46
Jane, de pie, miraba por la ventana de Isabelle, observaba cómo el humo manchaba el cielo sobre Alacante como una mano tiznada sobre una ventana. Sabía que aquel día quemaban a Valentine, en la necrópolis situada justo al otro lado de las puertas.
—Sabes lo de la celebración de esta noche, ¿verdad? —Jane se volvió y vio a Isabelle, detrás de ella, sosteniendo en alto dos vestidos contra el cuerpo, uno azul y otro gris acero—. ¿Qué crees que debería ponerme?
—El azul.
Isabelle depositó los vestidos sobre la cama y miró a Clary.
—¿Qué vas a ponerte tú? Vas a ir, ¿verdad?
—No lo sé —respondió—. Probablemente vaqueros y mi abrigo verde.
—Aburrido —dijo Isabelle, y echó un vistazo a Aline, que estaba sentada en una silla junto a la cama, leyendo—. ¿No crees que es aburrido?
—Creo que deberías dejar que Clary se ponga lo que quiera —Aline no despegó los ojos del libro—. Además, no es como si fuese a ponerse elegante para nadie.
—Va a ponerse elegante para Jace —repuso Jane, como si fuese algo obvio—. Ya lo creo.
Aline alzó la vista, pestañeando con desconcierto; luego sonrió.
—Ah, es cierto. No hago más que olvidarlo. ¿Debe de resultar curioso, verdad, saber que no es tu hermano?
—No —dijo Clary con firmeza—. Pensar que era mi hermano era lo extraño. Esto resulta… lo correcto. —Volvió a mirar hacia la ventana—. Aunque no es que le haya visto desde que lo descubrí. No desde que hemos regresado a Alacante.
—Es extraño —repuso Aline.
—No lo es —replicó Isabelle, lanzando a Aline una mirada elocuente, que ésta no pareció advertir—. Ha estado en el hospital. No ha salido hasta hoy.
—¿Y no ha venido a verte en seguida? —preguntó Aline a Clary.
—No podía —respondió ella—. Tenía que asistir al funeral de Valentine. No podía faltar.
—Quizás —dijo Aline alegremente—. O quizás ya no está tan interesado en ti. Quiero decir, ahora que no es algo prohibido. Algunas personas sólo quieren lo que no pueden tener.
—Jace no —se apresuró a intervenir Jane—. Jace no es así.
Aline se levantó, dejando caer el libro sobre la cama.
—Debería ir a arreglarme. ¿Nos vemos esta noche, chicas?
Y con eso, abandonó la habitación tan campante, tarareando para sí.
Jane, contemplándola marchar, meneó la cabeza.
—¿Crees que no le caes bien? —dijo—. Quiero decir, ¿está celosa? Como estaba interesada por Jace…
—¡Ja! —Clary se sintió brevemente divertida—. No, no es por Jace. Creo que es simplemente una de esas personas que dice lo que piensa. Y quién saber, a lo mejor tiene razón.
—¿Tú crees que tiene razón?
—No lo sé. Tendré que preguntarle a Jace. Imagino que le veré esta noche en la fiesta, o celebración de la victoria o como sea que se le llame. —Alzó los ojos hacia Isabelle—. ¿Sabes cómo será?
—Habrá un desfile —respondió ésta—, y fuegos artificiales, probablemente. Música, baile, juegos, esa clase de cosas. Como una gran feria callejera en Nueva York. —Echó un vistazo por la ventana, con expresión nostálgica—. A Max le habría encantado.
Jane alargó la mano y acarició los cabellos de Isabelle, del modo en que acariciaría los cabellos de su hermana si la tuviera.
—Seguro que sí.
La pelinegra le regaló una sonrisa, para luego continuar mirando por la ventana con nostalgia. A Jane le parecía irreal todo lo que había estado sucediendo.
— Debo regresar a casa de Amatis — dijo Jane — Dice que tiene algo importante de lo cual hablar conmigo.
— ¿ Está todo bien ? — preguntó Clary.
— Creo que si — respondió la rubia — Es un poco confuso pensar que tengo una madre, pero ella no me presiona. Está resultando bastante fácil acostumbrarme.
— Estoy realmente feliz por ti — dijo Isabelle — Solo espero que tu apellido se convierta en Lightwood pronto.
Las mejillas de Jane se tornaron rojas, y con una sonrisa tonta salió de la habitación.
Cuando llegó a la casa de Amatis, ésta la hizo esperar hasta que llamaron dos veces a la puerta.
—Me preguntaba si Clary estaba aquí — dijo Jace — Esperaba hablar con ella.
