5 - 'Ciudad central'

—Espero que no te hayas asustado mucho en el juicio.

Estaban ya fuera de la enorme sala de actos. Alice sintió el sol en la frente y tuvo que entrecerrar los ojos para mirar a Jake. Él la había seguido. Seguía pareciendo entusiasmado.

Sin embargo, gran parte del entusiasmo desapareció cuando vio la cara de confusión de Alice.

—Eh... no sé si te acuerdas de mí, ¿verdad? No pasa nada, yo tampoco me acord...

—Claro que me acuerdo —lo interrumpió, confusa—. Eres el que me salvó. No podría olvidarlo.

—¡Sí! —él pareció́ sinceramente entusiasmado otra vez—. Me llamo Jake, por cierto. Un placer conocerte.

Alice lo miró mejor. Su sonrisa parecía sincera. Iba vestido con ropa vieja y ancha, tal como ella. Su pelo era un nido de rizos castaños algo alborotados que, sin duda, habría hecho que cualquiera de su zona contuviera la respiración dramáticamente. Jake tenia los ojos castaños y la mirada algo insegura, pero alegre. Se sintió como si lo hubiera conocido de toda la vida.

—Um... me han asignado enseñarte la ciudad —miró su pierna, dubitativo—. Pero, si no te encuentras bien, podemos esperar un poco y...

—Estoy bien.

Quería verlo todo. Se sentía mucho más segura después de haber superado esa prueba inicial. ¡Y seguía viva en una ciudad de rebeldes! Seguro que su padre estaría orgulloso de ella.

—Oh, genial —Jake sonrió ampliamente—. Sígueme, entonces. Empezaremos por lo peor, así terminamos con lo mejor. Je, je...

Alice cojeó detrás de él, que caminaba por la ciudad con toda la confianza del mundo. Sintió́ que todos y cada uno de los que se cruzaban en su camino la miraban con desconfianza y se preguntó si había sido una buena idea meterse en esa ciudad. Aunque, pensándolo bien, tampoco es que tuviera muchas otras opciones.

—Cuando te encontré, pensé que estabas muerta —dijo Jake, tan tranquilo—. Me asusté que no veas, je, je... pero al final vi que respirabas y me tranquilicé.

—¿Por qué me ayudaste? —preguntó Alice.

—No lo sé —el niño se encogió de hombros—. Sentí que... no lo sé. Era mi deber, ¿no? Mira, ¿ves eso?

Señaló una casa que había a su lado. Era un pequeño edificio viejo de tres pisos con ventanas rectangulares y una fachada que no había sido pintada en muchísimo tiempo. Alice vio que, al otro lado de las ventanas, había mucha gente moviéndose de un lado a otro.

—Todo esto es la casa de los alumnos, es decir, donde dormimos los pringados de turno que todavía no podemos valernos por nosotros mismos. Seguramente te pondrán en la de los avanzados. Yo estoy en los principiantes —se aclaró la garganta, avergonzado—. No es que sea malo, eh, es solo que... bueno, da igual. Dormimos todos en el mismo edificio, pero no solemos mezclarnos entre nosotros. Los principiantes en el tercer piso, que es el peor, los intermedios en el segundo y los avanzados en el primero. No sé por qué no nos mezclamos, la verdad... somos gente guay, ¿sabes?

—¿Los avanzados son los... guardianes?

—No, son alumnos que ya saben hacer casi todo muy bien y por eso les dejan elegir una especialidad. Armas, informática, lucha... en fin, hay muchas cosas. Si Max considera que son lo bastante buenos como para valerse por sí mismos, les quita las clases y les asigna una casa para ellos solos. Una de esas casas que hay por ahí. Y... bueno, deja de ser alumno. Es a lo que queremos llegar todos. En fin, detrás están los campos de entrenamiento. Es decir, el infierno.

—¿El... infierno? —ella parpadeó, sorprendida—. ¿Eso no es algo religioso?

Oh, no, ¿tendrían que rezar? Ella nunca lo había hecho.

—Es una expresión —Jake la miró, extrañado.

—¿Una expresión?

—Sí, una forma de hablar para que... bueno, da igual.

Volvieron a emprender la marcha. Alice decidió seguir preguntando.

—¿Qué entrenamiento es ese?

—La verdad es que yo estoy en conocimiento general por ser un principiante, así́ que no lo sé. Te entrenan duro y te obligan a hacer muchas cosas para ver cuál es tu punto fuerte. Después, te envían con los intermedios a mejorarlo todo, especialmente lo que se te dé mejor. Los avanzados, como te he dicho antes, son los que se especializan en algo en concreto.

