5 - La chocolatina de la paz

Cuando por fin le quitaron la venda, parpadeó, mareada, mirando a su alrededor. Había estado tantas horas seguidas en la oscuridad, que ahora que el sol le daba en la cara no podía hacer otra cosa que parpadear constantemente, con lágrimas en los ojos, intentando adaptar la vista a su entorno. 

Alguien la golpeó en el estómago y le dijo algo en un idioma que no le resultaba familiar. Alicia no lo entendió hasta que la agarró de la nuca y le puso la espalda recta. A su alrededor, también se lo estaban haciendo a las otras niñas. Las que ya estaban colocadas, miraban un punto fijo, aunque no parecían ver nada. Unas pocas lloraban, pero dejaron de hacerlo en cuanto las amenazaron.

Estaban rodeadas de gente con uniformes extraños, azules. Uno de ellos, el que parecía más importante, acompañaba a un hombre con el pelo largo y bigote, gordo y de unos cincuenta años, que se detenía delante de cada niña y la miraba fijamente.

No estaba del todo segura de qué estaba haciendo, pero era repugnante, como si escogiera la mejor oveja del ganado.

Se detuvo más tiempo del necesario delante de dos niñas que no parecían tener nada que ver entre ellas. Una era rubia y paliducha, y la otra estaba más rellenita, con el pelo oscuro atado.

En realidad, sí que tenían algo que ver entre ellas: eran las más pequeñas del grupo. Debían tener, como mucho, doce años.

Parecía que había pasado una eternidad cuando el hombre se detuvo delante de ella. No pareció gustarle lo que veía mientras el otro, el de uniforme importante, le iba diciendo cosas, como si esa situación fuera lo más normal del mundo. El viejo la agarró de la cara con una mano y la miró desde todos los puntos de vista posibles. Pareció poco impresionado cuando la soltó y se acarició el bigote, pensativo.

Dijo algo al oficial en otro idioma. Tenía la voz grave y rasgada. El oficial se acercó a Alicia y ella se tensó cuando la agarró de la nuca y siguió diciendo algo que no parecía complacer al de los bigotes.

Quizá era demasiado mayor para él.

Finalmente, el oficial la soltó y Alicia pensó que se había librado, pero el del bigote volvió a acercarse, esta vez más interesado. Aguantó que le tocara la cara sin moverse.

Se le hizo insoportable cuando la agarró del cuello y lo apretujó un poco, para después tocarle los hombros. Era como si estuviera comprobando el género en un supermercado. No pudo más. Se apartó, echándose hacia atrás, y el hombre frunció el ceño antes de decir algo en un idioma que no conocía.

Al instante, notó que alguien tiraba de sus brazos. Trató de librarse como pudo, forcejeando, pateando, mordiendo... pero no sirvió de nada. El hombre estaba examinando a la siguiente chica mientras la arrastraban hacia el coche de nuevo, cubriéndole los ojos.

Cuando por fin le quitaron la venda, estaba sentada en una habitación oscura, con unas mujeres con atuendos extraños quitándole la ropa y lavándola con agua helada. Ni siquiera hablaban su idioma, así que no dijo nada, simplemente se dejó. Después de todo, una de ellas llevaba una vara de madera y parecía estar supervisando lo que hacían.

Hablaban entre ellas, y tenía la sensación de que precisamente hablaban sobre ella. De todos modos, intentó ignorarlas tanto como pudo.

Sin embargo, cuando le agarraron un mechón de pelo y otra mujer se acercó con unas tijeras, se apartó.

—Por favor... —murmuró, tratando de alejarse.

Casi al instante en que hubo abierto la boca, la mujer de la vara la golpeó de lleno en la espalda, haciendo que se sentara de nuevo y dejara que le cortaran el pelo sin decir una palabra.

Aprendió la lección.

