8 - 'El cometa'

Ya hacía dos semanas que estaba ahí.

Había empezado a planear una huida de emergencia para ir hacia el este, tal y como le había dicho su padre. Su idea era provocar una distracción de algún modo para salir por el hueco que había hecho ella misma con el coche. Pero sabía que eso podía salir mal de muchas formas distintas... así que tenía que pensar en algo mejor mientras, a la vez, seguía adaptándose a vivir ahí.

Cada día tenía peleas por la mañana, y lo peor era que ya no eran solo con Trisha —aunque las suyas siempre eran las peores—, sino con cualquiera de sus compañeros. Siempre las perdía. Siempre.

Después, comía puré de dudosa calidad dos veces al día, se iba a dormir con dolor por todo el cuerpo —por lo que tenía que visitar a Tina casi a diario— se despertaba alterada por sueños que no tenían sentido... y por la mañana vuelta a empezar. Y todo se repetía. Una y otra vez.

Al menos, había encontrado un pequeño escape en todo eso, y era el entrenamiento de tarde. Ahí no tenía que preocuparse por los demás —o por los puñetazos—. Ni siquiera tenía que hablar con nadie si no quería hacerlo. Había ido mejorando poco a poco a la hora de disparara. Ahora, ni siquiera Rhett tenía comentarios ingeniosos para criticarla.

No sabía si era bueno o malo, pero ese chico —¿era correcto llamarlo chico siendo su instructor?— siempre tenía algo que opinar sobre ella. Siempre. Y solía ser malo.

Si Alice pudiera decirle lo que pensaba de él...

Bueno, en realidad no estaba muy segura de lo que le diría. Tenía sentimientos contradictorios.

Por una parte, le molestaba que siempre la criticara. Cada vez que lo hacía, le entraban ganas de lanzarle algo a la cabeza. Por otra... bueno... más de una vez se había encontrado a sí misma siguiéndolo con la mirada durante mucho más tiempo del necesario.

Pero claro, cuando él se daba cuenta le soltaba un ¿qué miras, iniciada? y ella volvía a centrarse en sus cosas, notando la cara extrañamente caliente.

Según Jake, Dean y Saud, la criticaba porque la veía capaz de mejorar y esa era su forma de motivarla a hacerlo, pero ella no estaba tan segura. Y más cuando en las peleas, al terminar, sujetándose alguna parte dolorida, Rhett remarcaba algo que era más que evidente.

"No sabes defenderte, iniciada."

"Tienes que mejorar tu guardia, iniciada."

"Espero que el dolor que sentirás esta noche te recuerde que deberías mejorar tu defensa, iniciada."

Uuuughhhhh... qué odioso podía llegar a ser.

Ese día, Alice agarró una bandeja sujetándose una costilla dolorida, le sirvieron el asqueroso puré al que se estaba empezando a acostumbrar, y fue a sentarse con Jake y los demás. Estaban hablando entre ellos en voz baja, como si contaran algún tipo de secreto.

—¿De qué habláis? —preguntó, curiosa.

—Dicen que esta noche pasará un cometa —le dijo Dean, sonriendo—. ¿No sería genial poder verlo?

—Pero... ¿se podrá ver? —preguntó Jake.

—La nube de contaminación ya se ha movido bastante —Saud jugueteaba con su cuchara—. Se ve casi todo el cielo de la zona.

—¿Y qué os impide ir a verlo? —preguntó Alice.

¡Nunca había visto un cometa, solo había leído sobre ellos! De pronto, la idea le parecía emocionante. Quería ver uno.

—Si nos pillan paseando por la ciudad por la noche, nos colgarán del muro —Jake frunció el ceño.

Alice palideció.

—¿Nos colgarán...?

—Es una broma, Alice —replicó pacientemente Jake.

—¿No sabes ni lo que es una broma? Tu vida debía ser tan aburrida... —Saud negó con la cabeza.

—Volviendo al tema... —Dean los miró—, ¿cómo lo hacemos?

Alice lo pensó un momento.

—Si salís de la habitación sin que nadie se entere... no pasará nada, ¿no?

Ella misma se sorprendió con su propio afán de romper las normas.

¡¿En qué se estaba convirtiendo?!

