10 - 'Red Hot Chilli Peppers'
Lo observaba por encima del libro que estaba leyendo. Una canción de Eagles sonaba a través de los auriculares. Ella movió los labios sin emitir sonido, repitiendo cada palabra de la canción. El libro había dejado de tener sentido. Erik estaba ahí sentado, con sus amigos, apoyado con la espalda en un árbol. Parecía tan relajado y guapo cuando sonreía... Suspiró. Ojalá se girara y la mirara. Tenía unos ojos azules tan bonitos... y una mandíbula tan cuadrada... y una sonrisa encantadora... y el piercing en el labio. Oh, el piercing. Como si siendo perfecto por naturaleza no fuera suficiente.
Alicia se mordió el labio inferior y volvió a suspirar. Debería dejar de soñar. Cerró el libro y se tumbó en la hierba, mirando el cielo. La canción de Eagles había terminado, pero otra suya empezó a sonar. Cerró los ojos y se dejó flotar por la música. La música era todo lo que importaba en ese momento. No importaba que Erik no se fijara en ella, ni que sus padres le hubieran dicho que se separarían unos días antes. No importaba nada.
Entonces, una mano le arrebató los auriculares de un tirón. Alicia abrió los ojos y se encontró la cara de Charlotte, burlona, justo encima de ella.
—Estabas babeando por Erik —le dijo, riendo a carcajadas con sus amigas—. Él nunca se fijará en ti, idiota. Asúmelo. ¿Te has mirado en un espejo? Das asco.
—Sí, das asco —apoyó otra chica.
—Eso, eso—dijo otra.
Esa solía ser la función principal de sus dos amigas, sí.
Alicia bajó la cabeza, humillada, al notar que Erik y sus amigos miraban en su dirección, atraídos por el ruido. Charlotte sonrió aún más.
—Así que te gusta escuchar música, ¿eh? —lanzó los auriculares al suelo y los pisó con fuerza, destrozándolos. Alicia abrió la boca de par en par y escuchó a Erik riéndose con sus amigos, lo que fue todavía más humillante—. Ahora tendrás que pedirle a la pobre de tu madre que te compre unos nuevos mientras prepara el divorcio con tu padre. No podréis comer en un mes. Lástima.
Todas siguieron a Charlotte cuando se marchó, riéndose.
•••
—Alice, está sonando la campana.
Ella abrió los ojos y miró a su alrededor, encontrándose con la cara de un Jake adormilado. Se sentía apenada y furiosa a la vez, como si ella misma hubiera vivido el sueño. Tragó saliva y se incorporó.
Hacía días que le habían dado ropa nueva... bueno, lo más nuevo que tenían ahí. Ese día volvía a ser muy caluroso, así que se puso lo más ligero que encontró, que fue una camiseta ancha de un antiguo equipo de lo que Jake había dicho que era... ¿béisbol? —era un juego con una pelota, eso seguro— y unos pantalones negros cortos.
Mientras se cambiaba, se miró la rodilla. Ya solo tenía una pequeña marca en el lateral. Tina realmente era buena en su trabajo. Se ató las botas y siguió a las demás al campo de entrenamiento.
Casi habían llegado a la mitad del camino cuando Alice divisó a Shana, la chica que había conocido el día anterior en el hospital, junto con un grupo de avanzados que debían ser amigos suyos.
Alice casi esperaba que ella la ignorara, pero Shana se detuvo en seco al verla y se acercó con una sonrisa. La sonrisa desapareció un poco al ver la cara de tensión de Alice.
—Ahora tendrás pelea, ¿no? —dedujo.
—Sí —puso una mueca.
—Déjame adivinar; crees que perderás.
—Sé que perderé.
—Bien —se acercó a ella y le habló en voz baja—. Tíralo al suelo y después ve a por su cara.
—Eso de tirarla al suelo no será muy sencillo...
—Alice, lo básico en una pelea es: defensa, defensa, ataque.
Dicho esto, se giró y volvió felizmente con sus amigos.
Rhett estaba ya en el campo paseando con aspecto malhumorado y el ceño fruncido, como siempre. Alice no pudo evitar fijarse en que volvía a llevar los guantes de cuero que le dejaban los dedos al descubierto. Cada día se preguntaba por qué demonios los llevaba, si debía estar muriéndose de calor.
—Ya sabéis lo que toca —les dijo directamente.
Empezaron a correr dando vueltas al campo y Alice comenzó a notar que el sudor le perlaba la frente. Jake iba por delante de ella, pero no a mucha distancia. Y él también parecía un poco cansado.
Bueno, ellos dos siempre eran los últimos a la hora de correr.
Pero eran felices igualmente, la verdad.
—Cada vez que nos hace correr... —jadeó Jake cuando Alice llegó a su altura— ...me pregunto qué demonios he hecho tan mal en esta vida como para merecer esto.
Alice empezó a reírse, cosa que hizo que agotara el poco aire que tenía y tuviera que detenerse un momento, agotada. Se sujetó las rodillas y trató de recuperar el aliento, completamente acalorada.
Jake, claro, aprovechó la pausa para detenerse también y abanicarse con una mano.
—Rhett nos matará si nos ve aquí parados —le dijo, pero tampoco se movió.
Alice sacudió la cabeza como si no le importara, pero cuando escuchó a alguien acercándose dio un respingo igualmente.
Levantó la cabeza y vio que Rhett los miraba con una ceja enarcada, claramente molesto.
—Perdón por interrumpir vuestro momento de descanso. ¿Queréis que os traiga un vasito de agua con hielo para mejorar la experiencia?
Alice sonrió ampliamente.
—Pues, si no te importa...
—¡Está bromeando! —chilló Jake al instante en que vio que Rhett apretaba los labios.
