18 - 'Pequeña excursión'

Durante los días siguientes, Alice se pegó más a Davy en las clases de la loca de Deane, que desde ese entrenamiento en que habían discutido, miraba a Alice como si quisiera darle un puñetazo en la nariz. O unos cuantos.

Davy no era especialmente simpático, pero al menos no la miraba con hostilidad, cosa que era un avance. Era el punto perfecto entre la hostilidad de Shana y Tom y la excesiva simpatía —por no llamarlo de otra forma— del pesado de Kenneth.

Por otro lado, le daba la sensación de que por las noches Rhett le contaba cada vez más cosas de sí mismo. Especialmente de su vida antes de la guerra. Una de las cosas que más le había llamado la atención había sido cuando habló de su padre. No lo había hecho hasta ese momento. Y lo hizo justo cuando terminaron una película cuyos protagonistas estaban en el ejército.

—Esta película me recuerda a mi padre —murmuró, sacudiendo la cabeza—. También era militar.

Alice lo miró de reojo, sin saber muy bien si preguntar o no.

—¿Y gritaba tanto como ese hombre? —bromeó al final.

—No —Rhett sonrió—. Gritaba aún más.

—Imposible.

—No lo es.

—Bueno, ya sé de dónde has sacado el mal humor.

Rhett empezó a reírse, pero no dijo nada más.

De hecho, era muy difícil conseguir que Rhett le contara cosas de sí mismo. Cuando lo hacía, era solo en pequeñas dosis. Y después de decirlas se quedaba un momento en silencio, como si no estuviera muy seguro de si se arrepentía o no.

—¿Gritaba como Max? —sugirió Alice con una sonrisita, rodando para quedarse tumbada de lado, mirándolo.

Rhett ladeó la cabeza hacia ella, tumbado boca arriba.

—Max es un angelito a su lado.

—Lo siento, pero no me lo creo.

—Pues es verdad —y su sonrisa se apagó un poco—. Era un cabrón.

Alice se quedó confusa con esa última palabra. Y también por su forma de pronunciarla.

—¿Qué es eso?

—Es... —sacudió la cabeza—. Da igual, no necesitas saberlo.

—Oh, vamos.

Él suspiró.

—Es un insulto —aclaró, mirándola—. No hace falta que vayas repitiéndolo.

—Lo reservaré para cuando alguien se porte mal conmigo, entonces.

—¿Eso quiere decir que vas a empezar a llamarme cabrón en cada clase?

—Si tú me llamas novata, puedes estar seguro de que lo haré.

Rhett sonrió un poco, pero dejó de hacerlo para mirarla con desconfianza cuando vio que Alice se había quedado pensativa.

—¿Qué? —preguntó él.

—Tu padre... ¿no era bueno contigo?

—¿Bueno? —Rhett puso los ojos en blanco—. No era ni bueno ni malo. Nunca me trató especialmente mal, pero casi nunca estaba en casa. Para él solo existía su trabajo. Aunque eso tampoco era tan malo.

—¿Por qué no?

—Bueno, me enseñó todo lo que sé de entrenamiento militar, armas, disciplina... —puso una mueca—. Pero esa fue toda su función. Nunca se sintió como un padre. En casa, siempre éramos mi madre y yo. Y no...

Se cortó a sí mismo cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Sí, lo hacía mucho, y cambiaba de tema disimuladamente. Cuando lo hacía, Alice se contenía para no seguir preguntando. Por mucha curiosidad que tuviera, no quería forzarlo a decirle cosas que no quisiera decir realmente.

Como él se había quedado en blanco, Alice decidió hacerle un favor y cambiar de tema.

—¿Puedo preguntarte algo?

Rhett enarcó una ceja, curioso.

—Claro que sí.

—¿Tú y Deane...? ¿Alguna vez...?

Dejó la pregunta al aire, sintiendo que sus mejillas se calentaban.

Rhett, por su parte, se limitó a mirarla fijamente unos segundos, como si no terminara de entender a qué se refería. Sin embargo, cuando lo entendió, puso una mueca y se incorporó sobre los codos.

—¿Qué...? Pues claro que no —casi se estaba riendo, incrédulo—. ¿Quién te ha dicho eso?

—Nadie —le aseguró.

—¿Y por qué me lo preguntas? —puso una mueca, confuso.

—El otro día... discutí un poco con Deane —ella jugó con un hilo suelto de su camiseta, algo nerviosa—. Puede que... mhm... puede que le insinuara que estaba celosa.

—¿De qué?

Alice notó que su cara se volvía completamente roja mientras seguía jugando con el hilo de su camiseta.

—De que tú y yo... nos llevemos bien —concluyó.

Y Rhett se quedó en silencio.

Oh, odioso y sepulcral silencio.

