Oh... eh... —él se aclaró la garganta—. Bueno, seguro que encuentras a alguien en la ciudad que te llame la atención. Hay mucha diversidad de personas.
—No la suficiente. Y no me gusta la gente —aseguró ella con la boca llena.
—En todo caso, si sois una pareja, probablemente os den una casa —dijo él, sin saber qué decir a Trisha.
—¿Una casa? —preguntó Alice, sorprendida.
—Sí. Ya os lo he dicho. Todo forma parte de la iniciativa.
—¿Y yo qué? —preguntó Trisha.
—Tú vivirás con ellos de forma temporal, probablemente.
Trisha puso mala cara.
—¿Mientras procrean?
—Aquí nadie va a procrear —aseguró Rhett.
No hablaron mucho más en lo que quedaba de viaje, estuvieron todo el rato comiendo y bebiendo como nunca. Sin embargo, cuando llegaron a la ciudad, las puertas se abrieron de nuevo. La cara de una chica vestida con unos vaqueros y una camisa blanca apareció, sonriendo.
—Bajad, por favor.
Obedecieron. Alice ayudó a Rhett de nuevo, que no parecía estar tomándose demasiado bien el tener que depender de que alguien lo ayudara.
A su alrededor, Alice solo vio un enorme aparcamiento subterráneo con, al menos, cincuenta de los coches blancos que los habían transportado. Vio un grupo de gente vestida de ejército dirigiéndose a la salida, a unos metros de ellos. La chica, que llevaba puesto un auricular, les sonrió.
—¡Bienvenidos! —dijo—. Soy...
Alice ni siquiera lo recordó. No había terminado de hablar cuando los guió por el pasillo blanco, las escaleras y un nuevo pasillo, aunque muy distinto al anterior. Era completamente de cristal, incluso el suelo. Alice miró, debajo de sí misma, como se desplegaba una enorme ciudad muy distinta a la que ella estaba acostumbrada. En lugar de casas medio destruidas, todas parecían completamente reformadas y tenían aspecto de nuevas. Además, la gente iba vestida de forma corriente por las calles que habían limpiado de nieve. Alice tragó saliva cuando vio el enrome muro que rodeaba la ciudad. Además de la numerosa cantidad de guardias vestidos del ejército que se paseaban.
—Espero que no tengáis miedo a las alturas —dijo la chica, sonriendo.
No tardó en cambiarse por otra chica similar. Esta, les subió a un ascensor de cristal que los bajó hasta el nivel de la ciudad. Pero no fueron por esta, sino por otro pasillo iluminado, con cuadros y pinturas. Subieron otra escalera, la chica empujó una puerta, y esta vez un chico del ejército fue el encargado de guiarles por una calle desierta hasta un pequeño edificio de colores cálidos. Alice frunció el ceño mientras entraban. En su interior, había un pequeño salón con escaleras de caracol de madera en ambos lados, que subían a un rellano superior con varias puertas. Había un hombre sentado con un periódico en la mano. Iba vestido de forma completamente normal. Se puso de pie al instante.
—¡Bienvenidos! —exclamó, haciéndoles un gesto para que se acercaran. El guardia se marchó—. ¡Qué bien, caras nuevas! Lo echábamos de menos, os lo aseguro. Pasad, pasad...
—¿Dónde vamos? —preguntó Trisha, mientras lo seguían escaleras arriba.
—A que os aseéis y a que os miren las heridas, claro. Habrá que saber si estáis sanos. Estáis en el centro de bienvenida.
Había dos sofás rojos en el rellano superior. El hombre se detuvo en una de las puertas.
—Soy Eugene, por cierto —se presentó amablemente—. Siempre voy a estar aquí, a vuestra disposición. Imagino que la ciudad os parecerá un poco grande al principio, pero para eso estoy aquí; si necesitáis cualquier cosa, no podéis venir a verme, pero no dudéis en llamarme. Después de todo, es mi trabajo.
Los miró más atentamente.
—Vosotros dos deberíais ir primero con la enfermera —abrió la puerta, que daba a una sala blanca con una mujer y un chico que iban vestidos de enfermeros—. Tú, sin embargo, puedes venir a hacerte la ficha.