—¿Y si no tienes puntos fuertes?

Dudaba que hablar idiomas y saber cosas de la historia clásica humana le sirviera de algo.

—A todo el mundo se le da bien algo... espero, porque sino no hay esperanza para mí.

Donde se suponía que estaban los campos de entrenamiento, Alice solo vio una larga casa de una sola planta con un enorme campo de fútbol al lado. Solo sabía lo que era porque había visto fotos en un libro de la biblioteca de su zona, aunque... tenía que admitir que en persona parecía mucho más grande de lo que habría imaginado. Jake siguió caminando y se detuvo de nuevo en un edificio en mucho mejor estado.

—Aquí duermen los guardianes —señaló—. Has conocido ya a todos, eres una afortunada, je, je... Deane es la experta en combate cuerpo a cuerpo, Geo es el experto en informática, Tina se encarga de los que no valen para luchar, aunque aquí los llaman aprendices para que no se sientan mal consigo mismos. Que no te engañen, son los que no pueden defenderse. Probablemente yo terminaré con ellos.

—Probablemente yo también...

—Bueno —Jake sonrió—. Al menos, estaremos juntos en la desgracia. Algo es algo.

Él siguió andando y ella se extrañó un poco. ¿No había cinco miembros en el grupo de los guardianes? Solo había mencionado a tres.

—¿Y los otros dos? —preguntó Alice, siguiéndolo.

—Oh, Max tiene el trabajo más guay. Se encarga de las exploraciones. Suelen ir a por más munición, o comida, o medicina... lo que sea que falte. A veces, también van a hacer intercambios con los de las caravanas. A Max no le gustan mucho, pero siempre dice que, en tiempos como estos, hay que llevarse bien incluso con la gente que no te gusta.

—¿Y el de la cicatriz?

—Rhett... es una historia muy larga.

—No pasa nada, tenemos tiempo —Alice no quería perderse ni un detalle.

—Antes él se encargaba de las exploraciones —Jake casi parecía lamentarlo mientras lo contaba—. Pero un día tuvo un problema en una de ellas y... ejem... lo obligaron a conformarse con entrenar a los iniciados y a los avanzados de armas.

—¿Ese es un buen trabajo?

—No, claro que no. Él lo odia. Y yo no lo querría ni si me pagaran.

—¿Por qué iban a pagarte?

—No me refería a que me pagaran de veras, es solo una manera de hablar.

—Ah, claro...

¿Es que todos los humanos hablaban de esa forma tan... rara?

Siguieron caminando. Lo siguiente eran el grupo de casas que había al otro lado de la sala de actos, que funcionaba como división de la ciudad. Jake le dijo que eran las casas que ocupaban los alumnos ya entrenados o las personas que no tenían ninguna función específica. Es decir, los niños demasiado pequeños, los adultos demasiado mayores y los enfermos demasiado débiles. Jake le dijo que empezaban a entrenar a los doce años, por lo que hasta esa edad los niños solo tenían la responsabilidad de ayudar a sus mayores con lo que les pidieran.

A Alice le dio la sensación de que la gente era mucho más feliz ahí que en su zona. Podían hacer lo que quisieran... porque sí. Era raro. Además, todos iban vestidos como querían. ¿No tenían ningún uniforme?

—La mayor parte de la ciudad son las casas de la gente que vive aquí. También hay un montón de torres de vigilancia, ¿lo has visto? —en efecto, Alice se había fijado en los pequeños edificios que destacaban a cada veinte metros—. Es por si acaso. Para protegernos.

—¿De qué?

—De lo que sea que pueda aparecer por el bosque. Pero para eso está el muro que nos rodea —sonrió el niño—. Lo hicieron Max y sus primeros compañeros cuando todo esto empezó. Rodea toda la ciudad, y hay vigilantes y alumnos avanzados de lucha o armas por todas partes que se encargan de que nadie entre ni salga sin permiso.

Siguieron caminando y Alice sintió que su pierna empezaba a quejarse. Jake se detuvo en la zona más despoblada de la ciudad, en la que había una pequeña franja de bosque dentro del muro. De hecho... en esa zona, el muro tenía un agujero. Alice vio que había gente rehaciéndolo en silencio mientras varios guardias los supervisaban.

—Eso lo hiciste tú con el coche —Jake la miró.

—¿Yo?

—Sí, cuando te chocaste con el muro. Debías ir a mucha velocidad, para destrozarlo así... menos mal que no te hiciste mucho daño.

Alice no dijo nada. Siguieron su camino.

