12 - 'Un desastre'

—Mira que tienes mala suerte —le dijo Saud mientras jugaban la tercera ronda de cartas.

—Sí —corroboró Dean.

Trisha, sentada a su lado, no dijo nada. Estaba intentando ver las cartas de Jake. Alice aprovechó su distracción para ver las suyas.

Je, je. Iba a ganar.

—Entonces —preguntó Jake, dudando entre dos jugadas—. ¿No te irás con los avanzados?

—Supongo que no. Max no me ha visto disparando y ni siquiera he hecho la prueba... además, era para los intermedios, no para los avanzados.

—Pero los avanzados son mejores —murmuró Dean.

—Rhett me dijo que hiciera esa —se encogió de hombros.

—Si hicieras directamente la de los avanzados, serías la segunda persona de la ciudad en conseguirlo.

—¿Y quién es la otra?

Todos miraron a Trisha de nuevo, que se encogió de hombros con desinterés.

—Los avanzados están sobrevalorados —les dijo, simplemente.

—¿No te gustó? —Alice la miró, algo nerviosa.

—Claro que me gustó. Me encantó. Por eso digo que está sobrevalorado.

Alice se quedó mirándola un momento, confusa.

—Entonces, ¿están sobrevalorados o no?

—Alice, es sarcasmo —le dijo Jake mientras observaba atentamente sus cartas.

Trisha puso los ojos en blanco de la manera más obvia que pudo.

—Algún día se te quedarán los ojos al revés si sigues haciendo eso —le advirtió Alice.

—Así dará aún más miedo —Dean arrugó la nariz.

Alice la miró. Sí que daba miedo. Pero, aún así, había descubierto que Trisha no era tan desagradable como pretendía aparentar. De hecho, era incluso simpática cuando se lo proponía, que eran muy, muy, muy, pero que muy pocas veces.

Bueno, era parte de su encanto.

—¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?

—¿Con quién?

—Con los del grupo avanzado.

—Una semana —murmuró Trisha, y la miró con mala cara—. Y antes de que sigas preguntando te informo de que me echaron por romperle el brazo a un chico que hacía demasiadas preguntas.

Alice escuchó una risita a su lado y, por un momento, no le hizo caso. Pero se repitió. Al girarse en dirección a ésta, vio que había dos chicas sentadas mirándolos con una sonrisa desdeñosa. Las reconocía por las clases, las peleas del primer día y las veces en que se habían metido con Jake por ser, según ellas, demasiado gordo como para estar en su mismo grupo.

—¿Por qué jugáis a eso? —preguntó una de ellas con una mueca—. Es como... del siglo pasado.

—Sí, sí —la otra asentía con la cabeza frenéticamente, dándole la razón.

—¿De qué hablan? —preguntó Alice, confusa.

—De nada que tenga que importarnos —murmuró Saud—. Ignóralas, es lo mejor.

—Mi padre decía que la gente de color no debería tener los mismos derechos que los demás —dijo una de las chicas, y Alice vio que Saud apretaba los labios en una dura línea.

¿Qué era una persona de color?

¿Una persona... azul? ¿Roja? ¿Verde? ¿Había personas de colores? ¿Por qué nunca había visto ninguna?

Cada día descubría algo nuevo de los humanos.

—Mi padre decía que solo los idiotas ignoran a los demás cuando les hablan —dijo la otra chica.

—Parecen un circo.

—El negro, el freak, el gordo, la rara y la calva. Lo tienen todo.

Alice miró a los demás. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero todos parecían empezar a sentirse mal, a excepción de Trisha, que seguía bostezando como si no estuvieran.

¿No iban a hacer nada? No sabía qué decían exactamente, pero estaba claro que no era nada bueno.

Se dio la vuelta hacia ellas, muy diplomática.

—Eso no es nada agradable —les dijo, señalándolas con un dedo acusador—. Podríais hacer mucho daño a los demás si seguís hablando así.

Las dos la miraron un momento y, acto seguido, empezaron a reírse.

—¿Que no es agradable? Pero ¿tú de qué planeta has salido?