***

Alice se despertó y descubrió que tenía las manos en su pelo. Su corazón palpitaba a toda velocidad. Se incorporó, alarmada, y se dijo a sí misma que solo era una pesadilla, que no era real. Para empezar, la chica del sueño tenía el pelo rubio, lo había visto cuando un mechón había caído al suelo. Y ella lo tenía oscuro. No era real, no era real...

Entonces, ¿por qué se sentía como si ella misma estuviera viviendo lo mismo que la chica de sus sueños?

Intentó no pensar en ello.

Cruzó el pasillo y descubrió que los demás ya casi estaban listos. Solo faltaba Jake, aunque con él siempre tardaban media hora en conseguir despertarlo del todo. Al final, el único método que funcionó fue decirle que, si no se despertaba ya, se quedaría sin desayuno. Apenas tardó cinco segundos en incorporarse de un salto.

Echaron agua sobre los restos de la hoguera de la noche anterior y salieron de la casa antes de que amaneciera. Rhett y Tina querían salir de la zona de las ciudades abandonadas en cuanto antes. Alice supuso que les daba miedo encontrarse con salvajes, y no podía culparlos.

Rhett encabezó la marcha, como de costumbre, y Alice se apresuró a colocarse a su lado, ignorando el latigazo de dolor que le recorrió el brazo al ajustarse la mochila.

—¿Crees que hoy llegaremos a esa ciudad? —preguntó, curiosa.

—No, no lo creo. Seguramente tardemos unos días más —le echó una ojeada, apretando los labios—. ¿Qué tal tu brazo?

—Perfecto —mintió. No quería preocuparlo.

Rhett la miró con extrañeza, como si no se lo creyera, pero no dijo nada al respecto. Solo aceleró la marcha, para desgracia de Jake.

Al mediodía ya habían recorrido una pequeña parte de la ciudad, y al encontrar un pozo considerablemente en buen estado, decidieron comer ahí. Tina estaba haciendo inventario de toda la comida que les quedaba, mientras Jake se dedicaba a quejarse —para variar—, Trisha ayudaba a Rhett a mirar con qué armas podían contar, y Alice se dedicaba a rellenar las botellas de agua.

—Jake —soltó Rhett al final, mirándolo—. Para de quejarte.

—¡Es que tengo calor! ¡Y hambre!

—¿Quieres que te cuente un secreto? —Rhett soltó la bolsa para mirarlo, cansado—. ¡TODOS tenemos calor y hambre!

—¡Pues haced algo al respecto!

—No matarte por pesado es hacer algo, algo muy difícil, créeme.

—¡Alice no dejaría que me mataras!

—¿Por qué no vamos a dar una vuelta? —sugirió Alice al ver que Rhett se empezaba a enfadar de verdad—. Así vemos si encontramos... algo.

—No sé si es una buena idea —les dijo Tina al instante—. Seguimos en las ciudades.

Alice recogió una pistola cargada y se la metió en la cintura de los pantalones.

—Tengo buena puntería —señaló a Rhett—. Si no te lo crees, pregúntale a él.

Eso pareció calmarla un poco, pero les dijo, de todas formas, que no se alejaran demasiado.

Alice soltó a Jake y escuchó que él lo seguía, enfurruñado, pateando una piedra.

—No sé cómo aguantas a Rhett —protestó.

—Está nervioso —lo defendió Alice, acercándose a la puerta de una casa cercana—. Como todos.

—Bueno, pero a ti no te grita.

—Créeme, si le enfado sí me grita.

Jake suspiró cuando Alice abrió la puerta de la casa con el hombro bueno y apuntó a su alrededor, asegurándose de que no había nadie, antes de ver que estaban solos.

—Busca por la cocina, a ver si hay algo de comer.

Recorrieron tres casas distintas y, aunque no encontraron gran cosa, sí consiguieron unas botas que estaban en muy buen estado —y que seguramente se quedaría Trisha, que era la que tenía peor calzado en esos momentos porque estaba muy estropeado— y también un tarro de pepinillos que seguían conservándose bien. A Alice el olor le pareció repugnante, pero Jake pareció encantado cuando salieron de esa tercera casa y fueron a por la siguiente.