—También hay algunos bares que todavía se sostienen. Están todos por la zona de las casas, así que los alumnos no pueden ir —el niño señaló́ una pequeña taberna que parecía bastante calurosa por su tamaño y la cantidad de gente que había dentro—. Y, además, tienes que ser mayor para entrar.

—¿Yo soy mayor?

Jake la miró, divertido.

—Pues claro. Debes tener unos... ¿dieciocho años? ¿Diecinueve?

—Yo... no sé mi edad.

Él pareció entusiasmado.

—Pues, ¡eres una afortunada! ¡Puedes decidir cuántos años tienes! Pero no te pases. Quédate entre los diecisiete y los veinte. Si dices que tienes cuarenta, nadie se lo creerá.

—Mhm... —ella lo consideró unos segundos—. Creo que diré... diecinueve.

—Entonces, genial. ¿Ves? Aquí cualquiera con más de quince años es mayor.

Siguieron caminando hasta que por fin llegaron a una zona que Alice conocía. Era el hospital. Junto a él, la sala en la que la acababan de juzgar. Habían dado la vuelta a la ciudad a una velocidad impresionante.

—Y... aquí estamos otra vez, en la zona de alumnos —Jake puso una mueca—. Espero que te guste, porque es a la que tienes acceso. Después de todo, tú también eres una alumna.

—¿No puedo ir a las casas?

—Sí que puedes, pero no vas a poder hacer gran cosa cuando llegues ahí.

Alice vio, a lo lejos, lo que parecía ser la entrada, repleta de guardias vestidos también con ropa vieja. No parecían muy centrados en sus tareas. De hecho, estaban charlando y riendo entre ellos.

—Sí, no te recomiendo cabrearlos —comentó Jake al verlos—. Parecen muy tranquilitos cuando están así, pero son peste cuando se enfadan. Una vez Saud, un amigo mío, cabreó a uno. Le dio con el culo de la escopeta en medio de la cabeza y le hizo un chichón. En fin... deberíamos ir a ver a Max. Me ha dicho que te llevara con él cuando termináramos el pequeño tour.

Alice no sabía qué significaban la mitad de las palabras que había usado, pero asintió con la cabeza de todas formas.

Rehicieron el camino hasta llegar a lo que Jake había denominado casa de guardianes. Entraron, cruzaron un pasillo estrecho con unas pocas puertas y subieron dos pisos por las escaleras. Jake no se detuvo hasta llegar a la habitación del fondo de ese pasillo, que abrió sin pensar.

Alice vio un pequeño despacho con una mesa llena de distintos artilugios que para ella eran un misterio. Detrás de la mesa, una ventana que daba con la ciudad. Había dos sillas, ambas ocupadas. Una por Max, que estaba al otro lado de la mesa, y la más cercana... por Rhett. Ambos parecían haber estado discutiendo antes de que Alice y Jake llegaran. El primero los miró con hostilidad, el segundo con una sonrisa divertida.

Max, de hecho, dirigió una severa mirada a Jake.

—¿Qué te dije de llamar a las puertas?

—Eh... —el pobre Jake se había quedado en blanco—. Lo siento mucho, Max, volveré en...

—No, ahora ya no importa —y una mirada mucho más severa se clavó en Rhett, que los seguía observando con diversión—. Él ya se iba.

—En realidad —se puso de pie y cerró la puerta tras ellos, apoyándose en ella sin borrar la sonrisa burlona—, prefiero quedarme a ver esta interesante reunión.

Max suspiró, miró a Alice y señaló la silla que había delante de él. Ella se movió rápidamente hacia ésta y se sentó como pudo. Su pierna magullada lo agradeció. Había estado demasiado tiempo andando y empezaba a dolerle de nuevo.

—¿Tienes alguna idea de combate? —preguntó Max directamente.

Alice frunció el ceño. ¿No necesitaba presentación antes de empezar la entrevista? Oh, claro, él no sabía que era una androide...

—¿Combate? —repitió, confusa.

—¿Sabes lo que es?

—No... bueno, sí...

—Es una cosa muy bonita —escuchó decir a Rhett a su espalda—. Se trata de hacer piruetas intentando que no te maten. Lo vas a adorar.

—Tu pierna estará bien mañana —replicó Max, ignorándolo—. Por lo tanto, mañana empezarás el entrenamiento con los iniciados.

—¿Con nosotros? —Jake pareció ilusionado—. ¡Genial, Alice!

—Jake, te he dejado quedarte porque pensé que te callarías.

—Ah, sí, perdón. Me callo. No existo. Soy decoración.

Max lo miró durante unos instantes antes de suspirar, agotado, y volverse hacia Alice de nuevo.

—Rhett será tu entrenador.