Alice no entendió el pánico momentáneo, pero aún así se dejó arrastrar cuando Jake tiró bruscamente de ella para volver a ponerse a correr —y, de paso, alejarse de la cara de mal humor de su instructor—.
Cuando terminaron de correr, como cada día, se pusieron en parejas. Alice parpadeó, sorprendida, cuando Trisha se detuvo delante de ella sin decir una palabra. Tenían que practicar golpes, así que estaba un poco asustada ante la perspectiva de que Trisha le diera uno que la dejara más torpe de lo que ya estaba.
Pero... Trisha no fue desagradable. De hecho, incluso la ayudó en algunos aspectos para mejorar su postura. O para enseñarle a golpear con más fuerza, moviendo la cintura.
Eso sí, no cambió su mala cara en todo el proceso.
Alice casi estaba feliz cuando, de pronto, notó que alguien se detenía detrás de ella y supo automática e inexplicablemente, que era Rhett.
—Vosotras dos —les dijo—. Al cuadrado. Vamos a empezar con los combates.
Ese chico quería que Alice muriera, seguro.
Ella tragó saliva. No se esperaba empezar tan rápido. Había tenido la esperanza de tener tiempo de mentalizarse, al menos. Trisha se colocó, como cada día, delante ella y Alice intentó no parecer demasiado débil, incluso con el cuerpo dolorido todavía por la pelea del día anterior.
Bueno, Trisha ya no parecía tan simpática como antes, así que supuso que habían vuelto a la rutina de siempre.
Trisha fue la primera en moverse, y Alice recordó las palabras de Shana. Tenía que tirarla al suelo de alguna forma. Defensa, defensa, ataque. Pero decirlo era muy sencillo, claro. La parte de hacerlo, en cambio...
Bueno, su principal objetivo era no terminar con nada roto. Si lo conseguía, ya estaría satisfecha con su rendimiento.
Esquivó el primer golpe, pero la patada que lo siguió le acertó en el estómago. Alice se dobló sobre sí misma, y esquivó la segunda por poco. Se movió hacia el otro extremo del cuadrado y Trisha la siguió. Alice intentó lanzar un golpe que, obviamente, no tocó a Trisha, que lo esquivó con facilidad.
Quizá si salía del cuadrado fingiendo que era sin querer...
Vale... ¡no!
Para empezar, no podía hacer eso. Luego se sentiría decepcionada de sí misma.
Y, además... bueno, seguro que Rhett la mataría solo por intentarlo.
No es que le tuviera miedo, ¿eh? Era solo que... mhm... bueno... mejor no poner a prueba su paciencia o la tendría corriendo alrededor del campo un día entero.
Su mente se quedó en blanco un momento cuando Trisha le dio un puñetazo en la nariz, aprovechando que estaba distraída. Alice retrocedió, sujetándosela con las manos y notando la sangre empezando a empapar sus dedos.
Solo la perspectiva de que ese líquido caliente y cada vez más abundante que le salía entre los dedos fuera su propia sangre... oh, oh... empezó a marearse. Iba a vomitar. Oh, no. Iba a vomitar e iba a ridiculizarse a sí misma.
¿Por qué nada podía salirle bien nunca?
Cuando dio un traspié, notó que alguien la sujetaba por los hombros para que no se cayera hacia atrás. Los guantes delataron que era Rhett. Pero Alice no pudo sostenerse y terminó cayendo de rodillas al suelo de todas formas.
Pareció que Trisha iba a acercarse pero se detuvo en seco, mirando a Rhett.
—Tú, fiera, atrás —le advirtió él, rodeando a Alice para agacharse delante de ella.
Ella, por su parte, tenía los ojos clavados en el suelo, humillada. Casi se sentía como si reviviera su sueño. Nadie se estaba riendo, pero seguro que estaban a punto.
—Creo que eres la única persona que conozco que empeora cada vez que entrena —murmuró Rhett.
Alice no pudo evitarlo y lo miró, furiosa.
—¿Eso debería hacerme sentir mejor? —masculló con voz nasal.
—No particularmente. Déjame ver la herida.
Alice quitó sus manos tras dudar y notó que el dolor se evaporaba por un pequeño segundo cuando Rhett la sujetó del mentón para revisarle la herida con los ojos.
Miró a Trisha por encima de su cabeza. Ya no parecía querer asesinarla lentamente, como antes. De hecho, casi parecía sentirse mal por haberle hecho eso.
Entonces, Alice dio un respingo al notar que Rhett le apretaba un lugar exacto del puente de la nariz y le pasaba el guante de la otra mano por la boca, quitándole la sangre. Su respiración se aceleró cuando notó el cuero en los labios, pero él ni siquiera pareció darse cuenta.
—Puedo hacer que deje de sangrarte la nariz —le dijo en voz baja, para que solo ella pudiera oírlo—, pero... si lo hago vas a tener que volver al combate.
La perspectiva definitivamente no era la mejor, pero Alice no dijo nada.
—¿Y bien? —Rhett enarcó una ceja—. ¿Quieres seguir o ir con Tina?
Alice lo tenía claro, pero para disimular y hacerse la valiente encogió los hombros.
—No lo sé.
Y... él chasqueó la lengua. Es decir, que el sonidito de desaprobación confirmó que la respuesta no era la que estaba esperando.
—Así que te has rendido —dedujo.
Alice le frunció el ceño.
—No me he...
—Llevas viviendo aquí el tiempo suficiente como para haber aprendido a dar, al menos, un puñetazo decente.
—En mi zona no...
—Me importa una mierda que en tu zona no hicierais esto.
Normalmente, ese tono de voz la habría sorprendido, pero en ese momento estaba tan frustrada que se limitó a dejar que el enfado fuera creciendo. ¡Estaba sangrando y a él ni siquiera le importaba!
—No estoy acostumbrada a...
