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Isabelle entró en la habitación en un remolino de cabellos negros y faldas de volantes plateados. El top en forma de corsé color marfil que llevaba le dejaba los brazos y hombros, cubiertos de negras runas, al descubierto.
—Alec se va al Gard —dijo Isabelle sin preámbulos—. Quiere hablar contigo sobre Simon antes de irse. ¿Puedes bajar?
—Claro. —Jace fue hacia la puerta; a mitad de camino, reparó en que Simon le seguía y giró la cabeza para mirarle de manera fulminante—. Tú te quedas aquí.
—No —dijo Simon—. Si vais a hablar de mí, quiero estar ahí.
Jace apretó los dientes y sonrió.
—Estupendo —respondió—. Ven abajo, vampiro. Podrás conocer a la feliz familia.
— Iré con ustedes — informó Jane — quiero ver a Alec antes de que se vaya.
La mirada de Simon pasó a la rubia y algo parecido al fastidio se vio reflejado en su rostro al escuchar el nombre de Alec.
Desde que habían llegado, Jane no había tenido la oportunidad de presentarse a las personas de la casa, y mucho menos de explorar algo. Pero en ese momento La casa de los Penhallow le recordó a el Instituto; poseía el mismo aire de pertenecer en cierto modo a otra era. Los vestíbulos y escaleras eran angostos, construidos de piedra y madera oscura, y las ventanas eran altas y estrechas y ofrecían buenas vistas de la ciudad. Había un claro toque asiático en la decoración. También había varias serigrafías en las paredes, mostrando lo que debían de ser escenas de la mitología de los cazadores de sombras.
—La señora Penhallow, Jia, estaba a cargo del Institutoto de Beijing. Divide su tiempo entre aquí y la Ciudad Prohibida —dijo Isabelle —. Y los Penhallow son una familia antigua. Adinerada.
—Me doy cuenta —murmuró Simon.
Jace, en el peldaño situado detrás de ellos, refunfuñó:
—Moveos. No estamos haciendo una visita de interés turístico.
Jane decidió que el mal humor de Jace no podía aguarle el día, por lo cual decidió ignorarlo. Descendió el resto de la escalera a paso rápido; una vez abajo, ésta se abría a una gran habitación que era una curiosa mezcla de lo viejo y lo nuevo. En su lugar había una serie de sofás rehenchidos agrupados alrededor de una chimenea enorme, en la que crepitaban llamas.
Alec estaba de pie junto a la chimenea, vestido con el oscuro equipo de cazador de sombras, colocándose un par de guantes. Se veía muy bien, y Jane sintió un extraño calor de repente. el pelinegro alzó los ojos cuando Simon entró en la habitación y mostró su habitual expresión de desagrado, pero no dijo nada.
Sentados en los sofás había dos adolescentes que Jane no conocía, un chico y una chica. La chica tenía rasgos asiáticos, con delicados ojos almendrados, brillante cabello oscuro echado hacia atrás y una expresión traviesa. No era exactamente bonita, pero resultaba exótica.
El muchacho de cabello negro que tenía al lado era aún más atractivo. Probablemente era de la altura de Jace, pero parecía más alto, incluso sentado; era esbelto y fornido, con un rostro pálido, elegante e inquieto, todo pómulos y ojos oscuros. Había algo extrañamente familiar en él, como si Jane le hubiese conocido antes.
La chica fue la primera en hablar.
—¿Éste es el vampiro? —Miró a Simon de pies a cabeza —. En realidad jamás he estado tan cerca de un vampiro; no de uno al que no estuviese planeando matar, al menos. —Ladeó la cabeza—. Es mono, para ser un subterráneo.
—Tendrás que perdonarla; tiene el rostro de un ángel y los modales de un demonio Moloch —dijo el muchacho con una sonrisa, poniéndose en pie —. Soy Sebastian. Sebastian Verlac. Y esta es mi prima, Aline Penhallow. Aline…
—Yo no les estrecho la mano a los subterráneos —repuso Aline, echándose hacia atrás sobre los cojines del sofá—. No tienen alma, ya sabes. Vampiros.
La sonrisa de Sebastian desapareció.
—Aline...
—Es cierto. Es por eso que no pueden verse en los espejos, o ponerse al sol.
Con toda deliberación, Simon retrocedió para exponerse a la zona iluminada por el sol, frente a la ventana. Sintió el sol caliente en la espalda y los cabellos. Su sombra se proyectó, larga y oscura sobre el suelo, alzando casi los pies de Jace.
Aline respiró con violencia pero no dijo nada. Fue Sebastian quien habló, mirando a Simon con sus curiosos ojos negros.
—Así que es cierto. Los Lightwood nos lo dijeron, pero no pensé…
—¿Qué dijésemos la verdad? —preguntó Jace —. No mentiríamos sobre algo así. Simon es… único.
—Yo le besé en una ocasión —dijo Isabelle, sin dirigirse a nadie en particular.
Las cejas de Aline se enarcaron veloces.
—Realmente te dejan hacer lo que deseas en Nueva York, ¿no es cierto? —comentó, entre horrorizada y envidiosa—. La última vez que te vi, Izzy, ni siquiera te habrías planteado…
—La última vez que nos vimos, Izzy tenía ocho años —dijo Alec—. Las cosas cambian. Bien, mamá tuvo que irse a toda prisa, así que alguien tiene que subirle sus notas e informes al Gard. Soy el único que tiene dieciocho años, así que soy el único que puede ir allí mientras la Clave está en sesión.
—Lo sabemos —replicó Isabelle, dejándose caer sobre un sofá—. Ya nos has dicho eso unas cinco veces.
Alec, dándose aires de importancia, hizo caso omiso.
—Jace, tú trajiste al vampiro aquí, así que tú eres responsable de él. No dejes que salga.
A Jane no le gustaba cuando Alec se refería a Simon de aquella forma. Le había salvado la vida a Alec en una ocasión. Ahora era «el vampiro». Incluso tratándose de Alec, que era propenso a algún que otro ataque de malhumor, aquello resultaba odioso.
—¿Me has hecho bajar para decirme eso, que no deje que el vampiro salga al exterior? No lo habría hecho de todos modos. —Jace se instaló en el sofá junto a Aline, que pareció complacida—. Será mejor que te des prisa en ir al Gard y regresar. Dios sabe a qué depravación podríamos dedicarnos aquí sin tu guía.
Alec contempló a Jace con tranquila superioridad.
—Intenta comportarte. Regresaré en media hora.
— Te estaré esperando — le dijo Jane.
— Yo que tú no lo haría.
N/A: Hola genteeee.
Alec y sus ataques de bipolaridad aumentan la ansiedad de todos, pero realmente me gustaría ver que podría pasar entre Jane y Simon ¿ qué opinan ?
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