Una semana antes eso le habría parecido una locura innecesaria. Ahora... empezaba a sonar extrañamente emocionante.

De pronto, vio como la mirada de Jake se clavaba por encima de su cabeza y adoptaba una expresión casi perpleja. Alice se dio la vuelta, extrañada y se sorprendió al ver a Rhett ahí de pie, mirándola.

Como siempre, tenía una pequeña sonrisa burlona que la hacía sentir como una idiota. Parecía permanente. Y supuso que ahora era a causa de que se había atragantado con el puré de la impresión.

Si alguna vez aprendía a dar un puñetazo correctamente, esa sonrisita burlona sería uno de sus primeros objetivos.

—Tú —Rhett la señaló—. Sígueme.

—No he terminado de comer —gimoteó.

Rhett enarcó una ceja.

—¿Tengo cara de que eso me importe?

Jake sonrió ampliamente cuando le pasó la bandeja y se puso de pie para seguir a Rhett, que salió de la cafetería. No estaba segura de si era bueno que hubiera ido a buscarla, porque todos se habían quedado mirándola como si acabara de matar a alguien.

De todos modos, se apresuró a mantener su ritmo. Rhett andaba a grandes zancadas, poco preocupado de si lo seguía o no.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella.

Rhett la miró por encima del hombro de forma significativa. Captó la indirecta y se calló. Había miradas que incluso un androide podía entender.

Lo siguió en silencio y no se detuvieron hasta llegar al campo de fútbol. Mientras lo cruzaban, Alice volvió a ver que Rhett sacaba la llave de la sala de tiros del bolsillo trasero de sus pantalones. ¿Qué iba a hacer ahí?

Él abrió la puerta y Alice lo siguió. Nada más entrar, lanzó las llaves a una de las mesas de las cabinas y Alice las miró durante unos pequeños instantes.

Si quería escapar, quizá un arma era una buena opción. Y ahí estaban las llaves. Si las conseguía y, por la noche, robaba una pistola... bueno, sería un punto a su favor.

—Toma —Rhett apareció de la nada, distrayéndola, y le lanzó un arma larga y pesada. Alice la atrapó como pudo, dando un paso atrás. Él puso los cartuchos en la mesa que tenía delante—. ¿Sabes lo que es?

Alice miró lo que sujetaba entre sus manos. Era como una pistola, pero mucho más larga, y muchísimo más pesada. Necesitaba sujetarla con ambas manos. Negó con la cabeza.

—Es una escopeta. Está descargada. Si te cabreo, no quiero que me dispares. Me matarías de un tiro —sonrió pese a la cara de horror absoluto de Alice—. Las hay de varios tipos. Te he dado la más sencilla; un solo cañón y calibre 16. Básicamente, para que no te rompas los dientes con el retroceso.

Alice se preguntó de qué demonios estaba hablando, pero no dijo nada. Bastante idiota se sentía ya.

—Apunta.

Alice lo apuntó.

—Pero ¿qué haces? —Rhett apartó el cañón de un manotazo, alarmado.

—¡Me has dicho que apuntara!

—¡Pero no a mí!

Él cerró los ojos, implorando paciencia, y le indicó que apuntara al objetivo. Ella lo hizo y vio que la observaba con atención, asegurándose de que estaba bien colocada.

—Sujétala un poco más arriba —le dijo, al final.

Le temblaron los brazos cuando la levantó un poco más. Enseguida, él se colocó a sus espaldas y observó con atención la posición.

—Junta un poco los pies. Tienen que estar a la altura de los hombros, ya lo sabes. Eso es. A ver...

Rhett dio la vuelta completa y chasqueó la lengua. Alice había aprendido que eso significaba que estaba haciendo algo mal. Ahora solo necesitaba saber qué era exactamente.

Y, de pronto, él le tomó la mano y la movió más cerca de la culata.

Pero ¡¿qué se creía que estaba haciendo?!

Alice dio un salto del susto y se apartó bruscamente de él, alarmada. Por consiguiente, el arma cayó al suelo entre los dos con un estrepitoso sonido, abriendo un incómodo silencio que perduró unos segundos.