—Aún no hemos podido salir de nuestro planeta el tiempo suficiente como para que yo pueda proceder de otro —Alice frunció el ceño—. ¿Es que no tienes recursos suficientes como para saberlo?

A su lado, Trisha empezó a reírse sin siquiera intentar disimularlo. Era la primera vez que reía, al menos delante de Alice, ¿qué le había hecho tanta gracia? ¡Solo había aportado un pequeño dato a la conversación!

—¿Me estás llamando idiota? —preguntó una de las chicas, poniéndose de pie y acercándose a Alice, que también se puso de pie instintivamente, todavía confusa.

—Alice, déjalo —le advirtió Jake, dejando las cartas de lado.

—Tú cállate, niñato —le espetó la chica.

Alice la miró, perpleja ante tan malos modales. Se sintió un poco más segura de sí misma cuando vio que era más alta que ambas. Además, las había visto peleando en clase de Rhett y no eran, precisamente, las mejores del grupo.

Es decir, Alice era mucho peor que ellas dos, pero al menos no tendría que enfrentarse a Trisha en caso de que se enfadaran con ella.

—No lo llames niñato —le dijo Alice, aunque no sabía muy bien qué significaba esa palabra pero le parecía muy fea.

—¿Y qué harás si lo hago? —la chica dio un paso hacia ella.

Y, acto seguido, la empujó de los hombros, como provocándola. Alice dio un paso atrás, sorprendida. ¿Es que quería pelearse? ¿Eso es lo que hacían los humanos cada vez que había una disputa?

—Venga, defiende a tu amiguito —la provocó, mientras su amiga seguía riendo.

—No me toques —masculló Alice en voz baja.

—¿Te pondrás a llorar si lo hago?

—Creo que deberías callarte —advirtió.

—¿O qué? ¿Me vas a callar tú, tabla de planchar?

—No, lo haré yo.

Ninguna de las dos dejó de mirarse cuando intervino Rhett, que acababa de entrar. Metió un brazo entre ellas y Alice se dio cuenta de que se habían acercado la una a la otra. Rhett la movió por el hombro, apartándola de nuevo con Trisha, Dean, Saud y Jake, que también se habían puesto de pie.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rhett, cruzándose de brazos y mirándolos uno a uno.

Parecía enfadado, así que Alice optó por decírselo ella.

O al menos lo intentó, porque se le adelantaron enseguida.

La otra chica cambió la expresión por completo. Pasó de mirar a Alice como si quisiera matarla a... bueno... llorar. Alice se quedó tan sorprendida que no supo qué hacer. La chica lloraba como una histérica. Trisha puso cara de asco.

—¡Me estaba amenazando! —chilló, señalando a Alice.

—¿Quién te amenazaba? —Rhett ni se había inmutado.

—¡Ella, la rara! ¿Quién va a ser? Está loca. Decía que esta era su cama e intentaba sacarme por la fuerza.

Rhett miró un momento a Alice, que seguía sin poder creerse lo que veía.

—¡Eso no es cierto! —exclamó, indignada, dando un paso hacia ella.

Rhett la detuvo estirando el brazo.

—Iniciada —le dijo, y sonaba a advertencia.

—Pero... ¡no es justo, ellas eran las que...!

—Iniciada —repitió, mirándola fijamente—. Retrocede. Ahora mismo.

Alice lo miró, perpleja y enfadada. ¿En serio iba a creerse a esa chica? Dio un paso atrás y se cruzó de brazos, apartando la mirada.

—Jake —dijo Rhett, mirándolo—, ¿qué ha pa...?

—¡Y se lo preguntas al niño! —la chica, que todavía lloraba, puso los ojos en blanco.

—Vuelve a interrumpirme, Annie, y las peleas de las mañanas serán el menor de tus problemas —le aseguró Rhett con una mirada que la hizo retroceder, antes de volver a girarse hacia Jake—. ¿Y bien?

Él le contó exactamente lo que había pasado. Alice miraba fijamente a Rhett, indignada por no haber dejado que fuera ella quien lo contara. Él solo le devolvió la mirada cuando Jake terminó su explicación.