—¿Qué es eso? —preguntó ella con curiosidad, al ver que había marcas de pintura en el suelo.

—Oh, son marcas de los exploradores. Cada marca y cada pintura significa una cosa distinta. La blanca es para indicar caminos.

—¿Y dónde llevan?

—Ese lleva al bosque —señaló, con la boca llena de pepinillos. Cerró el bote para mirar a Alice—. Si algún día Rhett se vuelve loco como el del Resplandor, tenemos que huir por aquí.

—Rhett no se volverá loco, Jake.

—Es verdad. Ya lo está.

Alice sonrió, divertida, y se asomó al camino hacia el bosque. La línea se borraba en cuanto el asfalto terminaba y empezaba la tierra, aunque vio que algunos árboles también tenían pequeñas marcas.

—Seguramente llevan a otra ciudad —explicó Jake.

—¿Cuántas ciudades hay?

—Que yo sepa, solo siete. Hace unos años, antes de que empezaran a quemarlas, eran casi veinte.

—¿Y todas son como la nuestra?

—No lo sé, nunca he estado en las otras. Aunque sé que Max se reunía con los líderes de cada ciudad cuando pasaba algo serio, para llegar a una decisión con ellos.

—Así que son una especie de consejo —dedujo ella.

—Bueno... creo que el que manda de verdad es el líder de Ciudad Capital —Jake volvía a comer pepinillos felizmente—. Pero no sé. Una vez Max me lo contó, pero es un tema tan aburrido que pensé en mis cosas mientras lo hacía.

—Muy útil, Jake.

—¿Algún día dejaré de arrepentirme de enseñarte sarcasmo? Yo creo que no.

Jake siguió andando y ella lo siguió, pensativa. De hecho, estaba tan absorta en sus pensamientos que apenas se dio cuenta de que algo se movía a su derecha.

Se detuvo de golpe y se giró justo a tiempo para ver una sombra ocultándose detrás de la casa de la que acababan de salir.

Jake ni siquiera se había enterado y seguía andando felizmente, pero Alice ya había sacado la pistola de la cintura del pantalón, sin despegar la mirada de la parte trasera de esa casa.

—Jake —lo llamó en voz baja, sin moverse.

—¿Qué? —pero él estaba junto a ella, comiendo un pepinillo.

—Creo que...

Otro ruido.

—Oh, vaya —Jake se atragantó con un pepinillo, pálido, antes de volver a cerrar el bote—. Deberíamos irnos.

No pudo estar más de acuerdo.

Dio un paso hacia atrás, agarró a Jake de la mano y, cuando se aseguró de que no los seguían, salió corriendo hacia las casas que tenían delante.

¿Y si eran los salvajes? ¿Y si intentaban hacerles daño? Tuvo la tentación de salir corriendo hacia el campamento, pero si eran muchos podrían matarlos a todos, Trisha, Tina y Rhett incluidos. Aunque, por otro lado... no podía enfrentarse a ellos sola. Era imposible que ganara.

No podía pensar. Estaba demasiado nerviosa. Miró por encima de su hombro y se ocultó detrás de una de las casas. Estaba segura de que había visto que la sombra se movía para seguirlos, siempre oculta tras un objeto, una casa o un coche abandonado. Solo había contado una, pero... ¿y si había más? ¿Y si todos los estaban siguiendo?

—¿Alice? —preguntó Jake en voz baja—. ¿Qué...?

Alice le puso una mano encima de la boca para callarlo, asomándose disimuladamente para mirar la parte delantera de la casa. No había rastro de la sombra. De hecho, en la anterior casa en la que se habían escondido, tampoco la había visto.

Quizá habían conseguido despistarla... ¿no?