—Bueno, hasta donde yo sé, ahora vives aquí —hizo una pausa, soltando la nariz de Alice, que ya no sangraba—. ¿Quieres quedarte eternamente con los principiantes? ¿Es eso?
—Yo... yo no...
—¿Eso es a lo máximo a lo que aspiras? ¿A dejar que te golpeen sin hacer nada para impedirlo?
—¡Intento hacer algo! —le espetó ella—. ¡Pero... es imposible!
Alice estaba tan frustrada que le temblaban las manos, pero de nuevo a él no pareció importarle. Solo la seguía mirando con una ceja enarcada.
—No es imposible —le aseguró.
—Sí, sí lo es.
—Quizá para ti, sí.
Eso la dejó descolocada por un momento.
—¿Cómo dices? —le preguntó en voz baja.
—Digo que eres pequeña, demasiado delgada, y dudo que tus músculos puedan aumentar más que dos centímetros, que no es mucho. No sobrevivirías ni un día tú sola ahí fuera. De hecho, no sé por qué sigues viviendo aquí. No has aprendido absolutamente nada. Y todo porque te das por vencida sin ni siquiera intentar luchar un poco.
Alice notó que sus puños se apretaban inconscientemente. Le ardía la garganta y le escocían los ojos. Era una sensación extraña. Nunca había llegado a ese nivel de intensidad en sus sentimientos.
—Eso no es cierto —le dijo en voz baja, temblorosa—. ¡He aprendido cosas!
—¿Qué cosas? ¿A ser el saco de boxeo de los demás?
Rhett se inclinó hacia ella, ahora más serio.
—Levántate y termina la pelea. Ahora mismo. Descarga todo lo que estás sintiendo ahora mismo contra tu oponente y deja de decir que no sabes hacer nada sin siquiera intentarlo.
Dicho esto, dio un paso atrás e hizo una seña a Trisha, que volvió a acercarse a ella con los puños preparados. Alice estaba medio desorientada por lo furiosa, avergonzada y humillada que se sentía. No era cierto. Ella no era así. No se daba por vencida antes de intentarlo. Ella no...
Recibió un empujón de Trisha que hizo que estuviera a punto de volver a caerse.
Algo se removió en su interior. Como si hubiera alcanzado un límite. No supo muy bien si era de furia o de adrenalina —o de ambas—, pero sí supo que no iba a seguir aguantando que la golpearan sin más.
Vio el puño de Trisha justo a tiempo. Lo esquivó moviendo el cuello. Trisha pareció sorprendida por un momento, pero se recuperó enseguida. De hecho, hizo un ademán de darle una patada, pero se detuvo cuando vio que Alice ya estaba preparada para bloquearla, tal y como le habían enseñado.
Bien... primera defensa hecha. Ahora solo le quedaba otra y el... ataque.
Por favor, que saliera bien.
Trisha le lanzó un puñetazo a la cara y Alice se escuchó a sí misma ahogar un grito cuando lo esquivó justo a tiempo. Enganchó el brazo de Trisha con el suyo sin pensar y, cuando ella intentó apartarse, echó el brazo hacia atrás y le dio un codazo con todas sus fuerzas en el estómago.
Trisha retrocedió cuando consiguió liberar su brazo, tosiendo y sujetándose el estómago.
Y, entonces, Alice se dio cuenta del silencio que la rodeaba. No era de miedo, o de alegría. Era de... perplejidad. Miró a su alrededor, confusa, y no lo entendió hasta que vio que Trisha había puesto un pie fuera del cuadrilátero.
Espera...
¿Había ganado?
¿Ella? ¿Alice? ¿La androide inofensiva? ¿Había... ganado un combate?
Seguía teniendo la respiración acelerada cuando miró a los demás esperando una reacción. Todo el mundo estaba en silencio con la boca abierta —menos Rhett, que solo la miraba con una expresión extraña—. Alice tragó saliva, incómoda.
Y entonces, menos mal, Jake reaccionó y empezó a aplaudir alegremente. Dean y Saud lo siguieron, y unos cuantos más del grupo se unieron a ellos. Alice sonrió un poco, todavía mareada, y vio que Rhett ponía los ojos en blanco.
—Esto no es un maldito circo, no hace falta aplaudir —dijo, negando con la cabeza—. Venga, otra pareja al cuadrilátero. Ahora.
Alice volvió a su lugar acompañada del silencio que se formó tras eso. Se quedó en su lugar habitual, que era entre Jake y Dean, justo detrás de Rhett.
Se pasó la mano por la cara, agotada, y estaba a punto de darse la oportunidad de calmarse cuando notó que Rhett se aclaraba la garganta.
—Buen trabajo, iniciada —le dijo en voz baja, sin mirarla.
El corazón de Alice se aceleró al instante, emocionado. ¡Ja! ¡Por fin hacía algo tan bien que incluso él tenía que admitirlo!
Un rato más tarde, cuando todos hubieron terminado y empezaron a alejarse del campo de entrenamiento, Ailce vio que Rhett le hacía una seña y se acercó a él mucho más feliz que de costumbre.
—No voy a venir a buscarte a la hora de comer cada día —le soltó Rhett, sin embargo, apagando un poco su buen humor—. Sé puntual.
—¿Tengo que venir cada día? —preguntó, apenada.
—Vaya, creía que disfrutabas tanto de mi compañía como yo lo hago de la tuya.
—Yo... no estoy muy segura de si eso es sarcasmo o no.
—Mejor.
Se dirigió a la sala de tiros, así que Alice supuso que tenía que seguirlo. Volvió a toquetearse la nariz, incómoda. Le habían dado un leve golpe en su segundo y último combate que no había hecho que sangrara otra vez, pero sí que doliera.
Rhett se detuvo de repente y se giró hacia ella con mala cara.
—Ven aquí. Pareces Rocky después de un combate.