—¿Eso es verdad? —le preguntó.

—¿Ahora importa mi opinión? —masculló ella en voz baja.

Rhett enarcó una ceja, irritado, y ella hizo lo mismo, pero mirando al suelo —intimidaba menos que Rhett—. Al final, se limitó a asentir una vez con al cabeza.

—Bien —él se giró hacia Annie—. Veinte flexiones.

—Oh, grac... espera, ¿qué? —ella dejó de llorar para mirarlo, enfadada—. ¡Ni siquiera has escuchado mi versión!

Por la cara de Annie, Alice dedujo que Rhett le estaba dedicando esa mirada que podía dar verdadero miedo si se lo proponía.

—¿Estás sorda, iniciada? —preguntó.

Annie negó rápidamente con la cabeza.

—¿Y por qué todavía no estás en el suelo haciendo tus flexiones?

Y, claro, ella se apresuró a agacharse y empezar a hacerlas.

—Trisha, asegúrate de que las hace todas —Trisha pareció encantada con el encargo. Rhett miró a Alice—. Y tú, recoge tus cosas.

Eso la dejó completamente descolocada por un momento.

—¿Mis cosas? ¿Por qué?

—¿Tengo cara de tener que darte explicaciones?

Genial, estaba de mal humor. Bueno, ¡ella también lo estaba!

Alice miró a Jake en busca de una explicación, pero él solo se encogió de hombros. Se dirigió a su colchón y vio que la gente se iba apartando a medida que pasaba Rhett. Algunos ordenaron sus rincones a toda velocidad para que él no los viera hechos un desastre, pero la verdad es que no parecía estar prestándoles mucha atención. Solo se detuvo junto a su cama y miró a Alice fijamente mientras recogía sus cosas.

Lo metió todo en una bolsa pequeña que le había dado Tina su primer día. Tampoco es que tuviera muchas cosas. Finalmente se la colgó del hombro y Rhett, al verlo, salió de la habitación sin siquiera asegurarse de que lo seguía. Alice lo hizo, claro. Y ninguno de los dos dijo absolutamente nada mientras empezaban a bajar las escaleras.

Aunque, claro, Alice tampoco pudo aguantar mucho tiempo en silencio.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —preguntó cautelosamente.

—No.

—Oh... —enrojeció— Yo...

Rhett se detuvo, suspiró y la miró malhumorado.

—Más te vale que no sea una bobada.

—No lo es.

Se quedó en silencio un momento y él se impacientó.

—¿Te crees que tengo todo el día para esperar o qué?

—Es que, si me hablas así, se me quitan las ganas de preguntar.

Rhett le dedicó una mirada que, de haber sido posible, habría hecho arder la ciudad entera.

—Alice, te aseguro de que este no es el mejor momento para que me cabrees. Haz la maldita pregunta o déjalo.

Era la primera vez que la llamaba por su nombre, ¡y tenía que hacerlo en ese preciso contexto! Ella agachó la cabeza, avergonzada.

—Entonces... ¿te lo pregunto o no?

Silencio. Él cerró los ojos un momento antes de mirarla.

—¿Qué quieres? —preguntó, con toda la suavidad que pudo reunir.

—¿Qué es una tabla de planchar?

Rhett la miró un momento, todavía enfadado, y después frunció el ceño.

—¿Eh?

—Esa chica me ha llamado tabla de planchar.

—¿Tabla de planchar? —repitió, y puso una mueca de irritación—. Debería haberle dicho que hiciera cuarenta flexiones en lugar de veinte.

—¿Qué es planchar?

—No... no tiene nada que ver con planchar, Alice —parecía muy incómodo—. Es... mhm... no les hagas caso. Son solo niñas.

—Y yo también.

—No, tú ya estás... eh... quiero decir... —se rascó la nuca. Alice había advertido que lo hacía mucho cuando se ponía nervioso—. ¿Por qué tienes que preguntarme siempre a mí esas cosas?

—Porque Jake me dice: pregúntale a Rhett, él sabrá más del tema.

—Tengo que hablar con ese niño.