—¿Qué ficha? —preguntó Alice.
—Es solo un trámite. Nos gusta saber quién entra y sale de la ciudad —dijo él—. Vosotros dos, entrad, no os preocupéis. Os la devolveré en un momento.
Alice y Rhett intercambiaron una mirada antes de separarse. Ella siguió al hombre, que se dirigió a la puerta contigua, donde tenía un pequeño despacho perfectamente ordenado. Le indicó que se sentara en una de las mullidas sillas mientras él se ajustaba las gafas sobre el puente de la nariz, sacando sus papeles.
—No te preocupes, será solo un momento —aseguró—. Además, pareces una buena chica. Seguro que no vas a tener que volver.
—¿Volver?
—Aquí solo vuelve la gente que tiene que abandonar la ciudad —dijo él tristemente—. No es que me guste, pero es mi trabajo.
—¿Y por qué la abandonan?
—Aquí somos muy estrictos con el vandalismo —aseguró él—. Cada ciudadano tiene cierta cantidad de oportunidades, pero, una vez gastadas, no nos queda más remedio que echarlo.
—¿Y si, simplemente, quieren irse?
Él sonrió.
—Eso no ha pasado nunca.
Extendió un papel en la mesa y agarró un lápiz, mirándola.
—¿Nombre?
—Alice —dijo ella.
—¿Alice qué más?
Ella se quedó en blanco. Estuvo a punto de decir el de Alicia, pero se contuvo al instante.
—Prefiero dejarlo en mi nombre.
—Como quieras —sonrió—. ¿Edad?
—Dieciocho.
—¿Cuándo cumples años?
—¿Es necesario rellenar todo esto ahora? —preguntó ella torpemente.
El hombre se quedó mirándola un momento.
—¿Nombres de tus amigos y edad?
Se lo dijo todo. El hombre apuntó a toda velocidad. Parecía acostumbrado a hacerlo.
—Bien, bien —murmuró—. ¿Eres pareja de alguno de los dos?
—De Rhett —dijo ella.
—Entonces, estáis de suerte. Acabamos de restaurar una de las casas del centro de la ciudad. Hay habitaciones de sobra, así que, si no tenéis ningún problema, vuestra amiga puede vivir con vosotros.
Alice estuvo a punto de ponerse de pie, pero se detuvo cuando él le hizo una seña.
—Casi se me olvida —dijo, sonriendo—. Los tres sois humanos, ¿verdad?
Ella se quedó un momento en silencio. El corazón se le aceleró.
—Sí —dijo, con sorprendente confianza—. ¿Qué íbamos a ser si no?
—Claro —el hombre sonrió, sin un ápice de sospecha—. ¿Y se os da bien algo en particular? ¿Tecnología, la gente, la cocina, las armas...?
—Las armas y el combate.
—Oh, eso es magnífico.
Diez minutos y muchas preguntas después, Alice por fin se pudo poner de pie, dispuesta a salir del despacho. Eugene la guió hacia la puerta con una sonrisa que no se le había borrado en todo el rato.
—Un compañero os dará las llaves de la casa y os informará de todo lo demás —le dijo—. Espero que os guste la ciudad. Es una maravilla, no cabe duda.
Alice le dedicó una pequeña sonrisa, más por educación que nada más.
—Gracias, Eugene.
—No hay de qué, Alice —le dijo, dándole una palmadita en la espalda—. Bienvenida a la Unión.
¿Cómo estáis? ♥️
Espero que la espera no se os haya hecho larga. Y también que os haya gustado el capítulo. ¡Gracias por la paciencia!
La ganadora del mini-concurso eligió el nombre de Kai, que ya ha salido en este capítulo, u la verdad es que me ha quedado un poco largo. Parece que la historia empieza un poco lenta, pero no os preocupéis, porque la cosa se acelerará enseguida :P
Intentaré subir, al menos, un capítulo por semana. Puedo subir más o menos, dependiendo del tiempo que tenga. Intentaré que sea más, claro, jajaja
Estaré leyendo vuestros comentarios ♥️
-Juju
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top