Al cabo de unos segundos, Alice se tragó su propia vergüenza y levantó la cabeza. Lo encontró conteniendo una risotada con todas sus fuerzas.

—¿Tú le dijiste eso? ¿A Deane?

—Ejem... sí.

—Joder, y yo me lo perdí —se dejó caer en la cama y se pasó las manos por la cara—. No me lo puedo creer.

—¡Pero ella prácticamente admitió que sí estaba celosa!

—Bueno, puede estar celosa de lo que quiera —Rhett se quitó las manos de la cara y le sonrió—. Nunca me he acercado a ella de esa forma.

—¿Y ella... a ti?

—Una Navidad, en la cena, se puso un poco... borracha —murmuró él con una mueca—. Se insinuó un poco, pero pensé que era solo porque estaba borracha. Nunca creí que a día de hoy pudiera seguir... en fin... —negó con la cabeza—. Ignora a Deane. No necesita excusas para odiar a medio mundo.

Y esa fue su conclusión.

Alice siguió visitándolo las noches siguientes y, pese a que le sacó algo más de información de su padre —y ella le contó cosas del suyo—, se dio cuenta de que Rhett se desanimaba bastante al hablar de él. Sin embargo, su expresión se iluminaba cuando el tema de conversación era su madre.

—Esa era su película favorita —murmuró cuando Alice le dio la película que quería ver—. Le encantaba el cine.

Lo que el viento se llevó —Alice abrió mucho los ojos cuando leyó también la parte de atrás—. ¡El protagonista se llama como tú, Rhett!

—Sí, lo eligió por eso —él sonrió de lado—. Te lo dije cuando estuvimos en el claro.

—Me gusta tu nombre. Es un nombre bonito.

—Muchas gracias por la valoración.

—De nada —dijo alegremente.

—En realidad, primero quiso ponerme Rick —murmuró él, rascándose la nuca—. Bueno, Richard. Por el de Casablanca.

—¿La película que vimos en blanco en negro?

—Sí, esa.

—Yo en otra vida me llamaría Alicia.

Lo dijo sin pensar, y cuando hubo acabado de hacerlo, levantó la cabeza y miró a Rhett con precaución, asustada. Él solo parecía divertido.

—Ya podrías elegir un nombre menos parecido al que ya tienes.

—¿Cuál me pondrías tú?

Él lo pensó un momento.

—Mia como la de Pulp Fiction... Leia como la de Star Wars... Ellen como la de Alien... no sé, hay muchos.

Alice leyó felizmente la carátula antes de mirarlo de reojo.

—¿Por eso te gusta tanto el cine? ¿Porque a tu madre le gustaba?

—Supongo que sí. De pequeño siempre me ponía sus películas favoritas —arrugó la nariz, como si le incomodara pensar en lo que iba a decir—. Incluso quise ser director de cine. O cámara. Algo que hiciera que estuviera involucrado por ahí.

—¿Y qué hace un director de cine?

—Básicamente, es el que dirige todo lo relacionado con la película.

—Mhm... —ella le sonrió por encima de la carátula—. Eso de dar órdenes podría ir muy bien contigo.

—Intentaré tomarme eso como un cumplido.

—Lo es —murmuró ella, mirando la carátula otra vez—. Por algún motivo que no entiendo, me gustas cuando te pones mandón.

Rhett soltó una risa divertida.

—Pues debo gustarte todo el tiempo.

—Veo que me has entendido.

Alice le devolvió la película para que la pusiera. Rhett tardó unos segundos en hacerlo. Cuando se puso de pie, a Alice le dio la sensación de que se le habían enrojecido las orejas.

En fin... a Rhett le gustaba hablar de su madre. Esa había sido su conclusión.

Alice se había dado cuenta hacía tiempo de que la echaba de menos, pero no había preguntado qué le había pasado. No estaba segura de si él estaba preparado para hablar de ello. Le daba la sensación de que Rhett era de esas personas que se guardaban las cosas para sí mismas y las decían solo cuando se sentían seguras.

Aún así, estaba encantada escuchándolo hablar de ella.

—¿A qué se dedicaba tu madre? —preguntó Alice, curiosa.

—Era pintora —murmuró Rhett, mirando distraídamente la película.

—¿Pintora?

—Sí. Ya sabes. Lienzos, pinceles... le encantaba.

—Nunca creí que eso pudiera ser una profesión.

—Pues lo era. Antes —sonrió—. Lo que más le gustaba era hacer retratos.

—¿Qué es eso?

—Pintar a una persona.

—¿Y te pintaba a ti? —ella levantó las cejas, sorprendida y divertida ante la idea de Rhett posando para ser dibujado.

—Perdona, pero yo era un chico guapísimo —la miró, ofendido—. Quizá ahora no lo veas por la estúpida cicatriz, pero lo era.