—Pero ¿qué significa que soy una tabla de planchar?

—A ver... —Rhett lo pensó un momento—. Quiere decir que no... que... bueno... que no tienes... pechos.

Alice agachó la mirada y frunció el ceño.

—¿No tengo?

—¿Eh?

—Sí, sí tengo. Míralos.

—No voy a mirar.

—¿Por qué no?

—Esta conversación termina aquí.

—Puedes tocarlos, si quieres —ella sonrió, divertida, al verlo tan incómodo—. No pasa nada.

—He dicho que la conversación se terminaba aquí —y volvió a su tono enfadado de antes.

—Vale —ella levantó las manos en señal de rendición—. Si quieres, podemos hablar de que no me has dejado explicarme.

—Ni a Annie tampoco, pero eso no te ha preocupado mucho.

—¡Deberías haberme preguntado a mí, te habría dicho la verdad!

—Cuando hay peleas siempre pregunto a alguien que no esté especialmente involucrado, Alice. No puedo hacer excepciones con nadie. Ni siquiera contigo.

Rhett respiró hondo y se acercó a la puerta del piso en el que se habían detenido.

—Te han pasado al grupo de avanzados —añadió, mirándola.

—¿A mí?

—No, Alice, al papa.

—¿Quién...?

—Ni se te ocurra preguntar.

Alice le puso mala cara antes de reaccionar.

—Pero... no he hecho ninguna prueba.

—Ha sido decisión de Max, no mía. Si tienes algún problema, ve a marearlo a él.

Rhett abrió la puerta. Las voces de la habitación bajaron el volumen al instante.

Lo primero que Alice vio al entrar fue un grupo de chicos y chicas de edad similar a la suya. Pero, en esa habitación, a parte de ser mucho más grande, la gran diferencia eran las camas. Había muchas más, y estaban una encima de la otra en grupos de dos. Rhett le diría más adelante que se llamaban literas. Las paredes no estaban tan sucias, y las ventanas eran más grandes.

En conclusión, era como si hubiera entrado en un mundo paralelo a su antigua habitación.

Rhett avanzó hasta llegar al fondo de la sala. Alice sintió todas las miradas clavadas en ella mientras avanzaba, especialmente cuando él abrió un cajón bajo su nueva cama. Estaba dividido por la mitad. Una de las partes estaba ocupada por ropa de chico. Rhett le quitó la bolsa y la dejó en la mitad vacía.

—Tengo que irme —le dijo él, y Alice tuvo ganas de pedirle que se quedara. No quería estar sola ahí—. Ya te informarán de tu nuevo horario.

Y al final no pudo evitarlo.

—¿No... no puedes quedarte un rato conmigo?

Rhett la miró un momento, sorprendido. De hecho, casi pareció incluso divertido, pero mantuvo la compostura y siguió con el discurso.

—Hoy no, Alice. Te he metido en mi especialidad, armas. Ya te cansarás de verme. Y además seguimos teniendo la clase extra de la hora de comer, así que no te hagas ilusiones con librarte de ella.

Alice asintió con la cabeza, algo nerviosa. Miró de reojo a los demás, que los observaban como si les hubiera salido una segunda cabeza. Rhett, al darse cuenta, puso los ojos en blanco.

—Todo el que me esté mirando cuando me gire va a venir a dar una vuelta conmigo —les informó, y al girarse todo el mundo fingía estar centrado en sus cosas—. Perfecto.

Volvió a darse la vuelta, mirando a Alice. Ella parecía aterrada.

—Si necesitas cualquier cosa, la que sea —ella dio un respingo cuando la agarró de la mano y notó algo frío en ella—, ya sabes dónde encontrarme.

Se dio la vuelta tras mirarla un momento más y se marchó. Todo el mundo tenía la mirada clavada en el suelo pero, en cuando se hubo ido, empezaron a hablar todos a la vez.

Alice apretó el puño alrededor de lo que acababa de dejarle en la mano. Estaba a punto de mirarlo cuando escuchó que la litera que tenía detrás crujía.

—¿En qué modalidad estás?