Soltó a Jake, aliviada, pero no soltó su pistola.

—Tenemos que volver. Ahor...

Se calló de golpe cuando captó un movimiento con el rabillo del ojo y se dio cuenta de que la sombra que los había perseguido... estaba delante de ellos.

Pero... no era una sombra. Era solo un niño.

Estaba agachado, sentado sobre sus talones, y los miraba fijamente, con la cabeza ligeramente ladeada. Alice estaba casi segura de que el tono marrón de su piel era suciedad, y no el color de ésta en sí. Iba vestido solo con lo que parecían unas bermudas viejas, desgastadas, y con agujeros por todas partes. Tenía el pelo por los hombros, oscuro y enmarañado, y los estaba mirando con unos ojos grandes y claros que parecían derrochar curiosidad.

—¿Alice? —preguntó Jake, aterrorizado.

—No te muevas —masculló ella, igualmente aterrada.

—Pero...

—Jake —soltó más bruscamente de lo que pretendía—, cállate de una maldita vez.

Él cerró la boca, pero no soltó el brazo de Alice.

El niño se incorporó lentamente mientras ellos retrocedían, quedando atrapados entre la casa y él. Cuando estuvo de pie, Alice se dio cuenta de que no era tan niño como ella había pensado. Quizá sí más joven que ella, pero también era más alto. Quizá tenía un año más que Jake.

Y sí, estaba muy delgado, pero tenía los brazos fuertes. Definitivamente, tendría más fuerza que ellos dos juntos.

Además, era un salvaje. Estaba segura. Con ese aspecto, no podría encajar en otra descripción mejor. Y, si no recordaba mal, los salvajes ni siquiera hablaban su idioma. No podía pedirle que los dejara en paz.

Alice seguía teniendo la pistola en la mano, y ni siquiera se había dado cuenta de haberla levantado para apuntarlo, pero lo estaba haciendo. Y le temblaba el brazo entero. Era el del disparo.

Entonces, como si no hubiera visto la pistola, el niño se acercó y se quedó de pie delante de ellos, mirándolos uno por uno. Jake contuvo la respiración cuando el niño dio un paso más, cauteloso, y se acercó a Jake, mirándolo con esos ojos grandes llenos de curiosidad. Alice estaba tan pasmada que no reaccionó cuando empezó a olisquearle el pelo a su pobre amigo, que tenía cara de horror.

—¿A-Alice...?

—No te muevas —insistió ella.

No parecía que fuera a hacerles daño, pero seguía sin fiarse de él. Y no se atrevía a dispararle. Si hacía ruido y él tenía amigos, los encontrarían en menos de diez segundos, seguro.

La única opción era intentar alejarlo sin dispararle.

Justo en ese momento, el niño salvaje sonrió ampliamente a Jake y volvió a acuclillarse, haciéndole un gesto para que le siguiera. Alice frunció el ceño.

—¿Qué hace? —preguntó Jake con voz aguda.

—Quiere que le sigas... creo.

—¡Alice, quiere matarnos!

Ella lo dudaba. Podría haberles hecho tanto daño como hubiera querido, pero solo les había sonreído. De todos modos, prefirió no arriesgarse. No se movieron de su lugar.

El niño, casi triste, apartó la mirada, se giró y salió corriendo a una velocidad sorprendente hacia una de las casas. Alice vio su oportunidad de oro y empezó a arrastrar a Jake con ella hacia la carretera, para volver con los demás.

—¿Qué haces? —preguntó Jake—. ¡Creo que ha ido a buscar algo!

—¡Sí, a sus amigos! Vamos, tenemos que volv...

Alice se calló de golpe cuando vio que el niño había vuelto a aparecer delante de ellos, esta vez con una caja de zapatos y una sonrisa de oreja a oreja.

Ella dio un paso atrás cuando se acercó, acuclillado, enseñándoles la caja, pero el niño la ignoró. Tenía su atención puesta en Jake, al que le estaba ofreciendo lo que fuera que llevaba dentro.