—A mí me gusta la cicatriz.

Siempre que decía esas cosas, a él se le enrojecían las orejas y seguía hablando como si no hubieran dicho nada, visiblemente tenso.

A Alice le parecía maliciosamente divertido, así que lo hacía a menudo.

Muy a menudo.

—Me gustaría ver un retrato tuyo —le aseguró, molestándolo más—. Podríamos colgarlo en el despacho de Max. Seguro que se alegraría un montón.

Rhett le puso mala cara.

—Te habrías llevado de maravilla con mi madre —murmuró, negando con la cabeza.

Alice sonrió ampliamente y ambos volvieron a centrarse en la película.

A parte de Rhett, también había pasado mucho tiempo con Trisha, Jake, Dean y Saud. Especialmente ayudándolos a practicar porque se acercaban las pruebas de intermedios y ellos querían superarlas para dejar de ser principiantes. Alice no podía ayudarlos mucho con lo de los combates, pero sí con lo del circuito y las armas. De hecho, Dean y Jake, que eran bastante malos disparando, llegaron incluso a acertar en sus objetivos dos veces seguidas gracias a la ayuda de Alice. Todo un logro.

De vez en cuando, Jake intentaba sacar información a Rhett y Tina sobre las pruebas, que eran un misterio, pero ellos se negaban a decir nada. O, mejor dicho, le insinuaban que, si quería saber algo, preguntara a Max, que básicamente era lo mismo que quedarse sin saber la respuesta.

Jake también le hablaba de vez en cuando de lo que recordaba de cuando era pequeño. Él había nacido después de la Gran Guerra, así que no era tan interesante para Alice, que ya había leído demasiado de guerras humanas. Además, Jake solo recordaba algo de un árbol y criarse en la ciudad, que tampoco era muy cautivador.

Según los padres de su zona, conocer los errores del pasado era crucial para no volver a cometerlos en el futuro, pero... Alice no consideraba tan importantes los errores. Solo hablaban de la parte mala del pasado, nunca de lo bueno antes de la guerra. De cómo eran los humanos en su día a día, de qué hacían para divertirse, de sus profesiones, de sus relaciones... esa era la parte que más le gustaba a ella.

Alice intentó sacar información a Jake sobre la gente de la ciudad muchas veces. Lo logró con algunos alumnos pero, cuando mencionó a los guardianes, solo consiguió que Jake le recordara que Rhett y Max se llevaban mal, como si no fuera absolutamente obvio.

—¿Qué pasó entre ellos?

Jake dio un respingo, negando con la cabeza.

—Yo... eh... no lo sé.

—Sí lo sabes.

—Sí, pero no te lo diré. O me matarán entre los dos.

Alice suspiró y optó por preguntar por qué Max siempre estaba tan serio.

—Yo creo que es solo apariencia —confesó Jake, pensativo—. Max es muy bueno. Muchísimo. Me acogió cuando era pequeño, acogió a Rhett cuando lo echaron de su ciudad... y lo ha hecho con muchos otros. Contigo, por ejemplo. El problema es que necesita que la gente le tenga cierto respeto si quiere seguir al mando.

Alice analizó cada palabra concienzudamente, pero supo que no podía seguir preguntando. Um...

Unos días antes de la exploración con Max, Tina estaba ayudando a Rhett y Alice a subir todo el material de clase en la parte de atrás de uno de los coches. Max había encargado a Rhett que sacara a Alice de la ciudad para practicar otra vez con el francotirador.

Y lo mejor... ¡es que estarían ellos dos solos todo el día!

Alice no entendía por qué eso la entusiasmaba tanto. ¿Era normal tener cosquilleos de emoción en el estómago tan solo con la perspectiva de pasar el día con él?

—Deja de sonreír o Tina empezará a preguntar cosas incómodas —murmuró Rhett, colocando una caja en el maletero.

Alice borró su sonrisa al instante, aunque seguía estando entusiasmada. No sonreír fue muchísimo más fácil cuando Tina se acercó a ellos con una sonrisita y con... oh, oh. Con Jake.

—¿Por qué no os lleváis a Jake con vosotros? —sugirió ella.

Alice no estaba molesta porque Jake fuera a ir con ellos, sino porque su perspectiva perfecta era pasar algo de tiempo a solas con Rhett sin necesidad de que fuera en su habitación.

—¿Ahora tengo que hacer de niñera de dos personas en lugar de una? —Rhett enarcó una ceja.

—Le irá bien tomar algo de aire fresco.

—Que saque la cabeza por la ventana. Eso es aire fresco.

Jake puso una mueca.

—Pero yo quiero qued... ¡ay!

Se calló cuando Tina le dio una palmadita un poco fuerte en la nuca, sonriendo como un angelito.

—Va con vosotros —decretó, y no admitió discusiones al respecto.