La pregunta la pilló desprevenida. Había un chico asomándose desde la cama que había sobre la de ella. La ropa debía ser suya.

—¿Eh?

—Modalidad —repitió como si fuera estúpida.

Alice parpadeó.

—En la de Rhett.

—Aquí lo llamamos armas —replicó el chico—. Suena mejor que la de Rhett.

—¿Y tú?

—Tecnología —dijo, orgulloso de sí mismo.

Alice no tenía la menor idea de qué podía ser tecnología en una ciudad así, así que sonrió tanto como pudo sin parecer una loca.

—Fascinante.

—Lo sé —replicó el chico—. Ahora, deja de hacer ruido. Estaba leyendo una novela.

Alice se apresuró a tumbarse en su nueva cama. Estaba pegada a la pared, así que se giró hacia ésta, dándole la espalda a los demás, y por fin abrió la mano. Tenía un nudo de nervios en el estómago que aumentó cuando vio el iPod y los auriculares que se había dejado en el coche de Rhett.

Esbozó una pequeña sonrisa y pasó un dedo por encima del pequeño aparato, ilusion...

—¡Bienvenida!

Levantó la cabeza al instante, asustada. Shana, la chica que había conocido en el hospital, estaba ahí de pie, sonriente.

—Me alegra que te hayan ascendido —le dijo—. No vemos muchas caras nuevas por aquí. Estás en armas, ¿no?

—Sí.

—Entonces, solo nos veremos las mañanas, cuando tenemos las clases comunes —ella se encogió de hombros—. Es una pena. Pero bueno, no importa. ¿Acabas de llegar?

Asintió con la cabeza.

—La habitación es más grande que la de los novatos, ¿eh?

—¿Os importaría callaros? —el chico asomó la cabeza de nuevo—. Estoy...

—Leyendo una novela, sí. Lo sabemos, Davy.

—Pero veo que seguís hablando. Tanto no debéis saberlo.

Shana puso los ojos en blanco y, tras despedirse de Alice, se marchó a su cama.

Alice vio que, en cuestión de minutos, todo el mundo ocupaba la suya. Estaba a punto de imitarlos, pero se detuvo cuando vio que los demás se estaban... ¡oh, no, desnudando!

Bueno, no del todo. Las chicas se quedaron en ropa interior y una camiseta, y los chicos se paseaban con el torso desnudo. Alice se puso pálida al instante, asustada.

¿Dónde la habían metido?

Ella sacudió la cabeza y se metió en la cama completamente vestida. Los humanos seguían siendo un verdadero misterio.

•••

Era su cumpleaños. Cumpliría dieciséis años. Y ahí estaba Erik, a su lado, ambos sentados en el coche.

No estaba segura de en qué momento se habían ido de la fiesta juntos. Era la primera vez que estaban a solas. De hecho, no sabía ni por qué se sabía su nombre, si ella no era nadie, no era nada. Solo Alicia, la chica a la que Charlotte, la novia de Erik, molestaba. Porque sí, tenía novia. Estaba en un coche a solas con un chico que tenía novia. ¿Era una mala persona por eso? Seguramente sí, pero era tan feliz...

—Ha sido una buena fiesta —dijo él, mirándola de reojo.

—Sí —replicó ella, sonriendo un poco, pero sin ser capaz de devolverle la mirada. Estaba temblando.

Estaban en una colina. Veían toda la ciudad. Era la escena perfecta. La que se había imaginado durante casi toda su vida. Y ahora estaba haciéndose realidad.

—Pondré música.

Erik se inclinó hacia delante, le rozó la rodilla con el codo a propósito, y encendió la radio. Ella se mordió el labio, nerviosa, y los nervios aumentaron cuando notó que sus nudillos la acariciaban por la mejilla con suavidad.

—¿Estás bien?

—Sí, sí...

—¿Sabes? —Erik se arrastró un poco en el asiento hacia ella—. Me han dicho que te gusto.

—¿E-eso...? ¿Eso te han dicho...?

—Sí. ¿Es verdad?

Él ya estaba inclinado sobre ella. Alicia sintió que su estómago se retorcía. No estaba segura de si iba a vomitarle encima. Sería una curiosa manera de terminar la noche.