Alice tenía el corazón acelerado, al igual que su respiración. La había tocado. ¡La había tocado de verdad! ¡Eso estaba prohibido!

Se agarró la mano afectada con la otra de forma protectora. Todavía podía notar los dedos de Rhett sobre su piel. Era una sensación extraña.

Ah, y él la miraba como si estuviera loca, para variar.

—¿Qué demonios te pasa ahora? —preguntó, frunciendo el ceño.

¿A ella? ¡El problema era él!

—Ah, sí —sonrió, negando con la cabeza—. La ley del toqueteo de tu otra zona, ¿eh? Sois tan raritos...

—A mí me parecéis más extraños vosotros —señaló Alice, a la defensiva.

—¿Y cómo es la norma? Un chico no puede tocar a una chica, ¿no?

—Nadie puede tocar a nadie.

—Seguro que alguien lo hacía.

—¡Nadie lo hacía! Todos seguíamos las normas.

seguías las normas.

Todos lo hacíamos.

—Que no te enteraras, no significa que los demás no se saltaran las normas.

—¡Éramos muy responsables!

—Seguro —se inclinó para recuperar la escopeta y la miró—, yo las incumpliría.

—Pues te cortarían una mano.

—Bueno, ya me han cortado media cara, no sería para tanto.

Alice, para asombro de ambos, esbozó una sonrisa divertida. La borró al instante, avergonzada.

—Suerte que no estoy ahí —Rhett rompió el silencio—. Harías bien en olvidarte de sus costumbres de idiotas. Ahora vives con nosotros.

—¿Os podéis tocar las manos aquí? —Alice abrió los ojos como platos, recuperando su escopeta.

—Las manos, la cara... y otras partes —sonrió él—. Pero eso lo dejaremos para otra clase.

—¿Qué cosas? —preguntó ella, con curiosidad.

Él la miró, sorprendido y divertido a la vez.

—No creo que estés preparada mentalmente para hablar de eso.

—Enséñamelo —se ofreció, señalándose a sí misma.

¡Tenía que aprender a vivir como ellos!

Rhett abrió la boca y la volvió a cerrar. Era la primera vez que lo dejaba sin palabras.

Definitivamente, podía acostumbrarse a que estuviera calladito.

De hecho, cuando no decía tonterías era incluso guapo. Lástima que las dijera continuamente.

—Teniendo en cuenta que sujetas una escopeta —Rhett sacudió la cabeza—, prefiero no hacerlo.

—Pero ¿a qué te referías? ¿Qué partes? ¿La cara?

Él la observó un momento, y Alice casi pudo sentir su incomodidad. Al final, se aclaró la garganta y se puso serio.

—Se acabó de charla. Colócate. Y, a ser posible, no des un salto cada vez que me acerco. Cuando cargues la escopeta, se volverá menos divertido.

Alice respiró hondo y volvió a colocarse. Se sintió incómoda cuando notó sus manos —más bien los dedos, porque tenía las palmas y los nudillos cubiertos por guantes de cuero— colocando las suyas, pero no dijo nada.

—Pega la culata a tu hombro con fuerza —le indicó—. Esta cosa tiene retroceso. Cuando dispares, si no tienes eso bien sujeto, saldrás volando. Bien, ahora, apoya la... ya lo tienes. El cargador está junto a tu mano.

Rhett agarró los cartuchos y se los pasó. Mientras cargaba el arma, Alice vio que él movía una palanca y el objetivo se acercaba un poco más a ella. Quitó el seguro y volvió a colocarse.

—Hará bastante ruido cuando dispares —advirtió él—. No te asustes otra vez, por favor. Quiero vivir al menos otro día.

Alice apuntó como le había enseñado y, al apretar el gatillo, sintió un brutal impulso desde el hombro que la empujaba bruscamente hacia atrás, chocando contra Rhett, que la devolvió a su lugar por los hombros.

Abrió los ojos como platos y vio que la bala había quedado prácticamente fuera del muñeco. Ni siquiera se había dado cuenta de haberlos cerrado.

—No cierres los ojos —le dijo él, como si pudiera saber qué pensaba—. Y aprieta con más fuerza el arma. Vuelve a empezar.