Ya de camino por el bosque, Jake no dejaba de asomarse por la ventana, entusiasmado, llevándose más de una vez una rama en la cara.

Menos mal que Rhett no iba demasiado rápido o eso no habría sido tan divertido.

—No me puedo creer que estemos fuera de la ciudad —dijo Jake, cuyo entusiasmo había vuelto—. ¡Esto es genial!

—Nos ha quedado claro la primera vez que lo has dicho —le dijo Rhett, tan simpático como de costumbre.

Jake lo miró con mala cara y luego se giró hacia Alice.

—No sé cómo lo aguantas.

Ella sonrió, divertida.

—Ojalá lo aguantara.

—¿Y eso qué quiere decir? —Rhett frunció el ceño.

—Era broma, relájate.

—Pues qué graciosa...

—¡Yo creo que, en el fondo, bajo era gran fachada de malhumorado, nos quieres! —Jake le clavó un dedo en la mejilla, haciendo que Rhett entrecerrara los ojos hacia la carretera—. Aunque no lo admitas, claro.

—No —le aseguró.

—¿Ni siquiera a Alice?

—Oh, Alice es mucho más soportable que tú —le aseguró.

—Pero a mí también me qui...

—No.

—Pero...

—No.

Rhett lo ignoró. Al menos, por un rato. Hasta que se hartó de que Jake siguiera pinchándole la mejilla con un dedo y frenó bruscamente, mirándolo.

—Se acabó, ve atrás. Alice, ven aquí y sálvame de esta tortura.

—¿Qué? —chilló Jake—. ¡No puedes hacer eso!

—Claro que puedo.

—¡Yo quiero ir delante!

—¡Y yo quería pasar el día con mi alumna, pero la vida es injusta!

—¡YO QUIERO IR DELANTE!

—¡Pues mira cómo lloro por ti! —le abrió la puerta, irritado—. Fuera.

—¿Quién eres tú para exigirme que cambie mi sitio? ¿El rey del coche?

—Pues no. Pero resulta que sí soy uno de los instructores que te examinará para la prueba de intermedios.

Jake cambió su expresión al instante.

—Sabes que bromeaba, ¿no? —le colocó la camiseta con una sonrisa deslumbrante—. Eres mi instructor favor...

—Jake —lo miró—. Fuera. Ya.

Alice intercambió su lugar con él, dedicándole a Rhett una sonrisa divertida. Durante unos segundos, el silencio se apoderó del coche mientras cada uno pensaba en sus cosas y Rhett seguía conduciendo con una mano en el volante y un brazo apoyado en la ventanilla abierta.

Hasta que Jake se asomó entre los dos asientos delanteros, claro. Tenía una sonrisa maliciosa.

—¿Al final fuiste a su habitación la otra noche, Alice?

Silencio.

Alice miró a Rhett al instante, que había dado un pequeño volantazo al escucharlo.

—Jake, ¿estás seguro de que quieres que te abandonemos en medio del bosque? Porque mis ganas van aumentando dramáticamente.

—Entonces, sí que lo hiciste —dedujo él.

—No sé de qué hablas —murmuró Alice, avergonzada.

—Ni yo —murmuró Rhett, a su vez.

—Oh, pero yo lo sé per-fec-ta-men-te —Jake remarcó cada sílaba.

—Tú estás muy atento cuando te interesa, ¿no? —ella lo miró.

—¿Yo? Lo estoy siempre, pero disimulo. En fin, ¿al final os visteis o no? ¿Tengo que encargar una cuna porque habéis hecho cosas malas? ¿Necesitáis una pequeña charla sobre sexo seguro?

—¿Puedes intentar mantener el silencio por cinco minutos seguidos, Jake? —sugirió Rhett, que estaba claramente empezando a enfadarse.

—No me gusta el silencio. Me aburre.

—Pues a mí me encanta, así que cierra el pico o pararé el coche otra vez.

Jake se inclinó hacia él con una sonrisita burlona.

—Con ese mal humor, Rhett, no conseguirás gustarle a nadie.

—No necesito gustarle a nadie.

—Todo el mundo lo necesita.

—A mí me gusta Rhett —sonrió Alice.

—Será porque te deja sentarte delante...

—Será porque ella no es ni la mitad de molesta que tú —masculló Rhett, mirándolo.

—¡Mira hacia delante! —exigió Alice, girándole la cara hacia el frente.

—Sí, ya —Jake volvió a clavar un dedo en su mejilla—. Seguro que Alice te gusta soooolo por eso. ¿Eh, Rhett?

El coche se detuvo de golpe y Rhett apretó los labios, poniendo el freno de mano.

—Se acabó. Tú mismo te lo has ganado.

Y, cinco minutos más tarde, Jake estaba sentado de brazos cruzados junto a las cajas de munición en la parte descubierta de atrás, enfadado.