Ella se acercó y él agarró un pañuelo de la mesa. Se lo puso en la nariz para impedir que siguiera sangrando. Alice lo sujetó cuando Rhett se dio la vuelta.
—¿Sabías que lo haría? —preguntó ella.
—¿El qué?
—Devolverle el golpe.
Rhett sonrió un poco, mirándola por encima del hombro.
—Si te soy sincero, no tenía muchas esperanzas en ti.
—Pero lo he hecho.
—Has dado un puñetazo, sí —le dijo, dándose la vuelta y quitándole el pañuelo para ver su nariz. Pareció quedar satisfecho, porque lo tiró a la basura—. Pero para que deje de hacer que os peleéis, tendrás que dar algunos más.
Alice suspiró. No le parecía una perspectiva muy bonita.
—Todo lo que me has dicho antes de que volviera al combate... —murmuró, algo nerviosa—, ¿lo piensas de verdad?
Rhett la miró como si no la entendiera.
—¿Qué parte?
—Eso de que estoy demasiado delgada. Y que no podría sobrevivir yo sola. Y que nunca podré hacerlo.
—Ah, eso —negó con la cabeza—. Solo quería provocarte.
—Pues que sepas que me parece de muy mala educación hacerlo.
—Bueno, has ganado el combate, ¿no? —señaló la puerta—. Coge el arma que quieras y acabemos con esto.
Alice nunca había entrado en la sala de armas, y se quedó paralizada cuando lo hizo.
El olor a metal y a cuero impregnaba la sala. Estaba repleta de armas de todo tipo. Desde revólveres hasta fusiles. En la estantería baja había cajones repletos de munición de cada arma. Lo que más le llamó la atención fue un fusil francotirador que había en la parte más alta de la estantería. Se acercó, se puso de puntillas, e intentó alcanzarlo.
Está claro que su altura tampoco era una ventaja, porque ni siquiera se había acercado.
Se giró hacia Rhett y vio que él esbozaba una pequeña sonrisita burlona.
—¿Has ganado a la temible Trisha pero no puedes alcanzar un arma?
Alice entrecerró los ojos.
—¿Me ayudas o no?
Realmente pensó que se reiría de ella y la dejaría sola pero, para su sorpresa, se acercó a la estantería.
Se estiró hacia arriba y la camiseta se le levantó un poco. Alice vio una cicatriz blanca justo en su cadera que seguía hacia arriba, al interior de la camiseta, como una serpiente. Apartó la mirada justo a tiempo como para que Rhett no la viera, algo avergonzada.
Él le dejó el fusil en las manos. Pesaba más que el último que había usado.
—Este es un fusil pesado —le dijo como si le leyera la mente, agarrando una caja de munición—. No tienes mal gusto para ser tan rarita.
Eso, en el mundo de Rhett, era un gran halago.
Rhett cerró la sala con llave cuando salieron, cosa que nunca había hecho. Alice lo miró con curiosidad.
—No podemos utilizarlo aquí —le dijo él, como si fuera evidente—. Terminarías matando a alguien.
—Entonces, ¿dónde...?
—Sígueme. En silencio, a ser posible.
Pero no habían dado dos pasos y Alice ya era incapaz de cumplir con esa última condición.
—No me gusta el silencio —masculló.
—Pues a mí me encanta.
—En mi zona me obligaban a estar en silencio a todas horas, pensé que aquí no erais así.
Rhett le dedicó una mirada de advertencia, así que Alice se calló de todas formas.
No pudo evitar una mueca de sorpresa cuando vio que él entraba en las habitaciones de entrenadores. Subió los tramos de escaleras detrás de él y se detuvo a su lado cuando llamó al despacho de Max con los nudillos.
Unos segundos más tarde, Max asomó la cabeza.
—Listos, capitán —sonrió Rhett, burlón.
A Max no pareció hacerle mucha gracia, pero Alice tuvo que ocultar torpemente una sonrisa.
—Un poco de seriedad no estaría mal para variar, Rhett.
—Pero perdería ese magnífico carisma que tanto te gusta.
—Os alcanzaré en la colina —le dijo, tras mirarlo mal.
Cerró la puerta con fuerza y Rhett se giró hacia Alice, poco afectado.
—Parece que tendremos que ir tú y yo solitos.
Lo siguió de nuevo hacia la salida y Rhett tomó un camino que no conocía de nada. Cuando vio que llegaban a una especie de aparcamiento, observó los coches con curiosidad. No había uno solo que fuera igual que el anterior. Rhett se detuvo delante de una especie de furgoneta grande y negra. Pasó una mano por delante del sensor de la puerta y se escuchó un click. Abrió la puerta trasera e hizo un gesto a Alice, que dejó las armas ahí. Después, subió al coche.
Al ver que ella no se movía, sacó la cabeza por la ventanilla y la miró con un gesto burlón.
—¿Esperas que te atropelle o qué?
—Es que no sé qué tengo que hacer. Tus instrucciones no son muy claras.
—¿Qué tal si te subes al coche? ¿Crees que podrás hacerlo tú solita o vengo y te llevo en brazos?
—Si quieres, puedes hacerlo —le dijo, dubitativa—, pero mis piernas están perfectamente capacitadas para...
—Joder, solo sube al coche.
Alice se sentó en el asiento del copiloto, algo indignada, pero toda su indignación se convirtió en terror cuando se dio cuenta de un pequeño y horrible detalle.
—¡¿No hay cinturón de seguridad?! —casi chilló.
Él empezó a reírse al verle la cara de horror absoluto. Era la primera vez que lo escuchaba reírse de verdad. No sabía si le gustaba o lo odiaba. O ambas.
—Da gracias a que hay puerta —murmuró él, negando con la cabeza.
Hizo una pausa y, de pronto, pareció acordarse de algo.
