4 - 'El juicio'
Unas manos de largos y finos dedos, con las uñas pintadas de rojo, se acercaron a ella y la tomaron en brazos. Se escuchó a sí misma riendo con un sonido que pareció más un hipido. Agitó los brazos, que se sintieron increíblemente ligeros, y vio la cara de la mujer. Era preciosa.
—Ummmm —balbuceó, a lo que la mujer sonrió.
—¿Tienes hambre? —preguntó con voz suave—. Vamos a darte un biberón.
—Bi-e —dijo, haciéndola sonreír de nuevo. Le gustaba hacerla sonreír.
—Sí, el bibe —la mujer la sostuvo contra ella con un brazo y agarró un biberón de la nada. Lo acercó a ella y lo agarró con ambas manos, pequeñas y regordetas. Se lo llevó a la boca con urgencia y empezó a beber.
•••
Alice se despertó bruscamente y enseguida se arrepintió de ello.
Le dolía el cuerpo entero pero, sobre todo, se sentía entumecida, como si se hubieran fundido todos sus músculos.
Miró a su alrededor y sintió una pequeña punzada de dolor en la frente. Lo primero que vio fueron cortinas de flores a su alrededor. No podía ver nada más. En el techo, un pequeño ventanuco que le indicó que era de día. Solo la visión de un poco de sol le dio dolor de cabeza.
Estaba tumbada en una camilla, llevaba una bata corta y azul, y su rodilla estaba completamente vendada. Sus manos tenían pequeñas heridas del cristal, probablemente, y, en cuanto se tocó la frente, notó una herida pequeña pero profunda en su ceja. Puso una mueca de dolor.
Clavó los codos en la camilla y se incorporó poco a poco. Se quitó los pocos trastos que tenía conectados e intentó ponerse de pie, pero su pierna derecha no se movía por mucho que tiraba de ella. Movió los dedos de los pies y, aunque los tenía medio dormidos, los sintió. Fue un alivio.
Había más camas como la suya. Pero era la única ocupada. Y... aparatos extraños. ¿Qué era eso?
Se giró hacia el otro lado y vio a una mujer alta y rubia hablando con un chico más joven que le daba la espalda a Alice. Ella frunció el ceño, intentando escuchar mejor.
—No podemos saberlo, Rhett —murmuró la mujer—. No sabemos nada de esa zona.
—Díselo a Deane. Seguro que está entusiasmada con la situación.
—Deane es... —ella suspiró—. Ya sabes cómo es. El juicio es lo más justo.
El chico se giró hacia ella. Alice pensó en fingir que no había estado escuchando, pero ya poco importaba, la había descubierto.
Además, aunque hubiera intentado disimular, Alice se había quedado pasmada al verlo. El chico tenía una cicatriz que le recorría parte de la cara, desde la ceja hasta la mejilla. Nunca había visto algo así. En su zona, todos eran tan perfectos... no pudo evitar sentirse fascinada.
Pero, entonces, él lo estropeó todo el poner mala cara y soltar un:
—¿Se puede saber qué miras tanto?
Alice dio un respingo y se giró a cualquier otro lado. Mientras tanto, la mujer se había acercado a ella a toda velocidad.
—Vaya, buenos días. Me alegra verte despierta y con tan buena cara.
Era una mujer algo más baja que ella, un poco rellenita y con una simpática sonrisa. Llevaba una bata de médico, como las que usaban los científicos de su zona. Fue la primera persona —a parte del niño— que le dio confianza.
—Vuelve a tumbarte o esa pierna empeorará —sonrió dulcemente y la empujó por el hombro para volver a tumbarla. Alice se fijó en que no le volvía a conectar nada. Eso la alivió—. ¿Cómo te encuentras?
Alice la miró un momento, abrió la boca y solo salió una profunda voz ronca. Al instante, empezó a toser y sus costillas temblaron de dolor. La mujer enseguida agarró un vaso de agua que había encima de una mesa y se lo puso delante. Alice dejó que le diera el agua y la sintió como si fuera oro puro. Cerró los ojos de placer.
Al abrirlos, vio que ambos seguían mirándola. El chico se había cruzado de brazos y la observaba como si no confiara en ella. La mujer solo sonreía con amabilidad.