—¿Y si se cae? —preguntó Alice, preocupada.

—Un problema menos.

—Rhett...

Él suspiró.

—Iré más despacio —dijo, al final.

Bueno, Jake no se cayó, lo que eran buenas noticias. Además, cuando llegaron a la colina volvía a estar de buen humor. Su sonrisa no cambió cuando Rhett le obligó a ayudarlos a llevar todo el material hacia la colina.

Las cocineras habían estado encantadas de poder preparar algo diferente por una vez, así que cuando abrieron la cestita que les habían dado para almorzar, los tres abrieron mucho los ojos. No era mucho, pero a todos les pareció demasiado. Demasiado bueno, quiero decir. Alice se hizo con uno de los platos felizmente mientras Jake y Rhett se peleaban por hacerse con la solitaria barra de chocolate. Alice tuvo que partirla por la mitad para que no hubiera discusiones.

Después de comer, Jake se tumbó sobre la hierba y no tardó en quedarse dormido. Rhett había estado llevando lo que había sobrado de la comida al coche, así que Alice había sacado su iPod. Cuando él se sentó a su lado, le quitó un auricular —ya era casi una costumbre— y se lo puso.

—¿Otra vez la de Billy Joel? —le dijo, mirándola.

—Me gusta mucho —sonrió—. ¿Es de tu época?

—No —le aseguró, divertido—. Tiene unos treinta años más que yo.

—Pues sí que es vieja.

—Vaya, muchas gracias.

—¡Hay otra que también me gusta mucho!

—Tengo miedo, pero... ¿cuál es?

Alice la buscó alegremente y se la puso a Rhett, que en cuanto sonó la primera nota, suspiró dramáticamente.

—Pues claro que es esa —murmuró—. Es la única que odiaba de ese iPod.

—¡Si es genial! —ella leyó el título—. Dancing in the moonlight, de Toploader. ¡Es muy alegre!

—La odio.

—¡Rhett!

—Seguiré odiándola por mucho que insistas.

—Tienes suerte de que me gustes tal y como eres, porque estás un poco amargado.

—Gracias de nuevo, Alice.

Ella sonrió y, en un pequeño momento de impulso, se inclinó y le dio un beso en la mejilla, justo debajo de la cicatriz.

—De nada —le dijo alegremente, antes de volver a buscar canciones como si nada.

Rhett, a su lado, tardó unos segundos en recomponerse y ponerse de pie.

Un rato más tarde escondió el iPod porque ya era hora de ponerse a trabajar. Se acercó a Rhett y se quedó mirando la caja de munición extraña que le había dado.

—¿Qué es esto?

—Bolas de pintura. Vamos a disparar a personas y preferiría que no mataras a nadie —hizo una pausa—. Por ahora.

—Pero... ¿duele?

—No demasiado.

—Dentro de ese demasiado puede haber cien grados distintos de dolor —murmuró Jake, adormilado, desde su sitio de sombra junto a un árbol.

—¡No quiero hacer daño a nadie! —exclamó Alice, asustada.

—Por Dios, era broma —Rhett puso los ojos en blanco—. ¿De verdad te crees que dejaría que dispararas a alguien?

—Bueno, tengo que admitir que hay algunas personas que se merecen una bola de pintura en la frente.

—Mírate —sonrió Jake—, y pensar que cuando llegaste no sabías qué era la violencia... me encanta cómo te has corrompido.

Ella cargó el arma, dubitativa, y apunto hacia delante solo para probar cómo era. Sin embargo, la mirilla se volvió negra y se dio cuenta de que Rhett la había cubierto con una mano, enarcando una ceja.

Oh, ya había hecho algo mal.

—Veo que ya se te ha olvidado todo lo que hemos aprendido estos meses.

—¡Eso no es cierto!

—¿Cuál es la primera norma, Alice?

—No quitar el seguro ni poner el dedo en el gatillo hasta estar segura de estar apuntando donde quiero —repitió Alice, imitando su voz.

—Para empezar, yo no hablo así —se indignó un poco—. Y, para seguir, hay láminas blancas colocadas en puntos estratégicos que solemos usar para practicar. Deberían estar delante de ti. Y... acabo de decidir que voy a quitarte la estructura.

—¿Qué? —Alice frunció el ceño, algo intimidada—. Pero... nunca he disparado sin eso.

—Ese es el punto.

—¡He tardado más de cinco en montar esa estructura!

—Sí, ya hablaremos de tu lentitud. Pero otro día.

Alice no pudo evitar ponerle mala cara, pero él la ignoró.

—¿Qué harás si en una exploración no te dan tiempo para tirarte al suelo y montarlo? —preguntó y colocó la culata del arma en un punto exacto del hombro de Alice—. Ten cuidado con el retroceso. Y siéntate sobre un tobillo. Eso es.  Apoya el codo en la rodilla. Exac... espera, ¿por qué no te has puesto la correa?

