36
—¿Te importa si te hacemos compañía? — le dijo Simon a Clary.
La pelirroja dio un brinco de sorpresa y rodó sobre el costado para mirar arriba. Simon y Jane estaban de pie observándola.
—Se han acercado sin que me diera cuenta —dijo—. Imagino que no soy gran cosa como cazadora de sombras, ¿eh?
Simon se encogió de hombros.
—Bueno, en tu defensa diré que lo cierto es que me muevo con una silenciosa elegancia de pantera.
Muy a su pesar, Clary sonrió. Se sentó en el suelo, sacudiéndose la tierra de las manos —Adelante, unánse a mí. Ésta fiesta deprimente está abierta a todo el mundo.
Sentándose junto a ella, Jane contempló la ciudad y silbó.
—Bonitas vistas.
—Sí —Clary le miró de soslayo—. ¿Cómo me han encontrado?
—Bueno, necesité unas cuantas horas. — Simon sonrió, un poco picarón—. Luego recordé que cuando discutíamos, en primero, tú subías a enfurruñarte a mi tejado y mi madre tenía que hacerte bajar.
—¿Y?
—Te conozco —dijo—. Cuando te disgustas, huyes a zonas elevadas.
Jane le tendió su abrigo verde, pulcramente doblando. Ella lo tomó y se lo puso; la pobre prenda mostraba ya claras señales de uso. Incluso había un pequeño agujero en el codo lo bastante grande como para meter un dedo por él.
—Gracias, Jane.
Entrelazó las manos alrededor de las rodillas y contempló con fijeza la ciudad. El sol estaba bajo, y las torres habían empezado a resplandecer con un tenue rosa rojizo.
—¿Los ha enviado mi madre aquí arriba a buscarme?
Jane meneó la cabeza.
—Luke, en realidad. Y simplemente nos ha pedido que te dijeramos que tal vez querías regresar antes del crepúsculo. Algo bastante importante va a ocurrir.
—¿El qué?
—Luke dio de plazo a la Clave hasta el crepúsculo para decidir si estaban de acuerdo en ceder escaños a los subterráneos en el Consejo — respondió Simon — Todos los subterráneos van a venir a la Puerta Norte cuando se ponga el sol. Si la Clave acepta, entrarán en Alacante. Si no…
—Se los echará —finalizó Clary—. Y la Clave se rendirá a Valentine.
—Sí.
—Todos estarán de acuerdo —repuso Jane—. Tienen que hacerlo. —Se abrazó las rodillas—. Jamás elegirían a Valentine. Nadie lo haría.
—Me alegro de ver que tu idealismo no ha sufrido daños —dijo Simon.
—Simon —dijo Clary—, tengo una pregunta estúpida.
—¿Cuál?
—¿Has dormido con Isabelle?
Simon emitió un sonido estrangulado. Por alguna razón Jane se ruborizó y sintió la incomodidad más grande sobre la faz de la tierra. A pesar de que ella también se hacía esa pregunta, no tenía el valor para preguntar. Clary se volvió lentamente para mirarle.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Eso creo —dijo él, recuperando el aplomo con aparente esfuerzo—. ¿Hablas en serio?
—Bueno, has estado fuera toda la noche.
Simon permaneció en silencio un largo rato. Por fin dijo:
—No estoy seguro de que sea asunto tuyo, pero no.
—Bueno —repuso Jane, tras una juiciosa pausa—. Imagino que no te habrías aprovechado de ella cuando está tan desconsolada y todo eso.
Simon lanzó un bufido.
—Si alguna vez conoces a un hombre que haya podido aprovecharse de Isabelle, dímelo. Me gustaría estrecharle la mano. O salir huyendo de él a toda velocidad, no estoy seguro.
—De modo que no estás saliendo con Isabelle.
—Clary, Jane —dijo Simon—, ¿por qué me preguntan sobre Isabelle? ¿No prefieres hablar de madres? ¿O de Jace y Alec? Izzy me ha contado que Jace se ha marchado — miró a Clary — Sé cómo te debes de sentir.