—Sienta bien, ¿verdad? Llevas aquí un día entero. Has causado un buen revuelo, señorita —le dijo, riendo—. No conocíamos a nadie nuevo desde hacía mucho tiempo.
—Sí, la temporada turística empieza en enero —murmuró el chico, poniendo los ojos en blanco.
La mujer lo ignoró y comprobó algunas cosas que las máquinas que había a su alrededor mientras seguía hablando.
—Casi todo el mundo te preguntará de dónde eres, ya sabes... tienen curiosidad. No te lo tomes a mal, no te molestaremos mucho con eso. O, al menos, no delante de mí.
—Delante de mí, sí —replicó el chico frívolamente.
Alice intentó hablar otra vez. Tardó unos segundos en conseguirlo.
—¿Dónde estoy? —preguntó lentamente, sintiendo que le dolía la garganta.
—Ahora mismo, en la fortaleza de los rebeldes —ella empezó a reírse de su propio chiste—. Aunque nosotros preferimos llamarlo Ciudad Central.
Oh, no. Rebeldes. Los que estaban en contra de... ella. Alice tragó saliva.
El chico entrecerró los ojos. ¿Lo sabría? No, no podía saberlo. Era imposible, ¿no? Recordaba al niño poniéndole algo en el estómago. Lo había cubierto.
Alice miró a la mujer un momento más. Tenía tantas preguntas —como por ejemplo cómo había sobrevivido— que no podía ni siquiera formularlas por orden.
—Me llamo Tina, por cierto —añadió la mujer—. Bueno, me llamo Christina, pero puedes llamarme Tina. Todo el mundo lo hace.
Ella estuvo a punto de presentarse con su número, pero se dio cuenta de que habría sido un error tan estúpido como mortal, así que lo consideró un momento.
—Alice —le dijo, finalmente, en voz baja.
—Bonito nombre. Rhett, ¿puedes ir a avisar a Max de que se ha despertado? Los demás guardianes querrán empezar el juicio cuanto antes.
Rhett le sostuvo la mirada un momento más, parecía desconfiar de ella. Después, se marchó sin decir absolutamente nada.
Tina seguía junto a ella.
—Tenemos que ponerte de pie —dijo, ofreciendo una mano—. El consejo de la ciudad quiere verte. Supongo que no querrás que sea vestida en bata de hospital, ¿no?
Alice tomó su mano y, con sumo esfuerzo, logró ponerse de pie. Apoyó la mayor parte de su peso encima de Tina mientras ésta la llevaba a una sala a parte. Tina se detuvo delante de una puerta y se metieron en ella. Encendió las luces. Era una sala pequeña, con un banco y varios armarios de metal. La mujer sacó unas cuantas prendas de ropa.
—No sabía qué ponerte, toda mi ropa te iría enorme... así que he encontrado lo que he podido.
Eran unos pantalones cortos —que agradeció, debido a la rodilla—, una camiseta sin mangas con una chaqueta marrón y unas botas viejas y también marrones. Era muy distinto a su atuendo habitual. Aún así, no se quejó mientras Tina empezaba a ayudarla a quitarse la bata. Se quedó helada cuando vio que su número seguía ahí.
Sin embargo, Tina lo ignoró completamente y le guiñó un ojo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. No se lo diré a nadie, no te preocupes. Pero... vas a tener que confiar en mí.
Alice no entendía nada, pero no se quejó. ¿No se suponía que los rebeldes eran unos salvajes? Por lo que estaba viendo, no había mucha diferencia entre ellos y los humanos que los padres consideraban aceptables. De hecho, Tina había sido más simpática con ella en un rato que la mayoría de padres en toda su vida.
Se dejó vestir y, un buen rato más tarde, por fin salieron del edificio en el que estaban. Había un rótulo que rezaba hospital justo encima de la puerta. Tina la acompañó mientras ella cojeaba a su lado.
Lo primero en que se fijó Alice fue que su alrededor estaba repleto de gente. Especialmente gente joven que la miraba con expresiones de curiosidad, sin miedo a ser castigados por no andar con la mirada en el suelo... qué extraño.
Las calles eran amplias, con edificios pequeños a ambos lados e infinidad de casas. Parecía uno de los lugares humanos que solía ver en las imágenes de los libros de su zona.