—Porque es muy fea.

Rhett se quedó mirándola un momento.

—Espero que sea una broma.

—¿No tienes una de colores?

—No.

—Me gustan los colores.

—Sí, pero son horribles para camuflarte.

—No quiero ponerme una cinta marrón y aburrida...

—Alice, póntela.

—¡No me gusta!

—Ponte. La. Correa.

—¡Es que me aprieta las te...!

—¡Póntela ya, pesada! —la cortó enseguida.

Alice se la pasó mientras escuchaba una risita divertida de Jake.

—Bueno —Rhett se agachó a su lado—, ¿ves algún objetivo?

Asintió. Había uno no muy lejos de ahí con el dibujo de la silueta de una persona. Tenía manchas de pintura seca en el estómago y en los brazos.

—¿Nadie le da nunca a la cabeza? —preguntó, ajustando la mirilla.

—En ese, no. A ver si rompes la maldición.

—Dudo que pueda.

—Si tuviera que apostar por alguien, lo haría por ti.

Alice sonrió al colocarse en posición, con el codo en su rodilla y el arma clavada donde Rhett le había dicho en su hombro. Pesaba mucho, pero no se quejó.

—No debería ser muy difícil —añadió Rhett—. Es decir, no va a moverse.

—Es la parte positiva de los dibujos —murmuró Alice, divertida—. Aunque no creo que la gente se quede tan quieta si los apuntas con una pistola.

—Si lo que quieres es disparar a objetivos que se muevan, podemos pedirle a Jake que se ponga a correr por el bosque.

—¡De eso nada! —Jake dio un respingo.

—Bueno, ya puedes quitarle el seguro —Rhett volvió a centrarse—. Eso es. Ahora, intenta relajarte. Te veo temblando desde aquí.

—Es imposible que no tiemble un poco.

—No es imposible si te relajas.

Rhett se acercó y le colocó la cadera de lado, de manera que ella hizo de todo menos relajarse.

Intentó que no se le notara que acababa de invadirle una oleada de nervios, pero no sirvió de nada. Él no dejaba de quejarse de lo mucho que le temblaban las manos.

—¡Ya sé que me tiemblan! —le dijo ella al final, irritada.

—Relájate —repitió, esta vez en un tono un poco más suave—. Intenta centrarte solo en el objetivo y será más fácil.

Bueno, no, no estaba siendo más fácil. Seguía nerviosa.

—Coloca un dedo en el gatillo. Eso es. Ahora, cálmate... intenta concentrarte solo en lo que quieras disparar. Que no te tiemblen las manos. Quizá no tengas otra oportunidad si fallas una vez. Se trata de adivinar dónde irá. Cuál es su próximo movimiento. Cuando estés segura de cuál es, inspira hondo por la nariz y suéltalo por la boca.

Alice tardó unos segundos, pero hizo exactamente lo que le estaba diciendo. Al sentirse más segura, finalmente apretó el gatillo.

No esperaba un retroceso tan brusco. Le dio la sensación de que el arma empujaba su hombro hacia atrás con tanta fuerza que le sacudía el cuerpo entero. Se apartó, sorprendida, intentando no caerse de culo.

—¿Estás bien? —Rhett le puso una mano en el hombro.

—Sí —y era cierto, solo se había asustado—. ¿Le ha dado? Apuntaba a la cabeza.

—Cuello —le informó Rhett, bajando los prismáticos—. No está mal para empezar.

—¿Puedo volver a intentarlo? Quiero romper esa maldición.

—Claro —sonrió—. Pero primero practica con otros objetivos.

Estuvieron ahí toda la tarde, practicando, pero Rhett no dejó que Alice disparara a nada vivo. Era una lástima, porque más de una vez se había encontrado a sí misma apuntando al patio de la casa abandonada, donde casualmente estaba Kenneth en una posición perfecta para que le diera una bola de pintura en la frente.

—Ni se te ocurra —le advirtió Rhett.

Alice puso una mueca y cambió de objetivo.

—Aburrido. Solo es una bola de pintura.

—Por eso. A ese prefiero que le dispares con balas reales.

Alice sonrió, divertida, y volvió a centrarse en lo que hacía.

Consiguió acertar en cinco estómagos, tres hombros, y en la cabeza a la figura más fácil, cosa que ya consideró todo un logro. No estaba mal por ser la primera vez. Rhett le había dicho que la mayoría ni siquiera rozaba los objetivos.

Tenía el hombro ya palpitante y los brazos doloridos cuando devolvió el arma al coche, cansada. Jake se había quedado dormido profundamente en la hierba y Rhett tuvo que cargarlo hacia el coche como a un niño pequeño.