—Ah, por cierto, única persona del mundo que no sabe lo que es música —Rhett pulsó un botón delante de él y un ruido extraño pero acompasado empezó a inundar el coche—. Disfruta de Red Hot Chilli Peppers.
—¿De... qué?
—Que escuches, pesada.
—¡No me habl...!
—Sht.
—No me...
—Sht.
—¡Que no me...!
—¡Sht!
—¡QUE NO...!
—¡SHT!
¿Cómo podía ser tan... malditamente testarudo? ¿Es que era una odiosa cualidad obligatoria en los humanos o qué?
Al final, se puso a escuchar. O eso quiso hacer cuando Rhett retrocedió bruscamente y pisó el acelerador, enviándola hacia atrás en el asiento. Cuando se agarró con fuerza, él sonrió y aceleró aún más.
Así no podía concentrarse en la música. Estaba más preocupada de no morir estampada contra un edificio.
Empezaron a cruzar la ciudad, que en esos momentos estaba desierta ya que todo el mundo comía en la cafetería —es decir, los afortunados, no como ella—. Rhett se detuvo bruscamente delante de la entrada al muro y unos guardias se acercaron a ellos.
—Ábreme —le soltó a uno de ellos directamente.
—Se pide por favor —le dijo ella, frunciendo el ceño.
Tanto el guardia como Rhett se quedaron mirándola con la nariz arrugada. Alice se giró hacia delante de nuevo, notando que sus mejillas ardían.
—¿A qué esperas? —le preguntó Rhett al guardia, impaciente.
Alice vio que una enorme barrera iba abriéndose lentamente y sintió que su corazón se aceleraba al instante.
—¿Salimos de la ciudad? —preguntó.
—Ajá —le dijo él, sin mucho interés.
—¿Hacia el este?
Rhett le frunció el ceño.
—¿Qué has perdido tú por el este?
Alice entró en pánico por un momento, dudando.
—Déjalo, prefiero no saberlo —murmuró Rhett—. Y, solo para que lo sepas... ya estás al este de tu zona.
Ella analizó sus palabras durante unos segundos, como buscándoles sentido, hasta que se dio por vencida y lo miró con confusión.
—Eso es imposible.
—No lo es.
—Pero... ¿qué hay al este de aquí?
—Nada.
Alice volvió a dudar visiblemente.
—No puede haber nada. Tiene que haber algo.
—Sí. Un océano gigante. Pero dudo mucho que quieras irte a vivir por ahí, ¿no?
Ella lo miró fijamente, confusa. ¿No le había dicho su padre que esa dirección era segura? ¿Es que no sabía que los encontraría a ellos?
Ya casi se había relajado cuando, de pronto, Rhett dio un volantazo, haciendo que Alice soltara un grito ahogado, aterrada, y volviera bruscamente a su asiento para agarrarse con fuerza.
Él se estaba riendo a carcajadas cuando lo miró, claro.
—¡Eso no ha sido gracioso, ha sido malvado! —le dijo, muy indignada.
Pero Rhett seguía riéndose de ella sin ningún tipo de vergüenza.
—Dios, tendrías que haberte visto la cara.
—Es temerario. ¡Podría haber muerto!
—¿Cómo vas a morir por esa tontería?
—¡Hay que ser precavido! Lo decían en mi anti...
—En tu antigua zona, sí —Rhett puso los ojos en blanco—. Si dejaras de pensar en ellos sería más sencillo que te adaptaras a nosotros.
Ella volvió a sentarse correctamente, aunque de brazos cruzados para dejar claro que seguía molesta.
El ruido del coche, lo que él llamaba música, empezaba a sonar bien en sus oídos. Era... extrañamente rítmico.
—¿Quién hace ese ruido? —lo miró, curiosa.
—¿Que quién canta? —preguntó él—. Anthony Kiedis.
—¿Vive en la ciudad?
—No —se rio—. Dudo que esté vivo, siquiera.
—Oh. ¿Lo conocías?
—Ojalá, pero no.
—No lo entiendo... ¿escuchas a un hombre que no conoces?
—Esa es la gracia —dijo, encogiéndose de hombros.
Alice estaba empezando a acostumbrarse a los baches, pero se asustó cuando él se inclinó hacia ella y abrió una compuerta que tenía al lado de las piernas. Lo empujó por los hombros instintivamente para volver a ponerlo recto.
Se sintió rara. Muy rara. Nunca había tocado a nadie sin su permiso. Y menos a alguien como Rhett.
Escondió las manos bajo sus piernas, avergonzada. Rhett, por su parte, la miraba con una mueca.
—¿Qué demonios haces?
—¡Debes mirar al frente! —exigió, todavía avergonzada por lo que había hecho.
—Solo era un momento, ¿qué...?
—¡Te estás saltando las normas de conducción!
—¿Y tú qué sabes de normas de conducción?
—Una vez robé un libro sobre eso, ¿vale?
—Uuuuh... qué mala... robó un libro...
—¡Mira hacia delante!
—Creo que no lo haré. Y vamos a morir los dos aquí, solitos y juntitos. Qué romántico.
—¡Que mires hacia delante, Rhett!
—Relájate, histérica. Voy a diez por hora. No nos mataremos a esa velocidad. Pero igual un golpe sí que nos llevam...
—¡MIRA HACIA DELANTE!
—¡Vale, vale! —él se giró hacia la carretera, divertido—. Pero tengo que coger algo de ahí.
Estaba señalando lo que tenía Alice delante de las piernas. Ella dudó.
—Pues... hazlo sin mirar.
—Muy bien. Pero lo has dicho tú, ¿eh?
Él tanteó a ciegas con la mano y Alice se apartó bruscamente, con la cara caliente, cuando le rozó el muslo con la mano.
Rhett esbozó una sonrisita malvada cuando ella le agarró la muñeca y le puso la mano donde se suponía que había señalado, lejos de ella.