Dejó de personarlo cuando Tina se detuvo delante del edificio más grande, aunque sin rótulo. Ahí había un niño de pie con aspecto nervioso. Alice lo recordó enseguida por el pelo rizado. Era el que la había ayudado en el bosque.
—Nos vemos dentro, querida. Buena suerte —Tina le dio un apretón en el hombro sano antes de dar la vuelta al edificio.
Ella se quedó ahí, de pie, confusa. El niño se había colocado a su lado mientras ambos esperaban que la gente entrara. Cuando la última persona lo hizo, el niño respiró hondo.
—Sígueme el rollo —le dijo a Alice, antes de abrir la puerta.
¿Que le siguiera... qué?
Lo primero que vio fue una enorme sala repleta de gente. De humanos. Nunca había visto tantos humanos juntos. Se estaba empezando a asustar.
Tragó saliva con fuerza y siguió al niño por el pasillo que formaban los asientos.
No era más grande que su sala de conferencias, pero desde luego había más gente. Y todos la miraban. No con desprecio o desdén... sino con curiosidad. Alice nunca había sido mirada con curiosidad. Era una sensación extraña.
Había al menos diez ventanales esparcidos alrededor de la ¡sala. Al otro lado de esta, una enorme mesa con cinco personas sentadas en ella. Y, por supuesto, delante de ellos, una vieja silla de madera.
Bueno, estaba claro cuál sería su lugar.
El niño la acompañó hasta la silla y Alice se sentó en ella como pudo mientras él se quedaba de pie a su lado. El techo era bonito, pero estaba medio en ruinas. Colgaba una enorme lámpara de cristal que en esos momentos estaba apagada debido a la cantidad de luz que entraba por los grandes ventanales.
Escuchó los murmullos de la gente a su alrededor y se obligó a ignorarlos. Era extraño que hablaran tanto. En su antigua zona eran muy estrictos con el ruido. Si estabas en una reunión, ni siquiera oías la respiración de quien tuvieras a tu lado.
De pronto, el hombre que estaba sentado en medio de la mesa dio un golpe seco en ella, haciendo que Alice se girara, asustada. Todo el mundo guardó silencio. Él la estaba mirando fijamente.
¿Era su líder? ¿Iban a juzgarla de algún modo? ¿Para qué? ¿Para matarla? ¡Si acababan de curarla! ¿Esa era la lógica de los humanos? No terminaba de comprenderla.
Alice lo miró. Era un hombre de mediana edad, pero fuerte y serio. Tenía la mitad del rostro cubierto por una corta barba del mismo color de su pelo oscuro y unos ojos de color castaño con los que parecía que iba a atravesar a cualquiera. Iba vestido como los demás —¿por qué su líder se vestía como sus súbditos?— y su sola presencia intimidaba. Clavó los ojos en Alice como agujas y ella se obligó a no salir corriendo.
Aunque, siendo sinceros, tampoco habría podido hacerlo. Seguía cojeando.
—Doy comienzo a este juicio —anunció con voz profunda, era de esas personas que no necesitan gritar para ser escuchadas. Luego la miró—. Di tu nombre en voz alta.
Ella dudó un momento. Estaba aterrada. El niño se aclaró disimuladamente la garganta, mirándola de reojo.
—Alice —dijo en un hilo de voz, pero se la escuchó en toda la sala.
—¿Sabes dónde te encuentras? —ella negó con la cabeza, por lo que el hombre de la barba prosiguió—. Estás en Ciudad Central, donde ayudamos a la gente. Y estás siendo juzgada en base de si te quedarás o no con nosotros. Jake es tu representante, ya que él fue quien te encontró.
Ella asintió lentamente. Si la echaban, moriría de hambre o de sed, o bien los de gris ceniza la atraparían antes de que pudiera llegar a ningún lado. ¿Su único seguro era ese niño?
Bueno, ya la había salvado una vez, pero... ni siquiera había visto a nadie menor que ella jamás. Al menos, no en persona. Solo fotografías. Y, ahora, dudaba que ese niño tuviera diez años. Parecía un poquito mayor. ¿Quizá doce?
Pero ¿qué hacía pensando en eso? ¡Se estaba jugando la vida!
—Cuando quieras, Jake —añadió el de la barba, haciéndole un gesto.
¿Qué iba a decir? Ni siquiera había hablado con él. Miró al niño, que ya estaba a punto de hablar.