—Seguro que se está haciendo el dormido para no tener que llevar todo esto al coche —masculló Rhett después, mientras los dos cargaban todo el material otra vez.

—Yo también lo haría —le aseguró Alice.

—¿Por qué? —él enarcó una ceja, bromeando—. ¿Quieres que te lleve en brazos?

—Mhm... puede.

—¿Puede?

—Si eso implica no tener que andar... podría considerarlo.

—Bueno, tampoco sería la primera vez que te llevo en brazos. Te llevé el primer día al hospital. Todavía me duele la espalda.

Alice estaba sonriendo al recordarlo, pero se detuvo en seco en cuanto escuchó esa última parte.

—¿Qué insinúas?

Rhett también se detuvo y la miró, confuso.

—¿Eh?

—¿Me estás llamando gorda?

—¿Eh...?

—¿Sí o no?

—No, claro que no —murmuró, confuso—. Solo...

—¿Y por qué lo has dicho de esa forma?

—Alice... era una broma.

—¡Pues no lo parecía!

—¿Sabes? Podrías decirle a Jake que en lugar de enseñarte a decir cosas sarcásticas todo el rato, te enseñara a pillar bromas.

—¡Si fuera una chica corriente, probablemente esa broma —hizo énfasis en la palabra, irritada—, habría hecho que te golpeara!

—¿Qué...? ¿Ahora quieres golpearme?

—¿Dejarías que lo hiciera?

—No lo sé. Si eso implicara que esta conversación absurda terminara, a lo mejor sí.

—¡Pues... igual debería hacerlo!

—Alice —dio un paso hacia ella—, no lo decía en serio.

—Anoche, una chica de mi habitación se puso a llorar porque le dijeron que tenía el culo gordo —ella puso una mueca—, así que entre humanos eso de decir gorda es ofensivo, ¿no?

—No necesariamente.

—¡Pero ella se puso a llorar!

—¿Y qué? —él frunció el ceño.

—¡¿Y qué?! —repitió Alice, poniendo las manos en sus caderas, muy indignada—. ¿No me has oído? ¡Es ofensivo!

—Igual la chica lloraba por otra cosa, ¿no has considerado esa posibilidad o qué?

—¿Y por qué lloraba, entonces?

—¿Y yo qué sé? ¡No sé ni quién es!

—¡Pues yo sí, y lloraba porque la habían llamado culo gordo, igual que acabas de hacer tú!

—¡Yo no he dicho nada de tu culo!

—¿Y eso qué significa? ¿Que lo piensas?

—¿Qué...? Alice, se te está yendo la olla.

—¿Qué olla? Bueno, da igual. ¿Crees que tengo el culo gordo?

—¿Eh?

—¿Sí o no, Rhett?

—¡No! Lo tienes per... —la estaba siguiendo, pero se cortó cuando ella se giró hacia él— ...fectamente situado.

—¿Perfectamente situado? —ella puso una mueca—. ¿Eso es algo bueno?

—No lo sé, Alice. Dame un golpe ya y acaba con esto. Esta conversación tiene cada vez menos sentido.

Hizo una seña hacia el coche, esperando que Alice se subiera, pero ella se limitó a cruzarse de brazos.

—Quiero conducir yo.

Rhett enarcó las cejas.

—No —le dijo enseguida—. De eso nada.

—Tú quieres que me olvide de la conversación y yo quiero conducir. Es un trato justo.

—No puedo enseñarte a conducir si está oscureciendo. Y menos fuera de la ciudad. Otro día, podríamos....

—No necesito que me enseñes. Ya sé.

—¿Sabes conducir y no sabes qué significa preciosidad, rarita?

—¡Vine a vuestra ciudad conduciendo, por si se te había olvidado!

—Sí, y estampaste el coche contra el... —se calló a sí mismo cuando vio la expresión de Alice—. Es decir... seguro que eres una conductora maravillosa. Ese maldito muro molestaba, de todas formas. Hiciste bien tirándolo.

—No sé si me gustan del todo tus bromas —Alice entrecerró los ojos—. Pero está bien... ya conduciré otro día.

—Genial —Rhett pareció aliviado—. Ahora, volvamos de una vez.

Jake durmió con la boca abierta, estirado en el asiento de atrás, mientras volvían a la ciudad. Alice le colocó al brazo que le colgaba fuera del asiento.

•••

A la hora de la cena, en su mesa solo estaba Trisha. Tenía un ojo un poco azulado. Alice no pudo evitar una mueca de sorpresa al darse cuenta. Nunca había visto a Trisha con una herida tan visible.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó, sentándose delante de ella.

—Un idiota ha conseguido acertarme en el entrenamiento —Trisha la miró con desconfianza—. ¿Dónde habéis estado el pesado, el amargado y tú todo el día?