—Ni se te ocurra abrir eso —masculló Alice.

—Pero... es un regalo. ¡No se le puede decir no a un regalo!

—¡Jake, no abras eso!

Pero la ignoró y destapó la caja.

Alice estuvo a punto de sacar la pistola cuando vio la mueca de estupefacción de Jake, pero se detuvo cuando a él se le iluminó la mirada al soltar un grito ahogado por la emoción.

—Son... ¡chocolatinas!

—¿Qué? —Alice se acercó, confusa.

—¡Sí, mira! —sonrió al niño—. ¡Acabo de encontrar un nuevo mejor amigo!

—Jake, no sé...

Pero Jake ya se estaba comiendo una mientras el niño sonreía.

—¿Podemos quedárnoslo? —preguntó a Alice, con la boca llena de chocolate.

—¿Qué? Jake, no es un perro.

—¡Pero, está solo!

—Eso no lo sabes.

El niño salvaje empezó a asentir con la cabeza frenéticamente y se señaló el brazo. Llevaba una venda vieja y sucia. Luego señaló la venda que llevaba Alice en el suyo.

—¡Él también está herido! —le explicó Jake, que al parecer acababa de convertirse en su traductor oficial—. Seguro que está solito y se ha acercado a nosotros porque ha visto que tú también estás herida.

—Jake, no...

—Lo han abandonado —dijo Jake—. ¿Es que no lo ves?

—¿Ver el qué?

—¡Está herido! Los salvajes abandonan continuamente a su gente cuando está herida. Y más si son niños. No son útiles.

Eso le pareció mucho más salvaje que cualquier otra cosa que pudiera aprender de ellos. ¿Abandonaban a la gente solo por estar herida? Puso una mueca, intentando no sentir empatía por el chico. No podían llevárselo con ellos.

—Jake, no sabemos nada de él.

—¡Si él nos lo está explicando!

—Es decir, que sí nos entiende —replicó Alice, mirando al niño con poca confianza.

—Supongo —Jake empezó a hablar en voz muy alta—. ¿SABES HABLAR? ¿HOLA? ¿SABES?

—Jake, no es estúpido.

El niño sonreía, mirándolos. Parecía entusiasmado de poder hablar con alguien.

—No debe saber —concluyó Jake—. ¡Pero, no podemos dejarlo solo, Alice, nos ha ayudado!

—Solo nos ha dado una chocolatina.

—¿Y cuánto hace que no vemos comida así por aquí? ¡Es un regalo importante! ¡Hoy en día casi no hay chocolatinas!

—Jake, si los demás lo ven...

—¡No podemos dejarlo solo!

Y, sin saber cómo, terminó volviendo con los dos. 

Rhett iba a matarla.

El niño salvaje no dejaba de mirarla con una amplia sonrisa. Al menos, alguien estaba contento. Bueno, Jake también lo estaba por el regalo; todavía tenía chocolate en las comisuras de los labios.

Los demás estaban comiendo cuando llegaron. Trisha fue la primera en darse la vuelta.

—Espero que no os moleste que hayamos empezado sin vosotros. Bueno, en realidad me importa un bledo si os molesta —se detuvo en seco—. ¿Qué es eso?

Tanto Tina como Rhett se dieron la vuelta para mirarlos. Tina se quedó muda, y Rhett empalideció.

—¡Hemos encontrado un amigo! —sonrió Jake ampliamente.

—¿Un... amigo? —preguntó Tina lentamente.

—Sí, me ha dado chocolatinas —sonrió Jake, enseñándoselas—. ¿Queréis una?

—Jake, es un salvaje —masculló Trisha, que se había puesto de pie, con una mano en su cinturón.

—¡No, es bueno! —dijo él enseguida—. Lo han abandonado porque tiene una herida en el brazo y...