Él tocó un botón y el pequeño compartimento se abrió. Sacó algo que le resultó familiar. Enseguida lo reconoció como el objeto que había estado usando la chica de su sueño. Casi no pudo contener su emoción cuando Rhett se lo dejó en el regazo.
—Quédatelo. Ya tengo varios.
—¿Eh? ¿Es... para mí?
Rhett le frunció un poco el ceño.
—No es para tanto, no lo digas así.
—¡Sí es para tanto, es un regalo maravilloso! —Alice lo miró como si fuera un verdadero tesoro—. Te prometo que lo cuidaré muchísimo y...
—Solo es un iPod —él pareció algo incómodo cuando carraspeó—. Cuando se quede sin batería dámelo y lo cargaré. Creo que los iniciados no tienen tomas de corriente.
—¿Y cómo funciona?
—Te pones eso, los auriculares, en las orejas... y escuchas música.
Ella colocó los dos extremos en sus orejas. Estaba frío. Rhett se lo quitó de las manos, pulsó un botón y Alice dio un salto del susto cuando el sonido que antes inundaba el coche empezó a sonar justo en sus oídos. Rhett empezó a reírse. Le dijo algo, pero no lo entendió. Se quitó un extremo.
—Si pulsas lo de la derecha, escucharás la siguiente canción.
Ella lo hizo. Y estuvo casi todo el trayecto restante pasando las canciones como una loca. ¡Quería escucharlas todas!
Pero, cuando una duda asaltó su mente, pausó la canción y se giró hacia Rhett.
—¿Tienes algo de... Eagles?
—¿Eagles? —repitió, sorprendido—. ¿Cómo demonios los conoces?
—Yo... mhm... no lo sé. Es difícil de explicar.
Él se inclinó hacia delante y le quitó el iPod. Rebuscó echando ojeadas a la carretera hasta que la música que había escuchado Alice en su sueño empezó a sonar en esos auriculares extraños. Cerró los ojos y casi pudo notar la hierba, justo como lo había hecho esa chica. Era... extraño.
—¿Te gusta? —preguntó Rhett, que la estaba mirando con curiosidad.
—Sí. Mucho.
No dijo nada. Solo la miró por unos cortos segundos antes de girarse de nuevo hacia delante.
Al final, Rhett se detuvo en un claro que había al final del camino y bajó del coche, estirándose mientras bostezaba. Alice lo siguió, dejando su ahora preciado iPod dentro del coche como si fuera un tesoro que tenía que proteger. Los dos avanzaron hasta el final del claro, que era una colina lo suficientemente alta como para ver la ciudad entera.
—¿No deberíamos estar en el campo de entrenamiento? —preguntó Alice, asomándose. La caída era terrorífica.
—Hoy no. Y apártate de ahí, que con tu suerte seguro que te caes y tengo que ir a rescatarte para que Max no me mate —Rhett dejó las cosas en el suelo—. Móntalo hacia ahí.
Alice se agachó y empezó a montar la estructura como le había enseñado unos días antes. Habían dedicado mucho más tiempo al fusil que a nada más.
Mientras lo hacía, vio que Rhett se dejaba caer en el suelo, tumbado y con los dedos entrelazados en su nuca.
—¿Eso es todo lo que harás? —preguntó, molesta.
—Ese era mi plan, sí.
—Pero ¿por qué no podemos hacer esto en la ciudad?
—Porque hoy te harán la prueba para pasar a los avanzados.
Alice movió una tuerca que salió volando. Rhett la agarró al vuelo y se la devolvió, riendo.
—Tranquilízate, era broma.
Enfadada, siguió con su trabajo.
—¿Y para qué estamos aquí?
—Max quiere ver cómo vas.
Eso no la calmaba mucho.
Un rato más tarde, cuando estuvo todo en su lugar, miró a Rhett, que ya había cerrado los ojos.
—Ya está.
—Pues muy bien.
—¿Tengo que hacer algo más?
—Sí, callarte hasta que el ocupado de Max llegue.
Alice puso mala cara y se sentó cerca de él. Notó la hierba cálida bajo sus dedos y le resultó extrañamente agradable.
—¿Qué significa tu nombre? —preguntó de repente, mirándolo.
Él abrió los ojos y le echó una ojeada extrañada.
—¿Eh?
—¿Qué significa? —insistió.
—¿Y yo que sé?
Alice puso mala cara y se giró, dándole la espalda. No le gustaba que fuera siempre tan hostil. Escuchó un largo suspiro.
—En la película favorita de mi madre, el protagonista se llamaba así.
—¿Qué es una película? —preguntó, curiosa, dándose la vuelta otra vez.
—Madre mía —él se pasó las manos por la cara—. A ver, es como... un grupo de personas que fingen situaciones delante de una cámara para entretener a los demás.
—¿Mienten?
—Sí, bueno... no exactamente. Fingen.
—¿Y con qué fin?
—No lo sé, entretener. Están bien después, cuando las ves.
—¿Se ven? ¿En cualquier parte?
—Bueno, puedes verla en una televisión.
—¿Qué es...?
—Vale, déjalo —él la detuvo—. ¿Es que nunca has visto una película? ¿O siquiera una televisión?
—No. ¿Debería?
—Cada vez estoy más convencido de que vienes de un mundo paralelo.
—Se puede ver así —ella lo pensó un momento—. Para mí vosotros sois los extraños. En mi antigua zona nunca habría pensado siquiera estar a solas con un chico.
—Espera, espera —él abrió los ojos y la miró, más interesado de lo que Alice esperaba—. ¿Nunca habías estado con un chico a solas? ¿Eso dices?
—Técnicamente, sí. En las habitaciones. Pero tarde o temprano llegaba otra persona.
—¿Y nadie nunca...? Ya sabes...
—¿Qué sé?