—No —dijo Clary—. No, no creo que lo sepas.
—No eres la única persona que se ha sentido abandonada alguna vez. —Había un tinte de impaciencia en la voz de Simon—. Imagino que simplemente pensaba… Quiero decir, jamás te había visto tan enojada. Y contra tu madre. Pensaba que la echabas de menos.
—¡Desde luego que la echaba de menos! —respondió ella —. Es sólo que había estado tan concentrada en rescatarla… salvándola de Valentine, buscando un modo de curarla… que jamás me detuve siquiera a pensar en lo enfadada que estaba porque me había mentido todos estos años, porque me haya ocultado la verdad. Nunca me ha dejado saber quién era yo en realidad.
—Pero eso no es lo que dijiste cuando entró en la habitación —explicó Jane en voz queda—. Dijiste: «¿Por qué no me contaste nunca que tenía un hermano?».
—Lo sé. —Clary arrancó una brizna de hierba en la tierra—. Supongo que no puedo evitar pensar que si hubiese sabido la verdad, no habría conocido a Jace del modo en que lo hice. No me habría enamorado de él.
Jane permaneció en silencio un momento.
—No creo haberte oído decir eso antes.
—¿Qué le amo? —Clary rio, pero sonó deprimente incluso a sus oídos—. Parece inútil fingir que no a estas alturas. A lo mejor no importa. Probablemente no volveré a verle jamás, de todos modos.
—Regresará.
—Quizá.
—Regresará —repitió Simon—. Por ti.
—No lo sé.
Clary negó con la cabeza. La temperatura descendía a medida que el sol se hundía para tocar la línea del horizonte. Entornó los ojos, inclinándose al frente y mirándolo con fijeza.
— Miren.
Siguieron su mirada. Más allá de las salvaguardas, en la Puerta Norte de la ciudad, cientos de figuras oscuras se congregaban, algunas apelotonadas, otras manteniéndose aparte: los subterráneos a los que Luke había convocado en auxilio de la ciudad aguardaban pacientemente la noticia de que la Clave los dejaba entrar. Un escalofrío chisporroteó por la columna vertebral de Jane. No se hallaba tan sólo en la cresta de aquella colina, contemplando en una inclinada pendiente la ciudad a sus pies, sino en el filo de una crisis, un acontecimiento que cambiaría el funcionamiento de todo el mundo de los cazadores de sombras.
—Están aquí —dijo Simon, medio para sí—. Me pregunto si eso significa que la Clave se ha decidido.
—Eso espero. —La brizna de hierba con la que Clary había estado jugueteando era una destrozada masa verde; la arrojó a un lado y arrancó otra—. No sé qué haré si deciden rendirse a Valentine. A lo mejor puedo crear un Portal que nos lleve a todos lejos a algún lugar donde él no nos encuentre nunca. Una isla desierta o algo así.
—Vale, ahora soy yo quien tiene una pregunta estúpida —dijo Simon—. Puedes crear runas nuevas, ¿verdad? ¿Por qué no puedes crear una que destruya a todos los demonios del mundo? ¿O que mate a Valentine?
—No funciona así —respondió ella—. Sólo puedo crear runas que soy capaz de visualizar. La imagen tiene que aparecer en mi cabeza, como un cuadro. Cuando intento visualizar «mata a Valentine» o «gobierna el mundo» o algo así, no obtengo ninguna imagen. Sólo veo blanco.
—Pero ¿de dónde crees que provienen las imágenes de las runas?
—No lo sé —dijo Clary—. Todas las runas de los cazadores de sombras proceden del Libro Gris. Es por eso que sólo se pueden colocar sobre nefilim; es su finalidad. Pero existen otras runas más antiguas. Magnus me lo contó. Como la Marca de Caín. Era una marca de protección, pero no procede del Libro Gris. Así que cuando pienso en estas runas, como la runa para no tener miedo, no sé si es algo que estoy viendo, o algo que recuerdo; runas más antiguas que los cazadores de sombras. Runas tan antiguas como los ángeles mismos.