—¡Es un salvaje! ¡Podría matarnos a todos sin parpadear! —Trisha miró a Alice—. ¿Es que has perdido el juicio?

—¿Eso puede perderse?

—¡Oh, por favor! ¡Déjalo! —miró a Tina—. No puede quedarse.

—Yo... —empezó Tina.

Alice miró a Rhett, que parecía estar a punto de vomitar. ¿Qué les pasaba? Solo era un niño.

Entonces, se acordó de la conversación con Trisha. Él había estado con los salvajes. Y habían matado a todo su grupo, menos a él. Quizá por eso estaba tan pálido al mirar al chico.

Pero... ¡él no tenía la culpa de nada! De hecho, tenía más motivos para odiar a los salvajes que ellos cinco juntos, a él lo habían abandonado.

—Si quisiera hacernos daño, ya lo habría hecho —dijo Alice, tratando de calmar la situación.

—Eso es cierto... —murmuró Tina, dubitativa—, pero... aunque no quiera hacernos daño... no podemos cargar con otra persona a la que alimentar y proteger, chicos.

El niño, como si supiera que hablaban de él, se escondió detrás de Alice, frunciendo el ceño a Trisha.

—No se quedará con nosotros —añadió Trisha, mirándolo también con mala cara—. Míralo. Seguro que ni siquiera sabe hablar.

—Esto es un grupo. Decidimos todos. No solo tú —replicó Jake, frunciendo el ceño.

—Muy bien —ella se cruzó de brazos—. Yo voto porque se largue.

—¡Podría morir si lo dejamos solo!

—No es mi problema.

—Entonces, yo voto porque se quede —dijo Jake.

Alice sintió que revivía el momento en que había llegado a la ciudad y los guardianes juzgaban si podía quedarse. Y, de pronto, se vio a sí misma reflejada en ese niño salvaje.

—Yo también —murmuró.

Trisha negó con la cabeza.

—Dos contra uno, pero todavía quedan dos votos.

—No —Rhett habló por primera vez desde que el niño había llegado mirando a cualquier otra parte—. Yo no lo quiero aquí.

—Menos mal que alguien tiene un poco de cabeza —masculló Trisha.

—¡Rhett, es solo un niño! —exclamó Alice sin poder contenerse.

—Es un salvaje, Alice —replicó él, con la mirada clavada en una de las casas.

—¡Sigue siendo un niño! No podemos dejarlo morir solo —miró a Tina—. Tina, vamos, tú tienes que entenderlo.

—Yo...

—Cuando yo llegué a la ciudad, estaba en la misma situación que él —lo estaba defendiendo y ni siquiera sabía por qué—. Si me hubierais dicho que no... no sé qué habría sido de mí.

Alice miró a Rhett, que no parecía tener intención de cambiar de opinión. Tina tampoco.

—Seguro que conoce estas ciudades mejor que nosotros —dijo Alice de repente, sonriendo y mirándolo—. ¿Sabes cuál es la forma más rápida de salir de aquí?

El niño salvaje asintió al instante.

—¿Y podrías llevarnos?

Volvió a asentir, muy contento.

—¿Lo ves, Tina? —Jake lo señaló—. ¡Es listo! ¡Y sabe sobrevivir solo!

—Y seguro que se defiende mejor que Jake —Alice lo miró—. No te ofendas.

—Nah, si es verdad.

Entre los dos, pareció que habían conseguido que Tina lo pensara mejor, porque cuando levantó la cabeza tenía cara de resignación.

—Está bien —suspiró—. Que se quede. Pero si da problemas, lo echaremos.

—¡Bien! —Jake sonrió ampliamente.

El niño debió entenderlo, porque se puso de pie y abrazó a Alice con fuerza, que le dio una palmadita en la espalda.

—Qué bonito, has encontrado novio. Otro —ironizó Trisha—. Unas tanto y otras tan poco...