Rhett lo pensó un momento.
—¿Ningún chico intentó nunca acercarse a ti de manera más... privada?
—No.
—¿Nunca te han dicho que te veían atractiva?
Alice dudó.
—¿Qué es atractiva?
—Deseable.
—¿Como la comida?
—Sí, deseable como la comida, ¿nunca te lo han dicho?
—No, ¿por qué? ¿Piensas que soy deseable como la comida?
—¿Qué? —frunció el ceño y volvió a cerrar los ojos—. Claro que no. No digas bobadas.
Pero ella no había terminado. Decidió volver al tema anterior
—¿Cómo se llama tu madre?
Él la miró unos segundos, suspicaz.
—Carys —la miró con mala cara—. Significa amor en no sé qué idioma.
Se había adelantado a su pregunta, así que Alice se quedó pensativa un rato.
—Me gustaría saber qué significa mi nombre —confesó.
—¿A qué viene ese interés repentino por los nombres?
Alice apartó la mirada.
—Mi padre me puso ese nombre. Algunas veces me dijo que quería que estuviera a la altura de su significado. Por eso me gustaría saber cuál es.
Rhett permaneció en silencio unos segundos. Cuando Alice lo miró, vio que su mirada se había suavizado.
—Siento lo que le pasó —murmuró Rhett.
Recordarlo era doloroso. Alice agachó la mirada, pero siguió notando los ojos de Rhett clavados en ella.
—Cuando aprendas a defenderte mejor, podrás vengarte de los que te hicieron eso. Puede que incluso te ayude. Si estoy de buen humor, claro.
Alice sonrió un poco, mirándolo de reojo.
—¿Por qué querrías ayudarme?
—Digamos que... no me desagradas del todo.
—¿Eso le dices a todos tu alumnos?
—No —de pronto, él frunció el ceño—. La verdad... es que no.
Alice le dedicó una pequeña sonrisa y vio que Rhett se aclaraba bruscamente la garganta, incómodo.
—Y ahora, si no te importa, me gustaría aprovechar una de las pocas veces que salimos de ese agujero al que llaman ciudad para estar en silencio —y cerró los ojos de nuevo.
Alice negó con la cabeza y se puso de pie, alejándose unos pasos de él, que seguía ahí tumbado como si nada.
Y, de pronto se le ocurrió.
Él seguía tumbado con los ojos cerrados. ¿Y si...? ¿Y si salía corriendo?
¿La atraparía? ¿Lo conseguiría?
Dio un paso en dirección contraria a Rhett con el corazón acelerado.
¡Nunca tendría otra oportunidad así!
Dio otro paso.
Si lo conseguía, podría huir, pero... ¿quería hacerlo? ¿Estaba esa ciudad tan mal? Su padre le había dicho que huyera al este, pero... quizá era verdad que no había nada al este. Pero él también había dicho que se alejara de los rebeldes. No podía olvidar que, si la pillaban... no quería ni pensar en lo que pasaría.
Se asomó a la colina y miró la ciudad con expresión atormentada. Quizá, si se quedaba lo suficiente como para estar bien entrenada y poder sobrevivir por su cuenta...
De pronto, lo escuchó. Y lo notó.
El sonido de un disparo justo después de sentir un dolor agudo y afilado atravesándole el brazo. Soltó un grito ahogado cuando, del susto, retrocedió y... oh, no. Se resbaló de la colina.
Durante un segundo, estuvo cayendo y todo fue horror, pero entonces sus manos se aferraron desesperadamente a una de las raíces que salían de la pared de la colina. Notó que le ardían las palmas de las manos y el brazo le enviaba un latigazo de dolor por todo el cuerpo cuando sus manos resbalaron unos centímetros hacia abajo.
Estaba jadeando, desesperada, intentando no caerse. Sus pies se balanceaban, inútiles. Sus manos sudaban y resbalaban. Y el cuello le cosquilleaba por la sangre de su brazo, que no dejaba de resbalar hacia abajo cada vez en más abundancia.
Resbaló otro centímetro y ahogó un grito, aterrada.
—¡Rhett! —se escuchó gritar a sí misma—. ¡Rhett, aquí!
Entonces, la cabeza de Rhett se asomó por la colina.
El héroe del día.
—Pero ¿qué coño...?
Otro disparo. Alice vio que pasaba justo al lado de la cabeza de él, que lo había esquivado por casualidad. Lo ignoró completamente, tirándose sobre la hierba para ofrecerle un brazo.
—¡Mira que te he dicho que pasaría esto si te acercabas!
Alice estaba a punto de lanzarlo a él por el vacío. ¡Como si fuera el momento de hablar de eso!
—¡Vamos, dame la mano! —Rhett se estiró tanto como pudo hacia ella, poniendo una mueca de esfuerzo.
No llegaría de todas formas, los dos lo sabían. Lo que más le sorprendió fue que Rhett, aún así, lo intentara más desesperadamente.
—Estoy resbalando —le dijo, aterrada.
—¡Cállate, no digas tonterías!
—¡AHORA NO ME DIGAS QUE ME CALLE!
—Maldita sea, no entres en pánico e intenta agarrarme.
—¡No puedo!
Él pareció pensar a toda velocidad. Justo cuando Alice pensó que iba a rendirse, vio que enganchaba una mano al árbol que tenía al lado y se tiraba un poco hacia el precipicio, hacia ella.
—Esto va a doler —le dijo, con una mueca por el esfuerzo—, pero vas a tener que impulsarte hacia arriba.
Estuvo a punto de ponerse a reír, histérica, pero se contuvo. Se impulsó hacia arriba gruñendo de dolor y enganchó el brazo malo a la raíz, que soltó un crujido horroroso. Se apresuró a levantar el otro brazo y enseguida notó una mano agarrándola de debajo del codo. Agarró el bíceps de Rhett con urgencia.