Hizo una pausa, como si esperara una reacción. Alice se apresuró a asentir con la cabeza.

—Genial —murmuró.

—Eso no lo pensarás mañana —murmuró Rhett.

—De todos modos —siguió Max—, Jake fue quien te trajo aquí y...

—Técnicamente, fui yo quien la trajo —replicó Rhett—. Ya sabes, la cargué todo el camino.

—Pero yo la encontré —Jake frunció el ceño.

—¡Y yo la cargué todo el camino! ¿Es que nadie me va a dar siquiera las gracias?

Max le dirigió una mirada bastante tenebrosa, pero Rhett no pareció muy asustado. Solo sonrió, divertido, y levantó las manos en señal de rendición.

—Quiero silencio —aclaró Max—. Si no podéis callaros, os agradecería que...

—Jake, cállate —murmuró Rhett—. Por tu culpa quieren echarnos.

—¡Oye! ¡Has sido tú quién...!

—¡Callaos los dos!

Max se frotó la cara con las manos, frustrado.

—Mi pierna no estará bien mañana —interrumpió Alice el silencio que se formó tras eso—. Tina ha dicho que me desgarré...

—¿Y no te ha dicho que hace magia en las heridas? —le preguntó Rhett.

—Mañana solo tendrás algunas cicatrices —añadió Jake.

—Llegas a acostumbrarte a ellas —Rhett asintió—. Haz caso al experto.

—¿Quieres que te eche, Rhett? —le espetó Max.

—No, por favor, eminencia, permíteme quedarme...

—Te pondremos con los novatos para ver de lo que eres capaz —soltó Max, ya pagando su enfado con Alice e ignorando a los demás—. Si eres útil, ya veremos qué hacemos contigo. Si no lo eres, te quedarás con los niños todo el tiempo que pases aquí o te asignaremos alguna otra tarea minoritaria. Jake se encargará de enseñarte dónde duermes.

Alice se quedó mirándolo un segundo, confusa. ¿Se suponía que tenía que entender todo lo que acababa de decir?

—Y esto —ella se encogió cuando Max sacó algo de debajo del escritorio... oh, oh, su revólver—. ¿Me puedes explicar por qué lo llevabas encima?

—Mi padre me lo dio —dijo en voz baja.

—¿Y no se te ocurrió usarlo para defenderte?

—No... no sé cómo se usa.

Silencio. Max suspiró, metiéndolo en el cajón de su escritorio.

—Rhett te enseñará a usarlo. Si se te da bien, te lo devolveré. Eso es todo.

Alice seguía un poco perdida porque todo fuera tan informal. Cuando Max vio que no se movía, levantó la cabeza y clavó la mirada en ella.

—¿Sigues aquí?

Ella se puso de pie, confundida. ¿Había dicho que se fuera?

Por suerte, Jake estaba ahí para guiarla hacia la puerta. Lo siguió rápidamente. Rhett se apartó mirándola con una sonrisa burlona. ¿Ese iba a ser su... profesor?

Ni siquiera tenía aspecto de profesor. No era serio ni parecía responsable, ¿qué clase de cosas iba a enseñarle?

Unos segundos más tarde, Jake y ella salieron del edificio y él le dirigió una sonrisa de compasión.

—No es tan malo como parece.

—¿Cuál de los dos?

Él empezó a reírse.

—Los dos. Sobre todo Rhett. Es bueno con nosotros cuando está de buen humor, ya verás. Max... no tanto.

Volvieron a cruzar todo el camino y Alice advirtió que estaba empezando a anochecer. Se detuvo de golpe y Jake la miró, extrañado.

—Debemos ir a nuestra habitación —dijo ella.

—¿Eh?

—El toque de queda —dijo, esperando a escuchar la alarma que lo indicaba, a lo que él la miró como si le hubiera salido otra cabeza.

—¿Qué toque de queda? ¡Si todavía no hemos cenado!

—¿No hay... toque de queda?

—Pues no. A ver, no puedes salir de noche, pero no hay una hora específica en la que tengas que encerrarte en el edificio.

¿Dónde se había metido? ¿Por qué eran todos tan extraños?

Jake siguió caminando y se vio obligada a seguirlo. Esta vez, cuando llegaron a las habitaciones de los chicos que entrenaban, pudo ver su interior.

Lo primero que Alice advirtió fue que era una casa grande. Muy, muy grande... pero olía a humedad. Puso una mueca y siguió a Jake, que subió las dos primeras plantas sin siquiera detenerse. Alice escuchó el ruido de risas y voces que provenían del interior de las habitaciones e intentó no fijarse demasiado. Eran muy ruidosos. No estaba segura de poder desacostumbrarse al silencio nocturno de su zona.