—Vivía en la zona de los androides.
¿Acababa de oír... lo que creía que acababa de oír?
Alice abrió mucho los ojos, pero el tal Jake se limitó a guiñarle un ojo disimuladamente, como diciéndole que se calmara. Alice no entendía nada.
Aprovechando el momento de murmullos, ella miró a todos los miembros del supuesto jurado. Había dos hombres más y dos mujeres. El del extremo izquierdo era también de mediana edad, con mirada dura, con la cabeza y la mandíbula completamente afeitadas y con una pistola escondida en su cinturón. A su lado, una chica no mucho mayor que ella, con el pelo corto y oscuro y un rostro alargado, algo huesudo, impregnado de seriedad. Después, el hombre de la barba.
Junto a él, otra mujer, Tina, que ahí sentada parecía mucho más seria e intimidante de lo que lo había parecido en el hospital. Y, finalmente, sentado junto a Tina, un chico joven que tenía las botas apoyadas sobre la mesa y los ignoraba a todos. Estaba muy ocupado jugueteando con una pulsera de cuero que tenía en la muñeca.
Espera... era el del hospital, el de la cicatriz. El que no había dejado de mirar a Alice con mala cara... y ahora tenía que juzgarla. Los nervios aumentaron.
—¿Con los androides? —preguntó el rapado, desconfiado—. Entonces, ¿es un androide?
—No lo es —intervino Tina, haciendo que Alice se tranquilizara un poco—. He estado con ella en el hospital. Si lo fuera, lo habría notado.
Alice seguía sin entender por qué se arriesgaba tanto para protegerla, pero no iba a protestar.
—En realidad —siguió Jake—, ahí no vivían solo androides, también humanos.
—¿Para qué necesitan humanos? —preguntó el de la barba.
Jake la miró. ¿Era su turno? Oh, oh...
—Nos retenían, señor —se escuchó decir Alice a sí misma.
—No es un señor —replicó, divertido, el chico de las botas sobre la mesa.
—¿Y qué se hacía con los humanos? —preguntó la chica de pelo corto—. ¿Se los utilizaba para algún trabajo concreto?
—No exactamente —añadió Jake—. Les hacían creer que los demás humanos los repudiarían por haber vivido con androides y, por lo tanto, ellos eran su única salvación. Así conseguían retenerlos.
Nuevos murmullos, mucho más altos. Alice se preguntó de dónde estaba sacando todo eso, pero mantuvo su cara impasible. Tenía que hacer ver que lo que decía el niño era cierto, ¿no?
—¿Y por qué tú escapaste y los demás no? —Rhett había quitado las botas de la mesa y la miraba con una ceja enarcada—. ¿Qué te hizo pensar que tenías alguna posibilidad de sobrevivir tú sola?
—No... no tuve mucha otra opción —admitió ella.
—¿A qué te refieres? —preguntó el rapado.
—Yo... —Alice tragó saliva con fuerza. Estaba muy nerviosa—. Vi... lo que hacían con la gente que no seguía las normas. Me asusté y quise irme. Sin importar lo que pasaba si lo hacía.
Vale, eso no era del todo mentira. Empezó a perder nervios y a ganar confianza. Podía hacerlo. Podía mentir y convencerlos. Ella podía.
—¿Qué hacían con ellos? —la chica del pelo corto frunció el ceño.
—Un chico... —¿por qué le resultaba tan difícil hablar de ello?—. Un chico levantó la voz una mañana. Quería irse de la ciudad. Así que... le cortaron la mano. Y hubo otro... otro que siempre se portaba bien... un día empezó a cuestionar lo que pasaba en la ciudad y... nadie volvió a verlo.
—Putos dictadores —murmuró la chica, asqueada.
—Eso no explica cómo terminó en el bosque —replicó el hombre de la barba—. ¿Escapaste sin más? Dudo que te dejaran salir.
—No, no fue así... mi padre —oh, no, se le había cortado un poco la voz— me dijo que tenía que irme de la zona antes de que fuera demasiado tarde. Me estuve preparando con él durante semanas, hasta que un día decidimos marcharnos juntos.
Una pequeña mentira. Era extraño decirla con tanta naturalidad. Y más extraña era la sensación de vacío que sentía cada vez que pensaba en el padre John.