Volvieron a emprender el camino, y esta vez el chico salvaje se separó de ellos y pareció que se marchaba, pero en realidad los siguió, saltando por los edificios y las calles, apareciendo de vez en cuando para indicarles el camino y volver a desaparecer. 

Rhett se mantenía tan alejado de él como podía y, pese a que Trisha al principio se había negado a escucharlo, para el final del día ya seguía todas sus indicaciones.

Anduvieron hasta que se hizo de noche, y volvieron a ocupar una casa abandonada, esta en mejor estado que la anterior, aunque con menos habitaciones. Hicieron fuego y se sentaron a su alrededor. Alice puso una mueca cuando vio que volverían a comer carne seca. La odiaba. Estuvo a punto de bromear sobre ello con Rhett, pero él no le había dirigido la palabra desde que había vuelto de su excursión con los dos niños.

Quizá estaba enfadado con ella. Decidió dejarle un poco de espacio.

El chico salvaje apareció una hora más tarde, cuando todos ya estaban sentados cenando, y apartó a Rhett, que soltó una palabrota, para sentarse entre él y Alice. Tenía algo en las manos y se lo ofreció a ella, que lo levantó para verlo mejor.

—¿Qué es? —preguntó Tina.

Alice entreabrió los labios, sorprendida, cuando vio que brillaba con los reflejos del fuego.

—Es... ¿una perla? —murmuró, asombrada.

El chico asintió, sonriendo.

—Pues vaya regalo —murmuró Rhett de mala gana.

—Gracias —Alice sonrió al chico—. Mhm... ¿tienes nombre?

—¿Y tú para qué quieres saber su nombre? —preguntó Rhett.

El chico tocó un mechón de pelo a Alice con una sonrisa. Pareció sorprenderlo mucho que no estuviera enmarañado, como el suyo, y que fuera tan oscuro.

—Si va a quedarse con nosotros, habrá que llamarlo de algún modo —comentó Tina.

—¿Qué tal idiota? —sugirió Rhett.

Jake puso los ojos en blanco.

—Podrías disimular que no te cae bien.

—¿Y cuánto tiempo va a quedarse con nosotros? —preguntó Rhett, viendo como enredaba un mechón de pelo de Alice en su dedo.

—El necesario. Es mi amigo —Jake frunció el ceño al niño—. Creo que nos entiende, pero no habla. Igual podríamos preguntarle...

Alice vio como el niño se detenía en seco y recogía un palo que habían traído para la hoguera. Se inclinó sobre una parte del suelo que no habían limpiado y seguía llena de cenizas y empezó a mover el palo torpemente, formando letras.

Pareció que había pasado una eternidad cuando por fin se apartó para que Alice pudiera leerlo.

—¿Kilian? —preguntó.

El chico asintió con la cabeza, contento.

—Genial, ahora tiene nombre, como los perros —murmuró Rhett.

—Tú tienes nombre y no eres un perro —señaló Trisha, sonriendo con aire burlón.

—Y tú hablas mucho, pero eres idiota.

Empezaron a discutir entre ellos mientras Jake intentaba comunicarse con Kilian sin grandes resultados. Tina y Alice intercambiaron una mirada antes de optar por terminarse sus respectivas cenas en silencio.

Un rato más tarde, Tina y Trisha se metieron en las habitaciones que habían ganado al sortearlas entre todos, dejando a Alice, Jake, Rhett y Kilian solos en el salón en medio de un silencio un poco incómodo.

Pero se volvió mucho más incómodo cuando Jake se quedó dormido en su cama improvisada.

—No entiendo por qué tenemos que dejar que venga con nosotros —murmuró Rhett.

Alice, que había estado intentando explicarle a Kilian cómo desenredarse el pelo, se detuvo y lo miró.

—Pero, ¿por qué no te gusta? ¡Si es muy tierno!

Rhett le lanzó una mirada que podría haberla atravesado perfectamente.