—Tienes novia —le recordó.

—¿Y qué?

—Que... ella... yo...

—Ella no está aquí. Olvídala.

Alicia abrió mucho los ojos cuando notó los labios de Erik sobre los suyos. Su cuerpo entero se tensó de pura emoción. Nunca había besado a un chico.

Al cabo de unos segundos, se relajó un poco y sintió que él empujaba algo con el pie. Al instante, su asiento se tumbó y se quedó boca arriba, hecha un manojo de nervios. Escuchó el click de su cinturón y de pronto Erik estuvo sobre ella, besándola. Alicia tragó saliva cuando vio una mano en su pecho. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía sentirla, solo veía lo que estaba pasando como si fuera una espectadora.

¿Por qué no era agradable, como había imaginado tantas veces? ¿Por qué no era como en las películas o los libros? Solo eran unos labios tibios sobre los suyos. Y unas manos apretándole los pechos. No era agradable, pero tampoco desagradable.

Simplemente... no era nada.

No se movió en absoluto. No sabía qué hacer. No entendía por qué le dejaba seguir. Era su sueño desde que tenía memoria, pero jamás se había sentido tan incómoda. Su piel se puso de gallina, y no por placer, cuando él metió la mano en su falda. Miró el techo del coche y le entraron ganas de llorar sin saber muy bien por qué. Puso las manos en sus hombros solo para sujetarse de alguna forma.

Sería rápido. Esperaba.

Él se detuvo y se puso de rodillas, desabrochándose la hebilla del cinturón. Alicia tragó saliva ruidosamente, pero no pareció darse cuenta. Lo que sí vio fue que ella tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no pareció importarle demasiado mientras sacaba un envoltorio del bolsillo y lo rompía con los dedos.

—La primera vez siempre duele —murmuró Erik, poniéndose el preservativo—. No llores mucho. Odio que lloren mientras follo.

Alicia supo que tenía que decir algo, lo que fuera, pero... no encontró su propia voz. De hecho, no encontró su propio cuerpo. Se quedó paralizada. Él no la miró cuando se volvió a colocar encima de ella y le quitó las bragas de un tirón. Tenía frío. Quería irse a casa. Él apoyó una mano junto a su cabeza y...

•••

Alice abrió los ojos de golpe cuando escuchó un ruido fuerte cerca de ella. De hecho, se levantó tan deprisa que se dio con la cabeza en la litera. Parpadeó, mareada, llevándose una mano a la frente, y vio que todo el mundo se ponía de pie.

Entonces vio que Deane, la guardiana del pelo corto que se había opuesto a que se quedara en la ciudad, estaba en la puerta, haciendo un ruido insoportable con una pequeña campanita.

Alice deseó lanzársela a la cabeza.

Todavía tenía la piel de gallina y la sensación de que, de alguna forma, le hubieran hecho algo malo. Algo muy malo. Tenía ganas de llorar, pero se contuvo y se limitó a ponerse también de pie.

—Entrenamiento en cinco minutos —espetó Deane, devolviéndola a la realidad.

Todos sacaron la ropa de entrenamiento de sus cajones. Shana se acercó a ella y le dio dos conjuntos exactamente iguales de una camiseta de manga corta y unos pantalones largos junto con unas botas. Todo negro.

Alice se vistió rápidamente y procuró acercarse a Shana, que le sonrió.

—Ah, no te he presentado a nadie todavía —señaló a un chico de su lado—. Este es Tom. Es mi mejor amigo.

—Encantado —sonrió él.

Era alto, muy alto. Tenía el pelo oscuro y los ojos castaños. Parecía simpático.

—Está en armas, como tú.

Alice se sintió aliviada enseguida. Al menos, quería tener a alguien al lado cuando se metiera en todo eso.

—¿Es tu primer día? —preguntó Tom.

—Sí.

—Lo vas a pasar fatal —le aseguró, a lo que Shana le dio un codazo—. ¡Oye!

—Los primeros días siempre son duros, pero no te preocupes, terminarás acostumbrándote.