Finalmente, Jake se detuvo en el último piso y abrió la única puerta que había. Alice sentía que su pierna ya no dolía tanto, pero con el esfuerzo de las escaleras le molestaba un poco. Quería sentarse.

La habitación que había delante de ella era un desastre. Había al menos veinte colchones en el suelo, uno junto a otro, con ropa por todas partes, sábanas esparcidas, gente tirada por el suelo, hablando, riendo... sintió náuseas.

Jake pasó de largo entre las camas de algunas personas que se quedaron mirando a Alice con curiosidad. ¿Qué clase de educación habían recibido si no eran capaces de disimular ni un poco? También advirtió que la mayoría eran de edad similar a Jake. Por lo tanto, era la mayor. No supo si sentirse mejor o peor.

—Hoooola —saludó Jake alegremente a un grupo de chicos que había en el fondo de la habitación. Estaban haciendo algo con lo que parecían trozos rectangulares de papel—. Esta es Alice.

Sus amigos eran dos chicos; uno estaba bastante delgado, tenía la piel oscura e iba vestido con una camisa de cuadros. Era la primera persona que veía sin ropa vieja. El otro era más alto que sus dos amigos, cosa que imponía, pero su cara de simpatía rodeada de una frondosa melena rubia delataba que no debía ser muy peligroso.

—Ellos son Dean —señaló primero al rubio y luego al otro— y Saud.

—¿Ella es la nueva? —preguntó directamente Saud—. Es muy vieja, ¿no?

—Eres tan suave... —Dean hizo algo raro con los ojos, dejándolos en blanco un momento.

—Entrenará con nosotros mañana —dijo Jake—. Y no es vieja. No seas malo.

—Sí que lo es.

—¿Qué es vieja? —preguntó Alice.

Silencio. Los tres intercambiaron una mirada.

—Es un poco rarita —comentó Jake en voz baja—. Ha pasado casi toda su vida en la zona de androides.

—Ya veo —Dean la miró, confuso.

—¿Y va a entrenar con nosotros? —Saud tenía la nariz arrugada.

—Sí. Rhett quiere ver cómo pelea.

—Seguro que la pone con Trisha —comentó Dean.

—¿Trisha? —preguntó Alice.

Dean señaló́ con la cabeza un rincón de la habitación, donde una chica de la edad de Alice, forzuda y de pelo rubio muy corto, estaba sentada mirando por la ventana. Enseguida le dio miedo. Era alta, o eso parecía desde su perspectiva. Tenía los brazos el doble de grandes que ella —que tampoco era difícil— y expresión enfadada. Eso nunca era buena señal.

—¿Ella no es vieja? —preguntó Alice, intentando no mostrar mucho miedo.

—Sí. Por eso os van a poner juntas. Rhett no pondría a alguien de tu edad con alguien como nosotros.

—Deane sí —Saud sonrió y, cuando Alice lo miró, se vio obligado a explicarlo—. Es la guardiana avanzada de lucha.

—¿Y por qué ella y yo somos viejas y vosotros no?

—Está en el grupo de iniciados por su mal comportamiento —dijo Dean en voz baja—. Nunca he entendido muy bien qué pasó. Solo me han contado que pararon un combate y ella siguió golpeando a su rival.

—Y terminó rompiéndole dos costillas —puntualizó Saud.

—¿Y yo lucharé con ella? —Alice se alarmó.

—No creo que Rhett deje que te haga nada —Jake sonrió, poco convencido.

Saud frunció el ceño al instante.

—Rhett para las peleas cuando ve que no hay nada más que hacer, pero eso no significa que no vayas a irte a dormir sin algún moretón. No te hagas ilusiones.

Alice se quedó mirando a esa chica un rato más, pero al final decidió que no quería prolongar su malestar. Necesitaba una distracción.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando los rectangulitos.

Los tres niños la miraron fijamente.

—¿No sabes qué es? —preguntó Dean, sorprendido.

—No.

—Son cartas —Jake explicó—. Las encontró Rhett en una exploración hace un tiempo y me las regaló por mi cumpleaños. ¿No has jugado nunca?

—No había... cartas... en mi zona.

—Pues no sé qué haríais para entreteneros —Saud puso una mueca.

—Leer.

—Puf... aburrido.

—Mira cómo jugamos y aprenderás rápido —Dean sonrió y le hizo un sitio a su lado—. No te preocupes, es muy fácil.

Alice se sentó con ellos y observó cómo jugaban a eso llamado cartas, aunque su mente estaba en otra parte mucho, mucho más lejana.


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