—Lo único que sé es que no sabemos si podemos fiarnos de él.

—Por ahora, no ha hecho nada.

—No lleva ni un día con nosotros.

—No seas así —Alice frunció el ceño.

—¿Que yo no sea así? —Rhett miró el fuego—. Déjalo.

Alice quiso preguntar, pero supuso que sería mucho peor hacerlo con Kilian delante. Solo pondría a Rhett de peor humor.

—No lo juzgues por cómo son los demás —pidió ella en voz baja.

—No me ha dado motivos para no juzgarlo.

—No ha hecho nada, Rhett.

—Por ahora.

—Cuando yo te conté lo que era, no te importó —le recordó ella.

—A ti te conocía.

—Yo estaba en la misma situación de él —siguió ella—. Si fuiste capaz de confiar en mí, no veo por qué no puedes darle una oportunidad a él.

Él apretó los labios.

—Cuando demuestre que puedo fiarme de él, lo haré.

—Mira, a nadie le gustan los salvajes, imagino que tú... —se cortó cuando la miró fijamente—. Es un niño. Ni siquiera debe saber lo que hacen los adultos con los que se crió. Además, lo abandonaron. ¿No crees que debe odiarlos igual o más que tú?

Rhett se quedó pensativo unos segundos.

—Odio que hagas eso.

—¿El qué?

—Convencerme de todo tan rápidamente —Rhett la miró, enarcando una ceja—. Antes solía considerarme un cabezota. Y me gustaba, la verdad.

—Tranquilo, sigues siéndolo.

Rhett se acuclilló a su lado y la miró.

—¿Que soy qué?

—Nada.

—Yo creo que has dicho algo.

—No he dicho nada —ella sonrió ampliamente, contenta de que la conversación hubiera cambiado tan rápidamente.

Y Rhett le tocó las costillas. Por algún motivo, ella notó una especie de calambre recorriéndole todo el cuerpo que la llevó a reírse y a retorcerse para alejarse de él. Cuando lo consiguió, parpadeó, sorprendida.

—¿Qué era eso? ¿Qué me has hecho?

—Cosquillas —Rhett frunció el ceño—. ¿Nadie te había hecho cosquillas nunca?

—Rhett, en mi zona nadie podía tocar a nadie.

—Es decir, que soy el primero.

Le pareció que eso tenía doble significado, pero no supo cuál era, así que lo dejó pasar.

—No me ha gustado —protestó.

—Bien, no lo he hecho para que te gustara.

—¡Pues yo te lo haré a ti!

Le pasó una mano por las costillas, pero él ni siquiera reaccionó. Solo sonrió.

—Nunca he tenido cosquillas, pero puedes seguir intentándolo tanto como quieras.

Alice, frustrada, le dio con el puño en el hombro. Rhett no pareció muy afectado.

Se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Alice se dejó, sonriendo. Y otro. Y otro más. Había dejado de contar cuando notó que Rhett paraba. Abrió los ojos, sorprendida, y vio que Killian había metido una mano en medio, clavando una mirada en Rhett.

—¿Se puede saber qué te crees que haces? —le espetó Rhett, enfadado.

—Jake le ha dicho que nos vigile —Alice puso los ojos en blanco.

—Lo que me faltaba. Otro guardaespaldas —Rhett se puso de pie de nuevo—. En fin... yo haré la primera guardia. Deberías ir a descansar.

—¿Seguro?

—Sí.

Se puso de pie y le dio la espalda. Justo cuando iba hacia el pasillo, vio que el chico salvaje volvía a pegarse a ella. Enseguida se apartó, o más bien Rhett lo apartó y lo sentó bruscamente en el suelo.

—Ah, no, de eso nada —lo señaló—. Tú duermes aquí, campeón.

—No seas brusco con él —le pidió Alice, dirigiéndose a su habitación.

—Cuando deje de intentar pegarse a ti, dejaré de serlo.

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