—Hemos ido a practicar con el francotirador. ¿Dónde están los demás?

—Esperando su turno, supongo.

Alice los miró. Dean, Saud y Jake estaban en la cola, esperando para poder recoger su comida. Volvió a girarse hacia Trisha.

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué? —masculló Trisha, removiendo su puré con cara de asco—. Dios, cómo huele. Voy a vomitar.

—Eh... no tiene nada que ver con la comida.

—¿Y qué quieres?

—¿Tú... ejem... has tenido novio alguna vez?

Trisha dejó de ponerle cara de asco a su comida para mirarla con curiosidad.

—No, nunca.

—¿Nunca te ha gustado un chico?

—¿A qué viene preguntarme eso?

—Curiosidad —mintió Alice, avergonzada—. Dime, ¿nunca te ha gustado nadie?

—Claro que alguna vez me ha gustado alguien. No soy un robot.

Alice casi se atragantó.

—El otro día —siguió, tras recuperarse—, un chico y una chica de mi habitación empezaron a hacer cosas raras en una cama.

—¿Cosas raras? —repitió Trisha, claramente divertida.

—Sí, bueno... eso de... mhm... besarse.

—Besarse no es raro, Alice.

—¡Lo es si se hace de esa forma tan ruidosa!

—Vale —Trisha enarcó una ceja—, ¿dónde quieres llegar diciéndome esto?

Alice respiró hondo, jugueteando con su cuchara.

—¿Cómo sabe una persona cuándo es el momento de... eh... dar un beso a la otra?

Hubo un momento de silencio en el que Trisha esbozó una sonrisita incrédula.

—No me lo puedo creer... ¿el amargado todavía no ha intentado besarte?

—¿Todavía?

—Bueno, babea cada vez que te ve —Trisha puso los ojos en blanco—. Es tan estúpidamente evidente que todo el mundo lo sabe.

—¿Todo el... mundo? —repitió Alice con voz chillona.

—No es que disimuléis mucho, ¿no? Especialmente cuando viene a nuestra mesa y te pregunta si después irás a su habitación.

Alice agachó la cabeza, avergonzada. Tenía razón.

—Supongo que todo esto es porque él no se ha lanzado y quieres hacerlo tú —dedujo Trisha.

—Más o menos... es que... mhm... yo nunca he besado a nadie.

—Eso ya lo suponía, Alice.

—En las películas siempre hacen eso los chicos.

—Pero eso es taaaan antiguo —Trisha puso los ojos en blanco—. Si quieres besarlo y crees que él también lo quiere, hazlo y ya está. No le des más vueltas. ¿Qué puedes perder?

—¿Mi dignidad si me dice que no?

—Tampoco tienes mucho de eso.

—¡Hablo en serio!

Trisha lo pensó un momento.

—No te dirá que no —concluyó con una sonrisita maliciosa—. Créeme, hará de todo menos decirte que no.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Confía en mí. No lo hará. Son cosas que... simplemente se saben. Igual que tu madre sabe cuando te encuentras mal sin que le digas nada.

—¿Eso hacen las madres?

No recordaba una sola vez en que una madre se hubiera preocupado de su bienestar en su antigua zona. Ni siquiera su padre lo hacía demasiado. Le hubiera gustado tener a alguien que lo hiciera.

—Sí, más o menos —Trisha se encogió de hombros—. Volviendo al tema... dar un beso no es para tanto.

—¿No?

—No, claro que no. Tú solo lánzate y síguele el rollo.

—El... ¿rollo?

—Sí. Él te ayudará. Seguro que tiene más experiencia que tú.

—¿Y ya está? ¿Y si lo hago mal?

—Es cuestión de práctica, Alice. Cuanto más lo hagas, mejor se te dará.

—¿Y si practico antes con otra persona?

—Oh, no, eso no —Trisha empezó a reírse—. No le hagas eso a un pobre chico de por aquí o morirá asesinado por el señor amargado.

—Pero ¿no has dicho que un beso no es para tanto?

—Limítate a besar a Rhett si es quien te gusta.

—Mhm... vale.

—Genial —Trisha la señaló—. Tú... cierra los ojos, pero no te quedes quieta como un palo, ¿eh? Eso es lo más aburrido del mundo. Y no le muerdas, por favor. Eso sí que no lo hagas. No el primer día, al menos. Resérvate alguna sorpresa para el segundo día.

—No tenía pensado morder a nadie, la verdad.

—Yo solo te aviso.

—Oye, respecto a la técnica... —empezó Alice.

Pero, justo en ese momento, llegaron los chicos a la mesa y no pudo continuar. Trisha la miró con una sonrisa malvada, cosa que Alice dedujo que era para darle ánimos y que no se echara atrás.

Bueno... iba a ser una noche interesante, eso seguro.


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