El clima había cambiado mucho, y ambas chicas se encogieron ante un golpe de brisa fresca.
—¿Tienen frío? —preguntó Simon.
—Sí… — respondió Jane — ¿tú no?
—Yo ya no siento frío.
Las rodeó con los brazos, frotándoles la espalda con la mano en lentos círculos. Lanzó una risita pesarosa.
—Imagino que esto probablemente no sirve de mucho; como no poseo calor corporal ni todo eso…
—No —dijo Clary—. Quiero decir… sí, claro que sirve. Quédate así.
La luz roja de las torres de los demonios se reflejaba en los ojos del vampiro; parecía alguien en una fotografía tomada con un flash. Pudo ver las tenues venas azules extendiéndose como una telaraña justo por debajo de la superficie de la piel allí donde era más fina: en las sienes, en la base de la clavícula. Ella conocía lo suficiente sobre los vampiros para saber que significaba que había transcurrido un cierto tiempo desde la última vez que se había alimentado.
—¿Tienes hambre?
Ahora fue él quien la miró.
—¿Temes que vaya a morderte?
—Ya sabes que puedes tomar mi sangre siempre que lo desees.
Un escalofrío, que no era de frío, le recorrió, y la apretó más contra su costado.
—Jamás haría eso —dijo, y luego, en tono más ligero—: Además, ya he bebido tu sangre… Ya me he cansado de vivir a costa de mis amigos.
Por un momento se hizo un silencio, todos permanecieron pensativos, hasta que Clary habló.
—¿Crees que es por eso que…?
—¿Por eso qué?
—Que el sol no te daña. Quiero decir, antes de aquello sí te dañaba, ¿verdad? ¿Antes de aquella noche en el barco?
Él asintió de mala gana.
—¿Cambió alguna otra cosa? ¿O es simplemente porque bebiste su sangre?
—¿Te refieres a que es debido a que ella es nefilim? No. Hay algo más. Ustedes...vosotros no sois del todo normales, ¿verdad? Me refiero a que no sois cazadores de sombras normales. Hay algo especial en vosotros tres. Como la reina seelie dijo, sois experimentos. —Sonrió ante su expresión sobresaltada—. No soy estúpido. Puedo sumar dos más dos. Tú con poderes para crear runas, Jane con su poder de cambia formas, y Jace, bueno… nadie podría ser tan irritante sin alguna clase de ayuda sobrenatural.
—¿Realmente te desagrada tanto?
—Jace no me desagrada —protestó Simon—. Quiero decir, le odiaba al principio, claro. Parecía tan arrogante y seguro de sí mismo, y tú actuabas como si él fuese la cosa más maravillosa del mundo…
—No es verdad.
—Déjame terminar, Clary.
Había un trasfondo entrecortado en la voz de Simon.
—Me daba cuenta de lo mucho que te gustaba, y pensaba que te estaba utilizando, que no eras más que una estúpida chica mundana a la que podía impresionar con sus trucos de cazador de sombras. Primero me dije que nunca te lo tragarías, y luego que, incluso aunque lo hicieses, él se acabaría cansando de ti y tu regresarías a mi lado. No estoy orgulloso de eso, pero cuando estás desesperado creerías cualquier cosa, supongo. Y luego, cuando resultó que era tu hermano, me pareció como un indulto de última hora… y me alegré. Incluso me alegré al ver lo mucho que parecía sufrir, hasta esa noche en la corte seelie cuando le besaste. Pude ver…
—¿Ver qué? —preguntó Clary, incapaz de soportar la pausa.
—El modo en que te miraba. Lo comprendí entonces. Nunca te estuvo utilizando. Te amaba, y eso le estaba matando.
—¿Por eso fuiste al Dumort? —susurró Jane.