—¿Qué os llevó a marcharos? —preguntó el rapado, confuso.
Alice dudó. Dudó muchísimo. Ellos eran rebeldes, pero no parecían los mismos rebeldes que habían invadido su zona. Aún así... ¿y si eran sus amigos? No podía decirles que había huido de ellos, la entregarían enseguida.
Y, entonces, el de la barba interrumpió sus pensamientos:
—Fueron los de la ropa gris ceniza, ¿no?
Alice se quedó mirándolo, pasmada. Él suspiró.
—Había oído que tenían pensado hacer algo así, pero nunca pensé que llegarían a atreverse —admitió, echando una ojeada a los demás guardianes, que parecían sorprendidos, antes de volverse hacia Alice de nuevo—. Nosotros no llevamos monos grises, ni tampoco matamos a personas inocentes, así que no tengas miedo y cuenta la verdad.
Alice, por algún motivo, supo que estaba hablando en serio. Saber que ellos no formaban parte del grupo que los habían atacado era un verdadero alivio. Casi se permitió sonreír... hasta que escuchó la pregunta de Rhett.
—¿Qué fue de tu padre después de que escaparais?
Alice agachó la cabeza. Si no había llorado nunca, no empezaría delante de todo el mundo. Aunque se muriera de ganas.
—Lo atraparon —murmuró.
Se produjo un silencio algo incómodo en la sala. Supo enseguida que a los humanos no les gustaba hablar de muerte.
Miró de reojo a Jake, que asintió un poco con la cabeza. Quizá se creía que se estaba inventando esa parte. La de la muerte de su padre.
Ojalá fuera una invención.
—¿Y no intentaste avisar a nadie más, a parte de a tu padre? —preguntó el de la barba.
—Intenté... intenté avisar a una compañera.
La expresión de Jake cambió a una más tensa. Oh, quizá no debía hablar tanto.
De nuevo, esa sensación de tristeza y vacío al pensar en la pobre 42.
—¿Y dónde está esa compañera tuya? —preguntó el hombre rapado.
—Yo... vi cómo la mataban. No pude hacer nada por ella.
Se hizo un silencio absoluto en el jurado.
—Siendo tu compañera, ¿no hiciste nada para protegerla? —preguntó el hombre rapado, escéptico.
—Ella se lanzó sobre ellos y yo no...
—¿Por qué se lanzaría sobre ellos? —la chica de pelo corto levantó una ceja.
Oh, no. No la creían.
—Creía que nos ayudarían —se apresuró a decir Alice.
—¿Después de haber intentado mataros? —sonó muy desconfiada.
—No sabíamos qué estaba pasando —Alice empezó a sonar desesperada. Necesitaba que la creyeran—. Ahí... era todo muy estricto. Saltarse las normas, tener iniciativa... era algo impensable. Y de repente tuvimos que improvisar todo lo que hacíamos. Ni siquiera habíamos tenido contacto con nadie que no fuera un padre... un científico... u otro de los nuestros. Y, de pronto, teníamos que escapar de la única zona que habíamos conocido en nuestra vida. Y ella creyó... por un momento... creyó que nos ayudarían, sí. Cualquiera lo habría hecho. Estaba desesperada.
Vio que Tina y el hombre de barba se miraban entre ellos, pero al menos no dijeron nada. ¿Eso significaba que la creían?
—Y ellos no lo hicieron —añadió el rapado, esta vez en un tono menos agresivo.
—No —Alice negó con la cabeza, tragando saliva—. La mataron sin... sin siquiera pensarlo. Conseguí salir de la zona con mi padre, pero a él le hicieron lo mismo en cuando nos detuvimos. Habíamos conseguido robar un coche antes de salir de la zona y yo... intenté escapar con él por mi cuenta. Pero consiguieron sacarme de la carretera y... bueno... y Jake me encontró.
Era la primera vez que le daba la sensación de que toda la sala la estaba escuchando en silencio. Era una sensación muy extraña.
—¿Tienes idea de por qué querían invadir vuestra zona? —preguntó el de la barba, a lo que Alice negó con la cabeza.
—Ojalá lo supiera.
—¿Y por qué deberíamos dejar que te quedaras? —preguntó la chica de pelo corto abruptamente—. ¿Qué nos asegura que no correrás a tu antigua zona a decirles a todos dónde nos escondemos?