Alice frunció el ceño cuando vio que Deane no se dirigía al campo de entrenamiento, sino hacia el otro rincón de la ciudad. Ya estaba empezando a amanecer cuando llegaron. Ella sintió que su corazón se detenía cuando vio lo que tenía delante.

—Bienvenida al infierno de cada mañana —murmuró Tom.

Era un circuito de obstáculos.

Y estaba empapado por la lluvia del día anterior.

Los últimos años había llovido muy poco, pero desde hacía unos meses, las lluvias habían adquirido una frecuencia extraña. Llovía intensamente durante dos horas y se paraba de golpe, haciendo que saliera el sol enseguida. Estaba todo cubierto de barro, y cuando los primeros alumnos se acercaron al inicio del circuito, vio que les llegaba hasta los tobillos. Alice miró a Deane y se preguntó por qué había aceptado ir con los avanzados.

—¡Veinte vueltas, ahora!

¿Veinte vueltas a un campo de fútbol? ¿Estaba bien de la cabeza? ¡Ni siquiera habían desayunado!

Pero a Alice no le quedó más remedio que seguir a los otros. Al final, terminó siendo la más rezagada junto a Tom y Shana, que se habían quedado a su altura todo el rato para que no estuviera sola. Hasta que Deane les había gritado, claro.

Ya podía sentir la sonrisa satisfecha de Deane cuando terminó y casi se tiró al suelo, con las piernas muertas.

—¡Circuito!

—¿Aquí nadie descansa? —se preguntó Alice, siguiendo a los demás. Aunque no hacía mucho calor, estaba sudando como nunca en su vida.

Alice vio que eran dos circuitos exactamente iguales colocados paralelamente. Era una carrera.

Ya sabía quién sería la perdedora.

Se preparó mentalmente cuando le tocó y suspiró. Deane dio la señal, sonriendo. Arrancó a correr. La chica de su lado la adelantó enseguida. El primer obstáculo era subir una red, así que lo hizo tan bien como pudo, aunque siguió quedándose bastante atrás.

—¡Vamos, novata! —escuchó gritar a Deane—. ¿Crees que así vas a lograr algo a parte de hacernos reír?

Alice corrió hacia el siguiente. Era arrastrarse hacia el otro lado de una plataforma. Sintió que el barro le rozaba los labios y los apretó con fuerza, asqueada, forzando a sus piernas como pudo.

—¡Vamos! —le espetó Deane justo al lado--. ¡Ralentizas a tu grupo! ¿Qué crees que pasaría si esto fuera una misión? ¡Todos morirían por ti!

—Si tú estuvieras conmigo me rezagaría a propósito —murmuró Alice, tragándose un poco de barro en el proceso.

Alice se esforzó tanto como pudo, pero no superó a su rival, que estaba por la mitad del tercer obstáculo, una escalera colocada horizontalmente para que tuvieran que pasar por ella colgándose de los brazos. Alice hizo lo que pudo y... honestamente, lo más sorprendente fue que no se cayera.

Llegó al penúltimo obstáculo, que resultó ser el más fácil. Una plataforma que tenía que subir corriendo para llegar a la cima. El reto estaba en que la plataforma estaba inclinada y subirla era muy complicado. Pero sí... lo consiguió, de alguna extraña forma.

¿El problema? Que ya estaba cansada cuando llegó al último obstáculo.

¿El horror? Que resultó ser el peor de todos.

Eran diez cuerdas colgando a dos metros por encima del barro. Estaban colocadas a una distancia exacta de un metro una de la otra. La única forma de llegar al final del circuito era enganchándote a una y pasando a la siguiente. Y así hasta llegar a la última.

Alice solo aguantó hasta la tercera cuerda.

Obviamente cayó al suelo, agotada, cubriéndose de barro y notando un dolor agudo en las rodillas que le indicó que pronto tendría moretones. Todo dolía. Y los pulmones ardían. Y ahora también tenía rasguños en las manos.

Diane se acercó a ella con una sonrisita triunfal.

—Tal como esperaba, novata. Un desastre.


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