—¿Por ellos? No, en realidad no. Desde aquella noche en el hotel, había deseado regresar. Soñaba con ello. Y me despertaba fuera de la cama, vistiéndome, o ya en la calle, y sabía que quería regresar al hotel. De noche, era siempre peor, y mucho peor cuanto más cerca me encontraba del hotel. No se me ocurrió siquiera que fuese algo sobrenatural; pensaba que era estrés postraumático o algo así. Ésa noche estaba tan agotado y furioso, y estábamos tan cerca del hotel, y era de noche… Apenas recuerdo siquiera lo sucedido. Sólo recuerdo que me marché del parque, y luego… nada.
—Pero si no hubieras estado enojado conmigo… — comenzó a decir Clary — si no te hubiésemos disgustado…
—No podías evitar lo que sentías —dijo Simon—. Y yo, de hecho, lo sabía. Sólo puedes reprimir la verdad durante un tiempo limitado, y luego vuelve a borbotear a la superficie. El error que cometí fue no decirte lo que me estaba pasando, no hablarte de mis sueños. Pero no lamento haber salido contigo. Me alegro de que lo intentásemos. Y te quiero por probarlo, incluso aunque no fuese a funcionar jamás.
Jane bajó la mirada, sintiendo una mezcla de dolor y decepción.
—Yo deseaba mucho que saliera bien —repuso ella con voz queda—. Jamás quise herirte.
—Yo no lo cambiaría por nada —dijo Simon—. No renunciaría a amarte. Por nada. ¿Sabes lo que me dijo Raphael? Que no sabía cómo ser un vampiro, que los vampiros aceptan que están muertos. Mientras recuerde lo que sentí al amarte, siempre me sentiré como si estuviera vivo.
—Simon…
—Mira. —La interrumpió con un ademán, abriendo más sus ojos oscuros—. Ahí abajo.
El sol era una esquirla roja en el horizonte; mientras Jane miraba, titiló y se desvaneció, desapareciendo tras el oscuro borde del mundo. Las torres de los demonios de Alacante llamearon adquiriendo una repentina vida incandescente. A su luz pudo ver que la oscura multitud se arremolinaba inquieta alrededor de la Puerta Norte.
—¿Qué sucede? —susurró Jane—. El sol se ha puesto; ¿por qué no se abren las puertas?
Simon estaba totalmente inmóvil.
—La Clave —dijo—. Deben de haber rechazado el tratado de Luke.
—¡Pero no pueden hacerlo! —La voz de Clary se alzó aguda—. Eso significaría…
—Van a rendirse a Valentine.
—¡No pueden! —volvió a gritar Clary, pero vio cómo los grupos de oscuras figuras que rodeaban las salvaguardas se daban la vuelta y se alejaban de la ciudad, marchando en tropel igual que las hormigas de un hormiguero destruido.
—Supongo —dijo Simon— que realmente nos odian hasta ese punto. Prefieren elegir a Valentine.
—No es odio —replicó Clary—. Sienten miedo. Incluso Valentine sentía miedo. —Lo dijo sin pensar, y comprendió mientras lo decía que era cierto—. Siente miedo y celos.
—¿Celos?
Clary se quedó callada, como sumida en sus propios pensamientos.
— ¿ Clary ? — la llamó Jane.
—Ligazón —dijo ella voz alta—. Es una runa de conexión. Une lo parecido y lo distinto.
—¿Qué? —Simon alzó los ojos para mirarla perplejo.
Ella se puso en pie precipitadamente, sacudiéndose la tierra.
—Tengo que bajar ahí. ¿Dónde están?
—¿Dónde están quiénes? Clary…
—La Clave. ¿Dónde se reúnen? ¿Dónde está Luke?
Simon y Jane se levantaron.
—En el Salón de los Acuerdos. Clary…
Pero ella corría ya en dirección al sinuoso sendero que conducía a la ciudad. Maldiciendo por lo bajo, Simon la siguió acompañado por Jane.
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