Durante los siguientes veinte minutos, Alice lo intentó varias veces más, y le sorprendió notar que el ambiente entre ellos dejaba de ser tan tenso como de costumbre. O más bien fue ella quien dejó de sentirse tan tensa.

De hecho... ¡Rhett no se metió con ella durante casi diez minutos seguidos!

—No me puedo creer que no os dejen tocaros —murmuró él en voz baja cuando empezaron a recoger las cosas, un rato más tarde.

Alice le echó una ojeada curiosa.

—Tocar a los demás no era una necesidad —se encogió de hombros.

—Sigo pensando lo mismo.

Hubo un momento de pausa. Alice se mordió el labio inferior, pensativa, y empezó a hablar sin siquiera ser consciente de lo que decía:

—Eso que has dicho de que tú romperías las normas... ¿es verdad?

—Supongo.

—Pero... ¿realmente lo harías?

Rhett levantó la cabeza para mirarla con desconfianza.

—¿Qué quieres preguntarme exactamente?

Vale, ya se estaba arrepintiendo de decirle nada.

—¿Y bien? —insistió él.

—Yo... —Alice dudó—. Si fuera por una buena causa... incumplir las normas no estaría tan mal, ¿no?

Rhett, de nuevo, la observó por unos segundos.

—¿Qué causa?

—Puede... ejem... puede que algún día alguien se entere de que pasa algo especial, algo que sucede solo cada no sé cuántos años... y quiera verlo, pero para ello tenga que salir de la habitación por la noche y...

—Es decir, que tus amigos y tú queréis ver el cometa de esta noche, ¿no?

Alice, de nuevo, notó que su cara se calentaba. Asintió con la cabeza, nerviosa.

—Ya —Rhett suspiró, mirándola—. Salir por la noche no está permitido

—Bueno... puede... ejem... no sé... da igual. Ha sido una tontería.

El silencio fue uno de los peores que había presenciado Alice. Se sentía como si estuviera siendo juzgada otra vez, bajo su minuciosa inspección visual.

Y, finalmente, Rhett puso los ojos en blanco.

—Termina de recoger eso y deja de hablar tanto —le dijo, simplemente.

Alice no pudo evitar levantar las cejas, sorprendida.

—Pero... ¿no vas a decirme nada más?

—Voy a pretender que no he oído nada de todo lo que me has contado y me iré a dormir muy tranquilo sabiendo que, en el remoto caso de que unos alumnos fueran a salir de noche para ver un cometa, nadie los vería y no tendría que preocuparme de ello. ¿Está claro?

Alice sonrió un poco y asintió con la cabeza.

—Bien —murmuró Rhett—. Ahora, sigue recogiendo y pretendamos que esto no ha pasado para que yo vuelva a ser el amargado de siempre.

Vale, quizá Rhett no era tan malo, después de todo.

De hecho, Alice casi se sintió mal cuando los demás llegaron porque Rhett le había parecido incluso simpático por un momento, pero se había vuelto a poner la máscara de profesor idiota al instante.

Jake se acercó a ella cuando la clase estuvo lista para empezar.

—¿Para qué quería hablar contigo? —preguntó, curioso—. Me he tenido que comer tu plato para que no se enfriara.

—Me ha enseñado a disparar una escopeta —le dijo Alice en voz baja.

Jake la miró, sorprendido.

—¿De veras? Qué pasada.

—Pero me gusta más esta pistolita —Alice apuntó—. Es más fácil de usar.

—Peeeero... ¡la escopeta hace más daño! ¡Y es mucho mejor!

—Y pesa más. No es que tenga los mejores brazos del mundo para sujetar mucho peso.

Jake se echó a reír cuando ella movió los brazos flacuchos.

—Tienes bracitos de fideo —él empezó a mover los brazos regordetes—. Yo tengo brazotes de mamut.

Alice empezó a reírse a carcajadas. Nunca lo había hecho, pero fue extrañamente agradable. Jake también se reía cuando volvió a hablar.

—Y Trisha tiene brazos de...

—¿Se puede saber por qué se os oye parloteando y no disparando? —preguntó Rhett al pasar por detrás de ellos.

Los dos se callaron al instante, dando un respingo, y volvieron rápidamente a su trabajo.