Entonces, sintió un fuerte tirón hacia arriba mientras intentaba clavar las puntas de las botas en algún lado para impulsarse aún más. Vio que Rhett estaba de rodillas, tirando de ella hacia arriba, conteniendo la respiración del esfuerzo.
Entonces, consiguió colocar una rodilla en la superficie de la colina. Fue como poder volver a respirar. Sin embargo, Rhett no dejó de tirar de ella hasta que estuvieron los dos sentados tras el árbol, protegidos.
Alice se quedó escondida, sentada justo delante de él, temblando de pies a cabeza.
—Eso ha estado cerca —murmuró Rhett, jadeando y agarrándola de la muñeca para verle el brazo.
—Gracias por salvarme —jadeó.
Rhett negó con la cabeza, como si no le diera importancia.
Alice se atrevió a bajar por fin la mirada y lo único que vio fue que su brazo estaba completamente cubierto de sangre. Se quedó sin respiración durante unos segundos.
—Solo te ha rozado —dijo él, sin embargo—. Has tenido suerte.
—¿Suerte? —repitió, incrédula.
La agarró del otro brazo y tiró de ella hacia el coche. Se sentaron en la parte contraria con las espaldas apoyadas en una rueda. Alice sintió que su respiración se volvía artificial. Se sentía mareada y nauseabunda. Vio, con ojos borrosos, que Rhett se ponía de rodillas y se rasgaba parte del bajo de la camiseta que llevaba. Entonces, la agarró del brazo con sorprendente delicadeza, pero eso no impidió el latigazo de dolor que sintió.
Alice le lanzó un puñetazo solo por impulso que le dio en el hombro, ganándose una mueca de enfado.
—¡Duele! —protestó ella.
—¡Ya sé que duele! —protestó él.—. Cálmate, estoy intentando ayudarte.
Ella puso una mueca. Intentó apartarse, pero Rhett la sujetó, ahora enfadado de verdad.
—¿Es que quieres morir desangrada? —le preguntó bruscamente él. Alice cerró los ojos—. Eso suponía. Quieta. Déjame... déjame cuidarte, ¿vale?
Notó que envolvía la herida con el trozo de prenda y la apretaba con fuerza. Alice se mareó aún más. Tuvo que parpadear para ver claramente. Entonces, notó una mano sujetándola de la mandíbula. Vio a Rhett delante de ella.
—Eh, vamos —le dijo con sorprendente suavidad—, no te quedes dormida o me cabrearé contigo y te haré dar diez vueltas corriendo al campo de fútbol.
Alice intentó apartar la cara, pero él no la soltó.
—No era una petición, era una orden. Ni se te ocurra quedarte dormida, ¿está claro?
—¿Ni siquiera ahora puedes... ser un poco suave?
—Perdería mi precioso encanto.
Alice empezó a reírse con una mezcla de diversión y adrenalina muy curiosa.
Y, entonces, un coche se acercó a ellos. Alice vio que Rhett se ponía de pie y sacaba una pistola del cinturón, pero la volvió a esconder en cuando vio que era Max, que se bajó del coche y se acercó corriendo.
—¿Qué diablos ha pasado?
—Alguien ha disparado. Un francotirador. Le ha dado.
—Toma los medicamentos de mi coche.
Rhett se movió deprisa y Max lo sustituyó. Alice notó que le evaluaban la herida tapada y la volvían a tomar de la mandíbula.
—Eh, chica —le soltó Max—. Mírame. ¿Sabes quién soy?
Ella asintió con la cabeza.
—Solo te ha rozado —le dijo con total confianza—. No te vas a morir porque una bala te roce. El golpe que te diste con el coche el primer día fue peor y sobreviviste, ¿no?
Alice no supo si reír o llorar. Rhett volvió a acercarse a ellos y Alice vio que tenía algo pequeño y blanco entre los dedos.
—No hay agua. Vas a tener que tragártelo así —le dijo Max.
—Eso habría sonado mal en otra situación —escuchó murmurar a Rhett.
Abrió la boca y le puso la pastilla sobre la lengua. Alice tragó con fuerza y sintió que le entraban arcadas. Era asquerosa. Pero, entonces, la cabeza se le despejó de golpe. Parpadeó. La herida seguía doliendo, pero su cabeza ya no daba vueltas. Vio que Max y Rhett estaban sentados a su lado, mirando por encima del coche. Ambos iban armados.
—¿Has visto quiénes eran?
—¿A cien metros de distancia? —preguntó Rhett, irónico—. Claro, hasta he visto que tenían pecas.
—Por una vez podrías dejar el maldito sentido de humor de lado —le espetó Max.
Lo dijo con tanto odio que Alice supuso que, de haber estado en la situación de Rhett, se habría encogido. En cambio, él no pareció ni notarlo.
Alice escuchó un ruido proveniente del camino y tocó el brazo de Rhett, cuyos ojos fueron directos a la herida, probablemente pensando que le dolía aún más.
—Alguien... por el camino —ella apenas podía hablar.
Los dos se pusieron enseguida de pie. Max llevaba una escopeta que cargó enseguida, mientras que Rhett llevaba dos pistolas. Dejó una al lado de Alice, en el suelo. Ella la agarró con una mano y se la metió en el cinturón. Se apoyó en el coche y se puso de pie como pudo. Se colocó detrás de ellos mientras intentaba cargar el arma con una sola mano.
Un coche blanco y pequeño, seguido de otros dos iguales, se detuvo delante de ellos, casi en posición defensiva. Alice observó los coches con atención y frunció el ceño.
Entonces, una mujer vestida de gris ceniza bajó del coche y miró a su alrededor. A Alice se le heló la sangre cuando vio que ella y sus compañeros los rodeaban rápidamente.
Eran los mismos que habían invadido su zona.
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