Amatis negó con la cabeza.
—No está. Creo que está con los Lightwood.
—Vaya. —Le sorprendió lo decepcionado que se sintió—. Lamento haberla molestado.
—No es ninguna molestia. Lo cierto es que me alegro de verte —dijo ella con energía—. Hay algo sobre lo que quería hablarte. Pasa al recibidor; regreso en un momento.
Jace entró y con una sonrisa se sentó junto a Jane mientras que Amatis desapareció pasillo adelante.
Amatis regresó al cabo de un instante. Sostenía una pequeña caja de metal en las manos. Era un objeto primoroso cincelado con un dibujo de pájaros.
—Jace —dijo Amatis—, Luke me contó que eres hijo de Stephen… que Stephen Herondale era tu padre. Me contó todo lo sucedido.
Jace asintió, que era todo lo que sentía que estaba obligado a hacer.
—Ya sabes que estuve casada con Stephen antes de que lo estuviera con tu madre —prosiguió Amatis, con voz tensa, como si le doliera pronunciar las palabras — Así fue como tuve a Jane. De todas las personas que están vivas en la actualidad, probablemente yo fui quien mejor conoció a vuestro padre —siguió ella.
—Sí —dijo Jace, deseando estar en otra parte—; estoy seguro de que es así.
—Sé que probablemente tendrán sentimientos muy encontrados respecto a él —repuso ella, y a ellos le sorprendió sentir que era cierto—. Nunca le conocisteis, y no fue el hombre que los crió, pero se parecen a él… — miró a Jace —excepto en los ojos, ésos son de tu madre. Y a lo mejor estoy siendo una estúpida, molestándolos con esto. A lo mejor en realidad no quieren saber nada sobre Stephen. Pero él fue vuestro padre, y si los hubiese conocido… —Les tendió bruscamente la caja entonces—. Éstas son algunas cosas suyas que yo he guardado a lo largo de los años. Cartas que escribió, fotografías, un árbol genealógico. Su piedra de luz mágica. A lo mejor ahora no tienen preguntas, pero algún día las tendrán, y cuando las tengan…, cuando las tengan, podrán recurrir a esto.
Se quedó inmóvil, tendiéndoles la caja como su les ofreciera un tesoro valioso. Jane alargó las manos y la tomó sin una palabra; era pesada, y el metal tenía un tacto frío contra su piel.
—Gracias —dijo.
—Hay una cosa — dijo Jace — Algo que me he estado preguntando.
—¿Sí?
—Si Stephen era mi padre, entonces la Inquisidora…, Imogen…, era mi abuela.
—Sí… —Amatis hizo una pausa—. Una mujer muy difícil. Pero, sí, era tu abuela.
—Me salvó la vida —dijo Jace—. Quiero decir, durante mucho tiempo actuó como si no pudiese ni verme. Pero entonces vio esto. —Apartó el cuello de la camiseta a un lado, mostrando a Amatis la blanca cicatriz en forma de estrella del hombro—. Y me salvó la vida. Pero ¿qué podía significar mi cicatriz para ella?
Los ojos de Amatis se habían abierto de par en par.
—No recuerdas haberte hecho esa cicatriz, ¿verdad?
Jace negó con la cabeza.
—Valentine me explicó que era demasiado pequeño para recordar la herida, pero ahora… me parece que no le creo.
—No es una cicatriz. Es una marca de nacimiento. Existe una antigua leyenda familiar sobre ella, que cuenta que uno de los primeros Herondale que se convirtió en cazador de sombras recibió la visita de un ángel en un sueño. El ángel le tocó en el hombro, y cuando despertó, tenía una marca como ésa. Y todos sus descendientes la tienen también. —Se encogió de hombros—. No sé si la historia es cierta, pero todos los Herondale tienen la marca. Tu padre tenía una también, aquí. —Se tocó la parte superior del brazo derecho—. Dicen que significa que has tenido contacto con un ángel. Que has sido bendecido, de algún modo. Imogen debió de haber visto la Marca y adivinado quién eras en realidad.
Jace se quedó mirando a Amatis, pero no la veía a ella. Veía aquella noche en el barco; la cubierta húmeda y negra y a la Inquisidora agonizando a sus pies.
—Me dijo algo mientras se moría. Dijo: «Tu padre estaría orgulloso de ti». Pensé que era cruel. Pensé que se refería a Valentine…
Amatis negó con la cabeza.
—Se refería a Stephen —indicó en voz queda—. Y tenía razón. Lo habría estado.
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