•••

Era la una de la madrugada. Alice todavía no había cerrado los ojos. Giró la cabeza cuando vio que Jake se levantaba lentamente, sin hacer ruido. Le dio un codazo para avisarla y Alice tocó el brazo de Dean con el pie. Saud estaba ya despierto. Se aseguraron de que todo el mundo dormía y salieron de puntillas, con los zapatos en las manos. Alice fue la primera en atarse las botas, por lo que terminó yendo en primer lugar. Bajaron todos los pisos hasta llegar al inferior, que estaba vacío, y salieron del edificio asegurándose de que nadie los veía.

—Vayamos a la casa abandonada —sugirió Dean.

Saud lideró el grupo y los guio por las calles de la ciudad. Alice vio que había unos cuantos guardias en las torres de vigilancia, pero ni siquiera miraban las calles, sino al muro. Fue sencillo cruzar la ciudad hasta llegar a la casa abandonada, que era una casita pequeña y completamente vacía —no tenía un solo mueble— con una pequeña terraza. Los cuatro se tumbaron en el suelo de la terraza, ya que así no se les veía, y se quedaron mirando el cielo.

—¿A qué hora pasa? —preguntó Jake.

—En unos minutos, creo —Saud observó el cielo con atención—. No dejéis de mirarlo. Podría ser en cualquier momento.

—No me puedo creer que lo hayamos hecho —sonrió Dean, entusiasmado—. ¡Hemos llegado aquí sin que nos pillaran!

—Lo sé —sonrió Jake, a su vez—. Somos los mejores.

—No lo creo —bromeó Saud.

—Yo tampoco.

Los cuatro se incorporaron de golpe. Trisha estaba de pie en la puerta de la terraza. Alice habría reconocido la cabeza rubia rapada y la mirada afilada en cualquier parte.

—Os vais a meter en un buen lío —dijo, como si la idea fuera maravillosa.

—No nos delates —suplicó Jake enseguida.

—¿Y por qué no debería hacerlo? Es mi responsabilidad.

—No lo hagas —le suplicó Dean, a su vez—. Haremos lo que quieras.

—Así me gusta —Saud puso los ojos en blanco—, el orgullo siempre por delante de todo.

Trisha, mientras tanto, los observaba con perspicacia.

—¿Por qué estáis tumbados?

—Queremos ver un cometa —dijo Alice, y ella le dirigió una mirada afilada—. Estábamos esperando a que pasara.

—¿Os habéis expuesto a un castigo de gravedad por... un maldito cometa?

—Los cometas son bonitos —Dean enrojeció hasta las orejas.

—Mi puño en tu cara también sería bonito, pero no por eso lo pongo ahí —sonrió ella, y luego miró a Alice—. Tú, apártate.

Ella se hizo a un lado y Trisha se tumbó en el hueco que había dejado, mirando el cielo con el ceño fruncido, como si también estuviera enfadada con él.

Jake y Alice intercambiaron una mirada confusa, pero ninguno de los dos se atrevió a quejarse. De hecho, estuvieron casi cinco minutos sumidos en el más absoluto e incómodo de los silencios, mirando al cielo. Al final, Trisha resopló.

—¿Vamos a esperar toda la noche o qué?

—Pasará de un momento a otro —protestó Saud.

—¿Y eso quién lo asegura?

—Yo.

—Pues menuda confianza me das.

—¡Esperad! —Dean señaló el cielo—. Mirad, ¡ahí!

Alice entrecerró los ojos y vio una pequeña luz blanca que se movía lentamente por el cielo. Al principio, parecía una estrella cualquiera entre las nubes negras, pero luego vio que era bastante más alargado y que se movía con cierta rapidez. Era precioso. Se quedaron todos mirándolo fascinados el rato en el que fue visible. Entonces, se perdió entre las nubes de contaminación y no volvió a aparecer.

—Qué bonito —murmuró Alice, sin poder contenerse.

—Os dije que pasaría —Saud se puso de pie, muy orgulloso.

—Sí, sí —Trisha también se puso de pie—. Ahora, me iré a dormir antes de que me pillen con vosotros, pringados.

Dijera lo que dijera, Alice estaba segura de que la había visto sonreír con el cometa.


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