—Ni siquiera sabe dónde está —el chico de la cicatriz frunció el ceño.
—¿Y cuánto tiempo crees que tardará en descubrirlo cuando dejemos que se pasee por aquí como si nada?
—Acaba de decir que todos los de su ciudad están muertos, Deane —él enarcó una ceja—. Podrías tener un poco de compasión, aunque fuera por una vez en tu vida.
Ella se quedó un momento en silencio, malhumorada.
—Eso no es una respuesta —replicó la chica.
—Es una respuesta —señaló él, burlón—. Otra cosa es que no te parezca válida.
La chica le dirigió una mirada que habría helado el infierno, pero a él no pareció importarle.
—No tengo otro lugar al que ir —les dijo Alice, y vio que Tina apretaba los labios, apenada—. Antes habéis dicho que ayudáis a la gente. ¿Por qué no a mí?
—No eres de los nuestros —la chica de pelo corto, Deane, se cruzó de brazos—. No podemos confiar en ti.
—Pero... no me conoces —Alice no lo entendía—. Es imposible que lo sepas.
—¿Te crees que no he visto lo que hace la gente como tú a...?
—Ya vale —el hombre de la barba se giró hacia Deane y ella apretó los labios—. Estamos aquí para decidir entre todos, no tú sola.
De nuevo, silencio entre los jueces. Finalmente, el de la barba se puso de pie.
—Votemos.
Alice no tenía ni idea de por qué estaban votando, pero por el contexto supuso que era si la mataban o no.
—Yo, Geo —anunció el rapado—, voto por echarla.
Oh, no. Era para saber si la echaban o no. Alice se sintió como si le hubieran lanzado un jarro de agua fría.
—Yo, Deane —dijo la chica de pelo corto—, voto por que se largue de aquí.
El siguiente era el de la barba.
—Yo, Max —la miró con los ojos entrecerrados—, voto por que se quede.
—Yo, Tina —sonrió ella—, voto por que se quede.
Deane apretó los labios con más fuerza todavía. No estaba de acuerdo con ellos, eso era muy claro.
Pero Alice no podía pensar en eso, estaba a solo un voto de la salvación y sintió que cada mirada de la sala se clavaba en el chico del final de la mesa. Se llamaba Rhett, ¿no es así? Él hizo girar un poco su silla para mirarla de reojo. Alice casi sintió ganas de apartar la mirada.
No podía dejar de ver la cicatriz y ahora, además, podía verla con más claridad. Cruzaba su cara desde un extremo de la frente hasta la mitad de su mejilla, sorteando el ojo, aunque dejando marca en la ceja. Quizá debería haberle parecido más intimidante por ella, pero la verdad es que no. De hecho, le resultaba fascinante. A ella también le gustaría tener alguna cicatriz así para presumir de ella.
No se dio cuenta de que Rhett había estado mirándola con aire pensativo durante un buen rato hasta que Max carraspeó con impaciencia. Rhett sonrió con aire burlón y se encogió de hombros.
—Yo, Rhett, digo que cuantos más seamos, mejor.
—¿Eso es un sí? —preguntó secamente Deane.
—No es un no —sonrió Rhett.
Max se puso de pie y toda la sala lo hizo a su vez. Alice fue la última y, además, lo hizo de manera bastante torpe por la rodilla y los nervios. Cuando levantó la mirada, vio que Max la estaba observando.
—En nombre de la mayoría de los jueces, te acepto en Ciudad Central durante un periodo de prueba de tres meses. Si en ese tiempo incumples las normas o no demuestras que estás dispuesta a cumplir alguna función de la ciudad, no nos quedará más remedio que echarte. Ya hemos terminado.
Al instante en que hubo terminado, la gente empezó a marcharse. ¿Ya estaba? ¿Se marchaban? ¿Había ganado? ¿No había minuto de silencio antes de marcharse? Bueno, ellos no tenían padres a los que agradecer nada, pero aún así...
Alice vio que Tina hablaba con el tal Rhett y dudó. Quizá debería hablar con ella para darle las gracias. Aunque, al final, decidió girarse hacia Jake. Él estaba sonriendo, entusiasmado, cuando le dijo:
—Bienvenida a Ciudad Central.
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